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Channel: Hojas de Arbolito
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Diciembre 2016

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Recibe y realiza llamados todo el tiempo, y cada vez aclara que no puede hablar mucho porque va parada en el ómnibus, cual descripción de alguna clase de infame tortura medieval.
Es flaca y joven, y habla con un acento de nena malcriada que se me hace insoportable. Viene planeando su fiesta de casamiento, lo que al parecer es un estrés terrible (y en eso no la culpo, porque ya pasé por eso, aunque en mi caso fue para 80 personas y en el de ella para 320). No conoce el concepto de hablar bajo, y además acaba de sentarse a mi lado y me viene aturdiendo de cerca. 
Que los combos, que dónde va la mesa de los bombones, que cuánto sale el salón, que las luces en la pared y en el pasillo, que dónde va la torta, cuál va a ser la ubicación del fotógrafo, cuántas mesas de doce van a precisar...
Razones para no solo no casarme de nuevo sino no planear una fiesta más en el resto de mi vida.
Espero que Peluffo no me la haga difícil en ese sentido. Y si no que ponga una wedding planner. 

He dicho.



El Intercambiador Belloni tiene un reloj con la hora de salida de cada ómnibus. Como diría Susanita: ¡te juro que lo miro y me agarra como un status!!





8 horas (reloj) tomando examen en un liceo sin cantina. 8. Si alguien me sale hoy con la consabida frase de los 3 meses de vacaciones va a recibir un gruñido, un insulto gestual o un discurso de 40 minutos. No digan que no avisé.





Entro a facebook y leo: 
"Llegó el calor, los paseos y con él el momento de poner más hermosas aún a tus mascotas con toda nuestra línea de Cosmética!!!!"
Y yo que pensaba que el calor y los paseos eran el momento de dejarse llevar por la naturaleza, no maquillarse y vestirse casi de pordiosero.
Evidentemente, no llego al nivel mascota.




El chasco Kusturica
* Iba a ser en el Teatro de Verano.
* Parece que no vendieron las entradas que esperaban.
* Fue en Mdeo Music Box.
* Por el tema de la diferencia en el precio de las entradas hicieron unos vallados ridículos que dividían en sectores el ya de por sí magro espacio de MMB.
* Poco aire. Todo el mundo amontonado. Piel contra piel en el calor de diciembre, con pieles que uno no habría elegido, caso de querer un contacto cercano del tercer tipo. 
* Era a las 9. Empezó 9.24.
* El sonido, maso.
* Kusturica y el violinista, demasiado agitadores. TODO el tiempo pidiendo palmas, manos arriba, gritos... vaaamos!
* Hicieron subir a mucha gente en un tema, a los que plantearon coreografías, bailes, lagartijas y hasta un trencito onda carnaval carioca. Y a una chica: bailes reiterados con el violinista. Y a dos chicas: que sostuvieran una especie de arco de violín gigante para que se lucieran violín y guitarra. TOQUEN, carajo, basta de Showmatch.
* No hicieron los temas de Underground que yo esperaba. Si alguno de Gato blanco gato negro y Tiempo de gitanos.
* A las 10.50 se fueron. El bis fue de UN tema, repetido, uno sobre la cerveza, en español. A las 11 chau chau adiós todo el mundo, a buscar aire y espacio.

Es cierto, son buenos artistas, y lo que hicieron a nivel musical se disfrutó, pero el ambiente (por el calor, el poco aire, el nulo espacio) no ayudó para nada. Vi gente irse ya desde el primer tema. Mi amiga se fue a la media hora y a los diez minutos la siguió otro de mi grupo; quedamos dos, tal vez por ver si la cosa repuntaba y se hacía inolvidable. Pero no. No fue. En fin. No fue.





"Solo una cosa no hay: es el olvido", decía el viejo Borges, y yo humildemente coincido en la certeza. No puedo, no logro, no consigo olvidar. Algunas veces parece que sí, y pasa un día entero sin que las imágenes temidas aparezcan ante mi conciencia, pero sé que todo es inútil. 
Estás ahí, lo sé.
Estás ahí, al acecho.
Cómo olvidarte si te veo en el borde del felpudo, subiendo la escalera o entre la comida de mis gatas. Ya te salvé de morir ahogada ayer, araña gigantesca de seis centímetros de diámetro (con patas), no lo olvides. Estabas flotando, atrapada en el recipiente del agua de las gatas y fui yo (¡yo!) quien arrastró el viejo taper de Crufi hasta la puerta y lo volcó en el patio para liberarte. Sí, lo empujé con una escoba, es cierto, pero es que empezaste a moverte y mis manos se negaron a cooperar directamente. 
Hagamos un trato, araña. O te vas a vivir al jardín o te escondés para siempre debajo del sillón, pero no quieras vivir conmigo. No hay lugar para una tercera mascota, punto.
Ah, y decile a tu amiguita, la chiquita esa que hizo una preciosa tela en la cuerda de la ropa, que si puede vaya desalojando el área, que el fin de semana pinta soleado y voy a andar necesitando el tendedero. 
A ver si nos entendemos: ya no es mágico el mundo, tarántula de seis centímetros con todo y patas: mi casa tù y tus amigos me han copado. Ya no seré feliz, tal vez no importa. Ya no quiero compartir con ustedes la clara luna ni los lentos jardines, hoy solo tengo la fiel memoria y los fóbicos días. 
Aunque también tengo un Raid. 
Te aviso, nomás. 
Tengo un Raid. 

Ojo al piojo.





Ta. Listo. 
No solo empezamos la temporada de arañas por todos lados y mosquitos de vez en cuando: ahora resulta que también dejamos inaugurada la época de abejas que se meten en la cocina. 

Esto es culpa de Bonomi.




Lo bueno de vivir en mi barrio es que resulta virtualmente imposible pasarse de la parada por más concentrado en el celular que se venga. La cuadra de la Cutcsa, 8 de octubre y Habana, huele tan fuerte a caño desde tiempos inmemoriales que los de la zona ya lo tenemos integrado como parte del paisaje . Es una cuadra, solo una, y SIEMPRE huele mal. 
Y este ha sido el episodio sabatino de la fascinante saga: Misterios de la Curva. 

No se pierda los próximos capítulos, a esta hora, por este mismo canal.





Los años del liceo 30 dieron para todo... Incluso para participar en virtuales secuestros y a la vez colaborar con la investigación de los hechos. :)
Esta fue solo una de las múltiples formas de interacción no tradicional entre adolescentes y adultos en una institución que se permitió el juego, que se dio permiso para hacer opcionales los sábados, que propició la asistencia de los ex alumnos bajo la forma de líderes, que editó revistas, que hizo representaciones teatrales, que se abrió a la comunidad, que creyó en los gurises y en sus docentes, todo sin perder un ápice de nivel académico o de mutuo respeto entre las personas. Personas. Personas. 

La historia de Tablón es solo una anécdota emergente de la experiencia del 30 (que también, como el IAVA, es mi ex liceo como estudiante). Una de tantas.

http://www.ces.edu.uy/index.php/blog/20661-tablon-entre-el-amor-y-los-secuestradores-mariela-rodriguez






http://www.elpais.com.uy/informacion/ultima-esclava-frontera-hijo-musico.html

La esclava de la que habla la nota, Nemesia, era hija de padres que trabajaban para el Comendador Correa...
¿Se acuerdan de la herencia de los Correa?
Mi abuela Bahia había nacido en 1904. Nunca fue esclava, pero andá a saber hasta qué punto llegó a ser libre, mujer pobre con esposo ídem y doce bocas doce para alimentar. 
Cuando ya era muy viejita, es decir durante mi niñez, Montevideo fue inflamada por el virus de la herencia de los Correa. Se hablaba de sumas astronómicas de dinero que andaban boyando por ahí sin dueño legalmente asignado aún, y hubo un montón de chantas que lucraron engatusando a la gente para depositar dinero en investigaciones y litigios varios. Mi abuela no puso un peso, porque no tenía, pero sus hijos sí, y yo recuerdo a mis tíos pasar las horas de los domingos sentados en los troncos del frente de la casa familiar, comentando los vaivenes de la famosa herencia y calculando qué hacer cuando el dinero empezara a venir a carradas. 
Todos éramos muy ilusos en aquellos tiempos. 
Yo, por ejemplo, creía firmemente que la esclavitud ya no existía en el mundo, que los abogados eran gente seria y que mi abuela era inmortal.
Después crecí.







_ Boluda, ¿y mañana qué hacemos en la media hora, pedimos pizza de nuevo?
_ Y sí, boluda. Yo llego a mi casa como a las diez, no me voy a poner a cocinar.
(dos chicas con pinta de estar saliendo de algún local de venta de ropa)
...
_ Estoy esperando que esa mujer me ponga una nota, una hermosa nota. Y si no, no sé qué hago, porque la verdad es que la cabeza no me da para más, ¡no-me-da! 
(veterana charlando con amiga ídem)
...
Vamos a caminar tres días, y al cuarto empezamos a correr, ¿te parece?
_ Ta. ¿Y hoy cuenta?
_ No, empezamos a contar a partir de mañana.
_ Ta.
(voces femeninas a mis espaldas)
...
_ Vo... ¡la verdad que me saco el sombrero por esa veterana!
(péndex ciclista a su amigo, hablando de una chica muy linda de unos treinta y algo, que caminaba delante de mí y cantaba canciones a todo pulmón)
...
Las intersecciones cotidianas son como ventanas que solo se abren por un par de segundos ante el oído puesto en modo atención dispersa. 
_ Hola, squí estamos, esto somos, chau, nos fuimos. 
Microhistorias. Esbozos de futuros personajes. Collage de cabecitas y de sonidos que nos bombardean de modo amable pero ineludible en cada caminata por la rambla. 
Y seguimos adelante, mientras somos esquivados por corredores, ciclistas, patinadores y perros con correíta. 
...

Me pregunto hasta qué punto alguna de esas voces tal vez me represente. No, no voy a comer pizza mañana, ni a esperar por una hermosa nota ni a empezar a correr de acá a tres días, aunque si un péndex se saca el sombrero por mí no me voy a sentir para nada ofendida. Es más: probablemente solo siga caminando, pero empiece a cantar canciones a todo pulmón, como hacemos las veteranas de treinta y algo cuando estamos contentas.

Buenas noches.

Enrique

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Yo debí haber imaginado que nada bueno podía resultar de mi fugaz relación con Enrique. Los hombres que en esa época usaban bigote nunca eran buenos ni en el cine ni en la literatura; ¿por qué la vida real iba a ser una excepción? 
Pero no, no pensé.  
Lo había conocido en algún candombaile, en los ochenta. Él era alto, agradable y bastante interesante, si exceptuamos el tema ese del bigotito. Salimos a tomar algo una o dos veces, hubo unos mimos, nada importante. Yo no terminaba de decidir si Enrique me gustaba o no; por momentos era medio lento. La conversación no fluía naturalmente; a veces parecía no tener la más mínima habilidad social. Una noche paró el auto frente su apartamento y me invitó a subir, a lo cual obviamente me negué, porque en esa época a las invitaciones había que prepararlas, darles tiempo, remarlas mucho, cosas todas que no caían bajo la órbita de sus posibilidades. Creo que el pobre creía que teniendo auto y apartamento ya todos los sí se daban por sentados, pero yo estaba haciendo el IPA y Humanidades y no me iba a conformar con una masa muscular con auto, casa y padre adinerado, por más que, lo repito, la masa muscular no estaba mal a la vista. 
La siguiente vez que nos vimos yo ya había decidido que la cosa no iba más. Tenía que decirle que nuestro noviazgo formal de ocho o diez días tocaba a su fin y debía hacerlo en persona, dado que no solo no existían los celulares en esa época sino que en casa ni siquiera teníamos teléfono de línea. 
Habíamos quedado ya desde varios días que el viernes él me pasaría a buscar por la Facultad a las diez y media, hora en que salía de mi clase de Latín. (Entre paréntesis, el profesor de Latín era un dios, no sé si griego o romano. Cierro paréntesis.) Tenía pensado un breve discurso de despedida para cortar a Enrique sin mucha vuelta, pero cuando lo vi en la puerta de Humanidades esperándome, recién bañado, con su reciente corte de pelo y su ropa nueva… Me dio lástima, esa es la verdad. Ya no me gustaba para nada, pero el pobre se había preparado y era viernes por la noche, así que decidí que bien podría posponer el discurso para un ratito después, a la primera oportunidad. 
Por alguna recóndita razón que solo su extraño cerebro comprendería, Enrique me propuso ir a jugar a las maquinitas. No a las tragamonedas que hay en los casinos de hoy, sino a los juegos del estilo Pacman, Space Invaders, Frogs, que se disputaban durante un rato con fichas de costo moderado, luchando para que el cartel de Game Over no apareciera demasiado pronto en la pantalla. En esa época eran pocas las mujeres que se adentraban en Las Vegas y otros antros de perdición similares, que estaban socialmente un poco mal vistos e incluso eran solo para mayores de 18. Creo que él quiso invitarme a un sitio en que me pudiera dar clase de algo, sentirse seguro, qué sé yo. 
Apenas entramos propuso que jugáramos un partidito los dos, enfrentados aunque no en simultáneo, porque dos jugadores podían ir disputando de a una vida y comparando los puntajes. El problema fue que eligió el Gallagher y ahí firmó su rendición, porque yo era en ese tiempo una de las mejores jugadoras de Gallagher del mundo mundial, modestia aparte. 
Él, su ropa nueva y su bigotito, iniciaron las hostilidades y se fueron al muere en dos minutos. Yo me mandé un partido sublime, tanto como para que a mi alrededor se empezaran a congregar varios muchachos, porque estaba haciendo un puntaje récord y nadie podía creer que una mujer jugara tan bien a matar naves enemigas, dejarse abducir y combatir de a dos avioncitos a la vez. 
En cierto momento se ve que me dejé perder, no recuerdo muy bien esa parte de la noche. Yo era plenamente consciente de que tenía que darle a Enrique de una vez el Game Over, pero ahora encima me sentía culpable de haberlo vapuleado enfrente de toda la gente de las maquinitas, así que esperé a que estuviéramos sentados con una Coca Cola de por medio y ahí sí, pasar por el momento incómodo de la noche. O uno más, en fin. 
Subimos al auto y de pronto no me encontré en un bar tomando una Coca, como pensaba, sino en el Besódromo de Kibón, sola con Enrique y su bigotito. 
Uy. 
"No, mirá, mejor vámonos, porque es tarde y justo esta medianoche arranca un paro general, no voy a encontrar ómnibus para ir a mi casa.""Yo te llevo.""No, prefiero ir sola, no te compliques.""Yo te llevo; nos quedamos solo un ratito y yo te llevo.""Eeeh…"
Miré alrededor. Había cuatro o cinco autos, probablemente con igual número de parejas, distribuidos a cierta distancia en la explanada, bajo una noche oscura y sin estrellas, digna de ser vivida con otra compañía.  No daba para dilatorias: había llegado el momento de hablar. 
"Mirá, quiero decirte algo, me parece que esta historia no da para más, nosotros no tenemos casi nada en común, mejor la dejamos por acá." 
Él hizo un silencio, me miró como para decir algo trascendente y dijo la única frase que recuerdo palabra por palabra de esa noche:
_ Ah. Está bien. Y decime, vos… ¿no tendrías una amiga para presentarme?
Ahí tendría que haberme bajado, pero otra vez me pudo la lástima. El tipo estaba tan mal como para pedirme una amiga a mí, pobre. Le di un poco de charla para que no se sintiera tan rechazado, cosa que Enrique malinterpretó olímpicamente, porque lo siguiente que recuerdo es que de un manotazo le puso el seguro a la puerta de mi lado a la vez que trataba de abrazarme y darme un beso, mientras a nuestro alrededor pasaba el tiempo y los otros autos uno por uno se iban yendo. Yo no hubiera podido ganarle en una lucha, y si gritaba nadie me habría escuchado. Por suerte de algún lado (no sé de dónde) me vino la tranquilidad que necesitaba. Aflojé el rostro, me hice la no asustada, y como mimoseando me tiré un poco para atrás y levanté las piernas, recostándolas en el parabrisas del auto. Él me miró, creyendo que me ponía cómoda para que me abrazara mejor.
_ Me abrís la puerta del auto ahora mismo o te reviento el vidrio de una patada_ le dije, y sé que él vio en mis ojos que tenía toda la intención de hacerlo. 
Sacó el seguro de la puerta, pero cuando bajé los pies y vio que su parabrisas no corría riesgos intentó retenerme como fuera. Peleamos. No me pegó, pero era mucho más fuerte que yo y hubiera hecho lo que quería, si no fuera que el último auto, que ya estaba en marcha, frenó al ver que algo estaba pasando. Ahí me solté y salí disparada hacia la rambla. 
Era más de medianoche, en una madrugada de paro general. Enrique había quedado como aturullado por un segundo pero en seguida me siguió en el auto, y mientras yo caminaba por la vereda de enfrente él me gritaba que nada que ver, que yo había entendido mal, que él no iba a hacer nada que yo no quisiera, que subiera, que me llevaba a mi casa.
En ese momento apareció un taxi libre. No lo podía creer: ¡un taxi libre en la rambla de Punta Carretas, una madrugada de paro general! 
Subí. 
Al principio no dije nada, pero cuando el señor taxista vio que un auto con conductor de bigotito nos empezaba a seguir haciendo señas frenéticas de inocencia o qué sé yo, no pude evitar contarle los titulares de la situación. "Qué horrible", fue su comentario. "Qué desubicado. Aunque puedo entender que tratándose de una chica tan linda como vos él haya tratado de…"
Sonamos. Otro. 
Bajé en casa y cuando hube cerrado la puerta con llave me senté en el piso y casi lloro de felicidad. No me había pasado nada. Me había mandado una imprudencia que pudo salir de la peor manera pero ahí estaba, sana y salva. Casi me pongo a cantar del alivio, aunque juzgué prudente no hacerlo ya que mis viejos dormían profundamente y no había para qué despertarlos. De manera que me fui a dormir. 
Al otro día estaba a eso de las once de la mañana haciendo mandados con mi madre por la Curva cuando me preguntó quién era ese hombre que nos hacía señas desde un auto blanco, en la vereda de enfrente.  Lo miré. Enrique estaba con la misma ropa del día anterior, es más, parecía haber dormido ahí, en el auto. No sé, ni idea, no lo conozco, murmuré, y seguí con los mandados. 
Loco y pico, dios mío. Loco y peligroso. 
Un par de años después salí a bailar con alguien en otro candombaile, en el Defensor. Me acuerdo que esa noche había cantado Jaime Roos. ¿Cómo estás?, me dijo el muchacho, y recién ahí lo miré bien y vi que el que me había sacado a bailar no era otro que Enrique, el violento Enrique, aún con su bigotito infame. Maldito despiste que me hace olvidar las caras, problema de hoy que ya iba perfilándose en mis veintipocos. No. No. No. No. No. Lo dejé plantado en medio de la pista y me fui con mis amigos. Por suerte nunca más volví a verlo.
Qué habrá sido del loco Enrique y sus desórdenes mentales, me pregunto. Tal vez hoy sea un prohombre ejemplar, el padre de una alumna, un jefe de empresa, o un  conductor anónimo por las calles de Montevideo, uno de tantos. Tal vez da consejos o moraliza desde su sillón de cuero negro, tomando whisky y mirando la tele, rodeado de su familia, con un par de mascotas. Tal vez se cree buena persona. Tal vez se ha olvidado. Tal vez no.
El problema es que no es el único. Hay muchos Enriques en el mundo, con o sin bigotito. 
Escribo esta tarde sentada en la cocina de la misma casa a la que volví esa noche, y al revivir lo ocurrido siento exactamente el mismo alivio que entonces. Fue una historia ridícula porque no pasó nada, pero todos sabemos que para pasar del ridículo al horror a veces basta con dar un paso absurdamente pequeño: una distracción, un poco de confianza, un error, un horror. 
Hay muchos Enriques en el mundo. Con o sin bigotito. 

Juan y el 2002: una historia negra

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1
Juan había sido mi primer novio, allá por los años ochenta.
El padre, un gallego fuerte y de buen carácter, dueño de una quinta en las afueras, ni bien su hijo cumplió los 3 años de edad ya le había permitido sentarse al volante del tractor y empezar a tomarle el gustito a los fierros. Cuando lo conocí me impresionó (como a todos) la velocidad desquiciante con la que manejaba, aunque justo es reconocer que lo hacía con una pericia inigualable. Él no sabía lo que era andar en ómnibus, y nunca lo había sabido. Formaba parte de esa minoría montevideana que siempre contó con un par de coches en la familia, de manera que ya desde la adolescencia sus salidas eran con auto propio o de los padres.
Su vida entera giraba en ese tiempo en torno a la velocidad. Había incursionado en el motocross, los domingos de tarde me llevaba a ver las carreras en el Autódromo de El Pinar, el programa preferido de televisión era El auto fantástico y la película que más le había gustado había sido “Christine, el auto del demonio”. Nos pasábamos las horas en las salas de maquinitas, yo en el Pac Man y él en mil jueguitos de carreras de los que no guardo el menor recuerdo. Sus mejores amigos eran mecánicos. En mi cooperativa dos por tres lo paraban los vecinos para gritarle que sacara la patita del pedal, que ahí había niños y su velocidad era de lo más imprudente, hasta que cortaron por lo sano y nos llenaron las calles con los lomos de burro que aún soportamos.
Juan Ramón y yo estuvimos tres años de novios y en ese tiempo lo vi cambiar varias veces de auto, pero a ninguno amó tanto como al BMW 2002 que se compró allá por 1985 Ni siquiera yo competía con la Bemba de sus amores. 
Ese 2002 era un auto usado, pero no mucho. Él estaba orgulloso de haberlo pintado de blanco con detalles en rojo, y lo único que le preocupaba era no haber podido sacarle tres grandes manchas ovaladas que su auto tenía en el tapizado del techo. Cada vez que lo lavábamos (porque yo lo ayudaba, obviamente, a cuidar de la criatura) trabajábamos infructuosamente probando diversos productos para eliminarlas, pero nunca lo logramos. Recién al momento de venderlo nos enteramos de que el BM había pertenecido en primer término al dueño de una automotora, que apenas lo compró llevó a su familia de paseo a alguna playa brasilera. Las manchas en el tapizado eran la huella imborrable del accidente que le costó la vida a su mujer.
Ahí terminé de confirmar lo que siempre había sospechado: ese auto estaba maldito, y con el tiempo no hicimos más que ir acumulando pruebas.

2

Los viernes de 1985 canal 4 tenía un ciclo de cine de terror llamado Viernes 13, que empezaba a eso de las diez y pasaba varias películas, una detrás de la otra. Uno de esos días, en especial, no hubo fantasma o demonio que le produjera a Juan Ramón una impresión más fuerte que la que tuvo al pretender irse de mi casa y descubrir, ante la calle desierta de la madrugada, que alguien le había robado a su hijo. Digo, a su auto.
No era cuestión de perder tiempo en inútiles lamentaciones: de inmediato despertamos a mis viejos y ellos y yo lo llevamos en el Lada de mi padre hasta la quinta de los suyos, que era en las afueras, cerca de Toledo Chico.
Ya estábamos mis progenitores y yo volviendo hacia Arbolito cuando lo vimos aparecer a toda velocidad por José Belloni en el FIAT 128 verde de la madre. Venía dispuesto a buscar a su auto por toda la ciudad. En un segundo bajé del Lada y ofrecí acompañarlo. A mis viejos la idea no les pareció de lo más acertada pero sabían que no había forma de que yo lo dejara solo en esa búsqueda, y no dijeron nada.
Dimos vueltas y más vueltas. El 2002 era bastante fácil de reconocer con ese colorinche de blanco y de rojo, y en una estación de servicio el empleado nos dijo que lo había visto pasar hacía como una hora rumbo al centro. Es decir que lo estaban paseando. Seguimos el recorrido por calles y avenidas hasta que en cierto momento, en medio de Villa Española, Juan apagó de pronto el 128 y se puso a escuchar.
_ Lo estoy oyendo.- me dijo- Escuchá: ese es el ruido de mi auto.- Yo no había oído absolutamente nada, pero él reemprendió la marcha, persiguiendo el sonido como sabueso que se pega a un rastro apenas perceptible, hasta que lo vimos.
Iban dos muchachos en él. Juan aceleró y el 128 arrancó con un rugido que me hizo reconsiderar mi imprudente decisión de acompañarlo en esa empresa de locos. Los ladrones lo vieron, se dieron cuenta de lo que pasaba y aceleraron a su vez. 
Había comenzado la cacería.
Anduvimos a toda carrera, derrapando y tomando curvas a una velocidad demencial durante cinco o diez minutos que me parecieron siglos. Yo iba lívida, prendida con todas mis fuerzas al asiento con la mano izquierda y a la manijita del techo con la derecha, gritando como una condenada, a la vez que Juan no emitía una palabra ni escuchaba un grito, concentrado en la afrenta y sediento de sangre, no sé si solo a nivel metafórico. No teníamos celulares en ese tiempo, y no cruzamos un patrullero ni por casualidad, hasta que en cierto momento ellos dieron la vuelta a la Plaza del Ejército en una curva demasiado cerrada, derraparon, medio se treparon al cordón, la rueda se pinchó o se tajeó (no sé bien), hubo un vertiginoso zigzag y de pronto el auto se detuvo y ambos ladrones se bajaron y echaron a correr hacia lados opuestos. Un muchacho que iba en un carro cargado de verduras hacia el Mercado Modelo se bajó a ayudar, al tiempo que Juan hacía lo propio, y entre los dos atraparon al que había ido manejando, un flaquito de unos 16 o 17 años. El otro se escapó escurriéndose por algún patio.
Llevamos al muchacho a la Seccional 16, donde radicamos la denuncia. Yo ni lo había mirado mucho, pero cuando el policía de turno le preguntó sus datos filiatorios y él dio la dirección casi me caigo redonda: era un vecino de la cooperativa, que había sido mi amigo cuando recién nos habíamos mudado, y de quién yo no tenía le menor idea de sus actividades delictivas. De todos modos era menor y no permaneció mucho tiempo detenido. Días después le contó a mi vecino de puerta que se había llevado el BM porque fue una tentación verlo ahí, con las puertas abiertas y la llave puesta, lo cual era cierto, porque Juan en su soberbia de esos tiempos creía que como la llave andaba mal solamente él era capaz de encender a su auto, cosa que evidentemente distaba mucho de ser cierta.



3

Al año siguiente, en setiembre de 1986, yo estaba una tarde a la hora de la siesta en mi cuarto cuando escuché claramente que mi viejo me llamaba y me asomé a su dormitorio.
_ ¿Qué querés?- pregunté.
Mi vieja y él me miraron con desconcierto.
_ ¿Eh?
_ Que por qué me llama el Cele.
_ Yo no te llamé, Mari.- respondió mi padre, y ambos me miraron como si estuviera delirando. Pero yo había escuchado una voz, de eso no había la menor duda. ¿Teníamos fantasmas en Arbolito? No quise pensar mucho en el asunto, bajé al comedor y me puse a estudiar algo.
A la media hora sonó el timbre: eran dos amigos de Juan Ramón, que me miraron con cara de circunstancias.
_ Eeeh... No te asustes, pero hubo un accidente, Juan chocó el 2002. Está vivo, pero aún no sabemos nada. Vení que te llevamos al sanatorio.
Hice todo el viaje sin hablar, excepto cuando estaba por bajarme, que les pregunté:
_ ¿A qué hora fue?
_ Dos y diez.- me dijo uno de ellos, pero yo sabía que no era cierto. No había sido dos y diez, sino dos y ocho, exactamente cuando había sentido el llamado. Ellos simplemente supieron la hora aproximada.
Juan Ramón la sacó barata, dentro de todo. Había estado corriendo picadas con alguien, perdió el dominio, chocó contra una pared y rebotó en un poste con el cartel de la flecha de una calle. Este último había sido doblado en ángulo recto y entrando a través del parabrisas lo había casi casi decapitado. Por suerte el acompañante no se hizo nada, o nada serio, al menos. Los médicos de Casa de Galicia fueron unánimes en que Juan ese día había nacido de nuevo. Medio centímetro más, tal vez incluso menos, y el corte le hubiera seccionado la yugular. Pero esa, como dicen los viejos, no era su hora.
El tiempo de la internación lo vivimos su madre y yo de forma casi permanente en el sanatorio. Las dos primeras noches pasamos pendientes de que el movimiento de la respiración no se hubiera detenido, porque a veces hay secuelas a las horas; uno nunca sabe. Yo miraba fijamente la sábana blanca sobre su pecho mientras él dormía, muriendo de angustia ante cada segundo de inmovilidad. Más adelante se le permitió recibir visitas: aparecieron sus amigos, mis padres, los abuelos. También fueron mis amigas, con una de las cuales terminaría él viviendo unas décadas más tarde, y los padres de un amigo de él, que un mes después moriría en otro accidente de tránsito. La vida es imprevisible y sus guiones siempre nos descolocan para bien o para mal; no puedo agregar otra cosa.

Como consecuencia del accidente le quedó una gran cicatriz en el cuello. Juan Ramón estuvo unos días internado y volvió para su casa, donde por mucho tiempo el padre le mostraba a cada visita la camisa ensangrentada que su hijo había llevado puesta ese día, que por suerte para él no había sido el último. 
No pasó mucho tiempo sin que volviera a pisar el acelerador a fondo; esas cosas no se cambian por un susto, por más de vida y de muerte que haya sido. Y por ahí debe de andar, espero, persiguiendo un destino que quién sabe qué le tiene deparado, pero no conmigo. Por suerte. 

Enero 2017

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"Mis amigos son unos atorrantes" cantaba Serrat.

"Y los míos unos despistados", agrego yo al leer este mensaje que recibí ayer, aunque no le doy mucho corte; estoy ocupada guardando en la heladera la porción de muzzarella que pedí que me envolvieran para llevar y solo 14 horas después recordé haber dejado prolijamente empaquetada adentro de la cartera.




Cualquiera que me conozca un poco sabe que el carnaval no me gusta. Me aburren los desfiles, no me hacen reír las murgas, las letras me parecen trilladas, soy incapaz de ver un espectáculo carnavalero sin bostezar y desear estar en otro lado. 
En teoría acepto todos los argumentos que quieran: la enorme mayoría de mis amigos ama estas cosas y ya me han tratado de convencer de todas las maneras posibles, pero en la práctica... No. No me gusta. Y no es que no conozca, ¿eh? Toda la vida he visto carnaval; he ido a tablados, a desfiles, al Teatro de Verano, lo que quieran. Conozco las murgas de antes y las de ahora, tengo conocidos que participan, me gusta el ambiente humano que acompaña todo esto, tengo licencia casi del todo en febrero y estaría buenísimo que me gustara. Pero no. 
Lo único que me conmueve -y eso sí, hasta la raíz del pelo- son las comparsas. Con o sin negros, con o sin vestuario, por Isla de Flores, por la principal de Valizas o por cualquier calle de barrio, los tambores y el baile de esta gente me erizan y me convocan. 
Estas fotos son de ayer, en Malvín. No sé si era la Gozadera o alguna otra (la verdad, ni idea), pero apenas aparecieron salí del bar en que estaba y corrí a ver y escuchar. Qué placer. Algún día tengo que aprender a bailar como estas mujeres, aunque no encare sus tacos de veinte centímetros. Cada vez que pasa la Roma por la puerta de casa me dan ganas de sumarme y seguirlos en su breve recorrido por el barrio, pero no me animo. Todavía no me animo. 
Así que ya saben. No me inviten a un tablado porque no voy a ir, pero si el mes que viene se van a dar una vuelta por las llamadas, llamen, que para entonces voy a estar haciendo un curso de fotografía y capaz que hasta puedo registrar algo que no sea borroso y todo. Creo.





_Una ternera es eso. Una vaca nena. Mujer.
_ Pero yo digo otra cosa. 
_ Vos decís un novillo. Un novillo es una vaca hombre. Toro.
_ No...
_ Entonces un buey. Vaca hombre. 
_ Lo que yo digo es una vaca con cuernos.
_¿ Una vaca con cuernos? ¡Esa es mi madre! 
_¡Ja ja!


Diálogos adolescentes de medianoche en el STM, ay, ay, ay...




Cuando la abeja gigante se metió zumbando en mi cocina esta mañana no dije una palabra. Solo esperé a que se fuera y a los quince minutos, viendo que no captaba la condición intraspasable del vidrio de la ventana, me tomé el trabajo de atraparla en un recipiente y soltarla al patio, donde le costó un poco entender la libertad pero al final se alejó volando rauda y veloz.
Cuando la idiota cucaracha se dedicó a tomar clases de natación gratis en el bebedero de Roldana tampoco dije nada. Me dio asco, pero como pude tomé el táper Crufi (me fijé y sí, la RAE recomienda "táper" en vez de taper, tuper o tupper) y tiré el agua del recipiente con nadadora y todo por la ventana. Creo que ella debe haber captado mi determinación de no perdonarle la vida si se vuelve a cruzar en mi camino, pero no estoy segura: los rasgos faciales de las cucarachas no son precisamente lo que yo calificaría de expresivos.
Cuando la cortina celeste se convirtió al mediodía en telo de moscas dedicadas a escenas de sexo explícito a medio metro de mi cara tampoco me quejé. Les saqué una foto, eso sí, para que aprendan a ser un poco más discretas, pero incluso me fui por un ratito al patio para no interferir con su feliz intimidad insecteril.
Pero que se me meta un mosquito en la nariz ya es demasiado, Señor Juez. Basta de maltrato humano. Por un verano digno y sin picaduras: Off irrestricto, tules mosquiteros y/o sapos ídem para todos ya.

Espero su respuesta, Señor Juez. No se demore, ¿eh? Mire que en Arbolito tenemos insectos para dar y repartir en todas sus oficinas. Piénselo. Le doy 24 horas. No se demore. Espero su respuesta.




El secreto de mis ojos
Esta soy yo. 
Esta soy yo con lágrimas artificiales y antibiótico. 
Esta soy yo cuando llevo varios días con dolor ocular y de pronto me viene desde el fondo de la memoria un instante en la mañana del 31 de diciembre, cuando el chicotazo de una rama del jardín me pasó rozando. La sentí. Sentí el contacto con el ojo, aunque pensé que por suerte no me había hecho nada. Y en verdad no me hice mucho, solo lo suficiente como para que me duela un poco desde hace diez días, en fin. La doctora me estuvo explorando hoy y me lo pinchó sin querer, que le vamos a hacer. Espero no llorar cuando me llegue la factura de la consulta en la Clínica Meerhoff (que si no es barata no será por falta de nombre).

Todo esto para decirles que si me ven un tanto desmejorada no crean que ando con alguien que me golpea. Es solo un caso más de torpeza doméstica. Otra vez. Y van...






_ ¡Dame comida!
_ Ya tenés ahí, en el plato.
_ No, pastillitas no. Atún, digo. 
_ También tenés puesto. 
_ Ah. Pero ahora no tengo hambre. 
_ Entonces dejá de mirarme TODO el tiempo.
_ ¿Dónde está mi hermana?
_ ... Eeeeh... Vení, acá te pongo atún nuevito, ¿querés atún?
_ No. Quiero ir al fondo. ¿Por qué hoy no puedo ir al fondo?
_ Porque le pasé protector a las maderas y si salís vas a quedar llena de Incastain.
_ ¿Eh?
_ Que no salís. 
_ Entonces voy a seguir mirándote fijo. 
_ Bueno. Quedate ahí, mientras me como la última rodaja del pan de banana.
_ Yo quiero. Dame.




Desperté con esa sensación de angustia propia de los sueños oscuros que no han logrado alcanzar un desenlace liberador antes de la interrupción de la historia.
Había estado un rato de visita en la casa de una hermosa mujer de unos treinta años que se negaba de plano a reconocerlo pero era a todas luces maltratada física y mentalmente por su marido. Ella era muy bella, eso es lo primero que a uno le impresionaba al verla. Se había ido rodeando de una gruesa capa de grasa para invisibilizarse ante el resto de los varones y conjurar los celos del animal, pero así y todo deslumbraba a hombres y mujeres a su paso. También era cálida, afectuosa, de una inteligencia superior. 
La había conocido recién; mi visita a su casa fue la de alguien que iba a buscar algo que ella tenía, un objeto, algo del orden de lo material, no recuerdo bien. Llegué en compañía de su mejor amiga; la charla entre las tres se desarrollaba con amabilidad y sin contratiempos hasta que llegaron el marido (un alfeñique con rostro de poca cosa, proclamando desde lo corporal la insignificancia del adentro) y un par de amigotes (que no eran tan malos como él pero no intervenían en la situación). 
Todo el tiempo que duró ese encuentro de a seis fue de una violencia agazapada y nunca explícita, terriblemente angustiante. Las indirectas, las miradas, los tonos del hombre parecían apuntar a un desencadenamiento brutal de los hechos en un futuro cercano, al tiempo que la víctima trataba infructuosamente de hacer como si no se diera cuenta. Aquí no ha pasado nada, esto es una equivocación del que mira, mi marido no es tan malo, me quiere, se siente inseguro, algunas veces se excede un poco, socorro, por favor, tengo miedo, hagan algo, ayúdenme. 
Como dije al principio, desperté antes de llegar a algo que pudiera parecerse a un desenlace. Roldana siempre ha sido muy demandante pero este año, con la soledad, se ha puesto aún peor y mi inconsciente está más dispuesto que antes a escuchar sus planteos sonoros y reaccionar despertando

Sé que los sueños, según a quién le preguntemos, son conglomerados simbólicos, comunicaciones con la divinidad o captación de señales que otros nos envían en clave de argumentos e imágenes. Yo no he vivido situaciones de violencia, no sé de personas cercanas que hayan pasado por esto, ni siquiera he estado leyendo o viendo películas que traten del tema. Eso me deja en la extrañeza de cómo pude sentir tan a lo hondo y en carne propia la angustia, la impotencia y la rabia de asistir a una escena como esta. La sensación del testigo silencioso que siente que se viene algo, que nunca más va a ver a estas personas, que no puede hacer nada, que ni siquiera llega a romper el silencio de la víctima pero sabe que esto va a continuar hasta la muerte, fue espantosa. 
Desperté con una herida en el alma, sin saber si culpar o agradecer a Roldana por sacarme de esa casa.
Y aquí estoy, desayunando con mi gata en una mañana de Reyes soleada y silenciosa. Si alguien precisa una oreja, ya sabe dónde encontrarme. Aconsejar tal vez no es lo mío, pero escuchar, escucho. 

Buenos días.



Subí al 404 por apenas tres paradas, y me senté detrás de una madre muy jovencita y su hijo rubio de unos dos años. Ambos venían jugando y riendo a las carcajadas, lo cual en principio me pareció un buen cuadro familiar, hasta que les presté atención. 
El niño hacía cualquier cosa: gritaba, pateaba el ómnibus y tiraba sus ojotas varios asientos para adelante. Ella y él se pegaban en broma pero con sonido; no parecían madre e hijo sino dos cachorros juguetones, un poquito bestias, como todos los cachorros. 
En cierto momento la chica quiso cortar el juego y le dijo en tono tranquilo: 
_ Ta, ya me enojé. Me voy a bajar y te voy a dejar acá y te va a agarrar el hombre de la basura y te va a tirar a una piscina sin flotadores. 
El rubiecito festejó la ocurrencia redoblando la risa y la mala conducta. Yo me bajé redoblando la incredulidad y la preocupación a varias puntas., con solo una palabra que tendiera a neutralizar el caos en mi cabeza: educación. 
Tal vez no sea suficiente pero si ineludible. Importante. Esencial. Urgente. Sí o sí.
Saludos desde mi segundo bus, que viene con Petinatti a todo volumen.

¿Decíamos...?




Ayer de noche un tipo entró armado al almacén de mi cuadra y encañonó a todos, incluyendo un niño pequeño, para llevarse la plata.
Hoy acá nomás dos en moto persiguieron a una mujer que venía de cobrar; ella se bajó de un taxi y ellos la rodearon y le sacaron la cartera. Dicen que los vecinos salieron y agarraron a uno.
Hace diez minutos me golpearon la puerta: era un vecino para pedirme que dejara la luz de afuera prendida, que hubo un problema en la iluminación exterior de toda la cooperativa y las calles están a oscuras. Al ratito, otro golpe. Casi no abro, pero al final encaré, y era una chica de la empresa de seguridad con el mismo pedido. Igual la luz de afuera la tengo rota (una de varias); el mantenimiento de las luminarias en esta casa no es la prioridad 1, al menos hasta hoy. 
Complicada situación en mi barrio, parece. 
Yo también ando con bastante miedo, pero no de que me roben sino de llevarme por delante la tela de araña enorme que una ídem marrón consideró apropiado tejer en mi patio del fondo, entre las dos cuerdas de la ropa. Por ahora no abro la ventana. Las remeras que tenía colgadas cuando la vi, ahí se quedan. 
Mañana será otro día. 
Así está el mundo, amigos.



El colegio Integral, en el que trabajé hasta hace dos o tres años, resultó ser para mí bastante pródigo en el conocimiento de personas singulares, y una de ellas fue Darío.
Darío fue mi alumno en uno de los cuartos del último año que estuve allí, y no estaba en el top 5 de mis estudiantes más amados de la generación, pero sí entre los diez o veinte preferidos (todos los tenemos, no importa qué digamos a los demás; los tenemos porque nos identificamos con ellos, porque nos preocupan sus problemas o porque sencillamente los admiramos).
Darío era un genio de la informática, y no le gustaba leer textos recreativos. Un día incluso, mientras estábamos debatiendo el tema de la lectura en su generación, si libro papel o ebook, si la materia Literatura debería cambiar de enfoque, si era mejor ir al cine antes o después de leer el texto, etc., (porque los integrales son unos estudiantes muy particulares y aún a los quince años estos temas les interesan en serio), él levantó la mano y confesó que nunca había leído un libro por gusto. Estupor generalizado entre sus compañeros. ¿Nunca? ¿En serio? Darío lo pensó, lo pensó, y a los dos minutos volvió a levantar la mano.
_ Ah, sí, una vez leí un libro por gusto, ahora me acuerdo. La biografía de Donald Trump.
A veces durante una dinámica grupal o alguna tarea para hacer en clase Darío se venía a mi escritorio y charlábamos del tema. Estaba muy preocupado porque las clases de Informática no enseñaban nada que no supieran y porque no los estaban preparando para el futuro. Él no las necesitaba; hacía rato que había superado con creces el nivel de lo que se enseña en el liceo, pero sentía que su generación necesitaba una revisión de esos cursos y de todo el sistema educativo en general. Y no eran charlas vacías o simples exposiciones de deseos adolescentes, irrealizables y utópicos, no. Él realmente meditaba los temas pedagógicos con una madurez impactante.
Por orden de la dirección había un orden estricto para sentarse en el salón de clase. Cada estudiante dejaba durante todo el año sus libros y útiles en la repisa inferior del banco, y para eso era mejor evitar las itinerancias. A Darío le había tocado en el fondo, casi en un rincón del salón, y era típico que si tenía que intervenir para argumentar algo, especialmente si iba a plantear una postura discrepante con la mayoría, lo hiciera de pie y moviendo los brazos, como un político. Y lo era. Vaya si lo era. Capaz de hacer una enérgica diatriba contra un emprendimiento de la clase (como la representación teatral a fin de año, para recaudar fondos destinados al viaje de la generación a Israel en febrero) y a los tres días, con igual energía y convicción, defender la realización de la misma.
_ Mari, si sale la representación yo te ofrezco iluminación, sonido y efectos especiales.- me dijo una mañana, durante un recreo. 
_ Mirá, Darío, lo del teatro es complicado y no sé si lo vamos a hacer. Hay muchas variables, yo todavía lo estoy pensando. 
_ Pero tenés que hacerlo, y vos sabés que tenés que elegir a los mejores para que te acompañen en esto, porque está en juego tu buen nombre ante la institución. 
_ ...
Ahí por la mitad del año resultó que Darío tenía baja Literatura, y a partir de ese momento nunca más pude caminar sola por el patio del colegio: se me aparecía todo el tiempo al lado, como una sombra, para pedirme tareas extras y para recordarme que había intervenido tal número de veces o que ese día había demostrado tal o cual conocimiento en mi materia. No era un estudiante muy aplicado, pero en esos meses trabajó en forma aceptable en clase y harto insistente en el patio, y si no me equivoco terminó aprobando con 7.
Una vez les puse un poema nuevo en el escrito para que fundamentaran si era o no un romance. Él al leerlo puso cara de no entender y levantó la mano. 
_ Mari, acá hay una palabra que no entiendo: ¿qué son los gorriones?
Silencio estupefacto de docente y estudiantes. 
_ Gorriones, Darío, los pajaritos grises que andan por todos lados.
_Ah.
_ ¿En serio preguntaste eso? 
_ Sí. 
_ ¡Ah, pero te falta mucha naturaleza!
_ ¿Ah. sí? ¿Y qué es un ... ? - y nombró algo que me sonó a chino básico mezclado con swahili.
_ No sé, ni idea.
_ ¡Ah, pero te falta mucha informática!
Y todos nos reímos.
Cuando Darío supo (porque lo mencioné en clase) que iba a estar en Nueva York ese verano, enseguida empezó a organizarme el viaje. Que tenía que ir a tal o cual museo, que el mejor lugar para compras era el mercado tal, que tomara este o aquel medio de transporte, que esto, que aquello... Él iba a ir a USA un poco antes de fin de año, en uno de esos viajes en medio del año lectivo como si nada que son tan comunes entre los estudiantes del Integral. Desde allí me mandó, a través de un compañero, una foto suya en el Capitolio aparentando dar un discurso político ante el atril de Obama, y no sé por qué pero la imagen no me sonó descabellada. Para nada.
Hoy abro la página del diario y lo primero que veo es su foto acompañando un largo artículo con el siguiente titular: TALENTO URUGUAYO Tiene 18 y contrata a ingenieros. Un uruguayo, que priorizó su proyecto personal al liceo, creó un videojuego destacado por Apple". Y no me sorprende. 

No sé por qué, pero no me sorprende.



Impresiones Pre Reyes:
1. 8 de octubre está desde la mañana convertida en gigantesca feria, con alta densidad poblacional.
2. Montevideo Shopping hasta este momento se mantiene en un número amable de compradores. Amo la tienda Límite, donde las tres vendedoras tienen mi edad y mi silueta.
3. Tienda Inglesa comienza a superpoblarse. Sus estantes proponen a Ludovica, Caras, Crucigramas y guías de viaje a Miami como lectura de verano.
4. Montevideo no está aún vacía, pero casi.
5. Espero que ningún ladrón haya visto que cambié euros en el Cambio Gales. 5 euros. 5. El vendedor me miró como con lástima, y más cuando pagué de una vez la totalidad de la deuda con la tarjeta VISA: un dolar.
6. Soy una consumista.
7. Soy una consumista casi sin batería.

8. Hasta luego.





La mañana de ayer fue terrible y deprimente. Quizá eso, sumado al fin de año y el calor agobiante de la jornada, explique por qué en cierto momento tomé una decisión y a eso de las once hice una mochila a las apuradas y arranqué para Tres Cruces sin tener pasaje y sin siquiera haber consultado previamente los horarios a Santa Lucía del Este. 
Un muchacho muy amable me atendió en el mostrador de COPSA.
_ El próximo sale 14.50, pero no hay asientos. Si no, tenés uno 12.50 que te deja en la carretera. Igual que el otro, sin asiento. 
Miré el reloj de la empresa, a sus espaldas: eran las 12.15. No me importaba la demora ni el ir parada, pese a que el tendón de Aquiles del pie derecho me estaba doliendo mucho. Había hecho un pozo en la tierra del jardín empujando la pala con él y ahora empezaba a pagar las consecuencias. Por sobre todas las cosas tenía la necesidad imperiosa de alejarme de Montevideo, especialmente de mi casa.
_ Ta, todo bien, dame un pasaje en ese.
_ De todos modos, hay algunos asientos reservados que no han venido a buscar. Hasta 15 minutos antes tienen tiempo; si querés date una vuelta 12.36 y vemos si quedó algo. 
_ Bueno,gracias, muy amable. 
Y sí había. El viaje fue veloz, en un bus de esos espectaculares que ponen para los viajes a Punta del Este, y en una hora escasa ya me estaba bajando en la entrada principal del balneario, donde estaba esperando mi amiga para llevarme a la casa. 
Una vez instalada hubo dos cosas dos que llamaron poderosamente mi atención: el color verde turquesa del mar y el estado lamentable de muchas plantas y árboles a la entrada de la casa. 
_ Fue una granizada hace como diez días. -aclaró Marila- ¿Te acordás el día de la turbonada en San Carlos? Acá cayó granizo, y parece que fueron piedras enormes. Cuando llegué esto estaba lleno de ramas cortadas y sobre todo los aloes perdieron muchas hojas por las piedras. 
Y era verdad. Las plantas tenían la mitad de sus hojas truncadas, estaban rayadas, heridas. Muchas ramas de las acacias presentaban huellas desolladas de la tormenta. Aquello debió ser aterrador. 
Por suerte el 31 de diciembre presentaba un aspecto infinitamente más amable, y apenas el sol dejó de estar achicharrante bajamos a la playa. El agua estaba increíble, esos cuarenta centímetros en los que me metí eran verdes, transparentes y a buena temperatura. Cada ola dejaba ver el fondo de arena y piedras de colores, la arena estaba suelta y tibia, las personas en número agradable, las aves muchas, los perros solo uno, los caracoles dos.
Los vecinos de al lado se fueron a pasar las fiestas a Montevideo; Marila, quedó encargada de su perro Tiger, que es marrón y mimoso, y no sabemos por qué ni nombraron al gato, al cual desde esta casa apodamos Descarriado. No le dejaron comida, no hicieron recomendación alguna; parece que para ellos solo existe Tiger, el gato ni nombre debe tener, pobre. Él es arisco y tiene una cicatriz en la cara. Alguna vez atacó a Pipín, por lo que no lo apreciamos especialmente, pero nos da un poco de pena. El perro y él descansan muchas veces uno al lado del otro, pero cuando nos acercamos a Tiger o siquiera le hablamos de lejos se ve que se siente en falta, y corre al gato. Debe tener órdenes de arriba (léase dueño), suponemos. 
Pipín está en el balneario desde hace varios días, y ya ha tenido algunos encontronazos con la fauna autóctona. Una tarde estaba comiendo pastito en el fondo y hubo de soportar el ataque y las burlas de dos horneros, un benteveo, unas tijeretas e incluso una ratonera que lo estuvo rezongando a un volumen tan alto que el pobre salió raudo y veloz para adentro de la casa, con el pasto a medio ingerir. Desde entonces prefiere ir al frente, donde escondido entre las plantas cree que va a atrapar a un lagarto o un pajarito, aunque suele conformarse con algún insecto desprevenido. 
Nuestra cena fue una sinfonía de colores y sabores servida en el porche bajo un cielo estrellado y con relámpagos tenues hacia el horizonte. Definimos una constelación nueva y la bautizamos Fellinus; tiene muchas estrellas en su interior que se organizan en triángulos y ya bautizamos las principales con el nombre de los gatos que han sido significativos en nuestras vidas. 
A la medianoche (justo después de que termináramos nuestro karaoke en el porche) hubo fuegos artificiales por más de veinte minutos. Tiger estuvo muy asustado, Pipín bastante tranquilo, y de Descarriado nada supimos hasta que lo volvimos a ver hoy. Los vecinos del fondo tenían cierto estrépito fiestero pero no excesivamente molesto, por lo cual dormimos de lo mejor; recuerdo haber escuchado incluso varios temas de Buitres, es decir que son vecinos con buen gusto musical, lo cual no es poco. 

Y así terminó un día que arrancó muy mal pero fue mejorando con el paso de las horas. Y empezó el 2017, lejos de casa pero no tanto, cerca del mar, malcriada por mi amiga y mimada por muchas voces virtuales que se hicieron presentes, solidarias y afectuosas. Es decir que no puedo (ni quiero) quejarme. ¡Feliz año!


Escenas del primer día del año
Diálogo matinal sobre la arena.
_ Podríamos caminar un poco... La playa está preciosa hoy. 
_ Sí... Pero la tormenta se viene, y capaz que caen rayos.
_ Ah, sí, en esta playa han caído varios, pero igual no hay problema: yo me erizo antes de que empiece a llover, así que estamos sobre aviso.
_ Perfecto entonces. 
_ Sí. El único problema es que me erizo solo cinco minutos antes. Tenemos poco margen. 
_Uh.
Y se vino el erizarse, la tormenta, el viento, la lluvia. Y pasó. Y volvió a salir el sol.
Los perros en este balneario son bastante homogéneos: la mayoría son caniches o labradores colar arena. Hoy bajamos a la playa y vimos cinco arenosos. Una comparsa: los labradores de Santa Lucía.
En el frente de la casa hay, en un saliente, un agujero cuadrado donde antes había una campana. Ahora ese es el feudo de Ella Laraña, una señora negra, regordeta y muy tejedora. De día su tela no está a la vista, pero cada noche Ella vuelve a armar la telaraña más perfecta, fuerte y elástica del mundo. 
Pipín tuvo ocasión de comprobarlo hace unos días, cuando escapaba de un benteveo. Trepó al saliente y de repente quedó detenido por una barrera casi invisible pero muy pegajosa. Se le contrajo la cara de la desagradable sorpresa, al tiempo que la araña, igualmente descolocada, salía a toda velocidad a esconderse de ese novedoso predador con bigotes, pañuelo verde y cascabelito al cuello.
Hoy con el almuerzo descorchamos una botella de Il Santo, una especie de licor de vino que yo había traído della Italia, más precisamente de lo de don Ariosto, en Barga. Delicioso. Más que eso. Inefable.
Las siestas regadas con Il Santo y sonorizadas con el rumor de las olas duran un poquito más que las habituales. Solo un poquito: dos horas y media. Sin comentarios. Hic.
Competencia en el cielo: puesta de sol rosado con rayos oscuros versus luna anaranjada sobre el horizonte. El resultado es empate, con una humanidad entera mirando hacia arriba boquiabierta ante tal espectáculo. Bueno, no toda la humanidad. Pero casi.
¡Pica bichito negro tamaño gato de un mes corriendo por el camino! Pudo ser un tucu-tucu, una apereá o algo parecido. Lo vi entre las sombras de la noche. Corría como si flotara, etéreo, ligero, silencioso.

Hoy tampoco me metí en el mar. Qué le vamos a hacer: nadie es perfecto. Y así fue el arranque del año en Santa Lucía del Este. Ya habrá que volver a la realidad de Montevideo. Por ahora me quedo con las olas y el viento, sucundún, sucundún, y el ruido del mar, yalalalalala. Efectos tardíos de Il Santo, estimado lector... Ya volveré a mi seriedad habitual. Buenas noches.



Martes 3 de enero en Santa Lucía del Este: la tormenta ya ha pasado, parece, y estoy instalada en el porche mientras llueve mansamente y sin viento. 2017 arrancó con una enorme heterogeneidad climática concentrada en los tres primeros días. Calor, sol, viento, lluvia, rayos, todo pasa y se sucede a un ritmo vertiginoso, difícilmente seguido de atrás por los seres humanos, que no sabemos al bajar a la playa si el principal problema será salir achicharrados por el sol o por un rayo. La tarde pinta gris y calma, por ahora, pero aún no cantamos victoria. 
Ayer fue día de caminatas y recolección de piedras. De cruzarnos con pocas personas, porque por más 2 de enero que haya sido, su condición de lunes redujo drásticamente el número de veraneantes en la playa. Un par de veteranos nos llamaron la atención, por ejemplo, instalados en sendas sillas azules, cada una con su correspondiente toldo individual. Un techito ambulante, digamos. Buen proyecto para dentro de unos años, cuando a uno ya le importe un pito hacerse el joven e intrépido. Otras personas de unos treinta y algo compartían su mañana con dos niños y un perro negro divino, que seguía al chiquilín más pequeño por todos lados. Les dijimos al pasar que se veía que era muy linda la relación entre ellos pero pensaron que hablábamos de los dos hermanos. 
Se ve que la zona frente a la casa es un paraíso de pescadores, porque todos se juntan por ahí, en las rocas, y además en el atardecer del 1* mientras el sol se estaba poniendo vimos una lisa que se mandó seis saltos atléticos como de medio metro de altura, uno atrás del otro. La de ayer fue una puesta de sol realmente inolvidable, con un disco naranja furioso metiéndose de manera espectacular entre las nubes y tiñendo la arena y los pescadores de su color anaranjado.
El almuerzo fue en la Posada Biarritz, que es el restaurante gourmet de la zona. Está frente a la playa aunque el mar no se ve porque estamos en lo alto de una barranca, decorado en un estilo rústico, tiene terrazas y decks exteriores y hace las pastas más ricas del país, y conste que no digo "del mundo" porque una estuvo en Italia, ¿viste? El menú fue de agnolottis de muzzarella, albahaca y ricota, en mi caso mezclados con raviolones de masa de remolacha rellenos con boniatos y almendras, bañados en salsa de hongos, indescriptibles. 
Tomamos en otro lugar el café, y después llegó la hora de juntar piedras. La idea (en mi cabeza, al menos) era buscar algunas chatas y pulidas para hacer un mandala en el patio del fondo, y también elegir alguna en especial para depositar en la tierra, encima de donde dejé a Tania hace un par de días. Para eso fuimos hasta las Flores, lugar que solo había contemplado de lejos, desde un bus.
Nunca esperé ver tanta piedra junta en una playa. Literalmente, montañas, miles de miles, un yacimiento gigantesco. Dos metros de altura de unos cerros de piedras sueltas que llegaban hasta la mitad del espacio entre la calle y el mar. Tuve que bajar arrastrándome de cola por miedo a resbalar. Menos mal que solo había una pareja y un hombre solitario tomando sol entre las piedras. Mi tendón del pie derecho me sigue doliendo, por lo que puse especial cuidado en cada paso durante el tiempo que pasamos en Mundo Roca. Salimos de allí con unas enormes bolsas cargadas de piedras de colores, incluyendo una gastada placa de gliptodonte que me llamó desde lejos. 
Volvimos a la casa a tiempo para el ritual de maravillarnos con la araña gorda que teje su tela cada noche en el frente. El perro Tiger ya está de nuevo con sus dueños, el bichito negro del patio no se dejó ver de nuevo, el lagarto apenas se asomó por unos breves segundos, y lo mejor de la jornada en materia animal fueron seis cisnes de cuello negro que pasaron justo por encima de nuestras cabezas, volando tranquilos en formación ordenada y maravillosa. 
Cayó la noche estrellada y a eso de las doce nos fuimos a dormir. A las cinco de la mañana despertamos pero fue algo fugaz, solo una instancia de homenaje al semidiós bajo el ritual de abrirle la ventana y darle de comer, tras lo cual quedamos liberadas del servicio y volvimos a dormirnos. 
El martes amaneció negro en Santa Lucía. Había llovido un poco temprano en la mañana y el cielo presagiaba que la tormenta continuaría. Fuimos hasta la feria de San Luis (hoy consistente en solo dos puestos de valientes familias enfrentando a la tormenta) y luego bajé un rato frente a la casa, hasta que la negrura del cielo y los rayos a lo lejos me hicieron volver a toda prisa cerca del mediodía. El mar había estado pródigo esta mañana; volví cargada de piedras y caracoles, algunos de los cuales armé como mandala en el piso del living mientras Marila pintaba alguno de los suyos y Pipín no sabía si quedarse husmeando a nuestro alrededor o aventurarse al frente en medio de la tormenta. 
Al fin, la tormenta se vino. Y cómo se vino. Hubo una revuelta de viento con lluvia torrencial acompañada de varios rayos cercanos, uno de los cuales impactó tan cerca de la casa que retembló el universo, se fue la luz y una pared le dio corriente a Marila. Empezaron a sonar alarmas por todos lados, unos perros pasaron corriendo despavoridos hacia la playa y la casa comenzó a inundarse por el agua que se colaba por los marcos de las ventanas. Mi amiga se animó a salir a cerrarlos, y dejando la casa en una semipenumbra almorzamos con cierta tranquilidad, mirando de vez en cuando el cielo por las ventanas del lado de la cocina. 
Ahora la cosa ha pasado, aunque no sabemos si esta calma durará hasta que nos vayamos. La alerta naranja tiene por delante al menos varias horas más, y hay pronóstico de tormentas para mañana. Tenemos poca internet; estamos un poco al alpiste de nuevas informaciones sobre el cielo, a ver si encaramos o no volver esta tarde. Es decir que no se sabe. 
Por suerte estamos bien provistas de comida dulce y salada, aunque el vino santo de Italia ya se nos terminó, lo cual constituye una pérdida irreparable. Por si la tormenta se agudiza y me lleva el viento onda Amaranta Úrsula, quiero que sepan que fue un gusto conocerlos y que tengo como treinta caracoles para dejarles, así que no se peleen. 
Buenas tardes (es un decir).

Febrero 2017

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Fuerte acusación de Juana de I. a Neruda: “Era un simpatiquísimo ladrón. Estuvo en mi casa de la rambla, donde yo tenía una colección de caracoles. El también los coleccionaba y los empezó a mirar y a decir: me llevo éste y éste, y se iba agachando para recogerlos y ponérselos en el bolsillo. Se llevó cuatro o cinco de mis mejores caracoles. Era estupendo."
Yo por las dudas aviso que si alguien viene a casa y empieza a elegir fósiles las palabras "simpatiquísimo" y "estupendo" no entrarán en mi vocabulario. Ni mucho menos.




Hace años que mantengo un par de blogs contra viento y marea: Hojas de Arbolito, el de mis textos, y Literatura en obra, el de los materiales de apoyo para las clases. A este último entro poco, y recién vi que tengo 3 comentarios en una información sobre Baudelaire:

"La verdad que genial y fantástico le queda chico a esta publicación, me ha servido de mucha ayuda. 
Hay que reconocer el esfuerzo detrás de todo esto. 
Muchas gracias de veras."
"Espero que me sirva maquinola. + 10 lince"
"ME SALVARON LA VIDA, MIL GRACIAS"
Más allá del obvio agrande por los comentarios 1 y 3... ¿"Espero que me sirva maquinola"? ¿"+ 10 lince"? ¿Cómo le va a servir algo que no está en su idioma?
En fin.

Solo sé que no sé nada, hipócrita lector, mi semejante, mi amigo!




Él tiene mi edad, y va sentado dos asientos más adelante. Lo vi subir en Comercio y me impresionó que siga exactamente igual que en el siglo pasado. Lo conozco desde la adolescencia; vivía en la casa de al lado de mis amigas y ya entonces se vestía con una formalidad digna de empleado bancario (que no sé si es). Hacía décadas que no lo veía, y está exactamente igual que siempre. Ni un gramo más, ni una arruga, ni una cana. Ni un poco de actitud, ni un aire de libertad, ni una posibilidad de salir del molde de sí mismo en el que siempre ha vivido. 
Pobre. 
Debe ser bravo pasar por la vida sin un cambio. 
Pobre.

Los copetes

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Primero fue el perro, la enorme cabeza de un golden retriever apoyada de repente en la bolsa de los mandados que estaba en el banco entre mi amiga y yo. Olfateaba la bandeja de sandwiches con evidente deseo, pero no tuvo éxito. La dueña estaba a unos metros conversando con otra chica y rápidamente vino a salvar nuestro almuerzo de su amistosa mascota, que se llamaba Teo.

Después fueron ellos. 
Dos preciosos cardenales rojos aparecieron como de casualidad frente a nuestras narices. ¡Dos cardenales rojos en Montevideo! Se volaron al menor amague de enfocarlos con el celular, tengo una foto del piso de plaza vacío como prueba. De todos modos ambos volvieron una y otra vez, hasta que me di cuenta de lo que buscaban y les tiré unos trocitos de comida. Se animaron al ver que no hacíamos ademán de perseguirlos; a partir de ahí pasaron diez minutos a un par de metros, dejándome sacarles un par de fotos en las que se adivinan bastante bien entre las sombras de los árboles. 
Es muy raro ver cardenales en medio de la ciudad. Yo había visto uno hace un par de meses en una estación de servicio en La Paloma, que a esa altura del año es una mezcla de urbana y rural. En Montevideo, nunca. Pensé que serían de algún viejo desagradable que los tendría en una jaula pequeñita y odiosa; seguramente la familia al morir el carcelero los habría soltado para que fuesen libres (en el mejor de los casos) o para zafar de pensar qué hacer con ellos (en el peor). Ya no quedan muchas personas que tengan pájaros enjaulados, por suerte, aunque por si acaso recorté las fotos para que no se notara en qué plaza los había encontrado tan felices y mansos. 

La primera vez que vi un cardenal fue en mi casa de la infancia. Desde que tengo memoria había uno en una jaula redonda que mi madre limpiaba y sacaba bajo el ciruelo cada día. Colona, se llamaba, y ahora que pienso no tengo la menor idea de por qué mi vieja afirmaba que era “una cardenala” pero sus razones tendría. Yo era muy chica; muchos de mis parientes de más edad tenían pájaros enjaulados, y pensaba que mi madre se estaba sumando al clan antes de tiempo, pero me equivocaba. La primera vez que pudimos ir a acampar bien lejos de Montevideo, a una estancia en los Cerros de Amaro, llevamos a la Colona con nosotros y la soltamos en medio del campo. Mi madre la había cazado porque la vio en el fondo de casa pero su intención desde siempre fue salvarla de algún otro cazador para poder soltarla a la primera oportunidad. Éramos pobres, la oportunidad demoró un poco pero al fin llegó. La Colona se ve que entendió la intención porque voló pero por un rato se quedó cerca, en un arbolito frente a la carpa. Después se fue, aunque toda la semana que estuvimos acampando venía por las mañanas a cantar un ratito desde el árbol, como saludando. 
Un par de años más tarde la historia se repitió, y la jaulita de la Colona fue por un tiempo el hogar del Arisco, un macho joven y enérgico. También lo soltamos, esta vez a los pocos meses, porque las cosas andaban mejorando y ya nos estábamos yendo a acampar una vez por año, en enero. 

Mis viejos viven ahora en un pueblo a orillas de la Laguna Merín, lugar pródigo en todo tipo de aves, y allí a los cardenales los hemos visto volar en bandadas de cabecitas rojas y ruidosas. Lo colorado de sus copetes no llega a competir con el rojo de los churrinches, pero anda cerca.

A veces me pregunto si las señales existen de verdad o me las invento; ayer estábamos en un momento muy triste, de esos en los que la muerte planta bandera y uno no le encuentra mucho sentido a nada, y de repente esos dos ahí, a nuestros pies… 
Les tiramos unos pedacitos más; el sandwiche era de choclo, se ve que les encantó. Y dejamos la placita. Como decía el Sabalero, “esta puta vieja y fría nos tumba sin avisar”, pero la vida puede más, siempre. Y hay que seguir volando. 

Turismo en 2002

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21 de marzo
Salimos Mabel, Aldo y yo a las cuatro de la tarde con clima fresco, poco tránsito, buen estado de ruta y de ánimo. Cinco horas de viaje sin nada de particular excepto que está todo muy verde por las lluvias y hay una zona de pedregales interesante en Flores. Salto nos impresionó con enormes edificios de época, veredas con mesas, sillas y sombrillas de barcitos, mucho movimiento y un ambiente a la vez de cosa antigua y moderna. El hotel Biassetti es de 1885: una mole en una esquina, de dos pisos y con millones de habitaciones y pasillos por todos lados. Limpio, conservado, pero viejo y gastado, demasiado enorme y espacioso, con aire fantasmal. Yo esperaba que se me apareciera Horacio Quiroga, pero él no quiso venir. Dato comprensible pero absurdo: en el hotel sólo hay UNA cochera disponible.
A la noche tomamos unos helados en “Payaso”, tan grandes que tuve que tirar la mitad del mío. Al irnos a dormir comprobamos que la cama tenía bichitos (muertos).

22 de marzo
Desayunamos (ya con Mariana) en un comedor gigante, y salimos de Salto. El puente es enorme, aunque de la represa (agua, espuma, cosa llamativa) no vimos nada. En la Aduana nos demoraron porque yo me olvidé de la cédula pero llevé el pasaporte, y ellos no sabían si sellarlo o no. Pasamos Concordia, un puente bajo y muy largo sobre una laguna llena de islotes, todo muy idílico hasta que unos metros más adelante nos paró la caminera argentina, que estaba controlando la velocidad por radar: habíamos entrado al puente a 92, y el máximo era 60. En nuestra defensa aquello no parecía puente sino camino por un terreno inundado, pero, en fin. Marchamos. Media hora de idas y vueltas, con un intento de coima frustrado porque apareció el mandamás. Teníamos que pagar 48 pesos, y no teníamos argentinos. Había un almacencito cerca, pero su capital era tan poco que no llegaban a tener ni siquiera eso (menos de quince dólares). Una tristeza, aquello. La gente parecía deprimida, vacía de ilusiones. Nos miraban como despidiéndose del mundo, no sé, horrible. Al final, viendo que la policía cotizaba el dólar al valor oficial de 1.40 cuando estaba a dos o dos con cincuenta, nos fuimos a cambiar a una IPF cercana, dejando en la carretera a Aldo como rehén. Volvimos, pagamos y recién cuando nos íbamos a ir miré el piso: casi me muero. ¡Estaba lleno de ágatas y amatistas! Junté como veinte en un minuto y nos fuimos, porque nos quedaba un largo tramo para ese día por delante. Snif.
Al ratito nomás nos pararon otra vez, pero ahora sólo para pedir libreta y seguro del auto. Igual ya no nos multan por hoy; parece que con una multa al día ya estás más allá del bien y del mal.  Es verdad. Nos decían “Ah, ya los multaron hoy… sigan, sigan entonces, dos multas en un día no puede ser”. 
El paisaje es arbolado pero monótono. Hay una media cuadra con cajones rotos y naranjas tiradas a un costado: se ve que hubo un accidente hace poco. Cientos de km. con arbustos bajos, algunos secos, muy fotografiables. Largos tramos con cañas de maíz a un costado. Por el camino paramos para ir al baño, y junté más piedras preciosas.
Entramos a Corrientes y dimos mil vueltas porque no había gasoil ni cambios abiertos. Eran las tres de la tarde y no habíamos almorzado. Cruzamos el Paraná por un puente larguísimo y a la salida...otro peaje, el cuarto del día. A 20 km. estaba Resistencia. Paramos en mitad de la ruta. Había dos perpendiculares y ambas llevaban a Resistencia. Tomamos por una y cuando creíamos que ya la habíamos dejado atrás otro cartel ¡anunciaba a Resistencia más adelante! Comenzamos a pensar que es una especie de ciudad fantasma que está en todas partes y en ninguna. Conocimos en un supermercadito a un señor gordo, muy amable y muy, muy triste, igual que sus empleados. Él y todos en general en este país tienen una pinta de bajón que te parte el alma.
Seguimos viaje. Los policías argentinos parecerían estar aburridos, porque nos pararon como quince veces a pedirnos documentos, bomberitos, luces. Cerca de Formosa el paisaje se hizo más selvático, con monte tupido y palmeras. De pronto, nubes negras: se vino un diluvio. Pasó. Volvió. Llegamos a Clorinda de noche, nos equivocamos de camino, desandamos y al fin pasamos por la Aduana más horrorosa, tétrica y mugrosa que hayamos visto. Pasamos un puente y entramos a Paraguay. Ahí la carretera se hizo negra y horrible, sin señalizar. Llegamos a Asunción y al rato nos perdimos. Preguntamos, pero las explicaciones eran muy complejas. Conocimos a un tal Cristóbal empeñado en darnos órdenes y llevarnos al hotel España. Al fin llegamos a la casa del tío de Aldo, con guardias armados en la puerta que nos apuntaron cuando demoramos un segundo de más en frenar el auto. No había nadie esperándonos, pero al fin llegaron. Charlas, cena, ducha, un televisor de 800 pulgadas. Mi cama se hunde y por la de Aldo entra agua, pero dormimos en un segundo, porque estamos agotados.

23 de marzo
Nos pasó a buscar Mabel en el auto de la tía Cedo (con chofer incluido), y fuimos a un bazar espantosamente kitsch a comprar el regalo para el casamiento al que íbamos. En otro lado vimos artesanías de cuero y compramos bolsos, mochila, etc, todo divino y baratísimo, pero ya cerrando. Con Mariana y Aldo recorrimos un poco a pie, vimos un par de plazas, una librería (caro) y volvimos al hotel, desde donde Mabel nos llevó a lo del tío Rubén en su auto. Vino un diluvio terrible, con granizo tan fuerte que no nos animamos a bajar y esperamos media hora. Cuando al fin encaramos caminar los diez metros hasta la casa y llegamos, se cortó la luz. Un calor terrible. Guerra con todas las mujeres de la familia del lado paraguayo para explicar que de ninguna manera, que yo no iba a ir a la peluquería. Y se hizo la noche. 
Se suponía que salíamos a las ocho y media, pero a las ocho y diez el padre de Aldo y el de la novia seguían jugando a la generala sin vestirse. Nos fuimos a la ceremonia civil. Cientos de personas, muchas de ellas con vestidos recargados, horrorosos, otros muy lindos, todos coloridos. La ceremonia fue corta pero los testigos a firmar eran unos 40. Había un coro con seis cantantes, y después un par de parientes leyeron mensajes para los novios. Pasamos al salón de la fiesta: todo muy suntuosiento, con sillas forradas con tela blanca y moñotes. Torta de tres pisos, también con moño y sin gracia, que después supimos que era de utilería.
     Oh, socorro, socorro: a tía Nede le tocó en nuestra mesa, y no había más lugar donde escapar. Por suerte se cambió porque el bendito aire acondicionado estaba muy fuerte. La fiesta arrancó con música vieja y lenta, como New York, New York. Llegaron los novios, se bailó el vals, se sirvió la cena (una delicia: un algo de pescado con salsa de camarones y un algo de pollo con verduras y champignones). La música fue hasta las tres, más o menos, de orquesta y luego discos, pero todo cachenque, o sea Fatales y esas yerbas. Moría de frío por el aire acondicionado pero si salía afuera había un calor de locos. Nos fuimos pasadas las cinco treinta, muertos de sueño.

24 de marzo
No hicimos mucho: fuimos a casa de una pariente con sus ocho perros, luego a lo de otros que tienen piscina y no nos dieron mucha bola, charlamos con uno que estuvo en Sudáfrica y contó cosas interesantes, y nos fuimos.

25 de marzo
Salimos a las ocho pero el tránsito estaba horrible y demoramos horas en dejar Asunción. Paramos en el camino para conocer la basílica y santuario de la virgen de Caacupé. Una enorme iglesia con vitrales y millones de vendedores ambulantes, algunos con unas artesanías de Teletubbies y Pikachús dignas de la peor pesadilla.
El camino es panorámico y lleno de árboles, palmeras, selva. Un calor horrible, no podíamos respirar. Al fin llegamos a la frontera en Ciudad del Este, un lugar desagradable, lleno de puestitos y ambiente salado. Paramos en la Aduana porque quisimos, porque nadie ni nos miró, y luego en la de Brasil pasamos de largo y tuvimos que volver para hacer los trámites. 
O hotel previsto en Foz (Alka) era horrorosinho. Fuimos perseguidos por las calles con folletos de hoteles y restaurantes y al fin nos quedamos en uno sobre una avenida: Ambassador. 
Salimos para las cataratas, a 30 km. Se entra por un parque en ómnibus de dos pisos con los costados abiertos y dibujos de animales de la zona que nos dejó en el inicio de las caminatas. El lugar es indescriptible, hay un camino fijado con terrazas panorámicas cada pocos metros, todo muy limpio, organizado... y lleno de gente. Si hubiéramos hecho el safari Macuco (treinta dólares) teníamos un recorrido por la selva y un viaje en gomón que se ve que era espectacular. Las cataratas parece que nunca terminan, y a uno le da como una especie de vértigo ver tanta agua cayendo con tal fuerza. No sé, no hay palabras. Pasamos con Mariana como media hora mirando a un pescado prendido a las algas del fondo, esperando que la corriente no lo arrastrara. Se veía un arco iris espectacular, un círculo completo, y el agua que salpica moja un poco, lo cual es muy bienvenido. Morimos de calor. A la salida de la terraza principal hay coatíes que piden lo que estés comiendo y se meten en los tachos de basura para sacar algo. Subimos al nivel de los restaurantes y micros por un ascensor panorámico, y volvimos.
Ya en Foz, Aldo y yo fuimos a almorzar (eran como las siete) y luego hicimos mandados en el super Muffato, lo más fresco de la ciudad. Buscamos inútilmente una central telefónica. En el lugar de la comida (espeto corrido) había una gata símil Griselda, mimosa y con una enorme panza, a la que le dimos carne a escondidas del dueño. El hotel era una sopa, pese a que Mabel se quejó y supuestamente arreglaron el aire acondicionado. El baño: un sauna.

26 de marzo
Gran día del cruce de Brasil. 
Nos levantamos 5:45 y arrancamos sin desayunar, con un clima menos sofocante que ayer y que en parte se nubla a veces. Hemos ido más o menos bien pero el viaje es largo, hay muchísimos camiones y hubo como cien km. de sierras bravísimos, con curvas muy cerradas y sin poder adelantar a nadie, porque son todos tramos cortos y con frecuentes repechos. Vimos un camión de carga de madera casi volcado con los troncos medio apoyados en el morro. Presenciamos varios amagues de choques. A veces quedábamos atrás de una fila de seis o siete camiones, la mayoría de la especie Vinilona. Los paisajes son increíbles, a lo lejos se ven los campos azulados. Comimos en una churrascaría de Xanxeré, más o menos a la mitad del camino, más caro que en Foz pero igual barato. Vamos con el corazón en la boca por los peligros de la ruta. Hoy no llegamos a Torres ni soñando. A polizia nos paró para ponernos tres multas, dos por no llevar cinturón de atrás puesto ni Aldo ni yo y una porque Mabel manejaba de ojotas, pero previo cargarse a Mariana y recibir diez reales el señor oficial nos dejó ir, desistiendo de su propósito de que fuéramos a la ciudad más próxima (15 km.) a pagar la multa y volviéramos.
Pasamos Curitibanos ya de noche y lloviendo. Los camiones nos tiraban agua sucia, y de la ruta no se veía nada. A los 15 km. tomamos otra ruta, que estaba mejor. Llegamos a Lages a pernoctar. Estuvimos una hora o más buscando hotel, otra tratando en vano de llamar a Montevideo, y una más buscando dónde comer. Cenamos esfihas, una especie de pizzeta, que puede venir con tapa, como una empanada gigante. La mía era de pollo, queso y palmitos. 

27 de marzo
Salimos 9:30, porque pasamos otra vez horas para hablar por teléfono y salir de la ciudad. El desayuno estuvo bárbaro: había leche, té, café, agua, panes y dulces varios, galletitas, torta de naranja y de chocolate, frutas, jugos, pizza, panchos, huevos revueltos, etc. El día estaba fresco y nublado.   
¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! 
Cuando nos enfrentamos a la Sierra del Río do Rastro no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Está al borde de un precipicio, tan alta que desde un mirador vimos las nubes debajo de nosotros. Rezamos. Literalmente, rezamos.
Antes de enfrentar el precipicio paramos en un puestito de Bon Jardín da Serra, un caserío. Allí compramos licor de cacao y de manzana mientras mirábamos unas fotos impresionantes: eran de la carretera que debíamos tomar sí o sí, una serie de vueltas cerradísimas en torno a precipicios sobre los morros. Sobre ellas, un cartel con la imagen de la virgen rezaba: “Que Deus nos proteja”. Casi me da un ataque, y más cuando paramos en un mirador a ver lo que se nos venía: estábamos como a 2000 m. de altura, y la carretera serpenteaba hasta perderse bajo las nubes. Una vista inolvidable. Comenzamos el recorrido, y vimos un cartel que anunciaba que ese era el día 12 sin muertos en esa carretera. ¿Ese será el concepto brasilero de tranquilizar al viajero? 
La bajada fue vertiginosa y los paisajes increíbles, aunque un tanto disimulados por las nubes. Nunca vi curvas tan cerradas: un zig-zag continuo que duró 12 km. En un pequeñísimo mirador paramos un rato y en ese momento ¡plac! se desprendió una taza del auto. Se había recalentado la rueda (las cuatro, en verdad) porque bajamos con el freno de pedal y había que usar freno de motor. Un chorro de agua caía de la montaña, junto a nosotros. Le pusimos agua al auto (que echó humo) y seguimos. Almorzamos en Lauro Müller, ya fuera de peligro. En la 101, que es una carretera muy importante, se vino un diluvio terrible, y tuvimos que parar un rato, en el que aprovechamos para entrar a una especie de tienda enorme que se llovía penosamente.
Llegamos a Torres como a las cuatro, y demoramos horas en elegir casa, hasta que alquilamos una preciosa frente al mar, en una playa pequeña y tranquila entre dos morros. Descansamos un rato, y después fuimos Mariana y yo a la playa, que estaba con luna casi llena. Divina, pero sin caracoles. Caminamos por una vereda al borde del morro, increíble. Había una especie de gruta con una virgen y muchísimas velas y placas de agradecimientos e incluso una vela prendida en la playa, entre las piedras. 
Torres nos gusta mucho: hay centro, paz, lindos paisajes. El dueño de casa es un veterano amoroso. Mientras esperaba que se secara mi pelo al fin lavado, ya pasada la medianoche, encontré un libro de Castaneda, en español: Las enseñanzas de Don Juan, que estuve leyendo un poco.

28 de marzo 
Todo el día estuvo gris y lluvioso. Hicimos compras, porque viernes y sábado cierran muchos comercios. No dio para playa. A Aldo le dio jaqueca al medio día, y ni almorzó. Nosotras caminamos bastante, sobre todo buscando qué comer, porque a las 15:00 cierra todo. De noche fuimos con Mabel a comprar comida para llevar y de paso subimos en auto al primer morro, el Morro do Farol. La vista es hermosa, y más con la luna. Recorrimos la rambla hasta la desembocadura del río Mampituba. Hay una laguna (Lagoa do Violao) para el otro lado.  

29 de marzo 
Salió el sol. Hicimos playa de mañana y al medio día (¡linda hora!) empezamos a escalar los morros de la izquierda Mabel, Mariana y yo. El primero es enorme y sólo se sube a pie. Hay grutas por donde pasa el agua, enormes precipicios, paisajes muy pintorescos, escaleras al borde de la nada. Bajamos a una microplaya tranquila. A media cuadra un enorme pedruzco que se pedía no escalar y media cuadra de playa después se llega al último morro, al que se sube por una escalera empinada en medio del monte que me sacó el aire: el “Trilho das cobras”. La vista fue de lo mejor del viaje junto a las cataratas y la Sierra. Volvimos por otro por atrás; se veían aún a lo lejos, tras enormes dunas, los morros de la Serra Geral. Almorzamos en un buffet por kilo, e hicimos más comprinhas. Después M & M y yo volvimos a subir al morro do farol, que ahora estaba lleno de gente. Torres se llenó, parecía una procesión. Mabel hizo una cena muy cara (12 reales) y depois todos vimos televisao, con una novela tras outra. La melhor: O quinto dos infernos. El dueño de casa nos contó que desde el tercer morro se ve una “pedra” (¿morro?) que es la roca de Itapeva: la última hasta el Uruguay, así que desde ahí hay 600 km. ininterrumpidos de playa. Pasando Itapeva hay una playa donde hay conchas fósiles, según un mapa de la casa.

30 de marzo
Salimos de Torres 7:45 para hacer el tramo más largo que realizaremos en un solo día: 1100 km. hasta Montevideo. Hubo sol até o mediodía. El paisaje post Porto Alegre se volvió monótono, excepto por la reserva ecológica Taí entre Pelotas y el Chuy: una enorme extensión de agua y bañados con garzas y carpinchos al lado de la carretera. Parece que llovió mucho; hay espejos de agua por todos lados. Al pasar la Aduana todos nos bajamos de los autos para ponernos buzos y camperas, porque la entrada al Uruguay fue también la entrada al otoño. En el camino paramos a comprar miel y licor de butiá, y al fin llegamos a nuestro hogar dulce hogar, un remanso de paz, si no fuera por los cinco pichones de Tania que encontramos adueñados de la casa. Nuestros nuevos gatitos habían tirado cosas, roto tazas, orinado por todos lados, un desastre, sumado al cansancio (ya era muy entrada la noche) y la lluvia inclemente. Queríamos barrer y ellos se prendían a la escoba. Terminamos echándolos al patio con lluvia y todo, pero lloraban lastimeramente, y los entramos al minuto. 
Y es por eso que queremos (necesitamos) nuevas vacaciones.

Marzo 2017

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¿Se acuerdan que ayer contaba de una octogenaria con pinta de deportista? 
La acabo de ver de nuevo. Pelo corto (ondero), mochila Hi Tec, bastón, pantalón deportivo colorido y Crocs. azules 

Ella no me conoce, pero yo voy a fundar su Club de Fans.




Subo al ómnibus, veo una cara conocida del pasado y lo saludo.
_ Vos fuiste mi profesor en el IPA. Me acuerdo que era tu primer año ahí.
_¡No me digas! ¿Hace como 30 años?
_ Nooo... ¡Qué exagerado!
_ ¿No era en el 87?
_ Uh... Sí.

(Repite conmigo: el tiempo no existe... el tiempo no existe... lpm...)




Nobleza obliga.
Siendo las 12.47 del 2 de marzo de 2017, cuando estoy a pocos días de iniciar mi año lectivo número 28, debo reconocer que tengo los mejores horarios que me han hecho en un liceo en toda la vida. 
IAVA ♡
Toco madera. 

Y sonrío.




El señor nos ofrece medias en medio del calentamiento global versión 103 y a todos nos empieza a correr un hilito nuevo de transpiración por la cara. Vuelva mañana, buen hombre. Hoy imposible. Helados, no vende? Ah, no, comprendo... Mañana podremos volver a pensar en medias, dicen, y nosotros lo creemos. Por hoy imposible. Disculpe, eh? Y suerte. Para todos, suerte. Crucemos los dedos...




Parada de mi cooperativa, recién. 
4 personas además de mí: un padre joven, su hijo de dos años, una mujer de mi edad y una señora octogenaria. Durante los tres minutos que demoró en venir mi 103 el niño se mantuvo silencioso,:dando vuelta a uno de los pilares de la parada. El padre lo miraba sonriente mientras la señora de mi edad lo acribillaba a interrogantes previsibles y terminaba preguntándole dos veces:
_ ¿Qué pasa que no me contestás? ¿Te comieron la lengua los ratones? 
A todo esto la octogenaria esperaba el ómnibus concentrada en su mundo: bastón en mano, championes en los pies y mochila deportiva a la espalda. 
Las dos mujeres me parecieron de pronto actrices que hubieran cambiado de roles tradicionales pero olvidaron caracterizarse y seguían con la apariencia original. 

Eso, o el calor me está haciendo alucinar.





El vendedor de condimentos de REMAR que sube con un compañero al 316 hace quince minutos que cuenta historias tristes de su vida. Oscila entre querer dar lástima (mi madre me abandonó, mi padre se fue a España), mostrarse como un héroe (yo vi un niño en la calle y fui al supermercado a comprarle comida y le pregunté cómo se llamaba y por qué estaba ahí), dar un mensaje moral (la gente que está en la calle también tiene corazón, como ustedes...yo les pido que levante la mano el que nunca tomó una decisión equivocada...) y meter un poco de religión (hace poco volví a encontrar a mi madre, la llevé a la Iglesia.. ). 
Y yo no le creo nada. Solo veo un pibe ganándose unos pesos con un speech de libro. ¿Será porque a esta historia ya la he escuchado veinte veces en boca de diferentes emisores, o me estaré volviendo indiferente? No sé. 
Marzo arranca con calor y dudas. Mas calor que dudas. Oom.

DESCUBRIMIENTOS DE DOMINGO

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1.De la instauración de nuevas (y sanas) costumbres.
A partir de hoy la perrita se acostumbró a salir a corretear un rato por Arbolito y volver a los quince minutos. No sé si viene por los cachorros o para pedir comida, pero se trata de un hábito feliz y saludable que decido alentar, por el momento.

2.De la resistencia de las mascotas
_ ¿Y, Gómez, cómo está el gato?
_ Ahí anda… La veterinaria dice que tiene cáncer, pero ayer le dieron una inyección y volvió a comer y a andar por todos lados. Vamos a ver.
Gomecito es mayor que Roldana, y hace semanas que no lo veo en la vereda. Viene bravo el verano en Arbolito para los viejos felinos. Cruzo los dedos.

3.De la integración a las actividades barriales.
Cuando salí no tenía la menor idea de por qué estaba cortada Camino Maldonado, hasta que mi vieja (por teléfono) me contó que hoy llegaban los ciclistas. Vivo a dos cuadras del Fénix pero no tengo ni la menor idea. Ni falta que hace. 

4.De hallazgos callejeros.
a)Una ovejita rosada de plástico de 3 cm.
b)Dos cordones de championes azul bolita.
c)Muchas flores de madera al pie de un árbol en el Prado, de esas que hace añares no encontraba en Montevideo (la última vez que las vi fue al pie de la iglesia en lo alto de Barga).
d)Dos sillones violeta en la vereda.
e)Una mesada que parecía de mármol al costado de un contenedor.

5.De las excursiones al Prado al mediodía.
Quiero vivir en el Prado, ir a caminar bajo la sombra de los árboles del Botánico y sentarme a leer en los bancos del rosedal, pero la próxima vez tengo que investigar mejor el tema panaderías o bien llevarme comida hecha desde casa, porque el tiempo pasa muy rápido entre lo verde y el hambre no admite autoengaños.

6.Del fantasma de la envidia
Vi la exposición de fotos a cielo abierto que registra los hallazgos de los últimos años en el arroyo Vizcaíno. Quiero todos esos huesos en mi casa. No, no tengo lugar. Pero igual.

7.Del registro indiscreto de los diálogos ajenos.
Familia de tres mujeres de distintas generaciones sentadas en el pasto mientras dos niños correteaban en la vuelta. Empieza la viejita: 
_ Yo tuve una vida buena. 
_ ¿Y ahora no la tenés?
_ No, ahora no. Ya casi no oigo, no veo bien...
_ ¡Pero estás viva, abuela! ¿Qué edad tenés?
_ 94.
_ No podés quejarte así… ¡Vos estás bárbara! ¿Sabés a dónde te vamos a llevar de paseo la próxima vez?- interviene la hija- A un asilo. Ahí vas a ver lo que es una vejez complicada. Pobre gente que no tienen familia o que no se pueden mover. Vos tenés una buena vejez, ¿y sabés por qué? Porque dios se está acordando de vos y te da una vejez como esta, con tu familia y bien. Así que no te quejes. 
Me interno de nuevo en el rosedal para sacar unas fotos y de pronto siento unos ruidos a mi espalda: son los dos niños de la familia, un nene de 6 y una niña de 3. Él me mira, levanta los ojos a la bóveda de ramas y flores y concluye:
_ Este es un precioso lugar para sacar fotos. 
_ Tenés razón.- le digo. 
Se van de la mano, mirando todo con ojos embelesados, mientras a unos metros la viejita de 94 comienza a hacer la cuenta de todos sus conocidos que ya no están y concluye que sí, que evidentemente dios se está acordando de ella y por eso le da tantos años de vejez tranquila con la familia. 


8.De la pertinencia de ciertas músicas de bus.
El chofer de la vuelta (195) vino a todo Redondos las cuatro horas de viaje de Paso Molino hasta el Intercambiador Belloni (que estaba a pura cumbia). Me dieron ganas de abrazarlo con lágrimas en los ojos: ¡gracias, gracias!

9.De sospechosos intentos de transacción comercial en mi barrio.
Puerta del Disco. Una chica jovencita, con un vestido gris y turquesa con pinta de nuevo en las manos.
_ Hola, ¿no querés comprar un vestido? $100.
_ Hola. No, gracias.
_ Por 60 te lo puedo dejar. 
_ No, gracias. 
Algo huele mal en la puerta del Disco, y esta vez no son productos con fecha de vencimiento adulterada. A esa altura yo moría de hambre y no me dio ni para pensarlo: eran las tres de la tarde y la causa de mi estómago no admitía la menor demora, pero algo huele mal. Seguro. 
Y me fui. 

Abril 2017

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Salgo a hacer mandados y me cruzo con la vecina que adoptó a la perrita hija de Innominada.
_ ¿Qué sabés del cachorrito que regalaste?
_ Ah, bien, anda bárbaro. ¿Y la tuya?
_ ¡Pah, divina! Está enorme. Y eso que no quiere comer ración, ¿eh? Solo comida.
_ Capaz que no tiene dientes...
_ ¡Que no va a tener! ¿Sabés cómo me mordisquea jugando? Y quiere huesos, pero crudos. Si se los doy cocidos ni los mira. El otro día entré y la veo muy tranquila al lado del loro. 
_ ¿Tenés un loro?
_ Sí. Anda suelto por la casa. Bueno, los veo lo más bien juntos pero cuando aparecí yo ella lo agarró de la cola y se puso a zamarrearlo, como si lo estuviera rezongando por haberse portado mal, ¿te das cuenta?
Sí, me doy cuenta... La madre hace lo mismo, si la dejo. Todo bien con Roldana, pero si me acerco le tira algún tarascón que hasta ahora nunca ha llegado ni a tocar a mi gata. Menos mal. Mejor. Mejor para Innominada, digo. 




Una vez, mientras yo cursaba quinto en el IAVA, me quedé una semana en casa con mi amiga Graciela, mientras mis viejos y los dos perros andaban de gran descanso en Ñangapiré. Éramos compañeras de clase, estábamos preparando Matemática para dar en febrero y ese año la ASCEEP y el gremio del IPA habían hecho un acuerdo por el cual los estudiantes de profesorado iban a dar clases de apoyo gratis a diversos puntos de la ciudad, entre ellos mi cooperativa. 
Yo había vuelto de Cerro Largo a Montevideo esa misma tarde, y después de la clase ambas enfilamos a mi hogar dulce hogar, a seguir estudiando y a sacarle el cuero a nuestros compañeros del liceo, como hacíamos día por medio, más o menos. 
Lo que no sospechábamos ni ella ni yo era que una sorpresa nos aguardaba ni bien abriéramos la puerta de casa. Fuimos recibidas por decenas, tal vez cientos de pulgas hambrientas tras dos semanas de abstinencia de sangre canina, y tuvimos que taparnos los pies con insecticida para poder empezar a salir del ataque de histeria que nos ganó en un minuto. Se nos habían subido como peregrinos yendo a un encuentro místico, con fervor y devoción, en incesantes multitudes que no atendían gritos ni reclamos. 
¡Dios mío, qué papelón! ¡Traía a mi amiga del Buceo y resulta que la Curva de Maroñas hacía honor a todos los conceptos de desprolijidad y desidia que en el mundo han sido! 
Ahí aprendí que si uno tiene perros (o gatos) con pulgas y se los lleva, las bichitas no mueren de inanición sino que vaya a saber por qué se reproducen de modo exponencial, las muy malditas.
Supongo que habrá sido mi vecina La Ñata, o tal vez mi abuelo, el Viejo Barreto, quien me recomendó pasarle agua con querosén a todos los pisos, especialmente al del galpón, que era la Zona de Alerta Roja, y lo hice, mientras Graciela disimuladamente inventaba no sé qué excusas de extrañar a la familia y decidía faltar a un par de clases, medio zonceando. No parecía un remedio muy sofisticado, pero dio resultado, y zafamos de la crisis.
Al año siguiente sucedió lo mismo aunque con menor virulencia, o tal vez atajé a tiempo la expansión pulguienta, no lo sé. Después nos fuimos quedando sin perros, pasó el tema, y la Terrible Invasión del 84' se quedó convertida casi en leyenda.
Hasta ayer. 
Sí, se me llenó el galpón de pulgas, y la culpa es de Innominada. Había entrado a buscar la aspiradora, me detuve un momento junto a la puerta y de pronto... ellas. Muchas de ellas, en patota, hambrientas, decididas. 
Vacié un aerosol de veneno en el piso, me refugié en la casa confiando en no haber llevado ninguna a la Zona Hogareña, y me fui lejos, a otro barrio, porque para otra ciudad ya no me daba el tiempo. 
Ahora acabo de pasarle de todo al galpón, a los patios y al piso de arriba, y estoy esperando que se asiente un poquito el olor a insecticida (Jimo, en este caso) para confinar en un dormitorio a Roldana y en otro a la computadora y a mí, luego de hacer lo propio con el piso de abajo. Creo que la plaga ha sido conjurada, aunque con estos bichos nunca se sabe, porque son muy resistentes.
Si ahora en un minuto empiezan a sentir que les caminan cositas casi intangibles por los dedos de los pies o les da por rascarse una pierna sin motivo a la vista no se preocupen: es el efecto psicológico de las crónicas como esta, cuyo único fin es diluir la histeria propia repartiéndola entre todos los lectores. 
Buen domingo. 

Y que sean felices.




El Intercambiador Belloni es tranquilo, luminoso, seguro. Lo presiden tres enormes ombúes que están aquí desde que tengo memoria; aún no están habilitados el teatro ni los locales comerciales pero sí hay baños, asientos, música y wifi. Los niños patinan o andan en sus bicicletas con rueditas en la explanada y los jóvenes se juntan a mirarse y a presumir de sus championes o sus motos. 
Yo creo que de alguna manera todos sentimos lo mismo: al fin alguien se acuerda de nosotros y mejora nuestra calidad de vida. Puede sonar a resentimiento histórico o a alabanza frentista pero yo creo que esto es diferente. Nos tratan como personas dignas de transitar por espacios nuevos, limpios, funcionales. Cuál fue la última obra importante en este barrio antes que esta? Acá no hay muchas plazas, parques ni ciclovías.
Bienvenidos los cambios humanizantes. 

Y que nunca falten.

Mayo 2017

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Oíme, inconsciente. 
Sí, sí, a vos te hablo, no te hagas el desentendido. Ya fue con tus arrogancias, ¿me oís? ¿Quién te creés que sos? ¿Kim Jong Un? No, no es así, viejo, la cosa no es así. Ya sé que contigo no se puede razonar, por eso te lo digo bien claro y con todas las letras: yo soy quien decido a qué hora despertarnos, no vos. Sí, ya sé que si abrimos los ojos a las siete igual llegamos en hora al liceo, pero por algo puse el despertador a las seis, para bañarme, corregir y trabajar en las redes, ¿entendés? Media pila, viejo, media pila. Y dejá de pelearme. Mirá que el yo sin nosotros no llega a nada y acá solo podemos funcionar en equipo, ¿eh? Dale. Dejame laburar, al menos de lunes a viernes. Igual ahora el fin de semana es tuyo y yo no me meto. Dale, dejá de decidir cosas que no te corresponden, que después el yo se preocupa, termina comiendo demasiados dulces y nos complica la vida a todos. Cuento contigo, viejo. Uno para todos y todos para uno, como cuando éramos chicos, ¿te acordás? Un abrazo, ello. Nos vemos. 
Te quiero (pero solo si te portás bien).
Súper Yo.






Jueves, siete y media de la mañana. El 103 va lleno y yo me distraigo pensando en temas trascendentes, como el de las moneditas. 
No me gustan las moneditas. No valen nada. Tintinean si camino con apuro, me rompen los bolsillos si las uso en el pantalón y pesan si las llevo en la cartera. A las de 50 me da miedo perderlas, las de 1 y 2 solo sirven si tengo que pagar un ómnibus en efectivo y las nuevas de 10 me rebotan en la máquina de café del liceo. Las de 5 no fallan, ellas sí, siempre son bienvenidas en mi mundo. Las únicas.
En esos pensamientos ando cuando escucho que una señora al darle el asiento a su amiga le dice:
_ Pasá vos, que trabajás ocho horas. 
_ ¿Ocho? ¡Once!- responde la aludida, agradeciendo el gesto. 
Once horas, mete la doña. 
Y una aquí pensando intrascendencias. 
Y otros allí, leyéndolas. 
Lo siento mucho, amigo lector, pero sabido es que la culpa pesa menos si se reparte.
Feliz jueves.





"No todos tenemos a alguien en quien confiar", dice escuetamente alguien en twitter, ante un post del CES que recomienda contárselo a alguien de su confianza y no aislarse si siente que solo se relaciona con personas a través de las redes sociales, que sus opiniones no tienen valor o que el resto de la gente va a estar mejor sin su presencia, entre otras cosas.
El nombre y la foto vienen de un animé, ni siquiera sé si es un chico o una chica. Tiene 9 seguidores y su descripción personal es "armonía rota". 
"No todos tenemos a alguien en quien confiar", dice, y no sé por qué pero no me suena a bardero de twitter sino a alguien de verdad solo. Le contesté lo mejor que pude, pero su frase me sigue dando vueltas en la cabeza, como un eco de tantas veces que siento que quisiera hacer algo por otro y no puedo. 
"No todos tenemos a alguien en quien confiar", dice, y me partió el alma. ¿Exagerada, yo? Puede ser, pero a veces me parece que uno percibe cuando el dolor de otro es profundo y verdadero, aunque se trate de una voz anónima, a través de una pantalla fría, impersonal. Pero capaz que solo son cosas mías. 

Ojalá.

Junio 2017

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_ Hola, ¿Santiago?
_ Sí.
_ Ah, qué tal. Mirá, te hablo de la cooperativa, de la calle Arbolito. Tengo un problema, se tapó un desagûe del baño y está todo inundado, ¿ustedes podrían pasar por mi casa hoy?
_ Sí, no hay problema. ¿Vos sos la rubia, no?
_Sí.
_Bueno, en la tarde pasamos. Hasta luego.
Esto es así. En la cooperativa nadie sabe cómo me llamo: para unos soy la profe de Literatura, para otros la amiga de Isis, para los más viejos la hija de Rodríguez y para los de la empresa de áreas verdes-limpieza-seguridad-portería-jardinería-y-construcción se ve que soy "la rubia". Espero que sea "la rubia" sin adjetivo alguno: ojalá que esta gente no conozca las letras de Sumo, lo que no creo, porque cuando llamo a su celular me aparece una musiquita de "si te vas io también me voy, si me das io también te doy, mi amooooor".
Ayer puse que todo estaba vacío y silencioso en mi casa. Hoy está todo vacío, silencioso y mojado. 
Ooooom.





Estoy sentada a la mesa de la cocina y cada vez que me voy a levantar tanteo automáticamente el suelo para no pisar a nadie que esté durmiendo a mis pies. 
Voy a abrir la heladera y lo hago despacio, porque podría ser que si lo hiciera bruscamente le pegara a alguna cabecita con anhelos de atún.
Bajo la escalera mirando dónde apoyo cada pie, por si se me cruza una silueta peluda y amarilla que baje a la par de mis pasos.
Entro de la calle y miro a la alfombra.
Abro la puerta del dormitorio por la mañana y miro al piso. 
Todo está muy vacío y en silencio.

Este va a ser un largo invierno.





¿Viste cuando no querés pensar que tu gata está tirada en una frazada en el piso respirando con dificultad porque ya no puede levantarse y como vos no sabés si dejarla morir en paz o llamar a la veterinaria para acelerar el final y que deje de sufrir decidís no pensar en el tema y ponerte a subir fotos de la charla en la UTU del miércoles pero a la vez te cuesta escribir porque las lágrimas no te dejan ver el teclado pese a que es natural, ya lo sabés hace rato y etc etc etc?

Bueno, eso.




Una franja oscura que se hace jirones sobre el horizonte. El azul profundo de los días secos del invierno y unas cuantas estrellas remolonas que se niegan a desaparecer. El cielo de hoy a las 7 de la mañana compensa cualquier somnolencia.


¿QUÉ QUIERE, BARRETO?

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¿QUÉ QUIERE, BARRETO?      

           Mi abuelo siempre fue simpático y entrador, de sonrisa sincera y un humor juguetón que se advertía con solo mirarle el brillo de los ojos. Tal vez fue por eso que él y Zelmar Michelini congeniaron de inmediato cuando se conocieron en una convención del Partido Colorado que hubo en Melo allá por el año 1952. Charlaron largo rato del campo, las ovejas y las plantas, y antes de despedirse Zelmar le dejó su tarjeta por si alguna vez podía serle de alguna utilidad, cosa que Albino guardó con respeto.
           
            Pasaron los años y las cosas por Cerro Largo empezaron a desbarrancarse. Hubo inundaciones en el 59’, hubo cosechas perdidas,  hubo una epidemia que mató al ganado y por último hubo un padre enfermo que se tuvo que internar en Montevideo por largo tiempo. Es decir, la ruina más absoluta y con todas las letras. Albino entregó a su madre los campos que le arrendara en épocas mejores, juntó mujer y gurisada y se mudó a la capital en busca de nuevos horizontes.
            Era la época del gobierno colegiado de los blancos. A mi abuelo los pesitos que había ahorrado en una vida de trabajo rural se le iban terminando, de manera que un buen día bajó el copete, buscó la tarjeta del diputado Michelini, se puso su traje azul y atravesó la ciudad hasta llegar al Palacio Legislativo, a ver si el conocido de una tarde de charla podía ayudarlo en algo.
            Al principio el portero se puso duro y no había forma de convencerlo de ir a preguntar, pero pasado un rato Albino lo ablandó con su simpatía habitual hasta que aquel fue hasta el despacho del diputado y a los pocos minutos lo dejó entrar al sacrosanto recinto de las leyes. Grande, el lugar, todo lleno de mármol y de brillos. Cuando llegó hasta Zelmar lo encontró muy amable y comprensivo, pero sin demasiada posibilidad de darle una mano. Trabajo no había mucho, el país estaba en una gran recesión, aunque si estaba muy necesitado de repente le podía conseguir para mañana mismo un puesto de pico y pala.
            _ ¿De pico y pala? Ah, no, muchas gracias._ contestó mi abuelo, ya haciendo ademán de retirarse. Él, que había sido el vecino más respetado del Poblado Las Ratas, no iba a aceptar ahora un trabajo de jornalero.
            Zelmar lo miró incrédulo.
            _ Pero Barreto, le ofrezco un trabajo y usted lo rechaza. ¿Qué quiere? ¿Trabajar de Senador?
            Ambos se separaron en buenos términos, y de todos modos a los veinte días apareció alguien por la casa de mi abuelo a ofrecerle un puesto como sereno en un club de Carrasco que poco después compró la Marina y se convirtió en el Club Naval. Ya más aliviado, con un trabajo seguro, en los años siguientes cada vez que alguna de sus hijas rechazaba una propuesta de empleo el viejo bromeaba diciéndoles “¿pero ustedes qué quieren, trabajar de Senador?”.
           
            Pasó el tiempo; hubo cambios. Muchas sonrisas se fueron yendo y dejó de ser momento de bromas.
            Vino 1976 y mi abuelo andaba por los pasillos del Club Naval llorando desconsolado la muerte de Zelmar cuando un milico grande que lo escuchó lo sacó a los jardines y le preguntó si estaba loco, si no sabía que esas paredes estaban llenas de micrófonos y que si alguien lo oía defendiendo a Michelini lo iban a sancionar.
                  _ Perfecto._ dijo mi abuelo_ Entonces quiero que me den la baja ya mismo.
_ Pero, amigo, no sea loco, mire que le va a pasar lo mismo que a Jesús.
Ambos sabían que no se refería al rey de los judíos sino a un compañero que una noche contó horrorizado el procedimiento que había visto en una fábrica donde se repartieron palos a diestra y siniestra.  A los días cayó un hombre proponiendo un trabajo mejor dentro de la Marina para quien quisiera cambiar de aires y Jesús aceptó. Lo citaron para las cinco de la mañana, fue, y lo encontraron una semana después en el río, boyando, con piedras atadas al cuello y un tiro en la nuca.
_ Hágame caso, Barreto. No sea loco y deje de defender a ese Michelini.
Mi abuelo ya venía golpeado por la vida y tenía varias bocas que mantener en su casa. Es decir, que se tragó las lágrimas y siguió trabajando de sereno en el Club hasta jubilarse. Si hizo bien o si hizo mal no soy yo quién para juzgar, pero mi vieja aún siente que esta historia no está cerrada y no va a estarlo hasta que encuentre a alguno de los hijos de Zelmar y pueda contársela.

Si tendremos aún cabos sueltos en esta madeja...
¿Qué somos si dejamos de ser en la memoria de los que nos quisieron?
Habrá que seguir tejiendo palabras. 

CRÓNICAS DESDE EL VERANO

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CRÓNICAS DESDE EL VERANO





1. El viaje
_ ¿Desayuno? ¿Huevos revueltos o Sandwiche ?
_ Eeeh... Sandwiche. 
Ahí empezó todo. El llamado desayuno era una cosa tibia rellena de un fiambre blando que no me dio buena impresión, aunque me lo comí, porque no había desayunado, ya eran las nueve de la mañana y la situación no daba para mucha exquisitez. 
El primer vuelo del sábado fue Montevideo-Bogotá, y me tocó al lado de la puerta de emergencia y junto a una chica delgadita, es decir, en óptimas condiciones para tener espacio, estirarme y disfrutar de un buen viaje. Pero no. Hacía calor, y el sandwichito de marras pronto comenzó a hacerme sentir incómoda, aunque por el momento la cosa no pasó de una sensación de debilidad. Rechacé otro socotroco harinoso que vino al rato, y no comí nada más en las ochenta horas de viaje, hora más, hora menos. 
En Bogotá pronto encontré la puerta de embarque del Avianca a Boston. Tenía una espera de cincuenta minutos. Todo el tiempo los parlantes llamaban a vuelos a Santo Domingo, Aruba, Lima. Yo me sentía peor y peor, tenía sed, pero solo había una máquina expendedora con monedas que no tenía. Hacía calor, y había mosquitos dentro del aeropuerto. Al fin fui al baño y tuve un violento acceso de vómitos, horrible. Cuando salí ya estaban anunciando el "último llamado para Boston"!! Último? Y cuando hubo otros? Misterio bogotano. Tomé un bus hasta el avión, y respiré profundo. 
Pero fue en vano. 
Antes de despegar ya estaba vomitando de nuevo, y me encontraba con las caras de diferentes azafatas vestidas de rojo y preguntándome si estaba cursando un embarazo, si quería hielo y (peor!!) si estaría en condiciones de realizar ese vuelo. Puse mi mejor cara, aterrada ante la idea de quedarme en Bogotá con el calor y los mosquitos, y al fin despegamos. 
Ambos vuelos fueron realmente espectaculares, pero yo en este fui la pasajera que nadie querría tener al lado. No comí absolutamente nada en las seis horas hasta Boston, aunque de todos modos la cosa siguió, con altibajos, hasta el aterrizaje. Allí una de las azafatas seriamente me preguntó si quería recibir asistencia médica en el aeropuerto de Boston, aclarando que eso seguramente me demoraría muuuucho. O sea, otra vez buena cara y "gracias, pero ya pasó, estoy bien, gracias". 
Una vez en tierra me empecé de a poco a mejorar. Hice el trámite de inmigración, recogí mi valija y salí a la parte donde están los que vienen a recibir a los viajeros. Recién ahí tomé conciencia de dos cosas dos: que había perdido mi camperita lila y que nunca había pasado por el scanner de rigor para entrar a cualquier lado. Pero no fue grave. Lo del scanner aparentemente acá no corre, y un nene me alcanzó de no sé dónde la campera. Mi amiga llegó una hora antes de lo que esperaba, y en un rato estábamos instaladas en un hostel gigante, de siete pisos, con una vista impresionante y con los espacios comunes más amplios que he visto. 
Terminé el día animándome a una ensalada y un yogurth en el seven eleven de enfrente al hostel, y confirmé lo que ya sospechaba: mi salud volvía a los niveles de normalidad deseables, pese al calor y el cansancio de la jornada.

Y a las dos y pico de la mañana mi amiga y yo (por fin) nos dormimos.



2. La excursión a Cape Cod
Desde 2015, cuando había visitado USA en invierno, me quedé con ganas de mandarme una escapada veraniega. La elección de Boston para arrancar obedeció a un misterioso sueño que tuve, en el que yo porfiaba por ir a Cape Cod, lugar que al despertar no me sonaba a nada pero que, consulta a Wikipedia mediante, resultó ser una hermosa playa de Massachussets. Por eso vinimos Cecilia y yo hasta Boston, y por eso reservamos una excursión a Cape Cod para el día de hoy. 
Mi destino estaba esperándome en una hermosa playa, y yo estaba dispuesta a ir a su encuentro. Y allá fuimos, luego del desayuno en Starbucks. 
El viaje en bus comenzó un tanto conversado de más. El señor chofer hablaba y hablaba desde su micrófono, contando historias seguramente didácticas y pertinentes, aunque un tanto abundantes de más. Podríamos decir que la tercera parte de su speech giraba en torno a la familia Kennedy, que parece ser una obsesión por estos lugares. 
El viaje duró como dos horas y media sin detenerse en ningún lado, y sin asomarse al mar. Íbamos en una ruta paralela a la playa. Todo el tiempo el señor nos anunciaba cosas que haríamos más tarde: "este es el Museo del vidrio, aquí vendremos después del Kennedy's Memorial...", cosas así. 
Al fin, al mediodía, paramos quince minutos en un lugar cerca de la playa supuestamente para ir al baño, aunque mi amiga y yo (que, ilusamente, habíamos llevado traje de baño y hasta un pareo, por si había un rato de free beach en la jornada) nos metimos por la arena hasta la orilla del agua. Era una bahía, llena de yates, de arena gruesa y no muy linda, de agua muy verde y casi sin olas.
Ahí vino un viaje en barco por los alrededores, viendo desde lejos las casas de los Kennedy (obviamente) y del dueño de Gap, entre otros. Lindo. Salimos un poquito a mar abierto y las olas vinieron a saludarnos de muy cerca. Parece que por ahí hay tiburones, aunque no se meten en la bahía, porque el agua es más fresca y parece que el tiburón no es bicho de andar pasando frío. 
A continuación, el Kennedy's Memorial, que es solo un muro con la cara de JFK en forma de penny, el Museo del vidrio, donde un chico de barba larguísima hacía una demostración de cómo hacer vidrio soplado, una caminata por la ciudad de Sandwiche y una visita a la estatua de la Libertad de Plymouth que fue la precursora de la otra, copiada a esta por los franceses. 
A la vuelta, al menos, el guía vino más calladito, a dios gracias. 
Hicimos un poco de shopping en Boston, dimos unas vueltas hasta las diez y pico sin que llegara a oscurecer, Cecilia vio un conejo corriendo en una avenida y medio que lo arreó hasta un parque cercano y ahí terminó nuestro domingo de Boston y alrededores. 

Mi destino puede que me estuviera esperando en Cape Cod, pero seguramente le costó reconocerme cuando me vio llegar en formato de excursión. De todos modos en unos días vamos a volver por esos lados, cuando vayamos a Martha' Vineyard. Y ahí nos veremos las caras (salvo que nos toque de nuevo Mr. Comunicativo, cosa bastante probable). Ampliaremos.



3. Witches & shopping
Tercer día de mi verano en julio. 
De mañana pintó paseo de compras. Empezamos buscando una pavadita, una cosa llevó a la otra y terminamos con championes, sandalias, una onda pantuflas de verano,remeras, shorts, traje de baño, medias e ainda mais.
La ciudad está embanderada para el Independence Day, por todas partes se ven barras y estrellas , y hasta hay personas con ropas patrióticas, como una señora china esta mañana impecablemente ataviada con vestidito elegante en blanco, rojo y azul, con un pañuelo blanco con estrellas rojas al cuello. 
El tránsito en Boston es un tanto incomprensible, por momentos. De repente ante una avenida está el semáforo en rojo para los cuatro costados, y dos filas de autos y dos de peatones esperando pacientemente. I don't understand. Tampoco entiendo unos vehículos medio con pinta de anfibios que vemos por todas partes. Se llaman Duck no sé qué. Ayer en Hyanas, durante el paseo en barco nos cruzamos con uno y acto seguido todos los pasajeros del Duck no sé qué nos saludaron con un par de sonoros "Cuack!!". Yo no sé, pero esto seguro que en la época de JFK no pasaba. 
El almuerzo del lunes consistió en una frugal ensalada, quizá para compensar la hipercalórica lasagna del domingo en un restaurante de Hyanas. Y después nos fuimos a Salem, vía metro y tren. 
En Salem todas las atracciones del circuito histórico y brujeril están señaladas por una línea roja que serpentea por veredas y calles, así que no hay como perderse. Vimos un cementerio de época, unos monumentos, parques y fachadas de museos, pero todos eran con visita guiada y no nos tentaron. En el cementerio las tumbas estaban muy amontonadas. Algunas databan del siglo XIX. Los que no eran de otra época eran un chico barbudo y una chica muy muy muy flaca, ambos borrachos, que eran sacados del parque y conducidos con las manos a la espalda por sendos policías. 
_ ¿Por qué estoy bajo arresto?- gimoteaba la muchacha.
_ No estás bajo arresto. 
_ ¿Y entonces por qué usted me está llevando?
_ Porque tú sola no podrías mantenerte en pie. 
Y se fueron. 
Ya era hora de volver a Boston. 
Tomamos el tren, y a la tardecita estábamos tiradas en el hostel, esperando que fueran las siete u ocho para ir a cenar a un restaurante italiano. Sí, aquí se cena mientras el sol aún está alto, yo qué sé, este es un mundo raro. Salimos de la cena y aún brillaba el sol por todos lados, porque hasta diez y pico es de día, pero el shopping cierra a las 6 y la happy hour de los boliches arranca a las tres de la tarde.
No entiendo nada. 
Mañana será día de playa, desfile, conciertos fuegos artificiales. Por ahora se escuchan sirenas, y por la tarde hubo mucho movimiento de helicópteros sobre los rascacielos. Si no aparezco por estos lados no teman, que no me pasará nada: es solo que el ipad está es una etapa crítica y su mente desvaría cada vez más seguido. Es hora de hacer nuevos amigos.

A domani. Digo: see you! 



4.1. Happy Forth
Otra mañana de sol y agradable calor en Boston. Otra caminata por Appleton, doblar en el Animal's Hospital con sus bizarras esculturas de animales, pasar el puente sobre la autopista, cruzar la tienda de los gatitos chinos e instalarse en el Starbucks con un Moka y una rodaja de pan de banana o calabaza. 
Hoy nos quedamos afuera, oyendo cantar los pájaros entre los ruidos de la ciudad. Una negra enorme, de cabello enrulado, entabló conversación con Ceci (que por estos lados es Cecelia) y resultó ser una docente, que se pasaba todo el tiempo de su jubilación viajando. Por la calle pasa un chico flaco hasta lo indecible, bailando sobre su skate mientras escucha música a todo volumen con algún parlante. Una señora camina con su remera-bandera. Nosotras hemos decidido no ir al cetro neurálgico de los festejos hoy, just in case. Para ingresar al parque no se puede llevar ni una mochila. 

En unos minutos buscaremos un metro para ir a la playa. 



4.2. Happy Forth at the beach
Para llegar a la Playa Constitución desde Boston hay dos formas posibles: usando el Metro o el Lift, que es una especie de Uber a la que hemos estado recurriendo todos estos días. Hemos viajado con conductores casi de cada continente, y siempre nos han pasado a buscar en uno o dos minutos, son amables y no resultan mucho más caros que otros medios de transporte. 
La playa Constitution es pequeña, sin olas, de arena gruesa y con piedritas. Queda al lado del aeropuerto, donde despega un avión por minuto, o eso parece, aunque el ruido realmente no molesta para nada. El agua no es la gran cosa y está fría, pero luego de tres días casi enteramente de ciudad (excepto por el viaje en barco en Hyannis) y de varios meses de invierno, en mi caso, aquello fue espectacular. Había muchas cucharetas, algunos cangrejos y miles de caracoles pequeños, como de río, pegados a las piedras o los esqueletos de ostras de la orilla. Uno camina por el agua y va viendo el fondo, porque no hay nada de oleaje. De los caracoles no traje ni uno, porque todos los que vi estaban vivos. Incluso en la arena seca vi algunos, pero cuando les acercaba un dedito a un par de centímetros ellos se movían, como con un escalofrío, como indicando "no me lleve, no me lleve que aún estoy acá", divinos. En el agua vi un par de caracoles corriendo a gran velocidad por la arena del fondo, con patas de cangrejo asomando por la puerta de su casita. En cierto momento iba mirando unas cucharetonas blancas y vislumbré algo que reflejaba el sol desde el fondo. Me acerqué: ¡aquello era una ostra increíblemente nacarada, hermosa, enorme! Me acerqué más y la tomé entre los dedos: era una cuchara gigante, cono de helado. En fin, si la playa me la ofrece, habrá que aceptarla. Y me la traje. 
Sobre el mediodía el calor se hizo más intenso, y hubo que retornar. Le saqué una foto a la pista de skate "Porrazzo", nos cambiamos en un baño público y salimos hacia la ciudad. Volvimos en el Metro, que va oscilando entre subte y superficie. Hay muchos túneles en Boston, que es una ciudad que le ha ganado kilómetros al mar desde el siglo XIX. Algunos túneles son bajo tierra y otros bajo el agua, y se los diferencia porque los azulejos de las paredes tienen una franja marrón o azul, según el caso. 
Chipotle fue el lugar de almuerzo de hoy. Por 7.5 dólares nos dieron un bowl gigantesco de comida que da para dos días, todo en envases pensado para comer ahí y llevar el resto a la casa de uno. Nos dieron un mix de arroz, verduras, queso y tofu (en mi caso, porque también hay carnes), un poco picantito pero delicioso. 

Todo parece pronto para el espectáculo de la noche. Los fuegos artificiales son diez y media, hay conciertos y esas cosas, y parece que el sitio top es una explanada sobre el río, en la cual desde ayer de noche hay gente acampando para tener un buen lugar. No queda muy lejos del hostel, así que para ahí rumbearemos cuando se acerque la hora. Los helicópteros y las sirenas siguen haciéndose notar, pero aparte de eso todo parece tranquilo en la ciudad, al menos para nosotras, que del accidente de ayer ni nos enteramos hasta hoy a mediodía.



4.3. The Fires Artificiales
Aparentemente todo Boston está junto al Charles River para el concierto y los fuegos artificiales del 4th July. Miles, miles, miles de personas reunidas en un ambiente amable y tranquilo, a excepción de los varios detectores de metales, la revisación de las carteras y las pulseritas de seguridad que lucen nuestros brazos y bolsos. No se puede pasar líquidos, ni tampoco aerosoles, entre otras muchas cosas. La gente toma sus bebidas antes de entrar y se rocía con los insecticidas antes de dejarlos y seguir adelante. La policía y el staff del evento son firmes pero muy amables. La ciudad ha estado en paz estos días previos, al menos si no contamos el sospechoso accidente cerca del aeropuerto en el que resultaron diez personas heridas, ni los doce episodios de paseantes sorpresivamente baleados en plena calle, en fin. Un remanso de tranquilidad y concordia. 
Cecilia y yo nos instalamos a unos 5 metros del agua, alrededor de las cinco y media. A partir de esa hora mi pareo naranja marca los límites de nuestro personal space, que defenderemos de la invasión de cualquier potencia residente o extranjera.
Detrás de nosotros hay un desfile de gente interminable.
Un señor grande de pollera escocesa tableada, negra y con adornitos.
Una chica con tutú rojo, azul y blanco. 
Cinco adultos (padres y tres hijos) luciendo las mismas camisas llamativas blancas con flores azules y con banderitas en las manos. 
Sombreros, lentes, adornos patrióticos de toda clase, caras pintadas con franjas o banderas. Corbatas, pantalones con una pierna de franjas y otra de estrellas, bermudas, tops, de todo. 
Todas las edades, todos los tamaños, todas las razas, todas las etnias. 
Gente vestida como para una cena elegante o para ir al estadio. 
Pasan con bandejas de comida frita, con agua, con ananás con pajita. 
No hay perros, pero sí gansos de cuello negro que nadan tranquilos y de vez en cuando salen del agua a pedir comida a los asistentes al "Special Event" de esta noche. 
Siete menos cuarto hay un countdown y luego suenan unos cohetes (por no decir la palabra prohibida en esta circunstancia). De a ratos vuelve a haber cohetes, y a cada explosión todos nos estremecemos por un momento. Cecilia y yo hemos pensado dos diferentes puntos de encuentro por si nos perdemos, y tenemos claro que en caso de serios problemas la única salida posible será tirarnos al agua. Yo planeo mantener un brazo afuera, con el ipad seco, pero ignoro si seré capaz de lograrlo. 
Sigo tomando mi limonada y mirando a la gente y los barcos a mi alrededor. Esto es impresionante, imposible de describir. Como una película, pero mejor. La tarde es cálida, las gaviotas nos sobrevuelan y los helicópteros también. 
Cuando cae la tarde suena el himno, y todos se paran y se llevan la mano derecha al corazón. Luego pasan unos aviones, se aplaude a la Marina y empieza un show musical que me hace sentir en una película de Abbot y Costello. This is myyyy country...
Cecilia se me pasa escapando. La última vez fue por una hamburguesa y demoró casi una hora. Dice que había cinco cuadras de cola, pero no sé... No, de verdad había esa gente y más. 
El musical continúa. Cantan algunos y solo tocan otros. Cosas épicas, como la Caballería Rusticana (creo) o muy yanquis ochentosas, como YMCA, que nosotras coreamos con letra de Susana Giménez. Ya hay gente todo alrededor, no hay espacios libres pero todos respetan el espacio delimitado por los pareos o sillas de cada grupo y siempre piden permiso para pasar con amabilidad.
Los barcos de la Marina pasan y pasan, con sus luces patrióticas rojas, blancas y azules. Cantan algo muy patriótico y se para mucha gente, incluyendo un veterano que tenemos adelante, que vino solo y se trajo su silla, un libro, sombrero, un pañuelito para taparse el cuello y otro para el brazo, almohada, abrigo para la vuelta y linterna por si está oscuro. A las diez y diez suena un popurrí de cosas patrioteras, que a mí me suenan a la canción de Barney es un dinosaurio que vive en nuestra mente... Los barcos arrancan a hacer sonar sus sirenas. Pero es una falsa alarma, y sigue la música, incluyendo el tema de Crónica!! Parapararappa, papa papa pa pa pa... Mueren dos personas y un boliviano... Accidente de auto: Batman único testigo...
10.28... Empiezan los fuegos!!
10.29: terminan los fuegos. 
La gente se entró a mirar, nadie entendía nada. That's it? Preguntaban, a la vez que alguien en la ceremonia hablaba y hablaba como estirando la cosa. Unos quince minutos duró ese estado de suspensión de festejo, hasta que, ahora sí, arrancaron. Arrancaron atrás de un puto árbol que nos tapaba toda la parte superior, jaja! Pero igual se disfrutó. Veinte minutos de despliegue pirotécnico impresionante aunque un tanto mal organizado (como la excursión a Cape Cod). Ponían una música muy muy para arriba y a continuación Simon & Garfunkel... Dos veces hubo fuegos que formaron la palabra USA (impresionante), pero quedó perdido en el medio. 

Lo mismo pasa con esta crónica, que no tiene remate, porque es muy tarde y me voy a dormir. Bye.




5. The Vineyards
La excursión a Martha's Vineyard arrancó a las seis de la mañana, con una empresa distinta a la de Cape Cod. Estos son England Trip, y comenzaron repartiendo muffins y agua para todos antes de salir de Boston. Es un micro pequeño, lleno de turistas de variadas edades, quizá con un promedio menor al del otro día. El driver es igualmente veterano pero habla poco, dándonos tiempo a mirar el paisaje. El día luce absolutamente despejado; por ahora solo llovió un rato la noche en que llegamos, con una lluvia intensa pero pasajera. 
De pronto, saliendo de Boston, dos pavos corriendo por la autopista. Los pasamos de largo, pobres bichos, espero que se hayan salvado. Uno al menos había logrado subir al murito del medio. El conductor cuenta que por aquí se ven coyotes y en las afueras aparecen venados y águilas, aunque yo solo veo una garza blanca y además tengo síndrome de abstinencia felina porque hasta ahora no he visto ni un gato. Lo que sí hay en Martha's Vineyard (MV, para los locales como una) son ticks, es decir, garrapatas. Hay dos clases de garrapatas, de perro y de venado, y dejan una aureola alrededor de la picadura. Si se te prende una por un tiempo de entre 24 y 48 horas ye puede producir la enfermedad de Lyme, que afecta los nervios y la memoria. 
Por último, para cerrar el capítulo de los bichos, es muy natural que aquí los perros entren con los dueños a los comercios, no importa si son farmacias o supermercados. Andan en ascensores, van a recibir a la gente en el aeropuerto... Salvo ayer, que se ve que no los dejaban entrar a los festejos del parque. 
El viaje fue esta vez, como decía, tranquilo y con poco speech. Llegamos al barco que nos iba a pasar a la isla y nos ubicamos arriba, porque el sol de la mañana estaba más que amigable. El trayecto fue corto, y en media hora ya estábamos recorriendo Oak Bluffs, uno de los cuatro o cinco pueblos de MV. Teníamos varias horas de libertad por delante, porque en vez de hacer el tour por la isla preferimos lechonear en la playa y (yo) buscar cosas por la orilla.
No voy a describir mucho, solo esto: es un paraíso. Agua verde y transparente, buena temperatura, poco oleaje, arena limpia, cucharetas nacaradas, piedras divinas, poquísima gente, casas de madera, calles amigables con muchos árboles y tránsito tranquilo, comercios con precios normales, rica comida, linda gente. Quiero vivir acá, obviamente, ¿dónde más?
Antes de salir de Oak Bluffs encontramos un iphone y unas tarjetas de crédito que nos complicaron un poco porque no sabíamos cómo devolver todo a su dueña, hasta que se lo dejamos a la policía y nos fuimos a esperar nuestro transporte bajo el sol de las tres de la tarde, que no tiene agujero de ozono pero igual pica. Volvimos buscando asientos a la sombra en el barco, porque por más protector que usamos terminamos medio camaroneadas, especialmente Ceci, que es muy blanca y vive en un pueblo con poco sol. 

A la tardecita cenamos en un restaurante chino, y comí mi primera galleta de la fortuna. Esta es la última noche en Boston; mañana de tarde se inicia la etapa minnesotiana del verano en julio, etapa de lagos, de compras tax free, de reencontrar humanos y canino (uno) y de conocer a una felina de la que ya verán fotos. Muchas fotos. Considérense avisados.



6. Bye Boston.
El jueves fue, como todos los días desde que llegamos, soleado y despejado (con tono de Tiranos Temblad). Por la mañana recorrimos un par de parques y estuvimos encontrando ardillas, patos y cisnes entre árboles y lagos. Luego vino el difícil momento del armado de la valija, que YA pesa más de lo debido aunque aún no hice compras tax free en Mn, oh oh.
Almorzamos a una muy temprana hora en un restaurante italiano porque mi amiga tiene unos horarios que ella dice son de Minnesota pero a mí me suenan de Cerro Largo. De tarde pintó Columbus Park con sus muelles, teatros, acuarios y Starbucks, y luego hubo que hacer tiempo en el hotel; el calor empezó a picar y no daba para andar caminando. 
Camino al Logan Airport en Lift (símil Uber) pasamos por uno de los interminables túneles de Boston, subfluvial esta vez. El tráfico estaba atascado, pero nuestro conductor de turbante nos sacó rápidamente y nos dejó en destino con tiempo de sobra. En general el tránsito es tranquilo y bien organizado, salvo esos momentos de cuatro filas con rojo para todos lados, en fin. Hoy vimos un ciclista que parecía haber sido chocado en una esquina, a juzgar por el estado de sus ruedas. Estaban con él su compañera, un coche de policía y otro de bomberos, pero no se veía al otro vehículo. El 4 de julio vimos una bici pintada de blanco, con cruces y flores, atada al farol de una esquina. Tenía el nombre de alguien y una fecha escritos en una placa colgada del manubrio. Ceci dice que ha visto similares en otras ciudades, parecen ser a la vez homenaje al muerto y advertencia al resto.
El aeropuerto de Boston temblaba un poco. Aparte de eso y de que unas amanditas que llevaba en la cartera entraron en estado de licuefacción y pintaron de un bonito color caca todo lo que había alrededor, todo bien. Antes de despegar tuvimos que hacer una fila de aviones interminable, y cuando nos pusimos en la pista teníamos ocho o nueve esperando detrás. Fuimos sentadas en la penúltima fila del Delta Airlanes, pero con tres asientos para cada una. Esta vez la comida del avión no me cayó mal, por la sencilla razón de que no la hubo, excepto un par de galletitas y un refresco. 

A partir de ahora las crónicas desde el verano se trasladan a Minnesota, el Estado de los 10.000 lagos. A partir de aquí no habrá rascacielos ni océano, sino lagos, verde, outlets, rock, hogar, amigos y mascotas. ¡Bienvenidos!



7. Basilica Block Party
El primer viernes de las vacaciones de julio fue un tanto atípico. Para empezar, desperté en una casa enorme con gata gris y lago innominado a veinte metros. Fui a un supermercado y compré montones de ropa de todos los tamaños desde S a XL, y cada cosa me quedó bien. Como remanentes del 4 de julio había toda clase de artículos con la bandera, desde cupcakes a bikinis. Compramos también alimentos, algunos de ellos peligrosamente parecidos a vicios; me hubiera pasado el día entero en el Target. Lo lindo es que uno paga y pesa las frutas sin pasar por la cajera: autoservicio absoluto. Luego me hice dueña de un nuevo número de teléfono por un mes que costó cuarenta minutos de espera y 63.16 dólares, número que me duró dos minutos (con devolución de los 63.16 pero no de los 40 minutos, fucking Verizon). Después del almuerzo salimos para un toque, a las tres de la tarde. 
Estamos en Minnesota, you know?
Todo puede suceder.
El recital era parte de una campaña que se viene realizando desde hace 28 años para restaurar la basílica de Minneapolis, que tiene importantes daños en su estructura causados por el agua. Los toques arrancaban a las 5, pero primero teníamos que ir a otro lugar (en una zona muy rural, en medio del bosque, divino) a buscar a Ann, amiga de Cecilia y profesora de Arte en su mismo liceo. En el camino pasamos por un pueblo donde casi todas las casas tienen una escultura de oso en la puerta, vi una garza hermosa en el medio de un lago y unos pocos caballos en el campo. Esta no es zona ganadera, es zona de lagos, plantaciones de choclo, de bosques y de sorpresas, como ver un anuncio del próximo concierto de Kenny Rodgers ("vivo?"). Al borde de la carretera, a la entrada de Minneapolis, un vagabundo sostenía un cartel hecho con cartón: "I fart on Trump's general direction"😂
Entramos al predio tras pasar las revisaciones de control y ser etiquetadas con la maldita pulserita de rigor, esta vez indicando (previa muestra del pasaporte) que soy mayor de edad y puedo comprar alcohol. Miles y miles y miles de personas caminaban, comían, estaban sentadas en el pasto o las calles o ya escuchando los primeros grupos. Los escenarios eran tres, bastante distantes entre sí, con la imponente iglesia en un costado y con una autopista que pasaba por encima de la multitud. Fue muy raro un escenario de rock con un santo en el fondo, con gente bajo los árboles, con sol en el cielo. Antes de ver nada hicimos un tour guiado por la basílica: salimos de la música para ingresar al silencio y la sacralidad en un segundo. La iglesia es realmente impresionante, enorme, majestuosa. Y volvimos al mundo exterior. 
Vimos mucha cosa ayer, algunos toques enteros (John Paul White, Brandi Carlile), otros por fragmentos (Jaedyn James & The Hunger, Andrew Mc Nahon in the Wilderness, Needtobreathe), mientras caminábamos, comíamos quesadillas y yo recibía promociones for free. Me hice una colección de lentes, protector de labios, bandana, etc. Ah, y daban tapones para los oídos, por si la música estaba muy fuerte. Solo en Mn vas a un concierto y se preocupan por tus oídos. 
El plato fuerte era la Carlile, que hace una fusión rock y country, excelente, flanqueada por sus guitarristas, que son dos pelados gemelos. Su último disco es todo a beneficio de una organización de beneficencia (More Children), cantó un tema a su hija, habló de su esposa y de la necesidad de mantenerse juntos para no perder los derechos (Mn fue uno de los primeros Estados en legalizar el matrimonio igualitario; Carlile llamando a Trump...) y terminó el bis invitando a subir a J P White. 
La salida fue rápida y ordenada. El viaje, largo, porque hicimos como una hora de campo y pueblitos. De camino pasamos por dos venados a la orilla de la carretera y una cosa peluda cruzándola. "A opossum!", gritaron Ceci y Ann, que frenó justo a tiempo de dejarlo pasar. Tuvimos que googlearlo para que yo tuviera una traducción: era una zarigüeya. 
Terminamos la noche comiendo tortilla a la española hecha por Maite, una amiga de Ceci que está por volverse a España y habla hasta por los codos, asistimos al acecho infructuoso de un bichito por parte de la gata Fred y nos fuimos a dormir. 

I love Minnesota




8. Reencuentros de sábado en las praderas del Edén.
Contrariamente a lo que hubiera imaginado, mi capacidad de consumo sigue aumentando en Minnesota. Comienzo a pensar en una segunda valija y en un verano lleno de estrenos en unos meses. Sigo fascinada por la variedad de opciones y tamaños, sin contar con el pequeño detalle de que todo es más barato y que los supermercados son tan grandes que en uno solo te podés pasar la mañana entera sin terminar de decir cosas como "eeeeesto!!", o "quiero quiero quiero!". 
Hoy había algo raro por estos lados, pero no terminamos de entender qué. De vez en cuando se veía un par de reposeras al costado del camino, como preparadas para que la gente de las casas asistiera a un desfile. En cierto momento la police nos detuvo para ceder el paso a una banda de decenas y decenas de motoqueros (muchos sin casco, porque acá no es obligatorio), y más adelante había una cuadra de campo ( ahí nomás, junto a los choclos) con marines que sostenían carteles. Comenzaban llevando la cuenta de los caídos en diferentes guerras, después reivindicaban sus valores de honor, dignidad y respeto y al final aseguraban que ellos nunca van a olvidar. Un poquito inquietantes, los carteles.
Este es un mundo raro. Sé que ya lo he dicho, pero no puedo menos que repetirlo. No conozco otro sitio donde los estudiantes hagan un paro para apoyar a la policía, por ejemplo. Parece que Forest Lake (un pueblo) consideró la posibilidad de prescindir de su cuerpo policial por temas presupuestales, y todo el mundo comenzó una movida para que no fuera así, pero no por inseguridad (que no la hay) sino por amor a sus efectivos. Los liceales hicieron paro una tarde y realizaron una larguísima caminata para juntarse con otras instituciones a fin de manifestarse, hasta que al final la medida fue reconsiderada y los policías siguen en sus puestos. Entienden que es un mundo raro? O estoy exagerando?
De pasada fuimos a visitar el liceo donde trabaja mi amiga, el Lila: Lakes International Language Academy. Impresionante, saqué y colgué fotos, porque las palabras no serían suficientes. Está en plenas vacaciones de verano, así que el edificio está vacío, pero los docentes igual pueden ir, si gustan (por ejemplo, para llevar de paseo a una amiga sudamericana como una), y vimos un piso recién lavado, es decir que la limpieza no se suspende por falta de alumnos. 
Por la tarde fuimos a cenar a Eden Prairie, a casa de Beth, que es donde me había quedado hace un par de años. Fue muy extraño ver el barrio verde, porque en mis recuerdos de 2014 estaba todo blanco de nieve. Ahora se podía cenar en la terraza, bajo los árboles, y el único motivo de preocupación eran los mosquitos, que son gigantes y atrevidos, pero no muchos.
Tuvimos una cena deliciosa y vespertina. Beth es una excelente cocinera y su familia es un encanto, sin contar con que a ellos no sé por qué les entiendo casi casi todo, mucho más que a otras personas, con las que hablo pero se me escapan palabras. Y estaba Max, of course. Max está aún más lindo que antes, pasa pidiendo comida y reclamando atención humana, quiere salir al patio, quiere entrar, quiere que lo mires, quiere que le des cualquier cosa que haya en la mesa... Me hizo acordar a Roldana, pero versión perro.
En cierto momento la hija de la familia hizo un descubrimiento: entre unos pilares de madera bajo la terraza había un nido hecho con pastos y ramitas, aunque con pinta de abandonado. Le saqué una foto metiendo el teléfono por encima, en los diez centímetros que quedaban entre nido y techo, y descubrimos dos preciosos huevitos azules, huevos de Robin Bird, según averiguaron los dueños de casa. Mientras cenábamos vi una ardilla correteando por ahí, y al salir había conejitos silvestres en los jardines vecinos. 
Volvimos con la luna llena sobre el horizonte totalmente despejado, un cuadro de Cúneo en el hemisferio Norte. Es una luna un tanto diferente a la nuestra, esta de Minnesota, porque no sube por el cielo sino que se desplaza de costadito.
Y aquí estoy. Domingo por la mañana, en el porche, oyendo la radio por internet, mientras en el lago del fondo los patos disfrutan de la mansa llovizna de la mañana y los pájaros de Lino Lakes están en permanente concierto. 

Esto se llama vacaciones. 



9. Alerta en Anoka
El domingo de mañana tuvo algo de llovizna que no llegó a molestar. Los patos del lago del fondo estaban de lo más sonoros y movedizos, los pájaros muy afinados y el vecino de enfrente (como siempre) atlético y ejercitador. 
Hoy fuimos a un lugar a 40 minutos de Lino Lakes donde hay una especie de barrio de outlets que es la perdición de los consumistas. Yo en general detesto comprar ropa, pero acá... Meu deus!
Cuando al fin logramos dejar las tiendas volvimos al auto, que nos esperaba frente a una montaña de arena con la banderita yanqui en la cima. Patriotas hasta pa' eso. 
Hicimos una breve visita a Max con la excusa de levantar un bolso que me dio Beth, toda vez que la valija va siendo evidentemente incapaz de albergar la ropa, los zapatos, los licores y vicios varios que piden por mí, elementos todos a los que no puedo decepcionar ni rechazar, pobres. 
A la tardecita salimos para despedir a una amiga de Ceci y su hijo que se van de paseo al Gran Cañón, y ya de camino nos enteramos de la alerta de tornado par varias zonas, entre ellas el condado de Anoka, el nuestro. Fuimos a un restaurante sobre el Forest Lake 1, en el que la gente se baña en verano y sobre el cual los autos transitan en invierno. Parece que los locales se dan cuenta de cuándo es prudente manejar sobre el lago congelado, pero ojo, que hace poco se quebró la superficie y se fue un auto al agua. 
El cielo estaba ayer bastante despejado pero eso no tiene nada que ver, porque el tornado se arma de golpe, no te da mucho tiempo para refugiarte. De manera que no alargamos gran cosa la despedida ( de la cual debo reconocer que la ensalada griega estaba muy rica). 
La alerta estaba en nivel "warning", que es onda "ojo". Cuando llega a nivel "watch" es porque el tornado ya ha sido visto en alguna parte. La recomendación en caso de que te agarre en la carretera es buscar refugio en una casa (si hay) o bien meter el auto atravesado sobre la banquina (que tiene un desnivel) y meterse uno debajo del vehículo. Claro que en algunos lugares si bajás del auto te puede encontrar un oso; en ese caso marchaste por mala suerte e inoportunidad extremas. 
Ya en la casa, la tele nos estuvo mostrando unas imágenes bastante impresionantes de granizo con piedras de hielo del tamaño de una pelota de béisbol, ahí nomás, cerquita de Montevideo. 🙂
Mini crónica en facebook:
Hay alerta severa de tornado en el condado de Anoka (el nuestro) desde ahora y por tres horas. En caso de riesgo tenemos que encerrarnos en el baño pequeño del piso de abajo; ya hemos pensado ir llevando nuestros bienes más preciados, es decir la computadora, los teléfonos, la gata, el Almonds Baileys que compré esta mañana y el dulce de batata que le mandó la madre a Cecilia. Además (por si faltaba algo de adrenalina a la noche del domingo) varias ciudades han reportado granizo con piedras del tamaño de huevos de gallina.
Fue un placer haberlos conocido.
Me voy a comer unas galletitas de chocolate.
Hasta mañana.

Creo.
La noche pintaba complicada. No daba para pensar en el futuro. Abrimos un Baileys y terminé un paquete de galletitas de chocolate mientras la gata dormía a pata suelta, ignorante de los sucesos del mundo exterior. Al rato nosotras también nos dormimos, que al otro día había que madrugar para llevar a los amigos al aeropuerto. 
Si el tornado venía veríamos qué hacer pero no vino, así que todos (incluyendo a la gata, los patos y el vecino de enfrente) nos consideramos salvados, por esta vez. 

Y así terminó el segundo domingo de las vacaciones de julio en verano.



10. Wisconsin: ¡es contigo!
La mañana post tornado fue soleada y de lo más apacible, aunque nosotras amanecimos a las cuatro y media de la madrugada porque fuimos a llevar a una amiga de Ceci y su hijo hasta el aeropuerto. Después hasta el mediodía no nos movimos gran cosa, y ahí sí, pusimos proa a Wisconsin. Cecilia había dormido un par de horas más por la mañana, yo nada, y más valía que la granja fuera buena o me iba a dormir en el primer banco que encontrase. 
Lo era. Por suerte para nosotras, lo era. 
A la entrada nos pareció que hubiéramos necesitado un niño como justificativo para la visita, porque aquello estaba lleno de chiquitos de jardinera en clase de verano y de parejas con hijos. De todos modos apenas entramos y echamos una mirada al parque se nos fueron todos los cuestionamientos: habíamos ingresado al Paraíso terrenal. Dante lo hubiera puesto en el canto 30 por lo menos, de haberlo conocido.
Los venados, las cabras y los gansos andaban sueltos al alcance de los mimos, que les dimos con mucho gusto a todos excepto a las llamas, porque nos pareció que nos querían engrupir con caritas de ángel para escupirnos como suelen hacer, y por las dudas no les quisimos dar el gusto. Algunos se bañaban en un lago, otros deambulaban por el prado, todos pedían atención y comida a los visitantes. Había muchos bebitos, especialmente una llama blanca con solo una hora de vida. Algunos (pocos) estaban en jaulas, y por eso Dante no hubiera podido ponerlos en el canto 33, pero la mayoría tenía un muy buen espacio, virtualmente ilimitado en el caso de los bichos más mansos. Vimos pavos reales, tejones, chinchillas, mapaches, zorros, lobos, todo tipo de ganado, conejitos, linces, erizos, puercoespines, zarigüeyas, unos gallos recontra pechugones, otros muy muy feos, de todo. 
Nos fuimos, sin dejar de pasar por la tienda de los souvenirs, donde se vendía desde comida orgánica a unas bolitas de chocolate con la leyenda "caca de caballo", o de vaca, o de cabra... Pero no compramos. 
A la salida eran como las tres y pico y el hambre nos hizo recalar en el primer lugar abierto al costado de la autopista, que era un Mc Donalds. La empleada que limpiaba las mesas era una señora con pinta de nonagenaria (sin exagerar). Cuando pasó por nuestra mesa nos saludó y me preguntó si no me había visto por ahí hacía un par de días. Se ve que en Wisconsin también tengo una gemela, salvo que la señora solo buscara charlar un poco, cosa bastante probable. Antes de irnos cayeron otras dos nonagenarias, clientas esta vez, que se ve que eran sus amigas, porque se saludaron con alegría. Una de ellas tenía un impecable vestido largo y cerradito en cuadrillé blanco y celeste, combinando con sus zapatos, cabellos y cartera blancos. Parecía la vieja bibliotecaria de una película de los años cincuenta. 
Ya de vuelta en Minnesota, a pocos km de la granja, entramos a un parque sobre el St. Croix River, que es el límite entre Mn y Wisconsin. El río a esa altura corre anchísimo y majestuoso. El bosque es alto, sombrío, entre rocas gigantes, y se recorre por diferentes senderos que parecen inagotables. De todos modos nosotras estábamos ya medio cansadas, o sea que no hicimos todos los recorridos, pero lo que vimos fue impactante. La naturaleza te echa a la cara tu pequeñez y a la vez te acepta como un microbio más que pasa, observa y sigue de largo. Somos chiquitititititos. Los árboles nos sobrepasan por decenas de metros, las rocas están allí desde hace un billón de años, según dice el folleto que nos dieron, y el parque mismo existe desde 1895. Una maravilla. En cierto momento, entre los árboles, una cosa enorme de color madera se detuvo a observarnos: era un venado, a un par de metros de nosotras. Se quedó mirándonos, de lo más tranquilo, a diferencia de una ardilla que casi ni foto me dejó sacarle, de tanto apuro. Los que sí se dejaron ver, sobre todo al caer la tarde,fueron los mosquitos, que en este Estado son enormes y patoteros. Ya era hora de ir volviendo. 
Ahora cae la noche en Lino Lake. Mi amiga me dijo "buenas noches" hace rato, mientras aún brillaba el sol, y su gata se fue con ella. En la vereda de enfrente los patos siguen cruzando el lago en fila y hay un conejito silvestre que dos por tres se asoma a comer alguna hierba y a dejarse contemplar por esta uruguaya que hoy se ha pasado el día entero de asombro en asombro. 

Cosa linda los viajes, la amistad y la vida. Es verdad que es una obviedad, pero una a veces tiende a olvidarse. Qué cosa linda esto de vivir y mirar vivir, de aprender, cambiar y permanecer. Cierro con una frase que vi en la granja: Keep calm and eat Wisconsin's cheese.



11. Día de lagos
El Square Lake queda a media hora de la casa de Cecilia, en trayecto que tiene patos, pavos y ciervos al costado de la carretera, sin contar con las sillas de voladitos y los muebles gratis que también se ven de vez en cuando. El camino es de lo más panorámico; me gustaría vivir en un pueblo de casas rodantes, cerca del lago, todas con su jardín. Hasta que llegamos a destino. Uno entra al parque, paga siete dólares por auto y tiene a su disposición un lago gigante de agua transparente y a buena temperatura, un bosque inmenso con ardillas esquivas, gansos, peces, caracoles, baños y salvavidas, pero no comida. Esa fue la razón por la cual no nos quedamos a vivir en el lago, porque lo demás es perfecto. Hay arena con sol y con sombra, zona segura de baños delimitada con boyas, mesas y bancos bajo los árboles, poca y tranquila gente. A las doce en punto un parlante anunció que todos debíamos salir del agua por un procedimiento de seguridad: parece que es solo para ver que cada quien tiene a todos los suyos y que nadie perdió a ningún niño. 
La siguiente parada fue un pueblo junto a otro lago gigante: Stillwater. Muchas construcciones antiguas, algunas con chapas de metal, riscos, tiendas de antigüedades, supermercado cooperativo de productos orgánicos, biblioteca free en la playa, pantalla inflable para ver películas contra el agua, lugares de venta de piedras y fósiles, un pueblito de cuento. 
A la tardecita, mientras mi amiga trabajaba en su liceo, me quedé un par de horas en la feria de Forest Lake oyendo un grupo de jazz y viendo decenas de puestos y cientos de personas. Toda clase de personas, este país no deja de sorprenderme en ese aspecto. Como 50 veteranos estaban con sus reposeras, sobre el pasto, oyendo la música.
Entre los puestos había verduras, jugos, tatuajes de henna, ropa, artesanías con madera y hasta uno de la police, al que iban los niños a charlar y pedir lapiceras. En cierto momento un gordito cabezón de dos años se dio terrible porrazo, tan fuerte que muchos oímos el ruido de la cabeza contra el hormigón. El padre no sabía qué hacer, mientras el gordo lloraba a moco tendido, y en eso vino el cop y le ofreció ayuda, que fue amablemente rechazada. La madre llegó, lo tomó en brazos y le empezó a decir:
_ Now, look into my eyes... Just look into my eyes...
Y lo hipnotizó. El niño dejó de llorar al momento. 
Continué mirando a mi alrededor. Un nene sacaba chicle de una caja por metro y se comía tiras de a veinte cm. 
Todos comen y comen, en todas partes, todo el tiempo. O pasean perritos. O andan con 
remeras de Misfits y bermudas patrióticas con la bandera americana. O son una veterana de pelo blanco cortito, con musculosa y soutien de encaje beige, con pollera hasta los tobillos, pollera que es de jean hasta la altura de un short y luego una cascada de encaje azul. O una flaca treintañera de pelo violeta, short de jean y botas altas de cuero. O una uruguaya con remera de la Basilica Block Party, que se pasó media hora mirando los patos del lago y al final de la feria solo compró un pan de zanahoria con nueces.

Este lugar da para todo. Hasta para una.




12. Reincidimos en el Square
Cuando Mariela Rodríguez despertó esta mañana después de una noche de sueño tranquilo se encontró de pronto convertida en una monstruosa marmota. Cómo explicar si no el hecho de haber dormido de un tirón sin enterarse de que afuera el mundo se vino abajo por la noche, hubo lluvia y viento fortísimos, cayeron árboles, columnas del alumbrado público y hasta se voló un mosquitero de la casa, que fue a parar al jardín del musculoso vecino de enfrente. 
Se ve que lo mío no es el estado de alerta, y menos de vacaciones.
Por la mañana solamente hicimos mandados; el miércoles vino con ritmo tranquilo tranquilo. A las once y media, siguiendo los horarios que mi amiga dice son de Minnesota (empiezo a dudarlo, porque siempre almorzamos en lugares vacíos) nos fuimos hasta un restaurante mexicano: Don Julio. Ahí nos sirvieron una montaña de papitas, un vaso gigante de agua (estoy ahorrando calorías, ejem...) y una porción enorme de algo que pedí, una cosa vegetariana con arroz, burrito y chalupa (algo así) con palta, lechuga, tomates y otras cosas, un poquito picante pero deliciosa. 
A la tarde volvimos al Square Lake, donde ya estaba Ann, la amiga de Ceci, con sus dos niños bellos de película de Walt Disney. La niña, de unos 6, leía una novela épica como de 400 páginas, y el niño, de unos 4 años, es el más bello del mundo. Andaban con una paddleboard, que no quise probar porque estaba muy ocupada juntando caracoles transparentes y sacándole fotos a una ranita verde y amistosa. 
Hay cosas raras en esta playa. Hubo otra vez un par de avisos, como ayer, para que por 5 minutos todo el mundo saliera del agua, por ejemplo. Otra cosa extraña es que no hay más de una cuadra habilitada para baños, y en ella hay tres salvavidas separados, todo el tiempo mirando al agua. TRES. Por último, es la playa con más tachos de basura que vi en mi vida: dos cada diez metros, más o menos. 
Pero I love Square Lake. ❤️
Nos fuimos antes de la caída de la tarde. La señora del GPS debía estar medio alcoholizada porque nos mandó por una carretera de tierra donde pensé que iba a salir un oso en cualquier momento. A propósito, ayer en Colorado un acampante se despertó con un oso negro mordisqueándole la cabeza, situación de la que salió con vida aunque un poco rasguñado, según dicen las noticias. 
Por el camino vimos muchos árboles y algunos postes caídos, y por lo que se cuenta hubo casas afectadas, gente sin agua ni luz y carreteras cortadas. Las tormentas (y los osos) no se andan con chiquitas por estos lados. 

Cae la tarde del miércoles en Lino Lake. Son casi las nueve, aún queda un buen rato de luz diurna y los mosquitos rondan a mi alrededor en el porche buscando mi talón de Aquiles, que básicamente es cualquier cm cuadrado de piel libre de Off. Esta es una guerra, y mis armas son escasas; en cualquier momento canto retirada y me meto en la casa. Ha sido un informe desde la tierra de los lagos y (por lo tanto) de los mosquitos. Ampliaremos.



13. Last day at Mn
Hoy ha sido el único día fresco (relativamente fresco) del viaje: dio para ponerse un jean y todo. 
Por la mañana hicimos un último tour de compras, mientras yo trataba de desprenderme de cada uno de los treinta y pico de pennys que se me habían ido acumulando y que al final terminaron en el autoservicio del Target. Los cuartos no me molestan, y además hay algunos lindos de guardar porque son específicos de cada Estado. Ya tengo 12 de esos. Me quedan un par de viajes para completar la colección. 
En el camino me fui enterando de algunas cosas particulares de este mundo. Por ejemplo, pasamos por una Universidad privada y religiosa, Bethel, que antes de ingresar hace firmar a sus estudiantes un contrato por el cual no pueden tener sexo ni consumir alcohol mientras estén estudiando allí. Otra cosa interesante es que ellos (USA) no tienen sistema jubilatorio, es decir que o ahorrás para la vejez o confiás en que tus hijos te mantengan o trabajás hasta el final, si podés. He visto mucho viejito activo, aunque Ceci dice que también es posible que algunos opten por trabajar porque eso los mantiene entretenidos, cosa que y parece posible, porque los que vi no tienen pinta de estar pasando nada mal. 
Otra cosa singular que me contó mi amiga hoy es que hay una cárcel cerca de su casa, de la cual hace poco se fugó un recluso. No se escapó solo, porque huyó en una camioneta en la que estaban ingresando otros ocho presos. Lo raro es que los otros ocho no quisieron sumarse al escape sino que pidieron que no los incluyera y los bajara ahí mismo, en la cárcel. 
Por otro lado, parece que un operador se quedó ayer atrapado en un cajero automático, pero no en la cabina, sino en la máquina misma. No podía salir, y empezó a pedir socorro a través de mensajes que pasaba por la ranura por la que sale el dinero, hasta que alguien escuchó un ruido extraño, vio los papelitos y dio el aviso correspondiente. 
Este es un mundo bien diferente del mío. Un mundo donde Amazon deja las cajas en las puertas al alcance de cualquiera. Donde si no está la persona que supervisa la entrada a un parque se le deja el importe en un sobre. Donde en los restaurantes te dan comida como para tres pero siempre ofrecen empaquetarla para que la lleves. Donde comprar es más barato online pero a veces las tiendas bajan sus precios si uno les demuestra que por internet el producto cuesta menos. Donde todo ya está inventado. Donde sin GPS no llegás a ninguna parte. Donde los autos tienen calienta trasero, se abren con un código y pueden prenderse a distancie para ir calentándose hasta que el dueño se sube. 
Por la tarde Cecilia me hizo las valijas mientras yo navegaba en internet y comía una cosa deliciosa que se llaman rollos suizos, una especie de mini arrolladito de chocolate con merengue por dentro, pecado total imposible de resistir. A la tardecita fuimos a la feria de White Bear Lake, un pueblo precioso lleno de imágenes de osos blancos en honor a su nombre. En la feria había un recital de rock, otro de una banda onda militar (pero no), muchas carpas, venta de mil comidas diferentes, juegos infantiles, personas (como siempre) de lo más variadas. He estado viendo los capítulos de Gilmore Girls del año pasado, y esto era como andar caminando por Stars Hollow. 
El pub top de White Bear es The Alchemist, que está decorado espectacularmente (en especial el baño), tiene música en vivo en la terraza y ofrece unos tragos inolvidables. 
Ya en la casa, nos enteramos del tornado que nos pasó al ladito, a unas cuadras nomás, llevándose puestos la mitad de una casa y un montón de árboles. Mi amiga se despertó a la hora peor (duró unos diez minutos) pero yo no me enteré de nada hasta que ella lo leyó en las noticias. 
Y así termina el capítulo Minnesotiano de este viaje y se inicia el último y breve tramo en Pompano, con mi prima Andrea y su familia. 
Hace mucho, mucho que no tengo unas vacaciones de julio tan maravillosas. La última vez creo que fue en 1999, cuando fui a Cuba. Las próximas... Bueno, las próximas no deberían ser menos que estas, ni demorar tanto en ser planeadas. And that's all, folks! Hasta mañana




14. Viernes tropical
Eran casi las tres de la tarde cuando aterricé en el aeropuerto de Fort Lauderdale, y el calor húmedo me abrazó para ya no largarme. 
Hicimos una recorrida por algunos lugares preciosos antes de ir a la casa; el primero fue un faro sobre un muelle, divino. Cuando nos íbamos me subí a la camioneta blanca de mi prima pero me extrañó que ni ella ni su madre estuvieran ya adentro, hasta que vi que habían seguido caminando y que yo me había metido en un vehículo ajeno. Sin comentarios. 
Dije que sin comentarios, eh?
De tarde hicimos playa en Deerfield, donde el agua es transparente, tibia y con corales. Corales, cucharetas, caracoles, en fin. Es un ejercicio de autocontención no ponerme a juntar TODO lo que encuentro (un ejercicio que aún no resuelvo bien, por aquello de que nadie es perfecto).
Ya en la casa le pregunté a mi prima si Amazon no había entregado unos zapatos de invierno que encargué con su dirección, y ella y su madre se pusieron a reír, porque como me olvidé de avisarles pensaron que era un envío por error y ya estaban viendo a quién dárselos, toda vez que una cosa abrigada es totalmente inútil por estos pagos.
La cena fue en otra ciudad, Dalray, llena a tope de boliches con música fuerte, gente bailando sobre las mesas y propuestas gastronómicas de todo tipo. Mucha juventud, mucho latino, muchas chicas con escotes y mucho auto deportivo. Galerías de arte, colores, alcohol. Como dice mi prima, acá durante el día se anda de short y musculosa, y por la moche se anda de short, musculosa y tacos. 
Volvimos a la casa, donde lo primero que hice al acostarme fue romper una lámpara de Buda al tratar de enchufar el teléfono. 
Sin comentarios, again. 

Y ahí me fui a dormir, que me había despertado a las cuatro y media en Minnesota y ya era más de la una en La Florida.



15. Sábado nivel Hollywood
El desayuno en el patio junto a la piscina y bajo la sombrilla fue de una paquetería como solo los Rodríguez podemos alcanzar. Después vino la hora de ir a la playa, al agua turquesa y el sol inclemente pero bondadoso. Nos ubicamos bajo el muelle para disponer a la vez de sol y sombra, y desde ahí vimos pasar un velero, un dirigible y unos cuarenta aviones, amén de miles de humanos con cuerpos perfectos y de millones de mojarras ídem. 
A la vuelta recogimos a Lúa, que había pasado un par de horas en la peluquería canina y venía de pelo corto sedoso y con dos colitas violetas. 
Este ha sido un sábado agotador: desayuno, playa, almuerzo y piscina, en el patio, donde tratamos inútilmente de fotografiar a una iguana color verde esmeralda que apareció de pronto en el tronco de una palmera. Ya habíamos visto una igual al cruzar el canal tras la playa al mediodía. La de la casa era de medio metro, pero la de la carretera medía casi el doble. No son muy amistosas, son para ver de lejos. Parece que en invierno se mueren (literalmente) de frío; el compañero de mi prima ha tratado de salvar a algunas llevándolas a un sitio protegido pero no hay caso, se estresan, sufren el frío (el relativo frío que puede haber en la Florida en invierno) y mueren. A veces caen de los árboles por la misma razón, pobrecitas. Son de un color bellísimo, y sus colas tienen siempre franjas verdes y beige.
Al caer la tarde pusimos proa a una ciudad llena de arte, espiritualidad y boliches. Hollywood, la eclectica. El tercer sábado de cada mes se hace una feria artesanal con música en vivo que se llama Art Walk, y allá fuimos. Recorrimos, charlamos, compramos, caminamos, En un parque cercano encontramos un mundo de árboles increíblemente grandes, de ardillas, lagartijas y flores impresionantes. Me pareció ver una ardilla comiendo un maní y pensé que había mirado mal pero no me equivocaba, porque por ahí vimos a un veterano en bici que emitía una suerte de cacareo bajito, al cual acudían las ardillas como moscas a la miel. Se le subían de a una a la bicicleta, recibían su maní y se lo llevaban corriendo velozmente, mientras él seguía y seguía alimentándolas a todas. 
Al caer la tarde vimos una performance, mezcla de plástica y música, donde un grupo de percusión de Hollywood (Resurrection Drums) tocaba a la vez que un uruguayo flaco y canoso (Daniel Pontet) pintaba con los pies y de ojos cerrados algo improvisado en el momento. 
Ya avanzada la noche nos quedamos largo rato charlando en el living de la casa con mi prima, su pareja y mi tía Lourdes, que es la más joven de los once hermanos de mi viejo y me estuvo contando algunas cosas de esas del pasado de las que el Cele a veces se olvida. 
Mientras charlábamos presenciamos el Show de Lucky, que está a nivel Max en divinura, aunque este necesita hacer unas rutinas de fitness porque está medio gordito. Lucky es buenísimo, excepto con el peluquero al que lo llevaron una vez y que terminó en el hospital porque le mordió una mano, pero ¿quién no tiene un mal día una vez en la vida? Lúa, por su parte, cuando llegan los dueños enseguida va al jardín y viene con una piedra en la boca para que se la traten de sacar. Los dos se llevan bien y son muy dulces con los humanos. Lucky no soporta que le saquen fotos: cuando ve que lo enfocamos con el teléfono se levanta y se va. I love them. 

Y así terminó mi último día entero de verano en invierno.



16. El regreso

Llovía a cántaros cuando desperté en la última mañana del viaje, lluvia que demoró como cinco minutos y medio en detenerse. Había un calor raro en la casa; pensé que era el sopor post diluvio hasta que me levanté y vi las caras de profunda consternación en todos los humanos que estaban ya levantados. Había pasado algo muy grave durante la noche; el aire acondicionado estaba roto. Oh oh. 
Los planes de brunch familiar en Miami fueron pronto sustituidos por un desayuno potente en la casa, mientras esperábamos al técnico que arreglara la situación. Yo me di el lujo de andar un buen rato acechando iguanas en  el patio, cosa de la cual ellas ni se enteraron. Lo que sí vi, y en grandes cantidades, fueron las lagartijas de todos los días, que parece que tuvieron familia porque ahora abundan unas muy chiquitas, de unos cuatro centímetros. 
Andrea y su madre me acompañaron al aeropuerto. Ya la llegada implicó un largo trayecto, el lugar parece virtualmente infinito. Se nos fue un buen rato entre ascensor y caminata a máxima velocidad. Después, la rutina de pesar la valija se comió otros diez minutos. Comencé a ponerme nerviosa. Mi vuelo se iba a las cuatro, a las dos y veinte recién iniciamos la fila, aquello era un caracol con vueltas y revueltas que avanzaban pasito a pasito, y había unas cincuenta personas adelante de nosotras. En cierto  momento me sacaron primero a la tía y luego a a la prima, porque solo los viajeros podían estar en la línea. 
Ahí me puse a charlar con Patricia, una nicaragüense con la que tuvimos media hora de intercambio de info sobre nuestros países y a la que no volví a ver y ni pude saludar luego del checking multitudinario. Parece que las playas sobre el Atlántico son las mejores, de arena blanca y agua tibia, mientras las del Pacífico son frías y con arena negra. La capital según ella no es gran cosa pero sí hay montañas hermosas y un lago enorme en el medio con isla paradisíaca. El país parece ser bastante seguro, o por lo menos no tienen maras y no hay mucho narcotráfico porque la gente  en general no tiene dinero para drogas. El alcohol sí, es un problema, porque es muy barato. Patricia no conocía Uruguay pero sí había oído hablar del Pepe y creía que seguía siendo nuestro presidente. 
Al fin llegó mi turno, y me atendió un señor muy amable que hablaba en español. El embarque era a las tres y tres, y ya eran tres y cuatro. 
_ ¿Tengo que correr?- pregunté medio desesperada, porque el aeropuerto es enorme y yo tenía que ir hasta la puerta J16.
_ No, no hace falta, pero no se distraiga en el camino. Vaya derecho.- me aconsejó con tono paternal. Y así lo hice. 
Al terminar el trámite vino el momento de ir hasta el extremo de la puerta y pasar por los scanners de rutina. Bah, en realidad no pasé, porque el security me dijo que ya me había hecho un previo chequeo, y pude saltearme el aparato ese en el que te parás con las piernas separadas y los brazos en alto, además de dejarme los zapatos puestos. Yo creo que el tipo me vio con cara de buena gente, o tal vez fue que como andaba de remera y short no tenía dónde esconder un arma. Remera y short, sí, pero con zapatos de invierno, porque no me dio el tiempo de cambiarme antes de abordar el avión: cuando llegué ya estaba entrando la gente de mi sector. No era un gran inconveniente; ya lo haría en el vuelo, aunque deteste los baños de los aviones.De todos modos el despegue se demoró como cuarenta minutos por un fallo en el sistema informático, algo relacionado a la asignación de asientos, no entendí bien. 
Viajé sentada en el pasillo junto a un muchacho peruano amable aunque un poco nervioso. Yo andaba con miedo de sentirme mal por aquello del vuelo de la ida pero todo salió bien, salvo que me pidieron que cediera mi mantita si no la pensaba usar, porque viajaban más personas que abrigos, parece. La comida fue igualmente más o menos, pero tolerable. El pollo con verduras se les acabó y las últimas filas tuvieron que querer sí o sí macarrones con tocino.  Retraso, pocas mantas, poca comida, hummm... En fin, no daba para complicarse en las seis interminables horas del vuelo. Vi una película y seis capítulos de sitcoms, leí un poco en el ipad, jugué veinte solitarios y de pronto estábamos aterrizando en Lima. 
Llegábamos a las 9.15, mi segundo avión embarcaba 8.44 y salía 9.44. La situación era medio desesperada, siempre se entra al avión muchísimo antes del despegue. Unos cuantos estábamos en la misma, recorriendo el aeropuerto a velocidad de vértigo mientras se sucedían los carteles pero no terminábamos nunca de encontrar la puerta 16. Cuando llegué tuve una especie de dejà vu: otra vez el sector C estaba ya embarcando, otra vez no tuve tiempo ni de respirar y de pronto estaba adentro del avión, el último del viaje. Medio pichi, el avión, sin tele en los asientos, solo con pantallitas pequeñas que bajaban del techo cada cuatro filas de asientos, como era antes. 
Pero ya estaba adentro y respiré aliviada.   
El vuelo fue excelente, la comida mejor que las anteriores, mi compañera de asiento era flaca y solo me pidió una vez para pasar. O sea, aprobado 9. A la salida me estaba esperando Clarisa, la madre de Cecilia, que se mandó la patriada de ir a buscarme a las cuatro de la mañana porque yo no había previsto nada y estaba evaluando si subirme a un COPSA, aunque las dos valijas dificultarían bastante mi movilidad. Por suerte me llevó una campera abrigada; mis bolsos vienen rebosantes de minis y musculosas, pero nada invernal. 
Llegué a casa, regué las plantas y me quedé desvelada como hasta las siete de la mañana. El viaje al verano se había terminado; ya era tiempo de comenzar a planificar el siguiente.

Julio 2017

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Primero pasás cinco minutos tratando de armar un par con los guantes que te van apareciendo de a uno, como poniendo a prueba tu paciencia y tu frío. 
Después te embutís en la campera más gruesa y protectora que tenés en el ropero, te colgás la mochila y tratás de abrir la puerta con los guantes puestos y el cerebro a medio helar. 
Y ahí escuchás un "miau" desde afuera y se te termina de congelar el corazón. No, no es Roldana, te decís en medio segundo, es la gatita gris de un vecino que a veces viene a pedir comida, pero ese medio segundo te desarmó el mundo, la tranquilidad y los planes de miércoles. 
Salís con el estómago hecho un nudo y te ponés a escribir en el ómnibus para distraerte, pero afuera sigue el frío, y adentro también.

Agosto 2017

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"Prepárate que voy a castigarte, voy a darte, por cualquier parte, y hasta el yugo voy a darte". Linda la letra del 100 que viene con cumbia a todo trapo. Después disimula como que habla del canto, en esa cosa pueril de "nooo, yo no hablaba se eso..." La siguiente canción afirma que "voy a darte sin clemencia". 

No critico la cumbia, sé que porquerías como esta hay en todos los géneros. Solo digo que es tiempo de reaccionar contra la violencia, venga en el formato que venga.





Debo reconocer que ya desde ayer estaba preocupada por tener que ir a verlo hoy. Cuando le toqué timbre y bajó a abrirme pensé por un momento que mientras él no saliera del ascensor aún estaba a tiempo de escapar e irme caminando por 8 de Octubre como si nada. Fue un instante de tentación, pero no me animé, y de pronto ahí estaba él, abriendo la puerta. 
Es alto y flaco, como a mí me gustan, tiene más o menos mi edad, y se le nota la pinta de buena gente. El apartamento tiene una vista espectacular, porque está en el sexto piso, y apenas miro las paredes pienso que me gustaría probar ese color para las mías algún día.
No hablamos mucho, pero me gusta su voz. Y sus dedos. Tiene lindas manos, pienso, mientras me recuesto en el sillón y cierro los ojos, porque no quiero mirarlo directamente 
Como a la media hora él recibe una llamada. 
_ Eh... sí... ¿Podrías llamarme en un rato? Estoy ocupado ahora.
Qué bien que le cortó; hay que establecer con claridad las prioridades en esta vida, me digo mientras él vuelve a concentrarse en mí. Creo que lo hace bien, aunque sé que puedo equivocarme. He pasado por esto antes, y ya no endioso a ninguno. 

El tiempo pasa volando. Cuando me acompaña a la salida flota en el aire la posibilidad de un encuentro futuro, pero a quién voy a engañar: sé perfectamente que solo en caso de emergencia estética o sanitaria puede ser que me agarren para venir de nuevo al dentista





Listo, ya entendí todo. 
El chofer viene oyendo el partido (uds disculpen mi ignorancia, ni idea de qué partido es pero evidentemente es EL partido del miércoles). Como le tocó trabajar a esta hora y viene molesto (porque ademas es la hora pico y el 103 salió de la Ciudad Vieja ya con gente parada) se desquita parando lo más adelante que puede a cada oportunidad, provocando movimientos coreográficos de peregrinación multitudinaria, como olas de abrigos con pelos y sombreros que caminan dos o tres metros cada vez, en apretada masa indivisible.
_¿Te paso la data?- grita un señor parado a mi lado- ¡1 a 0 la franja y 3 a 1 el Real! - pero no sé a quién le habla, debe estar mandando un mensaje de voz.
Charlo con una ex alumna del 58, excelente estudiante de sexto Economía, que trabaja nueve horas y media y viaja hasta el fin del mundo día tras día, pero igual quiere hacer de nuevo sexto año, de Medicina esta vez, para cursar Veterinaria y trabajar en lo que le guste, aunque sea de aquí a diez años. 
Fútbol, apretujes, pasiones y proyectos sobre ruedas mientras cae la noche y Montevideo se apresta a apagarse.

103: la vida misma (esta vez en versión Semidirecta). 





Recorrida random por este mundo: paso por una página de la Guardia Republicana que comparte la noticia de una señora que tuvo un problema médico y fue llevada en patrullero. El perro los siguió corriendo, lo vieron, lo dejaron subir y después quedarse bajo la cama de su dueña, pobre bicho. 
Dis cosas dos llaman mi atención más allá de la tierna historia. 
"No, no ocurrió en otro país, pasó aquí", comienza, y yo pienso "obvio; dónde más alguien va a dejar a un perro entrar a un hospital?", pero no pienso mucho, porque igual me parece bien lo que hicieron. 
"Los animales demuestran mucho más valor que algunos 'humanos'", termina. ¿Qué necesidad de terminar una nota tierna con un palo a alguien, estimada Republicana? ¿Es que no se puede con la costumbre? En toda la historia no hay ni una persona que haya obstaculizado el desarrollo de la acción, pero se ve que a veces la tentación de atacar es tan fuerte que se ataca al voleo, a ver si alguien se siente tocado.
Queda mucho por hacer.
A mí, por ejemplo, me queda bajarme del COPSA y volar hasta el IAVA. 

Permiso.






Primera escena: Sábado de tarde: Vos escondiendo media tableta de chocolate negro y enviándole órdenes a tu subconsciente: "esto no está sucediendo, aquí no hay nada nada nada de chocolate, olvidas su existencia, desaparece de tu mente en 3...2...1..."
Segunda escena: Lunes por la noche. Vos sacando la tableta de su escondite y comiendo un cuadradito. UN cuadradito. O dos. Bueno, cuatro.
Tercera escena: Lunes por la noche, dos minutos más tarde. Vos escribiendo una crónica de tu propia debilidad, solo para que alguien te comente que es un crimen dejar el chocolate escondido, que te lo comas sin culpa, que carpe diem y etc.
¿Cómo se llama la película?
Lindt. Se llama LIndt, y el subtítulo es 60% cacao. 

Creo que es un cortometraje.




El 103 vino con destino cortado: Bulevar Artigas, y por lo tanto se desplaza a medio llenar, al menos desde que en el Intercambiador se bajaron diez o doce personas. La guarda y la chofer aprovechan a tener una charla laboral. 
_ Lo que pasa es que el reglamento es de 1800... Fijate que especifica que no se puede subir al ómnibus ni siquiera con bolsos...
_ Sí, y si lo vamos a cumplir del todo también dice que está prohibido hablar en voz alta. ¡Ni se puede hablar en voz alta!
_ Sí. Si lo vamos a cumplir del todo es imposible. 
Mirá vos pienso mientras me acomodo junto a un señor que viaja termo y mate en mano oyendo cumbias sin auriculares. 
Es ahí cuando entiendo el origen de la charla matinal. En fin, tampoco pienso pelear por mi derecho al silencio a las siete de la mañana, especialmente porque solo llegamos hasta Bulevar, y ya vamos por Propios. 

No me juzguen.





Ellos eran dos, padre e hija, y venían sentados adelante en el 405, en un asiento perpendicular al mío. La nena tendría 3 años y el padre no llegaría a los veinte. Él sostenía una Cajita Feliz en la mano y venía totalmente concentrado en su teléfono, mientras ella mordisqueaba como la cosa más natural del mundo una bolsa vacía de nylon transparente. En cierto momento, como él no la miraba, consideró que era tiempo de llamar su atención de un modo más directo:
_ Mirá, papá. 
_ Ah. ¿Ta rica esa?- dijo él, y siguió pasando foto tras foto en el celular. 
Todo mal, pensé, todo mal. La lleva a Mc Donalds, es adicto al teléfono, la deja masticar bolsas, todo mal. 
En ese momento él empezó a mostrarle a su hija lo que había estado mirando con tanto interés en el teléfono: eran todas fotos de ella, o de ella con él, sonrientes. 
No estaba todo del todo mal, entonces. 

La nena dejó de masticar la bolsa, ambos se concentraron en las imágenes y a partir de ahí no dejaron de sonreír como en las fotos, hasta que vino mi parada y tuve que bajarme.





Nunca llegué a verle la cara, porque todo el tiempo lo vi de espaldas, charlando con el guarda. Tiene veintipico, y subió al ómnibus en 20 de febrero, excitado porque parece que un Cutcsa no frenó y "casi le pasa por arriba". Habla a los gritos, dice que va a denunciar al que no frenó, pero no está seguro de qué línea era y no le tomó la matrícula. 
_ Estoy de turno. Ayer me quisieron rapiñar y hoy esto... 
_ ¿Te quisieron rapiñar?- le da pie el guarda, y el muchacho arranca a contar lo de ayer, y de otra vez que tuvo que ir a declarar y la jueza le dijo no sé qué cosas de venganzas y corrupciones, y se pone a hablar de que él apoya a la 404 y a Graciela Bianchi, y que esto está cada vez peor, y etc, etc, etc, hasta que se bajó en Comercio, asegurando que iba a denunciar al chofer que no había parado antes. 
Apenas bajó, el guarda se fue a charlar con el chofer. 
_ ¿Viste lo que contó, lo que le dijo la jueza? ¡La jueza! ¡Fijate vos, la jueza!
El chofer lo miró un segundo antes de responder. 
_ Andá a saber cómo fueron las cosas...
Y liquidó ahí la charla, con lo que la música de la radio volvió a adueñarse del viaje. 
Dos posturas frente a la vida, pienso. O quizá tres. O cuatro. El novelero (sea por inocencia o por aburrimiento), el que exige pruebas (por cauteloso o por experiente), el que desparrama indignación (por actitud vital o por interés político) y la que registra todo (por afán de escribir o por trastorno obsesivo). 

De todo como en botica en la viña del señor.





Era una oficina gigante, como el Salón de los Pasos Perdidos, o más. Todo el espacio estaba ocupado por personas vestidas completamente de negro o azul oscuro, la mayoría de ellas inmóviles, sin nada que hacer. Sobre un extremo, la zona de castigo, donde las autoridades (que no se diferenciaban visiblemente del resto de nosotros) tenían bajo estricta observación a ocho o diez infractores, a los que sentaban en una mesa, paraban a su lado o los hacían tirar boca abajo en el piso. Entre ellos, entre los castigados, había una chica flaquita muy movediza que evidentemente iba a querer escapar a la primera oportunidad, por lo que uno de los guardias la controlaba con especial cuidado. 
Afuera, en el patio, se repetía exactamente la misma situación. Un hombre de mi edad, en especial, llamó mi atención; creo que yo lo conocía de antes. Era otro de los castigados, pero su actitud era la opuesta a la de la muchacha; él se esforzaba al máximo por cumplir el castigo, a fin de caerle bien a la autoridad y obtener con ello algún beneficio. 
La sensación aplastante era que por la más mínima e impensada cosa que uno hiciera o dijese se podía pasar de persona común a castigado por tiempo indefinido.
Yo di una vuelta por el patio caminando muy despacio en ese mundo de gente quieta, y volví a entrar. Extrañamente, en ese momento los guardias habían salido todos al patio y adentro no había quedado ninguno. Insólito. Como era previsible, la flaquita ya no estaba, y en su lugar solo se veía un buzo negro, que habría abandonado en el momento de la huida. Me pregunté qué debía hacer: si no denunciaba el hecho probablemente terminara condenada por cómplice, pero yo quería que la chica se pudiera escapar. Miré alrededor: no había ni rastros de ella, seguramente ya estaría muy lejos, inalcanzable. Salí al patio y se lo comenté como de pasada a alguien, a una persona cualquiera: "Creo que una chica de adentro se escapó", y la persona me respondió "No te preocupes, que igual a la una..." pero se interrumpió ante una mirada intimidatoria de otra, a su lado. Parece que había algo de lo que no se debía hablar, y yo no tenía ni idea.
Seguí caminando. Mi conocido prisionero en el patio se esforzaba por mantener su obligada inmovilidad. Era una persona de las que cumplen a rajatabla cualquier mandamiento, más allá de la lógica o la justicia.
En ese momento se empezó a esparcir un rumor por todo el lugar, y todos comenzamos a mirarnos como si fuera la primera ver que nos veíamos. No estaban. Los otros no estaban por ninguna parte. Era ya la una de la tarde, y por alguna razón todas las autoridades se habían retirado para siempre.
Mi conocido se resistía a creerlo y permanecía inmóvil, aún cuando veía que a nuestro alrededor las personas cambiaban de posición y empezaban tímidamente a desplazarse, primero con miedo, luego más rápido, dibujando sonrisas en sus caras y comenzando a hablar en voz alta. Era hermoso. 
Lo último que recuerdo era que él al fin se decidía y empezaba a moverse hacia la salida. Iba capitaneando una banda de cuatro personas con diferentes grados de discapacidad: un loco, otro rengo, alguien de mirada muy extraña. Ese era el grupo más lento de la sala, pero en ellos fue que se enfocaron los periodistas que aparecieron como por arte de magia para captar las imágenes de la liberación. Se empezó a escuchar una música vibrante, propia del final de una película de actos heroicos. Los cuatro salieron de la sala juntos. Iban caminando lento, pero avanzaban. 

Y ahí me desperté.





1.¿Cómo superar la ruptura de una relación dañina?
2. ¿Qué tan seguido hay que cambiar las esponjas de cocina?
3. A qué se deben los raros agujeritos que aparecen en tu ropa.
Estimada amiga, no tienes por qué preocuparte si ignoras alguna de las respuestas a tan sesudas preguntas; estoy en condiciones de develar para ti los misterios de la sabiduría ancestral femenina:
1. No seas pegote y manejate.
2. Una vez por semana. 
3. A que usás la ropa reventando, darling.
De nada. 

Si deseas saber más detalles puedes consultar la sección "M de Mujer", en El País Digital. Qué haríamos sin ella las mujeres que vivimos en pleno siglo diecin... veinte.





Día de alerta meteorológica, aunque apenas si llovió un poco esta mañana. Día de asamblea en el Salón de Actos y de intervenciones en el patio por los mártires estudiantiles. Día en que ambos practicantes reacomodaron sus planes para adaptarse a una situación no prevista. 
En la última media hora con un grupo de cuarto, viendo que eran la tercera parte de la clase y que no daba para arrancar La casa de Bernarda Alba sin quórum, les propuse empezar a ver la película. Conseguí computadora pero los parlantes no andaban, así que me fui a la biblioteca a ver si había un cable para conectarlos. Volví a los tres minutos, pero mi presencia no era imprescindible: ellos ya estaban viendo la película, porque habían conectado el sonido del celular. Se escuchaba bajito, pero se entendía. Vimos veinte minutos y tocó el timbre. La semana que viene arrancamos de nuevo con el texto. 
Día de alerta, asambleas y cambios de planes. 

Día en que todos aprendemos algo. Por suerte.





Voy llegando a casa cuando lo veo. Es casi medianoche, y entre los dos serenos de la cooperativa, uno en cada punta, hay dos cuadras vacías de toda alma humana, barridas por el viento. Él me mira, me mira sin disimulo y en un momento se decide, cambia su camino y comienza a seguirme. Es un negro joven, en muy buen estado físico. Siento sus pasos detrás de mí. No importa cuánto me apure o cuán indiferente pretenda mostrarme, sus pasos resuenan en el hormigón mojado de la calle principal de las viviendas. En cierto momento algo lo debe haber distraído, porque dejo de escuchar su caminar a mis espaldas y para cuando llego a Arbolito no hay ni rastros de él. 
Respiro aliviada. No estoy para tramitar adopciones caninas a esta hora de la noche, y además el perseguidor andaba de collarcito y estaba bien alimentado, así que debe tener familia en el barrio. 
Entro a casa y suspiro mientras me aflojo y comienzo a calentar agua para un capucchino. 
Si hubiera sido un gato ya le estaría abriendo una lata de atún, pienso, pero sé que no. Demasiado pronto. Todavía no.





Estoy echada a perder, no tengo remedio. Intento evitar que cierto nivel de maldad aflore demasiado pronto, pero a veces no puedo evitarlo. Por ejemplo cuando una persona que está dando una charla utiliza conceptos como espacialidad, textura, semiótica y poética, espesura, texto plano, necesidad de plasmar un universo , etc, pero no puede evitar meter un yo, a mí, yo, yo, me, cada dos palabras, a la vez que menciona cosas que "han habido" e inserta un "bueno, nada" cada cinco minutos. Mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa. 

Tal vez algún día supere el rechazo que me provocan algunas individualidades ya desde el primer momento. Tal vez no.





Ese fantástico momento en que te levantás y los dos a la vez, el teléfono y la computadora, te cuentan que han tenido una noche de jodita y dependen de vos para poder abrir los ojos de nuevo (ellos le llaman "reiniciarse").
La notebook tiene buen carácter y solo te demanda unos numeritos, pero el teléfono nuevo es un poco temperamental y arranca con necesidades de IDs, contraseñas y pruebas varias que apenas (y a regañadientes) están al alcance de la neurona titilante de las seis de la mañana. 

Ahora están ellos y vos desayunando, y solo queda esperar que se dejen de locas pasiones, que se estabilicen un poco y abandonen esta frenética e interminable carrera por incorporar la novedad más insignificante día por medio. Les asegurás que vos los querés como son, que no tienen que actualizarse como si los fueras a cambiar por otro al primer viaje que te pinte, pero ellos te miran de reojo e intercambian un gesto de incredulidad cuando creen que no los estás observando. Y tal vez tienen razón.





La caída de la tarde en mi rancho de Valizas era bella y en paz. Las sombras se iban haciendo más espesas casi sin notarlo, hasta que resultaba casi imprescindible encender una vela y adivinar las formas y los colores de lo que quedaba más allá se su radio de influencia. No había internet, ni equipo de música, solo el silencio de encontrarse con uno mismo y la inmensidad del paisaje y el tiempo. 
La caída de la tarde en mi rancho de Valizas era bella y en paz, pero no así en Arbolito, donde un &#%€£¥ apagón amenaza con mandarme a la cama a horarios de Cerro Largo, es decir, cuando se acabe la batería de la notebook y deje de escuchar viejos programas de Darwin que tengo descargados. 
"¡Luz! ¡Más luz!" Dicen que fueron las últimas palabras de Goethe, y si hay algo que tengo claro en medio de las sombras es que el tal Goethe siempre tenía la posta. 
¡QUE VUELVA LA LUZ!!!
O que renuncie Bonomi. Lo que sea más fácil. 







Yo, que te conozco bien,
Me atrevería a jurar
Que vas a regresar,
Que tocarás mi puerta.
Yo, que te conozco a ti
Me atrevería a decir 
Que estás arrepentida...
El muchacho grita y desafina en medio del bus repleto del domingo a las cinco de la tarde, mientras yo pienso que nunca había escuchado con atención esa letra pero resulta de un egocentrismo repugnante. ¿Qué sabés, m'hijo? ¿No te entra en la cabecita que ella encuentre a uno que le guste más que vos? ¿Eh?
En esa beligerancia interna andaba cuando el cantor (que yo casi no veía porque él andaba por el fondo del ómnibus) terminó de perpetrar la cosa y arrancó su discurso pro propina:
_ Gracias por esos aplausos... les diré que en la última curva me tuve que aguantar para no caerme como de casualidad arriba de esta muchacha tan pero tan bonita... A ver... permiso... corriendo las colitas para que pase... No se preocupen por ir apretados, que así arrancó Flor de la V y muy mal no le fue...
Listo, todo está claro. 
El muchacho y su canción, un solo corazón.
Queda mucho por hacer.





Domingo. Sol. Silla amiga. Plantas compañeras. Un libro apenas iniciado. Mediodía amable y un par de horas de dolce fer niente o quasi niente por delante. Pájaros lejanos. Un agosto que se disfraza de primavera. 
Y entonces: ella.
Ella aparece cuando quiere, zumbando y revoloteándome alrededor con su carita de buena, pero a mí no me engaña, y cada vez que viene me autodesalojo del Paraíso y la dejo adueñarse del fondo hasta que se aburre y pone proa a otros patios, a interrumpir otras lecturas y a desestabilizar a otras gentes.
Debo dejar de comer dulces, pienso. Mi sangre debe ser puros glucosa y triglicéridos, agrego, como si supiera algo de química o de nutrición. O quizás será que hay un kilo de miel de alfalfa en la cocina y ella me la reclama, no sé qué le pasa, solo sé que siempre vuelve, siempre vuelve. 
Por ahora me resisto al exilio bajo techo, pero no lo descarto del todo. 

Me pregunto qué hacía Quiroga cuando en la selva se le venían encima las abejas, las hormigas asesinas y las serpientes blanduzcas. Ese es el verdadero misterio de Horacio Q, concluyo, mientras me vuelvo a instalar en el fondo con el cerebro y los ojos a medias en el libro y a medias en el entorno, por si acaso. Solo por si acaso.





Camino a la parada me cruzo con un vecino y no puedo evitarlo: mi cabeza se va solita hacia febrero del 84, al campamento de Costa Azul. Fue en Costa Azul o tal vez en Jaureguiberry, no estoy segura. Los jóvenes de la cooperativa habíamos conseguido que FUCVAM nos prestara su predio y un par de carpas gigantes, nos las ingeniamos para que la COVINE nos pagara el viaje en el camión de obras, y allá fuimos. 
En mi memoria éramos como 50, pero es probable que no pasáramos de 30. Una banda de gurises de entre 15 y 20 años, acompañados por tres parejas de adultos jóvenes que en medio de su inconsciencia aceptaron ir con nosotros: Edgardo y Eva, Betty y Hugo y otros dos que mi memoria ha borrado. 
Las cosas no salieron tan mal como hubieran podido; se ve que tuvimos suerte. Cierto que el camión solo aceptó llevarnos en dos tandas y la mitad debimos esperar como 3 horas frente al SUM a que volviera por nosotros, pero ese tiempo sirvió para que pasara a saludarnos Marcelo, que tenía unos ojos verdes absolutamente inolvidables. Cierto que un día jugando a la guerra en el agua le dejé mis uñas marcadas en la espalda al flaco Esteban y también cierto que el atlético José Luis se tiró un clavado en una zona de medio metro de agua y lo tuvieron que llevar de urgencia a Montevideo, en fin, pequeñeces. Anduvo seis meses enyesado de cuello a cintura pero quedó bien, es decir, no fue nada. Y cuando la corriente nos llevó a un lugar donde dejamos de hacer pie y los nadadores del grupo tuvieron que irnos sacando de a uno tampoco fue tan terrible, especialmente porque a mí me sacó el Tito, que era el morochito más lindo de la cooperativa. 
Leo lo anterior y parece que solo recordase el paseo en relación a los chicos lindos del viaje, pero no.
También tengo la imagen de Eva y Edgardo jugando con algunos de nosotros al tutti frutti a la tardecita mientras los demás aprovechaban hasta la última gota de sol, y en realidad lo que más recuerdo es que una de las chicas casadas, Betty, se compadeció de mi inutilidad de los 16 y me agarró de hija mientras duró el campamento. Me preparaba la cocoa, se fijaba si había comido, me armaba churrascos sin grasa y me invitaba con bizcochitos, si había. Yo la adoraba. 
Betty murió en un accidente de auto un par de años más tarde, y su viudo al tiempo volvió a casarse, hace ya de esto como treinta años. Ahora cada vez que me lo cruzo (y lo veo dos por tres) me acuerdo de aquella gurisa flaca, de ojos claros y risa contagiosa que me calentaba la leche porque yo no sabía ni prender la cocinilla. 
La memoria tiene esas cosas. 
Las buenas acciones también. 
Uno a veces parece un adolescente atolondrado y enamoradizo con memoria a corto plazo, pero en verdad es una grabadora de pequeños gestos amorosos y desinteresados. 

Gracias, Betty.





Llego a mi casa molesta por el ruido de las podadoras: comienza agosto y los jardineros arrancan con cuerpo y alma a mutilar a todos los árboles de la cooperativa.
Al rato voy al fondo y arranco un yuyo de entre las piedritas del costado, y otro contra el muro. Corto una rama de malvón que me estorba para colgar la ropa, saco unas tunas que están asfixiando a otras. Les pongo coto a las más invasivas; hay algunas que no tienen límites, están tomando el deck, ¿qué se piensan? ¡Fuera, basta de avances, cortar, cortar, cortar! ¡Aaargh!
Listo. 
Soy cuno más de los jardineros de la cooperativa. Tenemos un montón de despojos verdes en nuestra conciencia, y el recurso de último momento de plantar algunas ramitas en el ex baño de las gatas a ver si se adaptan al otro extremo del patio no me exonera de culpa. 

Si algún día pasan a visitarme recuerden que tengo orégano y romero para regalar. Y malvones. Y tunas varias. Albahaca no, porque se secó, y zanahorias tampoco, porque por ahora solo son dos y no pienso arrancarlas. Considérense avisados. Y no me juzguen.





La premisa 1 del usuario del STM de mi barrio es que no se corre al 103, excepto que sea el Semidirecto.
Ahí sí, una está autorizada a mandarse una carrerita de (digamos) quince metros, subir sin aliento y pensar por enésima vez que ya va siendo tiempo de volver al gym. Hace como diez años que ya va siendo tiempo, en fin.
_ A ver si te ponés las pilas de una vez- dice el guarda, y una piensa "¿y este cómo sabe?", hasta que capta que sus palabras van dirigidas al chofer.
_ ¿Por qué?
_ Porque en esta no era parada, y en la anterior tampoco. 
_ Uuuuh... ¡es cierto!- dice riendo el chofer- Esas no son paradas. Cuesta acostumbrarse. 
_ O todavía no te despertaste y vas medio dormido... - retruca el guarda, ante lo cual ambos se ríen bonachonamente.
Sigue el viaje, mientras la rubia de rulos termina de recobrar el aire, consigue asiento y se pone a escribir, pensando si valdrá la pena correr para tomar un semidirecto en estos primeros días en que nadie tiene del todo claras las paradas que se hacen y las que se saltean. O si valdrá la pena volver al gimnasio. O si está bien que escriba crónicas con su nuevo celular en medio del 103 repleto de ojos de las ocho de la mañana.
Oh oh. 
Hasta luego.





Historia de la amistad más corta del mundo
15.06: Recibo una solicitud en esta red de parte de (digamos) Juan Pérez.
15.08: Entro al perfil de Juan Pérez. Tiene veintipocos, en su foto está con una chica y entre sus muchos amigos tenemos 4 personas en común. Asumo que es un ex alumno o al menos alguien que no molesta, y lo acepto. 
15.15: Recibo un mensaje de Juan Pérez, quien me cuenta que está realizando unas encuestas sobre salud y nutrición, asegura que no va a venderme nada y me pregunta si me queda mejor que pase por mi casa de tarde o por la mañana. 
15.16: Juan Pérez es eliminado de mis amigos por caer en uno (o quizá dos) de los ítems del protocolo de limpieza de esta red, que son 4, a saber: a) baboso b) mala onda c) vendedor y d) pesado.
Fin de la historia.
Epílogo
15.20: Me cuestiono si debo seguir aceptando gente desconocida en este mundo.
15.24: Sí. Pero no garantizo que duren mucho.





_ Hola... ¿está Joaquín?- resuena en el 100 medio vacío de la tardecita. El guarda viene hablando por celular y su voz es fuerte y clara._ Ah... porque necesito líquido de frenos; vamos por la Plaza Libertad y nos estamos por quedar sin embriague. Bueno, en 20 minutos en Villagrán y 8 de Octubre, dale, bien.
Y corta.
Si no me ven por estos lados después de las seis y media no se preocupen, pero por si acaso dénle una miradita a las noticias. Solo por si acaso.





Salgo entre las sombras y el silencio de la noche. Mi calle está en lo alto de un repecho, y la soledad del entorno me da cierto escalofrío cada vez que abro la puerta, pero sé que no es más que una sensación pasajera. Sé que en la primera cuadra me voy a cruzar con el vecino de barba que va a buscar el auto en los garages de la cooperativa al fondo de mi casa, y según a qué altura nos crucemos ambos calibraremos si salimos tarde o a tiempo. Sé que cerca del Salón Comunal un veterano estará dando el paseo matinal a un par de perros lentos de color clarito, sé que en el último tramo se van a deslizar a mi paso dos o tres figuras blancas y grises, de esas bellas, peludas y con bigotes, y sé que apenas llegue a la parada me integraré a la Hermandad de la Espera, a la cual abandonaré al primer COPSA que pase y se digne detenerse. 
Pequeños rituales del invierno.

14 de agosto

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14 de agosto 

I

_ Va a ser en el patio, en el recreo que viene- me dijeron. Y yo fui.

El acto no duró mucho; ni siquiera faltamos a la clase siguiente. Solo hicimos un minuto de silencio por los mártires estudiantiles, depositamos un ramo de flores al pie del busto a Artigas y cantamos el himno todos juntos y con un nudo en la garganta, un 14 de agosto de 1984.

Éramos unos cuarenta estudiantes y cinco o seis profesores, observados en silencio por los dos porteros que nos controlaban todos los días desde la puerta de Eduardo Acevedo, los mismos que te daban un número fijo de asiento cuando ibas a la sala de lectura de la Biblioteca Central, no fuera cosa que escribieras alguna consigna inapropiada en la mesa y después no pudieran identificarte.

A los pocos días el IAVA entero era sacudido por la noticia: cuatro de los profesores que nos habían acompañado en ese acto acababan de ser sumariados y retirados de sus cargos por haber cantado el himno ese día con nosotros.

De los docentes de mi grupo la medida solo afectaba a la profesora de Italiano, quien fue muy clara en la última clase que dio en el 5º Humanístico 3: sí estuvo en el patio ese día, pero no había cantado el himno.

_ La vida me ha dado muchos disgustos, y la verdad es que ya no tengo ganas de cantar, nunca- nos dijo al despedirse.

Pronto un rumor comenzó a correr imparable por los salones. Se decía que entre los profesores sancionados había una figura importante del gremio docente y que el sumario por cantar el himno no tenía otra finalidad que sacarlo del medio, metiendo a otros tres en la vuelta para disimular sus objetivos.

Al día siguiente marchamos desde el liceo hasta el Consejo juntos, estudiantes y profesores en defensa de nuestros docentes, pero nada logramos. En la misma semana aparecieron los suplentes, que nada tenían que ver con el asunto, se reanudaron las clases y el tema poco a poco fue dejando de estar presente.

Unos meses después hubo elecciones.



II

Tres años más tarde, ya como estudiante del IPA, una noche iba parada en un 103 rumbo a la Marcha del Silencio cuando una señora que estaba sentada enfrente a mí me tocó el brazo y me dirigió la palabra.

_ Disculpame, ¿te puedo hacer una pregunta? Ese muchacho de la foto que llevás en tu carpeta, ¿no es Líber Arce?

Miré el viejo pegotín del CEIPA que tenía en el reverso de mi carpeta roja.

_ Sí, es él.

_ Yo fui la enfermera que lo recibió en el Clínicas, ¿sabés? Fue horrible, pobrecito. Hicimos todo lo posible pero no lo pudimos salvar, no pudimos. Fue horrible.

Y se le llenaron los ojos de lágrimas.

Otras personas empezaron alrededor de nosotros a intervenir en la conversación en voz baja, reverente, dolida, hasta que cesaron las voces y el 103 de pronto se volvió él mismo una Marcha del Silencio.

El pasado no era tal.

El dolor seguía intacto.


Igual que la memoria.

Memoria afectiva

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La memoria tiene esos recovecos raros, que a veces nos saltan al encuentro cuando menos lo esperamos. En una fría y oscura mañana de sábado invernal, por ejemplo, mientras cae la lluvia y todo el barrio aún duerme en un profundo silencio. 

Esto sucedió cuando yo tenía unos veinte, y ya vivía en esta casa. Mis viejos estaban de viaje, y por alguna razón menor una tardecita me tiré hasta la policlínica que en esa época aún teníamos en la cooperativa. Eran los buenos tiempos. 
En la sala de espera había una o dos personas además de mí. La doctora (Martha, mi amiga, algún día debería escribir sobre ella) estaba atendiendo en el consultorio grande, y nosotros aguardábamos nuestro turno sin impaciencia, pero callados. De pronto algo espantoso sucedió: un olor a caca intenso e indisimulable inundó el consultorio. Aquello era nauseabundo, insoportable. Me enderecé de golpe en la silla y miré alrededor, pero nadie parecía percibir aquel desastre olfativo. Los otros siguieron con su espera sin mover un músculo. Buenos simuladores, pensé, será que todos hacemos como si no hubiera pasado nada, y no dije una palabra. El olor duró unos segundos y se disolvió por completo. El consultorio volvía a oler a esa cosa aséptica, mezcla de agua oxigenada y alcohol en gel, como todos los consultorios del mundo. Bueno, al menos duró poco, pensé. ¡Pero qué fuerte era!
Cuando volví a mi casa aún no había caído la noche. De todos modos lo primero que hice fue subir a cerrar las persianas del cuarto de arriba, y entonces la vi. Una enorme mancha de diarrea de gato sobre la colcha preferida de mis viejos, en su cama. Palta ya se había escurrido hacia el patio, pero no hacía falta indagatoria alguna: había sido ella. Si andaba medio enferma en esos días o si fue una manera de castigar a mis viejos por irse de viaje sin ella, eso no lo sé. Solo recuerdo que metí esa colcha y las sábanas en la pileta del patio y las lavé a conciencia tratando de no respirar, hasta que la mancha desapareció lo suficiente como para que mi vieja no se diera cuenta de lo ocurrido. Ni entonces ni ahora, ¿eh? No vayan a contarle que su gata le cagó la cama y después me mandó un desesperado mensaje de auxilio a través de las dos cuadras que nos separaban en el momento de la acción; no hace falta manchar la memoria de Palta, pobre viejita, que en paz descanse. 

Ayer, a las siete y media de la mañana, estaba peinándome antes de salir para el IAVA cuando algo en el piso de abajo de pronto me heló la sangre. Un ruido familiar llegó hasta mis oídos desde la cocina, y se repitió un segundo después: era el sonido del platito azul de Roldana cuando ella lo arrastraba por el piso al lamer el atún. Los que conocen mi casa saben que el silencio de Arbolito es profundo y completo, y más a esa hora. No me estaba confundiendo, era eso. Dos veces. Bajé a ver si se había colado algún gato de afuera, pero obviamente no había nadie. Ya no hay platito de plástico en el piso, y las ventanas estaban, como siempre, cerradas. Nada en el patio del frente, nada en el del fondo. Hubo un momento en que un frío inexplicable me paralizó por un segundo, y entonces lo escuché, justo a mi lado: el sonido de un gato trepando al mueble del living, junto a la ventana, el que servía de escalera para salir al jardín delantero. 
No supe qué pensar. Me acordé de mi vieja, que después que murió el Viruta sentía durante mucho tiempo el ruido de la banderola de la cocina, como el que hacía el gato al entrar a la casa por la noche. Y me fui para el liceo, sin lograr definir si será que en mi familia somos una manga de chiflados del primero hasta el último o si será que tenemos una extraña sensibilidad para captar la permanencia de energías queridas en nuestros espacios cercanos. 
No sé qué pensar. 

Setiembre 2017

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La muchacha rubia y flaca se afirma contra el pasamanos del ómnibus y comienza a pregonar su mercadería. 
"_ Buenas tardes señoras y señores. Aquí estamos con mi compañera, ofreciendo las típicas bolsitas artesanales que hacemos, las bolsitas que habrás visto en algún auto. Son bolsas que sirven para guardar los residuos de tu auto, las podés guardar en la guantera del auto..."
Todo bien con el discurso de la muchacha, aunque le falta un poquito de adaptación al medio: los pasajeros del 106 a Piedras Blancas no somos de usar bolsas de residuos en el auto. Debe ser que tiramos todo por la ventanilla cuando vamos en el Mercedes rumbo al chalé de la costa. Sí, sí, seguro: debe ser eso.

#ErrorDeSpeech106






El policía habla con el detenido en la serie yanqui:
_We are gone... go talk with that skinny east butt you have for girlfiend...
Ta, mi inglés es medio pelo, así que no me queda claro si dijo "east butt" o qué, pero lo que sí sé es que seguramente el señor policía no mencionó lo que leo en los subtítulos:
_ Vamos a hablar con esa fábrica de cándida que tienes por novia.
Es decir, que caemos en lo de siempre: traduttore, tradittore.
Porca miseria. Y los dejo, porque voy a ver si la "fábrica de cándida" delató o no al rubiecito interrogado. Ta luego.





"Hola. Hola. Hola. ¿No saludan? ¿No? Hola. ¿Son humanos? Hola."
Esa es su entrada al pasaje cansado del 103 que marcha a paso lento por 18 de julio. Después se pone a cantar algo de Robbie Williams pero en español. Es afectado, suena bastante mal, pobre, pero lo que me quedo pensando es cómo alguien pretende ser bien recibido por personas a las que comienza retando. 
La gente lo aplaude, igual, y él arranca con Stand by me. 

Quizá a algunos les gusta su estilo, su voz o su guitarra. Quizá. Pero no a todos. Adivinen a quién no.




"¿Te dije alguna vez que sos una tortuga?"

(Nena de unos 5 años a su abuela, mientras tratan de alcanzar el 142)




Domingo nublado al mediodía. Calor pegajoso. La feria de Tristán Narvaja rebosa de gente. Y de plantas. Animales no vi, pero seguro que había, salvo que hayan prohibido su venta (ojalá). Mucha comida por todos lados. Cosas chinas, venezolanas, quesos 
saborizados, brochettes, pizzetas, hamburguesas veganas, brownies mágicos, dulces exóticos, lo que quieras. 
Cuando había andado una cuadra empezó a lloviznar, y arrancó la afanosa labor de tapar puestos y desarmar mesas (me vienen recuerdos de cuando yo hacía feria). Sigo caminando, como todos. Nadie se desbanda, porque el agua es mansa y escasa, pese a que un informativo que escucho al pasar anuncia que "llueve intensamente a esta hora sobre la capital". Lo de siempre. 
Un hombre habla por celular: "va ahí adelante, de remera negra. La novia es una rubia, creo que va también de negro". No sé si el señor cumple labores de vigilancia, si es un ladrón vendiendo su presa a un cómplice o un simple chusma de feria. Cuando el semáforo se pone en verde lo dejo atrás y me sumerjo en la marea. 
_ Esto es muy sencillo: te vas ya mismo de acá. - dice una mujer treintañera a un hombre ídem. 
_ No, no me voy. Vos no me das órdenes. 
_ Claro que te vas. Y ya mismo. 
Pensé que sería una discusión de pareja, pero no: era una disputa territorial, por el armado de un puesto. No sé quién ganó. 
Sigo caminando. Saludo a una gurisa de este año que está comprando en un puesto con la madre. Oh oh. Las mamás de mis alumnos ya son mucho más jóvenes que yo. 
Me cruzo con otro, alguien de hace años, que me hace la pregunta fatal:
_ Hola, profe. ¿Vos te acordás de quién soy?
¡Y me acordaba! Lo tuve hace veinte años, pero me acordaba. Aplausos para mí. Gracias, gracias. 
Charlamos un rato, me presentó a su niño y me contó que justo hoy estaba cumpliendo 35. Una linda escena de reencuentro profe/alumno, hasta que de pronto una inesperada pregunta llega hasta mis oídos: 
_¿Y cómo fue que engordaste tanto, profe?
Ok, ok. Ya era tiempo de ir dejando la feria y volver a mi casa. Después de todo, nunca me ha gustado mucho la feria. Y llueve intensamente sobre la capital. 
Saludos desde un 100 que viene oyendo "La rubia tarada" a todo volumen.
Por si faltaba algo, digo. 
¡Feliz domingo para la juventud!
Pucha, digo. 




200 casas tiene la cooperativa, 200. 
200 hogares de entre 1 y... ponele seis personas máximo, hacen un número de caras imposible de registrar por alguien que hasta ahora sigue confundiendo un par de alumnos en cada grupo (sshhh...). De los nombres no hablamos, porque no son un problema, el vocativo "vecino" es todo terreno, y además los saludos no tienen por qué incluir la nominación del interlocutor. Pero las caras...
Cuando volví a la cooperativa, hace 7 años, había optado por saludar a tutti quanti sin más discriminación que la edad: gente de menos de veinte no cuenta, punto. Lo lamento. No pidan demasiado. 
Ahora trato de reconocer a las personas, lo juro, pero no me sale bien. Saludo a desconocidos que tal vez solo vienen a visitar a alguien, y soy cruzada por gente que tira un "Mariela, ¿cómo andás?" que me pone los pelos de punta, porque ni idea de quiénes son. Ayer, por ejemplo, una señora me dijo: "Vos no sabés quién soy, ¿no? Soy tu vecina de enfrente." 
_ Ah... No... Lo que pasa es que como estás con los lentes de sol... 
Bueno, ta. No me juzguen. Igual ella se mudó hace poco a la cooperativa. El año pasado. Es decir, ayer. 
Pero lo de recién fue peor. Mucho peor. Si lo cuento es solo para sacármelo de adentro, a ver si se diluye un poco. 
Estaba cruzando a una señora de pelo blanco cortito que de pronto me dijo "¿cómo andas, bien?" y la reconocí por la voz. No sé bien quién es, pero es de las que saludo siempre. Ahora estaba diferente. 
_ ¿Te cortaste el pelo? Te queda re lindo. 
_ Sí... Me lo tuve que cortar por la quimio.
...
...
...
Tragame tierra. 
Todo bien, ella lo dijo de modo natural, y nos quedamos un rato charlando de tintas y peluquerías, pero... Tragame tierra. 
Lo siento por ti, lector; ¿esperabas una crónica divertida de domingo? Cuando pueda hago una. Esta no es. 

Hasta la próxima.








Mediodía de sábado en mi barrio. 
Se escuchan cuatro o cinco clases de pájaros, medio pisoteadas sus voces por las de los teros del fondo, que son siempre las más fuertes.
Cielo gris, aire cálido, silencio. 
Debe hacer una hora que no pasa un auto por mi casa, porque cuando voy a tirar la basura hay un perrote negro durmiendo en el medio de la calle.
Una Combi herrumbrada y en desuso está parada hace años en la vereda de la esquina; debajo pueden verse los cadáveres de 15 o 20 petacas de algo cuyas etiquetas originales no llego a divisar. 
Una casa a media cuadra permanece con la puerta abierta para atrás, quizás para que la cumbia que escucha a volumen alto pueda escapar de sus paredes y visitar también a los vecinos cercanos, entre los cuales por fortuna no me encuentro. Veinte o treinta juguetes multicolores de plástico tirados en el patio del frente. 
Comienzan a aparecer flores en los jardines de la cooperativa, y las personas de pasada al almacén se paran a charlar y a contarse cosas del prójimo.

Mediodía de sábado en mi barrio, o tal vez debería decir: mediodía de sábado en mi pueblo.






Publico la foto de un 4 de oros que encontré cerca de casa ayer y esta cosa me propone "activar la función de venta de la publicación para despertar más interés en mis amigos y publicar en grupos más fácilmente". 
Mmmh... Algo huele mal en Dinamarca. 
¿Será que vamos a arrancar en los perfiles personales el mismo jueguito que en las páginas, donde si no pagás no te ve casi nadie? 
"Es gratis y lo seguirá siendo", dice, pero todos sabemos que hay formas sutiles de inducirte a largar los pesos sin llegar a la obligación pura y dura. La invisibilización, por ejemplo. 
Arranco el viernes medio conspiranoica, pero no sé, no sé...
Ampliaremos. 
Si no me ven por acá, saludos. Sean felices. Fue un gusto.




Le salen hojas: ellos se las comen. 
Repunta un poco: vuelven a hacerla ensalada.
Hace veinte días que la entro al caer la tarde y pasa la noche en la mesada. Si algún día me olvido de hacerlo temprano, cuando voy a mirar ya tiene un caracol mandándose a bodega alguna de sus hojitas.
He bordado complejas filigranas de sal alrededor de la maceta pensando (tonta de mí) que con eso detendría el asedio, pero no. Nada los detiene. 
Hoy encontré al enemigo colándose a la cocina por el marco de una ventana. No sé cómo hacen las hdp de las babosas para afinarse nivel filo de papel, pero lo hacen. 
Esto se llama guerra.
Lástima que no tengo más armas que la vigilancia y el destierro de las fuerzas invasoras, porque yo a esos bichos (con o sin caparazón) no los mato, no por una cuestión filosófica sino por puro asco. 
Pero a partir de acá entramos en guerra. 

He dicho.

Rumbo a la frontera

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ETAPA 1: las Jornadas Treintaitresinas

Salí de mi casa en plena noche, arrastrando un bolso con rueditas por las calles de la cooperativa, bajo una humedad casi llovizna. A las seis menos cuarto ya estaba esperando el ómnibus que nos llevaría a Treinta y Tres, junto a otras ocho o diez personas, en la vereda de Hospital Italiano. 
Allí había estudiantes que venían de Salto, Paysandú, Durazno. Tres gurisas de Mercedes habían salido ayer a las ocho y media de la noche, y llevaban en vela desde entonces. El de Salto vino con guitarra. Charlan de sus profesores, que algunos comparten, porque son estudiantes semipresenciales. Todos coinciden en que preferirían tener clase con una persona en vivo y no a través de una pantalla pero no tienen otra opción, y se lo bancan.
El ómnibus que iba a salir seis y diez llegó seis y cuarto. El chofer tenía agendadas 26 personas pero solo éramos 11, por lo que deliberamos un rato sobre si partir o esperar hasta que, siendo las 6.38, pusimos proa al Este y arrancamos. Al Noreste, más precisamente. Vamos sin baño, pero con muchos asientos libres para estirarse o poner bolsos. El chofer avisó que va a parar cada hora y media más o menos, para estirar las piernas. Y acá vamos. Con gris pero sin lluvia. Acá vamos.



Llegamos a la Casa de la Cultura justo a tiempo para el primer coffee break. En medio de decenas de estudiantes aparece de pronto una chica de cara redonda y rozagante que me dice:
_ ¿Sos Mariela, no?
_ Sí... 
Ex alumna, obviamente. Del 2004, más o menos. Solo lo cuento para dejar constancia de que recordé: 1) su liceo 2) un tema relacionado a su apellido 3) el grupo en que estaba. 

Debe ser que las jornadas treintaitresinas aceitan los resortes de mi memoria.




Crónica (intencionalmente) desordenada

CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA

Pese a que en el programa el chocolate al final de la jornada estaba anunciado con la debida antelación, debo reconocer que por un momento pensé faltar sin aviso e irme directo a la posada. "Mi casa", como le acabo de decir a los amigos que me trajeron amablemente en su auto, porque la llovizna aunque no moja tampoco termina de irse. Estaba muy cansada, luego de una noche de cuatro horas de sueño y una jornada académica de diez horas.
Pero fui. 
La cosa era en el IFD, a un par de cuadras de donde estábamos. Dos salones estaban acondicionados con decenas de sillas y mesas larguísimas, y el olor a chocolate caliente se sentía ya desde la esquina. Una olla gigante humeaba junto a la puerta, y de allí salían de continuo bandejas cargadas de vasos enormes rebosantes de deliciosas calorías. Bizcochuelos de coco, de chocolate, de colores amarillos, naranjas o cremitas circulaban sin cesar. Y merengue, ¡había merengue para ponerle al chocolate!
Hola, soy Mariela R y hace dos semanas que no comía harina. Hasta el chocolate con bizcochuelo, en fin. 
Carpe diem.

YO YO YO

Ella arranca su presentación y de inmediato se la ve como pez en el agua con el micrófono y la notoriedad. 
A mi criterio - y tengo derecho a tenerlo...
Como yo siempre digo...
Eso para mí es importante...
Una mujer me dijo "cuando ud habló de eso en su libro sentí que estaba hablando de mi vida"...
Para mí...
Yo no creo en eso...
Yo no creo que las cosas sean así...
Desde hace mucho lo vengo aprendiendo...
A mí me interesa mucho más...
Para mí, que lo conocí personalmente...
Yo intento... Aunque el "yo" me gustaría no usarlo tanto, pero no puedo...
18.20 arrancó su ponencia.
18.41 llegó al tema.
18.48 lo liquidó.
Sin comentarios.

EL CORO DE LA TERCERA EDAD

Son 29, 24 señoras y cinco hombres altos, al fondo. Un guitarrista y un pianista. Todos con uniforme y carpetas con las letras. Divinos. 
Una de las señoras es una viejita como de 120 años. Cuando se olvida de la letra hace caritas de resignación y medio que mueve la boca, pero no canta. Se afirma cada vez que llegan al estribillo que dice "Y buscándote en cada canción...", y ahí le da a la garganta con alma y vida. 
Una voz de ultrasoprano se destaca entre la multitud. Miro a ver su la identifico y sí, ahí está. Es aguda como para romper cristales, pero canta con empeño y emoción. Todos lo hacen. 
_ Están agrandados porque se van de gira a Vergara- aclara el director. 
Admirables, los viejos. Uno los critica pero con cariño. 
Me emocionaron.

TOQUE

Hubo también una chica cantante de Melo, guitarrista y percusionista, excelentes. Me distraje un rato pensando que si pudiera le sacaría la barba y casi todo el pelo al percusionista, un veterano de pelo como el mío pero blanco. Si soy la novia lo rapo mientras duerme. 
Bueno, ta. No me juzguen.

LOS PARNASIANOS

"Parnaso" es un grupo literario de Treinta y Tres que se reúne los jueves a las tres de la tarde, razón por la cual todos parecen ser jubilados. Una chica canta un poema sobre la violencia escrito por una señora muy muy muy mayor. Buena voz, un poco afectada. Otro veterano escritor recita uno de sus textos y sorpresivamente canta a todo pulmón el último verso. Canta bien. El hijo de la tercera persona que muestra sus poemas canta el texto con un amigo. 
Esta gente tiene magia. No los de Parnaso, digo, sino todos.

REGISTROS

Muestra de fotos antiguas del departamento. Pista de karting, carnavales, fiestas, eventos varios, presentados por un muchacho cuarentón que todo el tiempo decía "en mi época", y me daban ganas de gritarle: ¡tu época es esta, m'hijo!

FRONTERIZAS

Dos brasileras disertan sobre la literatura de la región. Me gustan sus ponencias, pero más me gusta ver que entiendo el cien por ciento de lo que dicen, aunque hablan en su idioma. Evidentemente el portugués del Sur es más fácil para nosotros que el de otras regiones, aunque también hay que decir que tengo facilidad para los idiomas. Es un hecho. Para la modestia quizás no tanto. Según. A veces.

MUSEO CON MAESTRO

En cierto momento hubo una pausa y con las tres chicas de Mercedes que viajaron conmigo desde Montevideo nos metimos al Museo de la Casa de la Cultura. 
Instrumentos, libros, muebles, restos indígenas, armas, fotografías, de todo como en botica. La peculiaridad es que todo se podía tocar, y además el encargado no solo nos explicaba cualquier cosa sino que nos brindó un concierto de acordeones, excelente. Digo acordeones porque probó varios: un Todeschini y un Hohner, entre otros. Me hizo acordar a mi abuelo, obvio, y más porque en cierto momento se puso a tocar algo que era parte del repertorio típico del viejo Barreto. Nos contó que él nunca estudió solfeo, toca de oído y por números, y así le enseña a sus alumnos. Da clases a unos 15, de entre 8 y 70 años, y en su casa tiene decenas de acordeones. Un personaje.


EL MITO DE DIONISIO DÍAZ DEVELADO

A mitad de la tarde estaba sentada en el museo con un muchacho que me iba a imprimir un plano de la ciudad, cuando entraron dos veinteañeros. Uno se quedó mirando la foto de un niño de unos dos años, una foto antigua, como de 1900. 
_ ¡Mirá! Dionisio Díaz. Qué fraude. Cuando me enteré que nos habían contado la historia toda mal no podía creerlo. 
_¡No jodas! ¿De verdad no fue como siempre dijeron?- salté, sorprendida. 
_ De verdad. El profe nos explicó. Contaron todo mal. - dijo, y me dejó pensando. 
Acá en Treinta y Tres parece que "el profe" no es cualquier docente sino uno en particular, un veterano de apellido Mujica, si no me equivoco. 
Siguieron las ponencias de la jornada, con mucha gente en todas ellas salvo la última de la noche, que competía con una presentación estudiantil en el salón azul, y solo contó con una veintena de asistentes, todos mayores de cincuenta o poco menos. Entre ellos, yo. 
Sí, adivinaron: era sobre la verdad del caso Dionisio Díaz, un lirio en el pantano, como arrancó a decir don Jorge Muniz, investigador independiente, un veterano flaquito y de ojos inquietos. 
El señor arrancó pidiendo que "No hagan preguntas capciosas", porque no las iba a contestar. En la sala estaba un bisnieto de Quintín Núñez (el padre de Dionisio) y el que faltaba era Bervejillo, autor de un libro sobre el tema, que se había ido a la sala de al lado. 
Ya de entrada me di cuenta de que no me acordaba (o nunca supe) ni la vigésima parte de la historia, pero de a poco fui entendiendo. 
La charla estaba centrada en la existencia de un pacto de silencio por parte de la policía de Vergara con respecto a su actuación en el crimen, y de entrada se admitió que hay aún muchas dudas, que nunca serán solucionadas. 
Fueron pasando frente a nuestros ojos fotos y más fotos de Vergara y El Oro, los personajes, el contexto. La investigación es minuciosa, tanto que uno de los entrevistados parece que hace poco le dijo a don Jorge que deje de preguntar, "que los tiene llenos con el tema".
Toda la charla fue condimentada con datos de lo más pintorescos , al estilo de: "Juan Ibiaga siempre se distinguió en Vergara porque no le fiaba a nadie, ni a los empleados". 
Copio fragmentos. 
"Felicia, la hija de Quintín Núñez, era nacida en Italia, aunque también se dice que era nacida acá". "Mi abuelo decía que era buena persona, solo que muy callado."
"Dio la casualidad que mi abuelo se llamaba María Salomé y mi abuela María Fascioli". "Don Agustín Iza era famoso por sus tratamientos con agua fría". 
Le suena el celular al cinto. "Disculpen que uno me llamó".
"La empleada Eufrasia (ponele) cura a Juan Díaz de una mordedura de perro y ahí él le comentó que no sabía qué hacer porque la situación en su casa se le iba se las manos". 
"Trompo Vergara dice que Juan Diaz andaba molestado por las cosas que veía en su casa".
"El sr Bruno Muniz filmo una película que no se la recomiendo a nadie. Le dije si conocia el lugar y no, no había estado. ¿Y? ¿Cómo va a escribir de lo que no sabe? Otro sí, vino a pedirme datos y se los di porque vino humildemente, no con grandilocuencia, a pesar de que era de Montevideo".
"Pacto de silencio: la policía sabía dónde estaba Juan Díaz y demoraron dos días en agarrarlo. Ahí lo liquidaron, lo ataron con un cuero a una piedra y lo tiraron al agua. Cuando el tiento se pudrió apareció el cuerpo, con la cara comida por los pescados pero con la herida a la vista. Claro que lo encontraron enseguida cuando quisieron, porque ellos sabían dónde estaba. Cuando lo enterraron en Vergara fue todo el pueblo a verlo, e incluso hicieron exhibiciones macabras con el cuerpo en el cementerio: le ataron un alambre del pene y cuando venían las mujeres a mirar tiraban del alambre y se paraba. No era un ser humano; era peor que un animal, eso llegaron a hacer con el cadáver, pero eso se tapó y nadie lo dice."
Aparece uno de nombre lindo en la historia: el Loco Loló Lucas. No me acuerdo quién era. Un testigo de algo. 
Sigue la charla, que me gusta, pero es larga. 
"Natalio no era caudillo, era juez de paz en 1907 y también comerciante, pero no tenía plata. La que tenía pesos era la mujer, porque era Jijena y los Jijena sí tenían plata."
"El que llega a la casa de Dalmiro Rodríguez tiene que quedarse cuatro días, porque uno no le da."
Opa: aparece una pariente en la historia: Gumersinda Barreto.
Hay algo relacionado al crimen de la ternera, porque Juan Díaz era carnero de Saravia, pero no lo capté muy bien. 
"La pelea no fue de noche, fue de mañana."
"Dionisio no pudo hacer ese camino solito a sus nueve años: cruzar 5 km de monte, 3 alambrados, 2 cañadas, con una beba de 11 kilos y apuñalado. Dicen que lo acompañó alguien. ¿Quién? El propio Juan Díaz."
"Algunos se llamaron a silencio por pudor, por honor, otros porque estaban comprometidos y podían perder el puesto y otros porque de esas cosas no era fácil hablar".
"Quintin (padre de Dionisio) en el lecho de muerte confesó que quien mató a Juan Díaz fue él. Si no lo mataba él lo mataba otro, andaban varios buscándolo".
"Dionisio murió en la comisaría porque demoraron en iniciar el viaje, la llevada a Treinta y Tres fue puro teatro del comisario Yelós. El chiquilín ya estaba muerto". 
"Carlos Molina y Serafín J García pintaron la campaña tal cual era, sin mujeres bonitas y sin gauchos de chiripá planchado, como en los cuadros de Blanes."
Y así, luego de hora y pico de datos y más datos, terminó la conferencia. 
Algunos preguntaron un par de cosas , pero pocos, porque ya eran pasadas las ocho y media de la noche y el chocolate con merengue nos estaba esperanddo. 

Y nos fuimos.






Antes de ir a la posada ayer de mañana pregunté cuál era el camino más directo.
_ Mirá, podés ir hasta la plaza y ahí doblar a la izquierda. Esa es Manuel Freire. 
_ Ah, bárbaro, gracias. 
Y me fui, con mi mochila pequeña y el enorme bolso rojo con rueditas, desubicado para día y medio de congreso pero de lo más práctico para llevar cosas, cosas y más cosas a la laguna. 
Pero no encontré la posada donde se suponía que estaría. Pregunté a un señor y me dijo amablemente que esa no era la calle, que Manuel Freire era dos cuadras más adelante. Le di las gracias y seguí, esquivando los charcos y los perros amistosos de patitas mojadas que me saltaban haciendo fiestas. 
Claro, mi asesoradora inicial de recorrido se confundió, porque yo iba a Manuel Freire y ella me mandó a Manuel Oribe. ¿Ubican, Manuel Oribe? Es perpendicular a Manuel Melendez, una cuadra antes de Manuel Lavalleja. 
No tienen como perderse. 

Ahora ya lo saben. De nada. 




2. ETAPA 2: fin de semana merinero

La laguna hoy estuvo gris pero sin frío ni lluvia. Hasta dio para hacer una caminata por la playa y el pueblo, una vez que mis viejos y yo terminamos de comer la pascualina casera del almuerzo, pascualina que mi viejo acompañó con galleta se campo porque se ve que por estos lares si la comida no se acompaña con pan es como si no se almorzara, vio...
La playa estaba crecida, llena de repollitos y ramas en la línea de resaca. Anduvimos caminando un rato por encima de los restos de hojas y camalotes, al menos hasta que encontramos entre ellos una viborita verde de medio metro, más o menos. Linda, la bicha, con la boquita abierta y la lengua amenazante. Le saqué unas fotos y hasta la filmé cuando se metió a una laguneta producto de la creciente. Hay que ver lo valiente que es una cuando el celular tiene buen zoom y permite quedarse lejos al momento de registrar un encuentro con la fauna autóctona...
Mucho perro amistoso, como siempre, mucho gato hermoso, aves por todos lados, camionetas brasileras, poca gente. Calles con pozos, una rotisería nueva. Silencio. Colores. Ranitas. Paz. 
A la vuelta de la caminata pasamos por el quiosco, primero porque yo quería jugar un cinco de oro, y además porque es lindo el quiosco, que es grande como un almacén y hoy estaba decorado con fotos antiguas de la laguna, una radio Spica y lámpara antigua haciendo juego. 
Un señor de la edad de mis viejos, de ojos verdes y manos de gigante, estaba antes que nosotros, y nos pusimos a charlar. Pedro, se llama, y vive en la laguna. No sé cómo llegamos al tema (se ve que le contamos de la viboreja playera), pero nos contó que tiene una víbora parejera viviendo adentro del auto, que sale cuando lo prende y se asolea contra el parabrisas cuando hace calor. Después me enteré que era todo un mito, pero alguna dentro del vehículo debe haber hallado, porque vive medio al final del pueblo, casi cayéndose del mapa. Lo que me impresionó es que no tiene setenta y pico, como pensé al principio, sino sesenta o menos. O soy muy mala para calcular edades o la vida en este mundo te agrega unos años. Tal vez las dos cosas. 
A la tardecita me tiré hasta lo de mi amigo el Garoto y su dueña María. Él vive con su humana, otros dos canes y dos felinos, estos últimos de belleza esquiva y misteriosa. Con María probamos un licor de mirtilo, que por la foto es una especie de frutita pequeña (brasilero, el licor), y tomamos unos mates. Ta, no soy muy matera, pero 3 o 4 tomo. Estuvimos charlando de bichos, de humanos, de viajes, de Dionisio Díaz y de historias varias, hasta que cayó la noche, empezó a chispear y me volví a lo de mis viejos. 

En el país la de hoy parece haber sido una jornada movidita movidita, pero acá no. Acá estamos (en mi caso, hasta mañana) en un universo particular, fuera del tiempo y del espacio. Afuera hay un coro de ranas, y adentro ya me zumba un mosquito alrededor. Es tiempo de poner el tul. 




El sueño de mi vieja
"Esto fue hace unos años, un diciembre. Yo estaba en Ñangapiré y de repente por el repecho se abrió paso una luz, y en medio de la luz veo a mi padre caminando hacia mí. 
_ Papá, ¿qué andás haciendo por acá?
_ Vine a verte, m'hija, y a desearte que tengas un muy feliz fin de año y que te vaya muy bien en la vida. 
_ ¡Gracias, papá! Pero... ¿Cómo podés estar acá? Vos...
_ No, yo no tendría que estar acá, pero me escapé, m'hija, me escapé. Me escapé un ratito. 
Y se fue. Se metió de nuevo en la luz y se fue agachadito, como quien sabe que ha hecho una travesura. 
Ese año de verdad que me fue muy bien", concluye mi madre. 

Y habrá que creerle. 




_ Fulano (un vecino) anda medio apagadito...- dice mi vieja entrando al cuarto mientras estoy tratando de adelantar un trabajo, porque ella no conoce el significado de la palabra silencio y menos se acuerda de lo que es concentrarse. Y sigue:
_ Sí. Desde que murió la madre este invierno quedó muy triste. 
_ Mmh...- murmuro sin darle mucha entrada. El vecino tiene más de ochenta años y la vieja había pasado los cien, no es ninguna tragedia. 
_ Quedó muy mal. - sigue el tema- ¡Incluso la mujer me dijo que no la deja ni escuchar música en la casa! 
Bueh; hay que reconocer que mi vieja sabe cómo sacarme de la pseudo concentración en la que estaba. No puedo dejar pasar semejante disparate. 
_ La mujer debería aprender que no tiene que tener permiso para escuchar música en su casa. 
_ Sí. Yo le dije: ustedes ya tienen cuarenta años de matrimonio, es tiempo de que tiren parejo... 
¡Bien!, pienso, hasta que escucho:
_ Ella podría escuchar solo para ella, por ejemplo ponerse un walkman...
En fin. Esto no es fácil.

Seguiremos trabajando, pero queda mucho por hacer.




Huracanes, terremotos, volcanes en erupción, precipitaciones intensas en el mundo. Tomenta política en Montevideo. Lluvia mansa en la laguna. 
Este es un universo privilegiado, donde los problemas nos llegan tan diluidos que resulta fácil creer que sus efectos no nos tocarán, al menos por un rato, y donde la preocupación principal es que el Gatón no tenga suerte en su intento de cacería, o habrá que ir a mojarse hasta liberar a su presa. 

Domingo pasado por agua en la laguna.
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