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Channel: Hojas de Arbolito
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Agosto 2015

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Los que me conocen saben que no tengo tele, por lo que no se asombrarán si recién ahora me pongo a ver la entrevista de Aldo Silva a la Ministra, hace unos días.
Escucho diez segundos y ya no salgo de mi asombro: no sabe hablar. El primer enunciado de su discurso ya me da vergûenza ajena (y propia porque es la autoridad que designa para la educación un presidente al que yo voté, o sea que también tengo que ver en esto).
"_ Bueno, en realidad creo que no le ha llamado la atención a nadie que el Presidente como siempre se preocupara por los niños, niñas y adolescentes de este país. Realmente en este país hubieron muchísimos días de huelga..."
Más allá del esnobismo de "niños, niñas", que corre como reguero de pólvora aunque no está aceptado por la RAE, el "HUBIERON" acaba de romperme los oídos.
¡E-du-ca-ción!
No estoy burlándome de una persona que comete un error accidental o que no ha podido estudiar: es la autoridad, dios mío, TIENE que saber expresarse.
En fin; tal vez la señora deba volver a recursar alguna materia de Educación Secundaria. 

Entre otras cosas.




En la marcha de ayer estábamos todos, o casi. Uno caminaba tironeado por personas que hacía años no veía, entre abrazos y reencuentros. En esas cuadras hice un repaso de toda mi historia estudiantil y profesional; creo que si antes de morir veo pasar la vida ante mis ojos no encuentro tantos amigos y conocidos. 
Un poco temblaba ante la posibilidad de ser abordada por algún extraño de esos que saben quién soy y yo ni la más mínima idea, pero por suerte no pasó, salvo al principio. 
Me había encontrado con mis compañeros del 58 y entre ellos iba una señora rubia de ojos claros que sonrió, un poco de lejos, y en un momento vino a saludar. Uy.
_ ¿Cómo andás? - me dijo.
(por favor, neuronas, iluminación cerebral ya: ¿quién es, quién es, quién es?)
_ Vos no te acordás de mí, pero yo sí. _ aclaró_ Fuiste mi practicante en el Bauzá.
_ ¿En el Bauzá? ¿Estás segura? Pero mi adscriptora en ese año fue Teresa Torres... - balbuceé, medio entreverada.
_ No, mi amor. - aclaró con tonito irónico.- No te hagas la péndex, que yo estaba en sexto de Derecho y vos hacías la práctica en mi grupo.

Ta visto. Una es mucho más grande de lo que su ego le deja creer. Maldita marcha. 





Yo estaba en un lugar gigante, enorme, enorme, enorme, una especie de cilindro techado, con ventanas a lo largo por las que se veía un mar tranquilo iluminado por edificios lejanos. En plena noche no era mucho lo que percibíamos del exterior, pero de vez en cuando podíamos captar que entre las sombras se movían, solos o en pareja, una especie de policías camuflados con tonos de verde. ¿Estaríamos en guerra? Pero no parecía. Mientras hablaba en inglés con una rubia canadiense de veinte años que me sacaba como medio metro de altura había a nuestro alrededor otras personas que se movían extrañamente, cuatro o cinco de ellas dentro de coloridos disfraces, a un nivel más alto que nosotros. Dos tenían trajes negros iluminados por hileras de luces blancas y saltaban todo el tiempo. Era lindo verlos saltar: medio metro cada vez, más o menos. No sé por qué pero todas las sillas tenían vestidito blanco y en las mesas en vez de haber comida o vasos de bebida había un gran despliegue de Coca Life y Acquarius de naranja en botellas de plástico de cuarto litro. La canadiense trataba de hablar en español mientras yo trataba de responderle en inglés, y nuestro diálogo era sin embargo de lo más fluido y enriquecedor. Cada vez que el líder de la secta (un narizón medio canoso) hablaba desde su tarima los fieles le gritaban, aplaudían a rabiar y le sacaban fotos. Se ve que era una comunidad a régimen para adelgazar porque solo se les permitía comer una vez en la noche, aunque lo que les daban en esa ocasión no era muy dietético que digamos: un par de donas de Mc Donalds con su bolsita de papel y todo. Los habitantes del mundo del cilindro gigante eran muy variados, pero a la vez indiferenciables como las arenas de una playa (perdón, Dante). Todos tenían pulseras fucsia, y cuando desperté esta mañana lo primero que hice fue mirar si yo también llevaba una de esas en mi muñeca derecha, pero no, se ve que al salir me la quité, por suerte. Y me levanté a aprontarme el desayuno, mientras pensaba que ojalá que mi cara o mis rulos no aparezcan en ninguna foto debajo de una bola de espejos, o que yo no me entere, al menos.





Nunca en la vida habían llamado para hacerme una encuesta hasta ayer, en que apareció al teléfono una señora que se identificó como perteneciente a la consultora Cifra. Según dijo buscaban encuestar a personas de entre 14 y 29 años, aunque en caso de no encontrarlos igual podían aplicar la encuesta a otros seres humanos. En este caso, yo. 
La idea de ser un premio consuelo para la consultoría no me tentaba demasiado, y menos cuando le pregunté cuánto tiempo insumiría y me respondió que unos ocho minutos (que imaginé fácilmente derivables en quince, lo más probable), por lo cual metí una frase tajante e inexorable de amable saludo y di por liquidada mi participación en el asunto.
Recién me acaba de llamar otra, también de Cifra. Esta vez no pregunté nada y le corté a los dos segundos: "sí, ya me llamaron ayer; gracias, buenas noches".
Me siento una diva argentina de cuarta acosada por los micrófonos. No quiero hablar, chicos. Ahora no. No voy a hablar. Chau, chicos.
Roldana me mira raro desde su sitial en la silla de al lado; me parece que mi nueva personalidad Juanita Viale no le cierra del todo.

O tal vez solo está pidiendo atún.





Me estaba por tomar el COPSA para casa cuando vi una aglomeración de gente cerca de Tres Cruces y me mandé: era la feria de San Expedito. 
Ignoro si se hace una vez por mes o por año, pero es de lo más pintoresca: una celebración supuestamente católica que cuenta entre sus muchos feriantes, además de vendedores de medias, plantas o pantalones deportivos, muchos puestos "paganos" (digamos) con amuletos chinos, lectura del Tarot, la bataja española y hasta los buzios, este último atendido por un morocho enorme vestido de pies a cabeza _incluyendo un pintoresco casquito_ con coqueta indumentaria blanca de seda con dibujos plateados. Crucifijos fluorescentes. Algo que no identifiqué visualmente pero que por los carteles eran "Cabras 2015". Libros viejos, ropa usada, videojuegos, comidas. 
La iglesia (que se ve que es preciosa) estaba desbordante de fieles, pese a que empezaba a lloviznar cuando pasé, a eso de las cinco de la tarde. Eran las cinco de la tarde.

Siglo XXI, San Expedito, problemático y febril.





_¿Viste lo del cinco de oro de ayer?- pregunta el guarda del 106.- ¡Tres palos verdes!
_Con eso no hacés nada- responde el chofer.
_ No, no hacés nada- concuerda su compañero, y se quedan ambos en silencio de ahí en más.
Vaya país, pienso. A algunos ya no les queda ni la más remota esperanza de zafar de la grisura. 
Y me bajo en la parada de casa, donde no hay tres palos verdes pero al menos no pensamos que todo está perdido y aún seguimos tratando de "hacer algo".

Estimado lector, el lunes gris no admite grandes optimismos, pero ya volveremos. Sea paciente. Buen día.






RESOLUCIÓN DOMINGUERA
El día de sol y la tibieza de una jornada casi primaveral, sumados a la constatación cada vez más frecuente de un lastimoso estado físico que me hace llegar sin aire cada vez que camino las dos cuadras de repecho hasta mi casa terminaron por decidirme, y retomé las caminatas.
La de hoy solo fue de una hora, para no enloquecerme, y por el barrio, cosa de no invertir tres horas para tener una de ejercicio, lo que terminaría por desanimarme en menos de una semana. 
Salí de casa. Pasé las dos llaves. Vi un muchacho sospechoso sentado en el cordón de la vereda. Abrí las dos cerraduras. Volví a entrar. Roldana me miró con cara de “… ¿ya está???”
Diez minutos después el sospechoso no se veía, y volví a salir.
Mi vecino Enrique estaba lavando su auto. Versión 16 de agosto del diálogo que sostengo con él dos de cada tres días, cuando me lo cruzo por la cooperativa:
_ Buenas, m’hija, ¿andás bien?
_ Bien, gracias, ¿vos?
_ Bien. ¿Los papis?
(Sí. Tengo 48 años pero para los viejos de la cooperativa parece que aún soy una nena)
_ Bien, todo bien, gracias.
_ Me alegro. Mandales saludos.
Fin del diálogo.
Ya en Camino Maldonado, veo una cosa negra que corre por la vereda. Una cosa negra peluda con enormes orejas corría y corría por la vereda. Un conejo. ¿Qué diablos hace un conejo en la vereda? ¿Tendrá dueño? ¿Alguien se lo irá a comer? ¿Se les habrá escapado? Capaz que lo pisa un auto. Es divino. ¿Lo aceptarán Roldana y Tania si me lo llevo para casa?
Un muchacho salió en ese momento de una barraca. 
_ Hola. ¿Vos sabés de quién es ese conejo?
_ Sí, es de acá.
_ Ah. ¿No baja a la calle?
_ No, él ahora entra, no te preocupes._ dijo, y me señaló el corredor abierto al costado del local, que se abría como una cuadra para adentro: un enorme paisaje Teletubbie lleno de conejos (blancos, en este caso) que corrían alegres entre los pastos. 
Listo. No podía apropiarme de Shaka Zulú, así que seguí mi camino. Durante la hora siguiente me crucé con perros, gatos y palomas, pero no más conejos negros. Lástima. Era muy lindo.
Cuando volví, Enrique SEGUÍA lavando el auto. Si me hubiera visto habríamos repetido palabra por palabra el mismo diálogo de hace un rato, pero pasé silenciosa por la vereda de enfrente. 
Llegué a casa acalorada pero contenta; estaba bueno caminar, después de todo.
Esta historia continuará.
Si no llueve.
Creo. 

No sé.





Tengo un problema hiperespecífico en la escritura, que afecta solo a una palabra y únicamente en el caso de tipearla en la computadora. 
NUNCA me sale "estudiante", siempre pongo "estudainte" (incluso en este post, recién, tuve que corregirla). 
No sé desde cuándo me pasa, hace varios meses, en todo caso.
¿Tendré cura?
¿Iré empeorando?
¿Me pasa solo a mí?

¿Eh?





Nota para mí misma en el futuro, también llamada decisión en medio de la limpieza del sábado: NUNCA más gatos peludos, que se suban a la mesa o me persigan por toda la casa pidiendo atún. He dicho.






I
_ Va a ser en el patio, en el recreo que viene_ me dijeron. 
Y yo fui.
El acto no duró mucho rato, y ni siquiera faltamos a la clase siguiente. Solo hicimos un minuto de silencio por los mártires estudiantiles, depositamos un ramo de flores al pie del busto a Artigas y cantamos el himno todos juntos y con un nudo en la garganta, un 14 de agosto, en 1984.
Éramos unos cuarenta estudiantes y cinco o seis profesores, observados en silencio por los dos porteros que nos controlaban todos los días desde la puerta de Eduardo Acevedo, los mismos que te daban tu número de asiento cuando ibas a la Biblioteca Central, no fuera cosa que escribieras alguna consigna en la mesa y no pudieran identificarte.
A los días el IAVA entero era sacudido por la noticia: cuatro de los profesores acababan de ser sumariados y retirados de sus cargos por haber cantado el himno ese día con nosotros. 
La profe de Italiano fue muy clara: sí estuvo ese día, pero no había cantado el himno.
_ La vida me ha dado muchos disgustos, y la verdad es que ya no tengo ganas de cantar, nunca- nos dijo al despedirse. 
El rumor corrió imparable por los salones. Parece que uno de los sumariados, el de Física, era una figura importante dentro del gremio docente, y la jugada del himno no tenía otra finalidad que sacarlo del medio, metiendo a otros tres en la vuelta para pretender disimular sus objetivos.
Al día siguiente marchamos hasta el Consejo todos, estudiantes y profesores, en una improvisada manifestación en defensa de nuestros docentes, pero nada logramos.
Unos meses después hubo elecciones.
II
Tres años más tarde, ya como estudiante del IPA, una noche iba en un 103 a una Marcha del Silencio cuando una señora que estaba sentada enfrente a mí me toco el brazo y me dirigió la palabra.
_ Disculpame, ¿te puedo hacer una pregunta? Ese muchacho de la foto que llevás en tu carpeta, ¿no es Líber Arce?
Miré el viejo pegotín que tenía en el reverso de mi carpeta roja. 
_ Sí, es él. 
_ Yo fui la enfermera que lo recibió en el Clínicas, ¿sabés? Fue horrible, pobrecito. Hicimos todo lo posible pero no lo pudimos salvar. Fue horrible.
Y se le llenaron los ojos de lágrimas. 
Otras personas empezaron alrededor de nosotros a intervenir en la conversación en voz baja, reverente, dolida, hasta que cesaron las voces y el 103 de pronto se volvió él mismo una Marcha del Silencio. 
El pasado no era tal. 
El dolor seguía intacto.

Igual que la memoria.






"Calma... calma... El muchacho solo trata de ganarse la vida y el hecho de que aturda, grite, cecee y desentone en medio del bus cuando vuelves cansada de trabajar todo el día es un simple dato irrelevante. A ver. Calma. Respira hondo y repite conmigo: no eres Nacha Guevara. No le vas a poner un cero. No eres Nacha Guevara."

Ooooom.





Desperté con los truenos de la madrugada. Desenchufé la computadora y el cargador del celular, por si los rayos, y volví a dormirme.
A la mañana la vieja Toshiba andaba más lenta que mi vecina de al lado cuando no está barriendo la vereda, y pensé que la tormenta la había puesto de mal humor. Cosas de la edad, me dije, mientras comprobaba en el espejo que ya tengo una nueva cana.
De acuerdo, la máquina tiene sus años, puedo entenderlo. Pero que me grite cuando la estoy apagando es algo que rebasa todo límite entre nosotras y no lo voy a tolerar. Hasta Roldana saltó cuando en medio del silencio de las siete menos cuarto nos salió con ese grito destemplado de "¡¡avast antivurs!!!" y se negó a dar explicaciones por su exabrupto. Debe ser una consigna revolucionaria en lenguaje notebook, me dije, antes de cerrarla y salir de casa hacia la humedad del viernes. Pobre, ya está delirando. 
Voy a tener que conseguir un geriatra para ella. 
O un geriatra, así, en general.

Por Roldana, digo.





Tiene como ochenta años, es flaquita y frágil como un cristal. Le tiemblan las manos y camina con una lentitud que da lástima. Habla en un hilo de voz, como si ni para eso le dieran las magras fuerzas que le quedan. Vivo con miedo a que un buen día le pase algo y yo, pared de por medio, no llegue a enterarme a tiempo para ayudarla. 
Pero eso sí: no hay temporal de lluvia o de viento, aunque sea en pleno invierno, que no la agarre barriendo la vereda.
La vieja de al lado: un misterio que la ciencia nunca alcanzará a resolver.
Ni yo tampoco.






103: metáfora de la vida. 
Unos ya suben con asiento, otros lo consiguen a las dos paradas y otros (yo) ven cómo los lugares libres se les escurren por un pelito, uno tras otro.
Una señora canosa y voluminosa hace ahí por Piccioli un ademán que interpreto como que se va a bajar, pero en realidad lo que hace es sacar un tupper de su bolsa de mano, abrirlo y mordisquear una horma de queso magro que allí trae.
Un olor a mandarinas nos inunda a la altura de Larravide y al instante se desvanece, sin que se vea quién es el responsable.
Voy oyendo y cantando bajito "Mi enfermedad", pese a que no me fumo mucho a Calamaro, cuando al fin me siento, en Comercio, junto a una péndex que también lo tararea de manera apenas audible.
Ya en Propios sube un cantor (dice) que me GRITA en la oreja un par de canciones y se baja.
Cruzamos Luis A de Herrera cuando dos péndex con sendas papas en la boca comienzan a afinar junto a mí sus fascinantes planes de compra para esta tarde. 
103: metáfora de la vida.
Menos mal que en quince minutos me tomo una CITA para ir hacia otras vidas, que me den un ratito de respiro de estos buses, estos cantores, estas voces.

Que nunca falten.






"_Me bloqueó del wsp, me borró de facebook... ¡y yo me reí tanto! Ahora no puede entrar ni a facebook ni a wsp porque no tiene celular. No, no le voy a dar el mío. Él tiene su celular, pero sin internet, tiene uno viejo que solo le sirve para llamadas y mensajes. No, no le voy a comprar uno."
Qué bien, pienso. Al fin una mamá que le pone límites a su hijo. Pero desde el asiento de enfrente en el 103 Ciudadela la joven mujer sigue hablando por teléfono con su amiga:
"_Lo único que me falta es ponerlo en penitencia, pero no es mi hijo, boluda, es mi marido. Si me borra de facebook y de wsp yo lo tomo como una traición. No, no le voy a comprar un celular nuevo."
El amor en los tiempos del facebook. 
Ya empiezo a añorar cuando la gente se sentía traicionada por cosas tan intangibles como el desamor o la falta de ideales; hoy la traición se puede plasmar con una captura de pantalla, tiene fecha, hora y testigos, y se soluciona con un nuevo aparato para decidir quién sigue en línea y quién se va.
No, no ando para abajo; es solo que tengo reuniones de profesores en mi mañana libre, la rep... 
No, nada. 
Vivan los martes. Vivan.






A ver, MSP, cuándo vamos a hacer algo por la salud mental de la población del 103? 
Venir oyendo en la radio del chofer cómo Vilar me explica cuál es la capital de cada departamento es una clara incitación a la Neurosis Por Oír Que Me Tratan De Idiota. 
El señor está explicando lo de las tablets xa jubilados como si los viejos fueran menos inteligentes que mi gata Roldana (lo que ya es mucho decir), y encima él mismo se entrevera con lo que supuestamente quiere aclarar.
Alguien que nos defienda, plis.
Estamos rehenes de un chofer que atenta contra nuestro precario estado de equilibrio de lunes de mañana, con niebla adentro y afuera de nuestras cabezas.
Socorro.

Setiembre 2015

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Acabo de caminar entre proyectiles livianos y erizados de pelusa.
Acabo de ver una bicicleta solitaria moviéndose de manera inquietante en una esquina.
Acabo de ver a una chica literalmente meterse en su remera hasta emerger triunfal de la misma con un cigarrillo encendido.
Acabo de caminar entre los plátanos floridos y huracanados del centro.
Sé que de esta batalla solo se sale con el ceño fruncido y los ojos llenos de lágrimas, sé que (por suerte) no soy alérgica y sobre todo sé que no estoy sola en esto.
Ánimo, compatriotas.
Es solo la primavera que llega.





Diálogo de dos chicas en el asiento de atrás del 405, hace media hora:
_¿Ya están dando el eclipse?
_ ¿Eh?
_ Si ya está lo del eclipse, que todos tan mirando pa' arriba.
_ No sé. Yo no veo un sorete.
_ Pero todos tan mirando pa' arriba.
_ Debe ser eso.
Sí, debe ser eso, aunque yo no vi nada hasta que me bajé del bus, aliviada por dejar de oír el celular de mi compañero de asiento (amigo de las de atrás) y de verlo golpear al compás el respaldo del de adelante con su mano tatuada con un rosario espantoso y las letras M-A-M-A en la base de cada dedo.
Ta luego.

Me voy a ver la luna.




Sueño de una noche de casi primavera
Escena 1:
Me encuentro con mi amiga Marila en el CCE, como habíamos quedado. La idea era ver dos presentaciones del FILBA e ir después a ver algo de stand up por ahí cerca, porque ella ganó un par de entradas en un sorteo.
_ ¿Cómo se llama lo que vamos a ver? - había preguntado yo unos días antes.
_ No sé, es algo con una Laura graciosita_ fue su enigmática respuesta. 
_ ¿Y dónde es?- quise indagar ayer.
_ No tengo ni idea.
_¿?
_ Es por acá. No me acuerdo dónde. Vos tenés que usar tu súper teléfono y averiguarlo.
Uy.
Sonamos.
Pero no, porque al final encontré la dirección, y era, sí, cerca.
Escena 2:
Auditorio del CCE. 
Tres poetas en la mesa: la Poeta Mayor (de edad), la Poeta Joven con aire de Marossa y el Poeta Shileno, que miró a sus pies todo el tiempo, salvo cuando leyó, intentó ver al público a los ojos y quedó encandilado por los reflectores. 
La Poeta Mayor aclaró que era moderadora pero también participante de la mesa, que cada uno de ellos tenía 16 minutos de exposición y luego habría 12 minutos para intervenciones del público.
A la flauta.
Comenzaron sus 16 minutos. Fue una preciosa clase poetona, diría un viejo profesor del IPA, después de la cual hubo lecturas selectas de varios de sus libros. Quedó clara la importancia de la poética que ELLA planteaba en cada uno de los textos, y cómo los fue variando en el correr del tiempo. 
La Poeta Joven tomó la palabra entonces, mirando al público con sus lindos ojos azules, pero ya a las tres primeras palabras me empezó a dar miedito. Había unos tonos raros, una lectura no preparada, una convicción de novedad cuando trabajaba el tema de la poesía futura LEYENDO bastante mal cuatro hojas con temas tan novedosos como las teorías de Platón o el Enigma de la Esfinge, que tuvo a bien contarnos por si no lo sabíamos. 
El Poeta Shileno cerró la mesa. Empezó simpático. No muy interesante, pero simpático. Hasta que se puso a leer un poema sobre los niños de Marte y de la Luna y dejé de escucharlo, aunque reconozco que se emocionó sinceramente y terminó con los ojos llenos de lágrimas, weón.
Tercera escena: Madame Millet.
Impecable, la francesa. 
Muy lindos los franceses que vinieron a escucharla.
Quiero leer "Celos".
Me gustaría escribir literatura erótica.
Je.
Cuarta escena:
La obra de stand up graciosita resultó ser en Platea Sur, un bar con escenario en Bartolomé Mitre, y fue en verdad graciosa, aunque yo hubiera preferido irme a la marcha que se desarrollaba a esa misma hora, pero bueh, el tiempo no se divide como uno a veces quisiera, vio, doña...
Quinta escena:
La parada de Eduardo Acevedo y 18 estaba llena de gente y por casi única vez en mi vida tuve que esperar un buen rato por el 103, mientras pasaban y pasaban otros que iban a mi barrio pero por caminos no muy seguros para mi integridad post medianoche. Había convencido a mi amiga de dejarme ahí para no desviarla y estuve un rato largo, mientras mi bolsa de nylon transparente y sin asas con un par de zapatos marrones adentro amenazaba todo el tiempo con caérseme de la mano. 
De pronto, una voz.
_¡Mariela!
Una chica de sexto artístico del IAVA, divina. Venía de la marcha.
Y al rato: 
_¡Hola!
Una profe del IAVA. Venía de la marcha.
Y a los cinco minutos dos voces a coro:
_ ¡Profe!_ y me vi rodeada a derecha e izquierda por la misma persona.
Eran las gemelas Lupi, de sexto de Medicina, que venían de la marcha. 
No sé por qué, pero me parce que yo también hubiera tenido que ir a la marcha.
Sexta escena: 
A eso de la una iba caminando hacia casa cuando de repente me acordé de una mirada angustiosa, de una colita entre las patas y un hociquito tembloroso. Ya me había pasado del salón comunal como media cuadra pero di vuelta a ver si mi futuro perro seguía ahí y no, no estaba. 
Fiuuuu...
El mundo seguía en orden. Ya podía irme a dormir en paz.
Telón lento.

Fin.







Salgo de casa y a los diez metros me llega un grito.
_ ¡Mariela! ¿Cómo están tus viejos, m'hija? ¿Muy inundados?
Mi vecina Tere.
Respondo, tranquilizo, sigo.
Dos metros más.
_¡Hola!
Un vecino.
a la media cuadra tres niños en GUERRILLA DE AGUA.
Guardo e passo.
Cartel en lo de Olga: Hoy tortas fritas.
_Buenas tardes.
Una pareja de cooperativistas.
A la altura del salón comunal, unos ojos que me miran con amor, interrogación y miedo. Le hago un mimo y sigo. Nota mental: si sigue ahí a la vuelta le voy a dar de comer. Pobre. ¿Adopción? Mmmh...
_Adios, vecina.
Junto a la camioneta estacionada un gato blanco y peludo quiere subir a la parte trasera. Veo a la dueña más adelante y le aviso que tenga cuidado, que el Coco anda con ganas de irse de paseo. No logro definir si esa es mi faceta bondadosa o buchona.
_Buenas, ¿qué tal?
Otro vecino.
Unos péndex en la plaza presumen a ver quién es más duro.
_¿Y yo, gil, y yo, cuando anduve a los tiros en el Paso con el Seba?
Llego a Camino Maldonado.
Hay dos personas en el puesto de las tortas fritas y tres en el de los churros.
Me preocupa más el perrito abandonado que los péndex de la placita.
Debo estar mal.

Y me subo al 103.





Es toy pen san do
Enamarteunavezmás!
Pero mi corazón 
dice que no, 
dice que no, 
dice que no.
Oooooo!
Tarde de clásicos en el 103.
Tanto como la cola de cuatro personas bajo la llovizna y el viento en la casa de enfrente a la parada que vende tortas fritas.
Tanto como el teenager que ríe todo el tiempo en la última fila, el veinteañero que juega a rescatar a una dama en un castillo desde su celular en el asiento de adelante, el treintayalgos de traje que se hace el golden boy de Wall Street junto a la puerta o el cuarentón que va parado, alto, serio, de pelo corto pero con cuatro trenzas negras de 40 cm de evidente nylon que caen sobre la espalda de su jogging verde.
Tanto como la castaña de rulos que se acaba de sentar y escribe y escribe y escribe.
Tarde de clásicos en el 103.

Que nunca falte.





Van 4 o 5 veces que me sucede lo mismo. Facebook me notifica q alguien "aceptó mi solicitud de amistad", y yo ni noticias. Dos eran parientes entre sí, de algún ignoto pueblito de USA, otro era Fucac, y ahora alguien que nunca oí nombrar antes.
Opción 1: mi teléfono tiene un virus.
Opción 2: mi notebook tiene un virus.
Opción 3: mi cerebro tiene un virus.

Ampliaremosss...





¿Ser o no ser (rulienta)?
O "Post de autobombo solo levemente disimulado"
Hace un par de meses comenté en medio de la sala de profes del IAVA que necesitaba un asesor de belleza. No sé maquillarme, la ropa nueva que compro languidece en el ropero mientras uso siempre lo mismo y ando con los rulos desde que me enteré de que los tenía, allá por la adolescencia. 
Una compañera me contestó en el acto.
_ Yo. Yo soy asesora de belleza.
Y era.
Había trabajado en la tele, asesorando a más de un pseudo famoso (con el nivel de psuedofamosedad que pueden alcanzar las luminarias vernáculas), y me dio ipso facto una clase teórica sobre Cambios Que Debía Emprender Ya Mismo en mi apariencia. 
_ Tenés que sacarte los rulos_ fue lo primero_ El rulo no da elegante.
_ Pe... pero...
_ Sacatelós. Tenés unas lindas facciones y los rulos te las tapan, haceme caso.
Volví a casa rumiando el tema, pero no llegué a decidirme. MI prima Mirian, que trabaja en temas de estética femenina, apoyó la idea del laciado, pero mi amigo Danilo me dijo que no, ni soñarlo.
_ Te va a quedar el pelo duro, horrible. 
Cuando le dije a la peluquera de hacerme un brushing solo para probar suspiró con cierto desaliento y me miró a los ojos:
_ Este no es el mejor día para probar, porque está muy húmedo...
Yo creo que en realidad quiso decir que ni loca se metía en esa empresa, pero bueh.
Pasó el tiempo.
Hoy estaba pensando que el viento y la humedad y si me lo ataría para no asustar a los alumnos de la mesa de examen que tengo en la tarde, cuando recibo un mail de un adorado profesor del IPA que entre otras cosas me dice que le encantan mis rulos y agrega "no te los lacies nunca". Divino. Casi largo el moco. Y ahí me acordé de otro profe que una vez me hizo un elogio inolvidable.
Escuela de Bellas Artes, en Pocitos, años noventa. 
Voy subiendo la escalera que da a los talleres cuando oigo una voz cascada que me pega un grito a mis espaldas: 
_¡Niña!
Me volví: era el Tola.
_ Es terrible subir la escalera detrás de ti, porque uno no sabe si mirarte el pelo o la cola. No se puede decidir.
Entendimos ya lo del "autobombo levemente disimulado", ¿no?

Los rulos se quedan.





Subo al 103 y me siento.
En mi parada ha subido también un muchacho de unos 18 años que empieza a ofrecer chocolates asiento por asiento y al llegar al mío mira la entrada que llevo en la mano y dice:
_Buitres? Es hoy? Dónde es?
_Sí, en el velódromo_ le contesto, y él a partir de ahí sigue todo su pregón cantando.
_Toca Buitres y si muero hoy... Chocolatessss... El cielo puede esperaaaar!
Qué le vamos a hacer. 

Somos pasión.





Cuando bajé del 103 en la parada de mi cooperativa era casi a la una de la mañana. Una vecina bajó también, por la otra puerta, una señora rubia de pelo corto, medio bajita y de cincuenta y pico largos, y aunque no la conozco más que de vista me extrañó que anduviera callejeando a esa hora de la noche. Nos saludamos, cruzamos Camino Maldonado juntas y nos metimos charlando en la coope.
_ ¿Venís de los Buitres?_ me dijo enseguida.
Mirá vos, pensé. La señora no solo sabe que existen sino que se acuerda de que hoy había un recital y todo. 
_ Yo también_ agregó, sin darme tiempo a contestarle. 
_ ¿Ah... ¿Fuiste?
_ Sí, estuvo bárbaro. Tenía a Peluffo ahí, cerquita. En primera fila. Mi marido no quiso ir, pero agarré a mi sobrina y marchamos. Yo cuando te vi me imaginé que venías de ahí, porque sabía que la otra vez habías ido...

Y seguimos charlando hasta que entró a su casa y yo continué hasta la mía, pensando que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y que no deja de ser un tanto inquietante todo lo que puede saber de una alguien que por comodidad englobamos a la ligera en la categoría "vecinos que nos caen bien pero apenas saludamos".





Un 103...
No paró.
Otro 103!
Sigue de largo.
Algo amarillo... un 316. 
Chau chau.
Allá viene otro 103.
Y allá va.
Un 100.
Saludos.
Ah, un 404; este sí va a parar!
Nop.
Un nuevo 103... y con lugar!
Hdp. Se fue de largo.
Dos o tres Copsas pasan y levantan pasajeros, pero el boleto sale 41 y me dejan 6 cuadras más lejos... Cruel dilema: ser o no ser? 
Hasta que un 103 que se ve que salió de por acá nomás para en la cooperativa y subimos los ocho o diez sobrevivientes de la odisea matinal de cada jornada.

Menos mal que el reloj de mi liceo atrasa cinco minutos. Y que es viernes. Ooooom...





Un hombre alto, grandote, veterano y de bigotes, un señor que camina con su sombrero criollo atadito bajo el mentón, bombacha de paisano, cinto de monedas y golilla al cuello, un gaucho con todas las letras, en fin, no puede andar transitando con orgullo por Tres Cruces si lleva de tiro una valija de rueditas.

Ya no da criollos el tiempo.





La feria del Lago.
Mis viejos ya me habían contado que desde hace un tiempo se viene armando una feria dominguera a beneficio de la escuela de Lago Merín donde se venden plantas, comida, ropa, libros e ainda mais. Una Tristán Narvaja en miniatura , de no más de media cuadra, que funciona por unas horas a partir de las once. Yo ya había pasado un rato antes, durante el armado, y volví con ellos a eso de once y media.
La principal atracción de hoy, a mi juicio, era una exposición de fotos antiguas de la laguna que se bamboleaban de lo lindo con el viento casi primaveral. 
Recorrí todos los puestos, saqué muchas fotos, jugué con un perro peludo y compañero y terminé comprando un par de libros interesantes (uno de Courtoisie y una antología de cuentos hispanoamericanos), un par de empanadas de verdura y queso con aceitunas y una botellita de licor casero símil Baileys que ya abrí y está muy rico.
En una estaba mirando un puesto de alfajores caseros cuando la que lo atendía, vecina de mis viejos, nos aclaró que eran hechos de margarina.
_No tienen nada de origen animal- agregó.
_¿Vos sos vegetariana?- no pude dejar de preguntarle. Me miró con sus enormes ojos claros. 
_No, no lo soy, pero cocino sin manteca por una cuestión de salud. Yo soy diabética, soy insulino dependiente.
_Ah, no sabía que las mantecas te podían hacer mal... 
Y ese fue el comienzo de veinte minutos de intensa charla con Pelusa. Pelusa (originalmente Dora) tiene dos hijas, y una de ellas, que ahora tiene 12, desde los dos años se niega a comer carne y ella se lo respeta. Su hermano vive en la Quebrada de los Cuervos, al aire libre, cultivando lo que consume, en una comunidad naturista, y se dedica a la sanación. Es un chamán o es un loco, según a quién le preguntes. Tuvo su etapa de consumo, de salir desnudo a la calle, de andar en cuatro patas y de usar únicamente ropas de lino blancas (como Santiago Nasar, ahora que pienso). Ella lo vio, en una Navidad, subido a lo alto del parrillero, todo vestido de blanco (hasta de poncho) y rodeado de rayos de luz de todos los colores. Pelusa y su hermano no necesitan hablar para comunicarse, y ya quedamos en que algún día vamos a arreglar para ir juntas a visitarlo a la Quebrada. Él a veces viene a la laguna, pero dice que no encuentra un punto de buena energía, que hay algo negro, que no ve la luz, y sufre.
En la feria también estaba mi amiga María, junto a la Comisión de Mujeres Laguneras. María es maestra jubilada, organiza clases particulares gratuitas para niños y adultos que no terminaron la primaria, dirige un Club de Lectura y se desplaza en un viejo Fiat al que por su color ha bautizado Celestino, mal que le pese a mi progenitor de igual nombre.
_Es que algunos de por acá ya le estaban diciendo "Viagra", tuve que apurarme a cambiarle el nombre...
Ya casi por pegar la vuelta nos fuimos de nuevo a mirar las fotos viejas de la Laguna. Una en particular me llamó la atención: una de un precioso castillo que nunca vi por estos pagos. Era una construcción grande, seguramente una de las primeras del pueblo.
_Che, esto ya no existe, no? -pregunté a mis padres. 
Una mujer rubia que estaba también mirando fotos a mi lado me contestó:
_Sí que existe, está sobre la playa, cerca de la OSE. Lo que pasa es que el dueño tiene todo muy cerrado alrededor y desde la playa no podés verlo.
Charlamos un poco más, se fue, y otra señora tomó la posta de las explicaciones del caso. Resulta que el del castillo es un cincuentón que alterna su vida entre Yaguarón y el Lago, se dedica al deporte y a la aviación, anda en terrible camioneta y tiene en su casa un criadero de yacarés y otros bichos, entre ellos cruceras, a las que cría para extraerles el veneno y hacer antídotos con él. 
_Y es un lindo hombre, ¿sabés? Muy pintón-terminó la presentación del Quiroga local. Un aventurero pintón en la laguna, mirá vos... Y nos separamos entre risas, hablando de planes de incursionar al disimulo en el castillo prohibido y ver qué hay de cierto entre tanta leyenda.
El Lago da para todo. Quién lo iba a decir. 

Que nunca falte.





Domingo de perros.

Salí sola a caminar por el pueblo, y hace una hora y media que recorro aleatoriamente sus calles de vituminoso, tierra o pasto, bajo un sol que cada vez se hace más norteño y primaveral.
Tras caminar por los bordes, por la ruta, por la zona chic de la playa y por las regiones olvidadas de toda gestión municipal concluyo que una sola cosa las iguala por completo: en este pueblo hay más perros que gente. 
Por suerte ninguno me atacó, aunque hubo unos cuantos ladridos amenazadores e incluso una enorme pseudo oveja de color beige (un barbilla gordo y sin cola, en fin) se me acercó con rostro circunspecto, me dio una vuelta alrededor y se volvió para su casa. No entendí si era tímido o malo, y tampoco le di mucho corte, porque andaba concentrada fotografiando telas de arañas en los alambrados contra el bosque. Capaz que solo quería que le diera corte, no sé. 
En una calle fui de pronto sorprendida por una criatura que se me vino encima sin previo aviso, pero solo era un perro blanco y peludo que me hizo tantas fiestas que me dejó el pantalón negro lleno de huellas terrosas. Otro fue un salchicha hiperdesarrolado, también mimoso y alegre. Un collie amarillo. Dos que se pelearon todo el tiempo por mi atención, hasta que tuve que dejarlos. Un marca perro blanco y marrón, otro medio negrito, esto es el festival del can arachán en todas sus variantes.
Ahora estoy sentada en una duna, en medio del silencio del agua y los trinos de los pájaros. Pasa un solo hombre caminando, con sus seis perros de tiro. 
Este es un mundo raro.
Que nunca falte.







Hay días en los que a uno todo le sale mal.
Hoy me levanté en hora, salí temprano y apenas llegué a la parada pude tomar un 404. Un señor me dio el asiento a las pocas paradas, y cuando bajé en Propios ya tenía un 103 esperando. 
El primer grupo de Artístico se vio reducido a dos o tres al principio y menos de diez al final, porque hoy es la muestra de Arte de los sextos, así que nos pusimos a planear crucigramas y sopas de letras para plantearle a los compañeros ausentes la clase que viene. 
A mitad de la segunda hora una estudiante, Camila, se me sentó a lo indio en el escritorio y nos pasamos veinte minutos hablando de educación, de la necesidad de repensar todo, de su decisión de hacer Historia en el IPA. El tema había arrancado un rato antes, cuando la vi que iba recorriendo los sub grupos y chequeando cómo iban, por lo que le comenté que su actitud era muy de profe, y quedó de lo más contenta.
Tercera y cuarta hora se me pasaron volando, porque anduve acompañando y registrando la previa de la muestra que empezaba a las diez y media. El IAVA era un torbellino de gente tocando instrumentos, ensayando bailes, colgando fotos, solucionando aspectos técnicos.
Ya en la calle al llegar a 18 vi que estaba perdiendo el único bus que me deja en la puerta de 3 Cruces. Hice un gesto de frustración aunque no lo corrí, porque el semáforo se puso en verde, pero él se ve que me había visto la cara, porque frenó y me abrió la puerta. 
Ya en él,una chica se puso a cantar: estaba juntando plata para poder seguir estudiando en Montevideo, porque era de Rocha, y cantaba como un ángel. 
Llegué a 3 Cruces insólitamente con 9 minutos de adelanto, y aquí voy, con todo el espacio para mí, porque no va nadie en el asiento de al lado.
Hay días en que a uno todo le sale mal, decía. 
¡Pero por suerte también hay de los otros!

Toco madera, y que nunca falten.





"Y yo te doy un beso 
en la boca 
pa que te vuelvas loca 
tú me provocas 
chica rabiosa".
Bis.
Bis.
Bis.
Bis.
Bis.
"¡Eeeeeel Reeeja!"
Fin.







Hoy caminé más de dos horas por la rambla. 
Caminé, caminé, caminé. Caminé solo tres kilómetros, pero no es mi culpa: todo el tiempo aparecían cosas llamándome para explorar o fotografiar. Primero fue el coreano celeste y el hombre que cargó hasta él a la mamá en los brazos, porque hay una subidita y la vieja no llegaba, no llegaba. Después vino el muelle frente a la Aduana de Oribe, el pescador con su perro miniatura, los carteles pintados a pincel en el piso, los restos de vigas carcomidas por el tiempo devenidas en arte incidental. MIles de gaviotas en la playa minúscula que hay junto al puertito. El señor de los quesos más ricos y baratos del mundo. Gaviotas peleando a picotazos su territorio de pesca en el paseo al lado del Yacht. Dos gatazos blancos y negros haciéndose adorar por los humanos en plena rambla. Garzas blancas con copete y tordos negroazulados. Ombúes solitarios y personas ídem. Olor a porro, a mar, a pescado frito, a verano, a sol. Dos adolescentes que conozco tiradas al sol haciéndose mimos. Letras multicolores del cartel de Montevideo intervenidas por criaturas y la explanada de Kibón invadida de jóvenes en algo que parecía ser un concierto de rock pero que al final resultó encuentro de juventudes católicas de todo el país, con chicas sonrientes dentro de hábitos de monja y muchachos de sotanas marrones o con cuellos de cura. Gritaban y aplaudían a alguien que conducía el encuentro, tanto que acabé por decidirme y me fui a mi parada, muerta de hambre y mordisqueando disimuladamente un pedazo del queso Colonia que había comprado en el puertito.
Hoy caminé más de dos horas por la rambla.
Que nunca falte.




Es joven, tendrá veintipico. Sube al 103 semivacío del atardecer dominguero y empieza:
" Buenas noches, amigas, amigos. Voy a recitar para ustedes un poema de Eduardo Galeano".
Uh.
Y arremete con un texto sobre los pobres, dándole solemnidad a fuerza de enlentecer el recitado hasta límites exasperantes.

Menos mal que Galeano es de texto breve.





Vuelvo a casa después de un encuentro de casi dos horas con la más pura belleza, esta vez bajo la forma de media docena de suecos, unas lanas y unos violines. Circus Cirkor, se llaman, y son arte, destreza, poesía. Toman los hilos de tu vida y los manejan a su antojo, mientras vos creés que estás simplemente contemplando un espectáculo y no te das cuenta hasta el final de que después de este baño de magia ya no podés ser el mismo. 

En mi próxima vida quiero integrar una de tres compañías: el Cirque du soleil, el Teatro Sunil o el Cirkus Circor. En esta me conformo con algo más modesto, como hacer girar un aro de hula hula, subirme algún día a unas telas o ser capaz de transmitir con palabras una milésima parte de la maravilla de que acabo de ser testigo.

Octubre 2015

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Sí, de acuerdo, estuve mal. 
No debí darle esa aceituna entera a Tania para que jugara, pero... ¡me la pidió con tanta insistencia!
Ahora toda mi casa huele a aceituna, pero al menos encontré una manera fácil de hacerla hacer ejercicio: hace rato que corretea persiguiendo a su nueva "pelotita" por entre los muebles. El problema es que dos por tres la pierde en la alfombra de la cocina y se le va el interés... 

Si amanezco caída por resbalón en objeto esférico de procedencia desconocida ya saben por qué fue.




"Mi dedo mayor tenía
Una espina del jardín.
No la vi, por la miopía; 
Un doc me la sacó al fin."
Sí, un poco pelotudito es ir al SEMM por una espina en el dedo, pero en mi defensa debo aducir que la muy desgraciada se me clavó en la mano derecha y apenas se veía!
No, no manden telegramas preguntando por mi convalecencia de la extirpación: ya estoy mejor; el médico dijo que voy a salir de esta. 
Creo que un poquititito tentado de risa estaba, pero tuvo a bien disimularlo.
Gracias, doc.
El morocho del SEMM del shopping es a partir de hoy mi médico preferido.

Después de Peluffo, claro.




Subo al 316 en pleno hip hop urbano. Abundan las rimas consonantes con terminaciones verbales y la letra va integrando elementos del barrio como la covine o la barraca. 
Por suerte al minuto termina.
"Agradecerles de corazón por esos aplausos... Quien desee y pueda colaborar, puede ser con una monedita, una sonrisa, un abrazo, un "gurí, sos el mejor rapero del mundo", un caramelo de miel para entonar la garganta, lo que puedan y quieran colaborar serå muy bien recibido".
El "gurí" tiene unos 18 años y no parece muy modesto que digamos, pero al menos intenta ser un artista.
INTENTA.
Grita y me rompe los oídos sin mi permiso, pero él cree que es arte.
Suerte que llegué al final.

Fiuuu...




Iba llegando a Camino Maldonado, apurada como todas las mañanas en que entro a primera, cuando lo vi.
Era peludito y tendría un mes. Por debajo de la mugre se adivinaba un blanco y amarillo. Trataba de acechar a unas palomas casi más grandes que él, sin éxito alguno.
No podía pararme. Seguí caminando.
Un perro estaba en la parada, olfateando el trasero de cada persona que se acercaba.
Di vuelta. Levanté al gatito, lo llevé hasta la cooperativa, pasando la reja, y seguí caminando. Era suavecito y confiado.
Vino un 103 y me subí sin animarme a mirar para atrás.
Pobre.
Sé que a la vuelta no va a estar, y prefiero no saber, pero si está hasta Arbolito no para.
He dicho.

Pobre.




¡Goooool!!!
No, no sé de quién, ni me importa.
Solo sé que la radio del 103 acaba de taladrarme los oídos con el grito del relator, que vino para integrarse al pregón del caramelero y el tamborileo (en tambor posta) de la pareja del fondo.
103...

Me gusta cuando callas.





Primero fue la decisión de entrar a la cocina cada noche a partir de hoy a cuatro de las tunas más tentadoras, para sacarlas de la ruta nocturna de los esquivos caracoles del patio del fondo.
Después vino el impulso aniquilador de arrancar montones de ramas de plantas invasoras, de esas que uno quisiera mantener en un radio de veinte centímetros pero avanzaban ya medio metro en el deck, amenazando con colonizar para su provecho la mitad del espacio transitable, por lo menos, y quitando toda posibilidad de recibir el sol a las criaturas más pequeñas.
Hice una montaña en el centro del patio con los cadáveres. Me embargó la culpa, y traté de no pensar.
En medio de la tarea empezaron a aparecer los enemigos, guarecidos en los recovecos más recónditos del jardín, bajo las hojas de plantas que no comen, haciéndose los desentendidos. No me animé a liquidarlos, a decir verdad; solo los tiré por encima del galpón para que cayeran en el pasillo del fondo, y que los dioses de los gasterópodos decidan cuál será su destino.
Al final de mi trabajo algunas plantas me miraban con adoración y otras con una combinación de vertiginoso pánico y muda recriminación.
Soy una mezcla de Gandhi y Kim Jong-un.
Jodida cosa el poder.

¡Y todavía me queda el jardín del frente!





¿Se acuerdan de La naranja mecánica? Del tipo con los ojos abiertos a la fuerza para meterle contenidos al cerebro por impacto y repetición?
Bueno. Ese soy yo.
Voy a vivir, voy a gozar, vivir mi vida la la la la la.
Refresco Rinde dos: pagás un litro y tomás dos.
Hay que pedirle mås, más, más a la vida, como si fuera la la la última noche.
La música de Color Café te acompaña hasta las 8 de la mañana.
10 minutos más todavía.
¡Vamos!
¡Tú puedes!

Creo.





Cuando yo era chica creía que a medida que los años pasaran los problemas del amor se irían haciendo cada vez más invisibles, hasta dejar de sentirse por completo.
Qué ilusa.
Tengo los años que tengo, he madurado, he vivido y aprendido tanto que me cuesta creerlo, y sigo sin entender.
Por ejemplo, no entiendo lo que pasa entre vos y yo. Por qué lo nuestro es tan especial. Por qué podemos estar mucho tiempo sin vernos y no importa, porque el amor sigue ahí, siempre, siempre. Por qué insistís en buscarme, si sabemos que estás con ella.
Sí, lo sé, y en realidad ella no me interesa. Hasta parece buena persona. No es muy linda, pero parece buena, y te adora.
¿Por qué entonces insistís en buscarme? No ves que lo nuestro es imposible? O debo pensar que solo seguís a su lado por cosas tan básicas como la comida y el techo? 
Te repito: lo nuestro es imposible. 
Imposible, y no solo porque seguís con ella, sino porque yo tampoco estoy sola. Tania y Roldana nunca me dejarían adoptarte, Isis. 
Dejemos las cosas como están.
Lo nuestro es un amor de a ratos, un abrazo, unos mimos, y a seguir con nuestras vidas. Pero qué bueno que existís.

Que nunca faltes.





Estoy sola en la parada, en la cuadra y en el barrio. La tarde de domingo me ha desertizado el panorama a tal punto que ya ni controlo si anda algún flaco con ganas de celular nuevo en la vuelta, y me distiendo bajo el amable sol de octubre, hasta que lo veo venir.
Es un 404 con el destino al revés. Tal vez vaya Expreso... es raro.
Para veinte metros antes de llegar, aparece el habitual cartel de Palacio de la luz, y subo.
Soy la única en todo el ómnibus, que no tiene guarda. Tengo el bus a mi entera disposición: de manera que así se siente ser poderoso...
Me pregunto si el chofer aprovechará para secuestrarme y cambiar mis planes de teatro por una loca aventura sobre ruedas, pero no, porque a las dos paradas el muy desubicado empieza a dejar que otros pasajeros invadan nuestra dulce intimidad dominguera.

Así no se puede.




¿Qué hace una si el padre de sus amigas presenta un libro a cien kilómetros de casa y en una noche de alerta naranja? Una va. Conoce lugares nuevos, perros nuevos, ropa nueva, y se reencuentra con los afectos de toda la vida, aunque al día siguiente se le cierren los ojos y ande por los recreos del IAVA con una única cosa en la cabeza: café... Dónde hay café? 
Por suerte la máquina está siempre ahí, esperando por mis monedas.

Que nunca falte.




El primer bus vino en un segundo. La guarda era amable, el chofer escuchaba música clásica y me encontré con una amiga que me dejó el asiento porque estaba por bajarse.
El segundo bus viene con un informativo no estridente. Al subir un liceal de unos 12 años me dejó pasar primero y a las dos paradas una chica me ofreció el asiento vacío frente a ella.
Algo pasa.
O se nota demasiado que dormí poco y me espera una larga jornada o es una cámara oculta o es el Día del pasajero o algo pasa.

Ampliaremos.






Hoy por la tarde decidí ir un par de horitas a caminar.
Ayer había llevado a cabo la hercúlea proeza de ponerle por vez primera collar antipulgas a Roldana y a Tania y hoy empecé a ver bichitos caminando por el suelo. Medio atontados, fáciles de matar, es cierto, pero igual. O sea que metí insecticida por ambos pisos, cerré todo, dejé a las peludas amarillas en el fondo y me fui a hacer tiempo por la Unión. 
Dos horas, decía el aerosol. Antes de salir miré bien el reloj para calcular el retorno: eran las cuatro menos cuarto. Y me fui.
Iba por Piccioli, habría caminado unas diez cuadras cuando miré la hora: cuatro menos cuarto otra vez. ¿Estaría sin pilas? No; marchaba perfecto.
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Ya cerca de la Tienda Inglesa de Pan de Azúcar me llamó la atención una muchacha que caminaba delante de mí, porque sus calzas de tela brillosa azul bolita me hicieron acordar a los atuendos de las divas de Porcel y Olmedo en los ochenta, con los pantalones de raso y esas cosas. 
En fin. 
Entré en la Tienda Inglesa pero apenas, porque solo quería ver si vendían entradas para el teatro. Esperé unos veinte segundos a que me atendiera la empleada y en eso estaba cuando miro a mi izquierda y veo a la de las calzas azules que sale cargada con cuatro o cinco bolsas de mandados. ¿Cómo diablos sale con bolsas de compras si hace media cuadra iba delante de mí sin nada en las manos?
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Cuando ya me estaba volviendo y esperaba la verde en la esquina de Propios algo me hizo cambiar de opinión. Cruzando la calle venía una de mis Rodríguez favoritas: mi amiga Graciela, a quien hacía rato no veía. Terminamos comprando un café en el Mc Donalds de la esquina y tomándolo al solcito en un parque semi privado con mansión ajena de fondo: las escaleras de entrada del Liceo 14, que estaba cerrado por el feriado (y que no se entere nadie...).
Ella también vive lejos, y estaba ahí por pura casualidad.
Ella también tenía que hacer tiempo.
Ella también llevaba bizcochos recién comprados en una panadería que quedaba a media cuadra.
Ella también sabe que el tiempo es inestable, que una puede estar décadas sin ver a alguien y de pronto ponerse a charlar como si fuera ayer que fuimos a bailar, que jugamos al juego de la copa o que salvamos juntas el último examen en el IAVA.
Cosa rara la vida.
Lo entendí. 

Y seguí caminando.





Uno a veces cree que hay ciertas cosas han entrado a formar parte definitivamente de su pasado y de pronto se da cuenta de que no, de que hay que mirar hacia atrás y rever algunas decisiones.
Bendita calza negra debajo del pantalón.
Hoy es 11 de Octubre, pero eso parece no ser importante. 
Te necesito.





Venía de varias horas de patrimoniar por el IAVA y adyacencias cuando decidí bajarme en el Disco de 8 de octubre y Garibaldi a ver si me compraba algún vicio. Diez minutos más tarde estaba esperando el 103 con mi bolsita de Capuccino y budín de chocolate en la mano cuando un muchacho de lentes me preguntó si yo era profesora de Literatura. 
Uy.
¿Otro desconocido que emerge de las profundidades del pasado para mantener una charla y quedarme con la duda de quién diablos era?
Pero no, porque era un divino y aunque lo tuve en el 19 hace 12 años lo reconocí de inmediato, ubiqué su grupo, todo perfecto, como si no fuera mi memoria la que respondía tan pero tan bien a los interrogantes del encuentro callejero. Tomamos el mismo 103, me contó que con 26 años ya es Escribano, y me quedé con esa dulce sensación de haber elegido la mejor profesión que se me pudo haber ocurrido.
Después me senté, y mientras el bebé de enfrente lloraba a moco tendido mi oído empezó a registrar una conversación en el asiento de atrás entre padre cuarentón e hijo de unos seis años. Estaban jugando a decir palabras que empezaran por la misma letra. El padre lo elogiaba sin aspavientos pero con fuerza cada vez que decía alguna palabra difícil y el niño preguntaba por aquellas que no conocía. Una clase participativa y de una riqueza impresionante.
_ Desagrado.
_ ¡Muy bien! Diamante.
_ Eeeh... Dedo.
_ Dedal.
_ ¿Y eso qué es?
_ Lo que se pone en el dedo para protegerlo al coser.
_ Ah. Eh... Desalmado.
_ ¡Muy buena! Disco.
_ Diami.
_ ¿Diami? ¿Qué es diami?
_ Lo que decís cuando algo es muy rico: mmmh... ¡diami!
El padre le explicó que eso no era una palabra sino un sonido que representaba un placer ante la comida gustosa, y siguieron jugando. Cuando me bajé miré para atrás: iban abrazados. 
No está todo perdido, entonces.

Que nunca falte.





Se llama Sol, y tiene un año y medio o dos.
Viene gritando con todas las fuerzas de sus pulmones al menos desde que subí, en Propios, y ya vamos por el túnel. 
La madre tiene unos veinte años y trata de calmarla sin lograrlo. Ya la dejó sentarse sola, bajar al piso, pararse en el asiento, ir en la falda, ir sentada en el suelo, y la Sol nunca se calla ni baja el volumen de sus inarticulados gritos.
Al fin se bajan en Beisso y todos emitimos una perceptible onda de alivio colectivo, mientras seguimos oyendo sus gritos a la distancia.
Silencio.
Fiuu...

Que nunca falte.




Hoy estamos de suerte. No fueron 15 los omnibuses que pasaron y siguieron de largo: fueron apenas 10.
En el medio debo reconocer que pararon un 405 y un 316, pero solo tenían lugar para un par de personas c/u, y había como seis pugnando por subir. La conciencia social pudo más que yo: los que van a Pocitos son los que llevan a las empleadas domésticas, y ellas necesitan el trabajo más que una, que a lo sumo puede ligar una mirada acusatoria por llegar un par de minutos tarde. Además en el fondo sabemos que algún 103 en el correr de la hora pico va a parar, aunque sea para subir colgada, viajar estrujada y bajar extenuada por la tensión del "un pasito más, señores... si no cierra la puerta no podemos arrancar..."
Y en eso estamos, a la hora en que toca el timbre y aún por Jaime cibils, oh oh.

Feliz viernes.




La primera señal de que Houston, we have problems, es cuando la gente se cansa de esperar un bus que se digne llevarla y se va sentando en el frío banco de material de la parada. 
La segunda es que van apareciendo celulares y personas que llaman con voz compungida, como para convencer a un jefe de que no es su culpa, que van 8 o 10 ómnibuses que no solo no paran sino que no nos registran siquiera.
Pero la verdadera señal de emergencia la dan los COPSA cuando van por el medio de la calle, repletos, uno tras otro.
No, no hay paro. Han pasado unos 15 omnibuses de todos los colores.
Es solo que vivimos en una ciudad mal organizada en su sistema de transporte y las personas de estos barrios no parecemos ser importantes a la hora de asegurar las condiciones båsicas de acceso a otras zonas.
Jueves quejoso.

Ya va a pasar.




Hoy en el último grupo un estudiante y yo leímos a la vez y sin previo ensayo el conjuro de las brujas en ls escena 3 de Macbeth, y juro que nos salió más afinado y en simultáneo que el par de canciones con que un señor con voz de vino y una señora con voz de canto coral acaban de deleitarnos en el 103.
Eso sí, su función fue justificada como pocas: arrancaron con "Hasta siempre" en el día previo al aniversario de la muerte del Che y terminaron con "Viaje de amor", a un año (dicen) de la de Cerati.
Ya se bajaron. Bienvenido casi silencio, porque el chofer oye cumbias pero bajito, y los "cantantes" gritaban de lo lindo.
Necesito un aparato que produzca silencio; los sentidos deberían poder desconectarse a piacere, como cuando cerramos los ojos.
Y mientras tanto algunos pseudo artistas deberían callarse...
Uy, subió el que pide palabras y finge improvisar un hip hop...

Estoy de turno.





La radio del 103 sintoniza una estación de cumbia y a la hora de la tanda hay muchos avisos de bailes para el fin de semana, pero uno en especial me pone los pelos de punta: 
"Para ayudarte a que las chicas se pongan mimosas a las primeras cien las invitamos con una copa".
La gente de La casona de Campbell sigue viviendo en otro siglo, parece.

Cuánto queda por hacer.





En el 404 moderadamente lleno en que viajo como bus número 1 hay unos quince pasajeros mirando celulares y uno que lee un libro. Es joven , tiene veintialgo, y va concentrado en algo que parece una novela.
Cruzando el pasillo va sentada la Frágil Viejecilla a la que amablemente le dejé el asiento libre de adelante al subir, asiento que despreció sin siquiera mirarlo, haciéndome reconsiderar mis actitudes filantrópicas de las primeras horas de la mañana con las Frágiles Viejecillas del barrio.
La chica que ostenta con orgullo su juventud sin medias debe haberse bajado porque ya no la veo, igual que el rubio de ojos verdes que me pareció interesante hasta que alguien lo saludó por su nombre y me di cuenta de que lo conozco desde que él era un niñito y yo una adolescente, oh, cielos.
Dos asientos más adelante va un flaco alto, castaño, de ojos celestes. No puedo evitar pensar que el pobre no debe de saber que es lindo, porque tiene una actitud de bichito que lo invisibiliza para todos, menos para la cuarentona que mata el tiempo observando a la población de este modesto distrito del STM y quizá olvidando que en diez minutos tendría que poner su cerebro en modo Macbeth hasta que llegue el mediodía.
Lo hermoso es feo y lo feo es hermoso.
En mi vida he visto un día tan hermoso y tan feo a la par.
Revoloteemos por entre la niebla y el aire impuro.

Salve Mariela, que más tarde volverás a subir a un bus.





Bien, bien, bien.
Ua nueva variedad de vendedor hace su aparición en el ya de por sí abigarrado mundo del transporte capitalino, en este caso suburbano: el artesano charlatán, que le cuenta su vida y desventuras a una única pasajera mientras hace una escultura con alambre que espera venderle cuando la considere terminada.
No, no se trata de mí. El artesano charlatán es astuto y elige muy bien a su presa potencial. 

O tal vez solo tuve suerte.





La señora sube en la parada frente a la iglesia, tiene lentes, canas y un abrigo marrón forrado de corderito. Se acerca al guarda y le extiende la cédula.
_Hace falta que la muestre, o solo con mirarme la cara alcanza?
El guarda, de treinta y pico, zapatos marrones, medias celestes con rayitas azules y panza más que prominente, no contesta ni mira el documento, mientras le indica que pase sin dirigirle la mirada.
La señora se sienta y cree conveniente aclarar:
_Me siento aunque sea por poco tiempo, porque en dos paradas me bajo.
Nadie contesta.
Al bajarse pide innecesariamente permiso y agradece, aunque va al lado de la puerta y nadie debe correrse para que pase.
Pobre señora del abrigo marrón.
Pobre guarda tan joven y tan panzón.
Pobre yo que me acabo de ver en un espejo futuro tan fiel como inesperado.

Feliz domingo.




Chrome y mi celular dicen una hora, Mozilla y mi reloj de pulsera dicen otra, y al final lo único que cuenta es que hay sol y (aunque no se note) es primavera, o sea que por hoy olvidemos las convenciones y seamos buenos salvajes, que sea mediodía cuando haya hambre y hora de dormir cuando se nos cierren los ojos.
Eso sí: mañana al primer péndex que me venga con el cuento de la hora le pongo la falta, le pongo.





INTERACCIONES VESPERTINAS.
Sainete costumbrista en tres actos pseudoprimaverales.

ACTO 1

Feria del Libro. Escena 1.
Yo: _ Disculpá, ¿tenés descuentos para docentes?
Vendedora: _ Sí, tenemos un 10%.
Yo: _ Ah... ¿Y vos me creés si te digo que yo soy docente?
Vendedora: _ Sí, ya sé que sos de Literatura, porque te conozco del 30.
Yo: _...
Vendedora: _ Pero no fuiste profesora mía, ¿eh?
Yo: _ Aaah. (y por dentro: ¡Fiuuuu!)

Feria del Libro. Escena 2.
Yo: Hola. ¿Tenés descuento para docentes?
Vendedor: _ Sí, tenemos un diez.
Yo: _ ¿Y qué tengo que mostrarte para confirmar que lo soy?
Vendedor: _Nada, profe, 
Yo: _...
Vendedor: Te tuve en tercero del San Cayetano.
Yo: _ Aaah. (y por dentro: nunca te vi en mi vida, pero si vos decís...)


ACTO 2

18 de julio. Escena 1.
Péndex Lindo: ¡Señora! ¿Vio que frío que hace? ¡Nos vamos a volar!
Yo: _... (y por dentro: ¿este me da charla de onda, o me quiere robar?)

18 de julio. Escena 2.
Péndex Nada Lindo: ¡Pero qué hermosa que está, joven! ¡No se puede creer!
Yo: _... (y por dentro: Viene brava la primavera)


ACTO 3

103. Escena única.
Mirian: _ ¡Mari! ¿Cómo andás, prima?
Yo: _ Bien. ¿Qué hacés a esta hora, trabajás los sábados?
Mirian: _ Sí, pero no hasta tan tarde; lo que pasa es que estamos de balance.
Yo: _ Hoy juega Peñarol en el barrio, ¿sabías?
Mirian: _ Sí, ya termina el partido y encima van ganando. Me los voy a cruzar a todos caminando por Carlos Nery, qué mierda. 
_ Yo (con intención de animarla); _ Capaz que no coincidís con el malón de gente.Vas a llegar a eso de... cinco y veinte. ¿A qué hora termina el partido?
Mirian: _ Cinco y cuarto.
Yo: _Aaah. (y por dentro: cada vez estoy mejor para animar a la gente).


Y baja el telón mientras mis tres nuevos amores y yo entramos a Arbolito y los voy dejando sobre la mesa, para demorar un ratito la decisión de cuál voy a leer primero.

FIN

Noviembre 2015

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Detesto las promociones, me molestan los volantes, folletos y todo ese papelerío en vano, pero cuando una promotora me da un folleto para entrar a una universidad me dan ganas de darle un abrazo y pedirle que nunca falte



Di un paso en la quinta, un solo paso, y me fui a otro mundo. Un mundo verde, fresco, silencioso y quieto. Había caminos entre los árboles y las enredaderas viciosas y enormes, caminos angostos que parecían invitaciones abiertas a quién sabe qué. Al misterio. A lo otro. No sé. 
Un par de glorietas herrumbrosas se venían casi abajo por el peso de las plantas. Los helechos trepaban por los troncos y desde allí se dejaban caer lánguidamente para acariciarte la cara al pasar. En medio de la selva, un auto gris, antiguo, desvencijado. Sería el de don Vaz Ferreira, pensé, justo un segundo antes de verlo con el amigo Einstein, sentados en un banco entre el follaje, sin preocuparse por los pies cubiertos de hojas.
A las once y algo comenzó la velada musical. Violines, viola, violoncello y clarinete junto a la ventana por la que veíamos como fondo las hojas y las mariposas jugar con el viento. Mozart y Shosta kovich para alegrar el mediodía de María Eugenia, que andaría sonriendo por entre los muebles y las escaleras de su casa.
No sonó un celular. No hubo un murmullo. No se abrió un caramelito ruidoso. Solo se oyó en el silencio de la última nota un pájaro, que nos dio pie para el aplauso final emocionado.
Me fui silbando bajito con dos libros nuevos para entretener mis vacaciones, y al salir le saqué una foto a una viejita de pelo blanco que se negaba a irse y daba vueltas absorbiéndolo todo con la mano apoyada en su corazón. 
Cerca de la parada me topé con una feria donde los precios parecían haberse quedado en los tiempos de las casas enormes y los jardines sombríos, y terminé agregando queso y frutos secos a mis adquisiciones matinales. 
Montevideo es un aleph, inagotable y tentadora. 

No es el mejor de los mundos posibles, pero es sin dudas mi mejor lugar en el mundo





No estamos todos, pero casi. Mis ex alumnos del 19, del 58 y del IAVA de este año. Las veteranas flacas y regias con calzas satinadas. El gordito de remera y bermudas. Arana y Michelini. Profes que conozco de vista. La viejita que recorre las filas mirándonos a los ojos y diciendo a cada uno que hay que preparar el corazón para la marcha.
No estamos todos, pero casi.
Cada año son más los que entienden que esto es un símbolo, nada más y nada menos. Un grito silencioso de basta a la violencia y un luto por las víctimas de antes y de ahora.
Que nunca falten.






Quienes me conocen saben que no me caracterizo ni por ahorrativa ni por gastadora, pero con relación a la plata hay dos cosas con las que soy especialmente agarrada: los billetes de 20 y de 50 para el ómnibus y las moneditas (todas, excepto las de 50) para los capucchinos de la máquina del liceo.
Acabo de subir a un 404 y de pagar el boleto con 100 pesos, y por las dudas me creí en la obligación de decir:
_Perdoná, no tenía cambio.
_Ningún problema- aclaró amablemente el guarda-chofer -Solo que te voy a llenar de monedas, porque no tengo de a 50.
_Ah, todo bien, no te preocupes. Sirven para el próximo boleto.
_Que andes bien. Nos vemos.
_Gracias.
Y me fui a sentar, confortada por la amabilidad ajena, millonaria en futuros capucchinos y con asiento propio a las 7.30 de la mañana.

Que nunca falte





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.




CONFESIÓN
Que no soy ejemplo de valentía para nadie lo sé desde siempre. 
Que tampoco soy ejemplo de desprejuiciada (en el buen sentido) en cambio, no, no lo sabía, al menos hasta hace un rato. 
Venía de lo más contenta por 18 de Julio, zarandeando mi bolsita roja de nylon con la muela de un mastodonte y una vértebra de lestodón (porque venía de un curso de fósiles y me sentía la reina de la paleontología versión Curva de Maroñas, o poco más o menos) cuando me crucé con dos morochos extranjeros, muy oscuros, con sombrerito blanco y ropas medio musulmanas, también de color blanco, que iban charlando por la vereda. No tenían nada especial, y apenas los miré. A la media cuadra, en sentido inverso, aparecieron otros cuatro. Todos hombres, todos jóvenes, morochos, de ropas blancas, caminando tranquilos por 18, como quien viene de un agradable paseo después de un seminario o conferencia, exactamente como yo lo estaba haciendo. 
De repente me descubrí calibrando de reojo si entre esas ropas sueltas pudiera haber espacio para esconder una Kalashnikov, y me asusté de mis propios pensamientos.
Lo que debe ser salir en estos días por cualquier ciudad amenazada, sea por quien sea, pensé, y entonces oí un cantito a media voz que venía de cerca, a medio metro de mi cabeza. Era el caramelero, un morochazo enorme de unos veintipico, que repetía todo el tiempo con la misma tonada "Salam Aleikuuuum... Salam Aleikuuuum..."
Nunca demoró tanto en llegar el bendito 103 de todos los días, y en verdad nunca vino. Me subí al primer 100 que se cruzó por mi camino y puse distancia, no solo del centro, sino de la constatación fehaciente de la propia pequeñez a la hora de calibrar los prejuicios que uno saca no se sabe de qué fondo miserable. 
Volví a casa pensando en todo lo que había aprendido de la megafauna de Uruguay en la Era del Hielo, porque hasta un Megaterio de varias toneladas sería chiquitito frente a los monstruos interiores que de repente se nos aparecen por detràs de la oreja y nos recuerdan que los prejuicios ahí están, que viven y luchan, y que lamentablemente no hay Era del Hielo que alcance a extinguirlos de una vez y para siempre. 

Pero seguimos luchando.





Vos te podés hacer la péndex, seguir con el look hipillo de la época de Bellas Artes y hasta borrar de facebook el año de tu nacimiento, todo lo que quieras, pero cuando te toca presidir una reunión de profesores en el IAVA ya está, listo, no te queda otra que asumirlo.

Estás en el horno.





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.





Me encanta esto de no viajar en el 103 oyendo lo que quiere el chofer. Un aporte a la tranquilidad, a la posibilidad de elegir lo que uno quiere escuchar.
¿Que por qué entonces me acabo de cambiar de fondo al primer asiento? Ehhh... No, por nada... 
¿Que son las 9 y algo y una voz medio disfónica acaba de atraerme como movida por invisible resorte?
No sé de que hablás. 
Aaah... ¿Es Darwin lo que escucha el chofer? No me había dado cuenta. 
Ahora, ya que estoy, me voy a quedar acá adelante, aunque el señor chofer viene incumpliendo las normas, qué barbaridad, nosepuedecrer, sunescán daluna buso. 
Un poquitito más alto, ¿puede ser?





La Tienda de Bobinados "El Fortín" tiene como oferta en la vidriera un cartel que promociona fasicos y ofasicos de voltaje. Aviso por si alguien precisa, y de paso me explican qué es una tienda de bobinados y qué son los fasicos y los ofasicos, que nunca tuve uno y capaz que eso explica muchas cosas.




Él va sentado en el asiento de adelante del 103 repleto en el que voy parada, oyendo tres conversaciones telefónicas a la vez. No lo veo mucho, pero tiene veintipocos años, es alto, de pelo oscuro y sombrero tanguero negro con rayitas blancas. Lo contemplo durante tres paradas, hipnotizada: arma y desarma el cubo de Rubik que lleva en las manos en menos de un minuto cada vez, MIENTRAS MIRA POR LA VENTANILLA del coche como si lo que hace no fuera prodigioso, o al menos casi tan prodigioso como el hecho de que la pesada que grita su vida privada al teléfono no se quede afónica ni cuente nada lo suficientemente interesante como para que yo lo haga crónica.
Nunca armé ni una cara del famoso cubo. 

Debe ser que no tengo los afosicos de voltaje adecuados, y eso explica muchas cosas.





_ Bueno, para empezar vamos a dejar aquí nuestras pertenencias y a desplazarnos hasta el otro salón, donde haremos una actividad que…
Maldición. Ya caí en la trampa. Vine a un taller literario y termino respirando, aflojando, saludando gente, mirando desconocidos a los ojos y jugando a cosas que no me interesan. 
Dicho y hecho. Media hora de tonos enfáticos y sonrisas injustificadas en medio de una mañana de cielo azul y fondo negro, treinta interminables minutos adivinando palabras y tratando de vislumbrar si habría después del momento pseudo lúdico un algo o un alguito de base que me convenciera de permanecer allí, pero la casa era hermosa y la gente era buena y en el fondo cantaban los pajaritos y ya que estaba ahí para qué volver, y etc. O sea que no me fui. 
Una de las conductoras de la cosa planteó hacer un texto sobre la base de una palabra que nos había tocado en la instancia anterior, un texto que saliera del placer de la escritura, de sentir las palabras como plumas y esas cosas, para lo cual dispondríamos de un cuarto de hora a partir de este momento. A mí me había tocado “grifo”, lo que no estaba mal, porque podía apuntar a la canilla o a las estatuas de los alquimistas. Lo que no tenía era ganas.
Ocho minutos después seguía charlando con una amiga que trabaja en el lugar y ni siquiera había empezado a pensar nada. Recorrí la casa, saqué fotos, hasta que al final me senté en el patio generoso y escribí.
Voy sentada en el ómnibus y lloro. No puedo evitarlo ni lo intento. Las imágenes y las palabras desfilan por la pantalla del teléfono una vez y otra y otra. Las gentes abrazadas en el campo de juego y las tribunas vacías, las sábanas que caen por las ventanas de los edificios, las puertas que se abren con un par de palabras mágicas, un billón y medio de musulmanes que piden que no olvidemos que también rechazan el odio y el dolor. Voy sentada en el ómnibus y lloro. Nadie lo nota porque nadie me mira. Soy una estatua de piedra que contempla la desolación sin poder mover, gritar ni cambiar nada. Voy sentada en el ómnibus y sigo llorando.
A la flauta. Esto no les va a gustar a las señoras del curso, que hablan del placer y quieren amores, florecillas, piedras de colores y platos de comida hechos por mamá los domingos al mediodía. Me desdoblo para verme desde sus ojos y lo que veo es una tipa vestida de negro que habla de la muerte, apoya sus hojas en un libro sobre fósiles y le saca fotos a la cruz de la iglesia de la esquina. De todos modos, llegado el caso lo leo. Ellas no dicen nada y yo aprovecho para escaparme disimuladamente en un momento de distracción e ir a tomar mate con la amiga, que me cuenta historias de la casa y de su dueña anterior, enamorada eternamente de un hombre pero sin nunca llegar a confesarlo y vestida de luto para siempre desde el momento de su muerte. Todo muy romántico, si no fuera porque el señor era José Enrique Rodó, y un gran amor y Rodó son conceptos que no van de la mano. Lo siento, no se pueden asociar, o al menos yo no puedo. Mea culpa.
El curso continuó dos horas más, deambulando entre Derrida, Kristeva y varios otros, hasta que llegó la hora de irse y me encontré en la calle bajo el sol, charlando con un conocido sobre los atentados, sobre palestinos e israelíes, sobre las informaciones flechadas y las traducciones con trampa y los alumnos del IAVA y los perfiles artísticos. 

Esa extraña manía que tiene la vida de cruzarme con gente valiosa en los lugares más inesperados. Que nunca falte.




Estoy concentrada, trabajando en la cocina, cuando escucho un ruido seco y fuerte. "Un tiro", pienso, y sigo en lo mío. Al rato, otro. Y un tercero. Me asomo, medio pachorrienta, a la ventana del living, y veo a un muchacho corriendo por la calle de la cooperativa, pero no sé si es por los tiros o por la lluvia. 
Acabo de tomar conciencia de que desde mi más tierna infancia he vivido siempre en barrios complicados, donde este tipo de situaciones no llaman la atención. Será un festejo, será un ladrón, un borracho, quién sabe. 
De todos modos, por las dudas, la excursión con fines calóricos hasta el almacén de la esquina se suspende por tiempo indefinido, y ya voy echando mano al paquete de las galletas de arroz. 

Que nunca falten.





_Hola...Caaaarlos? Soy yo. Estoy acá, en Tres Cruces, por salir para ahí... HABLAME FUERTE QUE NO TE ESCUCHO!!!
La veterana de adelante no conoce el significado de la palabra "discreción ".
_ ¿Cuánto demora el coso este en llegar? ¿DOS HORAS? ¿Cuántoo? ¡A la pucha, qué lento!
La vi al subir. Tiene unos setenta, es alta, gorda, y se mueve con dificultad, apoyada en un bastón. Una típica imagen de abuelita que va a visitar a sus nietos al interior, pienso. Ella sigue gritando al celular:
_Escuchame, Carlos, ¿me vas a ir a esperar, no? Más vale que tengas whisky y algo para picar, porque voy muerta de hambre.
La tierna abuelita se me empieza a desdibujar, cuando oigo que remata:
_¿Y vas a ir vos solo a esperarme o vas a llevar a tu amigo?
Uuuuh...
_¡Hablá fuerte, Carlos, que no te escucho, te digo! ¡QUE NO TE OIGOOO! Bueno, no te escucho nada. Corto, Carlos.
Y no habla más.
Sigo mi viaje esperando que el tal Carlos vaya a buscarla y le lleve al amigo, el whisky y la picadita, pobre vieja, que la vida es corta y hay que disfrutarla, sea a la edad que sea.

Carpe diem.





Mr. Facebook en mi computadora se comporta de modo delicado y me sugiere promocionar Liceos en Red explicándome que así lo verán más personas y mi oferta podrá llegar más lejos. En el celular, en cambio, se vuelve crudamente práctico y me dice que si quiero promocionar la página son $U 149.
Creo que me cae mejor don Twitter, que no solo no me ofrece venderme sino que cada vez que voy a su encuentro me espera con un resumen de lo que ha ocurrido cuando yo no estaba. Una especie de tío chismoso pero con noticias cortitas y al pie, y que encima me ayuda a ser concisa, porque cada vez que me paso de caracteres me aconseja que debo ser más creativa la próxima vez.

(Maestra en disquisiciones intrascendentes, me decían...)






¿Qué diablos les pasa a las abejas? 
Hace días que no dejan de entrar a mi cocina, de a una, y se quedan medio atontadas contra el vidrio, sin saber cómo salir. Algunas terminan muertas, no sé si de cansancio o de qué, otras logran salir, pero siempre vuelven, y el zumbido me produce una extraña mezcla de lástima y pavor que conspira contra mi tranquilidad hogareña de fin de semana.
Espero que sea pura casualidad, porque el miedo que les tenía a nivel individual con el tiempo se ha ido convirtiendo en uno mucho más inquietante: si ellas se van del mundo, nosotros también.
¿Qué diablos les pasa a las abejas?




Pasos en una visita médica domiciliaria standard:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones- saludo.
Pasos en la visita de mi médico del SEMM ayer:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones-charla sobre Literatura- recuerdos del IAVA en común - la masonería y el número 33- consideraciones sobre la tartamudez, la fiebre reumática y el síndrome de Tourette- la narrativa y la Medicina- la narrativa y los navegantes- defensa del doctor Gabriel Peluffo- importancia del buen docente en el desarrollo de una profesión- saludos.

Que nunca falten los vocacionales, sea en el área que sea.





_¿Y en casa cómo te estás portando? ¿Más o menos? Yo ya te dije que vos no tenés que pelear con la chica. Tu madre estå cansada, vos tenés que ayudarla, no que empeorar peleando. Sí, yo sé que la más chica a veces te sobrepasa, pero si te quiere pelear vos no entrés. Hacete la sota, pero no entrés. Papá te lo dice siempre: no pelees con tu hermana, ayudá a mamá... Yo te vi el miércoles. ¿Ayer qué hiciste? ¿Y en la escuela? Bueno... Papá ahora vos sabés que se quedó sin las changas y tuvo que subir de nuevo a los ómnibus... Este fin de semana voy a ver si puedo ir a verte. Lo que pasa es que el domingo es el clásico, viste, y a las tres tengo que estar... pero si puedo voy. Portate bien. Chau, portate bien...

Guarda el celular, se pone al hombro una bolsa de chocolates Nikolo y se sube al primer ómnibus que para en el Intercambiador Belloni.





Ella es Laurita, y vive frente a mi casa desde que se formó el barrio, hace 30 años. 32, para ser mås precisos. Laurita es simpåtica, amable, petisa , de pelo negro lacio eternamente atado en cola de caballo. Siempre anda de campera verde. Nunca la vi maquillada. Debe tener 45, pero podría pasar por 30, porque es de esas personas intemporales que no conocen los vaivenes del peso ni la aparición de las canas. 
Dialoga con una señora en el 103:
_¡Todo el mundo a trabajar!
_No queda otra.
_Pero mañana a descansar. Bah, por lo menos yo.
_La parada estaba vacía hoy.
_Sí, poca gente.
_Atrás venía un 404.
_Y un 100. 
_No lo vi.
_Venía atrás de este.
Y así sigue la charla, la no-charla, hasta que Laurita se baja.
Es duro el precio de la intemporalidad, pienso.
Y sigo mi viaje hacia el IAVA, mirando con un poco mås de benvolencia mis canas, mis arrugas y mis kilos de mås. 
Estå buena la vida si uno se decide a vivirla.

Que nunca falte.






Subo al 7A en mi cooperativa y la primera parada que hace es en Comercio. No hay vendedores ni cantores ni payasos ni místicos ni nadie que reclame la atención a gritos, y el chofer escucha Sarandí a bajo volumen.
"Caro pero ispecial", diría mi vieja. Ispecial, con "i", porque la frase viene con tono de frontera.
Queda poco.
Queda poco.
QUEDA POCO.
Etc.
Buenos días.





Ya van varias tardes (todas las del fin de semana largo, ahora que pienso) que ella o uno de los suyos y yo repetimos el mismo paso de comedia, con un ritmo similar e idénticos resultados.
Primero es un zumbido. Algo como bzeueueuerouzeeee... Luego la toma de conciencia de que no se trata de un moscón, desde el momento en que, como sabemos, los moscones no hacen bzeueueuerouzeeee sino más bien mmmhzzzziiiimm, con más o menos "m" según el hambre que tengan al momento de invadir nuestra humilde y soleada morada. A continuación viene el avistaje, la búsqueda y aferramiento desesperado al primer trapo que se tenga a mano y la espera, la tensa espera de que el enemigo actúe. Si se acerca, revoleo de trapo con gritos destemplados. Si se dirige a la ventana, frases de aliento. Si se fue y luego amenaza volver, un par de maniobras disuasorias con la escoba pero desde lejos, porque el enemigo es bueno y no queremos herirlo.
El problema es que hoy nos quedamos en la Fase 1. Primero un par de bzeueueuerouzeeee y luego quietud, silencio, nada. Ya hace como cinco minutos que sé que está en casa pero ignoro dónde, hasta cuándo y -lo peor- para qué.
Voy a ver si convenzo a Tania y Roldana de dejar la modorra del patio y darse una vueltita por adentro, a ver qué pasa. Tal vez no es un buen plan, pero un líder debe saber cómo emplear a sus soldados allí donde su propia presencia resultaría ineficaz.
Y no, no, no me juzguen... Ya los quiero ver cuando empiecen a escuchar por sobre su oreja derecha el grito de guerra del invasor.

Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...

Té de tilo, tienen?

Bzeueueuerouzeeee...

Valium?


Bzeueueuerouzeeee...

Impresiones de domingo

Me siento en el 405 junto a una chica de veintipico. Me habla:
-Ya dentro de poco te dejo la ventanilla, porque bajo en la Curva.
-Mmjjm.- mascullo, desconcertada.-No te preocupes.
No sé qué decir, y miro hacia adelante las dos paradas que faltan, mientras la mujer NO ME SACA LOS OJOS DE ENCIMA hasta que por fin se baja.
Una señora pasea a un perro viejo por 8 de Octubre, acostado en un carrito de supermercado.
Un veterano y una cuarentona se sientan en un bar, junto a la calle. Ella es linda, él no. El hombre demuestra su nerviosismo pasándose AMBAS MANOS por la cabeza, como para peinarse, en un gesto compulsivo e incesante. Cuento cinco veces, hasta que mi ómnibus arranca, y dejo de verlos.
Hay una promotora vestida de flamenca en Tienda Inglesa: tomo un cuadradito de algo al pasar, lo pruebo y accedo al Nirvana vía turrón de yema quemada de $199 los 100 gramos.
Las calles están llenas de basura.
Es noviembre y hace frío.
Alguien parece ir ganando algo 3 a 0.
Mañana no madrugo. Que nunca falten los fines de semana largos, ni las primaveras, ni los turrones de yema quemada, ni los inesperados encuentros con la perfección de lo cotidiano. 
Ojalå.

Diciembre 2015

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Crónica con fotos
I
La tarde había sido agotadora. Sobre la mesa de la cocina cuatro libros nuevos estaban estirando sus bracitos para ver quién resultaría ser el elegido del martes cuando sonó el teléfono y todos se miraron entre sí. “Esta se nos pianta”, comentaron. “Se los dije”, acotó Roldana. Y se fueron a dormir.
Una hora después iba casi llegando a algún lado cuando me di cuenta del pequeño detalle de que no sabía adónde iba. “Nos vemos en Bvar y Acevedo Díaz”, le había escrito a mi amiga, y hacía diez minutos me había llegado su mensaje “Ya estoy”, pero yo me había olvidado de cuál era la parada. Hacía casi un año que no iba por esos pagos.
El pelado de al lado en el 300 me quedó mirando un tanto desconcertado ante la pregunta de si faltaba mucho para Bulevar y Acevedo Díaz, y balbuceó algo que sonó más o menos como que en realidad eran paralelas. Bajé al momento, más que nada porque ya estaba adivinando la Facultad de Arquitectura y seguro que lo mío era antes de eso. Qué pelado inútil. ¿Cómo iban a ser paralelas Bulevar Artigas y Acevedo Díaz, si mi amiga ya estaba esperándome allí? 
A no ser que ella haya entendido Bulevar España. 
Oh oh. 
Igual no pasó nada: el taxi vino enseguida, levanté a Sandra de su puntual sitio de espera y en dos minutos llegamos a la casa de la Onetto, ahí nomás. 
_ Ustedes dos se dan cuenta de que si caminaban dos cuadras cada una ya se encontraban, ¿no?- acotó el taxista. 
_ Shh. Vos no digas nada- contestamos al bajar ante la vereda desbordada de gente.
II
Esa noche era la despedida de los talleres del año, y había como sesenta personas. Vino y comida mexicana. Sorteos sin escribano. Viejos y nuevos conocidos. Casa de cuento con sótano escondido tras una pequeña puerta, con techo abovedado y tan grande que en la penumbra difusa no se veían las paredes de enfrente Chica con laúd que se convertía en ángel cada vez que cantaba, y otros con guitarras que contaban historias del Darno en Tacuarembó o se descolgaban con Ground Control to Major Tom con la naturalidad del mago que no da explicaciones pero encanta al auditorio. En ese hechizo no parecía haber lugar para celulares o fotos con flash, y no los hubo. Concierto privado a la luz de las velas, sobre almohadones. Frida que nos miraba desde la pared y calaveras de papel de colores que se bamboleaban con el movimiento del aire que entraba por una pequeña ventana en un extremo.
Escuchamos, cantamos, brindamos y agradecimos.
Cosa linda la vida, che.
Que nunca falte.








No pensar. 
La forma mås efectiva de alejarse del dolor es lograr el olvido. No siempre es fácil, pero es el camino. 
No pensar. No sufrir. No sentir.
Pero pasa el tiempo y el dolor continúa.
No, no sé sé qué bicho me picó. Solo sé que un minuto después de sentarme en el 103 algo se me clavó en el brazo, que estaba cerca del respaldo del asiento. Ya le pedí al péndex q va sentado conmigo que se fijara si tengo algo onda araña o avispa o bicho peludo pero no, él dice que no tengo nada, mientras me aparece en el brazo una ampolla y el dolor continúa. 
Ya han pasado como quince minutos; vamos por Propios y me duele igual. El dolor se expande en pequeños relampagueos que llegan hasta mi cerebro desconcertado.
¿Cuánto tiempo debe estar una sufriendo por un insecto agresivo y desubicado? 
LPMQLP.
Voy a dejar de ser vegetariana y a empezar a hacerme chop suey de insectos, para que aprendan.
Bichos de porquería.
Deben ser crocantes.
Lo voy a pensar.






¿Qué diablos fue eso?
¿Un ciclón subtropical?
Confieso que empecé la tormenta re canchera, sacando fotos y saliendo al frente a ver el espectáculo de los relámpagos, los árboles y el viento, pero a los dos minutos ya estaba adentro, bajando las persianas y asegurándome de que todo estuviera cerrado por las dudas.
Se hizo de noche.
Se fue la electricidad.
Se me inundó la cocina.
La internet del teléfono no andaba.
Granizó.
Un cuarto de hora después todo reposa plácidamente y vuelven a cantar los pájaros como si nada.

¿Qué diablos fue eso?





_ Hola. Una hora.
_ Dale.
_ Pará que ahora te doy los seis que faltan.
_ No pasa nada, tranqui.- responde el guarda-chofer del bus que me acabo de tomar en el centro. 
Lindo, el muchacho. Luminoso. 
Me siento cerca del fondo, junto a la ventanilla, tratando de fijar en mi mente una única idea, una idea sencilla pero muy importante: acababa de tomarme un 111 Malvín, o sea que sí o sí tendría que bajarme en 8 de Octubre para combinarlo con otro. 
Repite conmigo, cerebro: No te duermas. No te pases. No bajes en el medio de Veracierto y la nada. Etc.
El viaje pasa rápido, y cuando voy a bajar no sé por qué pero me tiro hasta la parte delantera. Casualidad, nomás. En fin. 
La puerta se abre. 
Baja el viejo que tenía adelante. 
El chofer me mira. 
Y me habla.
_ La profe de Literatura.
_ ???
_ Hace mucho. En el 10.
_ Si fue en el 10 tiene que haber sido en 1992- respondo yo.
_Sí... Puede ser. Estábamos con todos los de No Te Va a Gustar; ¿te acordás?
_ Más o menos... Yo me acuerdo de Mateo Moreno.
_ Sí, y el Chamaco también estaba en el grupo. 
_ Pah, ni idea. 
_ Me mandaste a examen.
_ Uh. ¿Estuve mal?
_ No, ta bien. Yo era un vago en ese entonces. ¿Y qué es de tu vida? 
_ Acá, mirando ex alumnos- debí decirle, pero no. 
Al final me bajé en la parada siguiente, a tiempo para enganchar con el 103 que venía atrás, que me dejó en mi cooperativa justo justo en el momento del mayor diluvio que pudo caer en un cuarto de hora, con tormenta eléctrica como marco sonoro y visual del camino. Hubiera necesitado un limpiaparabrisas, pero no tenía. Fueron cinco minutos extrañamente disfrutables, pasados apenas por dos o tres toneladas de agua. 
Al llegar a casa estuve un rato asomada a la ventana del fondo, llamando a Tania para que entrara, hasta que me di vuelta y la vi tirada en el piso de la cocina, mirándome con cara de "y a esta ¿qué le pasa?".
Sí, lo sé, es un poco preocupante. Me mando cosas por el estilo un día por medio, y además tengo ex alumnos de 38. Algunos músicos y otros choferes luminosos y lindos, de los que no suelen abundar por las tierras de la Cutcsa.
Tengo ex alumnos de 38.

Qué peligro.





Él tiene unos 60 y ella 40. Se sientan en dos lugares sobre el pasillo, porque no quedan asientos de a dos. Él le hace repetidas señas para que ella se pase al asiento de atrás. Al principio no entiendo por qué, ya que ambos asientos quedan igual de cerca del suyo, pero luego veo. Ella va sentada con un flaco lindo y él prefiere que vaya conmigo. Ella al principio no le da corte, pero a la tercera vez se cambia.

Me bajo y se pasa contento junto a SU mujer.





En la parada de 8 de Octubre y Garibaldi estamos fastidiados por el calor. Nos abanicamos, resoplamos y atesoramos cualquier pedacito de sombra. Los que están sentados cogotean porque los demás les obstruimos la visual, pero no se quejan.
En ese momento la vemos aparecer.
Tiene más de 90, es flaca y no muy alta. Viene agachadita. Luce gorro en la cabeza, camisa a rayas, buzo de lana y chaqueta pesada, medias gruesas por encima de las de nylon y zapatones bien cerraditos.
Pasa apoyada en su bastón y cuando dejamos de verla los de la parada no nos miramos. No hace falta. El alivio de estar vivos y sentir el calor acaba de acallar cualquier otra sensación, y proseguimos la espera de nuestros respectivos buses con renovada paciencia y sin resoplidos. 
Ya va a venir el 103, y mientras tanto, qué lujo la vida.
Que nunca falte.





Otra viejita de medias de nylon, zapatos forrados de corderito, dos buzos y saco grueso de lana! 
Qué nos pasa con el paso del tiempo? 
Dejamos de tener sangre en las venas?
Nos baja la temperatura?
Le escapamos al frío como metáfora de la muerte?
Enloquecemos?

Eh?





_ ¿Estás libre?
_ Sì... pero no tengo mucho cambio porque recién puse nafta; vas muy lejos?
_ No, a Arbolito, acá nomás. ¿Conocés?
_ No, pero vos me decís. 
Y me subí al taxi. Menos mal que ahí estaba, porque yo venía mirando la ruta y no había un miserable 103. Esto de llegar como a las doce y media y tener que bajarse en Camino Maldonado y Libia no es la mejor parte de ir a la laguna.
El hombre empezó a hablar apenas arrancamos.
_ ¡Tengo un cansancio! ¡Estoy agotado, menos mal que este es el último viaje!
_ Ah, bueno, ya vas a descansar. ¿A qué hora entraste?
_ A las 3. Y además capaz que me llaman para mañana al mediodía, pero si no tengo libre, no sé. Me tienen que avisar. 
Mala señal que el tachero esté agotado. Menos mal que vamos solo a unas quince cuadras. 
Él siguió contando.
_ Además yo estoy mal. Desde que murió mi madre no me puedo consolar. 
Pobre hombre, pero yo lo primero que pensé es que agotado y de duelo en cualquier momento nos dábamos contra un camión. 
_ Lo lamento... ¿Fue hace poco?
_ Sí. Un año y ocho meses. 
Oh oh. 
_ ¿Y no probaste alguna ayuda... ir al psicólogo?
_ Estoy con psiquiatra. 
_ Aaaah. Es ahí, en la esquina. 
_ Son 78. ¿Tenés cambio? 
_ Sí. Suerte, que te recuperes.
_ Gracias. 
En realidad acabo de resumir el diálogo, donde además me enteré de su edad, el yuyo rojo carísimo que estaba tomando para los nervios, su situación de pareja y cómo fue lo de su vieja. Parecía emocionalmente devastado, pobre hombre. 
Los taxistas con problemas psicológicos, ¿no tienen derecho a licencia médica? Pregunto en serio. Si no lo tienen deberían. 
Repito: pobre hombre. Si lo hubiera hecho ir para el centro o Pocitos no sé en qué condiciones estaba para enfrentar el tránsito, aunque según él manejar lo tranquilizaba. 

Pero no sé.






Crónica del regreso
Cae la tarde casi noche en la ruta 18, la del verde más verde de los campos de arroz, la de los caminos de riego llenando la tierra de curvos espejos que reflejan el cielo, la de los cientos de patos negros volando en hileras y las decenas de garzas blancas chismorroteando desde las ramas bajas en el cruce del Tacuarí. 
Atrás quedaron Vergara y sus ceibos, la entrada a Plácido Rosas y sus barrancos de tierra reseca tentadores para mis obsesiones recolectoras, Río Branco recostada al Yaguarón y Lago Merín con mis dos viejos queridos y aturullados. 
Los fósiles del pescador que fuimos a ver hoy resultaron ser grandes y negros. Tres huesos. La red saca muchos, nos dijo, se caen al levantarla y a veces me la rompen. Esto de aquí me dijeron que es de un perezoso, agregó, y creo que no le faltaba razón. Después los volvió a guardar en su caja de zapatos y María en su triciclo y yo caminando pegamos la vuelta al barrio. 
Ya salíamos mis viejos y yo de la laguna cuando nos sorprendió una camioneta policial en el vacío de la carretera del Lago a Río Branco, e incluso más raro fue ver a un milico caminando por la banquina, que nos hizo señas de que tuviéramos cuidado. ¿cuidado con qué? Y entonces lo vimos. Un enorme toro negro, entre asustado y furioso, se paseaba por la carretera y amenazaba con atacar al que se le pusiera a tiro. Si agarra el Chery QQ lo da vuelta como una media, pero por suerte nos dejó pasar y siguió correteando hasta que lo perdimos de vista. 
Cae la noche. Ya estamos en Treinta y Tres. La ruta 8 es muy linda en esta zona y se pone aún mejor en Lavalleja, pero ya dentro de un rato no voy a poder ver nada del paisaje y no me va a quedar otra que inflar mi almohadita y contar con que las CUATRO horas de viaje que me faltan no pasen demasiado lento, o al menos que yo no me entere hasta que el chofer me pegue el grito y me baje en Libia, a cuatro paradas de mi casa y a cinco horas de levantarme para viajar a Florida. 
Menos mal que mi vieja me regaló un frasco de Nescafé brasilero.

Que nunca falte.






Los enemigos zumban, silban, amenazan.
Estoy totalmente rodeada. 
Quieren mi sangre. Lo sé. Los escucho. Su nombre es Legión, pero una barrera sutil y efectiva protege las fronteras, detiene el paso de los otros y me proclamo invencible.
Gracias, súper tul de Tienda inglesa. 

Los 245 pesos mejor invertidos de mi reino.




Crónica Milf
La mañana amaneció soleada aunque no agobiante. Apenas terminado el desayuno vi que la vecina de enfrente estaba haciendo arreglos en el jardín y consideré apropiado interrumpir su labor por un rato; hay poca gente en el barrio, pero todos son de lo más interesantes.
A eso de las diez andábamos mis viejos y yo caminando por las costas de la laguna para el lado del Tacuarí cuando el Cele aparece con algo ovalado y oscurito en la mano: era una tortuga. Verde oscura, con algunas vetas amarillas y muchas algas adheridas a su caparazón, pese a que era un bicho aparentemente joven. La dejamos sobre la arena, a unos diez centímetros del agua, y nada. Estaba metida en la cucha y hasta llegué a pensar que estaría muerta o enferma. La pusimos en el agua y tampoco. Nada. Bicho porfiado. Al final la volvimos a poner en el agua y la dejamos. Al minuto más o menos sacó la cabeza y las patas y arrancó a nadar despacio, como pudo. Estaba todo bien, entonces. Y seguimos caminando.
Una cuadra más adelante, otro hallazgo, esta vez un poco más inesperado: una moto. Una moto, tirada, evidentemente abandonada hacía rato, con arena pegada por arriba. Estábamos mirándola y decidiendo si avisar o no a prefectura cuando pasaron dos hombres en otra motito y nos pegaron el grito: "a los muchachos se les rompió y tuvieron que dejarla!" No sé de qué "muchachos" hablaban, ni si lo que contaron era cierto, pero bueh. Digamos que sí. 
Ellos se ve que habían ido a buscar un caballo, porque a la vuelta uno pasó montado en un marroncito precioso. (Cero cultura hípica la mía, ya me imagino que "marroncito" no es pelaje de caballo, pero, en fin, es lo que hay)
A la tarde ya el calor daba para playa, y a eso de las cuatro metí mi nuevo protector solar y el cuaderno con el cuento que hizo mi madre sobre "la tía Corina" en la mochila y enfilé para la laguna. Vacía, divina, casi toda para mí. Al menos los primeros dos minutos, hasta que escuché voces, miré para la calle y vi venir a unos cuatro adultos y cuarenta niños. No es exageración: los conté. Eran de un colegio de monjas, algunos, y otros tal vez del INAU, no me quedó del todo claro. Tomé disimuladamente mi pareo y ojotas y marqué distancia entre Mundo Niño y yo, hasta que empecé a oírlos de lejos, como en sordina. Y me puse a leer.
Mi vieja había escrito una historia larga, como de veinte páginas manuscritas. Iba por el principio cuando una respiración agitada junto a mi oreja izquierda me sorprendió y me di vuelta justo a tiempo para evitar que un perrote negro y mojado se me tirara encima del pareo y el cuaderno. Lo corrí como pude y seguí leyendo. 
A los quince minutos lo vi de nuevo: iba corriendo detrás de un atlético muchacho, que me saludó al pasar. Simpáticos, los arachanes, pensé. Simpáticos y encaradores, porque a los cinco minutos el corredor apareció de nuevo y se puso a charlar con pretexto del perro, que según él estaría perdido, aunque yo lo vi feliz, gordito y con collar. Al perro, digo.
El que no estaba para nada gordito era el muchacho, que resultó ser futbolista en Montevideo, en Danubio, para ser más precisos, a dos cuadras de Arbolito. Lindo tatuaje en un brazo. Rostro perfecto. Unos veinte años. En fin.
Terminé el día visitando a mi amiga María en su casa preciosa llena de mascotas queribles y concretando para mañana una visita a casa del pescador que hace un tiempo sacó de la laguna unos fósiles de lo más interesantes, de los que llegarán fotos, aunque sospecho que soy la única interesada en el tema.
Lago Merín. 
Un mundo raro y fuera del tiempo, donde uno encuentra motos tiradas en la playa, donde las madres escriben crónicas familiares y los veinteañeros encaran a señoras UN POQUITO mayores. 
Que nunca falte.





Crónica (un tanto prejuiciosa) de domingo en la Merín.

I) El viaje

_ Mirá, Mari. Las garzas rosadas que te gustan. - dijo mi madre señalando el campo a la derecha. 
Había como ocho garzas. Dos rosadas, el resto blancas excepto una o dos grises.
_ Che... ¿Son garzas o flamencos esas?
_ Mmmmh... A mí en la escuela me hablaban de los flamencos, pero no sé si son...
Y nos quedamos con la duda.

II) La mañana
_ ¿Vamos a dar una vuelta por la laguna?
_ Vamos. 
Y fuimos.
Está muy crecida, hay apenas un par de metros de arena sin pasto para tirarse al sol, pero eso no pareciera ser obstáculo para las muchas personas que en la playa estaban. Más que cualquier domingo de diciembre, mucho más. 
_ Lo que pasa es que ayer fue el Luau de la laguna y vino todo Río Branco y todo Yaguarón- aclaró mi vieja. 
Y se notaba.
La gente dormía sobre la arena, muchos habían levantado carpas en predios públicos o privados y algunos iniciaban un fueguito en sus mediotanques portátiles, seguramente con intenciones de algo caliente para desayunar... Un buen chorizo, qué se yo. Eran las nueve y media de la mañana.
_ Son todos brasileros- agrega mi vieja. Acá la gente no los quiere mucho porque se traen todo de allá, no compran nadita, y encima acampan, hacen mugre y aturden con sus músicas donde se les antoja.
Salimos de la playa, porque aquello era un enorme campamento al aire libre, pero en las calles la cosa no estaba mejor. Las cuadras del centro aparecían literalmente tapadas de botellas, latas y basura de todo tipo y color, que algunos vecinos se aprestaban a limpiar con rastrillos y palas. 
Y volvimos a la casa, donde el luau no había tenido efectos y donde las muchas plantas y flores nos volvieron a traer al mundo verde y pacífico de costumbre.

III) La tarde
Tras una siesta con grappamiel en la hamaca y después de horas de charla en el frente, me decidí a salir a ver cómo era la laguna post luau en su versión vespertina. 
Llegué hasta la playa y de repente caí en... No sé, Punta del Diablo, Aguas Dulces... Decenas de autos, gente tomando, músicas brasilerosas al mango saliendo de las valijas de un auto de cada tres, etc. 
Huí. 
Me fui a la punta más agreste, donde no había nadie, a excepción de alguien tan pero tan buen comerciante que había instalado en medio de la soledad más absoluta un puesto de venta de bikinis, a cual más fluorescente. 
En la playa (en lo poco que quedaba de playa) vi varios bichos muertos, incluyendo un lobito de río, pobre, con sus enormes dientecitos blancos. Ya me estaba por ir cuando algo en el agua me llamó la atención: era un palo. Lo saqué. Parecía un pique (de alambrado) pero era mucho más largo y delgado. Sus cuatro agujeros no estaban a la misma distancia ni mucho menos, y además estaban orientados en diferentes direcciones. Estaba lindo. Y me lo llevé.
Lo dejé en la casa y volví a salir, ahora rumbo al centro. 
Craso error. O no, no sé. 
Fue el encuentro con la teoría del caos en forma de invasión brasilera a las tranquilas calles de la laguna. Todo el mundo se había dado cita en tres cuadras. Tomaban, gritaban, subían el volumen de sus equipos, bailaban en las carrocerías de sus camionetas y se sacaban selfies. Los bares estaban casi vacíos, la cosa era en las veredas. Por la calle, mientras, un desfile interminable de autos a dos por hora, que me juego la cabeza que eran siempre los mismos que pasaban, daban la vuelta y volvían a pasar. 
Huí otra vez, no sin antes manotear otro pique, esta vez tirado frente a un descampado. No sé para qué, pero ahora es mío. 

IV) La noche. 
Estuvimos charlando hasta las nueve y cuando se iban a acostar empecé a mostrarle a mis viejos las fotos de familia que tengo en la compu. En eso apareció un vídeo: era del aniversario de casados número 65 de mis abuelos, y lo vimos entero, hasta el final. 
Todos éramos más flacos, y algunas primas estaban mucho menos rubias. Todos gritábamos y comíamos pascualina. La vieja se peinó para la foto. El viejo recitó versitos, tocó el acordeón para la tribu sin errarle una nota, y todos lo aplaudimos dentro y fuera de la pantalla. 
_ Está lindo tener eso- dijo mi madre- A uno le da una mezcla de tristeza pero a la vez alegría por poder volverlos a ver y escuchar.

Ahora son las diez y algo.
Mis viejos ya se acostaron en sus camas y Guaytica en un buzo mío. Los mosquitos se preparan para comerme pero no saben que tengo un súper tul para mantenerlos a raya.
Venir a la laguna me cuesta mucho en varios sentidos, pero es una conexión con quién soy que no puedo permitirme perder por mucho tiempo. Es un espejo y a la vez una apertura de caminos posibles entre flores, garzas, voces, afectos, entre pasado y presente. Duele y alivia. Cansa y sana. 

Que nunca falte.




Soy invisible. Nadie me ve. Podría incluso irme de este bar sin pagar y nadie lo notaría. 
Soy invisible para todos.
No, no para todos. 
En verdad solo soy invisible para el mozo, pero es que de él depende todo: que me pregunte qué quiero, que me traiga un cortado, que me cobre a tiempo, que no vaya yo a perder el bus de la una de la mañana, que etc.
Pero para el buen señor mi cuerpo no tiene consistencia y mi alma no brilla. 
No me registra, listo. 
No me ve el mozo, ergo no soy. 
No soy, luego no puedo dejar propinas. Elemental, mi querido Mozomostazo.
Pero de todos modos le dejo algo, o no podré conciliar el sueño, y ya una voz me está anunciando que la empresa Núñez anuncia el embarque de mi bus.

Que nunca falte.





¿Qué pasa si una se olvidó de levantar la constancia de haber aprobado en febrero un curso en el IPES y pasa a buscarla diez meses más tarde?
¿La miran acusatoriamente? ¿Le gruñen? ¿Le dicen que debió venir antes y que por su culpa ahora van a tener que internarse en las catacumbas de los archivos s buscar el dichoso papelito?
No.
Se lo dan sin problemas, con fecha de realizado en Octubre.

IPES y yo, un solo corazón.


RÌO QUARENTA GRAUS, CIDADE MARAVILHA PURGATÓRIO DA BELEZA E DO CAOS

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Río
Un horno con playa. 
Un horno paradisíaco con playas increíbles. 
Un horno paradisíaco con playas increíbles entre morros verdes y cielos azules, lleno de aves y plantas enormes, donde los humanos más variados parecen convivir pese a todo. 
Luces y sombras.
La gente es divina. Desprejuiciados a la hora de mostrarse en las playas. Religiosos por demás. Alegres. Coloridos. No les entendemos un pomo pero al final siempre logramos comunicarnos. 
Avenidas gigantescas. Ómnibus caro: 3.40 reais. El Metro por ahí. Hay que poner una tarjeta en la ranura de la máquina, y la mía se ve que le gustó porque se la tragó de una, y tuve que comprar otra para poder subir al Metro de Superficie, que es un bus que te lleva adonde el subte no llega. Los buses van a mil y siempre tienen asientos. No hay vendedores ni cantores ambulantes. No hay clowns en los semáforos, cuidacoches ni limpiavidrios.
A polizia é omnipresente. Están de a dos coches, o en bicis, a pie, en helicóptero, siempre están, y de a muchos. Sentimientos encontrados: seguridad con cierto rechine.
Mucha gente durmiendo en las calles. Hombres, mujeres, parejas. Ninguno con perros. Gatos vagabundos hay (en buenas condiciones), perros no he visto. Gente vendiendo de todo en calles y playas, con un calor inhumano para el trabajador. Hoy vi un viejito que me partió el alma, con una sandalia diferente en cada pie. Algún loco de vez en cuando, pero poco.
No hay mosquitos.
Repito: no hay mosquitos.
Unas aves negras enormes sobrevuelan todas las playas, y hay muchas bandadas de veinte o treinta patos que van en filas a quién sabe dónde. Garzas, ardillas, pájaros delicados y hormigas acorazadas. Peces en el agua. 
No es muy barato, aunque sí un poco más que Montevideo. Una oferta gastronómica variada hasta el infinito, regada por sucos o caipirinhas deliciosos, en mi caso.
Todos parecen amar el gimnasio.
Hay miles de lugares para ir, y los paisajes nunca se repiten. 
Esto recién empieza.

Ampliaremos.











Leblon. 
Por la tarde la mitad de la avenida se hace peatonal, aunque igual siempre hay ciclovía. La gente va con los perros a la playa, recogen la caca en bolsita y la tiran donde corresponde. Hay un mirador espectacular en la subida al morro, y unas escaleras de vértigo que no llegan a ninguna parte, solo se truncan ahí, en mitad de la cosa. El agua es cristalina y de grandes olas. 
Leblon me hace acordar a una telenovela brasilera de los ochenta, pero no sé cuál.
Por ahora es mi preferida, aunque ya aprendí que en este mundo carioca uno no hace más que sorprenderse con solo abrir los ojos y mirar. 
En eso estamos.




En Ipanema la caída de la noche no pone fin a la playa. Ellos cantan en la arena. No son amigos: empezaron seis o siete y el resto se fue juntando. Al final eran como treinta. Nadie aplaudió al final; esto era una especie de comunión mística. 
Un poco más lejos, cerca del agua, otro grupo hacía percusión y bailaba al compás, recortado contra el horizonte. 
Las olas, casi blancas. Al fondo, las luces de una favela en los morros de los Dos Hermanos. Al otro lado, la luna casi llena elevándose desde Copacabana. 
Daban ganas de llorar de felicidad.
Toco madera.

Que nunca falte.







Todo el centro está lleno de grafitis. Unos que son simples rúbricas son una peste, ensucian TODO lo que alcanza a verse. Otros más onda Calush son mejores, pero no tanto como los uruguayos. Los nuestros tienen arte. Este de la foto es interesante: pertenece al grupo de los que proclaman su valentía al llegar a espacios impensados.



A Reveilhao está no aire, garotinhos!
La Super Mega Ultra Fiesta de Río se prepara con todo: se espera que dos millones de personas reciban el 2016 en las arenas de Copacabana, y ya hay dos escenarios gigantescos montados sobre la playa. Desde las seis hasta las dos de la mañana fiesta fiesta fiesta!! 
Todo el mundo va vestido de blanco, aunque se acepta también el rojo y el celeste, x ej, cada uno con un significado especial.
Las celebraciones religiosas de los terreiros ya comenzaron hace días, y en la playa de Urca se los puede ver en varios grupos, bailando y haciendo música.
Este año se hará un homenaje por los cien años del samba enredo, con un montón de músicos de los que solo me acuerdo de Jorge Ben Jor. Hoy estuvieron probando luces y sonido y es impresionante!!

Ampliaremos... Pero sin fotos, porque voy a ir con las manos vacías y el corazón contento.






El Reveillon por estos pagos no es solo fiesta fiesta. Tiene toda una connotación religiosa a la que los turistas (y más los turistas ateos) difícilmente accedemos.
Hoy la playa se llenó de flores y ofrendas a Iemanjá. Es algo imposible de describir, que eriza la piel. La gente llega con sus flores respetuosamente en brazos, se instala frente al mar, pide un deseo y las arroja al agua, o bien las transforma en improvisado altar en la arena, a veces rodeando velas, habanos, miles de cosas pequeñas ofrendadas a la diosa del mar. 
Hay de todos colores, pero especialmente blanco, el color de la paz, el mismo con el que baja todo el mundo a recibir el año nuevo junto al mar.
Y ahí estaremos.

¡Feliz año para todos!






La Réveillon.

Parte1
Eran las cinco y algo cuando Danilo y yo salimos del apartamento rumbo a Largo de Machado, la estación de metro que tenemos a la vuelta de "casa", y ya en la vereda nos entró la duda de si los brasileros no nos habrían cuenteado, porque éramos los únicos de blanco en todo Flamengo. Pero no, porque poco a poco la gente se fue mimetizando con nosotros y al final en la playa la mitad estaban de blanco, otros de amarillo y el resto de cualquier color. 
La salida del metro en Arcoverde nos dio la tónica de lo que nos esperaba. Las multitudes fluían ininterrumpidamente hacia Copacabana, y ahí vimos que todos llevaban equipaje menos nosotros dos. Ellos cargaban conservadoras, sillas, MILLONES de latas de cerveza, bolsas de hielo, etc.
Llegando a la playa empezó la lluvia. Linda lluvia, mansa, bienvenida en ese horno palpitante. Bienvenida al principio. A los cinco minutos hubo un diluvio que nos llevó a volver a la calle y refugiarnos bajo el alero de un edificio, junto a miles y miles de brasileros. Pero pasó, y salió el sol, con lo que el final del año tuvo su propio arcoiris para placer de los cientos de miles de fotógrafos aficionados como una. 
Nos metimos en la playa. Todo el tiempo pasaban vendedores de camarones, caipirinha y Jhonny Walker. El ambiente era predominantemente juvenil; todo el mundo tomaba y tomaba alcohol, y algunos fumaban unos cigarros de marihuana gigantescos. 
Al principio nos tiramos en los pareos, pero al rato alquilamos unas sillas a cinco veces del precio normal, y nos quedamos viendo el atardecer, que se iba poblando más y más de gente a cada segundo. 
Los brasileros son gente rara. Punto. 
Muchos habían armado sus zonas en la playa llevando carpas (de las de acampar o gazebos, había de las dos). Delimitaban su territorio con estacas de un metro o menos y las unían con cintas de nylon amarillo, para indicar que eso era propiedad privada. Otros, menos previsores, delimitaban su estancia con murallas de arena, aunque en el correr de la noche ambos métodos resultaron insuficientes, porque al final estábamos como sardinas Coqueiro.
Ya nos habían avisado que la Réveillon era momento propicio para arrastoes (arrebatos), por lo que fuimos sin mochila y solo andábamos (muy chics) con las bolsas del supermercado con agua, algo para brindar a las 12 y unos salgadinhos para comer cuando pintara el hambre.
A eso de las seis empezó la discoteca, y entre las ocho y las diez se desarrolló una historia del samba medio cantada y medio representada a la que nadie le dio corte. Los brasileros gritaban, bailaban solos, todo menos escuchar, y a nosotros nos pareció un tanto aburrido, con excepciones. 
En cierto momento entregamos las sillas y nos fuimos a caminar por la rambla. Ahí nos dimos cuenta de que el ambiente mejoraba, era más alto, con aire y menos gurisitos solos.
Estimado lector, me voy a almorzar.
La segunda parte y las fotos, en un rato. 

Feliz Año Nuevo.




Parte II
Cuando dejamos las reposeras y nos fuimos a otra parte, más cerca de la rambla, vimos que el ambiente mejoraba bastante. Cerca del agua estaba más oscuro y ya habíamos visto una corrida de adolescentes y una señora gorda de bikini blanca gritándoles de atrás, porque la habían robado. Supongo que de los que corrían algunos eran ladrones y otros defensores de la víctima, pero en todo caso no supe qué pasó. Hoy vimos en las noticias que hubo algunos arrebatos y ocho pérdidas de documentos, lo cual, para meter dos millones de personas tomando en una playa por varias horas, es casi nada. Ya por la tarde del 31 muchos vendían monederos interiores para ir a la Révellion: "que el Año Nuevo no se convierta en año ruin" nos dijo el vendedor. "La Réveillon es momento para arrastões" , agregó. 
Nosotros vimos a la policía llevarse a uno y tener a otro en el piso. Muchos patrulleros por la calle. En una paso al lado de uno y veo que los de nuestra zona tienen como identificación un cartel que dice "Setor Bravo", oh oh. 
De todos modos no vemos ni una sola escena de violencia o discusión entre los asistentes. Las mujeres se paseaban en medio de la noche con sus colaless y bikinis diminutas y nadie les decía ordinarieces o les metía una mano. Muchas parejas gays de toda edad. Dos mujeres en particular bailaron abrazadas por horas; la más gorda, una morocha francamente obesa con un pelo de rastas artificiales, tenía una especie de enterito con rayitas transversales blanco y negro que demostraba a las claras que no le importaba un pito no estar delgada. 
Arriba, en la rambla, gente más cool. Un presentador de tv igualito a Fito Galli, seguido por las cámaras. La terraza del Copacabana Palace llena de ricachones, ellos sí, rigurosamente de blanco. Cuando les pasamos por el costado algunos salían vestidos de fiesta y trataban de no ver la negrada que venía del metro. La gente a eso de las nueve empezó a inundar Copacabana en un número tal que me sentí como Dante al entrar al Infierno. Nunca creí que podría ver tantas personas juntas. Impresionante.
Mientras, en los escenarios, la cosa seguía. 
Volvimos a la playa, ahora no muy cerca del agua, donde desde la tardecita estaban tremendos barcos de Prefeitura o la Armada (no sé) cargados de fuegos artificiales y unos cruceros gigantescos iluminados con todo el glamour. 
Nos quedamos en medio de un grupo de personas que de inmediato empezó a ser nuestra tribu. Charlamos con unos de Porto Alegre, le saqué una foto a otros, fuimos invitados con bocaditos caseros de queso y abrazados por un señor sudoroso que dijo que Uruguay es un país decente, el mismo señor cuya esposa en un momento pidió a dos chicas que le hiciera una pared de pareos para orinar ahí mismo, en la arena, que luego tapó, en el mismo lugar donde se quedó el resto de la noche. 
Imposible describir todo. Muchos gritos. Jorge Ben Jor. Los últimos quince minutos y la invasión ahora sí de una multitud increíble que quería ver los fuegos artificiales desde la playa. Cronómetro que en vez de arrancar en diez empieza en ocho, porque el presentador habló de más. Cero! Y todo el mundo empezó a bañar con alcohol a todo el mundo. Acto seguido, la pirotecnia más increíble iluminó el cielo por un cuarto de hora, mientras la mitad de la gente en vez de mirar el cielo prefería darle la espalda, para sacarse una selfie con cara de felicidad atrás de otra.
La cosa seguía, aún faltaban dos números musicales, pero decidimos que era hora de ir volviendo. Hacía como siete horas que andábamos en la vuelta. 
La salida fue dura. Muy. Avanzamos tortuosamente sobre la arena, esquivando estancias y niños dormidos, gente tirando sidra y bailando, hasta que en diez minutos pisamos la rambla. Otros diez para avanzar dos cuadras hasta el metro. Miles y miles se agolpaban a las puertas de la estación, y nos pusimos en la fila, pero antes de entrar nos dimos cuenta de que esa misión no sería imposible pero no era para nosotros, y decidimos caminar. 
Caminamos hasta el final de Copacabana y cruzamos por dentro el túnel que conecta con Botafogo. Un túnel amplio, como para cinco carriles de vehículos, REPLETO de gente, que en cierto momento descubrió que el eco era uma coisa linda y empezó a gritar y gritar y gritar como loca. Cómo gritan los brasucas, meu deus!! Por suerte había cientos de buses esperando en Botafogo... Pero ninguno de los nuestros. Igual Flamengo no es lejos, y volvimos todo el viaje caminando. 
Y aquí estamos. 
Le Réveillon fue linda y cansadora, peligrosa y tranquila, pero siempre desmesurada.
Valéu.

Feliz 2016.







Yo había visto una lechucita en la rama del árbol y trataba de sacarle fotos, pero se me perdía entre la espesura. En ese momento un viejo muy pobre que iba por la vereda me pegó un grito diciéndome que había otra mejor. Y había, porque esta de la foto se encontraba mucho más accesible. No conforme con haberme revelado la existencia de la segunda lechuza el hombre me indicó desde donde podía situarme para sacar mejor la foto. Y se fue, con su ropa gastada y una bolsa tipo chismosa en las manos. Amo a esta gente.







Hoy al fin pude entrar al Castelinho por el que pasamos todos los días camino a la playa.
El señor encargado, el veterano Nelio, fue muy amable y me contó la historia del lugar: fue edificado hacia 1915 por un señor que vivió un tiempo allí con su mujer y su hija. Luego lo vendió a una pareja sin hijos y cuando estos murieron la casa quedó abandonada hasta que en los noventa un prefeito la recicló y convirtió en Casa de la Cultura.
Nelio terminó preguntándome cómo era en castellano el poema de Antonio Machado sobre los caminos; se lo dije y quedó de lo más contento. Casi se pone a aplaudir y se le iluminaron los ojos como a un niño que le cuentan por primera vez la historia de los Reyes y los regalos; era muy gracioso, así que redoblé la apuesta, le pedí un papel y se lo escribí. Claro que él lo hubiera podido bajar de internet, pero la escena de fraternidad y alegría fue tan linda! Un encanto, o Nelio. O Neliu, Delio, no sé bien, algo así. 
Bienvenida la emoción que nace de la poesía y la comunicación desinteresada entre dos desconocidos que coinciden aunque sea por un breve momento en la vida 

Que nunca falte.




103 maravilhoso o cómo sería el ambiente de mis crónicas de bus en esta ciudad.
Los omnibuses de Río son muchos, y no siempre es fácil entenderlos. Para empezar, por el destino. Tienen un cartel luminoso al frente, pero va cambiando todo el tiempo, porque muestra por dónde va, por lo que a veces tenés que confiar en que en los diez segundos que demora en acercarse justo pase lo que buscás, o te quedas en blanco. De todos modos los "motoristas" son muy amables y se les puede preguntar sin problemas. Por otro lado, además del destino, se clasifican en Brs 1 y 2 y algunos son también Troncal 1, 2, hasta 6, y eso es algo que todavía no hemos logrado descifrar. 
Las paradas de las playas son enormes, con banco, paredes, techo, y tienen muy buena información de buses y recorridos. El resto nada. 
Cuando la gente se va a bajar avisa tirando de la cuerda o tocando timbre. Varias veces vi que el ómnibus les paró en segunda y hasta tercera fila en medio de avenidas bulliciosas, y nadie pareció sorprendido. Para subir igual.
A la entrada hay una catraca, uno entra como quien ingresa al subte, empujaaaando el fierrito, pero si es muy gordo o viene cargado se permite subir por atrás y pagar luego. Hay asientos preferenciales para ancianos, embarazadas, "deficientes mentales" y obesos, y Danilo dice que yo entro en varias de esas categorías pero por las dudas no aclara más. 
El precio es alto: acaba de subir a 3.80, aunque más de una vez vi que dejaron pasar a alguien que no llegaba con el dinero o el cambio. Hay unos buses high, los azules, que salen como quince reales, pero aún no los hemos tomado.
Los vehículos son muy limpios y sin cortinas. Andan a mil o a dos por hora, dependiendo del tránsito. No hay vendedores no cantores de bus. La gente habla a veces a los gritos, pero amablemente.
El otro sistema público es el Metro, que sale casi lo mismo pero tiene la ventaja enorme de la velocidad, frecuencia y simplicidad de recorrido. Por lo general vienen con buen espacio y el ambiente es súper tranquilo tanto en andenes como en vagones. Impecablemente limpios. Pueden combinarse con un metro especial, de superficie, cuando uno va más allá de las líneas que hay, pero no siempre; según el destino.
Hemos estado aquí por dos semanas y no hemos visto una sola discusión o subida de tono, ni en el transporte ni en la calle, salvo en las ciclovías, alguna aclaración de que no son para skate o patines, pero puntual y educada.
Quiero ir al IAVA en Metro y tener de pasajeros acompañantes a los cariocas. O al menos ir en un bus sin música del chofer ni de los pasajeros. Sin vendedores. Rápido. Limpio. Y que el recorrido sea entre morros y playas.

¿Se les podrá pedir cosas a los Reyes aunque estemos un poco fuera de fecha?






Pao de Açucar
Hoy había un 90% de probabilidades de lluvia, pero cuando nos levantamos y vimos nubes blancas y no pretas arrancamos para Urca con una fuerza bárbara. 
El bus pasó apenas llegamos, y no tuvimos que hacer cola para comprar los boletos. Caros, los boletos: 71 reales cada uno. Pero valió cada centavo.
El primer viaje en funicular dura unos tres minutos, y da vértigo el saberse colgando de unos cables sobre el vacío, pero se pasa bien. El paisaje, indescriptible. 
Ya en el morro de Urca hay muchos miradores, terrazas, restaurantes y hasta un helipuerto donde por la módica suma de 690 reales se puede contratar un vuelo de 12 minutos sobre la zona. En fin.
Luego uno sube al segundo viaje y otra vez anda bamboleándose por los aires por unos minutos, con la diferencia de que ahora se sube al Pan de Azúcar mismo, y el ángulo de subida es muy pronunciado. Este fue un tramo que vi a medias, porque a veces TENÍA que cerrar los ojos o morir de vértigo ipso facto, cosa no muy bien vista por estos lares.
Arriba no solo la vista es imponente y majestuosa sino que había monos entre los árboles, unos grises, chiquitos y muy dignos, que se dejaban fotografiar sin caer en la mendicidad abusiva (cuando no la delincuencia pura y dura) de los coatíes de las cataratas del Iguazú.
Unas nubes aparecieron de pronto y en un minuto borraron todos los contornos del mundo visible, por lo que estuvimos arriba un rato y nos volvimos al Urca. Este primer descenso no fue vertiginoso, por la sencilla razón de que no se veía un pito. La segunda bajada resultó de lo más placentera, ya sin nervios. Yo creo que con tres subidas más se me va el terror y todo. 
Cuando llegábamos no podíamos dar crédito a lo que se veía en la zona de acceso: cientos y cientos de persona haciendo más de una cuadra de cola para entrar! Por suerte habíamos ido temprano. Uruguay, inteligencia.
Abajo nos esperaba la pequeña y divina Praia Vermelha, con una especie de fuerte en un costado y con un camino verde por el otro extremo, que decidimos explorar. 
Gran idea.
Era una senda de 2500 m por el borde del Urca, entre la vegetación tupida del morro, donde unos carteles nos contaban de las muchas especies de animales que podíamos encontrar... Entre ellos unas boas, oh, oh.
Pero no. 
Lo que vimos fueron unos pájaros rojos divinos (Tie Sangue) y unos macacos como los del Pan de Azúcar, que correteaban entre los árboles. Uno incluso perdió pie y cayó desde cuatro o cinco metros al piso, junto a una vieja desprevenida, pero en un segundo se escurrió hacia la selva y desapareció en la espesura. 
Seguí mi camino pensando que ojalá las boas no se resbalaran de las ramas, y pasé el resto del recorrido mirando disimuladamente al techo de ramas que nos cubría. Al final llegamos a un límite, más allá del cual solo se permitía continuar si se iba con un guía, y pegamos la vuelta.
Y no hay más palabras.

Cidade maravillosa. Que nunca falte.







Petrópolis, Palacio Imperial. Se entra en una especie de pantuflas. Vimos todo tipo de maravillosidades: un cofre de porcelana de Sevres regalo del rey de Francia, gobelinos, cristales Baccarat, el traje de Pedro al asumir el reinado y la propia corona de oro, que pesa casi dos quilos, tiene setenta y pico de perlas y cientos de brillantes!!





El Paraíso a horas de Montevideo
El viaje a Arraial Do Cabo puede hacerse solo o en excursión, y los precios andan parejos: 130 reales por bus contra 160 en excursión, incluyendo esta última el almuerzo y viaje en barco. El problema es que nosotros queríamos conocer Praia Do Forno, y el barco solo la veía de lejos, sin contar con que todos los viajes organizados se hacen desde Copacabana y previo contacto con el hotel, cosa que nosotros no tenemos (por suerte). 
O sea que encaramos el viaje solos. 
La Rodoviaria de Río es, claro, gigante, abigarrada, ruidosa, pero nos las ingeniamos y emprendimos camino a Arraial en un bus de la empresa 1001 que salió apenas quince minutos después de la hora prevista, lo que por estos pagos no parece sorprender a nadie.
Antes de arrancar el chofer se paró adelante, nos dijo su nombre y nos pidió que contáramos con su ayuda si necesitábamos algo (por ejemplo, parar para ir al baño, porque era un viaje de dos hs cuarenta y el bus no lo tenía).
El camino fue entre morros, lagunas y dunas al final, de lo más disfrutable. El sol no molestó: estuvo nublado y un poco lloviznoso hasta que llegamos. 
Bajamos en la Rodoviaria de Arraial (modesta, de dimensiones humanas) y arrancamos a caminar hacia la playa. Para llegar a Fornos hay que atravesar un morro siguiendo un camino que lleva unos veinte minutos y que a veces es escalera, camino de piedras o simplemente de tierra, con mucho cuidado de no resbalar ni quedarse sin aire, porque la pendiente es muy pronunciada.
Al comenzar el descenso aparece la playa. Pequeña, de unas cuadras, tranquila, color turquesa, con un ambiente de absoluto respeto y seguridad y llena de vendedores y locales que ofrecen comida y bebida a precios (en el caso de los negocios instalados) bastante altos. El color del mar y su transparencia son increíbles. Uno va con el agua por la cintura viendo cada detalle del fondo. Fresca, pero no fría. Una delicia.
Ya de entrada decidimos que de ese paraíso no nos iba a mover nadie, y le alquilamos dos sillas y una sombrilla a una nena de 13 años que manejaba su negocio con tanta seguridad y eficiencia que en seguida la bautizamos Odette Roitman ( nombre que solo gente de más de cuarenta y que viera telenovelas brasileras puede entender). Hemos visto por todas partes gurises trabajando, y esta playa no es la excepción. Odette (en verdad Roseaní) manejaba el dinero y sus dos hermanos menores (de unos 12) la promoción del servicio. Unos encantos los tres; cuando aflojó el ingreso de gente empezaron a pasar metidos en el agua, comiendo maíz y charlando con sus conocidos. Al final del día limpiaron la playa de los infaltables plásticos y deshechos varios dejados por los turistas. Por otros turistas, obviamente, no por nosotros.
En el agua de Arraial se suelen ver peces, pero no caracoles ni cucharetas. Las aves abundan, especialmente fragatas y águilas. Hay mucha oferta de paseos en barco, no solo para conocer lugares sino también para volver al pueblo sin tener que subir y bajar al morro.
A la tardecita pegamos la vuelta, e hicimos un almuercena en un local de comidas caseras que por 18.90 reales nos dejaba llenar un plato hasta el tope de lo que quisiéramos. Una especie de buffet al kilo, pero aquí lo que contaba era el volumen, no el peso. 
Y nos volvimos. El viaje de vuelta fue más largo pero como era de noche nos dormimos casi en seguida, y a la medianoche estábamos en la Rodoviaria, donde un 177 nos trajo en pocos minutos hasta Flamengo. 
Y esas son las razones por las que venir a este lugar, si se está en Río, es prácticamente obligatorio. 

Ta luego.







Es muy común ver gatos por aquí, todos lustrosos y gordos, pero donde abundan en especial es en Flamengo. Cruzando el parque que da a la playa se los ve, acostados en muros o bajo los árboles, algunos incluso con cucha propia y platitos de agua y comida. Llegando a Botafogo suelen salir de las rocas de la rambla y tirarse al sol cerca de los pescadores. Pero el lugar donde está la mayoría es en el edificio de la administración del parque de Flamengo. La ciudad los alimenta y cuida a los que están enfermos. Algunas personas vienen a adoptarlos acá; son mansos pero precavidos. Me dieron ganas de llevármelos a todos.






Domingueando maravillas
La mañana estaba otra vez gris, pero no negra. 
_¿Vamos a San Conrado?
_¡Vamos! Total, si llueve nos metemos en alguna lanchería y hacemos tiempo hasta que pare.
_Dale.
Y fuimos.
San Conrado queda lejos, pasando Leblon, detrás de los morros Dois Irmaos. El primer 178 tuvo la gracia de seguir de largo pese a que iba vacío, pero el siguiente, mucho rato después, nos llevó a destino cruzando parques, morros, túneles interminables y una favela enorme y colorida que resultó ser la más famosa de la ciudad, la Rocinha.
Menos mal que nosotros vamos muy lejos, pensé con cierto alivio prejuicioso, pero fue un alivio fugaz, porque a las pocas cuadras el bus se detuvo.
_¡Final!
Y nos bajamos en medio de la nada y a unos minutos de la Rocinha.
Chau, Ipad, chau mochila adorada, chau reales, pensé mientras empezábamos a caminar hacia la supuesta playa, por una zona desierta tanto de personas como de vehículos. 
Y ahí fue cuando se largó la lluvia. 
La lluvia que en Río no se anda con chiquitas, ¿eh? Diluvio. 
Esperamos un rato refugiados bajo un reloj enorme en la vereda, y al ver que no paraba seguimos caminando.
Al fin llegamos a la rambla, pero de sitios para comer ni noticias. Preguntamos por ahí, nos dijeron que había un shopping y casi nos da un ataque de alegría ante una M amarela, pero este alivio también fue fugaz, porque el shopping y el McDonalds abrían a las doce, y para eso aún faltaba una hora y pico. 
Para entonces la lluvia había ido amainando, y bajamos a la playa, donde había cuatro o cinco personas como mucho. 
San Conrado es amplia y muy muy muy picada. Es la preferida de los surfistas, y al verla uno entiende por qué. Limpísima, con un color increíble y rodeada de morros por todas partes, morros que hoy se veían sepultados a medias entre las nubes bajas que no terminaban de pasar. Cero caracoles, como todas. Un camino elevado para bicicletas y peatones paralelo a la ruta iba rodeando los acantilados hasta Leblon. 
Por ahí pasamos en un bus, porque entre el mal tiempo y el mar bravo no daba para quedarse, y terminamos recorriendo el Arpoador, una punta rocosa y llena de tunas que separa Ipanema de Copacabana. 
No volvió a llover, y yo no pienso volver a San Conrado, al menos en este viaje, cosa que el pobre Ipad agradece en silencio. 

Buen domingo para todos.



CORTITAS POST VACACIONES

1. Frases

*Mujer a su marido, mirando el puente a Niterói y con tono de guía turística:
_ ¿Ves? Ese es el puente entre Río de Janeiro y Buzios.

*Señora de unos treinta y algo a sus tres niños que estaban de gran fiesta porque habían instalado las reposeras sobre el agua, en la orilla:
_¿Quem foi da graçinha???

*Yo: _¿Viste que la pollera ahora me queda floja?
Danilo: _ Sí. Cómo se estira la ropa, ¿no?

*Yo (saliendo de un museo de arte que estaba dejando bastante que desear y no podía ser tan chico): _ No sé... Yo siento que me falta algo...
Danilo: _ Yo también. Siento que me faltan los ocho reales de la entrada.

*Yo: _ Mirá: ese es el hombre más bello del mundo.
Danilo: _ ¿Ese? ¡Por favor! Vas a tener que encararlo vos: él nunca te va a mirar porque ni siquiera se le pasa por la cabeza que pueda resultar interesante para alguien.


2. Grafitis

* Meus sonhos sonho eu

* Pode conter poesía (en un hidrante de la calle)

* Fora Dilma! (pero alguien le agregó una "ç" en el medio: Força Dilma!)


3. Imágenes

Una vieja en medio de la plaza, leyendo a los gritos la Biblia a través de una gruesa lupa.

Un viejito caminando por Catete con una sandalia diferente en cada pie.

Un señor totalmente entrajado a la entrada de una playa a pleno mediodía.

Un hombre de unos sesenta corriendo por el mar con el agua a la altura del pecho.

Una veterana orinando en plena playa de Copacabana durante el Reveillon.

Muchas parejas gays abrazadas o de la mano.

Un guarda que deja pasar a una morochona enorme muy sucia y muy rotosa, llena de bolsas de algo que estaría vendiendo, porque "ela tein que alimentar seus negrinhos".

Un vendedor de charque en plena playa.

Una imagen de yeso de Iemanjá flotando en la playa de Flamengo.

Un aeropuerto virtualmente interminable y decenas de carteles amarillos de "Portas 301 a 329" danzando frente a nuestros ojos y llevándonos de recorrido por kilómetros dentro del gigantesco Guarullos de San Pablo.

63 mensajes de una compañía telefónica con un código que aún no sé para qué diablos era.

Un hombre sucio y harapiento durmiendo en la vereda bajo un cartel enorme que decía "Tribunal de Justicia".

Olores. Olores de todo tipo, muchas veces nauseabundos.

Sabores. Postres. Cocadas.

Sensación frecuente de oídos tapados por subidas o bajadas vertiginosas, sea en ómnibus, auto o funicular.

Ganas de volver.
Ganas de no haberse ido.

Ganas.





Volver a tu casa y descubrir

* Que lo que te compraste en Rìo y usaste varias veces como crema de peinar era en realidad shampoo.
* Que tu gata ha perdido suficiente pelo en el dormitorio como para hacerte una Roldana 2.
* Que misteriosamente ha desaparecido durante el vuelo un frasco enorme de Acondicionador de tu valija.
* Que hay decenas de ocupas en tu hogar bajo la forma de mosquitas de la fruta.
* Que en el Disco no venden cocada.

La vita non è bella.





Enero 2016

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Era el 3 o 4 de febrero de hace veinte años; venía caminando con Aldo por Pilcomayo cuando una piltrafita maullante nos llamó la atención desde la vereda. Era un gato blanco que no tendría más que un par de meses, mugriento, piel y huesos, con algunas lastimaduras leves, puro ojos. Un ojo verde y uno celeste. Aldo sugirió que le pusiéramos Bowie y yo (que hasta entonces no tenía ni idea de esa peculiaridad del cantante) estuve de acuerdo. 
Cuando aparecí en Arbolito con semejante adefesio mi vieja puso el grito en el cielo y me dijo que no, que de ninguna manera, que ni soñando. 
_ Si se va el gato me voy yo- le dije, y acto seguido me puse a llamar a hoteles que aceptaran mascotas, para irme con la criatura. Al rato mi madre asomó la cabeza desde su dormitorio y dijo que me dejara de pavadas pero que me daba permiso de quedármelo solo por unos días, hasta que lo lográramos poner un poco más regalable, porque así no hay vuelta, nadie lo iba a adoptar.
Lo bañamos. Lo llevamos al veterinario. Lo desparasitamos. Lo alimentamos. Con la comida el gato se infló de golpe y se convirtió en un ejemplar de unos tres meses: había estado tan hambriento que parecía mucho más chico, pobre. Poco a poco comenzaba a parecer un felino normal y todo. 
A la semana mis viejos se fueron para Ñangapiré, y yo me encontré con una nota en mi cuarto: "No regales al gatito. Es nuestro".
Y fue. 
El gato se convirtió en seguida en el preferido y mimoso de mi viejo, lo seguía a todas partes y pasaba en su falda, hasta que murió prematuramente un par de años después, de una infección renal. Yo creo que el Cele adora a la gata Guaytica porque al ser toda blanca le recuerda un poco a Bowie, aunque él nunca lo va a reconocer.




Una vieja a otra en el 112:
_ Me dijeron tanta cosa, pero lo que yo quería oír no me lo dijeron, que era "ojalá te mueras". Eso no me lo dijeron.

No sé por qué pero me parece que las crónicas de bus del 2016 vienen medio heavys.

OPERACIÓN PIPÍN o Cómo no dejar a un gato dormir en toda la noche y no morir en el intento.

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OPERACIÓN PIPÍN
o Cómo no dejar a un gato dormir en toda la noche y no morir en el intento.

Lunes

22.15 hs.
Bajo del 144 en Rivera y Propios. Vengo pertrechada con sobres de capucchinos varios pero por las dudas considero apropiada una incursión en el 24 horas de la estación de servicio, donde hago acopio además de un paquete de waffles y una latita de energizante,porque nunca se sabe.

22.18 hs.
Antes de tocar el timbre en lo de Marila ahogo un par de bostezos que resultarían más que contraproducentes para el operativo de esta noche. Pongo la mejor cara de despabilada de que soy capaz, y entro.

22.20 hs.
La criatura se encuentra tirada sobre un almohadón. Su movilidad no es muy intensa pero mantiene los ojos convenientemente abiertos. Mañana a las 8.00 tiene hora para un electroencefalograma porque de vez en cuando ha sufrido convulsiones, y dos diferentes veterinarios han sido muy claros en las condiciones en que debe llegar el paciente, con 8 horas de ayuno y 12 de vigilia. 
Y en eso estamos.



23.30 hs.
Por el momento para evitar que duerma ha sido suficiente con hablarle y hacerle unos mimos de vez en cuando, aunque cada vez reacciona con mayor lentitud y presenta un achinamiento ocular evidente.
Las dos humanas, entretanto, hemos hablado, mirado fotos e ingerido una cena ligera, y nuestros ojos aún se mantienen convenientemente abiertos, o eso parece.



Martes

0.15 hs.
Salida a la terraza, donde el aire fresco y la brisa de la playa demuestran su efecto despabilante sobre Pipín, que juguetea con una tirita metalizada del envase de los waffles.

0.25 hs.
La criatura se nos desmadeja cada vez con mayor frecuencia. Las humanas empezamos a dejar enunciados abiertos y a perder el hilo de la conversación de manera un tanto preocupante.

0.45 hs.
El viejo recurso de despertar el instinto atávico del gato demuestra su eficacia. Escena de acecho e intento de atrapar a un insecto en la pared, mientras la humana visitante piensa de dónde sacará tantas anécdotas de Río como para entretener y desvelar a la humana residente por las próximas y cruciales siete horas.




1.25 hs.
La humana residente se dirige a la visitante con una verdad irrefutable:
_ Todo esto es absolutamente ridículo.
_ Y de todo punto imposible_ piensa la visita, pero no lo dice.

1.45 hs.
Último recurso: despertar a la criatura con una escena de batalla entre pies y gato. El gato logra despertarse a un 10% de su capacidad habitual, aproximadamente.




2.00 hs.
_ ¿Y si dormimos un par de horas?

2.05 hs.
_ Ya puse el despertador.
_ Bueno, avisame a las cuatro.
_ Sí, te aviso.

5.30 hs.
La humana visitante despierta ya en medio de la luz del amanecer; comprende que la han dejado dormir más de lo pactado y baja al encuentro de gato y humana residente. Ambos parecen estar de lo más despiertos, pero por si acaso el desayuno con una buena dosis de cafeína no se hace esperar.

6.30 hs.
La criatura felina se encuentra al parecer tan despabilada como si hubiera dormido dos días. Así no vamos a poder engañar al veterinario. Para confirmar su estado de vigilia activa a Pipín se le ocurre descolgarse al techo de la terraza e irse de paseo a la casa del vecino, aunque regresa a los diez minutos.




7.30 hs.
El paciente no entiende por qué ambas humanas pueden ingerir comida y él no. Intenta hacer entender que su estado de inanición es alarmante pero los casi siete kilos de su contundente anatomía no parecen coincidir con las demandas de alimento y debe resignarse.




7.40 hs.
La operación ha sido concluida con éxito relativo; humanas y gato parten rumbo a la Facultad de Veterinaria donde son atendidos con amabilidad y experiencia. 
Los resultados recién estarán en unos quince días. 
La humana visitante aprovecha para hacer mandados en Tienda Inglesa a la vuelta, mientras piensa que el energizante no ha sido necesario y que se lo ha dejado olvidado en casa de su amiga, aunque en todo caso duda mucho que lo necesite en medio de las largas y nunca bien ponderadas vacaciones de verano.

Febrero 2016

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Listo,lo descubrí:
MI CASA ESTÁ EMBRUJADA.
Por eso a veces encuentro canillas abiertas o puertas sin llave cuando es imposible que yo haya olvidado algo tan elemental (y tantas veces).
Por eso ayer cuando iba a devolver un libro a la biblioteca de la Cátedra encontré adentro un recibo de impuestos sin pagar de diciembre del año pasado (me lo escondieron).
Por eso se me pasan quemando los cargadores de las computadoras sin que yo los tironee o los trate mal de ninguna manera (jamás!).
Por eso despierto de madrugada con el aire acondicionado prendido (¿cómo me voy a quedar dormida?).
Por eso a veces no conecto el desagûe del lavarropas a la rejilla del piso y se me inunda el baño (yo no fui!).

Ya está, Arbolito: No soy yo, sos vos.





Viernes de mañana:
La puta madre que lo parió.
Una crucera mordió a la gata y mis viejos están yendo a Melo a ver si la pueden salvar.
Si se muere Guaytica el Cele se me derrumba

Estamos en problemas.

Viernes de tarde:
PARTE MÉDICO
Parece que la cosa toma un buen cariz.La mano (pata delantera, en fin) se le deshinchó, le están dando antibióticos y mañana tal vez vuelva a la casa.
Gracias infinitas a mi amiga Maria que se movió hasta descubrir donde tenían suero antiofídico en la nunca bien ponderada y siempre sorprendente ciudad de Melo.
Gracias a todos por el apoyo y las buenas energías. 

Apenas tengamos novedad, ampliaremos.

Sábado de mañana:
_ Buen día... Soy la señora que ayer le llevó una gatita blanca mordida por una víbora, ¿cómo está?
_ Señora, cuando pueda venga a buscarla,porque se pasa haciéndome mimos y pidiendo comida y no me deja trabajar.Ya está perfecta.

Emoticono smile






El 405 viaja por las calles de la ciudad devenido en licuadora, entre curvas cerradas y frenadas inclementes, al punto que se le acaba de caer parte de la máquina de los boletos, de tanto traqueteo. La gente va con miedo y trata de aprovechar los semáforos para realizar la odisea de caminar desde el asiento hasta la puerta.
Ayer paso algo similar: el chofer olvidaba doblar en 8 de Octubre al salir de Comercio (bah, de Gobernador Viana) y cuando la guarda le pegó el grito se mandó una brusca maniobra que lo hizo comer el cordón. Unas cuadras después trató de rebasar un 103, calculó mal y casi se lleva puesto un ciclista, provocando los gritos de la guarda y otro chofer, que iba charlando con ellos y que le dijo muy serio:
_ Si tenés que frenar, frená, no pases a lo loco!
Debe ser algo propio de esta semana. Una oscura venganza por tener que trabajar en carnaval bajo un sol inclemente. O están todos locos, yo qué sé. 
Ojalá esto solo diera para sustos pasajeros y crónicas ídem, pero no es así.
A cuidarse y cuidarnos entre todos, gente, que el año pinta complicado en lo que tiene que ver con la calle, y hay que andar con los cinco sentidos en alerta roja por si acaso.






Ahora resulta que no solo me cortaron el celular porque me olvidé de pagarlo, no solo no puedo usar el otro teléfono que tengo porque lo escondí tan bien antes de ir a Río que di vuelta mi casa y no pude encontrarlo, sino que sueño que paso por Maracaná y me emociona verlo iluminado.
Debo estar muy mal.



Cuando bajé en la agencia de Núñez de Río Branco (a la que en mi fuero íntimo sigo diciéndole "terminal", aunque mi amiga María con toda razón me corrija) ya eran las siete y cuarto de una preciosa mañana de sol. Había dormido poco, porque me tocó junto a un señor amable pero extremadamente voluminoso, cuyos brazos desbordaban del límite de los asientos mientras él dormía plácidamente, aunque por suerte sin roncar. 
Mis viejos estaban ahí, al firme, y tras los saludos iniciales arrancamos para el puente Mauá, porque la idea, esta vez, era hacer mandados en Yaguarón antes de enfilar para la Merín, como forma de zafar de la pobre oferta de frutas y verduras que en el pueblo de mis viejos es proverbial. Cierto que siete y pico es una hora temprana, pero no tanto si pensamos que en Brasil hay cambio horario, así que allá fuimos. 
Rodriguez, inteligencia.
El primer supermercadito, extrañamente, estaba cerrado. Qué raro. ¿Habrían arrancado ya la licencia de carnaval? Todos los comercios de la zona del puente permanecían cerrados. Ni un alma en las calles. El estacionamiento frente al supermercado gigante de la entrada desierto...
Ahí vimos el cartel en la puerta del super, y entendimos. Brasil, 2 de febrero, Iemanjá, feriado.
Rodríguez: laicidad e imprevisión.
Terminamos siendo los primeros clientes en entrar a las 8 a El Dorado, en Río Branco, donde extrañamente encontré los fideos de arroz que en Montevideo hace días que no veo.
Ya en casa, charlando al mediodía a la sombra de los árboles, de repente vemos a la gata que vuelve como pelotazo del terreno de al lado y se mete en la casa, donde empezó a correr como loca, a rascarse de forma muy rara y a saltar encima de la cama, haciendo un bollo de la sábana de arriba, antes extendida y prolija. Qué bicho le picó, nos preguntamos con la mayor literalidad posible. 
_ Capaz que la mordió una crucera- dijo mi vieja.
_ Sí... Ahí en ese terreno suele haber cruceras- coincidió mi viejo, como quien dice que en el almacén de la esquina hay galletitas.
O sea, preocupados por la gata sí, por la proximidad de las bichas a tres metros no. 
¿Entienden de dónde vengo?
Y yo, ¿por qué soy así, señor Mendell?
¿Mutación?
La gata terminó subida a lo alto del ropero en el cuarto de mis viejos, donde en este momento los tres duermen a pata suelta en tanto que yo me instalé en la hamaca bajo la enramada del fondo, donde escribo para asegurarme a mí misma que lo más probable es que lo de Guaytica solo haya sido un susto. Capaz que la picó un caboclo o un alacrán, había teorizado mi vieja, como si con eso fuera a tranquilizarme.
El mundo de la hamaca en la siesta es casi casi el mejor de los mundos posibles.
Las chicharras tienen tremendo concierto a esta hora, mezclado con cotorras, benteveos y tres o cuatro otros pájaros, con fondo de vientos y rumor de hojas. Los picaflores aletean sobre mi cabeza. Todo paz y amor, vida, naturaleza y armonía, lo que no obsta para que igual de reojo vaya cada pocos segundos controlando los alrededores terrestres y arborícolas, por las dudas. 
Hasta más ver.

Espero.





Él tiene unos cuatro años y habla continuamente. Ahora hace rato que cuenta cosas del Chapo y cada vez que lo nombra la mamá lo corrige: " el Chapo no, es el Sapo...". Viene jugando a algo, sospecho que el sapo es el personaje de su juego. Él es un encanto, un niño muy dulce y afectuoso, lleno de dicharachera alegría.
Me pregunto cuánto demorará en bajarse.
Unas voces tipo Las Ardillitas salen de su celular y se adueñañ del aire del Núñez de las seis de la tarde a Montevideo. El Chapo ya me tiene harta. Ojalá no pase del Tacuarí. ¿Duran mucho las baterías para esos jueguitos?

Ooooom.

MAÑANA DE DOMINGO

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MAÑANA DE DOMINGO

Una vez tuve que trabajar en un censo, y no fue fácil.
Yo tenía veintipico de años y me tocó cubrir una zona bastante pauperizada de mi barrio: media cuadra por una calle hasta el comienzo de un cantegril pequeñito, de una cuadra, que no me tocaba, y luego un trayecto similar por la paralela a la primera.
Comencé el censo con una incursión por la clase alta, porque los primeros encuestados eran los dueños de una curtiembre, que vivían en una hermosa casa al costado de la misma, donde mi tía Esther hacía limpiezas y donde había vivido un chiquilín de nuestra edad por el que se le iban los ojos a una de mis primas durante años y años, hasta que dejamos de verlo. Debe haberse mudado.
Hasta ahí, todo bien. Una amena charla con los integrantes de la familia, que me invitaron con refresco y se compadecieron de mi labor, aunque a mí  recorrer unas cuantas viviendas y hacer algunas preguntas no me parecía una tarea muy difícil que digamos.
La media cuadra desde la curtiembre hasta el inicio del cantegril tenía pocas casitas habitadas; todos fueron amables y de respuesta fácil a las muchas hojas del cuestionario de marras. Luego crucé el cantegril (que no sé a quién le había tocado) y empecé mi labor encuestadora por la otra calle.
Ahí se me complicaron un poco las cosas. No porque nadie me agrediera ni me mirara mal, al contrario. Es que el alma se me empezó a caer a pedacitos y no había forma de juntarlos y tapar los agujeros.
La primera casa en la que entré era un rejunte de habitaciones ensambladas con cualquier material y amontonadas seguramente a fuerza de ir agrandando la familia y meterse cada uno donde pudo y como fuera. Todos (incluyendo los perros) se reunieron alrededor de una mesa y con una gran dignidad me fueron respondiendo a cada pregunta, hasta un viejito de camisilla blanca y pantalones subidos hasta las axilas que a juzgar por la pinta debería pasar los cien años, aunque tenía muchos menos. Lo que me mató en esa ocasión fue que todos coincidieron en que menos mal que no me había tocado trabajar en el cantegril sino en una zona buena, porque allí había mucha pobreza y quién sabe si no me pasaba algo… El cantegril que quedaba a escasos cuatro metros de su puerta, con casitas iguales a las de ellos y también con viejitos centenarios, perros pulguientos y personas subsistiendo como mejor se pudiera, pero es que ellos estaban sobre la calle y sobre la calle ya es otra cosa, ¿viste?
En fin.
En la siguiente vivienda, en una habitación del fondo, vivía una chica con un enjambre de hijos, diría Martín Fierro. Me impresionó que cuando le pregunté (como parte de la rutina del censo) si había tenido alguno que hubiese muerto me dijo que sí, uno. Salimos de la zona de dolor a otra más neutra, la parte laboral:
_ ¿Trabajás?
_ Nooo… Antes, cuando era joven, sí, trabajaba, pero ahora ya no.
23 años, tenía la gurisa. Era menor que yo, que andaba por los 25, pero ya no era joven, según ella. Lo había sido.
Salí de ahí con un nudo en el estómago, pero me aguanté las ganas de llorar, porque el censo debía continuar.
Fui a otra casa. Una familia con aire triste: viejos, niños, mujer y un hombre de treinta y pico de años. La desolación en las caras de los adultos era palpable. Traté de ser lo más amable y rápida posible, para no ser otro problema más en un presente a todas luces complicado.
Le tocó el turno de ser preguntado al jefe de familia:
_ ¿Usted trabaja?
_ No. Es decir, trabajaba, pero esta semana me quedé sin laburo. Estaba como albañil en la empresa de Fulano, pero redujeron personal y terminé en la calle.
Yo no dije nada, pero tragué saliva y me aguanté la rabia: Fulano, el dueño de la empresa, estaba justo en esa semana saliendo con una de mis amigas, haciendo alarde de sus autos caros y su dinero a raudales, y aunque nunca llegué a conocerlo, desde ese momento, viendo los ojos bajos de ese padre de familia, me dieron ganas de esperarlo en la puerta de la casa de mi amiga un día que hubieran salido y cagarlo a trompadas por agrandado, por insensible y por un largo etc, en nombre de todas las familias destrozadas porque él prefería gastar la guita impresionando minitas y no alimentando niños con hambre y personas sin futuro.
Pero ese domingo mi rol era otro. Y seguí con el censo.
Caí en el hogar de dos viejitos que parecían estar a punto de desmayarse si una los soplaba. El señor demoró horas en abrirme, de tantos candados herrumbrados que tenía en el portón del frente. Él y su mujer vivían como en campaña, de espaldas a la ciudad, con sus canteros de verduras, en medio de la mayor austeridad y rodeados de montones de perros y gatos mimosos. Adorables.
Por último me tocaba el local enorme y vacío de la textil del barrio, una fábrica gigantesca que había cesado de producir en los años setenta y que yo suponía absolutamente desierta, pero no, porque allí vivían una mujer joven y su pequeña hija. Vivían en los espacios monstruosos y llenos de ecos de la fábrica, no en una casita al costado, sino en las instalaciones mismas donde otrora cientos de obreros se ganaban el jornal diario entre algodones y tintas de tejidos. La mujer estaba aterrada ante la posibilidad de que alguien del barrio llegara a enterarse de que vivía ahí, sola, y me hizo jurarle que nunca diría nada a nadie. Hoy la fábrica es un depósito de no sé qué empresa, lo que me exime de preocupaciones a la hora de escribir esto, pero durante décadas mantuve mi palabra y no abrí la boca, tal como lo ordenaba la ley y el don de gentes, la decencia, la prudencia y la solidaridad entre pares, que en este barrio todos comprendemos lo que es el peligro y todos (y especialmente todas) sabemos lo que es el miedo.
Terminé la jornada pasado el mediodía de ese domingo, llegué a casa y me acosté sin almorzar: tenía el estómago revuelto de dolor y de rabia. De impotencia.
Con el tiempo algunos de esos recuerdos se fueron borroneando, pero a veces las imágenes me asaltan en patota y solo puedo conjurar un poco la angustia pensando que desde entonces he hecho lo mejor que puedo desde mi rol de docente para ayudar a los que necesitan desesperadamente de la educación para no ser arrastrados por la corriente, para no ahogarse, para vivir, además de existir.
Pero es una tristeza difícil de conjurar. Solo un poco, a veces, de a ratos.

Y en eso estamos.

Bajo el frío de Toscana

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Ella va muy contenta con su minifalda amplia negra a lunares blancos, sus medias blancas a la altura de las rodillas, su saquito violeta atado a la espalda onda Chilindrina, el pelo en dos colitas altas anaranjadas y fluorescentes y las mejillas muy pintadas de rojo. 
No, no es una niña. Tiene unos veinte años, y si bien parece estar montando un personaje no veo cámaras ni acción alguna que me lo confirme. 
Los aeropuertos tienen su propia fauna, pienso. 

Y me voy al checkin, que acaban de llegar mis amigas.



"Buenos días, señores pasajeros, habla el comandante. Estamos llegando a Roma en unos quince minutos, con un retraso de apenas un cuarto de horaEl día se presenta nuboso, con 13 grados de temperatura. Está un poco tontorrón, como que ahora sí, ahora no, y va a seguir tontorroneando durante toda la jornada. Les deseamos un muy feliz viaje, y a los peregrinos que puedan encontrar la paz y la energía que andan buscando."
A los cinco minutos:
"Señores pasajeros, este es el comandante. Olviden todo lo que les he dicho, pues me he equivocado. ¡Este día va a ser MA-RA-VI-LLO-SO!!"
Ahí fue cuando lo aplaudimos todos.
Salute a tutti quanti. 

Ya estamos en el primer piso de un apartamento espectacular frente a la Piazza de Santa Maria del Trastevere, y esto no se puede creer.



_Mariela, hoy no escribiste nada...- me dice Tere mientras descansamos post merienda en la casa. 
Y es verdad. No escribí porque desde las primeras horas de la mañana hasta las seis y media no paramos más que para almorzar. 
Eso explica mi actual estado de agotamiento, pienso, mientras me duele todo lo que sea músculo utilizado para caminar y los ojos me piden un respiro. Es sacrificada la vida del turista. Por suerte me acaban de invitar con unos Tarallini al Olio, que son como snacks de aspecto pero saben a ambrosía, y recupero algo de las energías invertidas en la jornada.
Impresionante, la jornada. Absolutamente impresionante.
Primero pensamos que llovería, porque estaba todo negro, pero pronto salió el sol y asomamos al martes. Comenzamos caminando hacia el Tíber, al que bordeamos por unas cuadras. Un paseo arbolado, cruzado por múltiples puentes de diversas épocas. Llegábamos a la iglesia de la Boca della Veritá cuando se largó a llover, y corrimos a refugiarnos, pero la lluvia no duró más que unos minutos. Todo el día fue una sucesión de grises y azules. 
La boca della Veritá es una escultura con forma de rostro humano donde la tradición dice que si uno pone la mano en su boca y dice una mentira es mordido y la mano queda atrapada. Nosotros zafamos.
Caminando, caminando entre monumentos, iglesias, ruinas y parques, vimos desde arriba el paisaje y panorama espectacular del Foro Romano, con el Coliseo de fondo. Pasamos sin entrar por los Museos Capitolinos, el Museo del Resorgimento, y entramos al altar de la Patria, monumento a la unificación nacional, el Palazzo Vittoriano, más familiarmente conocido como la Torta de Bodas, en virtud de su color blanco y sus muchas columnas. Subimos hasta lo alto en un ascensor y llegamos a un lugar desde donde disfrutamos de una visión panorámica de Roma de 360 grados. 
Roma no tiene edificios altos, casi todos tienen tres o cuatro pisos. Las callecitas son estrechas, muchas veces adoquinadas, y hay palomas y gaviotas por todas partes. En lo alto del edificio que decía, por ejemplo, encontramos varias gaviotas adictas a la cámara, a las que les rendimos el homenaje que reclamaban posando como dueñas del mundo. 
Almorzamos en el mismo lugar, con la vista panorámica de Roma y las aves caminando entre las mesas, mientras afuera llovía torrencialmente. 
Al rato asomó de nuevo el sol, y salimos. 
Era tiempo de iniciar la tarde. 
La tarde tuvo un solo nombre: Museo Vaticano. Y voy a renunciar a contar lo quo vi, porque es de verdad inefable. No hay palabras para contarlo, no existen palabras para tanta belleza y tanta grandiosidad. Caminamos sin parar durante cuatro horas, dejamos sin ver varios museos, vimos arte egipcio, babilonio, etrusco, paleocristiano, contemporáneo, de todo. Salas de 120 metros de largo, como la de las cartas geográficas, que tiene 40 mapas gigantescos de las posesiones papales del Renacimiento. Salas con veinte tapices de 8 por 5. Salas con decenas de esculturas romanas: salas de humanos, de dioses, de animales, un Hércules dorado de metros de altura, sarcófagos, bañeras gigantes y un interminable etcétera. Enormes aposentos decorados tanto en paredes como en techos, Rafael, Miguel Ángel, y toda la patota de sus discípulos. Y la Capilla Sixtina, donde no se puede hablar y hay guardias que hacen callar a los parlanchines con sonoras órdenes cortantes. Solo en la Sixtina se prohiben las fotos. Uno pasa horas mirando para arriba con la boca abierta. No hay palabras, de verdad. 
A la Piazza de San Pedro la vimos apenas, porque ya era tarde y estaban cerrando el acceso, pero fue suficiente para saber que tenemos que volver. 
Tenemos que volver.
Tenemos que volver. 
Aún no tiré la moneda en la Fontana di Trevi pero na hace falta hacerlo para estar seguros de algo: vamos a volver. 
Y me cansé de escribir, por ahora. 

Ta mañana.



Notas del tercer día a Roma (léase con "ere", sin apoyarse en la R, per favore):

* No hay perros vagabundos ni gatos flacos en toda la ciudad. Ni mosquitos. Ni edificios. Ni aires acondicionados asomando de las fachadas, porque usan unos que van dentro de las casas.
* A las siete medio mundo está cenando o de Happy Hour, porque los bares, ristorantes e trattorías rebosan de gente.
* Si llueve aparecen miles de hindúes vendiendo paraguas y capas de lluvia.
* Los tanos tienen una forma de mirar que no conoce el disimulo: te clavan los ojos como puñales aunque vengan con sus hijos, esposas o nietos al lado.
* Los turistas son de todas partes, solos o en grandes grupos. Los únicos medio infumables son los gallegos de quince, que vienen en viaje didáctico, con profesores que explican y explican cosas que nadie escucha. Los japoneses vienen mucho en parejas, todos flacos, serios, impecables. Los nórdicos suelen ser veteranos con pinta de mucho training y varias vueltas al mundo en sus espaldas. 
* el Coliseo es enorme, no se recorre todo y hay mucha gente, pero igual su grandiosidad justifica todo, hasta la lluvia matinal con que lo recorrimos. 
* El Foro y el Palatino son gigantescos y llenos de caminos, subidas y recovecos. Columnas y pedazos de columnas por todas partes. Murallas. Gaviotas. Panoramas.
* El chocolate, el capucchino y los ñoquis son insuperables. Y la muzzarella. Y el chocolate amargo. Y las manzanas. Y el pan. Y todo. 
* frente a casa está una fuente que día y noche congrega multitudes. Ayer vimos una gaviota bañándose en el agua de la fuente a la medianoche, y salpicando agua para todos lados.
* Acá los cuervos son grises. 
* la gente es amable, linda, educada, tranquila. Quiero vivir a Roma y tomar cioccolato todos los días.

A domani.



Hoy la mañana se presentó seca y soleada, hasta que arrancó a lloviznar y estuvo tontorreando (al decir del piloto de Iberia) hasta la noche. Ahora sí, ahora no, pero sin llegar nunca a ser lluvia de verdad. 
En principio fuimos hasta el vecino Campo de Fiore, donde está la estatua de Giordano Bruno y donde funciona un enorme mercado de frutas, verduras, quesos, condimentos, licores, semillas, etc. Es una manzana, pero en ese espacio reducido se concentra el sabor della Italia, incluyendo vinos calientes con frutas, licores varios que son testeados in situ con todo éxito y una cosa visualmente maravillosa que resultó ser un bróccoli romanesco. 
Del mercado fuimos a tomar chocolate y capucchinos, y de allí al barrio judío, donde vimos una fuente con tortugas que es en parte obra de Bernini, donde nos conmovimos ante las placas en recuerdo de los judíos asesinados en Auschwitz y donde me enamoré de una gata gris y obesa. 
Ahí nos dimos cuenta Alejandro y yo de que no habíamos visto aún la Fontana di Trevi y mañana temprano nos vamos, por lo que allá fuimos, caminando, como casi siempre. 
Recorrimos varias cuadras, encontrando en el trayecto iglesias, obeliscos y palacios inesperados, hasta que llegamos a la fuente. Enorme, la fuente, de color turquesa y con buena vista pese a los cientos de turistas que deambulaban por las escalinatas, se sacaban selfies y tiraban monedas. 
Almorzamos pizza a una cuadra de la casa y ya por la tarde emprendimos la marcha hacia el Vaticano, porque nos había quedado algo en el tintero, una pavadita, mire: la Catedral de San Pedro. 
Los museos Vaticanos fueron indescriptibles, las múltiples iglesias a las que fui me encantaron, pero nada me impactó tanto por la grandiosidad y magnificencia como la Catedral de San Pedro. Ya de entrada, la Pietá. Luego, el altar mayor, las cúpulas, los relieves, las esculturas, todo enorme, aplastante. Peregrinos entrando en grupo mientras recitaban a coro partes de la Biblia, siguiendo una cruz. Gentes de todas partes. Dos monjitas sacando fotos de un santo con un celular. Un guardia suizo vestido con ropas multicolores onda murguista. Y un etc virtualmente interminable, sin olvidar, ya en el exterior, las consuetudinarias gaviotas en la cabeza de todos los santos vaticanos y las miles y miles y miles de sillas dispuestas en la plaza para no sé qué celebración católica que supongo contará con la presencia del Papa Francissssco. 
A la salida de la Catedral nos separamos: Marila no había venido con nosotros, Ale subió a la cúpula, Tere se volvió y yo me fui hasta el Castel de San Angelo, una enorme fortaleza sobre el Tiber a la que al final no entré porque me entró el amor por mis euros y no quise desprenderme de diez de ellos. Volví caminando a la orilla del río, notando con cierta preocupación que las sirenas y ambulancias se iban adueñando del paisaje, que el tráfico estaba trancadazo y había como una conmoción en el ambiente. Vi un diario tirado y lo levanté: hablaba de un terrorista que culpaba a Roma del asesinato de un imán y afirmaba que irían contra la estación, oh oh. 
Seguí caminando hasta la isla Tiberina, buscando alguna placa que testimoniara la muerte de Florencio allí, en 1910, pero en el hospital Fattebenefratelli no hay ni rastros del pobre tuberculoso que fue a morir entre sus paredes solo y lejos de su gente. 
Continuaba lloviznando, y volví a la casa. 
Mañana será el día de la partida a Florencia. Sin peligro, parece, porque dicen que lo del terrorista ya fue desactivado, aunque en fin, mejor no hablar de ciert-tas co-sas. 

Ampliaremos.



ESAS PEQUEÑAS COSAS QUE TE INDICAN QUE ESTÁS EN EL PRIMER MUNDO:

- en las paradas un cartel electrónico te indica cuántos minutos demora el ómnibus y cuántas paradas le faltan para llegar. 
- uno marca solo el boleto, y el chofer ni te mira. Para en todas las paradas, abre todas las puertas, y el pasajero se gestiona solo. 
- hay calienta toallas en el baño.
- quienes pasean perros siempre limpian lo que el bicho hace.
- por todos lados hay camionetas de la policía y milicos armados con unas cosas gigantescas en la vereda.
Y, sí. 
No todo es un cuento de hadas.

Ya me va cayendo más simpático el 103 sin horarios.



Volviendo a la casa al anochecer nos vemos obligados a detener el paso ante un cartel dentro de una heladería.
_ ¡No te puedo! ¿Eso es chocolate? 
_Mmmhh... No, no puede ser...
Entro y hablo con la empleada. 
Era chocolate. Cien kilos de chocolate derramándose por la pared, mostrador de por medio. 
O sea. 
CHOCOLATE.
...
Cien kilos de chocolate y vos, en Florencia. 
Pensalo. 
...

Soy una mujer voluble, lo sé, pero ahora he decidido que el Paraíso terrenal está en Florencia, más precisamente cerca del Duomo, del Arno y de la heladería de los cien kilos de chocolate.



FIN DE SEMANA ARTÍSTICO Y VERTIGINOSO.

Ayer la galería degli Ufizzi y hoy la Accademia significa que en 48 horas nos hemos enfrentado a Leonardo, Michelángelo, Raffaello y toda la patota renacentista, sin contar a Giotto, Massaccio y unos cientos de medievales que nos han impactado a diferentes niveles. De la admiración al respeto, pasando por matices de incredulidad, sensación de analfabetismo agudo (pese a los seis años de Bellas Artes) y franco convencimiento de una sola cosa: los pintores medievales no habrían visto muchos bebés desnudos, o no hubieran pintado tanto cabezón o desproporcionado mostrito.
Lo mejor: el David original. Impresiona ver en el mármol las venas de las manos, el cuello y los pies y a un tamaño tan enorme, bajo una austera cúpula en una nave gigantesca de la Accademia. Después lo volví a ver sentado y tomando un helado en la esquina, pero con ropa. Y no es lo mismo.
En los Ufizzi, ayer, lo mejor fue Boticcelli y alguna cosa de Leonardo. Hoy vimos además una muestra de objetos antiguos de los Medicis, entre ellos un Stradivarius. 
Hicimos miles de cosas, pero las principales fueron iglesias, galerías de arte y subidas a los dos edificios altos de la ciudad: el Campanile de Giotto y el Duomo de Bruneleschi. Ambos coinciden en los colores y estilo exterior, en las alturas similares y en que se sube por unas escaleras angostitas e interminables, que los hacen no aptos para claustrofóbicos. 
O sea, que no debí subir. 
Pero lo hice.
Ayer el Campanile tuvo un ascenso agotador de 414 escalones, planteados en cuatro tramos de gente que subía y bajaba de continuo. En lo alto, frío, viento, y una visión de la ciudad en 360 grados solo interrumpida por el Duomo, a un costado. La claustrofobia no fue un problema, aunque me quedé un poco sin aire en un par de ocasiones.. 
Hoy el ascenso a la cúpula me resultó un tanto más problemático, porque las escaleras son MUY angostas, cada vez más, y los tramos son infinitamente mas largos y se trancan dos por tres, haciendo que los complicaditos como yo nos paráramos, suspiráramos y miráramos al piso como tratando de olvidar que no había salida fácil (tal vez ni siquiera posible) por ningún lado. Pero valió la pena. Fueron como 460 escalones, 95 metros y dos recorridos circulares por diferentes niveles de la cúpula inolvidables. 
Maravilloso el Duomo.
Nunca más el Duomo. 
Bah, por ahora. 
Y no escribo más porque nos vamos a cenar.

Ampliaremos.



Listo. 
Si algo faltaba para enamorarme de Florencia era bajar hoy a la costa del Arno y encontrar una playita con arena, árboles y cucharetas nacaradas enormes!!!!! Un par de patos nadaban tranquilamente a unos metros de nosotros, una chica paseaba con su perro, otros andaban en bici, mientras escuchábamos y veíamos la caída del agua en una pequeña cascada y, a lo lejos, las siluetas de los Ufizzi y el Ponte Vecchio.
Cuando vi la primera cuchareta, dada vuelta, estaba dentro del agua heladísima del río. Me estiré haciendo una peligrosa maniobra y con un palo logré sacarla; al ver lo de adentro casi enloquezco: maravilla!!! El agua casi me corta la circulación, pero valió la pena. A las orillas una zona arbolada había recogido la resaca del río, con muchas ramas y troncos gastados por el viaje en el agua. Había entre las ramas, además de cucharetas, muchos pedacitos de cerámicas pulidos por el río y algunas piedras verdes.
O sea.

QUIERO VIVIR EN FLORENCIA. Punto.




Ayer tres de nosotros estábamos convencidos de que era nuestro último día en Florencia, pero no. Marila nos hizo ver que teníamos 24 horas más de plazo en el Paraíso, cual inesperado cheque a la felicidad en forma de paisajes, iglesias, ruinas, playa de río, caminos entre los cerros, cuervos, fuentes, cielos azules y lunas crecientes. 
Estoy tan agotada como feliz. Hoy no me da ni para crónica, porque anduvimos por las alturas y los alrededores de la ciudad y me duele cada músculo del cuerpo, aunque tal vez una sopa Rivollina me devuelva las energías en breves minutos.

Ampliaremos.



Barga es un pueblito Toscano en un valle rodeado de montañas. En verdad estamos a unos 400 metros sobre el nivel del mar. La Casa Cordati es antigua, de muros gruesos, con un par de frescos en las paredes y llena de pinturas del señor Giordano, abuelo del veterano que la administra ahora. Queda en la Via del Mezzo, que hemos recorrido solo en parte, pirque llegamos al atardecer. Calles empedradas, escaleras y callejones que suben y bajan, unos pocos autos (solo pequeños) que apenitas pueden girar en las esquinas y a veces dejan huellas de los rozones contra los muros de las casas. Gatos gordos que vienen corriendo a pedir mimos. Muy poca gente. Un silencio al que estábamos desacostumbrados, especialmente luego de pasar por Florencia y su constante hormigueo humano. Aire puro, con olor a estufa prendida al caer la noche. Se ven montañas nevadas en el horizonte.
Ayer cenamos a las siete de la tarde, en lo de Aristo, un lugar pequeñito y de película atendido por un chico veinteañero, una señora cincuentona y un duende de edad indefinida, bajito, de barba blanca y ojos azules, que nos explicó cada plato, respondió las preguntas que le hicimos sobre las fotos y los instrumentos musicales que decoraban el lugar y hasta nos contó de un tenor uruguayo que viene a Barga dos por tres: Marcelo Guzzi, o algo así. Parece que canta con Andrea Bocelli y un día de estos, como su padre se lo pidió, cantó frente al restaurante. Al principio había dos o tres personas, porque era a media tarde, a la hora de la siesta, pero pronto se congregó una multitud y era emocionante ver correr la lágrimas en los ojos de los viejos, conmovidos. 
El señor Giordano, el de la casa, nos habla solo en inglés, pero el del boliche se maneja en su idioma y le entendemos todo, salvo Marila, que preguntó qué licenciatura de italiano habíamos cursado en La Habana que ahora andábamos volando con el tano.
Cenamos sopa de lentejas y torta de queso, tomate y berenjena. De postre unas tortas caseras que añoraremos cada día de nuestras vidas. El duende nos invitó con una ronda de vino de la zona, "vino santo", que es dulce y delicioso, y al rato, cuando nos íbamos, otra ronda, pero de un licor de chocolate tan espeso y espectacular que era de limpiar la copa con el dedo, literalmente.
Ya estamos haciendo planes para vivir en Barga. Marila puede traer a Pippin y yo a las mías, que no desentonarían en este universo de gatos rollizos y lustrosos. 
Y ya es tiempo de levantarse y desayunar.

Carpe diem.



Ya es la una de la mañana y Barga duerme desde hace varias horas. El viento se hace oír pese a las gruesas paredes de la casa Cordati, y es una suerte vivir en una época de calefacción generalizada.
Los viajeros uruguayos nos mandamos una odisea que implicó pasar por todos los paisajes y todas las situaciones posibles, todo en una jornada, pero no sé si me da el resto para contarlo. 
Empezamos con un viaje de dos horas y media rumbo alle Cinque Terre, sobre la costa de la Liguria. Todo el trayecto fue entre las montañas, viendo a lo lejos los pequeños pueblitos con sus casas siempre amarillas o anaranjadas, alguna iglesia, algún castillo en lo alto y un fondo de montañas que poco a poco se fueron convirtiendo en unos picos blancos altísimos y esplendorosos: eran los Apeninos. Ya desde ayer andamos todos con la música de Marco en la cabeza, y esto era como viajar adentro de un puzzle, porque si los paisajes de alrededor de Florencia nos recordaban a las pinturas medievales estos nos llevaban directamente a las clásicas imágenes de verde, agua cristalina, puentes firmes y antiguos, montañas verdes cercanas y blancas a lo lejos. Cascadas por todas partes y cientos de cañadas y arroyos de unos veinte centímetros de hondo, entre piedras blancas y con agua verde. 
No nos daban los ojos. 
Cuando ya habíamos casi agotado las provisiones de frutas y bizcochos llegamos a nuestro destino en Cinque Terre: el primer pueblito, Riomaggiore, el más chico y el más bello de los cinco, construido sobre los acantilados. De entrada nuestro acceso fue complicado dado que no se permite el ingreso con auto de quienes no residen o alquilan, y tuvimos que dejar el auto a unas cuadras, por un tiempo máximo de tres horas. 
Riomaggiore es colorido, lleno de pasajes y escaleras endiabladas, con muchas vueltas y recovecos. Caminamos varias cuadras antes de poder ver siquiera el mar, y cuando lo encontramos resulta que cualquier esfuerzo hubiera valido la pena. Agua turquesa absolutamente transparente, acantilados, botes, gaviotas, boyas, flores. Repito: no nos daban los ojos. 
Y ahora no me da la energía. 
Ampliaremos... Creo.

A domani!



Puesta al día.

Ayer quedamos en que habíamos llegado a Riomaggiore, en Cinque Terre. Se trata de un pueblo pequeñito y colorido que cuelga casi de los acantilados de un mar verde y transparente, pueblo que desde la carretera solo va en bajada, lleno de pasadizos y escaleras, y al cual no se permite el acceso de autos que no sean de moradores o inquilinos. Nosotros dejamos el Opel alquilado en un estacionamiento que era gratis durante tres horas, en la carretera, a un par de cuadras, y entramos al pueblo. 
Al principio nos costó encontrar el mar. Era como esas pesadillas en las que uno tiene un objetivo y se va aplazando vez tras vez: a una bajada sucedían otras, vueltas, calles encaracoladas, terrazas, y el mar que no aparece. Por fin lo vimos, desde arriba, y tras mucho preguntar accedimos al nivel de las olas. 
Playa de arena no hay en este pueblo. Lo que sí hay es un mirador panorámico espectacular, desde el que se dominan los acantilados, los botecitos y las olas, y a él accedimos, en primer lugar, Alejandro y yo, mientras Marila retrocedía una cuadra a buscar a Teresita, que estaba esperando a ver si el descenso no era muy dificultoso, sentada ante la mesa de un café, capuchino de por medio. Al fin nos encontramos los cuatro, recorrimos algo del mirador y nos sentamos a merendar en un barcito frente al agua. 
Una gata estaba sobre la mesa, y se dejó desalojar sin mayores resistencias.
Pasado el rato, mientras Ale iba a buscar el auto para acercarlo a nosotras, Marila y yo nos adentramos más en el pasaje que se abría a partir del mirador principal, que consistía en una larga vereda con baranda, la que terminaba en una preciosa playa de piedras medio esféricas, veteadas de blanco y negro y del tamaño de pelota de fútbol, más o menos. El agua estaba helada, pero un rato antes yo vi a cuatro personas bañándose muy felices. 
A la vuelta cruzamos las tres mujeres el túnel que lleva a la estación de trenes (porque hay un tren que conecta los cinco pueblos y va al nivel del mar), hasta donde esperábamos encontrar a Ale con el auto. Pero no estaba. Yo me adelanté por una calle de repecho interminable y llevaba caminadas como seis cuadras cuando vi que el tránsito estaba cortado, porque la calle estaba en reparaciones, o sea que nuestro amigo por allí no iba a llegar nunca en su vida. Problemas. Ninguno andaba con celular, y Tere comenzaba a respirar con dificultades y a necesitar su inhalador. Problemas. 
En eso pasaron dos hombres con pinta de cincuentones pero que resultaron ser septuagenarios muy bien conservados, y les preguntamos hasta dónde podría haber llegado Ale. Hasta el estacionamiento, dijeron, y nos invitaron a seguirlos, e incluso bajaron el ritmo de su caminata para acompañar el nuestro. Al final yo me adelanté con ello, mientras Marila y Tere nos seguían a lo lejos. En algún momento ellas dejaron de vernos, porque la calle era larguísima y llena de volutas, y se hicieron la idea de que Ale estaría perdido por ahí y yo secuestrada por los dos tanos, y hasta parece que me pegaron un par de gritos, pero no las escuché. 
Llegamos al fin al estacionamiento, me despedí de los tanos, y nada. 
E allora?
Marila y yo fuimos hasta el inicio de la ruta, y ni rastros de Ale. Para entonces Tere ya no podía seguir caminando y había conseguido asilo temporal en el hall de un hotel, cuyo dueño muy amablemente la dejó quedarse y le dio un poco de agua. Ya estaba por caer la noche, el aire había cambiado y empezaba a hacer frío. Tratamos de pedir ayuda a los carabinieri pero no entendieron la situación , y nos mandaron de nuevo a la estación de trenes. Hacia allá estaba yendo yo sola, recordando que todas las películas de psicópatas comienzan con un grupo de personas que se separan inocentemente, cuando escuché un grito tan lejano que pensé que era obra de mi imaginación, aunque era en realidad la señal de que habíamos encontrado a Alejandro y podíamos seguir viaje. Él había estado buscándonos por todo el pueblo a las carreras mientras dejaba el auto ilegalmente estacionado, y tenía pinta de exhausto. 
Ya no daba para retomar el plan original de ir a otro de los Cinque Terre, y pegamos la vuelta. 
Nos perdimos un millón de veces. Recorrimos caminos, los desandamos, todo guiado con mapas bajados desde el teléfono y en papel, pero igual. 
Eran como las ocho o nueve cuando hubo que parar a comer, porque con todas las vueltas del día nos habíamos salteado el almuerzo, de manera que paramos en un pueblo cerca de un cartel que ofrecía "ravioles gratinados de la Nonna Carla", y allá fuimos. 
De ravioles gratinados y de la Nonna Carla les quedaba solo el cartel, por lo visto, porque lo único que había era pizza, servida por dos personajes con pinta de expresidiarios: un muchacho de ojos y dientes saltones con el jean roto en varias partes y una mujer cuarentona con los ojos maquillados a lo Cruela Devil, que metían miedo. Las pizzas, cabe señalar, estaban muy ricas.
Seguimos perdiéndonos y encontrando el camino hasta las diez y pico, en que entramos a Barga, cansados pero felices. En realidad el viaje lo hicimos a las carcajadas, al menos las dos parásitas del asiento trasero, que ni manejábamos ni guiábamos la marcha. 
Ya en casa decidimos que el día aún no terminaba y tres de nosotros nos tiramos hasta un barcito, a tomar grappas y moscatos. 
Una buena manera de terminar la jornada.
Y yo hoy ya no doy para más, porque también fue una jornada pródiga en viajes, y además mañana con dolor en el alma dejaremos Barga para ir a Lusignano.

A domani tutti quanti. 


El detalle que faltaba de la crónica de la vuelta de Riomaggiore:
Veníamos ya en plena noche, cansados de una jornada increíble y un poco estresados porque nos habíamos perdido un par de veces, cuando llegó la hora de abandonar la autopista. Salir de la misma implica, en Italia, pagar todos los peajes que hemos atravesado en el camino, o sea que nos ubicamos frente a una barrera y apretamos él botón. Debíamos abonar la módica suma de 6.60 euros. Empezamos a juntar las monedas, para lo cual tuvimos que sacar la mochila de Ale del asiento de atrás y juntarlas con las de Tere. Las pusimos en la máquina y esperamos, pero nos faltaban dos euros. Los del auto de atrás comenzaron a tocar bocina. Pusimos un billete de diez euros, confiando en que las monedas nos serían devueltas, pero la máquina no lo aceptó, porque venía medio arrugado. Los de atrás nos bocinaron de nuevo. Probamos con uno de veinte, y lo rechazó de nuevo. Empezamos a entrar en pánico. Me bajé del auto, y se me cayeron las manzanas que llevaba en una bolsa al costado. Empecé a levantarlas, lo que debe haber provocado un montón de gritos de los otros, que por suerte no escuchamos, mientras la máquina me repetía "usted no puede descender del vehículo. Usted no puede descender del vehículo..." 
En eso, al fin y entre los bocinazos, la cosa se comió un billete, nos dio el cambio y partimos, como quien acaba de ser admitido en el Paraíso. 

A partir de aquí vamos a ahorrar moneditas para cada viaje, o esos son nuestros propósito, al menos.



Jueves de San Patricio en las alturas.

El cielo azul nos encontró a la mañana recorriendo las alturas de Barga. En la iglesia dos hombres estaban reciclando la puerta de entrada. Unos metros al costado me encontré de pronto con el piso cubierto de rositas de madera, fruto de un enorme y verde pino. Junté unas treinta, consideré que las otras miles debían quedarse allí para embellecer el suelo del mirador, y nos fuimos. 
Un nivel más abajo nos detuvimos a admirar un bellísimo jardín y escuchamos a Bach a través de la ventana abierta de una casa de la que salió mi futuro marido cuando viva en Barga. Tiene un auto negro, es todo lo que sé, pero no hace falta más. El resto son minucias. 
Marila, Alejandro y yo hicimos un almuerzo súper tempranero en lo de Aristo, donde comimos una polenta con queso absolutamente inolvidable, le llevamos comida a Tere, que después de la odisea al salir de Riomaggiore decidió que este sería su día al interior de la Casa Cordati, y partimos rumbo a la tarde.
El plan era ir hasta un parque natural en lo alto de las montañas, pasando por un par de pueblitos más que pintorescos. Llegar a Tereglio fue toda una aventura, porque la carretera es empinadísima y llena de bucles cerrados, además de angosta y al borde de un precipicio el 98% del tiempo. El viaje tuvo las vistas más espectaculares posibles, montañas verdes, marrones, amarillentas, y al final, a lo lejos, el blanco enceguecedor de los Apeninos en sus picos nevados. Unos panoramas tan abismales que nos dejaron sin aliento, pero a la vez entre los precipicios, la carretera angostita y las curvas cerradas mis mariposas interiores entraron a desbundarse y de pronto me encontré jugando solitarios en el ipad para no ver y no pensar. O sea, en buen criollo, que iba cagada hasta las patas. Cuando Marila, que manejaba, se puso a entonar mantrams para la tranquilidad no me quedó claro si era por mí o por ella, pero me vino bien un poco de paz interior en medio del torrente de pensamientos precipitosos.
En Tereglio paramos un rato a sacar fotos. Estar parada ahí también me daba vértigo, y más cuando veía carteles con el ancho de las "calles" del pueblo: 1.80 una y 1.30 la otra, oh oh. Una casa, sin embargo, nos gustó, porque tenía la llave puesta del lado de afuera, y lo tomamos como una señal de que debíamos vivir, si no allí, cerca. O sea, en Barga. 
De Tereglio, que estaba a 1488 metros sobre el nivel del mar, seguimos viaje en las alturas buscando el parque natural Orrido di Botti, donde había un hermoso salto de agua, según la información que teníamos. Al salto no lo encontramos, pero sí un arroyo que avanzaba entre las piedras con abundantes cascaditas, de agua total e increíblemente transparente que se veía blanca, gris, verde, celeste. A los costados, un bosque elfo de árboles finos y altos, con suelo de rocas cubiertas de vegetación y aire frío pero purísimo. No había nadie más que nosotros; un auto pasó un rato y siguió su camino, y un gato amarillo permitía adivinar una presencia humana, pero a nadie vimos. El parque funciona, a lo que se ve, en los meses estivales. Hay muchos senderos marcados entre el bosque o subiendo a la montaña, daba para quedarse mucho tiempo, pero nosotros queríamos visitar otros lugares, y nos fuimos.
El camino a Bagno di Lucca empezó muy bien pero pronto se hizo de piedras sueltas y nos enlentecimos al máximo aunque manejaba Ale, que como buen tucumano está más que acostumbrado a las alturas. Después la cosa se arregló, por suerte, aunque paramos en un mirador donde vimos entre las piedras un crucifijo, una cruz de metal, flores y la foto de alguien muerto allí hacía décadas, a juzgar por la imagen. Una muchacha. 
Seguimos viaje. 
Bagno di Lucca resultó ser una pequeña ciudad muy amable y acogedora, con los precios más baratos hasta ahora. Ya no nos daba la hora para baños termales, así que enfilamos a Barga, previa parada en el Puente de Maddalena, que es medieval con diseño futurista y se conserva perfectamente. 
Por la noche la cena fue, obviamente, en Lo de Aristo, donde nos despedimos de don Lorenzo y su familia. Una gata enorme dormitaba en una silla, y solo estaba la familia, porque era muy tarde para Barga: casi las diez de la noche. Don Lorenzo parecía tramar algo con la señora que Marila cree que es su esposa y yo que es su consuegra, y pronto comprobamos que lo que planeaban era sorprendernos. Primero apareció él con una cazuela que contenía sopa de pan y tomate: deliciosísima. Después cenamos (sopa de lentejas, en mi caso) y al rato don Lorenzo nos cayó con una tabla de fiambres, quesos, nueces y una salsa de manzana y cinco hierbas típica dela zona. Por si fuera poco, licor de chocolate: todo invitación de la casa.
Nos fuimos con un abrazo prometiendo volver y es un hecho que lo vamos a hacer, porque don Lorenzo se lo merece, y nosotros también.

Que nunca falte.



Viernes 18: hasta luego, Barga.

Salimos de nuestro pueblito preferido por la mañana, no sin antes despedirnos del signore Giordano, que ha sido nuestro mejor casero en todo el viaje. 
Íbamos con todas las maletas y un par de enormes bolsos con comida, que procuramos disimular lo mejor posible en el auto, para bajarnos y deambular unas horas por los pueblos del camino. 
La primera parada fue en Lucca, el único pueblo con muralla medieval completa y en perfecto estado de conservación. Gruesísima, la muralla. Lucca al principio no me cayó del todo bien, pero al rato me gustó más. Tiene una enorme plaza abierta en el medio, varios palacios interesantes, una torre altísima con árboles en el techo, iglesias muy antiguas y tiendas de artesanías, cerámicas y productos de cosmética y comida de la región de lo más pintorescos. Almorzamos en la plaza mayor, al aire libre, delicioso (lasagna de primo piato y tagliatelli ai fungui de secondo). El mozo me dijo que era bellísima, pero era un tradittore, porque a todas les caía con el mismo verso. Nuestra moza venía de Brasil, de Fortaleza, y se mostró muy contenta de poder manejarse en portugués con nosotros. 
Seguimos viaje un rato, hasta que nos acercamos a Pisa y ya desde lejos asomó la silueta de la torre inclinada. Pisa también (como todos) tiene su parte antigua amurallada. Nos acercamos a la torre y descubrimos que todos los edificios de alrededor eran magníficos: una catedral con puertas gigantescas de metal llenas de relieves y estatuas de lobos en los vértices, un baptisterio y otros edificios de delicadísima ornamentación, incluyendo un duomo que parecía inclinarse para el lado opuesto de la torre. Esta última, cabe señalar, puede subirse, previo pago de entrada y revisación policial con detector de metales, como en todas partes. La susodicha torre es realmente grandiosa, más allá de la inclinación. 
Terminamos tomando un par de capuchinos en la barra, para acceder a dos cosas tan imprescindibles a esa hora de la tarde como el baño y el wi fi, y partimos hacia Lucignano. 

Llegamos a nuestro nuevo hogar por la noche, y cenamos en su restaurante, que es muy distinguido y glamoroso. A partir de ahora compartimos la misma habitación los cuatro. Nos hemos quedado sin cocina ni heladera, sin lo de Ariosto, el signore Giordano y la Casa Cordati, pero ya lo superaremos. Creo.



Montepulciano es el pueblo favorito de los conocedores del vino. Queda en el Val d'Orcia, rodeado de las carreteras más verdes y bellas de toda la Toscana. Coincide con los demás en las murallas, calles de piedra, casas antiguas y palacios e iglesias medievales, en los panoramas que domina y en la proliferación de vicolos (pasajes, callejones) y escaleras, porque el acceso es sumamente empinado. 
La diferencia es que en Montepulciano todo es aún más hermoso.
Hay toda una parte de la ciudad que es subterránea: tumbas etruscas, túneles y bodegas. Uno se topa con un pasaje a otro tiempo y otro nivel bajo la tierra en el medio de una tienda o una taberna. Vas caminando, ves un cartel de tumba etrusca y voilá, there she is. 
En cierto momento bajamos a una antigua taberna a la que se accedía desde la entrada a un palacio. Empezamos a descender una escalera tras otra, nos perdimos y alejamos en un momento, y pasamos a otro mundo. Un mundo de toneles gigantescos de vino, de bodegas oscuras y estancias misteriosas, que terminó en una coqueta tienda de degustación y venta, un par de calles más abajo. 
Los miradores de Montepulciano dominan un panorama de fondo de pantalla de Windows: pasto verde luz, cipreses finutos alineados, montañas a lo lejos, maravilla. 
Sus gatos son gordos, como todos por aquí. Sus lagartijas, verdes y preciosas. Sus perros, coquetos y siempre paseando a sus dueños. 
Amamos a Montepulciano y ¿a que no saben qué? 
Quiero vivir en Montepulciano. 
He dicho. 

Y me voy a dormir.



De Montepulciano a Bagno Vignoni no hay muchos kilómetros, solo un ratito de viaje por el mejor paisaje de la Toscana, pasando por Pienza. Este resultó ser un pueblito amable y lleno de palomas y personas que esperaban algo que creímos sería una procesión religiosa pero al final era una simple visita guiada. La pizza de Pienza es fina y de masa crujiente, en forma de pizzeta que te traen entera acompañada por una tijera para que vos te la vayas cortando a piacere. 
Entre Pienza y Bagno paramos a sacar unas fotos en una parte muy panorámica, donde fuimos saludados por una bandada de motoqueros enfundados en uniformes grises y negros. En eso me agaché a juntar unas piedritas (qué raro, no?) y empecé a encontrar caracoles de tierra pequeñitos, redondos y blancos, chatos, la cosa más linda e inesperada que me podía pasar ahí, al borde de la ruta. Hallé caracoles de cuatro clases diferentes, como quince, y todos caben en la palma de mi mano. Obsesión ideal para viajes, liviana y fácil de ocultar por si no pudiera llevarlos...
Estacionamos a la entrada de Bagno Vignoni y caminamos media cuadra hasta una especie de plaza que al final no era tal, sino otra entrada al paraíso, de las que abundan en esta provincia. Estábamos en un sitio alto, dominando un paisaje infinito y hermoso. Al frente, un sitio arqueológico con varias construcciones enormes de difícil identificación pero con pinta de primitivas piscinas, y todo surcado por caminos de aguas termales corriendo alegremente hasta caer por una cascada rumbo a un arroyo lejano. Salía vaporcito del agua, y la gente se descalzaba y sentaba a la orilla, con los pies en remojo. Un placer!!! Estuvimos un rato dejándonos masajear por el agua y entramos al pueblo. A diferencia de todos los otros, aquí no hay plaza central, sino una enorme piscina de agua caliente y verde, transparente y espectacular. No se permite tomar baños allí, pero hay muchos hoteles con termas, que por la módica suma de 38 euros te permiten el acceso a piscinas e hidromasajes, aunque ya era de tardecita, y lo dejamos por si nos pinta un día lluvioso. Cabe señalar que no creemos que eso ocurra, porque el tiempo está cada vez mejor, con cielos azules y para andar de remerita.
De allí enfilamos a Lucignano, nuestro pueblo, también medieval, también lleno de subidas, pasadizos, iglesias y palacios, otro placer para recorrer sin tiempo, aunque llegamos al atardecer y ya nos propusimos recorrerlo mejor con más luz. Cenamos en un lugar muy cálido y lleno de delicias, y pegamos la vuelta. 
Nos quedan paseos como para tres meses, pero el miércoles pegaremos la vuelta a Firenze, Roma, Madrid, Montevideo.

Snif.


Domingo de ramos varios.

Tras un opíparo desayuno (porque estamos en un B&B) arrancamos Marila, Alejandro y yo rumbo a Lucignano, que ayer vimos de tardecita y hoy queríamos recorrer con luz matinal. 
Ya desde que llegamos vimos que el ambiente era diferente. Reyes y damas medievales se paseaban por las calles, muchos jóvenes con pinta de voluntarios estaban apostados en la puerta de algunos museos e iglesias y unas señoras organizaban todo desde una de las plazas. Era el FAI de primavera: Fondo ( o fundación) Ambiente Italiano... Algo parecido. 
Por una contribución sugerida de tres euros uno accedía a visitas guiadas por todo el pueblo. 
Recorrimos el museo de Lucignano llevados por unos cuantos liceales impecablemente vestidos, preparados con seriedad y con una solvencia y seguridad digna de admiración. La joya del museo es el álbero del Amore, una obra enorme, una especie de joya de metro y pico de altura, que reposa entre pinturas y retablos varios. Visitamos una iglesia muy antigua y enorme con restos de frescos en sus paredes, recorrimos más callejones y miradores, vimos gatos, viejos, vinos y el hombre más bello de Italia y del mundo, hasta que de pronto escuchamos tambores o algo similar y nos asomamos a una calle. Todo un desfile medieval tenía lugar a esa hora, y el pueblo los acompañaba desde las veredas y saludaba a sus conocidos, especialmente a los más chiquitos. Hubo demostraciones de destreza con banderas y varios instrumentos musicales, lo que colgué en videos hace unas horas.
Solo nos faltó ver a un gato gordo, del que los dueños publicaban en un cartel que uno si lo veía podía sacarle fotos, pero por favor se las enviaran por mail a una dirección que ahí constaba. 
Al mediodía, ya con Tere, pusimos proa a Cortona, pasando por Camucia, que debe ser su ciudad dormitorio (Ale dixit). También aquí había personajes medievales, con la peculiaridad de que eran todas mujeres, hasta que llegó un noble varón pelirrojo, con talante reposado y gruesa voz, que ya habíamos visto por la mañana en Lucignano. 
Almorzamos en un bar atendido por un símil Bart Simpson, tomamos un helado deliciosísimo (en mi caso, de chocolate negro con naranja y pistacho) en otro sitio, compramos recuerdos en un local de cerámica y subimos hasta lo alto del pueblo, que en este caso es decir muy muy muy alto. Ya Cortona queda en una subida y se ve desde lejos, pero en el interior del pueblo hay repechos y repechos interminables y maravillosos, hasta que uno accede a la fortaleza, en lo alto, y domina varios valles y un lago lejano. El día no era el más luminoso, pero estuvo bueno. 
Cortona es la tierra natal de Santa Margherite, y hay una iglesia donde se conserva una reliquia de la cruz y donde se supone que estuvo San Francisco. Los gatos son gordos y tranquilos y todos los perros pasean orgullosamente con sus amos, atados con una cuerdita. Los perros, cabe señalar, entran a los bares, a las oficinas y a los museos como si tal cosa, y a nadie le molesta. 
Comenzaba a atardecer. Ya no daba para ver el mejor museo etrusco del mundo. Hicimos los honores a unos chocolates calientes que parecían mousse en taza, me compré un gato de terracota que pesa como dos kilos, y nos volvimos.
La cena temprana fue en Lucignano, donde entre cerveza, vino y vino santo nos hicimos un lío con la cuenta y nos quedaron cinco euros sin justificar, por ahora. 
Mañana será otro día. 
Por suerte, aún en Italia. 

Ci vediamo.


La frutilla de la torta

Para el último día entero del viaje no pudimos elegir mejor destino que San Gimignano. Nos habíamos imaginado algo muy comercial y un poco antipático, una especie de Punta del Este versión Edad Media, pero encontramos un pueblo pequeño, amable y espectacularmente panorámico.
El estilo arquitectónico es muy homogéneo: casas de tres o cuatro pisos, de ladrillo a la vista a veces mezclado con piedras, techos de tejas, postigones marrones, calles empedradas. Ya desde lejos se ven sus torres, las más características de todos los pueblos toscanos. Las torres eran símbolo de prestigio social, y no había familia toscana de peso que no tuviera la suya. En San Gimignano hubo más de setenta, de las que quedan unas catorce, si no recuerdo mal. 
A la entrada hay un ascensor, para zafar de unos cuantos metros de repecho, aunque de todos modos el pueblo puede recorrerse se punta a punta en veinte minutos. No parece haber mucho de extramuros; se conservan las dimensiones de origen. Los comercios abundan en souvenirs, objetos de cerámica y alabastro. La gente es cordial y tranquila. Los turistas abundan pero no molestan. Las palomas son las dueñas absolutas de las paredes, y solo vimos un par de gatos. No entramos a ningún lugar, porque el día y el pueblo invitaban a los ambientes exteriores. Las pastas del mediodía fueron seguidas por los mejores helados de Italia y del mundo, según los carteles orgullosos de la puerta y según las palabras del señor heladero, vestido de blanco y recibiendo a todos los clientes con gracia y simpatía.
En suma: amamos a San Gimignano, que se lo merece con toda razón (aunque en nuestro corazón Barga vive y lucha),

Marzo/Abril 2016

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Montevideo gris y mojado.
Baldosas flojas aguaitando al desprevenido.
Esquinas aliadas a los fabricantes de paraguas.
Cabellos impremeditadamente al viento.
Edificios que gotean cuando uno ya se creía a salvo.
Personas que no saben maniobrar paraguas ni abiertos ni cerrados.
Calles desbordantes de aventuras oleosas,
Veteranas que resbalan en el pavimento, caen cuán largas son a media cuadra de la puerta de su trabajo y horas después siguen sintiendo que les duele medio cuerpo, dos terceras partes del alma y el cien por ciento de su orgullo.
Montevideo gris y mojado.

Esto en la Toscana no me habría pasado.





Venir en un 103 un mediodía gris, ir mirando por inercia imágenes en el celular y descubrir de pronto al 832 en una foto de hace veinte años me provoca una sensación agridulce, difícil de explicar.

Sus colores se me meten en el alma y siento el olor y el sonido del mar, la arena tibia bajo los pies descalzos, el viento en la cara, la música de los Redondos en el Gaucho, las milanesas de pescado de Doña Bella y las interminables caminatas por la playa al Polonio.

Nada de crónicas de ómnibus o de corrección de pruebas diagnósticas por lo que queda de la tarde. Me voy más allá de las Malvinas a buscar caracoles, placas de gliptodonte o improbables boyas de vidrio.

Con su permiso.







Lunes, 8 30 de la mañana. Recién arrancaba mi clase en el quinto Artístico 1 cuando la adscripta entró para hablar conmigo y me dijo algo en secreto.. Una chica cumple hoy sus 16 y los padres querían entrar a clase y darle un regalo. 
Como la estructura tradicional e inamovible de clase no es lo mío enseguida dije que sí, y estuvo muy emotivo. Los padres le dieron un ramo de flores y repartieron huevos de Pascua a estudiantes, profesora y adscripta. 
Es el IAVA.

Todo dicho.




Ella no llega a tener 20 años, es grande, alta y un poco excedida de peso. Viste una prili rosada semi cubierta por un chaleco abierto. Viaja junto a un joven cuya cara no logro ver porque duerme con la cabeza hundida en la cuna de un bebé, que también duerme.
Detrás del joven, a mi lado, viene una nena de unos cuatro años, hablando todo el tiempo con la de la prili, que es la madre.
_Mamá, me duele la panza, pero no tengo ganas de vomitar.
_ Bueno, ahí tenés tu bolsita por las dudas.
_Mamá, dejá de sacarle fotos al bebé, querés?
_Vos no me digas lo que hacer.
_¡Pero no podés pasar todo el tiempo sacando fotos, nena!
_Dame el paquete de los chicles-ordena la madre. 
Cuando la nena se lo alcanza se le cae algo.
_¿Qué fue eso?
_Se me cayó el anillito.
_A ver si cuidås tus cosas.
_Lo estaba cuidando, mija. No hablés si no sabés.
_Si lo estabas cuidando no se te caía.
_Lo tenía en la mano. ¿No ves que no sabés?
Y así siguen, y van a seguir por años, hasta que la nena se haga adolescente y tenga sus propios hijos que la traten de naba y se permitan mandonearla. A no ser que en el camino la educación que reciba fuera del hogar posibilite el milagro y el ciclo se rompa.
En eso estamos.



¿Cuántas veces se le puede decir al interlocutor que uno a medida que cocina va limpiando los utensilios? 
Para el señor que va en el asiento de atrás del 103 parece que al menos seis. 
"Yo voy usando y voy limpiando, voy usando. y voy limpiando..." 
SEIS VECES.
Todo lo cuenta con reiteraciones inmediatas. La mujer que va con él solo mete un "mjm" de vez en cuando. Pero lo escucha.
¡Ah, el amor y sus cegueras temporales! 
Que nunca falten.



La CITA anda a los tumbos por un camino de barro. Algo pasó en la ruta y terminamos tomando un desvío que nos tiene hace rato viajando en modalidad Rock & Samba, con el agregado de un novedoso sistema de hidratación de pasajeros conocido como "LPM, esta catramina se llueve como afuera".

Por si no los vuelvo a ver, fue un placer haberlos conocido.




Soñé que andaba en un viaje por otro país con un grupo grande de gente. Estábamos viendo a ver adónde ir de excursión ese día; manejamos varias posibilidades hasta que al final triunfó mi moción de ir a Cape Cod, una playa llena de aves marinas y con preciosos paisajes.
Nunca en mi vida (que yo recuerde) había oído hablar de un lugar llamado así. Acabo de despertarme y de buscar, solo por si acaso, y me encuentro con que es una preciosa península playera en Massachussets, con algunas de las mejores playas de USA...

Y bueno,,, Si el inconsciente dice, habrá que ir. Mi súper yo no se opone, y el yo menos. Somos una familia muy bien avenida.




El 103 vino lleno esta mañana. Voy parada en el fondo, junto a un grupo familiar compuesto por abuela con nieto sentados y madre de pie al costado. La abuela tiene en una mano un paraguas infantil verde fluorescente y con la otra lleva abrazado al nene, que tiene unos ocho años y viene con una gruesa campera encima de la túnica. Debe haberlo vestido la vieja, pienso. Las abuelas siempre exageran con el abrigo de los niños. La madre tiene unos treinta muy mal llevados. Rezonga a la vieja por pasar comiendo caramelos y se baja en la Unión sin saludar, dejando al niño en mitad de una frase.
Los dos siguen viaje, más abrazados que antes.
En unos años lo tendré sentado en mi clase, pienso, y ojalá que siga teniendo una abuela que lo abrace cuando la madre lo ignore y se vaya sin mirarlo.

Y me bajo al encuentro de mis nuevos gurises, sin saber si vienen de abrazos o de abandonos, como todos nosotros.




El 103 viene con mucho espacio libre pero sin asientos. Un veterano petiso y yo subimos en la cooperativa y nos ubicamos en el fondo. 
Al instante un morocho con rastas de unos veinte años lo mira, se levanta y le cede su asiento al petiso, mientras su compañero a los pocos segundos hace lo propio conmigo.
_Quedate, no hay problema.-acota el veterano, ya instalándose.
_No hay problema; nosotros somos jóvenes- contesta el de las rastas. 
El amigo y yo no hablamos, pero intercambiamos una cálida sonrisa.
No me queda claro si me acaban de tratar de vieja o de confundir con una embarazada, pero no tiene importancia.

Lo que vale es la intención.




Explosiones en Pakistán dejan 38 muertos, y ni El País ni El Espectador tienen ni noticias. Se ve que la postergación del estadio de Peñarol o el debate por la edad para la jubilación son mucho más importantes, salvo para Facebook, que me dice que como estoy en la zona afectada puedo enviar una confirmación de que no he sido afectada por el atentado.

El mundo del revés.




"Vuelven las cenas bailables al gigante del barrio... El próximo sábado 12 de marzo el Parador Oriental abre sus puertas con un gran espectáculo musical. Uno de los músicos más contundentes de estos tiempos: Chico Ferry, con una de las presencias que..."
Y ahí se fue el auto-parlante, y dejé de escuchar. 

La Curva se mueve, vo', sabelo!





¡Cómo está esto!
Me aparece una nota al costado: "Acabas de mencionar “oferta“ en tu publicación Estudiantes de 14 a 18 años de liceos públicos..." (etc), que es algo que colgué en Liceos en Red, y me ofrece promocionarlo. Pagando, claro. 
El post hablaba de la posibilidad de acceder gratis al Solís, y decía algo de que "Con esta oferta el Teatro contará con 1702 localidades...". 
Se ve que en este mundo virtual (no virtuoso) las acciones desinteresadas no cuentan gran cosa.

Huelo dinero... alguien menciona una oferta... ¿Dónde, DÒNDE?




El País digital, siempre velando por dar a sus lectores informaciones objetivas de la realidad.
Párrafo en torno al (viejo) caso de O. J. Simpson, hoy:
"El veredicto, seguido por 145 millones de telespectadores, causó una gran polémica y sus detractores acusaron al jurado de ignorar las pruebas, 10 de los 12 miembros eran negros, como Simpson."
Sin pararnos a considerar la pésima redacción de este enunciado, sin discutir su simplismo ramplón, su contenido es totalmente racista y discriminador.
¿Qué pasó aquí? ¿Cortamos y pegamos sin leer más que por arribita, o de verdad pensamos que los nenes con los nenes, las nenas con las nenas, los negros con los negros y así todo?

Otra perlita más de un largo rosario. Y van...




Yocasta de 103.
"El mayor me salió inteligente pero no le gusta estudiar. Me quedó debiendo tres materias este año; una me la salvó en diciembre y las otras dos en febrero. Por lo menos me va a empezar el año sin materias del año pasado..."
En la cabeza de la buena señora el nene LE hace todo a ella.

El despertar va a ser difícil.



Esto funciona así: durante cinco años dejás las paredes intocadas y de repente en 48 hs te entra una fiebre decoradora y sálvese quién pueda. 
Que alguien me pare, plis. 
En cualquier momento entro a poner fotos de mis gatas y la cosa se hace irreversible.

Ampliaremos.




Mayo 2016

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_ Mariela, ¿quieres ver tus recuerdos en Facebook?
_ Dale. ¿A ver el 1° de mayo de 2013?

"Aaaargh! Que alguien le explique a Roldana que hoy es el día de los trabajadores, no de los gatos con esclavos humanos, que se ha pasado llorando ante mi puerta desde las seis y mediaaaa!"

_ Ah, qué lindo.
_ ¿Quieres ver más recuerdos?

_ No, dejá... Es muy amable de tu parte lo de mostrarme mi pasado, pero Tania está gritando y arañando la puerta desde hace una hora y tengo que levantarme a darle de comer. Nos vemos, ¿eh? Saludos.




¿Se acuerdan de esto?

"Pregunta 4 de la prueba diagnóstica: 
¿Encuentra algún recurso literario en este cuento? Explíquelo citando el texto.
Respuesta:
En este punto considero que mi memoria no es suficientemente coherente, así que decido no responder por el momento, mas aseguro que para próximas clases intentaré prepararme con repaso e investigación."

Hoy me acabo de encontrar con el capítulo 2:

Pregunta: Principales aspectos de la biografía del autor.
Respuesta: 
Lamentablemente no podré responder a esta actividad ya que estuve ausente el día en que se habló del tema, en los apuntes no encontré nada relacionado y no lo anoté como un tema de estudio para este escrito. Pese a mi justificación sí recuerdo haber leído sobre el libro de donde proviene el cuento y las temáticas que se tratan a lo largo del mismo, como... (etc).

No está payando, es muy buena de verdad, pero lo que me encanta es la forma en que plantea sus lagunas. Es una genia. No sé si la votaría para presidenta, pero cuando saque su primer libro voy a ser la primera en comprarlo.

Junio 2016

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Iba caminando por un precioso sendero lleno de flores en el campo, en Cuba, con una ex alumna, comentándole que eso justamente era lo que más recordaba de mi viaje anterior: el color y el olor de la naturaleza en los caminos rurales. 
_ Claro que también hay víboras, lo sé. Incluso la vez pasada vi una, pero era preciosa, con colores fuertes y no venenosa. 
En eso se nos ocurrió entrar a un edificio al costado del camino, un bloque de apartamentos, a ver cómo eran las casas de la gente común en ese país. Ya no iba con mi alumna sino con mi viejo, que después se convirtió en un pariente detestable y más tarde en un amigo médico. 
El edificio era modesto pero limpio, de paredes amarillas. Subimos y bajamos la escalera sin ver ni una persona. Mi amigo médico decidió ir al baño público de la planta baja antes de retomar el camino, y yo me quedé parada en la puerta contemplando el paisaje. Llovía mansamente. 
De pronto sentí una molestia en los ojos, algo como una legaña, y me pasé la mano para sacarla, pero no pude. La legaña se convirtió en un tejido blando, algo pegajoso que se estiraba y no terminaba de salir. Me colgaban jirones de esa cosa rojiza por la cara, era horrible, mientras yo (tranquila) sacaba y sacaba, a ver si aquello terminaba de una vez. Al fin retiré un poco, hice un bollo tamaño pelota de tenis y salí a tirarlo en el campo, para que mi amigo no se asustara demasiado, aunque me quedaron cosas saliendo de los ojos de todos modos. 
_ ¡Pah!! ¿Pero qué te pasó? 
_ No sé, empezó de golpe. 
_ Parece Bredou. - diagnosticó él, o tal vez dijo Bedru, algo así. Creo que era Bedru.- Vamos a tener que ir a un hospital. 
Otra vez termino en un hospital en mi viaje a Cuba, como en el viaje anterior, pensé, y me desperté, hace como una hora. 
Sí, ya sé, es un sueño asqueroso y no tiene cierre, pero si no lo escribía no iba a poder salir de la cama. Aimsorri. 

Ahora sí estoy lista para levantarme, lavarme la cara y (tal vez) enfrentar al espejo.




Hace un par de días estaba de gran charla con dos compañeras de Florida, aprovechando la ausencia total de estudiantes en el turno de la tarde. La amenaza del paro de transporte y la inminencia de las vacaciones y los consiguientes exámenes se habían confabulado para provocar la deserción generalizada, y los docentes aprovechamos para ponernos al día mientras cumplíamos el horario. 
No sé cómo, de pronto me encontré contándoles a las dos profesoras que estaban conmigo en la sala una historia familiar muy dolorosa, que tenía como protagonistas a una rama de la familia de mi madre, unos parientes de ella a los que no he vuelto a ver desde mi más tierna adolescencia. Fue un episodio muy jodido, de violencia familiar y posible privación de libertad de alguien enfermo, del cual me enteré recién hace un par de meses, en esas charlas de las que mi vieja me prohíbe escribir mientras no se mueran todos los protagonistas directos. 
Hoy el malo de la historia me acaba de llamar por teléfono. Con mucha dificultad comunicativa terminó preguntándome si mi madre vive todavía y prometiendo que va a llamarla, porque toda su familia lo ha abandonado y su vida no es más que una sucesión de soledades y problemas. 
¿Entienden que es alguien de quien no sé nada hace 30 años y aparece enseguida que lo nombro? Más allá de una cierta justicia poética innegable, lo que me tiene impresionada es la puntualidad de la confirmación del karma. No solo le va como el traste, sino que yo me entero de eso dos días después de haber verbalizado la historia y revivido en mi interior el dolor por la víctima. No salgo de mi asombro. La verdad, no salgo de mi asombro.





Ella era linda. Veinteañera, flaca, de pelo negro largo y muy maquillada. 
Habíamos intercambiado unas palabras casuales en medio de la tienda llena de ropa y cuando me la crucé un rato después al otro extremo del local me mostró un par de blusitas que llevaba en la mano y me las extendió:
_ Mirá, ¿no las querés?
_ No, gracias. - respondí, porque las susodichas ya a simple vista presentaban un inaceptable superávit de puntillas y adornos.
_ Ah, qué lástima. Yo me las quedaría, pero me quedan enormes.
...
...
... 
Ella era linda. 
Lástima que precisara lentes. 
Y diplomacia. 

Y cerebro.






Toda mi vida he estado equivocada.

No fue Virgilio quien guió a Dante por el Infierno, al menos según un parcial que acabo de corregir. Fue un tal Vergoglio.





Mi número de la suerte para hoy es el 358, dice la radio del chofer, y tengo que controlar mis impulsos y otras cosas más que el arranque del 103 me impide escuchar. 
¿Es decir que debo controlar los impulsos de tirar al aire las 358 hojas de escrito que me quedan por corregir y disfrutar viendo cómo son llevadas por el viento hacia lejanos confines, fuera de mi vista?
Es una bella imagen. 
¡Tan bella!
...

Ampliaremos.





Salgo para el IAVA en medio de la niebla y los pastos blanqueados por la helada, y al llegar a la parada me subo a lo primero que pasa. Es un 405, y el chofer, treintañero, viene oyendo No toquen nada. 
Me paré para bajar en Comercio, y estuve varios minutos esperando que el ómnibus pudiera siquiera dar vuelta la esquina, porque el tránsito venía muy trancado y la cantidad de gente por subir enlentece horriblemente los 141 y 144 de la parada. 
El tiempo pasaba, pasaba 
No quise pedirle al chofer que me dejara bajar a una cuadra porque sé que no se debe, pero él se ve que se apiadó de mi paciencia y me dijo:
_¿Quieres que te abra así ganas tiempo, muchacha?
Y me bajé y continué mi camino como toda muchacha que disfruta de estar viva bajo el sol matinal.

¿Frío? ¿Quién dijo frío?






"Encontraron restos óseos en una casa de Maroñas", leo en la prensa, y un escalofrío me corre por la espalda. "En la tarde del sábado, inquilinos de una casa ubicada en el barrio Maroñas, encontraron restos óseos mientras realizaban reformas de saneamiento en su hogar", sigue diciendo, y yo me imagino la que fuera la casa de mi abuela con su sótano misterioso por fin abierto y el secreto de su anterior dueño (que todos en la familia maliciamos) quedando de una buena vez al descubierto, pero no, porque la dirección que da el diario es otra. Décadas más tarde se aclarará a partir de esto (tal vez) algún misterio ajeno. Nunca el nuestro.





La opción, en principio, era entre tomar la CITA "Semidirecta" de las 12.30 apurando en el parcial a mis alumnos de Quinto Artístico 1 o probar suerte en el coche "Común" de las 13.15, que me va a dejar en Florida justito a tiempo para la clase o apenas tarde.
Sabía que el Común demora media hora más, de acuerdo, pero nadie me dijo que este sería un magnífco viaje en el tiempo con la estética y la comodidad de una ONDA de los años setenta. Coche sucio, viejo, frío, temblequeante y con reggetón en la radio. 
Odio a Sánchez Padilla.

Bienvenidos a las crónicas quejosas de viernes por la tarde. Si no vuelvo a escribir de aquí a dos horas es que perecí en el intento.

13.57: Van 45 minutos de viaje. AÚN NO SALIMOS DE MONTEVIDEO.
14.05: atravesamos una ciudad desierta. Parece que es La Paz. Hay palmeras, un cine con carteles de peligro de derrumbe y una tienda llamada La Casa Del Jubilado.
14.10: "Ageeencia Las Piedras!"¿Cómo? ¿Y cuándo se terminó La Paz?
14.12: "Alimento para perros: 50$ el kilo". Debí tener perros; el de mis gatas sale 265$ COMO OFERTA...
14.15: pareece que salimos de la ruta 48 y tomamos la habitual (3 o 5, nunca me acuerdo). Uff. Se acabó la aventura; esta parte ya la conozco. La CITA ahora va volando!!!
14.30: Canelones. Una gigantesca botella de leche de hormigón en lo alto de una fábrica. Gente abrigada como para la nieve caminando bajo el sol. Sube un gaucho joven de botas, bombacha, boina y celular. Un Agro Boy de los que le gustan a una de mis amigas (no voy a decir cuáll). La CITA se va llenando, aunque por suerte aún voy sola en MIS dos asientos.
15.05: Me dormí. Desperté en un segundo, cuando sentí que algo se me caía de la mano al piso. Creo que fue mi lapicera roja. Creo. Nunca más la pude encontrar. La CITA se la comió. Traté de revisar bajo el asiento pero el piso está caliente además de sucio. Tanteé algo con pinta de moneda pero se me cayó aún más abajo, a un sitio inaccesible en las profundidades del monstruo, y opté por sacrificarla. QEPD.
15.23: entramos a Florida. He sobrevivido a la CITA Común (que no pienso volver a tomarme). Gracias por su apoyo moral. Hasta luego.





Ella es rubia, de pelo lacio, muy linda y con acento pseudo cheto. Tendrá unos 17. Usa botas con plataformas altísimas y flequitos de gamuza. Hace rato que viene hablando por teléfono con una amiga, contándole de la burundanga y de las viejas drogadoras de jóvenes doncellas que viajan desprevenidas en el transporte capitalino. 
¡Tengo unas ganas de pasarle mi celular y pedirle si me arregla la hora!!!

Ampliaremos. Capaz que desde la seccional más próxima.




Cada vez que voy a comer a lo de los chinos cerca del IAVA me llama la atención la música de fondo, una melodía hipnótica que se repite vez tras vez. Al principio pensé que se trataba de un defecto en el aparato, algo como el equivalente de hoy a un disco rayado de antes, porque la secuencia no dura más de quince segundos, que para mí suenan a "iamelestiaa... aaalisoma...iaaaa", pero no debe ser, porque CADA DÍA se escucha lo msmo. Tal vez sea un mantram, pensé ayer, algo que reiterado al infinito lleva al cliente a ser hipnotizado y consumir más, no sé.
Ahora voy sentada en la mitad del 404. Oigo de la radio del chofer unos pseudo gritos femeninos aniñados y trazo mi Teoría Irrebatible de las 8 a.m.: debe ser que como no entiendo (porque no oigo bien a lo lejos) todo me parece repetitivo, igual que en los chinos. No capto los matices. La ignorancia humana, madre de todos los prejuicios, y bla bla bla.
Pero no.
Cuando me bajo veo en el primer asiento a un nene jugando con un celular, del que salen los difusos soniditos. O sea, no era la radio del chofer, y SÍ sonaba siempre igual. 
Listo, ya entendí. La china tiene el disco rayado 
Y basta de teorías, que mi segundo bus ya entró a 18 y en dos paradas lo abandono.
Feliz miércoles.

Iaaaa melestiaa aaalisoma...iaaa...




La del video que compartí hoy podría haber sido Tania, no solo porque es igualita sino porque también se hizo cargo amorosamente de todos los bebés de Roldana en su primera noche, cuando su hermana estaba bajo los efectos de la anestesia. Había sido un parto complicado, en La Hacienda salvaron a todos pero no zafó de la pichicata, por lo cual estaba totalmente inhabilitada para atender a sus gatitos. Tania, que a su vez tenía cuatro propios recién nacidos, atravesó toda la casa y se los fue llevando de a uno en la boca hasta su cajita maternal, donde durmieron felices y abrigados. 
Yo la quise premiar con unos filetes de merluza, pero la verdad es que al final le di atún y usé la merluza para el almuerzo. 

Bueno, ta. Nunca dije que fuera una historia que me dejara bien parada.




No he leído una sola noticia sobre el tiroteo de Miami que no presente al homicida como alguien de origen afgano. El tipo era yanqui, nacido en USA, punto. Si un estadounidense hijo de afganos gana el Nóbel seguro que el dato del origen no aparece.
Esa necesidad de presentar al agresor como un otro... ¿Hace falta que hasta los medios extranjeros -los nuestros, para el caso- se plieguen al armado de la imagen del pobre pueblo yanqui bondadoso y bienintencionado pero rodeado de enemigos? 
Ya falló el intento de tomar esto como acto terrorista; ahora apuestan a pegarle al enemigo por lo bajo: el otro para ellos siempre es el otro, aunque lo hayan educado sus propias escuelas.
No repitamos estereotipos. 

El acto se condena más allá de pasaportes. Simple cuestión de humanidad, me parece.






Hoy de mañana iba por la cooperativa caminando cuando encontré un centavo tirado en mi camino. "Lucky penny", pensé: una monedita de la suerte, y me lo guardé. 
De noche vi a Calexico.
No hay suerte mayor que haber estado hoy ahí, ni hay palabras ni fotos ni videos que la describan. Comunión absoluta. Fiesta. Entrega. Dos horas de encantamiento, en el medio de la primera fila, sin amontonamientos, con todo Calexico para mis ojos y oídos... Salí flotando, y aún no aterrizo. 
Nunca estuve en un toque como el de hoy, nunca. Cuando los vi en Madrid casi no los conocía y me quedé lejos del escenario: hoy fue la revancha de Reyes y el 5 de oro todo en uno. 

Dan ganas de seguirlos por el mundo. Que nunca falten. De verdad: que nunca falten.





Nunca creí que llegaría a decir esto; no salgo de mi asombro. ROLDANA ME ROBA PLATA, señores, así como lo oyen. 
Escuchaba hacía rato unos ruiditos raros desde el living, fui a ver y me la encontré jugando con un billete de 100 y otro de 50 que se ve que dejé en un escalón (ni sé cuándo) y que ella tenía arrollados y llenos de pelusa de tanto revolcarlos por el piso (no siempre limpio) de debajo de la escalera. Encima ahora no deja de reclamármelos, maullando como si yo le hubiera quitado sus juguetes. 
Cría cuervos... O gatos, es igual. De todos modos hallarán la forma de quedarse con tu dinero.






¿Cuánto tiempo puedo demorar en abrir la puerta, entrar al dormitorio y volver a cerrarla? 

Parece que el tiempo suficiente para que ALGUIEN se cuele entre mis pies y se esconda debajo de las frazadas. Si no fuera porque estornudó, pobre... Capaz que ni la veía. 




Hoy me di cuenta de que la ilimitada paciencia de que tan orgullosa me siento se restringe en realidad a solo dos clases de interlocutores: alumnos y gatas. 
Con los viejos que van sentados al lado en la CITA, por ejemplo, la paciencia no aparece. Ni se asoma. 
_¡Que lo tiró, ta brava la gripe!- me larga de sopetón, dos cuadras después de haber salido. 
Yo: silencio. Miro el celular. 
Él tose, tose, tose. 
_Yo digo que debe ser el calientacamas ese que uso. El cuerpo se desacostumbra al frío. 
Emito un sonido inarticulado, algo así como "mj". Saco el ipad y me pongo a jugar solitarios. Él toma el celular y llama a la mujer.
_Che, estuve pensando: no quiero usar más el calientacamas ese. Toy horrible de la gripe y debe ser por eso. Sí, en una hora llego, más o menos. Todavía no salimos de Florida. 
Corta. 
Yo sigo concentrada en la pantalla. 
Me mira de reojo. Tose. 
Intenta de nuevo. 
_ Mi mujer también se pasa jugando a las cartas. Yo no sé qué le ve. Me despierto de madrugada y está jugando. 
_¿No ves que sos un embole y está harta de aguantarte?- pensé, pero dije:
_ Sobre gustos...
Él hizo un minuto de silencio. Solo un minuto.
_El otro día... El año pasado, cuando me entraron ladrones a la casa, me robaron hasta la tablet, y le tuve que salir a comprar una a mi mujer, porque se puso como loca. 
Se interrumpe para toser. 
Hay una especie de epidemia de gripe en el país, pero el señor no parece darse cuenta de lo políticamente incorrecto de su afán comunicativo: tose y carraspea sin cesar mientras se ceba mate y yo hago un solitario atrás de otro. 
Por suerte la cara de póker funcionó; él se bajó en Canelones, y ahora tengo los dos asientos para mí sola. Soy rica. Capaz que con bacilos de gripe made in viejo canelonense revoloteando alrededor, pero rica en espacio. Antipática, pero con un asiento vacío para mi mochila. Mala gente, pero cómoda en el espacio king size de la CITA de regreso.

Moraleja: si andás con ganas de charlar durante el viaje no te metas con Rodríguez. Ya lo dijo Espínola.





No somos personas. No hay piel ni formas ni sonrisas. Somos unos ojos apenas vislumbrados entre capucha y bufanda, una campera blindada, unas manos con guantes.
¡Resistan! 

Nos vemos en setiembre.





A veces es solo uno, a veces hay dos o tres. Cada vez que bajo de la parada de mi cooperativa por la noche los veo: pueden ser muchachos de bases colorinches y gorritos de visera u hombres maduros de mirada hosca y pucho en la boca. Siempre están, pero no bajo el techito, sino más allá: contra la pared de una casa o incluso sentados en el cordón de la vereda o en el escalón de la entrada de alguna vivienda. Sea a las ocho o a la medianoche, ahí están cada vez que una desciende del 103 repleto o del 404 vacío.
¿Miedo?
Sí, mucho. 
Por eso están ahí: por miedo. Son los padres, hijos, hermanos, parejas de las mujeres que vienen de trabajar por la noche, y ellos van a buscarlas a la parada porque más allá de Camino Maldonado el barrio se vuelve solitario y tenebroso para los que viven al otro lado de la cooperativa. 
Paso las rejas de la COVINE y saludo a los serenos. 
No es fácil para una mujer vivir sola por esos pagos, pienso. 
Depende de qué lado de la reja vivas.
En eso me quedé pensando ayer, al volver de la marcha de ‪#‎NiUnaMenos‬. Queda muchísimo por hacer, en todos nosotros. 
Mi camino (el principal) es a través de la educación.
¿Cuál es el tuyo?

Julio 2016

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Los primeros dos días el sobre simplemente quedó ahí junto a la puerta, sobre el piso. En cierto momento me cansé de verlo tirado y lo traje a la mesa de la cocina, donde descansó otros ocho o diez días. 
Lo sé, es mi lado oscuro. No debería hacer como si no existiera, pero todo lo que viene con el nombre de la DGI estampado en el frente me paraliza año a año.
Esta semana (terapia de autosuperación y frases aleccionadoras al estilo de "¡tú puedes!!" mediante) he dado pasos gigantescos como abrirlo, leerlo e (¡incluso!) ir hasta un Abitab a pedir que me generen una contraseña, porque nunca sé si mi "última declaración" es la que se supone he hecho este año o la que hice en 2015. 
Harta de pagar sumas que nunca entiendo, hace cuatro años que dispuse que se me descuente todo y se me devuelva algo. El primer año tuve 19.000 de devolución. Bien ahí. El segundo, doce mil. Igual número de horas y grado... No entendí. El año pasado la DGI se dignó reconocer que me adeudaba una exorbitante suma, pero ni siquiera llegó a pagármela.
_ Tienes 70 pesos para cobrar, pero están retenidos.
No averigûé por qué. Ellos sabrán. 
Hoy acabo de entrar a la página y poner mi flamante contraseña. Lástima que (como rezaba el papelito que me dieron en el Abitab y no leí hasta ahora) la clave solo había sido válida por una hora, con lo cual me quedo sin saber si me deben, si debo, si me retienen, si voy a terminar en la cárcel o si debo escribir 100 veces "No debo quejarme de la DGI y su incapacidad para hacer estos cálculos sin martirizarme y hacerme sentir una completa idiota". Encima la clave estaba chiquitita y tuve que buscar una lupa para leerla. Mi ego se retuerce incómodo frente a los papeles que avanzan y exigen.
No se pierda el próximo capítulo de la telenovela del invierno: "No soy yo, sos vos", en las vacaciones de julio de todos los años, por este mismo canal.





Yo venía pensando que había ligado bien con el 316 de hoy. Lleno a reventar, es cierto, húmedo y caluroso, chino y con poco espacio, es cierto, pero con un guarda amable y un chofer que venía oyendo la presentación de No toquen nada. Me preparé mentalmente para escuchar el adelanto de Darwin cuando... horror de horrores: el chofer cambió la radio y puso un programa folklórico! 
Que linda Merceditas...
Así no se puede.
Así, no.

Renunciá, Bonomi.

Agosto 2016

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_ Hola, buen día, ¿cómo está?
_¿Cómo andás?- Nos saludamos con distinto nivel de sinceridad. Él está contento, acalorado por el trabajo, rodeado por dos de sus cómplices y por un par de vecinos jubilados de esos que nunca faltan cuando la cooperativa se pone a podar los árboles de las veredas. Yo lo odio, aunque no siempre. Solo cuando poda. 
_ ¿Lo van a cortar?- pregunto por las dudas, pensando en ir encadenándome al árbol en caso de respuesta afirmativa, pero él dice:
_ No, es solo un recorte de ramas por arriba.
Mentime que me gusta, pienso. Lo van a dejar casi puro tronco, como siempre.
Y me voy a trabajar con un nudo en el estómago. 
Malditos podadores. Ninguno conoce la mesura, todos son iguales, incluyendo a mi viejo, que fue quien plantó el árbol. Malditos podadores.

Tarde de domingo

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Tarde de domingo

_ “En trámite de habilitación”.
_ ¿No está habilitado?
_ En trámite. Eso dice el cartel ahí abajo, con letra chiquita.
Padre e hija cruzamos el amplio y descuidado jardín de la entrada y tocamos el timbre junto a una reja cerrada con fuerte candado. Pasaron dos de minutos. Una mujer asomó por la puerta del costado.
_ ¿Sí?
_ Venimos a ver a una interna.
_ Adelante.
Ingresamos a la residencial de ancianos por la habitación delantera, que suponíamos sería el living, pero resultó ser dormitorio. Cuatro viejitos acostados en camas que ocupaban casi todo el espacio elevaron hasta nosotros sus miradas vidriosas y ausentes, pero no nos detuvimos. Musitamos un saludo general con cierta culpa de intruso involuntario y seguimos a la mujer, que avanzaba en silencio. Al final de la casa (que supo ser en su tiempo orgullosa mansión y ahora es a la vez residencial en el frente e iglesia carismática en el fondo) encontramos la sala de estar, presidida por una enorme mesa y un televisor plasma colgando de una de las paredes. Cuatro ancianos en diversos grados de decadencia se encontraban sentados ante la mesa, otros dos en sendas sillas contra la pared opuesta, al costado, y tres en un enorme sillón, el más cercano al televisor y la película épica que nadie miraba. Dos más, dos mujeres, ocupaban un par de sillas que oficiaban de prolongación visual del sillón, contra la pared que lindaba con la cocina.
Los miré uno por uno. No encontré una expresión levemente lúcida. Ni una. Los más estaban con la mirada perdida, uno repetía sin cesar una frase ininteligible y mi tía canturreaba bajito una tonada sin palabras. La miré. En dos años que hace que no la veía pareció haber envejecido veinte, y debió haberse caído, a juzgar por una herida vendada en el costado de la cabeza, justo en el mismo lugar donde mi abuela se lastimó, trabajando en su jardín, un fin de año de hace tanto tiempo, el día antes de morir.
Mientras mi padre se le acercó, le tomó la mano y le habló un rato largo, yo decidí que había llegado a mi límite y me retiré a un costado tratando de ser invisible. Pero no lo logré. Primero fue la mujer de la casa, una de las dos empleadas que andaban de acá para allá trajinando con sábanas y cacharros de cocina:
_ ¿Es el hermano?
_ Sí.
_ Me pareció. Es igualito.
Sí, y no sabés cuánto, pensé, mientras trataba de no enumerar en mi cabeza las señales de que mi viejo se iba de a poquito y no tan lentamente enderezando hacia el camino que varios de sus hermanos ya habían recorrido. En ese momento una de las viejas pareció salir de su letargo y de pronto me dirigió la palabra.
_ ¿Ese niño es suyo?
Supuse que se referiría a un chiquilín que estaba jugando en el jardín, y que debía ser hijo de las cuidadoras.
_ No. No es.
_ Ah, ¿no es hijo suyo?
_ No.
_ Dios se lo conserve. La felicito, es precioso.
Y se embarcó en una compleja historia de familias, delitos y enfermedades, de la que pude sacar muy poco en limpio. Mientras me la contaba de vez en cuando miraba a la viejita que tenía al lado y me hacía gestos de que estaba loca y la tenía cansada, mientras la aludida permanecía viendo el vacío sin expresión alguna. Comencé a preguntarme si estarían todos medicados. Yo he visto miles de viejitos al aire libre. Enojones, frustrados, malhumorados o alegres y dicharacheros, pero era raro que justo diez o doce locos se hubieran dado cita en esa habitación, como esperando la muerte o el remedio. Lo que llegara primero.
_ Ahora no te me vayas a caer vos- Fue lo primero que le dije a mi padre cuando volvimos a respirar el aire puro de la tarde bajo el sol de agosto, camino a casa.
_ No. Yo soy más fuerte de lo que parece.
_ Yo la verdad es que antes de llegar a esto preferiría juntarme un montón de pastillas e irme de una vez- No pude evitar pensar en voz alta.
_ Sí, pero lo malo es que para cuando quieras ya no va a poder.-sentenció mi viejo, que a veces me asombra con su lucidez.
A veces.
A veces.
Seguimos caminando, charlando de temas inofensivos, mientras una parte de mi cerebro se obstinaba en recordarme el momento en que vimos a la tía sentada en el sillón y mi padre trató de hablar con ella.

_ Hola, ¿sabés quién soy? Soy tu hermano. Y ella – dijo, señalándome- es Inés.

Setiembre 2016

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Venía parada casi al lado del chofer, aunque ya llevaba unos 20 minutos de viaje. El 103 iba lleno de una manera desusada para un gris domingo por la tarde. De pronto hubo un reacomodo sorpresivo de las piezas del puzzle, no sé por qué, y en una cuadra me moví tanto hacia el fondo que terminé sentada en el último asiento, junto a la puerta trasera. Fue como uno de esos solitarios que juego en el ipad cuando vuelvo a Montevideo y no quiero dormir, de esos en que una sola carta que sale desencadena la solución total en cinco segundos.
Digo yo: en la vida, así, en general, también hay a veces movimientos inesperados de piezas que cambien los presentes e iluminen todas las salidas? 

Porque yo quiero.





Lo que se hereda no se roba, dicen. 
Mi abuelo materno se pasaba comprando obsesivamente radios y relojes; yo no me resisto a una miel con buena pinta. 

Esta de hoy en la feria está deliciosa. Cero etiqueta, cero dato identificatorio, pero blanca y cristalizada. Irresistible.





Una sale de su casa con ropa de primavera, aunque agosto recién nos dejó hace unos días. 
Una se pone un bucito negro nuevo y un perfume bueno, aún sabiendo que a la cuadra va a tener un round de mimos que la va a dejar llena de pelos y de olor a perro.
Una sale rumbo a la feria aunque la lluvia anunciada para el domingo comienza suavemente a descolgarse. 
Así es una. 
Feliz y desubicada.

Que nunca falten los domingos (ni los encuentros con Isis)





Los dos adolescentes iban sentados detrás de mí. Tendrían 13, 14, eran muy pobres y hablaban en voz audible para todo el pasaje capitalino. El que vendía los chocolates en el 405 estaba también en un estado de pobreza importante, y no tendría muchos años más, acabo de darme cuenta. Les ofreció uno en precio especial, porque ellos dijeron que no tenían plata. Hubo un regateo, y al final se los bajó de 10 a 5 pe, ellos contaron las monedas a ver si les quedaba para el siguiente ómnibus, compraron y el vendedor se fue rapidito, bajando por la puerta delantera del bus. 
_ ¡Bo, se fue de una, mirá si el chocolate estaba vencido, gil! ¡Me muero!
_A ver, fijate.
_ ¿A qué estamos hoy?
_ Yo qué sé, ¿qué voy a saber? No descansés, bo. A 9, creo. 
_ ¡No, yo te digo el mes, gil!
_ Aaah... Es 9 del 3.
_ ¿A ver? Ah, no, este vale hasta el mes seis, me quedan tres meses todavía. 
Y se lo comieron. Espero que el símil chocolate venciera en junio de 2017, pero desconfio. Ellos de todos modos no se quejaron de que estuviera feo; solo comentaron que no tenía casi gusto a chocolate, lo cual en ciertas golosinas no depende de la fecha de vencimiento sino del grado de similitud que su símil tenga con el modelo original a imitar. 
No me puedo sacar la voz de Paco Espínola de la cabeza. 

Qué lástima... qué lástima que la gente sea tan pobre.





Micro perplejidades de sábado:
1. El bebé aúpa de una señora me estaba haciendo ojitos y sonrisas, hasta que saqué el celular. Ahí dejó de mirarme mí y se quedó viendo el aparato, que mantuve apagado, hasta que vino el 111 y me lo tomé.
2. El señor alto y delgado, de mi edad, parece haber tenido mejores épocas, pero se mantiene en apariencia saludable. No entiendo entonces por qué espera un cuarto de hora a que venga el ómnibus, solo para bajarse en la segunda parada, a 4 cuadras de haberlo tomado. 
3.El chofer viene oyendo el partido en la radio: los comerciales son los mismos de cuando yo era chica. Silberrrstein...el nombre de la madera!

Conclusión: la gente cambia, los reclames permanecen. Al menos los del fútbol por la radio.





Titular de El País, hoy:
"SEGÚN EXPERTO
El "burkini" ayuda a evitar el cáncer de piel".
Bien. Es una buena noticia; qué maravilla que existan expertos que nos abran los ojos ante verdades que de otro modo no podríamos sospechar. Gracias, señor experto.
Como contribución a la cultura popular aporto otras teorías que andan circulando por ahí, aunque vaya uno a saber si resisten la prueba de la contrastación empírica:
* Los alfajores triple de Punta Ballena ayudan a evitar el adelgazamiento.
* El invierno en Uruguay es una estación propicia para no sufrir insolaciones.
* Tener gatos como mascota contribuye a despertar temprano en la mañana.
* Viajar en 103 favorece el contacto humano.
* La cercanía de las vacaciones tendría un efecto de disminución del estrés.
* Navegar en redes sociales tal vez limite el tiempo dedicado a otras tareas. 

* Etc.






Y con esta sencilla pero emotiva ceremonia doy por finalizada una semana más de clases. 
Quedan 8. Bah, quedaban, porque hoy me enteré de que por exámenes no habrá clases en CERP la semana del 23 de setiembre. 
Es decir que con esta, repito, sencilla pero emotiva ceremonia, cierro de un plumazo no solo una sino DOS semanas de la cuenta regresiva, y me voy a los saltitos por las veredas floridenses esquivando perros y mirando pájaros que revolotean bajo el tibio sol de setiembre, rumbo a la CITA amarilla y sonriente de las cinco y cuarto. 
Feliz fin de viernes.





Él tiene pinta de ser un buen padre.Carga una gran mochila a la espalda, capaz que se está yendo a trabajar, pero va pendiente del cochecito de bebé prolijamente toldado que empuja.
Comienzo a verlo en Propios, y lo sigo con la mirada hasta que llega a la guardería, en 8 de octubre y Luis A de Herrera, pero no es que mire a lo lejos, es que vamos su ritmo.
Voy en un 103 tortuga , o algo raro pasa hoy en la calle. No avanzamos. Vamos venite minutos de cinco por hora, y para peor el chofer viene oyendo a Álvarez. Me pregunto en qué círculo del infierno he caído, y por qué. A Dante capaz que no le gustó que lo di medio rapidito; debe ser eso. 
103.

Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate.

Octubre 2016

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0.06 de la mañana. 
Mientras trato de digerir el hecho de que el coche 816 de Cutcsa acaba de pasar por el medio de la calle sin detenerse ante las seis manos extendidas ( pese a llevar solo unas diez personas de pie en su interior) una voz infantil me saca del modo furia matinal.
Él tiene tres años, calculo, y está de la mano del padre. Ni se enteró del incidente 816, y se lo ve de lo más contento entonando una Rueda Rueda de un par de versos que repite una y otra vez.
"Rueda rueda de pan y canela, 
Viene la maestra, ¡le doy un coscorrón!"
Ah, ta, listo. 
Cerrá y vamos.






Ellos eran unos treinta adolescentes de uniforme deportivo azul con el logo del liceo 52 de Villa García, y probablemente habrían subido al 103 en el principio mismo del recorrido, porque ocupaban la amplia mayoría de los asientos. Por las caras debían ser de segundo año. Uno de ellos, el más fatal, era de esos gurises que demoran en pegar el estirón y lo compensan portándose mal, de lo cual se iban quejando de vez en cuando algunos de sus compañeros, aunque entre risas, y sin mucha intensidad:
_ ¡Profe, el Jona anda molestando!
_ Bueno, decile que se tranquilice- llegó una voz desde unos metros más allá, que nunca llegué a asociar con una cara, porque el 103 de las nueve de la mañana iba lleno a más no poder.
Simpáticos, los chiquilines. Hablaban a todo volumen y se reían el 98 % del tiempo, pero sin molestar a ningún pasajero ni hacerse ver con bromas pesadas o malas palabras, nada de eso. Solo jugaban a sacudir la botella de Coca de uno de ellos, a tocarle el pelo a la chica más linda del asiento de adelante o a cantar "¡vamos al museo... pi pi pi... en un coche feo...!" En cierto momento pasamos por el túnel y tres o cuatro se hicieron los asustados, como que les daba miedo la oscuridad o los quince segundos del viaje subterráneo, no sé. No suelen ir al centro, pensé, o esta broma la habrían hecho a los seis años y no a los 13 o 14. Capaz que para algunos es la primera vez que salen del barrio. No sería nada raro. 
Cuánto falta para que estos divinos del 103 de hoy dejen de tener trece años y empiecen a ser mirados como un otro distinto y potencialmente peligroso por la gente que no los conoce, pensé, mientras me bajaba en la parada de Eduardo Acevedo y comenzaba a caminar hacia otros gurises, más grandes, acostumbrados desde hace años a viajar al centro, con todas las perspectivas de no ser mirados con miedo por las personas mayores que se les crucen en el camino.
Capaz que es más fácil hacer reclamos por la tele o levantar muros que interesarse por el prójimo que está ahí, en otro barrio, quizá, con otro uniforme (los que llegan), en otro medio de transporte, pero cerca. Muy cerca.





Ayer iba volviendo al IAVA después de mi hora puente, con la bolsita de la panadería llena de calorías en una mano, cuando me encontré con algunas de mis artísticas.
_ ¡Profe, ahí en la puerta hay un 3 de espadas!- me dijo una que, como la tengo en Facebook, ya está al tanto de algunas de mis obsesiones.
_ Uh. ¿Espadas, otra vez? Bueno, pero igual la encontraste vos, así que no era para mí.- salí del paso, y entré al liceo mirando para el techo, a riesgo de resbalar en los escalones centenarios.
Pero las cartas no se dejan engañar, y hoy en la repisa de mármol al lado de uno de los cajeros automáticos del Shopping me estaba esperando la susodicha carta, o al menos una de sus homónimas, onda “no te hagas la viva, ¿eh?”.
Acabo de mirar qué significa el 3 de espadas. 
Mejor no hubiera mirado.
¿Alguna alma caritativa podría hacerme el favor de adelantarse en mi camino e irme sembrando las calles de oros y copas, tréboles o corazones, o al menos despejándolas de bastos y espadas? 
Sobre todo de espadas, ¿ta?

Se agradece.




Crónica retro.
Yo tenía unos 25 años, estaba haciendo el IPA y por las tardes trabajaba en un microscópico local de productos macrobióticos en la Galería Entrevero: La Tienda de las Flores. 
Un día llegué al trabajo deseosa de contarle al dueño lo que me había ocurrido la noche anterior. 
Venía de una semana de hacer un curso de espiritualidad con una argentina de nombre Luz Gallardo y acababa de poner en práctica una experiencia que me urgía contarle a Julio, a ver qué le parecían mis incipientes condiciones de maga. 
La cosa era muy sencilla: habíamos aprendido una técnica para ponernos en comunicación con quien quisiéramos utilizando el poder de nuestras mentes. Yo, que andaba por entonces muerta con un amigovio que dos por tres se me borraba varios días, fui todo el viaje en 4 (era un trolley doble, me acuerdo como si fuera ayer) concentrada en que el susodicho debía llamarme apenas llegara a mi casa. Ni un minuto antes (mis viejos dormían) ni mucho después (o la que estaría durmiendo sería yo). El temita es que el curso era a muy altas horas de la noche, y por la velocidad del trolley iba a estar llegando casi a la una de la madrugada. 
El muchacho nunca me había llamado más allá de las diez, pero yo iba convencida de poder mágicamente comunicarme con él para que apareciera en mi teléfono apenas entrara. 
Y lo hizo. 
Estaba subiendo la escalera tres minutos después de llegar, cuando sonó el teléfono y se me iluminó el alma. 
Todo eso le estaba contando ese día a Julio, y no sé si lo más importante era la llamada del muchacho o mi poder de convocatoria. Cuando terminé Julio me clavó los ojazos azules un par de segundos antes de tirarme la pregunta matadora. 
_ Si en verdad no te llamó él sino que fuiste vos quien lo convocó, ¿tiene algún valor ese llamado? 
Y no, no tenía. 
No volví a usar la técnica súper infalible, ni se lo conté nunca a él. Para qué. ¿Qué valor tenía? Ninguno. 
Hoy tengo casi el doble de esos 25, y aprendí que la gente no debe manipular a los que quiere. 
Pero extraño a Julio.

Y nunca olvidé del todo a aquel muchacho.







Este día del patrimonio tuvo de todo, pero lo que más me impactó fue encontrar un libro que hablara de Julio, mi viejo y querido Julio, un ser luminoso hasta el infinito, un guía, un maestro con todas las letras. Todavía escucho su voz. Todavía veo la paz de sus enormes ojos azules. Todavía lo extraño.


174.
174 son los pasos que separan mi casa del contenedor de basura. Sí, los he contado. Tengo mis probemitas, es verdad, pero ese no es el tema. Para hacerlo de mañana sería un desvío de unos 250 pasos, paso más, paso menos, y nunca salgo con tiempo de sobra. De noche no camino una cuadra en territorio no cooperativo, si puedo evitarlo. 
¿Conclusión?
Algo huele mal en Arbolito, y no son mis gatas. Ni yo. 
Ampliaremos.

Noviembre 2016

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Él es castaño,de ojos claros, con barba y unas pocas canas incipientes. Es amable, pero seco. No se hace ver mucho como guarda, pese a que el 103 viene bastante lleno a esta hora. 
Entonces aparece ELLA y todo cambia. Es alta, esbelta, viste de negro y tiene unos 25 años.
_ ¿Cómo estás?- se saludan,y desde allí él revive, se hace cordial, participativo y atento a todo el pasaje capitalino. Incluso colaboran en el acto hasta entonces mecánico de cobrar el boleto. Ella le pasa las tarjetas y devuelve a las viejitas boletos y monedas. 
Ahí hay amor, pienso. Se siente en el aire. Lástima que me parece que si él se para tal vez le quede diez centímetros petiso, pero, en fin, es solo un detalle. 
Y me bajo, sin conocer el final de la historia. 
Por ahora. 
Si los vuelvo a ver, ampliaremos.







Prendo mi vieja Toshiba y tengo que explicarle todo de nuevo. Que si pongo "p" en Google me tiene que llevar a Perros de la Calle, que si es una "t" tengo que caer en el twitter del CES, que TIENE que haber una carpeta que se llame "nov2016" donde poner las fotos que comparto en Liceos en Red, que no soy la misma de hace dos años, que se ubique, que me entienda, que me obedezca de inmediato. 
Sin embargo ayer me encontré casi de casualidad con Graciela, mi amiga de cuando íbamos al IAVA, y no hubo que hacer ninguna actualización ni reinicio del sistema; solo con la contraseña inicial ("¿qué hacés?") ya empezamos a navegar de lo lindo por un par de horas.
Qué grande el ser humano ("el cerumano", dijo alguien alguna vez en un escrito). Que nunca falte la memoria afectiva (y que no se le queme el cargador). 
Y me voy al centro, a comprar oxígeno para mi querida Dell, que sí sabe quién soy y qué necesito a nivel tecnológico. 

Por ahora. 





Asomarte a la ventana del fondo y ver ahí, cerca del horizonte, una luna finita pero nítida sobre el fondo oscuro del cielo de noviembre tiene un algo propio de primer día después del diluvio universal. 
No habrá paloma con rama verde en el pico, pero uno se siente como Dante a la salida del Infierno: "Y volvimos a contemplar las estrellas".
Pasó la tormenta, entonces, y volvió la calma.

Que nunca falte.






"Su llamada es la número 8 esperando a ser atendida por nuestros operadores.
El tiempo estimado de espera es un minit".

In the IMM we spoken spanglish, parece.






Houston, I have a problem. 
Gomecito encontró un nuevo lugar para dormir: el marco de mi ventana del costado. 
El problema es que se trata de un vidrio fijo que ya vino con reja exterior, al que mi viejo le agregó una reja interna. Una vez, producto de un intento de robo de hace como seis años, el vidrio quedó astillado, y ahí el Cele se dio cuenta de que con la genial idea de la doble reja el vidrio se había vuelto virtualmente irremplazable, oh, oh. No hay por dónde sacarlo. Yo le puse un contact como forma de mantenerlo más o menos en forma, pero no deja de ser una solución un tanto precaria (de tal palo tal astilla, en fin...). 
Repito, entonces. Gomecito duerme, se rasca y vive ahí, contra el vidrio a punto de caer. Pero... ¡Es tan dulce, pobre gato viejo tomando sol en mi ventana!
I have a problem. A fat, old and lovely one. OMG.
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