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Los Artísticos

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Los Artísticos

I

_ ¡Profe, decime que el año que viene vas a tomar 6º Artístico!- me llega una orden desde el medio del grupo, mientras escribo en el pizarrón algo sobre Macbeth y las razones para matar o no matar al viejo Duncan. 
Salgo de la Edad Media de inmediato. La voz es de Romina, que ya estuvo conmigo en 4º y en 5º, que no tiene ganas de aprender cómo lidiar con una nueva profesora de Literatura y que se ve que no anda muy concentrada que digamos en el fascinante tema de las luchas por el poder en la Escocia del siglo XI.
_ No sé qué voy a tomar porque no es solo lo que uno decide, es un poco más complicado.
Cosa linda los afectos. Sigo la clase del lunes a primera hora como si nada, pero me cuesta un poco volver a la negrura de la noche y la sangre, porque tengo como un rayito de sol revoloteándome en el alma.

II

Se duermen y vienen a cualquier hora. Siempre están tocando la guitarra o el cajón peruano cuando entro al salón, y en general les cuesta dejarlos. Tienen pelos de colores y a veces lanzan una exclamación porque se les cayó una rasta en el medio de la clase. Dibujan mientras yo hablo. Me invitan a verlos bailar, actuar o tocar en una orquesta. Cuando planteo una propuesta de trabajo se las ingenian para salir con cosas raras. Compiten entre los grupos: que a ellos les pasás películas, que les sacás fotos, que son tus preferidos. A veces tengo a los de un grupo en el salón del otro y me hago unos líos terribles con lo que dimos o no dimos. Cuando termina el año los dejo de ver por el verano; al recomenzar los cursos los veo iguales y distintos, pero yo sigo siendo la misma, o eso creo.

III

Recién voy acercándome al salón y ya escucho la voz de Carolina que me pregunta si hoy vamos a poder tener clase en el patio. Lleva todo el año oyendo que no, que se me va la voz, que hay mucho ruido, que a algunos se les complica para atender, participar o sacar apuntes si estamos sentados en el suelo, pero ella es insistidora, y al final le digo que sí, que salimos por un rato a la última hora. Por estas cosas de los horarios, este año los lunes doy ocho horas de corrido y las dos últimas no tienen recreo en el medio, por lo que los del Artístico 2 siempre me agarran cansada: dos por tres le erro a algún nombre, la letra en el pizarrón me sale peor que de costumbre y la mitad de las veces me olvido de pasar la lista.
Salimos al patio, a un lugar donde haya sol y sombra para que nadie se sienta excluido. Por suerte el liceo estaba tranquilo y silencioso; algunas personas pasaban de vez en cuando y un par nos sacaron fotos, pero en el momento ni ellos ni yo nos dimos cuenta. Les dije si querían arrimar algún banco pero no; todos prefirieron el piso. Analizamos la escena del sonambulismo de Lady Macbeth y no dejaba de ser extraña esa convivencia del crimen, la noche y la culpa con la mañana de sol y los pajaritos del patio. Algunos rasgueaban suavemente un par de guitarras, otro se quedó medio apartado dibujando (como siempre). Cada uno tiene sus maneras de aprender, pienso. Macbeth confirmó a la fuerza que hay profecías engañosas, su mujer necesitó un tiempito para descubrir que no era una psicópata despojada de la posibilidad de la culpa y nosotros aprendimos que un rato de aire libre no está mal, de vez en cuando. De vez en cuando.

Octubre 2017

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Bajamos del 103 al caer la tarde. Ella es altísima y flaquísima, siempre seria, con pinta de tranquila, unos años mayor que yo (quizá cinco, quizá diez, no logro determinarlo). Sé que vive sola, cerca de mi casa, y no mucho más. Nunca habíamos cruzado más que un hola distraído por las calles de la cooperativa, pero hoy nos pusimos a charlar a raíz de una observación casual de su parte: cada vez hay más perros abandonados en este barrio. 
_ Vos te quedaste con uno de los que tuvo aquella pobre que anduvo meses por la cooperativa, ¿no?- me preguntó..
_ No, no: los di todos. Uno a una amiga y el otro a Cristina, tu vecina. 
_ ¡Ah, sí! Ya me acuerdo. 
_ ¡El de mi amiga es fatal!
_ El de Cristina también: rompe, muerde, no para quieto un segundo... ¿Vos no tenés bichos, entonces?
_ No, no. 
_ Yo sí tengo uno, un perro muy viejito: 19 años, tiene. Ya no destroza las cosas, pobre, pero se le ha dado por robarme comida de la mesa,que antes nunca hacía. La otra noche yo me había calentado unos chorizos al vino blanco que habían quedado del mediodía, los puse en el plato, subí al baño y cuando volví solo vi la piolita. Come todo lo que encuentra, husmea por todos lados, pero yo entiendo que son cosas de la edad y casi no lo rezongo. Otro día había dejado un ondil arriba del sillón y se lo comió también. 
(un ondil... ¿qué diablos es un ondil?)
_ Después durmió despatarrado hasta el otro día. Por suerte no le pasó nada más. 
(ah... debe ser un ansiolítico...)
_ Lo que pasa es que yo tengo que tomar medicamentos. El psiquiatra me dice que no los deje. Igual voy a tener que consultar de nuevo en estos días, porque no puedo dormir de dolor. Siento como una plancha de hierro sobre el pecho que no me deja respirar.
_ ¿Angustia?
_ Sí, es eso. Angustia. Una angustia horrible. No puedo más. Bueno, chau, nos vemos. 
_ Chau, que mejores...
Nos separamos bajo las últimas luces del día, y arrancamos cada una para su casa silenciosa. Durante dos cuadras y cinco minutos conversamos como si nos conociéramos de toda la vida, pero entre nosotras no había habido una pared derribada sino una ventana corrediza que se dejó abrir por un ratito, mientras cada una buscaba sus llaves en el bolsillo y se preguntaba cómo iba a ser la noche, que se nos venía encima.

Preverano en Valizas

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Valizas: mediodía. Dejamos atrás La Proa y sus precios astronómicos y nos dirigimos al pueblo a ver qué pinta, pero en octubre no pinta mucho. Terminamos en las monárquicas sillas del Rey de la Milanesa. La mía, de lentejas.
El dueño, cabe señalar, sigue teniendo los ojos verdes más impresionantes del mundo. No mucho más, pero en materia de ojos no le gana nadie. 
_ Hace años no se te veía por aquí- me dice. 
_ Es cierto. Desde que me quedé sin rancho vengo poco- le respondo, y pienso: además no como carne, y si comiera no vendría por tu reinado, pero no digo nada, porque hoy o es el Rey o La Proa, y Diana y yo no vinimos con ganas de pagar 370 por un plato de pescado. 
Un señor muy muy muy gordo nos ofrece rancho. Le decimos que ya tenemos,pero él igual viene hasta nuestra mesa; nos deja su teléfono y un plano de su casa, para otra vez. 
_Yo soy conocido- nos aclara sin que le preguntemos.- Salgo en Tiranos Temblad. Que nada te detenga, esa es mi frase. 
_ Sí, yo te conozco.- le digo. 
Era el Peteca. 
_ ¿Viste que soy famoso?
_ Sí. Te ubico. 
Se va contento, el Peteca. Y nosotras seguimos con las milangas reales.
El pueblo está lleno de gente. La playa parece casi veraniega; hay personas, perros y fósiles por todos lados. Patos negros. Dunas que parecen eternas aunque no lo sean. Ranchos a medio derrumbar.Miles de arañitas corriendo por la arena, y larguísimas telas de araña flotando contra el azul del cielo. Espuma, mucha espuma. Perros buscando alimentadores. Un conocido en la playa con una canasta vendiendo sandwiches integrales, tarta de zanahorias con chocolate, galletas de avena, tentador y delicioso. Pescadores con cañas y redes. Adolescentes en lo alto de la arena. Un flaco se baña al atardecer: cruza el arroyo a nado y después sube corriendo hasta lo alto de la duna; creemos que lo hace solo por presumir. Al costado, una parejita de barbudos hace un castillo de arena. Baja el sol en la tarde de Valizas. Es tiempo de volver al hostel.
En el camino, un amor breve pero intenso con un felino blanco y negro medio petisón, absolutamente querible y llevable, Supongo que tiene dueño; voy a investigar.
A la noche, conocidos en el hostel, en el super, en las calles. Caras que voy de a poco encajando en moldes hace tiempo olvidados. Suena la música en el hostel y en un boliche enfrente: este es un pueblo con solo dos cuadras de acción, y si uno quiere salir esta es LA zona.

De pronto miramos al cielo y ahogamos un grito. Las estrellas se nos vienen encima, y dan ganas de quedarse a la intemperie mirando para arriba, pero igual volvemos a nuestro hogar dulce hogar, donde nos esperan la cerveza, el licor de butiá, las pascualinas y los coquitos del Tío Pato. Y habrá que hacerles los honores.




Domingo de sol en Valizas pre feriado. 
Desayuno (delicioso) en el hostel, donde los perros tienen su propio espectáculo para disfrute de los turistas madrugadores. Cuando llegamos había tres cachorros, que ya fueron regalados. Ahora quedan tres perras adultas (Fabia, Flora, Fiona) y un cachorrito negro de ojos soñadores, que duerme la mayor parte del tiempo en un puff rojo, en el patio. 
Para hoy habíamos previsto ir al Cabo, y como la cosa lleva sus horas bajamos a la playa y cruzamos el arroyo temprano, a eso de las nueve. El botero nos avisó que solo aseguraba el regreso si volvíamos antes de las cinco y media. Después... Bueno, se supone que ellos saben cuánta gente fue y cuánta volvió, y capaz que nos podían esperar, pero su plan era irse cinco y media, y es justo que nos lo avisaran con tiempo. Al parecer el arroyo está bravo estos días, y dos por tres tienen que rescatar gente que arrastran las corrientes del medio. 
El sol estuvo amable pero potente durante toda la mañana, e iniciamos la caminata en medio de una ensenada vacía de humanos y repleta de aves, caracoles y cosas que me pedían a gritos que las llevara a Montevideo. 
El paisaje de las dunas y las orillas resulta impactante, no importa las veces que una lo haya recorrido. No hay foto que lo contenga; hay que estar ahí. 
Entre fotos, fósiles y admiraciones varias de rocas y playas se hizo el mediodía y aún no habíamos encarado la playa del Barco. Yo hacía rato que venía sintiendo una molestia en el pie derecho y la verdad es que a mi tendinitis no le iba a hacer nada bien una marcha de varios kilómetros sobre arena blanda y en pendiente, así que propuse la vuelta por razones etarias. Quiero decir, sanitarias. Y nos volvimos. 
Llegamos de nuevo al pueblo a las dos de la tarde. La Proa, que ayer habíamos abandonado por razones de precios poco valiceros, hoy se nos cruzó en el camino hambriento del regreso, y ahí anclamos. No fue una buena idea: la moza estaba desbordada de gente, había demasiado viento para la terraza abierta frente al mar y los buñuelos de algas estaban encharcados. 
De tarde fui hasta las Malvinas, zona de ranchos caídos, espumas amistosas y caracoles violeta. 
A la vuelta me crucé con Diana y nos fuimos a recorrer el pueblo por la zona del bañado, donde encontramos callejones y pasajes que yo nunca había visto, por una zona tan linda que me dieron ganas de tener un rancho de nuevo en Valizas. 
En cierto momento a mi amiga se le ocurrió ver cómo era un hostel que cruzamos medio se casualidad, y allá fuimos. El dueño resultó ser un cuarentón bastante volado, que nos contó doscientas cosas en diez minutos y reconoció que a los precios los fija según venga la mano con la temporada. 
_ No sé aún las tarifas... Y no acepto reservas. Prefiero mirar a la gente a la cara y ver si la dejo entrar a mi hostel, que es mi casa. Antes aceptaba a cualquiera que me pagara la noche, pero ahora no. Ya no me prostituyo más. 
Dejamos a Mister No Prostituto en su hogar dulce hogar y anduvimos de grandes compras por el pueblo, a saber: una empanada, pasta frola de dulce de leche, tarta de frutas, sandwiche de pan integral, galletitas de avena y canela, cerveza y una tabla de cocina. 
En el hostel, a la vuelta, caímos en las redes de un poderoso hechizo de sueño del cual emergimos cual bellas durmientes unas cuatro horas más tarde. Diana se despertó; yo habría seguido de largo, pero escuché su pregunta de: "¿vamos a ser bichos de nuevo, o nos integramos?" Y sí: había que integrarse. Estuvimos de charla, vino y cerveza hasta la una y pico. Bah, yo no estuve ni de asado ni de vino ni de cerveza: sanita la criatura, y encima vegetariana, pero sociable sí, un poco, de vez en cuando. Linda gente, la del hostel anoche, un rejunte de argentinos y uruguayos, montevideanos y valiceros, nuevos algunos, viejos conocidos, otros. 
Antes de dormir bajamos a la playa a ver si había noctilucas, y había. No fue una noche cargada de luz, pero las olas sí se veían luminosas, y la arena también. Arriba, el cielo estaba mejor que nunca, sin luna ni nubes. Solo la luz del faro del Cabo, con su intermitencia regular como un pulso. El pueblo a las dos ya estaba dormido y silencioso; los agites de octubre suelen ser tempraneros. 
Volvimos al hostel, a reanudar el sueñus interrumptus de la noche. 

La felicidad tiene cara de Valizas.




El domingo de tardecita iba caminando con mi amiga Diana por la calle principal de Valizas cuando vi venir a un flaco en bicicleta y sentí que se me iluminaba el alma. No era un ex ni un futuro ex, era un amigo al que no veía desde hace seis o siete años. Nos saludamos al pasar, charlamos dos minutos, dijimos de vernos más tarde. Yo al rato caí en un sueño de cinco horas y ya no salí del hostel, y quién sabe si él habrá andado en la vuelta. No importa, nada importa: mi amigo es una de esas personas a las que quiero más allá de verlo o no verlo. Cuando voy al pueblo paso por su casa todos los días y nunca llego, porque sé que si se tiene que dar nos vamos a cruzar, y si no queda para la próxima.
Hay pocas personas con las que tengo esa clase de conexión, cuatro o cinco, a lo sumo. Gente a la que dejo de ver por diez años y es como si habláramos a diario. Personas con las que me siento tan a gusto como si las conociera desde hace una eternidad, más allá de si son nuevas o viejas en mi vida, hombres o mujeres, sociables o bichitos. 
Hace unos días pensaba qué rara e inexplicable es la atracción por alguien que nos mueve el piso sin que podamos saber por qué; igual me pasa con algunos de mis amigos: con estos, los eternos episódicos.
Ahora sería bueno que lograra desarrollar una atracción momentánea hacia unos treinta escritos de quinto que me miran en silencio. Ellos saben que la última de las excusas para no encararlos es meterme en una crónica inmotivada y a cuenta de nada (o de casi nada), pero sé que también saben que a continuación los miro, largo un suspiro entre quejoso y resignado, y me entrego. 
Prepárate, Macbeth versión 2DA2: es contigo.

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Hoy de tarde vine en el 103 escuchando de manera inevitable al innombrable de la radio. Una chica había llamado a su programa para algo; por suerte no escuchaba el cien por ciento de lo que se hablaba, pero lo que oí fue suficiente, algo así como: 
_ Y... al final salimos. Yo estaba de pijama y pantuflas. (...) Sí, era nuestra primera salida. Fuimos a lo de la ex, a llevarle la plata del mes para el nene. (...) ¿Sexo? Sí, hubo, y fue horrible. Yo me hice la dormida todo el tiempo y al otro día me hice la estúpida, como que no me acordaba, y no hablamos del tema. (...) Ah, pero el 24 de agosto se portó como un caballero: me trajo una rosa, compró las entradas y alquiló una pieza.

Ahora escucho otro programa de radio (este sí, elegido y no impuesto), donde un señor de mi edad afirma que las dos únicas cosas que le gusta hacer en la vida son comer e ir al fútbol.

Hace poco entrevisté a un muchacho y le pregunté cuál era su sueño, cómo quería verse de aquí a diez años: "igual", me dijo, "trabajando de lo mismo". No estaba trabajando ahí por vocación: fue el primer lugar en que cayó, y ahí se quedó. Quietito. Como un dado.

Las tres situaciones me quedaron dando vuelltas en la cabeza, hasta que me di cuenta de que su común denominador era la sensación de desperdicio vital, de tiempo malgastado, de posibilidades tiradas al tacho de la basura. Por cosas como esas es que decidí dar clases de Literatura, pienso: porque el que estudia tiene sueños, el que lee abre horizontes y el que no piensa pierde. Por eso. Porque si me cae en una clase la pobre gurisa sin autoestima, el señor limitado o el muchacho sin sueños tal vez puedo a través de las palabras ajenas mostrarles que la vida no se acaba en una hamburguesa o un escritorio, y mucho menos en una relación sin ganas y sin palabras. Puedo hacerlo o puedo intentarlo, por lo menos, que ya es algo. Que ya es algo.
Y ahora, con su permiso, voy a intentar hacer una pascualina. 
Buenas noches.

Diciembre 2017

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Hay regalos que te alegran el alma, que te ilusionan, que superan todas tus expectativas,pero también están los otros, ante los cuales no sabés bien cómo reaccionar y solo atinás a disimular un poco para que quien te lo dio no se sienta demasiado defraudado.
Tal es lo que ocurre cuando te despiertan maullando a las tres de la mañana y te hacen salir al patio del fondo bajo la llovizna para mostrarte un pajarito muerto que han cazado para ti, por ejemplo.
Qué he hecho yo para merecer esto, pensás, mientras tirás al pobre bicho para el patio del frente, porque no estás segura de que esté muerto del todo, aunque tiene toda la pinta, pero por las dudas.
La dadora de obsequios se queda olfateando las tablas del sitio donde depositó su ofrenda, y no parece comprender cómo me he hecho cargo del banquete sin invitarla, pero estas no son horas de andar dando explicaciones, y me vuelvo a mi cuarto esperando no ser sorprendida por más presentes, por lo menos en lo que queda de la noche.





Subliminal

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Voy a su encuentro una vez más, como siempre. Como si no pudiera hacer otra cosa. Cuando el alma ordena no queda otra que obedecer. Voy con preguntas, con ganas, con certezas, sabiendo que el ayer y el hoy van a tejer caminos inesperados pero a la vez sabidos desde siempre. Tengo prontos los ojos y la piel, la risa, las palabras. Queda poco, y el camino mismo ya es parte del disfrute. 
Voy a su encuentro una vez más, como siempre, y no veo la hora de llegar, pero a la vez voy tranquila, porque sé que Valizas me espera. Como siempre.




Resoluciones para 2018:

1. Medir las consecuencias de mis actos (no debo mirar a los ojos a los perros vagabundos de la playa, no debo mirar a los ojos a los perros vagabundos de la playa, no debo...).

2. Darle a cada cosa el tiempo que merece (el tiempo para desparramar bien el protector solar, por ejemplo, que ayer me quemé mal en algunos sectores y hoy parezco una campera camuflada).

3. Evitar riesgos inútiles (si voy a buscar fósiles a la duna, me tengo que poner las ojotas).

4. Ahorrar (batería).

5. Averiguar qué alimentos mejoran la memoria (la meta inmediata es llegar a identificar al menos al 70% de las personas que saludo en el pueblo).

6. Huir de los placeres engañosos (los helados de Punto G parecen naturales e inofensivos pero NO SON MIS AMIGOS, debo recordarlo).

7. Meterme al agua de vez en cuando, o disimular como que lo hago, por lo menos (disfrutar exclusivamente de la arena parece ser algo insólito en este mundo, recuerda que debes adaptarte a las costumbres de la especie).

8. Ser agradecida (si no existiera el agujero de ozono, por ejemplo, no habría tiempo para leer).

9. Elevar el nivel de selectividad (quizás, en una de esas, tal vez algunos caracoles tienen derecho a quedarse en la playa).


10. Recordar que (aunque resulte difícil de creer) hay otros mundos más allá de Valizas, y en todos ellos y en todos los años se puede ser feliz. Para transformar todo lo demás existen los gatos, la grapamiel y los amigos. ¡Salud!




Yo antes tenía un sitio de poder; el lugar perfecto para ver, escuchar, pensar y sentir era una pequeña duna en el frente de mi rancho. En cierto momento el viento y el mar se pusieron a jugar con mi duna, me la desarmaron en millones de granitos de arena y los esparcieron por todo Valizas. Ahora soy el mar, soy la arena, soy el sol, soy el viento. Vuelo entre las rocas y persigo delfines alrededor de las islas. El agua fría me abraza los pies y la enormidad del cielo se me mete ojos adentro y más allá. No tengo límites, soy el universo entero y puedo acostarme a descansar en el filo transparente de un grano de arena de la playa. Ya no existe mi sitio de poder en el rancho: ahora tengo el espacio infinito y el

presente sin bordes. Creo que hice un buen cambio.




Termina el año y yo llorando como una naba por la playa de Valizas. El viento me da en la cara y tira mis lágrimas sobre la arena, gotitas de agua dulce que anhelan conocer el mar. Igual sé el camino de memoria, es solo que me gustaría poder captar mejor lo que piso o lo que dejo pasar, pero no. Veo todo a medias. Camino y lloro, camino y lloro con el ojo izquierdo, mientras observo las olas y los posibles hallazgos con el derecho, que es el ojo en el que no me puse protector solar.





Fin de año bizarro en Valizas. Llueve a baldes. Ya cenamos, ya corrimos media cuadra hasta la casa, ya vimos unos fuegos artificiales increíbles que se nos venían encima (una porquería, pero...). Ahora nos tiramos los tres en el entrepiso, porque hasta la una (o hasta que pare el agua) de la casa sin goteras nooo... no nos moverán!En el hostel de al lado está arrancando el baile de blanco, al que estamos invitados. Pinta muy electro, uno de mis amigos me pregunta si traje ácido , mientras el otro recibe y escucha a volumen alto audios interminables y tristísimos de alguien que está internado y dice “cuando estoy mal me cuesta comunicarme”, pero no parece, porque habla, habla, habla de su enfermedad, da detalles, no termina más. Al final se despide diciendo “feliz año”, y dos de los tres habitantes del entrepiso no aguantamos más y largamos la carcajada. 
No, nunca dije que fuéramos buena gente. 

Al lado se empezó a calentar el ambiente. La música suena como si estuviera dentro de mi cerebro. Me gusta. No sé si me gusta para romper la noche o para dormirme con ella, pero me gusta. Uno de mis amigos lleva el ritmo con la patita y tiembla todo el entrepiso. Creo que ya va siendo tiempo de activarnos. 




Típico: se te viene encima zumbando cual acorazado valicero, se enreda en tu blusa, en tu pelo, hasta que le das un manotazo que hace reír a los chicos lindos de un auto que pasaba, te lo sacás de encima y lo tirás a la calle. Êl se queda pataleando cual Gregorio Samsa en el despertar de la mañana después de una noche de sueño intranquilo. Caminás unos metros. Te entra la duda. Das vuelta. Sigue ahí, patas arriba. Buscás un palito para enderezarlo: se hace el muerto. Al fin se da cuenta de que querés ayudarlo, que no le guardás rencor por el susto y el ridículo de recién. Acomoda sus alas y se aleja volando despacito bajo el sol del mediodía.




Yo no sé de cierto si cada familia tiene sus propias supersticiones de Año Nuevo; lo que si sé es que en la mía se dice que hay que tener cuidado con lo que uno haga el primer día del año, porque eso va a marcar la tónica para los siguientes 364. El recuerdo me viene en la primera hora del martes, mientras descanso en una de las cuchetas de la habitación 14 del hostel, y no puedo menos que pensar que de salir veraz la superstición me voy a pasar 2018 oscilando entre bailes de blanco y agites oscuros como la noche de la calle principal. Viviré caminando por la playa, seguiré cuerdas de tambores y tomaré muchos cafés con leche comprados en panadería. Voy a averiguar todo el año precios de ranchos por si saco el 5 de oro, a almorzar en Doña Bella y a consumir Ricarditos caseros del Tío Pato. También pasaré comprando sacos de lana multicolores y cremas naturales (la de coca y clavo de olor que me vendieron para la tendinitis tiene un olor tan rico que no sé si pasármela en el pie o usarla como realzador de comidas). Lo peor es que, de ser cierto lo que se dice en mi familia, todas y cada una de las noches de 2018 voy a intentar trepar infructuosamente a la cucheta de arriba una vez, dos, tres veces, hasta terminar en un ataque de risa silenciosa. Voy a tener que ensayar lo de la cucheta. ¡Ánimo! ¡Yo puedo!


Este va a ser un largo año.




Todo mal con estas vacaciones, todo mal. Demasiado sol, para empezar. Ni un solo día de lluvia o de frío para poder quedarse metido en el hostel. Los fósiles que encontré son enormes y pesados, una cantidad; yo no sé cómo me los voy a llevar a Montevideo. ¿Y dónde están las peleas de borrachos por la noche, o los cuerpos que amanecen al lado de la calle tapados de polvo? Todo tranquilo, amable, limpio... Esto no es Valizas. La batería del celular se me pasa agotando, de tanto bicho no humano que veo y filmo por la playa. Todo mal. El desayuno delicioso del hostel me va a engordar, y los jugos frutales que hacen enfrente me obligan a pasar cruzando la calle. Además hay demasiada cosa para hacer, una tiene que estar todo el tiempo sintiendo que deja algo de lado. Especialmente por la noche. ¿Dónde quedó mi Valizas de un solo baile y sin recitales? ¿Por qué ahora todos vienen a tocar a la calle principal? Ya ni autos pasan por la Aladino Veiga, porque al caer el sol se transforma en peatonal. Mi pueblo ya no es el mismo. Todo mal.




Eran las cuatro y cuarto en el hostel: tiempo de ir activando la tarde de playa. En verdad ya estaba casi pronta, solo me faltaba pasar por el baño. Me puse de espaldas a la puerta y comencé a deslizarme por la cucheta con mucho cuidado de no despertar a la mujer que duerme en la cama de abajo, una cincuentona muy amorosa que hace masajes en el patio del hostel. Lento... lento... ahora la patita derecha en la parrilla de la cama... un centímetro más y... 
Me caí de la cucheta. 
No recuerdo cómo fue, debo tener amnesia post traumática. Solo sé que un segundo después aterricé sentada, no en la cama de la masajista (que de todos modos ya se había levantado y no estaba en la habitación), sino en la de al lado, haciendo saltar a una mujer que dormía feliz y sin esperar que de golpe le cayera una rubia encima. La mujer quedó medio preocupada y me preguntó como ocho veces si no me había lastimado. Yo demoré en contestarle pero cuando terminé de reírme le aseguré que no, que no me había hecho nada, al menos en el cuerpo. De la autoestima mejor no hablemos, por ahora. 
Salí de la habitación 14 meditando sobre lo sucedido. Había subestimado al enemigo, trágico error que no debe repetirse. Las precauciones para no volver a ser emboscada deben ser las máximas hasta pasado mañana, en que me voy del hostel y vuelvo a mi casa con camas de un solo piso. 

Por suerte no hubo daños mayores, excepto que en la caída se me aflojó el tornillo de la caravana, a la que terminé teniendo que rescatar de las profundidades del agua del water. La lavé bien y le puse alcohol en gel antes de volver a ponérmela; las dos chicas trans que estaban conmigo en el baño me dijeron que con eso bastaría, yo les creí, y aquí estoy, en la ventosa tarde de playa de Valizas. Derrotada en la batalla con la cucheta pero vencedora en el enfrentamiento al agua del water. Yo creo que por hoy puedo decir que me quedo en tablas. Mañana será otro día.




Cae la tarde en Valizas. Mi amigo Danilo y yo tomamos un café frente al hostel, y a mí se me van los ojos hacia un parroquiano bello y pensativo. 
_ Me encantaría conocerlo. -digo. 

_ ¿Y por qué no vas hacia él y hacés como que te caés?- propone mi amigo- Total, ya estuviste practicando hoy de tarde...




Me despierto en el hostel a las. cinco de la mañana. Todo el mundo duerme a mi alrededor, algunos roncan, y el boliche de la esquina sigue a todo trapo bajo el sol que se asoma. No me animo a bajarme de la cucheta tan temprano por si me caigo encima de alguien, así que saco el teléfono de debajo de mi almohada y entro a mirar el inicio de fb. 
Alguien cuelga la noticia de una chica de 16 años asesinada. Otra. Pienso que tal vez pueda ser algo viejo o de otro país, como si con haberla sufrido una vez antes o con suponerla alejada de mi casa se pudiera mitigar el horror. Me meto a El País a buscar información, pero no encuentro. Quizás en Mujeres de negro digan algo, se me ocurre. Voy a buscar la página, a la tercera letra que escribo me salta esto, y entonces entiendo todo. 
Una cosa. Somos un objeto, punto. 
No para todos, lo sé, no para todos. Y la atracción sexual y el instinto y lo que quieran, pero instinto tenemos todos, y sin embargo cuando en el buscador pongo “hom”, además de “hombres desnudos”, me aparecen home design, homini studio y un tal homero techera. En esta sociedad los hombres serán o no cuerpos tentadores, pero también son personas. 
Las personas se respetan. Los objetos no. 

¿Hasta cuándo?





Esto es así: primero te vas de caminata a las Malvinas con la excusa de los fósiles y los caracoles. No sabés cómo, pero terminás instalada en lo alto del lugar donde suponés que alguna vez estuvo tu rancho. Pasan personas, gaviotas, un jinete. Entre la arena hay casas escondidas, una cancha de volley, un gazebo de madera y varios bancos para mirar, escuchar, oler y dejarse seducir por el mar. De repente, un perro. Viene, ve, vence. Se va. Te mirás la pulserita con el logo del hostel y te entra un gustito agridulce en los ojos y en el alma. La playa está llena de personas, el sol va bajando y el aire refresca, como siempre. Ya va siendo hora de pegar la vuelta.




Ayer (no sé a qué hora) me dormí escuchando como si estuviera en el dormitorio a una banda cuyo cantante con voz rasposa gritaba una canción de inolvidable estribillo:
_ Cada verano pienso que voy a verte...
¡Pero llega el invierno y no te veo nunca más!
Hoy, 7.30 de la mañana, algunos en la plazoleta siguen cantando con guitarras, no en onda suave sino con nivel de volumen propio de recital de estadio. Sin amplificación en este caso, pero con gritos y aplausos de los fans. Yo no sé si el cantante es el mismo que por la noche o si no será que todos tienen voz de lija por estos lados. 

No, no me estoy quejando: yo duermo igual en medio de un toque (y ya lo he hecho). Solo aviso: si van a venir a Valizas y tienen problemas de sueño miren muy bien dónde se quedan, o cómprense unos tapones para los oídos. 

Enero 2018

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Lunes, más o menos 5 de la tarde. Mi amigo Danilo y y caminábamos por la rambla del Buceo pensando ir a tomar un cafecito a alguno de los paradores que estuviera abierto. Ruido de moto despacito a mis espaldas. "Me roban", pensé, y dicho y hecho. Me dieron un tirón a la carterita, intenté peleárselas (de puro instinto) pero se rompió (o cortaron) la correa, y se fueron con ella. Eran dos, flacos, jóvenes, creo que con casco. Ni mi amigo ni yo proferimos ni medio grito, y seguimos caminando como si nada, comentando el suceso. 
No me lastimaron, salvo que el dedo meñique de la mano izquierda se me quemó un poco por el cinchón. En la cartera había un recibo de alquiler que acababa de pagar, la tarjeta del transporte (con poca carga, voy a ver si llamo ahora y la anulo) y un monedero con unos 100 en moneditas, o menos. El celular, las llaves, la cédula, la plata y la tarjeta de débito iban en mis bolsillos de la pollera. Casi me dio lástima que los dos muchachos se pusieran en peligro por tan poca cosa. :) Ojalá que no miren los papelitos sueltos de la cartera, pensé, así no se enteran que hacía 20 minutos acababa de girar un montón de plata a mi amiga de USA, que me había comprado pasajes y reservado hoteles para cuando vaya a visitarla en unos meses. Ojalá no se enteren que en un bolsillo de la mini llevaba el iphone 6 que hace un par de días se salvó de las olas y ahora escapaba del robo como por arte de magia. Pobres motochorros. Llevarse una carterita vacía solo para tirarla por ahí en la vuelta, porque ni correa para colgarla tiene. 
Mi amigo y yo continuamos caminando, mirando hacia la playa y los tachos de basura, pero no vimos la famosa carterita. Yo revisé incluso por arriba un par de contenedores, y nada. Volvimos al barrio y nos metimos en el bar de al lado de la cooperativa, donde un par de cortados y una torta Rogel pronto nos dieron la dulzura necesaria para afrontar el resto de la tarde gris y accidentada.


Ps: obvio que no les tengo lástima, ni se molesten en comentarlo, porque es solo una broma de mi parte. Si no se le pone humor a estas cosas terminan por agrietarnos el alma. Yo iba en plena tarde, rodeada de gente, con un hombre al lado, con la carterita cruzada y no llevaba nada (o casi nada) en ella. Más cuidado que eso... E igual. Es decir, que no existe zona de seguridad que valga. Precauciones, sí, siempre. Denuncia también, aunque la verdad que ir hasta Malvín para declarar por una cartera vacía robada por dos tipos que ni siquiera vimos, no daba. Ajo y agua, y a no dejar que esto nos amargue, les parece? En este caso la cosa salió bien, no hay heridos, no hay casi pérdidas, ni siquiera hubo susto. Quizás eso último es lo más preocupante.





Elizabeth Litton es una artista sudafricana que vive en Canadá. Hace 4 años inició un proyecto que ella llama "guerrilla art movement", que consiste en esparcir pequeños San Antonios de porcelana (mariquitas, le dicen otros, ladybugs is in english) por el mundo. Ella los envía en paquetes de 10 (gratis, of course) y la consigna es pegarlos en sitios visibles y públicos, o al menos muy visitados. Entre sus planes está reunir las fotografías que la gente le envía de sus sanantoñitos y realizar con ellas una exposición colectiva. 
Esta es mi pequeña contribución a su proyecto: desde este verano un pequeño San Antonio acompaña la vida de los humanos en Valizas. 




Domingo gris, fresco, disfrutable. Dejo de obedecer a la criatura gris que reclama atún TODO EL TIEMPO y miro por un segundo hacia atrás. 
La semana pasada marcó un antes y un después en mi vida, por muchos motivos, y todos (o casi todos) tienen que ver con lo literario. Empecé con el jurguito de "El diablo tiene gusto a sal" porque mientras estaba esperando que saliera el Rutas en Tres Cruces iba leyendo la novela de Burel en Instagram y debo decir que un poco me decepcionó. "No parece muy preparada", pensé, ¿será que la está planeando sobre la marcha?". Supongo que no era así, y no soy quién para decirlo, pero el caso es que en esos 6 minutos que demoró en salir el ómnibus decidí que estaría bueno crear una ficción para ir desarrollando en tiempo real en este mundo de facebook en el que soy TAN activa. :) Es decir, que le copié la idea, solo que la arranqué sin tener la menor planificación previa (y así salió). 
Como experimento literario y vivencial la idea resultó de lo más divertida, y creo que fui aprendiendo algunas cosas sobre la marcha. Obvio que el producto es cualquiera, y por eso ya desde el principio pensé que tendría que pedirle disculpas a mis lectores, que quizás esperaban algo armadito, cerrado, redondo. Voy a reescribirlo, de todos modos, y lo dejaré entero, por si gustan darle una mirada. Cuando lo intente de nuevo (y sé que voy a hacerlo) prometo haberlo planeado con anticipación, porque lo primero que aprendí es que no se puede disfrutar de la playa, el pueblo y los amigos y a la vez escribir 100 capítulos de un texto coherente, y mucho menos valioso. Entretenido, sí, quizás, puede ser, no lo sé. 
Lo que me ha estado pasando desde que arranqué el primer post el martes pasado hasta ayer de noche es que muchas personas (bah: 5 o 6)se comunicaron conmigo por mensajes de todo tipo preguntándome si era verdad lo de las amenazas, aconsejándome cómo actuar o dándome datos de la historia de la casa (sí, de la historia de verdad: lo que menos pensé es que iba a terminar sabiendo más cosas de Osvaldo Cruz con este jueguito, pero sucedió). La imagen que acompaña esta publicación, por ejemplo, me llegó de una amiga que vive en otro continente, que sabe perfectamente que esto es ficción pero se ve que tiene cierta veta de detective, encontró algo que podría ilustrar la historia y me lo mandó. <3
Muchísimo de lo que escribí es ficción, muchísimo de lo que escribí es absolutamente la verdad. No voy a empezar a aclarar si hubo un hombre de ojos celestes, si se me mojó el celular con una ola o si me voy a comprar un rancho en Valizas. Quizás sí, quizás no. 
Eso es todo.








Acaba de subir al COPSA un muchacho que estaba sin camis y en la vereda se puso algo: una bata de hospital. Tiene una herida en el pecho. ¿Se habrá fugado? Muuuy raro...




Ayer, en Punta del Diablo, estuvimos charlando con Mariela y Luis (los anfitriones de la cabaña en la que estuve) de las visitas a nuestros hogares por parte de mormones y Testigos de Jehová. Parece que dichas congregaciones no suelen alejarse mucho de sus iglesias madre, porque a mí siempre me visitan los Testigos (que tengo a unas 4 cuadras) y a ellos los mormones de la vuelta. 
Hoy me tocan timbre a las nueve de la mañana: eran los mormones,por primera vez en la vida.
¿Será que son como las publicidades de facebook, que te aparecen cuando comentás algo de un tema? "Hemos visto que utilizaste la palabra "mormón" en las últimas 24 horas, tenemos un mensaje y un libro para ti..."

Big Brother is watching you. Servicio las 24 horas, también en la costa rochense.




La mujer tiene 45 años y es la tercera vez que la veo. Conversamos durante una hora, durante la cual mi máxima intervención quizá llega a ser de unas 3 o 4 palabras de corrido. Me cuenta de su vida, sus amores, la infancia, las múltiples cirugías que ha pasado por temas de salud, su relación con el ex marido de insaciable apetito sexual, la búsqueda infructuosa de un hermano adoptivo que es travesti y que quizás viva en Buenos Aires aunque ella en el fondo de su corazón siente que ya ha muerto, las veces que se le inundó el apartamento, el amigovio que vive en la Playa Pascual, los boliches after hours de la Ciudad Vieja que abren de 5 a 17 horas donde hay un pool, donde se baila y se fuma, donde cada cual hace su vida y define su noche en función de su deseo y no de la luminosidad del
mundo exterior.
La mujer habla, habla, habla, y no es que esté sola, porque su hijo viene a charlar de vez en cuando y a ella no parecen faltarle amigos: todo el tiempo le van llegando mensajes de texto, audios y fotos de hombres fornidos (que me muestra). Es una persona fuerte, o eso parece. Y habla. Cuenta cosas interesantes, me abre un panorama de la realidad al que difícilmente puedo acceder conversando con otros. 
La mujer es como una ventana abierta a la casa del vecino: una mira, escucha, hace acopio de historias y se dice por dentro que ni en pedo se mete en un boliche a la mañana, al mediodía o a la tarde. Luego una sale al inclemente calor de la vereda, larga un suspiro de significado incierto y se dirige con paso cansino y sudoroso a la parada del 103.




“Flaca... no me clavesh losh puñalesh por la eshpalda...”

Bienvenidos a las crónicas de bus 2018, por ahora sin mucho texto, pero con ambientación audiovisual. Agradezcan si no se escucha bien el tema, y tengan en cuenta que no los estoy exponiendo a los silbidos supuestamente melódicos del final. Tómenlo como un regalo de Reyes un poquito atrasado. De nada.




7 de enero: el día en que la gata aprendió a entrar por la ventana del piso de arriba. El silencio acaba de poblarse de maullidos, e ipso facto se iniciaron las acciones de conquista de nuevos espacios.

El 7 de enero será recordado en este hogar como el Día de las Invasiones Múltiples.

EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL (Versión 1, incompleta)

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EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL






1
Martes, 7.06.
El coche 3 de Rutas del Sol con destino al Chuy acaba de romper con uno de los axiomas que muy suelta de cuerpo suelo repetir sin la más mínima base sólida: las salidas desde 3 Cruces siempre son extremadamente puntuales. 
Por lo menos viajo sola, y acabo de garronear una ventanilla que sé que no me corresponde. Mi principal esperanza de aquí a la salida de Montevideo es que el supuesto ocupante del asiento 24 haya desistido del viaje, o que se conforme con el pasillo cuando me vea con cara de ya instalada y de aquí noooo... no me moverán. 😎

Y hablando de moverse. ¡Salimos!




2
Martes, 9.02. 
Viajar tiene algo de hipnótico. Uno va viendo la sucesión de árboles, de nubes, de carteles que pasan a velocidad que imposibilita la lectura, y es como que la mente empieza a vibrar en una frecuencia diferente. 
Capaz que entre eso y cierta somnolencia matinal que no llega a convertirse en un dormir hecho y derecho es que se me ocurrió una idea espectacular: ¿por qué no hacer una novela sobre el cadáver enterrado de la casa de mi abuela? 
El tema ha estado desde siempre en mi cabeza; un poco sería una historia que ya tengo a medio escribir, eso en sí mismo no es novedoso. Lo que se me ocurrió ahora tiene que ver con una charla de ayer con mi amiga Carla, que es escribana. Ella me estaba contando los trámites que tengo que hacer para comprarme el rancho en Valizas (a propósito, no sé si les dije, pero voy a comprarme un rancho en Valizas), y en una mencionó que hay que sacar un papel en el que constan todos los dueños que ha tenido el bien inmueble. Es decir que a través de los papeles de compra o venta de una casa uno puede tener los nombres asociados con toda la historia de la vivienda... ¿Entienden? ¡Puedo llegar al dueño original, el que le vendió la casa a mi abuela y supuestamente enterró antes a su mujer en el sótano de Osvaldo Cruz! Claro, esto implica rastrear los papeles, pero entre mi vieja y mis cuatro tías alguna los debe tener, y ¿qué mejor enganche para mi novela que meterle nombres y datos reales?
El Coche 3 de Rutas del Sol sigue a velocidad constante por la ruta 9. Voy a ver si pienso un poco más en este tema y después trato de dormir, que la playa me espera y ayer me acosté muy tarde. 
¡Me encanta la idea de hacer una novela!

Ya contaré detalles. No sean ansiosos.




3
Martes, 9.47. 
Pensé que dormir un poco estaría bueno, pero esta idea de la novela me tiene absolutamente despierta. Acabo de hablar con mi vieja por el asunto de la casa de mi abuela: ella no tiene los papeles, pero me dio el teléfono de la escribana con la que hicieron la venta de la casa. 
Hace unos meses estuve en un seminario de novela policial en el CCE con... con un escritor uruguayo de cuyo nombre no puedo acordarme. Mi memoria anda cada vez peor; me compré una tintura de Ginko en Valizas, pero a veces me olvido de tomarla.  😱 En todo caso, él decía que le gustaría escribir una novela sobre algunos de los casos no aclarados en Uruguay (el de Lola, por ejemplo), y que el libro fuera un insumo más en la investigación del crimen. ¿Quién te dice que no termine aclarándose de una vez por todas el misterio de la casa de mi abuela? Quizás la chica que el dueño mató (según pensamos) pueda entonces por fin descansar en paz, y dejar de aparecerse a las personas de la casa de Osvaldo Cruz. Quizá. No sé.
Por ahora necesito lápiz y papel para ir armando la idea, porque en el teléfono no me va a dar la batería, y además está bueno ver la cosa desplegada en su totalidad. Van a ser 100 capítulos, eso ya lo definí. Me gustaría que fuera un viaje como el de Dante, pero al revés: del Paraíso al Infierno... No sé si me va a dar la capacidad o el interés, pero al menos lo voy a ir pensando. 

Ya tengo pronto el papel de los bizcochos, pero me falta la lapicera. Por ahora.




4
Martes, 10.18. 
“END POLLO NOW”, acabo de leer en un cartel del Rutas, y pensé que se refería a los pollos con hormonas de las avícolas, pero cuando le saqué la foto vi que en realidad hablaba de la polio. 😱

Nota mental: oculista ya, apenas vuelva a Montevideo. 👓

Nota mental 2: el cartel me hizo acordar a un personaje de fines del siglo XIX: el General Pollo, el que construyó la famosa Casa del Águila en la calle Celiar, en mi barrio. Parece que el tal Pollo (pese a su nombre, que parece sacado de un cuentito infantil) era un sanguinario, y debajo de la mansión tenía varios calabozos donde encadenar y torturar a sus enemigos políticos. La casa tiene mil historias de fantasmas; yo intenté entrar una vez pero las puertas y las ventanas están tapiadas, así que solo la vi de afuera. 


Nota mental 3: estoy pesada con las historias de fantasmas y de crímenes en este viaje, voy a ver si me dejo de escribir y me dedico solo a disfrutar (aunque es posible que escribir y disfrutar resulten ser una misma cosa, al fin y al cabo).




5
Martes, 11.09. 
¡Red alert! ¡Acabo de recibir una amenaza por mensaje privado!
¿Será que a alguien le molesta mi intención de revolver la vieja historia de fantasmas de la casa de mis abuelos?
¿Será que soy TAN BUENA investigando que voy a dar con el asesino a más de medio siglo de cometido el crimen?
¿O será que es una broma de mi amigo Mandan, que es quien maneja la cuenta de Roberto Elsu Pervisor junto conmigo y con otros diez o veinte profes y ex alumnos del viejo y querido liceo 30?
Ya casi me había olvidado de este viejito. Roberto Elsu Pervisor fue un invento que hicimos a principios de siglo: su misión era velar por la pureza del idioma y corregir con amabilidad los horrores ortográficos que a veces aparecían en los comentarios del facebook oficial del liceo. Es un superhéroe del castellano, y por eso su símbolo es una “Ñ”. 
No deja de ser gracioso esto de recibir una “amenaza” del facebook de don Roberto, que siempre fue un tipo dulce y bondadoso, aunque un poquitito chapado a la antigua. 
Sigo mi viaje hacia Punta del Diablo. 
Ya me comí dos ojitos. 
No sé por dónde vamos, pero todavía no se ven las palmeras. 
#ViajeEterno

🙂




6
Martes, 11.18. 
¿Esto es la terminal de Punta del Diablo?

Evidentemente las cosas han cambiado un poquito desde la última vez que vine... hace como ocho años. 🙂




7
Martes, 12.19. 
Si aparece ahora alguien y me dice que estoy en un pueblo nuevo llamado Villa Mar o algo por el estilo, le creo. Esto no es Punta del Diablo, es el triple de grande de lo que yo recordaba, la terminal en las afueras, los bares, los millones de hostels... Aún no puedo conectarlo con mi memoria de 2010, pero ya iré hilando y ordenando imágenes, supongo. 
Mi amiga Matilde (la que me invitó) está pasando unos días con su familia; hoy es el cumpleaños de su marido, así que he caído justo justo para el festejo. Por ahora los demás están en la playa (él, la hija y una amiga de la muchacha), así que solo las he visto a ella y a Kira, uno de mis amores perrunos de hace muchos años. 
En este momento Matilde acaba de bajar a la playa un ratito hasta las doce y media. Kira y yo disfrutamos del aire fresco de la terraza, mientras pienso que esto es vida. Un clishé, pero no hay otra manera de decirlo, salvo que le agregue signos de exclamación: ¡Esto es vida!
Solo me preocupa un poco que mi amigo Mandan (a quien le mandé un mensaje para preguntarle) asegura que él no tuvo nada que ver con la “amenaza” de hace un rato, pero supongo que debe estar bromeando.
Entrecierro los ojos: se escucha el ruido del mar, mezclado con los sonidos del viento, los autos y las músicas lejanas.


¡Esto es vida!




8
Martes, 14.05. 
A las dos de la tarde Punta del Diablo cae en una especie de letargo siesteril: todo se aquieta, pasan menos autos y la gente camina a paso lento e insolado. 
En el almacén Lo de Sandra, sin embargo, las dos de la tarde es la hora apropiada para las multitudes. Las dos cajas de adentro y las dos del puesto de fruta y verdura no dan abasto para atender gente, reponer productos y asegurarse de que nadie entre sin haber dejado previamente las mochilas y bolsos en el locker de la entrada. 
Precisamente en eso estaba, hace un ratito, cuando me sentí observada y tuve que darme vuelta. Parece que los humanos tenemos vestigios del instinto que en otras épocas nos permitía sobrevivir a los predadores acechantes: si se nos mira fijamente, lo notamos. Y eso acaba de pasarme. Junto a la ventana del costado, al lado de una de las cajas del puesto, un par de ojos celestes me estaban evaluando con expresión interesada, o eso pensé en una primera instancia. Caramba, caramba. Punta del Diablo acaba de ganar 200 puntos, punto más, punto menos. 
Iba ya saliendo con los mandados cuando volví a verlo. Él estaba en la esquina, parado al rayo del sol y tapado por el polvo de la calle barrida por el viento. Por un momento me pareció que me estaba vigilando: apenas asomé por la puerta del almacén comenzó a caminar hacia la playa y continuó, sin darse vuelta, hasta que me aburrí de mirarlo y volví a la casa con mi amiga y su familia. 
Emilio, el cumpleañero, acaba de asomarse a la terraza y proponer el menú para el almuerzo:
_ Bueno, el plato del día consiste en una falsa paella, que podría llamarse risotto de mar o tal vez simplemente guiso recalentado. 

Recalentado pero con camarones... Esto huele muy muy bien. Habrá que hacerle los honores. Con su permiso.




9
Martes, 16.25. 
A ver, queridos: basta de bromas, puede ser? Que primero un amigo me manda un emoji de fantasma, después otra me toma el pelo por wsp y ahora recibo un llamado que si no fuera porque sé que no es en serio me hubiera asustado, y mucho.

Fue después de la sobremesa, mientras estábamos todos en la terraza charlando de los viejos pobladores de Valizas, del camioncito de Gastambide y de cómo era el pueblo en los ochentas, cuando los valiceros eran pocos y se conocían entre todos nada más con verse las caras una vez por año. Mi amiga Matilde contaba de cuando se quedó en el camping del Beco y se levantaba cada mañana a las 7 para limpiar un baño que supuestamente ya había sido higienizado, todos nos reíamos de imaginarla tan joven y tan prolija en ese universo de hippies puro paz, amor y poco jabón. 
En eso me vibró el teléfono que había dejado cargándose en el alargue del patio. Atendí. 
_ Mira, Mariela, todo bien con tu jueguito de las redes, pero si no lo cortas hoy mismo te vas a tener que meter el celular en...

Corté. No lo pensé ni medio segundo, nunca lo hago. Las pocas veces que alguien me ha hablado mal por teléfono sé que automáticamente la cosa termina igual. Primero corto y luego pienso. Podría haberle preguntado quién era, a qué se refería, qué le importaba lo que yo escriba par entretenerme en estos cuatro días de mi vuelta a Punta del Diablo, pero no. Solo corté, y aquí estoy, pensando que si es una broma de alguno de mis amigos está bien, pero no la repitan, ¿quieren? No la repitan. 

Mi amiga Matilde está hace rato tratando de hacer una crema doble para la torta de cumpleaños de Emilio; una vez que termine nos vamos a ir a caminar un rato por la playa. La tarde está soleada pero ventosa, yo ni siquiera me he puesto las ojotas, todavía. 

Sigo dándole vueltas a esa llamada en mi cabeza. La voz era de un hombre. Quizá no un muchacho, pero tampoco un viejo. Un hombre. ¿Pero a qué hombre le puede importar tres pitos lo que yo pueda llegar a contar de un crimen cometido hace como sesenta años? Era un hombre y hablaba de tú. ¿Sería alguien de Rocha? ¿A quién conozco yo en Rocha?


Miro hacia el horizonte: el mar siempre está verde en Punta del Diablo. Es tiempo de hacerle una visita.




10
Martes, 19.41. 
La caminata por la Viuda fue un tour de force. Primero, contra el viento: nunca hubiera imaginado que existiría una playa más ventosa que Valizas, pero hoy confirmé que sí, la hay. Segundo, contra mis recuerdos. ¿Dónde están los ranchos de madera, el estacionamiento, la cañada, los caminos que solía hacer y no puedo ubicar ni siquiera vagamente en este pueblo nuevo al que he venido a parar hoy?

En cierto momento me pareció ver al hombre de los ojos celestes en la playa; fue apenas un instante. Cuando traté de fijar los ojos y enfocar su imagen, él ya se había ido. Lo volví a ver al regreso hacia el rancho, de todos modos, pero también fue algo fugaz: me di vuelta sin motivo alguno en una esquina y ahí estaba, a pocos metros de Matilde y yo, que veníamos charlando de ranchos y de paisajes. Enseguida dobló hacia el monte, y dejamos de verlo. El hombre de los ojos celestes tiene más o menos mi edad, es flaco, canoso, hermoso e inquietante. Me gusta. Pero a la vez... No sé. 

Por suerte no he recibido más llamados ni mensajes raros. Debió ser solo mi imaginación. 


Cae la tarde en medio de un viento furioso en Punta del Diablo. Recién me vine hasta la Rivero, como de visita, solo a decirle que estoy de vuelta y que mañana pasaré a saludarla. Ha refrescado como treinta grados; estoy helada. Vuelvo al rancho caminando tranquila por calles que desconozco, rumbo al cumpleaños de Emilio y a su fabulosa torta de cumpleaños hecha con todo amor por la rubia Matilde. Hace un rato él pidió que la adornáramos con una escena de Game of Thrones, pero ya se le aclaró que no va a poder ser. Debe estar deliciosa; igual que el cafecito que me pienso hacer cuando llegue a la cabaña.




11
Martes, 21.25. 
Está a punto de empezar el festejo por el cumpleaños de Emilio. Unos amigos vienen entrando al pueblo, en viaje desde La Paloma, otros en cualquier momento van a cruzar desde la cabaña de enfrente. Momento de calma dentro de la casa, mientras afuera sopla rabiosamente el viento. 

Me dejo aflojar sobre una de las camas del entrepiso mientras pienso en la novela y cuál será la mejor forma de encararla. ¿Lo haré de manera ordenada, exponiendo todas las teorías, documentos y entrevistas como si se tratara de una investigación policial, o quizá resultará mejor hacer la historia novelada, agregándole diálogos y descripciones de personajes salidos estrictamente de mi imaginación? 


Intenso estrés en las cabañas Oasis, como ven. La torta parece estar deliciosa; lástima que no pueda invitarlos. Ustedes comprenderán. 🎂




12
Martes, 21.53. 

El inicio del cumpleaños se ha visto ligeramente diferido mientras los vecinos de enfrente tratan de solucionar un pequeño inconveniente doméstico: el hombre se quedó encerrado en el baño. El cumpleañero y su amigo recién llegado de La Paloma van al rescate; durante un buen rato los vemos conferenciar con el prisionero a través de la ventanita pequeña del baño, hasta que escuchamos gritos y aplausos y comprendemos que el auto-rehén acaba de ser liberado.




13
Martes,22.36. 
La danza de la luz y la sombra ha comenzado en Punta del Diablo. Arrancó justo en el momento en que le estaba contando la historia de la casa de mi abuela a Washington y a Gerardo (amigos de Emilio). Ambos conocen el barrio, lo cual es sumamente raro y facilita el devenir de la historia. Después vino el cuento de la Casa del Aguila y el General Pollo; estaba mostrándoles fotos de lo que queda de ella cuando se cortó la luz por primera vez. Oscuridad total. Algunos gritos. Alguien afirma haber visto un fogonazo para el lado de la Rivero. Vuelve la luz. Se va otra vez. Y así cuatro o cinco idas y vueltas, hasta que la oscuridad se instala por completo. 

Fermina (la hija menor de Matilde) está hace rato preparando una ensalada para ella y su amiga; al momento en que se corta la luz no dice una palabra ni se inmuta, y continúa pelando un pepino con un cuchillo enorme y filoso.


Los demás nos instalamos en la terraza, algunos con cervezas, otros con agua, a conversar con los amigos y disfrutar de la noche estrellada.




14
Martes, 23.03.
Para las noches de viento extremo, no se complique: manteles con pulpos, el ultimo grito de la moda en Devil’s Point.


Matilde: inteligencia. 🙂




15
Martes, 23.32.
Hace media hora que la luz parece haber vuelto con cierto nivel de estabilidad. En la terraza maravillosa los humanos charlamos y comemos chivitos con y sin carne, mientras el único canino de la familia solicita cascaritas de queso a todos los comensales con quienes establece contacto visual.

Lejos han quedado las historias de fantasmas y de asesinatos impunes, así como lejos parecen haber quedado las amenazas en serio o en broma y las miradas controladoras de parte de algunos pobladores de ojos claros y pasos oscuros.

Se respira la paz y la felicidad en el cumpleaños de Emilio. El mundo sonríe y descansa tranquilo.


Por ahora.




16
Miércoles, 00.20. 
Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz... Que los cumplas, Emilio, que los cumplas feliz!

Un poco pasada la hora, un poco imposible prender las velas y un poco deliciosísima la torta.


Mañana será otro día.




17
Miércoles, 02.20. 
El entrepiso me pertenece por completo, al menos en tanto Fermina y Nicole continúen viviendo la noche de Punta del Diablo (es decir, por unas horas más). Junto a la escalera vigila la fiel Kira. El cumpleaños acaba de terminar, un par de horas pasadas de la fecha a celebrar.Cuando voy a buscar en el teléfono una foto del entrepiso para ilustrar lo anterior algo raro llama mi atención:una imagen negra, la última, de hace cinco minutos. ¿Cuándo saqué yo una foto totalmente negra? ¿Qué estaría pensando? ¿Enfoqué al cielo estrellado? ¿O fue un error y la cámara se disparó por su cuenta?


Es hora de dormir, me repito, es hora de dormirse de una vez, Mariela, o mañana te vas a perder la mejor hora de la playa. 




18
Miércoles, 8.56. 
Despierto relativamente temprano, y lo primero que me viene a la cabeza es algo que ocurrió ayer de noche, en el cumpleaños de Emilio, mientras estábamos terminando la torta deliciosa en la Terraza del Viento Huracanado. Las chiquilinas ya se habían ido (ni probaron la torta porque el merengue tenía huevo y las dos son veganas), Emilio estaba en una escena de mutua adoración con Kira mientras le sacaba del pelaje los abrojos de la jornada, y Matilde en la cocina buscaba tazas para el cafecito post calorías de la noche.
_ ¡No puedo creer que en este rancho somos nueve personas y haya tres además de mí que conozcan mi barrio!- había comentado yo. 
_ Sí.- respondió de inmediato Washington. Pura casualidad.
Entonces lo vi, o creí verlo: Gerardo y Vilma intercambiaron una mirada fugaz. Una mirada que tenía algo de alerta, no sé, fue algo raro. La charla continuó por los carriles habituales, y la sensación de extrañeza se me fue esfumando. Quizás eran solo cosas mías. Volví a concentrarme en lo que se hablaba. 
_ Yo cuando era adolescente pasaba muy seguido cerca de tu casa- estaba diciéndome Washington- porque era amigo de un muchacho que vivía en Osvaldo Cruz, al lado de la Bozzolo.
_ ¿La Bozzolo? ¿Qué es eso?- intervino Matilde, que seguía en la cocina pero tenía buen oído.
_ Era una vieja fábrica de baldosas- aclaró Gerardo.- Ya no funciona como tal, el edificio está abandonado y en peligro de derrumbe. La gente del barrio trata de evitar esa vereda porque...
_ ¿Vos conociste la casa de mis abuelos?- interrumpí, mirando a Washington. Gerardo lanzó un resoplido mínimo, casi inaudible. Evidentemente no le gusta que lo interrumpan, lo cual es lógico, pero había algo más en la molestia, algo que no pudo disimular. Algo como una impotencia. No sé bien. Se quedó mirando el horizonte, y por unos minutos no participó de la conversación. Vilma, mientras tanto, abandonó el celular en el que escribe casi de continuo, y se sumó a nuestro grupo. 
_ Ubico perfectamente la casa- estaba diciendo Washington- pero nunca estuve adentro. Todos en el barrio sabíamos de la Mujer de Blanco que aparecía por las noches, y por más que entre nosotros nos burlábamos de las historias de los viejos, si una cosa te puedo asegurar es que ni locos nos metíamos en esa casa asombrada.
_ Ah... ¿O sea que el barrio conocía los cuentos de mi familia?- pregunté, sorprendida.
_ Claro. - respondió- Esas cosas siempre se saben. Además había uno de mis amigos, el Guiño, el que estaba casado con tu tía Esther, que nos venía cada mañana con las novedades de la noche anterior. Que la Mujer de Blanco había cruzado por el dormitorio de las gurisas, que Cathy se había caído corriendo hacia el cuarto de los viejos, que otra vez salían llamas de fuego por la ventana de la cocina y cuando llegaban no había nada... Cada día pasaba algo nuevo en esa casa. 
_ Historias de botijas- acotó Vilma.- Cuando uno es adolescente siempre le fascinan los cuentos de aparecidos.
_ Puede ser que fueran solo cuentos-respondió Washington- Pero que en esa casa hay algo, es seguro. Ya cuando vivía ahí el finado Cosme...
_ ¿Quién?- lo corté.
_ Cosme, el viejo Cosme, el que le vendió la casa a tus abuelos. Era un viejito divino, me acuerdo que siempre nos regalaba uvas del parral del fondo. Murió hace como ocho años.
_ ¡Conociste al dueño anterior!
_ ¿Y cómo no lo voy a conocer, si yo era amigo del sobrino? Alberto Suárez, ¿te acordás de Alberto, Gerardo? Vos también lo conociste. 
_¿Alberto? No... Estoy un poco olvidado.
_ ¡Uy, qué tarde que se nos hizo!- dijo Vilma mirando el reloj en el celular. Estoy muerta de sueño. ¿Si nos vamos?
Y se fueron. Se fueron de repente, en medio de la sobremesa, como apurados. Aquello me sonó a un escape, pero ¿de qué diablos se iban a escapar dos personas maduras que simplemente participaban en una conversación sobre historias mínimas del siglo pasado?

No volvimos a tocar el tema en el resto de la noche. Igual no era algo urgente; me guardé el nombre del tal Alberto en la memoria (para eso no necesitaba el Ginko Biloba, que de todos modos me lo había olvidado en la mesita de luz de Montevideo), y decidí que a la primera oportunidad en estos días tenía que agarrar a Washington y preguntarle sobre el tema.




19
Miércoles, 9.08. 

Punta del Diablo amaneció gris y lloviznosa. Día ideal para sacarle datos a... Eeeh... Día ideal para charlar con los amigos. 😎




20
Miércoles, 9.27. 
Soy una boluda. Me levanto antes que todos y me preparo un desayuno frugal y saludable (no, las Sensación no son para mí... son para Kira). En eso veo al de los ojos celestes mirándome desde la callecita del costado, a la izquierda, pego un respingo y tiro media taza de té sobre la mesa. Lo dicho. (Tintura de algo para ser menos torpe por la vida, ¿alguien puede recomendar?)

😱




21
Miércoles, 9.35. 
Emilio es el primero de la familia en levantarse (si exceptuamos a Kira). Me ve desayunando en la terraza y me dice:
- ¿No querés un pedacito de torta?
Y ahí me di cuenta de que me había olvidado del postre delicioso de Matilde. Evidentemente la situación es más grave aún en mi cerebro, al punto que quizás no haya Ginko Biloba que pueda con ella. 

Y ahora, con su permiso, voy a encarar la parte dulce del desayuno. Y que siga lloviznando, si quiere. De la terraza con la torta no, no me moverán. 🎵




22
Miércoles, 10.30. 
En la vereda de enfrente Vilma y Cecilia conversan animadamente. Cecilia nunca ha estado en mi barrio y mo sabe nada de la casa de mis abuelos, pero Vilma... Voy a tener que buscar un pretexto para visitar la casa de enfrente, porque Vilma y Gerardo planean volver a La Paloma esta misma tarde. 

La mañana sigue gris en Punta del Diablo. Hay gente que ya está bajando a la playa, pero la llovizna no deja de caer, y en este rancho ya está apareciendo la palabra mágica de los días lluviosos en Rocha: la palabra “Chuy”.




23
Miércoles, 10.50. 

Tiempo de idolatrar a Kira, la perra que se derrite. ❤️




24
Miércoles, 11.15. 
Kira no deja de controlar a los de enfrente. 

Mmmh...




25
Miércoles, 11.20. 

Y, no. ¿Cómo vas a entrar sin remera al almacén? ¿No ves que no da el espacio? 😕




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Miércoles, 13.43.
La cosecha de la mañana ha sido magra, aunque no del todo desdeñable. En el camino me crucé con los cuatro amigos que vinieron ayer por el cumpleaños de Emilio, pero no estaba con ánimo de interpretar miradas o de estableces suposiciones, así que seguí caminando. 


Del hombre de los ojos celestes, cabe acotar, hoy mo he tenido ni noticias




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Miércoles, 14.12.
Estábamos empezando a preparar una ensalada para el mediodía cuando vimos que no había huevos, y me ofrecí a cruzar hasta el almacén de enfrente a buscarlos. (¿Ojos claros? ¿Que la primera vez que vi al de los ojos celestes fue en Lo de Sandra? No sé de qué me hablan.)

Es muy lindo ir a Lo de Sandra, porque uno no tiene que pensar nada: ellos se han ocupado de poner algún que otro simpático cartelito para que sepamos qué NO debemos hacer, dónde y cuándo, y por qué.


A la vuelta mi amiga me contó que los de enfrente propusieron un almuerzo en el pueblo, pero como ya es muy tarde y tenemos hambre hemos decidido no acompañarlos esta vez. Me quedaré con algunas dudas, hasta que me los vuelva a cruzar y les pregunte medio a lo bobo qué saben del viejo Cosme y de su sobrino Alberto. Inumet pronostica lluvias para esta tarde, tal vez pase a saludarlos con la excusa de devolver los tres huevos que nos prestaron ayer para el merengue del postre; esa puede ser la ocasión perfecta.




28
Miércoles, 16.38.
Hace un rato que estoy instalada en el promontorio delantero, esperando que pase la hora peligrosa del sol, que llueva o que los vecinos de enfrente vuelvan de almorzar, lo que llegue primero. 
Hace un rato Emilio abrió una nueva ventana de inquietud (¡como si hiciera falta otra!), y lo hizo en la sobremesa, poniendo su mejor cara de póker. 
_ Yo tengo algo para aportar a tu historia, sin ánimo de interferir con la investigación... 
Matilde y yo lo miramos con expresión interrogativa, pero nada dijimos.
_ Veo que nunca te preguntaste por qué Washington se había encerrado en el baño. 
Nos miramos con mi amiga y largamos la carcajada.
_ ¡Porque se le trancó la llave, obvio!
_ ¿Qué llave? La gente no cierra el baño con llave...
_ Cierto.
_ Y eso fue un rato después que Vilma y Gerardo llegaran para el cumpleaños. Qué oportuno, ¿no? Como si alguien no quisiera que muestro amigo de enfrente revelara algo que ni él mismo comprendía... Como si la idea fuese dejarlo afuera de la fiesta para que no hablara contigo y no diera ningún nombre. ¿Cosme, no? 
_ Sí. Cosme Suárez, al menos si su apellido es el mismo del sobrino, cosa de la que no estoy muy segura. Lo busqué en facebook ayer antes de acostarme, y nada. 
_ De repente hay cosas que no se tienen que preguntar en las redes. 
_Puede ser. Pero acá la internet anda mal, casi no me logro conectar.
_ El internet. 
_ La.
_ El. 
Matilde se incorporó en la silla y miró hacia la calle.
_ Mirá, Emilio, ahí llegaron Vilma y Gerardo del almuerzo, ¿vamos a despedirlos? 
_ Vamos.

_ Ah, no, no hace falta. Ellos vienen.




29
Miércoles, 18.03.

Hace media hora que el camión de la Barométrica limpia el pozo del hostel de enfrente, mientras nosotros tomamos café y charlamos en la terraza. Hoy sopla menos fuerte el viento, ideal para que el olorcillo del camión nos llegue en toda si intensidad. Iupi.




30
Miércoles, 19.28. 
Ta, listo: me mandé otra cagada mas. Nada grave, pero fue de puro despistada, y en verdad no fue una, sino que hubo dos metidas de pata de mi parte.
La primera fue aceptar una solicitud de amistad de un desconocido. En mi defensa debo aducir que yo solo quise abrir su perfil para tratar de indagar quién era, si teníamos amigos comunes, si el suyo era un muro con una historia de vida y no uno falso, de esos de puro levante o baboseo. Pero le erré a las teclas, y le di aceptar. Bueh, un error menor, pensé, ahora lo dejo como amigo, no es nada grave. 
Ahí me llegó su mensaje. No era uno de esos “Fulano y tú ahora están conectados por Facebook”, sino uno personal, y bastante directo: “No te dije ayer que te dejaras de pavadas?”. 
Y lo eliminé. Lo eliminé sin pensar, igual que con la llamada que corté a lo loco. Ahora no me acuerdo ni del nombre ni del apellido. La foto creo que era de un hombre de unos cincuenta, de pelo negro y porte adusto, pero no podría asegurar nada. 
Quizás el mensaje era equivocado. Quizás fue una broma. Quizás no. 

La luz del día huye a toda velocidad en Punta del Diablo; estoy en la zona rocosa donde está el Artigas espantoso. Me voy a volver al rancho a prepararme un té. No sé por qué, pero de repente me acaba de correr un escalofrío por la espalda. Tengo la piel erizada, y no es por el viento.




31
Miércoles, 21.13
Hace un rato me fui sola a caminar por el pueblo; fue cuando recibí el mensaje que les contaba hace un rato. Lo que me faltó decirles fue que salí de la casa con un objetivo mucho más preciso que una simple caminata vespertina: iba a buscar a Gerardo. Por única vez sabía que lo podía encontrar solo, porque Vilma se había quedado en la terraza charlando con Matilde y Emilio. Algo me decía que Gerardo solo es una presa más fácil para extraer algo de información del tema de mi interés, de manera que salí en su busca, con el pretexto de tirar la basura y darme una vueltita por el centro del pueblo. Pero no lo encontré. 
Estaba yo comprando una caipirinha a unos chicos sobre la playa cuando los vi pasar a él y a Vilma, en el auto. Él había retornado antes de lo previsto a la cabaña de mis amigos, y ambos ya se iban de vuelta a su casa en La Paloma; la suya era una posibilidad de información que se me acababa de esfumar cual nube de polvo de cualquier calle de este pueblo. 
Saludaron con una sonrisa al cruzarme, y quizás de verdad se iban porque así lo habían dispuesto desde antes de venir, pero a mí me pareció percibir un destello de alivio en sus miradas, aunque tal vez haya sido solo un producto de mi imaginación.

Todo es posible en este pueblo y en esta imaginación. 🤔




32
Miércoles, 21.23.

Algo raro pasa en este pueblo, no me lo nieguen. ¿Por qué si no iba a haber dos supermercados uno al lado del otro sobre la calle principal, uno El Vasco y otro El Vasquito? 😳






33
Miércoles, 23.59.
Kira se llenó de abrojos, yo descubrí un lugar en el que venden cuadraditos de dulce de leche y Matilde me llevó a conocer el Shopping de la Rivero, que es espectacular y con ropa divina y a buen precio.
El miércoles termina complicado; habrá que esforzarse mañana para solucionar tantos desafíos. 

Que descansen. Saludos desde la terraza a puro viento de la playa y cumbia del hostel de enfrente.




34
Jueves, 7.33.
El día amaneció increíble. Me acabo de levantar; ya hay movimiento en el rancho. Kira vino a saludarme con paso algo vacilante: creemos que algo le pasa en una patita, que apoya con mucho cuidado. Ayer entre Matilde y yo le hicimos de coiffeur de emergencia, porque se había llenado de abrojos chiquitos. Mi amiga con una tijera le sacó las matas de pelo de la cola y el costado, mientras que yo le iba desenredando los del pecho, que eran menos. Problemas de las de pelo largo, pensé, recordando todas las veces que los gurises de la escuela 55 (“los” gurises, siempre eran los varones) nos enredaban abrojos en el pelo a las nenas, especialmente a las de buena conducta, candidatas ideales a terminar llorando desconsoladas ante la estrecha e inmediata relación que se establece entre pelo y abrojo. Kira no llora pero nos deja hacer con estoicismo, aunque Matilde dice que simplemente está chocha de que nos dediquemos a mimarla. 
El otro ser vivo despierto a esta hora es Fermina, que vino de bailar poco antes del amanecer y ya no se acostó. Hace un momento acaba de salir hacia la playa. 
El día parece increíble, repito. Demasiado bello como para no desayunar y bajar ya mismo. Ayer había pensado levantarme con las primeras luces y salir de fotos por el pueblo, pero para eso ya es un poco tarde. Ahora solo me queda desayunar (tratando de evitar los cudraditos de dulce de leche que compré en un ataque de locura) y salir. ☕️


(Querer dar envidia... ¿Yo???)




35
Jueves, 8.46.
Hace un ratito estábamos desayunando en la terraza cuando vimos una situación insólita frente a Lo de Sandra: 5 empleados municipales estaban vaciando a mano el contenedor de la basura. Qué raro, pensamos, se habrá roto el camión. El otro contenedor de la zona, el que usamos, hace rato que perdió su tapa, de manera que quizás también a este habrá que vaciarlo a mano. 
Ahora voy caminando rumbo a la Viuda. Me cruzo con el camión que levanta los contenedores: los mismos empleados iban en él; dos de ellos se quedaban un poco rezagados para echarles líquido (supongo que desinfectante) una vez que eran vaciados. Cuando paso al lado suyo se levanta más fuerte el viento y me bañan las piernas con una lluvia desinfectante. No piden disculpas pero me miran con sonrisa amable. 

Sigo el camino hacia la Viuda, segura al menos de una cosa: esta vez no voy a tener problema alguno con los mosquitos. Ni con hormigas. Ni con arañitas de la arena. Ni con insecto alguno. Ni con un homo sapiens sapiens de la variedad ojocelestensis, suspiro, mientras abandono la sombra de la panadería, guardo en el bolsillo el celular y reanudo el camino.




36
Jueves, 9.19. 
Me meto entre los ranchos buscando la salida a la playa. Hasta eso está cambiado desde la última vez que había venido, en 2010. La cañada corre por otro lado y hay una duna donde antes se veía una calle.
De pronto alguien se materializa a mi costado: Washington. Venía sin aliento, debe haberme estado siguiendo. Uno no escucha pasos ni corridas en Punta del Diablo, porque la arena y el ruido del mar siempre se lo impiden. Es el sitio perfecto para un crimen silencioso.

En todo caso, Washington no venía a cometer un crimen sino a hablar de uno, cosa que hizo en una suerte de monólogo, interrumpido solo a veces para tomar un poco del aire que a ojos vistas le venía faltando.
_ Escuchá: te voy a decir todo lo que sé ahora, porque Cecilia no quiere que hable de asuntos de muerte y yo no le quiero arruinar las vacaciones. El que le vendió la casa a tus abuelos fue Cosme Suárez, el tío de Alberto. No sé mucho de él (era de la generación de mis viejos), pero me acuerdo que había nacido en el 30’ porque todos en el barrio le decían Centenario, y a él eso le molestaba mucho. Era un soltero empedernido, pero cuando cumplió 33 lo obligaron a casarse con Rosario, una gurisa muy dulce y con cierta dificultad en una pierna, que había venido a trabajar como empleada con cama en la casa de los Bozzolo. Parece que la piba tenía 16, y para cuando se casaron la panza ya era imposible de disimular. Eran otros tiempos, vos sabés. El tal Cosme se fue a vivir a Buenos Aires poco antes de venderle la casa a tus abuelos (que tuvieron que tratar con la madre), y después no supimos más de él. Se fue sin Rosario, en todo caso, porque en el barco en que viajaba iba también mi primo el Bocha, que se fue charlando con él todo el camino. Y ta, eso es lo que sé. Gerardo capaz que sabe algo más, pero no va a hablar, porque la madre se Vilma era prima de la vieja de Alberto. Cosas de familia, ya sabés... Los trapos sucios se lavan en casa , decían cuando yo era chico. Y me voy, que le dije a Cecilia que tenía antojo de bizcochos y tengo que llevar algunos para disimular. ¡Suerte!- me dijo.
Se dio media vuelta y arrancó a caminar, pero antes de rodear uno de los ranchos se detuvo, volteó a mirarme y agregó: 

_ Cuidate




37
Jueves, 9.45
Iba yo de lo más tranquila por la Viuda. El objetivo, ya lo he dicho, era llegar a la punta y cruzar hacia el otro lado, donde Cecilia y Washington ya me dijeron que hay una playa no muy linda, llena de resaca y de cosas que trae la marea.
_ Me interesa- dije enseguida- Capaz que hay algo que pueda juntar. 
_ Mmmh... No creo- aclaró Cecilia- Más bien hay basura, plásticos, cosas de origen humano. 
_ Bueno, si encuentro una boya de vidrio de origen humano no me voy a quejar...
Y si encuentro otro tipo de suciedades humanas, como las huellas de un antiguo crimen tampoco me voy a quejar, pensé, pero no dije nada.

El sol estaba picante pese a lo temprano de la hora. Ya iba dejando atrás a las multitudes amontonadas, y ahora solo había una sombrilla cada veinte metros. De una se esas sombrillas, precisamente, salió rumbo al agua él. 
Él. 

Decidí (por pura casualidad) detenerme para ponerme protector solar; caminé hasta la arena seca y dejé la pequeña mochila que uso siempre encima de las ojotas, por si la arena estaba húmeda. 
Blue Eyes caminaba en ese momento casi directo hacia mí. Estaba a cinco metros de distancia y ya levantaba hacia los míos sus enormes ojos celestes cuando de reojo vi una mancha blanca que se me acercaba rastrera. Una ola. Una idiota ola de esas que avanzan lento y sin ruido se dirigía con paso furtivo hacia mis cosas. Era imperioso ocuparse de eso, los ojos celestes podrían esperar. 
Mi reacción fue rápida y certera, de manera que pude rescatar la mochila antes de que la espuma del mar la alcanzara. ¡Bien ahí! 

Lástima que el iphone me había quedado abajo de la mochila, sobre las ojotas. Lo miré con desesperación: ya era demasiado tarde. La ola lo había arrastrado unos centímetros, meciéndolo dulcemente entre la sal y la espuma de la Viuda.




38
Jueves, 9.47
Saqué el teléfono de la ola y miré a Blue Eyes a ver si me podía servir de ayuda, pero no: el muy tonto ya se estaba metiendo al agua, como si no captara que el universo entero acababa de desmoronarse con un golpe de espuma. Creí percibir cierta alegría en su paso; no lo puedo asegurar, pero juraría que mientras avanzaba entre las olas Ojos Celestes Insolidario se estaba riendo feliz de cara al sol.
Levanté la vista a la sombrilla más cercana: una pareja de edad madura observaba en silencio mi pequeña odisea playeril. Me acerqué. 
_Hola. ¿Tienen un poco de agua? Se me acaba de mojar el teléfono, y sé que el agua de mar es lo peor...

Enseguida me dieron agua, y luego una toalla para secarlo. Les agradecí la desinteresada amabilidad y comencé el retorno hacia el pueblo. Que Ojos Celestes se quede con sus olas verdes traicioneras. Yo me iba a buscar arroz al rancho.




39
Jueves, 9.55
Cuando llegué a las escaleras de madera (unas muy panorámicas que hay al principio de la playa) intenté prender el teléfono, y nada. Traté de abrirlo pero eso no es cosa fácil con los Iphone; hay que usar un alfiler, que por supuesto en el momento no tenía. 
Caminé hasta la casa. Iba muy nerviosa, le erré de camino e hice como seis cuadras de más, hasta que paré en Lo de Sandra a comprar arroz para meter el teléfono. 

Por suerte iba con remera.




40
Jueves, 10.21
El arroz estaba haciendo su mejor esfuerzo. Traté de prender el iphone y casi salto de alegría cuando vi algo que aparecía en la pantalla. Era la hora. Muy borrosa, apenas visible, pero ahí estaba. 
Lo dejé reposando y me fui a la Rivero, donde Matilda y Emilio habían dicho que iban a estar. Iba en silencio, pero cantando por dentro.
¡El iphone se salva, el iphone se salva, la la la! 

🎵





41
Jueves, 11.30. 
Ni bien bajé a la playa un tumulto afanoso de mujeres amontonadas llamó mi atención. Matilde me contó que era el puesto se ropa de la playa. El señor (un flaco cuarentón muy vendedor y charlatán) instaló montañas de ropa encima de unos pareos que formaban como una “u” sobre la arena, recorrió la playa voceando su mercadería con un parlante y se sentó a esperar. Las mujeres fueron cayendo, cayendo, y para cuando llegué yo ya había unas treinta revolviendo, preguntando precios y probándose ropa. 
¿Quién es una para desobedecer los mandatos de la especie?, me pregunto. 

Y allá fui.




42
Jueves, 12.10
Mensaje de Matilde: “Cecilia y Washington nos invitan a almorzar a las dos; van a hacer moqueca”. 

No idea de qué es moqueca, pero desde el Milagro Iphone de esta mañana estoy dispuesta a probar cualquier cosa, e incluso a terminar la caipirinha de ayer, que era demasiado grande y terminé dejando la mitad en la heladera.




43
Jueves, 13.27.
¿Qué sucede si juntás un tajito en la mini de jean y una hamaca para subirse a la cual hay que separar las piernas?

Pasa que escuchás un “trrrrj”, mirás para abajo y te das cuenta de que la cosa no tiene remedio. Eso pasa.




44
Jueves, 13.39.
No carga. El celular no carga. Queda un 22% de batería y el accidentado se niega a recibir alimento, hasta que lo desenchufo, soplo amorosamente la entrada del cargador (por si hubiera quedado algún granito de arena), pruebo de nuevo y él vibra un poquito y comienza a recibir oxígeno, digo, electricidad. 

🤗




45
Jueves, 13.55.

Tenemos nuevos habitantes en la cabaña. Matilde anda con un dedo que le arde después de descolgar la ropa; pensamos en un bicho peludo (que ya hemos visto en la vuelta), pero yo creo que ella un poco empieza a desconfiar de las inocentes avispas del techo del patio. Trataré de convencerla de su inocencia, pero no prometo nada.




46
Jueves, 14.35.
Cecilia y Washington son Master Chefs. 

Iupi.




47
Jueves, 17.14.
Acabamos de tener un almuerzo con los vecinos de enfrente, un almuerzo nivel gourmet, con paisaje de mar y monte, con música de Gilberto Gil y con suave vientito para acompañar.

Resulta que si Washington no es mi pariente debe ser de pura casualidad, porque no solo nació en Melo y vivió a una cuadra de mi casa actual sino que además es Rodríguez, ¡y también Barreto!!! Yo creo que nos parecemos, además. A partir de hoy voy a suponer que es descendiente de ese hermano número 13 del que poco se habla en mi familia, el hijo de la Tobinha. Él aduce tener otros padres, pero no sé, no sé.

Cecilia nos hizo un moqueque al mejor estilo bahiano, una comida con arroz, pescado, camarones, leche de coco y aceite de dendé, comida en la que mi frágil vegetarianismo tambaleó y fue derrotado una vez más. El almuerzo vino acompañado de caipirinha deliciosa, refrescante e impulsadora de charlas y revelaciones.

Por ahora prefiero no decir nada de lo que hablé con mi seudo nuevo primo; tengo que pensar algunas cositas antes de poder divulgarlas. Hoy es mi penúltimo día aquí, no me queda mucho tiempo para estas investigaciones. Claro que los anfitriones son de Montevideo, pero es sabido que uno siempre habla más y se censura menos cuando contempla el mar a lo lejos y la caipirinha a lo cerca.

Tiempo de descanso en la cabaña Oasis número 4. En una hora sale excursión a la playa post Viuda.


Esta vez el celular va a ir en una bolsita ziploc, por las dudas.




48
Jueves, 17.40. 

Preparando la caminata hasta la Post Viuda. Llevo bolsas vacías (por si veo algo) y oídos atentos (por si algo escucho). 😎




49
Jueves, 21.08.
Al final salió la caminata por la playa de la Viuda. AGOTADORA, la caminata. Emilio anda con un tobillo torcido y no quiso ir, así que fuimos los otros cuatro: Cecilia, Matilde, Washington y yo. 
Por suerte la arena estaba bastante dura y con poca pendiente. Ni un caracol, cero fósiles, nada de troncos traídos por el mar. Ni piedras. Solo mejillones y conchilla. 
Al llegar a la punta de rocas frente a la casa de la viuda vimos el camino que se abre hacia la derecha, y lo tomamos. La de la viuda es una mansión enorme y bastante linda, pintada de amarillo y rodeada por un arenal lleno de uñas de gato (una buena planta para la fijación de la arena) y caracoles de tierra color beige (vivos) o blancos (muertos). 

El camino es de arena suelta y se extiende por un par de cuadras, más o menos. Ya un poco antes de salir a la otra playa se empieza a ver un paisaje muy peculiar: decenas, centenares de botellas de plástico amontonadas sobre el pasto del costado. Solo botellas, pero muchísimas. 


Y de la playa cuento en un rato, porque nos vamos a cenar. Hasta luego.




50
Jueves, 21.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 

Ya contaré detalles.




51
Jueves, 22.17.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 

Presentación auditiva.



52
Jueves, 23. 11. 
Peces y panes. 

Papina de Palma. Segunda parte de su actuación. Presenta una canción y se la dedica “a todos los que trabajan en Paces y Penes”, oh, my. Al final repite la dedicatoria: “se la dedico a... a todos los que trabajan en este local”. 🙂




53
Jueves, 23,38.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 
Final del show.

“¿Qué pesa más: mi certeza o esperar?”




54
Viernes, 00.42
Vuelvo a la historia de la playa. “Playa de Santa María”, decía una pintada en la roca más alta. Es una larguísima extensión de arena que llega sin interrupciones hasta La Esmeralda, según me han dicho. 

El paisaje es impresionante, y más al atardecer, cuando fuimos nosotros. A lo lejos se veían dos personas solitarias, lejos una de la otra. Suponemos que eran pescadores. El mar es tan limpio como en Punta del Diablo, las rocas son bellísimas y la arena blanca y suave. 

El problema es la basura. Una basura muy extraña, compuesta por tapitas de botellas y otros elementos pequeños de plástico, más algo de ramas, unos cuantos troncos y algunos pedazos de cuerdas. Nada de nylon, vidrio, latas o basura orgánica. Nada de cucharetas, huesos ni caracoles. Algo no nos cerró con esa playa. O fue en su momento basurero de Punta del Diablo o... No sé, pero algo (repito) no me cierra. 

Volvimos al pueblo ya con la caída de la tarde casi noche, y al llegar a la escalera de acceso a la Viuda hicimos una parada técnica, porque tres de los cuatro estábamos sin aliento. 


Mañana me propongo volver a la Viuda, a mirar con mayor detenimiento ciertas zonas de cucharetas que hoy pasé medio rápido. El problema es que además planeo ir a la Rivero antes de que se llene de gente, llegar a Playa Grande e ir al shopping del barrio, pero 19.30 sale mi bus y aún no aprendí como triplicar la densidad de mis horas, aunque ciertamente lo estoy intentando.




55
Viernes, 7.09
Acabo de despertar de un sueño en el que participaba de una cena semi familiar multitudinaria, tanto que había como diez mesas largas todas en paralelo, llenas de gente de la cual solo conocía a la mitad. Yo (quizá de casualidad) me había sentado enfrente a Peluffo y estaba charlando con él. Simpático, Peluffo, un tipo sencillo. No recuerdo quién lo había invitado.
En eso mi tío Valmar me pidió que fuera a pedirle a Clotilde un par de cuchillos a la casa de al lado. Difícil encontrar a Clotilde; recorrí toda la casa (absolutamente llena de personas) hasta que la vi. El problema es que la tal Clotilde (que a todo esto no es de mi familia, era una señora veterana de pelo corto que yo creo que trabaja en el CES) resultó ser medio Diógenes: tenía pila de cuchillos y vasos, pero todos rajados, o el mango por un lado y el filo por otro. Al final hallé dos cuchillitos y me los iba a llevar, pero me dijo que esperara, que los lavaba antes de dármelos. 
Me fui a esperarla a la vereda de enfrente, pasaron diez minutos y nada. ¿Cómo iba a perderme la cena con Peluffo por los idiotas cuchillos de la lenta Clotilde, que parecía no vivir en este mundo sino en uno que iba a distinta velocidad? Terminé entrando en la casa y robándome los cuchillos, que ella aún no empezaba a lavar. 
En la zona cena las cosas seguían como cuando me fui: aun no habían servido nada, y todos tenían hambre. El nivel de ruidos entre las charlas de cientos de personas y la música alta era bastante complejo para poder tener una charla con Peluffo, pero eso no me importaba. Yo estaba feliz, más allá de su presencia, y extrañamente no me había puesto ni un poquito nerviosa.
Dejé los cuchillos en una fuente que llevaba la Jacque (o sea, la directora del IAVA) y me senté. Charlé algo con él, pero me distraje cuando uno de los adolescentes del costado se puso a cantar una canción muy muy dulce. Lo miré: no lo podía creer.
_ ¡Yo escuché esa misma canción ayer en Punta del Diablo!
Y ahí me desperté.

Se ve que la mañana temprano en Punta del Diablo es más importante que el sueño con Peluffo, y por eso mi inconsciente me mandó una señal para que me fuera de fotos temprano. Y acá voy.




56
Viernes, 07.58
Una amiga de estas redes me apura para que escriba la novela, y me dice “¡animate, animate!”.
Yo sigo caminando hacia el rancho con mi bolsa de bizcochos calentitos. A ellos sí que me animo, al menos en Punta del Diablo. Y que haga dieta algún cobarde. 

😬




57
Viernes, 09.15.
Punta del Diablo se está desmoronando. Al igual que algunos secretos familiares que tarde o temprano tienen que salir a la luz, acá también las estructuras que sustentan al pueblo están siendo lentamente devoradas por el devenir del tiempo, y probablemente algún día terminen por caerse. 

Mientras tanto todos caminamos, charlamos, reímos y sacamos fotos haciendo de cuenta que nada está sucediendo y que todo ha de seguir siendo feliz, colorido y veraniego para siempre.




58
Viernes, 09.

En este monte vive un gato salvaje. Es gris, flaco, joven, y no le gusta que le saquen fotos.




59
Viernes, 09.20

Señor, señora: este es el portón de la casa, ¿vio? Es decir, es la salida. No lo olvide, por favor, es muy importante: portón, salida, playa. La playa está para el lado del mar, en la vereda de enfrente. Gracias por su amable atención.




60
Viernes, 09.25.
Desayuno en la cabaña Tocco-Giménez: el melón es el objetivo; las tostadas y los bizcochos solo están para disimular. Caminamos más de 8000 pasos ayer, es tiempo de reponer calorías. Digo, energías. 

😳




61
Viernes, 09.47.
¿Se acuerdan de Buscando a Wally? 
Este juego se llama Buscando al benteveo, y acabo de estar cinco minutos mirando las ramas y escuchándolo cantar hasta que lo vi. 
Juegos matinales en Punta del Diablo: ¡complejidad, exigencia, desafío! Bueno, más o menos. 


Arrancó la ultima caminata hacia la Viuda por este viaje. Cielo semi azul, poco viento, calor intenso y proyecto de caracoles pequeños que no sé si se van a dejar ver por el momento. Ya verán fotos (o no).




62
Viernes, 10.08.
Acabo de sacarme remera y minifalda con efecto rasgado cada vez más revelador. En la arena. A 15 metros de cualquier intento traicionero de reconquistar a mi iphone de nuevo y llevárselo al upsite down. 
Mariela: inteligencia.
O ensayo y error. No termino de definirlo. 

😎




63
Viernes, 10.39.
¿Viste cuando estás en las alturas y escuchás el mar y el viento es amable y el sol a veces se nubla y el paisaje es increíble por los cuatro costados y no sabés si seguir caminando o quedarte a vivir ahí para siempre? 

Bueno, eso.




64
Viernes, 11.03.
La casa de la Viuda está mucho más cerca de Punta del Diablo de lo que parece. A diferencia de lo que ocurre en Valizas, aquí una planifica una caminata interminable, se distrae, y ya llegó a su destino. Igual me pasó con el viaje: cuando creía estar por llegar a Rocha el guarda gritó “¡Punta del Diablo!”. 

Todo es diferente en esta playa y en este pueblo. Para empezar, no hay fósiles, piedras ni huesos recientes. Siempre camina gente por todos lados, no hay manera de preocuparse por la soledad, los loquitos, el peligro. El sol parece quemar menos. El agua siempre está verde.


Pero no es Valitzas.




65
Viernes, 11.48.

Hay un Cristo a orillas de la Viuda, o eso parece el señor blanco hasta la fantasmidad que toma sol con pose de crucificado sobre la arena húmeda de la orilla, justo a la altura donde llegan las olas más grandes. Debe estar buscando alguna clase de purificación espiritual, pensé al cruzarlo. O quizá solo desea dejar el color blanco leche y ha elegido una pose sacrificial para propiciar a Ra y sus secuaces. No podría asegurarlo.




66
Viernes, 11.59.

Debería estar ocupándome del crimen de la pobre Rosario, lo sé, pensar las cosas que Washington me contó, tratar de sacarle algo más, llamar a mis primas a ver si se acuerdan de otros datos o al menos ver si la escribana tiene el nombre completo del tal Cosme. Debería ocuparme de Rosario, lo se, pero creo que ella en mi lugar lo comprendería perfectamente.




67
Viernes, 12.09.

Descubra la realidad colándose en medio de la utopía.




68
Viernes, 13.22.
Vine a Punta del Diablo por primera vez como paseo de la Escuela 55, allá por 1977, más o menos. Charito y Raquel (las maestras de los dos grupos, porque éramos un quinto doble) organizaron a pulmón un paseo de un día que arrancó por el Chuy, luego siguió por la Fortaleza y al final llegó al pequeño pueblo de pescadores que era esto antes de explotar y convertirse en Little East Point.

Como corresponde a gurises de 10, 11 años, todos nos gastamos en el Chuy la plata para el día, y pegamos la vuelta llenos de cajas de bombones Garotos y chicles Ploc!

Eran gurises complicados, mis compañeros; recuerdo que cuando no nos dábamos cuenta saquearon los bolsos de las nenas (en esa épica no había mochilas) y nos robaron nuestras golosinas, entre ellas un paquete de Amanditas sin abrir que llevaba para mis padres, paquete cuya ausencia todavía me duele.
Todo para decir que conozco este lugar en el que estoy ahora desde que era verdaderamente una aldea. Había ocho o diez puestos de artesanías, atendidos indefectiblemente por las esposas de los pescadores, que vendían todo tipo de collares, pulseras y cajitas hechas por ellas mismas con vértebras de pescado.

40 años han pasado desde entonces (40 años... casi casi mi edad actual). El pueblo ha crecido, ha mejorado, ha empeorado.


Ojalá no siga cambiando a este ritmo, pienso mientras escucho en la vereda de enfrente los cantos de la gente del hostel. Ojalá.




69
Viernes, 14.07.
Pasé por esta casa ayer, en medio de la crisis WaterIphone. Una señora de avanzada edad estaba sentada en el frente, tomando sol de lo más tranquila, mientras dentro de la vivienda se desarrollaba una escena una tanto diferente. Dos personas discutían en el living: estaban cabeza con cabeza, mirándose a los ojos y hablando probablemente en voz baja. 
Distraída con el chusmerío no había reparado en una cosa blanca y peluda que empezó a ladrarme y se me vino encima, como si no hubiese captado el pequeño detalle de que era un alfeñique de cuatro kilos molesto y desubicado. 

Continué mi camino sintiéndome una heroína: había salvado a un pequeño caniche de recibir una patada por parte de una persona en pleno síndrome de alienación post Wateriphone, y no importaba que el pequeño demonio no vaya nunca a llegar a enterarse de su buena suerte matinal.




70
Viernes, 14.15

El hijo de Washington y Cecilia cruza a visitar a sus vecinos de enfrente. Es estudiante de Arquitectura; me pregunto si sabrá de los sótanos tapiados y los calabozos subterráneos desperdigados por la ciudad o si será que en la Facultad no le hablan más que de cosas bellas, legales e inocentes.




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Viernes, 15.59

Próximo y fugaz destino: La Coronilla. Por las dudas que las costumbres allí sean más prolijitas que en Punta del Diablo, acabo de darle un toque de discreción al tajo de mi pollera. ¡No me digan que no me quedó re chuchi! 😍




72
Viernes, 16.26

La primera casa que vemos en La Coronilla está abandonada y desmoronándose. Todo lo que no se cuida se destruye, pienso, al tiempo que me pregunto si alguna vez la casa de mis abuelos correrá esa misma suerte y me digo que en caso de ser así allí estaré con pico y pala para resolver el misterio de Rosario y Cosme, si es que existió Rosario y si es que Cosme la asesinó.




73
Viernes, 17.33.

Estamos en condiciones de afirmar que hemos encontrado los restos de Mordor en las arenas de La Coronilla. De Sauron (afortunadamente) ni noticias, por ahora.




74
Viernes, 18.23.

Las barrancas de La Coronilla son gigantes y bellísimas, pero tienen un grave problema: se están derritiendo.



75
Viernes, 18.36

Confirmado: cuando tengo miedo me olvido de todo (hasta de esconder la panza para la foto).




76
Viernes, 18.48.
Cuando salíamos de La Coronilla paramos con Matilde a cargar nafta con súper descuento en una estación de la ruta. Estábamos de gran charla recordando incidentes relacionados con los incendios de hace años de Santa Teresa y Punta del Diablo cuando me sonó el celular. Era un número desconocido. 
_ ¿No vas a atender?- preguntó mi amiga cuando vio que el teléfono seguía sonando y yo nada.
_ No sé... no me gustan los números desconocidos. Mirá si es alguien del IAVA para avisarme que por alguna razón hay una mesa especial en enero- bromeé, pero al final atendí. Era una mujer. 
_ ¿Hola? ¿Hablo con Mariela Rodríguez?
Íbamos bien: al menos no había preguntado por la “profesora Mariela Rodríguez”. 
_ Sí.
No soy muy locuaz cuando hablo con desconocidos.
_ Ah, mire, la llamo de parte de la escribana Pittaluga, que es la profesional que se ocupó de la venta de la casa de la calle Osvaldo Cruz.
_ Ah, sí, sí- respondí casi a los gritos. Matilde me miró, interrogativa. Le hice un gesto onda Psicosis que ella entendió como referencia al cadáver del sótano. 
_ La escribana me pide que le pregunte si la puede llamar a su domicilio hoy pasadas las 20 horas, ¿será posible?
_Eh... No, en realidad no. Estoy de vacaciones, vuelvo esta medianoche, ¿por qué asunto es?
_ Disculpe, pero nompuedo adelantatle nada por el momento. Asuntos legales, usted comprenderá... Le diré a la escribana que se comunique con usted en la mañana, le parece bien?
_ Claro, claro, no hay problema. De todos modos, si quisiera llamarme hoy al celular...
_No creo que ello sea posible, señora Rodríguez. La escribana prefiere tratar ciertos asuntos solo en persona o por teléfono de línea. Buenas tardes.

Y cortó.




77
Viernes, 19.45.
Mi pasaje de las 19.30 era para el coche 3 de Rutas del Sol. Llegamos a la terminal temprano con Matilde: el 3 ya estaba ahí. Pero una chica se nos acercó pudiendo que le cambiara el pasaje por un para el coche 2, así ella no viajaba sin sus amigos, accedí, el 3 se fue puntualmente 10.30 y yo aquí estoy, en un sitio vacío, esperando. 
Soy la única pasajera que espera. 

Miro a lo lejos: no se ve nada; no hay nube de polvo rojizo que indique ña presencia del 2, que a esta hora empiezo a sospechar que es solo un producto de mi imaginación, o una buena falsificación de pasaje.




78
Viernes, 19.55.
Acaba de llegar el coche 2 de las 19.30, con apenas 25 minutos de retraso.

Iupi.




79
Viernes, 20.01. 
Parte raudo y veloz el coche 2, con solo 31 minutos de atraso, y el hecho de que el asiento 33 esté roto y su respaldo no se pueda graduar no es más que el corolario dorado de una decisión equivocada. ¡Perdóname, coche 3, he sido una tonta! Nunca debí abandonarte, ahora lo comprendo. 
Demasiado tarde. 

(¿ Ya les conté que en el asiento de atrás viene gritando una nenita de unos dos años? Reeee iupi...)




80
Viernes, 20.11.
Cae la noche bajo un cielo nublado en el maravilloso coche 2 de Cromin al servicio de Rutas del Sol. El paisaje comienza a emborronarse, igual que mis percepciones de los últimos días. 
Acabo de darme cuenta de que no volví a ver a Mr. Blue Eyes desde el incidente iphone, y ni siquiera había vuelto a pensar en él. ¿Habrá existido realmente? Y las amenazas, ¿serían de verdad, o alguno de mis amigos ha estado jugando conmigo, tal vez en venganza por las fotos paradisíacas que he estado compartiendo en estos cuatro días de reencuentro con Punta del Diablo?
En esos pensamientos estoy cuando recibo un mensaje a través de facebook, supuestamente de un tal Horacio Olivos:

“Hola, Mariela. He estado leyendo tus posteos, aunque no nos conocemos ni te tengo entre mis contactos. Yo soy amigo de Belén, que fue tu alumna en el 19 hace muchos, muchos años. Solo quería decirte que Alberto Suárez, el que vivía al lado de la Bozzolo, el sobrino de don Cosme, es el padrastro de mi novia, Lucía. O mejor dicho: era, porque murió hace cuatro meses. Te lo digo por si te sirve de algo. Saludos.”




81
Viernes, 20.42
Le he mandado mensaje al tal Horacio O, para que me dé algún detalle, pero al parecer “la cuenta de usuario con la que tratas de comunicarte ya no está activa”. 
Volvemos a cero, o casi cero. 
A los dos minutos me llega otro mensaje que solo dice “hola” y encima está fechado en 2014. Yo no entiendo nada, salvo que por hoy no quiero más fantasmas, ni en sentido literal ni figurado. 
Voy a ver si duermo un ratito en el asiento de gelatina.
La nena de atrás canta, llora y grita en firma alternada pero constante. 

Este va a ser un largo viaje.



82
Viernes, 20.50.
Había olvidado contar que a mi derecha tengo otra nena, esta vez de unos nueve años, que viaja en silencio pero cada vez que se acomoda en su asiento me pega una patada sin querer.


I ❤️ Rutas.




83
Viernes, 21.04.
Nueve de la noche en el benemérito coche 2. Tiempo de pasar en limpio lo que tengo hasta ahora, más allá de la historia en sí, que la mayoría de ustedes me ha oído contar más de una vez. 
* El dueño de esa época se llama Cosme y si vive tiene 87 años. 
* De Rosario nunca más nadie supo nada.
* El sobrino Alberto murió, pero su hija quizá recuerde la historia y pueda aportar algo interesante. 
* Washington sabe muchas cosas y me dijo algunas, pero creo que se guarda otras. Lo que me aportó el día de la moqueca es que la tal Rosario venía del Norte del país y no tenía familia conocida en la capital. Además me dijo que la pobre era muy bondadosa pero medio crédula, por lo que podría haber resultado fácil de engañar. 
* El de la amenaza a través del facebook del héroe del idioma (Roberto) y el del “hola” de recién deben ser gurises paveando. 
* Mr. Blue Eyes debió ser simplemente un turista mirón, que yo creí vigilante o controlador. 
* Odio al coche 2 de Rutas. Tenía que decirlo. 

* La foto no tiene nada que ver con el post. También tenía que decirlo.




84
Viernes, 21.12.
¿Vieron la canción del 4teto, “La nena no llora”?

Bueno: acá es al revés.


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Viernes, 23.05
Algo debo decir en favor del coche 2: no ha parado en ningún lado, ya vamos por Atlántida y la nena dejó de llorar mientras yo dormía pese al asiento movedizo. 

No se conforma quien no quiere.




86, 87, 88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 100
Viernes, 23.19.
Hay veces en que tomar una decisión y pegar un volantazo resulta tan indispensable como respirar, como encontrarse con el mar y los amigos y como volver al hogar dulce hogar. 
“El diablo tiene gusto a sal” tiene prohibido por decreto desarrollarse en el tiempo real de Montevideo. Pertenece a Punta del Diablo y allí debe quedarse, pero no desesperen, que no voy a abandonarlos. Los capítulos faltantes de la historia estarán disponibles todos juntos de una vez en formato digital en el correr de la semana. 
Por ahora los saludo desde el heroico 15 % de batería que me va dejando el viaje de regreso en el coche 2. 
Sean felices y no maten a nadie, o al menos no dejen a la víctima en un sótano, ¿quieren? Que las víctimas a veces no se resignan y continúan hablando de maneras insospechadas.



EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL

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EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL



1
Martes, 7.06.
El coche 3 de Rutas del Sol con destino al Chuy acaba de romper uno de los axiomas que muy suelta de cuerpo suelo repetir sin la más mínima base sólida: las salidas desde 3 Cruces son extremadamente puntuales. 
Por lo menos viajo sola; acabo de sentarme junto a una ventanilla que sé que no me corresponde y mi principal esperanza de aquí a la salida de Montevideo es que el supuesto ocupante del asiento 24 haya desistido del viaje o que se conforme con el pasillo cuando me vea con cara de ya instalada y de aquí no... ¡no me moverán! 😎
Y hablando de moverse: ¡salimos!



2
Martes, 9.02. 
Viajar tiene algo de hipnótico. Uno se entrega a la sucesión de árboles, de nubes, de carteles que pasan a velocidad que imposibilita la lectura, y parece que la mente empieza a vibrar en una frecuencia diferente. 
Capaz que entre eso y cierta somnolencia matinal que no llega a convertirse en un dormir hecho y derecho es que se me ocurrió una idea: ¿por qué no hacer una novela sobre el cadáver enterrado de la casa de mi abuela? 
El tema ha estado desde siempre en mi cabeza, sería una historia que ya tengo a medio escribir; eso en sí mismo no es novedoso. Lo que se me ocurrió ahora tiene que ver con una charla de ayer con mi amiga Carla, que es escribana. Ella me estaba contando los trámites que tengo que hacer para comprar el rancho en Valizas (a propósito, no sé si les dije, pero voy a comprar un rancho en Valizas), y en cierto momento mencionó que hay que sacar un papel en el que constan todos los dueños que ha tenido el bien inmueble. Es decir que a través de los papeles de compra o venta de una casa uno puede tener los nombres asociados con toda la historia de la vivienda. ¿Entienden? ¡Puedo llegar al dueño original, el que le vendió la casa a mi abuela y supuestamente enterró antes a su mujer en el sótano de la calle Osvaldo Cruz! Claro, esto implica rastrear los papeles, pero entre mi vieja y mis cuatro tías alguna los debe tener, y ¿qué mejor enganche para mi novela que meterle nombres y datos reales?
El Coche 3 de Rutas del Sol sigue avanzando a velocidad constante por la ruta 9. Voy a ver si pienso un poco más en este tema y después trato de descansar, que la playa me espera y ayer me acosté tarde. 
¡Me encanta la idea de hacer una novela!
Ya contaré detalles. No sean ansiosos.




3
Martes, 9.47. 
Pensé que dormir un poco estaría bueno, pero esta idea de la historia me tiene absolutamente despierta. Acabo de hablar con mi vieja por el asunto de la casa de mi abuela. Ella dice que no tiene los papeles, pero me dio el teléfono de la escribana con la que hicieron la venta. 
Hace unos meses estuve en un seminario de novela policial en el CCE con un escritor uruguayo de cuyo nombre no puedo acordarme. Ando cada vez peor de la memoria; ya compré una tintura de Ginkgo en Valizas, pero a veces me olvido de tomarla. 😱 En todo caso, él decía que le gustaría escribir una novela sobre alguno de los casos no aclarados en Uruguay, como el de Lola, y que el libro terminara siendo un insumo más en la investigación del crimen. ¿Quién te dice que no termine aclarándose de una vez por todas el misterio de la casa de mi abuela? Quizás la chica a la que el dueño mató (según pensamos) pueda entonces por fin descansar en paz y dejar de aparecerse a las personas de la calle Osvaldo Cruz. O quizás no.
Por ahora necesito lápiz y papel para ir armando la idea, porque en el teléfono no me va a dar la batería y además está bueno ver la cosa desplegada en su totalidad. Van a ser 100 capítulos, eso ya lo definí. Me gustaría que fuera un viaje como el de Dante, pero al revés: del Paraíso al Infierno. No sé si me va a dar la capacidad o el interés, pero al menos lo voy a ir pensando. 
Ya tengo pronto el papel de los bizcochos; solo falta conseguir una lapicera. 



4
Martes, 10.18. 
“END POLLO NOW”, acabo de leer en un cartel del Rutas, y pensé que se refería a terminar con los pollos llenos de hormonas de las avícolas, pero cuando le saqué la foto y pude ampliarla resultó que se refería a la polio. 😱
Nota mental: oculista ya, apenas vuelva a Montevideo. 👓
Nota mental 2: el cartel me hizo acordar a un personaje de fines del siglo XIX: el General Pollo, que construyó la famosa Casa del Águila en la calle Celiar, en mi barrio. Parece que el tal Pollo (pese a que su nombre parece sacado de un cuento infantil) era un tipo sanguinario, que debajo de su mansión tenía varios calabozos donde encadenar y torturar a sus enemigos políticos. La casa es de fines del siglo XIX, ha estado durante años invadida por intrusos y tiene mil historias de fantasmas. Yo intenté entrar una vez pero desde hace un tiempo la bisnieta del General ordenó que las puertas y las ventanas fueran tapiadas, así que solo pude verla desde afuera. 
Nota mental 3: estoy pesada con las historias de fantasmas y de crímenes en este viaje, voy a ver si dejo de escribir y me dedico a disfrutar (aunque es posible que escribir y disfrutar resulten ser una misma cosa, al fin y al cabo).



5
Martes, 11.09. 
No puedo creerlo; algo sumamente extraño ha sucedido hace solo dos minutos: acabo de recibir una amenaza por mensaje privado: “Ojo con lo que escribís”.
¿Será que a alguien le molesta mi intención de revolver la vieja historia de fantasmas de la casa de mis abuelos?
¿Será que soy tan buena investigando que voy a dar con el asesino de la chica a más de medio siglo de cometido el crimen?
¿O será que es una broma de mi amigo Mandan, que es quien maneja la cuenta de Roberto Elsu Pervisor junto conmigo y con otros diez o veinte profes y ex alumnos del viejo y querido liceo 30?
Ya casi me había olvidado de ese viejito. Roberto Elsu Pervisor fue un invento que hicimos hace unos diez años: su misión era velar por la pureza del idioma y corregir con amabilidad los horrores ortográficos que a veces aparecían en los comentarios del facebook oficial del liceo. Es un superhéroe del castellano, y por eso su símbolo es una “Ñ”. No deja de ser gracioso esto de recibir una “amenaza” de don Roberto, siempre tan dulce y bondadoso, aunque un poquitito chapado a la antigua. 
Sigo mi viaje hacia Punta del Diablo. 
Ya me comí dos ojitos. 
No sé por dónde vamos, pero todavía no se ven las palmeras. 
#ViajeEterno
🙂




6
Martes, 11.18. 
Pensé que aún faltaría mucho para Rocha ciudad, pero de pronto todo el mundo comienza a bajarse y me doy cuenta de que ya llegamos al destino. Miro por la ventanilla mientras se desagota la sucesión de pasajeros apurados por bajar del ómnibus. ¿Esto es la terminal de Punta del Diablo? ¿Esta cosa enorme, polvorienta y sin gracia?
Evidentemente las cosas han cambiado un poco desde la última vez que vine, hace unos ocho años. 🙂



7
Martes, 12.19. 
Si aparece alguien y me dice que estoy en un pueblo llamado Villa Mar o algo por el estilo, le creo. Esto no es Punta del Diablo, no puede serlo: es el triple de grande de lo que yo recordaba. La terminal en las afueras, los bares que están y los que faltan, los millones de hostels... Aún no puedo conectarlo con mi memoria de 2010, aunque ya iré hilando recuerdos y ordenando imágenes, supongo. 
Esta vez vengo invitada por mi amiga Matilde, quien me saluda agitando los brazos en señal de bienvenida desde la esquina donde acaba de dejarme la camioneta de circulación interna del balneario. Ella está pasando unos días con su familia y hoy es el cumpleaños del marido, así que he caído justo justo para el festejo. Por ahora están en la playa Emilio, la hija menor (Fermina) y una amiga de la muchacha, y mientras Matilde vuelve con ellos Kira y yo disfrutamos del aire fresco de la terraza. Esto es vida. Un clisé, lo sé, pero no hay otra manera de decirlo, salvo agregándole signos de exclamación: ¡esto es vida!
Solo me preocupa un poco que mi amigo Mandan (a quien le mandé un mensaje para preguntarle) asegura que él no tuvo nada que ver con la “amenaza” de hace un rato, pero supongo que debe estar bromeando.
Entrecierro los ojos: desde la terraza se oye el ruido del mar mezclado con el viento, los autos y las músicas lejanas. Hay algo de polvo levantado del camino, pero el agua a lo lejos se ve de un color increíble.
¡Esto es vida!



8
Martes, 14.05. 
A las dos de la tarde Punta del Diablo cae en una especie de letargo siesteril: todo se aquieta, andan menos autos y la gente camina a paso lento e insolado. 
En el almacén Lo de Sandra, sin embargo, las dos de la tarde es la hora apropiada para las multitudes. Las cajas de adentro y las del puesto de frutas y verduras no dan abasto para atender gente, reponer productos y asegurarse de que nadie entre sin haber dejado previamente las mochilas y bolsos en el locker, tal como lo exigen varios carteles a la entrada. 
Precisamente en Lo de Sandra estaba hace un ratito cuando me sentí observada y tuve que darme vuelta. Parece que los humanos tenemos vestigios del instinto que en otras épocas nos permitía sobrevivir a los predadores acechantes: si se nos mira fijamente, lo notamos. Y eso acaba de pasarme. Junto a la ventana del costado, al lado de una de las cajas del puesto, un par de ojos celestes me estaban evaluando con expresión interesada, o eso pensé en una primera instancia. Caramba, caramba. Punta del Diablo acaba de ganar 200 puntos, punto más, punto menos. 
Iba ya saliendo con los mandados cuando volví a verlo. Él estaba en la esquina, parado al rayo del sol y tapado por el polvo de la calle barrida por el viento. Por un momento me pareció que me estaba mirando: apenas asomé por la puerta del almacén comenzó a caminar hacia la playa y continuó sin darse vuelta, hasta que me aburrí de seguirlo con los ojos y volví a la casa con mi amiga y su familia. 
Ahora estamos en la terraza del polvo, el viento y la buena vista. Hace un momento Emilio, el cumpleañero, acaba de asomarse y proponer el menú para el almuerzo:
_ El plato del día consiste en una falsa paella, que también podría llamarse risotto de mar, o simplemente guiso recalentado. 
Recalentado pero con camarones, pensé cuando apareció con la fuente: esto huele muy bien, y habrá que hacerle los honores. Con su permiso.



9
Martes, 16.25. 
A ver, queridos: basta de bromas, ¿puede ser? Que primero un amigo me manda un mensaje con emoji de fantasma, después otra me toma el pelo por wsp y ahora recibo un llamado que si no fuera porque sé que no es en serio me hubiera asustado, y mucho.
Fue después de la sobremesa, mientras estábamos todos en la terraza charlando de los viejos pobladores de Valizas, del camioncito de Gastambide y de cómo se veía el pueblo en los ochentas, cuando los valiceros eran pocos y se conocían entre todos nada más que con verse las caras una vez por año. Mi amiga Matilde contaba de cuando se quedó en el camping del Beco: ella es tan, pero tan fanática de la limpieza que había llevado guantes y Agua Jane, y se levantaba cada mañana a las 7 para limpiar un baño que supuestamente ya había sido higienizado por los que manejaban el camping. Era muy difícil imaginarla tan joven y tan prolija en ese universo de hippies a puro paz y amor con poco jabón. 
En eso me vibró el teléfono que había dejado cargándose en el alargue del patio. Atendí. 
_ Mira, Mariela, todo bien con tu jueguito de las redes pero si no lo cortas hoy mismo te vas a tener que meter el celular en...
Corté. No lo pensé ni medio segundo, nunca lo hago. Las pocas veces que alguien me ha hablado mal por teléfono sé que automáticamente la cosa termina igual. Primero corto, luego pienso y a veces me arrepiento. Podría haberle preguntado quién era, a qué se refería, qué le importaba lo que yo escribiera para entretenerme en estos cuatro días de mi vuelta a Punta del Diablo, podría haberle dado charla a ver si obtenía alguna pista o reconocía su voz, pero no. Solo corté, y aquí estoy, pensando que si es una broma de alguno de mis amigos está bien, pero no la repitan, ¿quieren? No la repitan. 



10
Martes, 16.45.
Matilde está hace rato empeñada en hacer una crema doble para la torta de cumpleaños de Emilio, pero no le sale. Una vez que termine vamos a ir a caminar un rato por la playa; la tarde está soleada pero ventosa, y yo ni siquiera me he puesto las ojotas todavía. 
Sigo dándole vueltas a esa llamada en mi cabeza. La voz era de un hombre. Quizá no un muchacho, pero tampoco un viejo. Un hombre. ¿Pero a qué hombre le puede importar tres pitos lo que yo llegue a contar de un crimen cometido hace como sesenta años? Era un hombre y hablaba de tú. ¿Sería alguien de Rocha? ¿A quién conozco yo en Rocha?
Miro hacia el horizonte: el mar siempre está verde en Punta del Diablo. Es tiempo de hacerle una visita.



11
Martes, 19.41. 
La caminata por la Viuda fue un tour de force. Primero, contra el viento: nunca hubiera imaginado que existiría una playa más ventosa que Valizas, pero hoy confirmé que sí, la hay. Segundo, contra mis recuerdos. ¿Dónde están los ranchos de madera, el estacionamiento, la cañada, los caminos que solía hacer a diario y ahora no puedo ubicar ni siquiera vagamente en este pueblo nuevo al que he venido a parar?
En cierto momento me pareció ver al hombre de los ojos celestes sobre la arena; fue apenas un instante. Cuando traté de fijar la mirada y enfocar su imagen ya se había ido. Lo volví a ver al regreso hacia el rancho, de todos modos, pero también fue algo fugaz: me di vuelta sin motivo alguno en una esquina y ahí estaba, a pocos metros de nosotras, que veníamos charlando de ranchos y de paisajes. Enseguida dobló hacia el monte y dejamos de verlo. Me gusta ese hombre. Tiene más o menos mi edad, es flaco, canoso, bello e inquietante. Un poco inquietante. No mucho.
Cae la tarde en medio de un viento furioso en Punta del Diablo. Recién fui hasta la playa Rivero como de visita, solo a decirle que he vuelto y que mañana pasaré a saludarla. Ha refrescado como treinta grados y estoy helada. Vuelvo al rancho caminando tranquila por calles que desconozco rumbo al cumpleaños de Emilio y a la fabulosa torta hecha con todo amor por la rubia Matilde. Hace un rato él les pidió a ella y a Fermina que la adornaran con una escena de Game of Thrones pero se le aclaró que se deje de locas pasiones, que eso no va a poder ser. Debe estar deliciosa; igual que el café que me pienso hacer cuando llegue a la cabaña. 
Por suerte en lo que va de la tarde no he recibido más llamados ni mensajes raros; lo anterior debió ser solamente producto de mi imaginación. 




12
Martes, 21.25. 
Está a punto de comenzar el festejo de cumpleaños de Emilio. Una pareja de amigos vienen en viaje desde La Paloma y otra en cualquier momento va a cruzar desde la cabaña de enfrente. Momento de calma dentro de la casa, mientras afuera sopla rabiosamente el viento. 
Me dejo aflojar sobre una de las camas del entrepiso, a la vez que pienso en la novela y cuál será la mejor forma de encararla. ¿Lo haré de manera ordenada, exponiendo todas las teorías, documentos y entrevistas como si se tratara de una investigación policial, o quizá resultará mejor hacer la historia novelada, agregándole diálogos y descripciones de personajes salidos estrictamente de mi imaginación? 
Intenso estrés en las cabañas Oasis, como ven. 
La torta es tentadora; es una lástima que no pueda invitarlos. Ustedes comprenderán. 🎂




13
Martes, 21.53. 
El inicio del cumpleaños se ha visto ligeramente diferido mientras los vecinos de enfrente tratan de solucionar un pequeño inconveniente doméstico: él se quedó encerrado en el baño. Emilio y su amigo Gerardo, recién llegado de La Paloma, van al rescate. Durante un buen rato los vemos conferenciar con el prisionero a través de la ventanita pequeña del baño, hasta que escuchamos gritos y aplausos y comprendemos que el auto-rehén acaba de ser liberado.



14
Martes, 22.36. 
La danza de la luz y la sombra ha comenzado en Punta del Diablo; arrancó justo en el momento en que le estaba contando lo de la casa de mi abuela a Washington y a Gerardo. Ambos conocen mi barrio, lo cual es sumamente raro y facilita el devenir de la historia. Después vino el cuento de la Casa del Águila y del General Pollo; estaba mostrándoles fotos de lo que queda de ella cuando se cortó la luz por primera vez. Oscuridad total. Algunos gritos. Alguien afirma haber visto un fogonazo para el lado de la Rivero. Vuelve la luz. Se va. Y así cuatro o cinco fugaces idas y vueltas, hasta que la oscuridad se instala por completo en todo el balneario. 
Fermina está hace rato preparando una ensalada para ella y su amiga, ambas veganas. Al momento en que se corta la luz no dice una palabra ni se inmuta: solo continúa pelando una berenjena entre las tinieblas, con el cuchillo más enorme y filoso de la cabaña.
Los demás nos instalamos en la terraza, algunos con cervezas, otros con agua, a conversar con los amigos y disfrutar de la noche estrellada.



15
Martes, 23.03.
Estimado veraneante de las costas rochenses: en las noches de viento extremo no se complique usted por la posibilidad de que se le vuele todo de la mesa del patio. Sujete los manteles con pulpos, último grito de la moda en Devil’s Point.
Matilde: inteligencia. 🙂



16
Martes, 23.32.
Hace unos quince minutos que la luz parece haber vuelto con cierto nivel de estabilidad. En la terraza maravillosa los humanos charlamos y comemos chivitos con y sin carne, mientras el integrante canino de la familia recorre las sillas solicitando trozos de carne y cascaritas de queso a los comensales con quienes establece contacto visual.
Se respira la paz y la felicidad en el cumpleaños de Emilio. Lejos han quedado las historias de fantasmas y de asesinatos impunes, así como lejos parecen haber quedado las amenazas en serio o en broma y las miradas paralizantes de parte de algunos pobladores de ojos claros y pasos oscuros. El mundo sonríe y descansa tranquilo, por ahora.



17
Miércoles, 00.20. 
Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz... Que los cumplas, Emilio, ¡que los cumplas feliz!
Un poco pasada la hora, un poco imposible prender las velas, un poco calórica la torta.
Mañana será otro día.



18
Miércoles, 02.20. 
El entrepiso me pertenece por completo, al menos en tanto Fermina y Nicole continúen viviendo la noche de Punta del Diablo. Junto a la escalera vigila la fiel Kira. El cumpleaños acaba de terminar, un par de horas pasadas de la fecha a celebrar, y yo me entretengo con el teléfono. Cuando voy a buscar en la memoria una foto del entrepiso para ilustrar la publicación anterior algo llama mi atención: una imagen negra, la última, de hace diez minutos. ¿Cuándo saqué yo una foto totalmente negra? ¿Qué estaría pensando? ¿Enfoqué al cielo estrellado? ¿O fue un error y la cámara se disparó por su cuenta?
Es hora de dormir, me repito, es hora de dormirse de una vez o mañana te vas a perder la mejor hora de playa. 
Y en eso estoy.



19
Miércoles, 8.56. 
Despierto relativamente temprano y lo primero que me viene a la cabeza es algo que ocurrió ayer de noche en el cumpleaños de Emilio mientras estábamos terminando el postre en la Terraza del Viento Huracanado. Las chiquilinas ya se habían ido sin probar la torta, porque el merengue tenía huevo. Emilio estaba absorto en una escena de mutua adoración con Kira mientras le sacaba del pelaje los abrojos de la jornada, y Matilde en la cocina buscaba tazas para el cafecito post calorías de la noche.
_ ¡No puedo creer que en este rancho seamos nueve personas, tres de las cuales conocen donde vivo!- había comentado yo. 
_ Sí.- respondió de inmediato Washington- Qué casualidad.
Entonces lo vi, o creí verlo: Gerardo y Vilma intercambiaron una mirada fugaz. Una mirada que tenía algo de alerta, no sé, allí hubo un aviso o una complicidad. De todos modos la charla pronto continuó por los carriles habituales y la sensación se fue esfumando. Quizás eran solo cosas mías. Volví a concentrarme en lo que se charlaba. 
_ Yo cuando era adolescente pasaba muy seguido cerca de la casa de tu familia- estaba diciéndome Washington- porque era amigo de un muchacho que vivía en Osvaldo Cruz, al lado de la Bozzolo.
_ ¿La Bozzolo? ¿Qué es eso?- intervino Matilde, que seguía en la cocina pero tenía buen oído.
_ Era una vieja fábrica de baldosas- aclaró Gerardo.- Ya no funciona como tal, el edificio está abandonado y en peligro de derrumbe. La gente del barrio trata de evitar esa vereda porque...
_ ¿Vos conociste la casa de mis abuelos?- lo interrumpí, mirando a Washington. Gerardo lanzó un resoplido mínimo, casi inaudible. Evidentemente no le gusta que lo corten, como es lógico, pero había algo más en esa molestia, algo que no pudo disimular. Algo como una impotencia. Se quedó mirando el mar a lo lejos y por unos minutos no participó de la conversación. Vilma, mientras tanto, abandonó en ese momento el celular en el que escribe casi de continuo y se sumó a nuestro grupo. 
_ Ubico perfectamente la casa- estaba diciendo Washington- pero nunca estuve adentro. Todos en el barrio sabíamos de la Mujer de Blanco que aparecía por las noches, y por más que entre nosotros nos burlábamos de las historias de los viejos, si una cosa te puedo asegurar es que ni locos nos metíamos en una casa asombrada.
_ Ah... ¿O sea que el barrio conocía los cuentos de mi familia?- pregunté, sorprendida.
_ ¡Claro! - respondió- Esas cosas siempre se saben. Además había uno de mis amigos, el Guiño, el que estaba casado con tu tía Esther, que nos venía cada mañana con las novedades de la noche anterior. Que la Mujer de Blanco había cruzado por el dormitorio de las gurisas, que Cathy se había caído corriendo hacia el cuarto de los viejos, que otra vez salían llamas de fuego por la ventana de la cocina y cuando llegaban no había nada... Cada día pasaba algo nuevo en esa casa. 
_ Historias de botijas- acotó Vilma.- Cuando uno es adolescente siempre le fascinan los cuentos de aparecidos.
_ Puede ser que fueran solo cuentos-respondió Washington- Pero que en esa casa hay algo, es seguro. Ya cuando vivía ahí el finado Cosme...
_ ¿Quién?- lo corté.
_ Cosme, el viejo Cosme, el que les vendió la casa a tus abuelos. Era un viejito divino, me acuerdo que siempre nos regalaba uvas del parral del fondo. Murió hace como cuatro años.
_ ¡Así que conociste al dueño anterior!
_ ¿Y cómo no lo voy a conocer, si yo era amigo del sobrino? Alberto Suárez, ¿te acordás de Alberto, Gerardo? Le decíamos Chumbito, Chumbo, algo de eso. 
_ ¿Alberto? No. Estoy un poco olvidado. Fue… fue hace mucho.
_ ¡Uy, qué tarde que se nos hizo!- exclamó de pronto Vilma mirando el reloj en el celular- Estoy muerta de sueño. ¿Si nos vamos? 
Y se fueron. Se fueron de repente, en medio de la sobremesa, como apurados, llevándose consigo a Washington y Cecilia, en cuya casa iban a quedarse por esta noche. Aquello me sonó a un escape, pero ¿de qué diablos se iban a escapar dos personas maduras que simplemente participaban en una conversación sobre historias mínimas del siglo pasado?
No volvimos a tocar el tema. Igual no era algo urgente; guardé el nombre de Alberto en la memoria (para eso no necesitaba el Ginkgo Biloba, que de todos modos había olvidado en la mesita de luz de Montevideo), y decidí que a la primera oportunidad en estos días tenía que agarrar a Washington sin Gerardo y preguntarle sobre el tema.


20
Miércoles, 9.08. 
Punta del Diablo amaneció gris y lloviznosa. Día ideal para sacarle datos a...  Día ideal para charlar con los amigos, quiero decir. 😎



21
Miércoles, 9.27. 
Soy de terror. Me levanto antes que todos y me preparo un desayuno frugal y saludable (no malinterpreten, las galletitas Sensación no son para mí... son para Kira). En eso veo al de los ojos celestes mirándome desde la callecita del costado, a la izquierda, pego un respingo y tiro media taza de té sobre la mesa. Lo dicho. (Tintura de algo para ser menos torpe por la vida, ¿alguien puede recomendar?)
😱



22
Miércoles, 9.35. 
Emilio es el primero de la familia en levantarse (si exceptuamos a Kira). Me ve desayunando en la terraza y pregunta:
- ¿No querés un pedacito de torta?
Fue ahí cuando me di cuenta de que había olvidado del postre de Matilde. Evidentemente la situación es más grave aún en mi cerebro de lo que yo creía; quizás no haya Ginkgo Biloba que pueda con ella. 
Y ahora, con su permiso, voy a encarar la parte dulce del desayuno. Y que siga lloviznando, si quiere. De la terraza con la torta no, no me moverán. 🎵Excepto que pinte alguna charla interesante con Washington o con el de los ojos celestes. Lo que llegue primero.



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Miércoles, 10.30. 
Sigo en la terraza, desde donde se ve perfectamente el fondo de la cabaña de nuestros amigos. Vilma y Cecilia conversan animadamente. Cecilia nunca ha estado en mi barrio y no sabe nada de la casa de mis abuelos, pero Vilma... Voy a tener que buscar un pretexto para ir a la casa de enfrente, porque los visitantes por el cumpleaños de Emilio planean volver a La Paloma esta misma tarde. 
La mañana sigue gris en Punta del Diablo. Hay gente que ya está bajando a la playa pero la llovizna no deja de caer, y en este rancho ya está apareciendo la palabra mágica de los días lluviosos en Rocha: la palabra “Chuy”.



24
Miércoles, 10.50. 
Las investigaciones de crímenes del pasado en la ciudad y las búsquedas de ojos claros en el presente del pueblo pueden esperar. 
Tiempo de idolatrar a Kira, la perra que se derrite. ❤



25
Miércoles, 11.15. 
Kira no deja de controlar a los de enfrente. 
Hace un rato estuvo Gerardo, medio de pasada. Vino con la excusa de devolverle a Emilio el vaso que ayer se llevó para terminar el whisky en la cabaña y se quedó un rato charlando con nosotros, que aprovechábamos a leer algo tirados en la hamaca y las sillas de la terraza. Ahora resulta que él fue al viejo liceo 30 en la misma época que yo, aunque iba al intermedio y no de mañana. Fuimos incluso ambos a Telemacht, él como participante y yo alentando a mis compañeros. Gerardo recuerda los nombres de los profesores, los festejos en el patio con la copa que nos dieron por ganar las dos primeras etapas, la desilusión cuando el liceo 1 nos borró de la competencia, las exigencias del uniforme, los adscriptos, las ratas correteando por los tirantes.
Me cae bien Gerardo. Creo que realmente no sabe nada de la casa de mis abuelos; debe ser que escuchó las historias de fantasmas y tiene miedo de reconocer que un poco se las creía, como todos los gurises de la cuadra. 



26
Miércoles, 11.20. 
Y, no. ¿Cómo vas a entrar sin remera al almacén? ¿No ves que no da el espacio? 😕
La llovizna ha parado desde hace un ratito, aunque sigue nublado. Ya se desactivó el protocolo Chuy y los habitantes de la casa planean una bajada fuera de horario a la playa, que será solo de media hora, en mi caso. 



27
Miércoles, 13.43.
La cosecha matinal ha sido magra, aunque no del todo desdeñable teniendo en cuenta el poco tiempo de Rivero que hice. No me gusta mucho tirarme a tomar sol (reflejo de sol, en este caso), por lo que preferí caminar para el lado de Playa Grande y reencontrarme con las pequeñas ensenadas del trayecto, que era el lugar donde iba cada mañana a buscar caracoles en los eneros que pasaba en Punta del Diablo hace años con mi ex marido. 
Todo está cambiado por estos lados. Sé que ya lo he dicho, estoy repetitiva, pero es que no puedo dejar de sorprenderme. Ahora resulta que no solo las calles, los comercios y las casas son diferentes, sino también las orillas. Todo tiene otros contornos y no encontré ni uno de los caracoles grandes que solía haber en este lado, aunque un poco me cuestiono si no será por esos japoneses invasores, los rapana, creo que se llaman. Parece que vinieron en las redes de algún pesquero, nadie lo sabe con certeza, pero el caso es que se adaptaron tan bien a nuestras costas que ahora se los encuentra por todos lados y el problema es que se comen a los otros, malditos bichos foráneos. 
De todos modos esto no explica por qué todo es diferente. Simple paso del tiempo, quizás. Yo ya no voy todos los veranos, ni sigo casada, ni me obsesiono con las búsquedas de playa como antes… Bueno, al menos no tanto. 
A las doce decidí que, nublado o no, era tiempo de pegar la vuelta. En el camino me crucé con los cuatro vecinos de la cabaña de enfrente pero no estaba con ánimo de interpretar miradas o de establecer suposiciones, así que solo los saludé desde lejos y seguí andando. 
Del hombre de los ojos celestes, cabe acotar, hoy no he tenido ni noticias. Tal vez ya se fue del pueblo.



28
Miércoles, 14.12.
Estábamos empezando a preparar una ensalada para el mediodía cuando vimos que no había huevos y me ofrecí a cruzar hasta el almacén de enfrente a buscarlos. (¿Ojos claros? ¿Que la primera vez que vi al de los ojos celestes fue en Lo de Sandra? No sé de qué me hablan.)
Es muy lindo ir al almacén de enfrente, porque uno no tiene que pensar nada: ellos se han ocupado de poner algún que otro simpático cartelito para que sepamos qué no debemos hacer, dónde no, cuándo no, y por qué no.
A la vuelta mi amiga contó que los de enfrente propusieron un almuerzo en el pueblo, pero como ya es muy tarde y en la Oasis nº 4 tenemos hambre, hemos decidido no acompañarlos esta vez. Me quedaré con algunas dudas, hasta que los vuelva a cruzar y les pregunte medio a lo bobo todo lo que saben del viejo Cosme y de su sobrino Alberto. Inumet pronostica lluvias para la tarde, tal vez pase a saludarlos con la excusa de devolver los tres huevos que nos prestaron ayer para el merengue del postre, una vez que vimos que la crema doble no nos iba a salir de ninguna manera. Esa puede ser la ocasión perfecta para una charla casual sobre mínimas historias ya casi olvidadas.



29
Miércoles, 16.38.
Hace un rato que estoy instalada en el promontorio delantero esperando que pase la hora peligrosa del sol, que llueva de una vez o que los vecinos vuelvan de almorzar, lo que llegue primero. 
Debo decir que Emilio acaba de abrir una nueva ventana de inquietud (como si hiciera falta) y lo hizo en la sobremesa, poniendo su mejor cara de póker. 
_ Sin ánimo de interferir con la investigación, me parece que yo tengo algo para aportar a tu historia.
Matilde y yo lo miramos con expresión interrogativa, pero nada dijimos.
_ Veo que nunca te preguntaste por qué Washington se había encerrado en el baño. 
Con mi amiga largamos la carcajada.
_ ¡Porque se le trancó la llave, obvio!
_ ¿Qué llave?- dijo él, señalándonos con el tenedor- La gente usualmente no cierra el baño con llave.
_ Cierto.
_ Eso fue un rato después que Vilma y Gerardo llegaran para el cumpleaños, cuando estaban a punto de venirse todos para acá. Qué oportuno, ¿no? Como si alguien no quisiera que muestro amigo de enfrente revelara algo que ni él mismo comprendía... Como si la idea fuese dejarlo afuera de la fiesta para que no hablara contigo y no diera ningún nombre. ¿Cosme, no? 
_ Sí. Cosme Suárez, al menos si su apellido es el mismo del sobrino, cosa de la que no estoy muy segura. Lo busqué en facebook ayer antes de acostarme, y nada. 
_ De repente hay cosas que no se tienen que preguntar en las redes. 
_Puede ser. Pero acá la internet anda mal, casi no me logro conectar.
_ El internet. 
_ La.
_ El. 
Matilde se incorporó en la silla y miró hacia la calle.
_ Mirá, Emilio, ahí llegaron Vilma y Gerardo del almuerzo, ¿vamos a despedirlos? 
_ Vamos.
_ Ah, no, no hace falta. Ellos vienen.



30
Miércoles, 18.03.
Hace media hora que el camión de la Barométrica limpia el pozo del hostel de enfrente, mientras nosotros tomamos café y charlamos en la terraza. Hoy sopla menos fuerte el viento, ideal para que el olorcillo del camión nos llegue en toda su intensidad, iupi. 
No me da para interrogar a Vilma y Gerardo, lo siento, pero no me da. Los dos me caen bien, viven en mi barrio, él fue a mi liceo… Debo recordar que vine a estas mini vacaciones para disfrutar de los paisajes y la amistad, no en aras de resolver ningún misterio sepultado en el pasado. 
Seguimos tomando un cafecito mientras el Señor Barométrico nos recuerda que aún bajo el sol, frente al mar y entre los árboles, aún aquí puede haber cosas que huelan mal. Muy mal. Cosas que una se cuestiona si alguna vez podrán llegar a limpiarse del todo, aunque ya hayan pasado sesenta años de los hechos. 
Ups. Lo hice de nuevo. Sepan disculpar.




31
Miércoles, 19.28. 
Listo: me mandé otra cagada. Nada grave, fue de puro despistada, aunque en verdad no fue una, sino dos metidas de pata de mi parte.
La primera fue aceptar la solicitud de amistad de un desconocido. En mi defensa debo aducir que yo solo quise abrir su perfil para tratar de indagar quién era, si teníamos amigos comunes, si el suyo era un muro con una historia de vida y no uno falso, de esos de puro levante o baboseo, pero le erré a las teclas, y le di aceptar. Un error menor, pensé, ahora lo dejo como amigo, no es nada grave. 
Ahí me llegó su mensaje. No era uno de esos “Fulano y tú ahora están conectados por Facebook”, sino uno personal, y bastante directo: “No te dije ayer que te dejaras de pavadas?”. 
Y ahí lo eliminé. Lo eliminé sin pensar, igual que con la llamada aquella que corté a lo loco. Ahora no me acuerdo ni del nombre ni del apellido. La foto creo que era de un hombre de unos cincuenta, de pelo negro y porte adusto, pero no podría asegurar nada. No estaba entre mis conocidos, en todo caso.
Quizás el mensaje era equivocado. 
Quizás fue una broma. 
O quizás no. 
La luz del día huye a toda velocidad en Punta del Diablo; estoy en la zona rocosa, donde está un adefesio de metal que recuerda vagamente a Artigas. Voy a volver al rancho y a prepararme un té. No sé por qué, pero de repente me acaba de correr un escalofrío por la espalda; tengo la piel erizada, y no es por el viento.



32
Miércoles, 21.13
Hace un rato me fui sola a caminar por el pueblo; ahí fue cuando recibí el mensaje que les contaba. Lo que no les dije fue que había salido de la casa con un objetivo mucho más preciso que una simple caminata vespertina: iba a buscar a Gerardo. Por única vez sabía que lo podía encontrar solo, porque él se había ido a sacar unas fotos a la zona de los artesanos mientras Vilma prefirió quedarse en la terraza charlando con Matilde y Emilio. Algo me decía que Gerardo solo era una presa más fácil para extraer algo de información del tema de mi interés, de manera que salí en su busca con el pretexto de tirar la basura y darme una vueltita por el centro del pueblo. Pero no lo encontré. 
Estaba comprando una caipirinha a dos chicos al costado de la playa cuando lo vi pasar junto a Vilma en el auto. Él había retornado antes de lo previsto a la cabaña de mis amigos, y ahora él y su esposa se iban de vuelta a su casa en La Paloma. Una posibilidad de información se me acababa de esfumar cual nube de tierra de cualquier calle de este pueblo. 
Saludaron con una sonrisa al pasar. Quizás de verdad se iban porque así lo habían dispuesto desde antes de venir pero a mí me pareció percibir un destello de alivio en sus miradas, aunque tal vez haya sido solo un producto de mi imaginación.
Todo es posible, tanto en este pueblo como en esta imaginación.



33
Miércoles, 21.23.
Algo raro pasa en Punta del Diablo, no me lo nieguen. ¿Por qué si no iba a haber dos supermercados uno al lado del otro sobre la calle principal, uno llamado El Vasco y otro El Vasquito? Algo raro pasa en este pueblo. 😳




34
Miércoles, 23.59.
Kira se llenó de abrojos, descubrí un lugar en el que venden cuadraditos de dulce de leche y Matilde me llevó a conocer un Shopping en la Rivero que es espectacular, con ropa divina y a buen precio.
El miércoles termina complicado; habrá que esforzarse mañana para solucionar tantos desafíos. Saludos desde la terraza sacudida a puro viento de la playa y cumbia del hostel de enfrente.



35
Jueves, 7.33.
El día amaneció increíble. Me acabo de levantar y ya hay movimiento en el rancho. Kira vino a saludar con paso vacilante: creemos que algo le pasa en una patita, que apoya con cuidado. Ayer entre Matilde y yo le hicimos de coiffeur de emergencia, porque se había llenado de abrojos chiquitos. Mi amiga con una tijera le sacó las matas de pelo de la cola y el costado, mientras que yo le iba desenredando los del pecho, que eran menos. Problemas de las de pelo largo, pensé, recordando todas las veces que los gurises de la escuela 55 (“los” gurises, siempre eran los varones) nos enredaban abrojos en el pelo a las nenas, especialmente a las de buena conducta, candidatas ideales a terminar llorando desconsoladas en virtud de la estrecha e inmediata relación que se establece entre pelo y abrojo. Kira no llora pero nos deja hacer con estoicismo, aunque Matilde dice que simplemente está chocha de que nos dediquemos a ella. 
El otro ser vivo despierto a esta hora es Fermina, que vino de bailar poco antes del amanecer y ya no se acostó. Hace un momento acaba de salir hacia la playa. Su amiga Nicole partió la noche pasada hacia la capital, de manera que ahora tengo mucho lugar para mí en el entrepiso. 
El día parece increíble, repito. Demasiado bello como para no desayunar y bajar ya mismo. Ayer había pensado levantarme con las primeras luces y salir de fotos por el pueblo, pero para eso hoy ya es un poco tarde. Ahora solo me queda terminar mi café (tratando de evitar los cuadraditos de dulce de leche que compré en un ataque de locura) y salir. ☕


36
Jueves, 8.46.
Hace un ratito estábamos desayunando en la terraza cuando vimos una situación insólita frente a Lo de Sandra: cinco empleados municipales estaban vaciando a mano el contenedor de la basura. Qué raro, pensamos, se les habrá roto el camión. Ahora voy caminando rumbo a la Viuda y me cruzo precisamente con el camión que levanta los contenedores. Los mismos empleados de antes iban en él; dos de ellos un poco rezagados para echarles chorros de líquido (supongo que desinfectante) una vez vaciados. Cuando paso al lado suyo se levanta más fuerte el viento y me bañan las piernas con una lluvia desinfectante. No piden disculpas pero me miran con rostro amable. 
Sigo el camino hacia la Viuda, segura al menos de que esta vez no voy a tener problema con los mosquitos. Ni con hormigas. Ni con arañitas de la arena. Ni con insecto alguno. Ni con ningún homo sapiens sapiens de la variedad ojocelestensis, suspiro, mientras abandono la sombra de la panadería, guardo en el bolsillo el celular y reanudo mi camino.



37
Jueves, 9.19. 
Me meto entre los ranchos buscando la salida a la playa. Hasta eso está cambiado desde la última vez que vine, en 2010. La cañada corre por otro lado y hay una duna donde antes se veía una calle.
De pronto alguien se materializa a mi costado: Washington. Venía sin aliento, debe haberme estado siguiendo. Uno no escucha pasos ni corridas en Punta del Diablo, porque la arena y el ruido del mar siempre se lo impiden. Es el sitio perfecto para un crimen silencioso.
En todo caso, Washington no venía a cometer un crimen sino a hablarme de uno, cosa que hizo en una suerte de monólogo, interrumpido solo a veces para tomar un poco del aire que a ojos vistas le venía faltando.
_ Escuchá: te voy a decir todo lo que sé ahora, porque Cecilia no quiere que hable de asuntos de muerte y yo no le voy a arruinar las vacaciones. El que les vendió la casa a tus abuelos fue Cosme Suárez, el tío de Alberto. No sé mucho de él (era de la generación de mis viejos); me acuerdo que había nacido en el 30’ porque todos en el barrio le decían Centenario, y a él eso le molestaba mucho. Era un soltero empedernido, pero cuando cumplió 33 años lo obligaron a casarse con Rosario, una gurisa muy dulce y con cierta dificultad en una pierna, que había venido a trabajar como empleada con cama en la casa de los Bozzolo. Parece que la piba tenía 16, y para cuando se casaron la panza ya era imposible de disimular. Eran otros tiempos, vos sabés. El tal Cosme se fue a vivir a Buenos Aires poco antes de vender la casa (tus abuelos tuvieron que tratar y hacer todo el tramiterío con la madre), y después no supimos más de él. Viajó sin Rosario, en todo caso, porque en el barco iba también mi primo el Bocha, que se fue charlando con él todo el camino. Escuché que se murió hace tiempo, pero ojo que fue solo un chisme del Guiño, y vos sabés que en el Guiño mucho no se puede confiar. Y ta, eso es lo que sé. Gerardo capaz que recuerda algo más pero él no va a hablar, porque la madre de Vilma era prima de la vieja de Alberto. Cosas de familia, ya sabés. Los trapos sucios se lavan en casa, decían cuando yo era chico. Y me voy yendo, que le dije a Cecilia que tenía antojo de bizcochos y tengo que llevar algunos para disimular. ¡Suerte!- me dijo.
Dio media vuelta, arrancó a caminar, pero antes de rodear uno de los ranchos se detuvo, volteó a mirarme y agregó: 
_ Cuidate



38
Jueves, 9.45
Iba yo de lo más tranquila por la Viuda. El objetivo, ya lo he dicho, era llegar a la punta y cruzar hacia el otro lado, donde Cecilia y Washington me dijeron que hay una playa no muy linda, llena de resaca y de cosas que trae la marea.
_ Me interesa- dije enseguida- Capaz que hay algo que pueda juntar. 
_ Mmmh... No creo- aclaró Cecilia- Más bien hay basura, plásticos, cosas de origen humano. 
_ Bueno, si encuentro una boya de vidrio de origen humano no me voy a quejar.
Y si encuentro otro tipo de suciedades humanas, como las huellas de un antiguo crimen, tampoco, pensé, pero no dije nada.
Y aquí voy, avanzando a buen paso sobre la arena blanda y en declive de La Viuda. No es muy cómoda esta pendiente pero sé que se termina en unas cuadras, de manera que trato de no darme cuenta de los avisos que mi tendón de Aquiles comienza tímidamente a mandarme y continúo la marcha hacia la punta de la playa y más allá.




39
Jueves, 9.52
El sol está picante hoy, pese a lo temprano de la hora. Yo iba dejando atrás a las multitudes amontonadas, hasta que llegué a la parte en que solo hay una sombrilla cada veinte metros. De una de esas sombrillas, precisamente, salió rumbo al agua él. Ahí justo decidí (por pura casualidad) detenerme para sacar el protector solar. Caminé hasta la arena seca y dejé la pequeña mochila sobre las ojotas, por si la arena estuviera húmeda. 
Blue Eyes caminaba en ese momento casi en línea recta hacia mí. Estaba a cinco metros de distancia y yo estaba pensado qué comentario casual, gracioso e increíblemente brillante hacer en el momento en que pasara, cuando vi de reojo una mancha blanca que se me acercaba rastrera. Era algo espumoso y susurrante: era una ola. Una idiota ola de esas que avanzan lento y sin ruido se dirigía con paso furtivo hacia mis cosas. Era imperioso ocuparse de salvar mis pertenencias; los ojos celestes tendrían que esperar. 
Mi reacción fue rápida y certera, de manera que pude rescatar la mochila antes de que la espuma del mar la alcanzara. ¡Bien ahí! 
Lástima que el iphone me había quedado entre la mochila y las ojotas. Lo miré con desesperación: era tarde ya. La ola lo había arrastrado unos centímetros, meciéndolo dulcemente entre la sal y la espuma de La Viuda.



40
Jueves, 9.53.
Saqué el teléfono de la ola y miré a Blue Eyes a ver si me podía servir de ayuda, pero no. El muy indiferente se estaba metiendo al agua como si no captara que el universo entero acababa de desmoronarse con un golpe de espuma. Incluso por un momento creí percibir cierta alegría en su paso. No lo puedo asegurar, pero juraría que mientras avanzaba entre las olas Ojos Celestes Insolidario se estaba riendo feliz de cara al sol.
Urgía tomar alguna decisión; en estos momentos hay que actuar sin dilaciones. Levanté la vista a la sombrilla más cercana: una pareja de edad madura observaba en silencio mi pequeña odisea playeril. Me acerqué. 
_Hola. ¿Tienen un poco de agua? Se me acaba de mojar el teléfono y sé que el agua de mar es muy mala para él...
Enseguida me dieron una botella, y luego una toalla para secarlo. Tiré un chorro de agua dulce en el celular, le saqué la carcasa turquesa, lo sequé todo lo que pude, agradecí la desinteresada amabilidad de la pareja y comencé el retorno hacia el pueblo. 
Que Ojos Celestes se quede jugando con las olas traicioneras. 
Yo me iba a buscar arroz al rancho.




41
Jueves, 10.05
Cuando llegué a las escaleras de madera (unas muy panorámicas que ahora hay al principio de la playa) intenté prender el teléfono, y nada. Traté de abrirlo pero eso no es cosa fácil con los Iphone; hay que usar un alfiler, que por supuesto no tenía. 
Caminé de vuelta hasta la casa. Iba muy nerviosa, le erré de camino e hice como seis cuadras de más, hasta que paré en Lo de Sandra a comprar arroz para meter el teléfono. 
Por suerte iba con la remera puesta.



42
Jueves, 10.10.
Y si nunca más prende, ¿qué hago? ¿Me vuelvo a Montevideo a buscar el viejo teléfono que dejé de usar al comprar este? ¿Andará el chip o el agua de mar también lo habrá jodido? ¿Y si mejor me compro uno? ¿Cuánto puede salir un celular en el Chuy, aunque sea de medio pelo? ¿Aguantaré hasta mañana incomunicada? ¿Es que no puedo vivir ni dos días sin teléfono? ¿Y ahora cómo sigo esto del diablo tiene gusto a sal? ¿Les aviso a los lectores que se corta la historia? ¿O la sigo en otro aparato? ¿Habrá ciber café en Punta del Diablo? Pero no tengo más fotos… ¿Lo seguiré escribiendo con fotos bajadas de internet? ¿No tendrá Matilde un teléfono extra que no esté usando? ¿Será grave este grado de adicción a internet y las redes? ¿Estoy en problemas? ¿Eh?



43
Jueves, 10.21
El arroz está haciendo su mejor esfuerzo, lo sé. 
Hace unos minutos traté de prender el teléfono y casi salto de alegría cuando vi algo que aparecía en la pantalla. Algo muy oscuro: era la hora. Borrosa, apenas visible, pero ahí estaba. 
Lo dejé reposando en un plato hondo lleno de arroz hasta el tope y me fui a la Rivero, donde Matilda y Emilio habían dicho que iban a estar. 
Hice el trayecto en silencio, pero cantando por dentro.
¡El iphone se salva, el iphone se salva, la la la! 🎵



44
Jueves, 11.30. 
Ni bien bajé a la playa un tumulto afanoso de mujeres amontonadas sobre la arena llamó mi atención. ¿Sería un equipo de fútbol femenino? No: Matilde me contó que se trataba simplemente del puesto de ropa de la playa. 
El señor de la ropa (un flaco cuarentón muy vendedor y charlatán) instaló montañas (literalmente: montañas) de prendas encima de unos pareos que formaban como una “u” sobre la arena. Después recorrió la playa voceando la mercadería y las ofertas del día con un parlante, y se sentó a esperar. Las potenciales clientas fueron cayendo, cayendo, y para cuando llegué yo ya había unas treinta revolviendo, preguntando precios y probándose ropa. 
¿Quién es una para desobedecer los mandatos de la especie?, me pregunto. 
Y allá fui.



45
Jueves, 12.10
Mensaje de Matilde: “Cecilia y Washington nos invitan a almorzar a las 2. Van a hacer moqueca”. 
Ni idea de qué es moqueca, pero desde el Milagro Iphone de esta mañana estoy más que dispuesta a probar cualquier cosa; incluso a terminar la caipirinha de ayer, que como era demasiado grande terminé dejando por la mitad en la heladera.




46
Jueves, 12.30.
El iphone había prendido cuando volví, pero algo no andaba bien en la pantalla: estaba más oscura que las tierras de Mordor o las conciencias de algunas personas. Por suerte Fermina tiene 21 años y siempre está dispuesta a ayudar a las personas que le doblan la edad, o poco menos. 
_ No sé qué le pasa- había dicho yo, ya asumiendo la pérdida- Para mí que el agua le jodió algún circuito. 
_ ¿Pero probaste a subirle el brillo?
_ Eh… Ah. No. 
_ A ver, pasámelo un segundo. ¡Era eso! Listo, ya está- me dijo, y para el momento en que me lo devolvió yo había pasado a sentirme una octogenaria, pero una octogenaria con teléfono. 




47
Jueves, 13.27.
¿Qué sucede si juntás un tajito en la mini de jean y una hamaca para subirse a la cual hay que separar las piernas?
Pasa que escuchás un “trrrrj”, mirás para abajo y te das cuenta de que la cosa no tiene remedio. Eso pasa.



48
Jueves, 13.39.
No carga. El celular no carga. Queda un 22% de batería y el accidentado se niega a recibir alimento, hasta que lo desenchufo, soplo amorosamente la entrada del cargador por si hubiera quedado algún grano de arena, pruebo de nuevo y él vibra un poquito y comienza a recibir oxígeno. Digo, electricidad. 



49
Jueves, 13.55.
Tenemos nuevos habitantes en la cabaña. Matilde anda con un dedo que le arde después de descolgar la ropa; pensamos en un bicho peludo, porque ya hemos visto alguno en la vuelta, pero creo que ella un poco está empezando a desconfiar de las inocentes avispas del techo del patio. Trataré de convencerla de su inocencia, pero no prometo nada.



50
Jueves, 17.14.
Acabamos de tener un almuerzo nivel gourmet con los vecinos de enfrente, con paisaje de mar y monte, con música de Gilberto Gil y suave vientito para acompañar.
Cecilia nos preparó un moqueque al mejor estilo bahiano, una comida con arroz, pescado, camarones, leche de coco y aceite de dendé, comida en la que mi frágil vegetarianismo tambaleó y fue derrotado una vez más. El almuerzo vino acompañado de caipirinha deliciosa, refrescante e impulsadora de charlas y revelaciones. 
Resulta que si Washington no es mi pariente debe ser de pura casualidad, porque no solo nació en Melo y vivió a una cuadra de mi casa actual sino que además es Rodríguez, ¡y también Barreto! Yo creo que nos parecemos, además. A partir de hoy voy a suponer que es descendiente de ese hermano número 13 del que poco se habla en mi familia, el hijo de la Tobinha. Él aduce tener otros padres, pero no sé, no sé.
La charla fue variada y placentera; hablamos de viajes, de la música que nos gusta y de la que nos gustaba hace tiempo, de los cambios de Punta del Diablo, de los lugares para comer en el pueblo. En cierto momento, no sé cómo, derivamos al tema de la violencia de género. Alguien mencionó un discurso de Ophra, de ahí pasamos a algunos casos locales y terminamos concluyendo que se trata de una lucha que debe librarse en todos los frentes, incluso en el de las conversaciones cotidianas con personas que ni sueñan que tienen algo que ver en el tema. 
_ Sin ir más lejos uno de mis tíos- acoté- está tan horrorizado como todos con las cosas que ve en el informativo, pero a la vez él sostiene que “esas son cosas que siempre han pasado y van a seguir pasando”. Ahí me parece que está la clave, en dejar de naturalizar la violencia.
_ Cierto- concordó Washington mientras tomaba de su vaso de caipirinha mirando el mar en el horizonte- Tenemos que hacernos conscientes de lo que implican nuestros discursos, y ver si no estamos validando los actos de violencia más terribles con nuestras palabras… O con nuestro silencio.
Y continuó bebiendo callado, mientras hacía sonar de vez en cuando los cubitos de hielo al mover el vaso, cada vez más vacío.



51
Jueves, 17.30.
Por ahora prefiero no decir nada de lo que hablé con mi pseudo nuevo primo mientras me acompañaba desde el fondo de su casa hasta la vereda; tengo que pensar algunas cositas antes de poder divulgarlas. Hoy es mi penúltimo día aquí, no me queda mucho tiempo para estas investigaciones. Claro que los anfitriones son de Montevideo, pero es sabido que uno siempre habla más y se censura menos cuando contempla el mar a lo lejos y la caipirinha a lo cerca.
Por ahora es tiempo de silencio y descanso en la cabaña Oasis número 4. En una hora sale excursión a la playa pasando La Viuda. Esta vez el celular va a ir en una bolsita ziploc, por las dudas.



52
Jueves, 17.40. 
Preparando la caminata hasta la Post Viuda. Llevo bolsas vacías (por si veo algo) y oídos atentos (por si algo escucho). 😎



53
Jueves, 19.09.
A eso de las seis de la tarde salió la caminata por la playa de la Viuda. AGOTADORA. Emilio anda con un tobillo torcido y no quiso ir, así que la hicimos los otros cuatro: Cecilia, Matilde, Washington y yo. Por suerte la arena estaba bastante dura y con poca pendiente. En todo el camino no encontramos nada, pero nada de nada. Ni un caracol, cero fósiles, nada de troncos traídos por el mar, ni piedras. Solo mejillones y conchilla. 
Al llegar a la punta de rocas frente a la casa de la viuda vimos un camino que se abre hacia la derecha y lo tomamos. La de la viuda es una mansión enorme y bastante linda, pintada de amarillo y rodeada por un arenal lleno de uñas de gato (una buena planta para la fijación de la arena) y caracoles de tierra de color beige (los vivos) o blancos (los muertos). 
El camino es de arena suelta y se extiende por un par de cuadras, más o menos. Un poco antes de salir a la otra playa se empieza a ver un paisaje muy peculiar: hay montañas de botellas tiradas. Solo botellas, pero muchísimas, cientos, tal vez miles, de plástico, viejas, amontonadas sobre el pasto al costado del camino.



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Jueves, 19.15
Interrumpo la caminata para atender el llamado de una amiga: me cuenta que en Montevideo el calor es insoportable. Por suerte estamos cerca del mar, y en una zona alta y ventosa. Siempre refresca en Rocha por las noches, es un axioma que debería pintarse en el costado de cada ómnibus de Rutas del Sol y a la entrada de cada balneario de la costa. 




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Jueves, 19.20.
Otra vez el teléfono suena en medio del paseo; comienzo a lamentar que no se haya estropeado con la ola asesina de La Viuda. 
No, mentira. 
Pensé que era otra vez la amiga sofocada por el infierno de la capital, pero no: ahora era mi prima Mercedes, una de las varias Testigos de Jehová de la rama Barreto de mi familia. Sí, somos muy eclécticos en lo religioso, tenemos católicos, evangélicos, testigos y hasta algún macumbero. De todo como en botica, dirían los viejos. 
_ ¿Qué pasó, Merce?- pregunté, preocupada, porque esa prima nunca antes me había llamado, y ahora que lo pienso yo ni siquiera sabía que ella tuviera mi número.
_ Hola… Nada, nada, la familia está bien, no te preocupes. Pasa que mi hija te lee en Facebook, y quería pedirte que te dejes de hablar de asesinatos y fantasmas, porque ella es muy impresionable, ¿viste?
_ Eh… 
_ Además, vos no sabés nada de la casa, de la verdadera historia de la casa. 
_ Ah. ¿Y vos sí?-contesté con un tono sobrador que no pude (juro que no pude) evitar.
_ Mirá- respondió con un ímpetu que me hizo pensar en un discursito preparado de antemano- yo lo que sé es que hay cosas que se tienen que dejar en paz, especialmente después de tanto tiempo, ¿entendés?
_ Ah… ¿Y cuánto tiempo te parece bien para tapar un crimen? 
Y ahí me cortó. Debe ser cosa de familia. 
Seguí caminando, ahora con paso más rápido para no perder de vista a mis amigos, que ya estaban saliendo al otro lado del camino hacia la playa. Que mi prima Mercedes vaya a conocerse, hubiera dicho mi abuela. ¡Nunca me llama y ahora pretende darme órdenes! No, si yo digo… 
Que esto le quede claro a Mercedes, al resto de mi familia y a todo el mundo: voy a seguir averiguando lo que sea, y si descubro algo lo voy a escribir, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese. 
_ ¡Che! ¡Espérenme, no vayan tan rápido!-pegué el grito.
La tardecita ya iba cambiando los colores del cielo, el mar y la arena. No era una buena hora para quedarse sola en la punta de La Viuda.



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Jueves, 19.40.
“Playa de Santa María”, es lo primero que leo en una pintada en la roca más alta. Miro a lo lejos: no hay nada, salvo una larguísima extensión de arena y olas que llega sin interrupciones hasta La Esmeralda, según me han dicho. El paisaje es impresionante, y más al atardecer, cuando fuimos nosotros. A lo lejos se veían dos personas solitarias, apenas dos manchitas, lejos una de la otra; suponemos que eran pescadores. El mar es aquí tan limpio como en Punta del Diablo, las rocas son bellísimas y la arena blanca y suave. 
El problema es la basura. Una basura muy extraña, compuesta por tapitas de botellas y otros elementos pequeños de plástico, más algo de ramas, unos cuantos troncos y algunos pedazos de cuerdas. Nada de nylon, vidrio, latas o restos orgánicos. Nada de cucharetas, huesos ni caracoles. Algo no nos cerró con esa playa. O fue en su momento basurero de Punta del Diablo o... No sé, pero hay algo (repito) que no cierra del todo. Si el mar lleva plásticos, ¿por qué no lleva también cucharetas, o piedras, o bolsas de nylon?
Volvimos al pueblo ya con la caída de la tarde casi noche, y al llegar a la escalera de acceso de la Viuda hacia el centro hicimos una parada técnica, porque tres de los cuatro estábamos literalmente sin aliento. 
Mañana me propongo volver a la Viuda, a mirar con mayor detenimiento ciertas zonas de cucharetas que hoy pasé medio rápido. El problema es que además planeo ir a la Rivero antes de que se llene de gente, llegar a Playa Grande e ir al shopping del barrio. 19.30 sale mi bus y aún no aprendí como triplicar la densidad de mis horas, aunque ciertamente lo estoy intentando. Lo estoy intentando.



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Jueves, 21.00
No hubo casi tiempo de recuperación de energías: Emilio ya había planeado que los tres fuéramos a comer afuera, en un lugar llamado Peces y panes, donde tocaba un ángel en forma de muchacha con nombre que parece sacado de una revista de historietas: Papina de Palma. Fermina se había vuelto hoy a las dos para Montevideo porque tenía ensayo de tambores con su comparsa, de manera que solo éramos nosotros tres para la cena. No logramos reservar lugar, nadie atendió los llamados, pero decidimos intentarlo de todos modos. Matilde y yo sacamos fuerzas de no sé dónde, nos dimos un par de duchas hiperveloces sin tiempo para maquillajes o arreglos capilares, y allá vamos.
Ya contaré detalles, si no me duermo de cansancio.



58
Jueves, 21.17.
Nunca (pero nunca) vi un servicio más rápido en toda mi vida. Conseguimos medio de casualidad una mesa reservada cuyos legítimos propietarios no se presentaron en tiempo y forma, nos instalamos en un lugar desde donde no se podía ver el escenario ni por casualidad y pedimos un par de lasagnas de verduras (mi amiga y yo) y un pollo al curry (su marido). Pedimos los platos, pestañeamos y a los tres minutos llegó nuestra cena. Increíble, y además deliciosa.




59
Jueves, 21 45. 
Maldición: es él, y con una morocha al lado. 
Mierda, mierda, mierda. 
Habrá que empezar a mirar para otros lados. Ojos Celestes no solo no es solidario con las personas que sufren percances celulares en la playa, sino que también es un tonto superficial que sale con una gurisa que es como veinte años menor, porque a mí no me engaña con ese bronceado y esa ropa de péndex: él es de mi generación, y si no fue a Telemacht cuando iba al liceo habrá sido de puro tronco. He dicho. 



60
Jueves, 22.00
Teléfono. Mi prima Mercedes otra vez. Sonaba muy aguda, como todas las de la familia cuando algo nos saca de quicio.
_ Hola, Marie, vos disculpá que me meta, pero, ¿no podrías dejar de escribir malas palabras en tu relato? Porque Faustina tiene 9, se le dio por leerte a través de mi perfil y no quiero que piense que los adultos podemos ser unos boca sucia. Los niños son como esponjas, ¿nunca te lo dijeron? 
Reprimo un largo suspiro antes de responder con mi mayor tono de amabilidad.
_ Tas pesada, Merce, ¿nunca te lo dijeron? Igual no te preocupes, que ya te soluciono el problema. Chau, querida, no te preocupes, nos vemos.
Amigos. Mercedes. Eliminar. Bloquear. Listo. 
Ahora puedo decir lo que quiera, mientras Ojos Celestes comienza a compartir su trufa de chocolate rellena de maracujá con Miss Punta del Diablo Adolescente. 
Mierda. 




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Jueves, 22.55
Papina de Palma es una diosa. Charla con el público, esparce luz desde el escenario que no vemos, canta como un ángel. En la segunda parte de su actuación presenta un tema y se lo dedica “a todos los que trabajan en Paces y Penes”. Oh, cielos. Todos nos reímos y ella reformula la cortesía, pero no encara repetir el acto fallido: “esta canción se la dedico a... a todos los que trabajan en este local”. 🙂



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Jueves, 23,38.
Peces y panes. Papina de Palma. Final del show.
“¿Qué pesa más: mi certeza o esperar?”
Volvemos a la cabaña bajo la luz de la luna. Kira nos esperaba despierta, con la certeza de ligar un paseo nocturno antes del descanso profundo del final de la noche.



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Viernes, 7.09
Acabo de despertar de un sueño en el que participaba de una cena semi familiar multitudinaria, tanto que había como diez mesas largas todas en paralelo, llenas de gente de la cual solo conocía a la mitad. Yo (quizá de casualidad) me había sentado enfrente a Peluffo y estaba charlando con él. Simpático, Peluffo, un tipo sencillo. No recuerdo quién lo había invitado.
En eso mi tío Valmar me pidió que fuera a pedirle a Clotilde un par de cuchillos a la casa de al lado. Difícil encontrar a Clotilde; recorrí toda la casa (absolutamente llena de personas) hasta que la vi. El problema es que la tal Clotilde (que a todo esto no es de mi familia, y su imagen era la de una señora veterana de pelo corto que yo creo que trabaja en el CES) resultó ser medio Diógenes: tenía pila de cuchillos y vasos, pero todos rajados, o el mango por un lado y el filo por otro. Al final hallé dos cubiertos enteros y me los iba a llevar pero ella dijo que esperara, que antes los iba a lavar. 
Fui hasta la vereda de enfrente, pasaron diez minutos y nada. ¿Cómo iba a perderme la cena con Peluffo solo por esperar los idiotas cuchillos de la lenta Clotilde, que parecía no vivir en este mundo sino en uno que iba a diferente velocidad? Terminé entrando en la casa y robando los cuchillos, que de todos modos ella todavía no había empezado a lavar. 
En la zona de la cena las cosas seguían como cuando me fui: aún no habían servido nada, y todos tenían hambre. El nivel de ruidos entre las charlas de cientos de personas y la música alta era bastante complejo como para poder tener una charla con Peluffo, pero eso no me importaba. Yo estaba feliz, más allá de su presencia, y extrañamente no me había puesto ni un poquito nerviosa.
Dejé los cuchillos en una fuente que llevaba la Jacque (la directora del IAVA) y me senté. Quise sacarme una selfie con Peluffo pero el teléfono no me obedeció, y desistí. Charlé algo con él, hasta que me distraje cuando uno de los adolescentes del costado se puso a cantar una canción muy, muy dulce. Lo miré: no lo podía creer.
_ ¡Yo escuché esa misma canción ayer en Punta del Diablo!
Y ahí desperté. Se ve que aprovechar la mañana era más importante que el sueño con Peluffo, por lo que mi inconsciente me mandó una señal para que me fuera de fotos temprano, y allá voy.



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Viernes, 07.58.
Una amiga de estas redes me apura para que escriba la novela, y me dice como comentario en uno de los posts: “¡animate, animate!”.
Yo sigo caminando hacia el rancho con mi bolsa de bizcochos calentitos. A ellos sí que me animo, al menos en Punta del Diablo. Y que haga dieta algún cobarde. 
😬



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Viernes, 08.05.
Este balneario se está desmoronando. Al igual que algunos secretos familiares que tarde o temprano tienen que salir a la luz, acá también las estructuras que sustentan al pueblo están siendo lentamente devoradas por el devenir del tiempo, y probablemente algún día terminen por caerse. 
Mientras tanto caminamos, charlamos, reímos y sacamos fotos haciendo de cuenta que nada está sucediendo y que todo ha de seguir siendo feliz, colorido y veraniego para siempre.



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Viernes, 08.10
Señor, señora: este es el portón de la casa, ¿vio? Es decir, es la salida. No lo olvide, por favor, es muy importante: portón, salida, playa. La playa está para el lado del mar, en la vereda de enfrente. Gracias por su amable atención. Siga participando.



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Viernes, 09.17
Mensaje de mi prima Lourdes: “mirá que en la casa de los abuelos siguen pasando cosas. Me llegó el rumor de que los que viven ahí no dicen nada, pero no pueden dormir tranquilos. Como nosotros, cuando vivíamos ahí.”
Bueno, bueno, bueno. 
Parece que la cosa no era solo propia de una familia imaginativa como la nuestra, ¿eh?, pienso mientras camino hacia la entrada de las cabañas desde la calle y veo a Kira metiéndose de nuevo en el abrojal de enfrente. 
Hay muchas cosas enredadas en este mundo; lo que no sé es si todas se podrán hacer desaparecer solo con un peinado y un corte de pelo.




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Viernes, 09.20.
En el monte de enfrente, cerca del abrojal de Kira, vive un gato salvaje. Es gris, flaco, joven, y no le gusta que le saquen fotos. Respeto su condición de antisocial y no lo persigo, por ahora. Por ahora.



69
Viernes, 09.25.
Desayuno en la cabaña Tocco-Giménez: el melón es el objetivo; las tostadas y los bizcochos solo están para disimular. Caminamos más de 8000 pasos ayer, según una aplicación del celular de mi amiga. Es tiempo de reponer calorías. Digo, energías. 



70
Viernes, 09.47.
¿Se acuerdan de Buscando a Wally? 
Este juego se llama Buscando al Benteveo, y acabo de estar cinco minutos mirando las ramas y escuchándolo cantar hasta que lo vi. 
Juegos matinales en Punta del Diablo: ¡complejidad, exigencia, desafío! 
A veces la realidad está justo ahí, frente a nuestras narices, pero no podemos verla.
Arranco la última caminata hacia la Viuda por este viaje. Cielo semi azul, poco viento, calor intenso y proyecto de caracoles pequeños que no sé si se van a dejar ver por el momento. 
Ya verán fotos (o no). 




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Viernes, 10.08.
Acabo de sacarme remera y minifalda con efecto rasgado cada vez más revelador. En la arena. A 15 metros de cualquier intento traicionero de reconquistar a mi iphone de nuevo y llevárselo al upsite down. 
Mariela: inteligencia. O ensayo y error. No termino de definirlo. 😎



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Viernes, 10.39.
¿Viste cuando estás en las alturas y escuchás el mar y el viento es amable y el sol a veces se nubla y el paisaje es increíble por los cuatro costados y no sabés si seguir caminando o si quedarte a vivir ahí para siempre? 
Bueno, eso.



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Viernes, 11.03.
La casa de la Viuda está mucho más cerca de Punta del Diablo de lo que parece. A diferencia de lo que ocurre en Valizas, aquí una planifica una caminata interminable, se distrae, y ya llegó a su destino. Igual me pasó con el viaje, cuando creía estar por entrar a Rocha y de pronto el guarda gritó “¡Punta del Diablo!”. 
Todo es diferente en esta playa y en este pueblo. 
Para empezar, no hay fósiles, piedras ni huesos recientes. Siempre camina gente por todos lados, no hay manera de preocuparse por la soledad, los loquitos, el peligro. El sol parece quemar menos. El agua siempre está verde.
Este lugar no es Valizas.



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Viernes, 11.48.
Hay un Cristo a orillas de la Viuda, o eso parece el señor blanco hasta la fantasmidad que toma sol con pose de crucificado sobre la arena húmeda de la orilla, justo a la altura donde llegan las olas más grandes. Debe estar buscando alguna clase de purificación espiritual, pensé al cruzarlo. O quizá solo desea dejar el color blanco leche y ha elegido una pose sacrificial para propiciar a Ra y sus secuaces. No podría asegurarlo.



75
Viernes, 11.59.
Debería estar ocupándome del crimen de la pobre Rosario, lo sé, pensar las cosas que Washington me contó, tratar de sacarle algo más, llamar a mis primas a ver si se acuerdan de otros datos o al menos ver si la escribana tiene el nombre completo del tal Cosme. Debería ocuparme de Rosario, lo sé, pero creo que ella en mi lugar lo comprendería perfectamente.



76
Viernes, 12.09.
Descubra la realidad colándose en medio de la utopía.



77
Viernes, 12.15.
Paso por una casa y recuerdo que hice el mismo camino ayer, en medio de la crisis Waterphone. Una señora de avanzada edad estaba sentada en el frente, tomando sol de lo más tranquila, mientras dentro de la vivienda se desarrollaba una escena una tanto diferente. Dos personas discutían en el living: estaban cabeza con cabeza, mirándose a los ojos, moviendo las manos con vehemencia y hablándose probablemente en voz baja. 
Distraída con el chusmerío no había reparado en una cosa blanca y peluda que empezó a ladrarme y se me vino encima, como si no hubiese captado el pequeño detalle de que él no era más que un alfeñique de cuatro kilos y medio, molesto y desubicado. 
Continué mi camino sintiéndome una heroína: había salvado al pequeño caniche de recibir una patada por parte de una persona en pleno síndrome de alienación post Waterphone, y no importaba que el demonio peludo no fuera nunca a llegar a enterarse de su buena suerte matinal.




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Viernes, 13.22.
Vine a Punta del Diablo por primera vez como paseo de la Escuela 55, allá por 1977, más o menos. Charito y Raquel (las maestras de los dos grupos, porque éramos un quinto doble) organizaron a pulmón un paseo de un día que arrancó por el Chuy, luego siguió por la Fortaleza y al final llegó al pequeño pueblo de pescadores que era esto antes de explotar y convertirse en Little East Point.
Como corresponde a niños de 10 u 11 años, todos nos gastamos en el Chuy la plata para el día y pegamos la vuelta llenos de cajas de bombones Garotos y chicles Ploc! 
Eran gurises complicados, mis compañeros; recuerdo que cuando no nos dábamos cuenta saquearon los bolsos de las nenas (en esa época no había mochilas) y nos robaron nuestras golosinas, entre ellas un paquete de Amanditas sin abrir que llevaba para mis padres, paquete cuya ausencia todavía me duele.
Todo para decir que conozco este lugar en el que estoy ahora desde que era verdaderamente una aldea. Había ocho o diez puestos de artesanías atendidos por las esposas de los pescadores, que vendían todo tipo de collares, pulseras y cajitas hechas por ellas mismas con vértebras de pescado.
40 años han pasado desde entonces (40 años... casi casi mi edad actual). 
El pueblo ha crecido, ha mejorado, ha empeorado.
Ojalá no siga cambiando a este ritmo, pienso mientras escucho en la vereda de enfrente los cantos de la gente del hostel. Ojalá.




79
Viernes, 14.15
El hijo de Washington y Cecilia cruza a visitar a sus vecinos de enfrente. Es estudiante de Arquitectura; charla con Emilio sobre viajes que no he hecho y países que desconozco. 
Parece un buen muchacho, y seguramente es muy serio a la hora de estudiar. Me pregunto si sabrá de los sótanos tapiados y los calabozos subterráneos desperdigados por la ciudad, o si será que en la Facultad no le hablan más que de cosas bellas, legales e inocentes.



80
Viernes, 14.34.
Mi amiga Ceci me manda un mensaje desde Minnesota: “¿Viste esto?”. La foto que lo acompaña es una captura de pantalla de la página fúnebre de El Observador. No entiendo mucho de qué se trata, y además casi no veo lo que envía, hasta que hago zoom en la foto y casi me caigo de la hamaca en la que estaba tirada desde hace rato. 
Así que hubo un Cosme Suárez que murió en 2014, más o menos en la misma época que me Washington recordaba, y que fue enterrado en el Cerro. 
Me parece que voy a tener que tener una charla con algunas personas de mi familia, pienso. Por lo menos con las que a fines del siglo pasado se mudaron medio de apuro y en bloque para el Cerro, un barrio al que hasta entonces solo habían oído nombrar en los informativos, y no precisamente en la parte de las buenas noticias.
Es un hecho que esta familia guarda más de un secreto en sus entrañas. Lo que no sé es si llegaré algún día a develar ni la punta más floja de esta madeja enredada en que nos hemos ido convirtiendo a fuerza de secretos y de cosas de las que nunca se ha hablado. 
Y hablando de enredos, me voy a lavar el pelo, que ya parece una sola rasta gigante e inentrable. Así no puedo volver a Montevideo. Así, no. 




81
Viernes, 15.30.
Próximo y fugaz destino: La Coronilla. Por las dudas que las costumbres allí sean más prolijitas que en Punta del Diablo, no solo me he lavado el pelo sino que acabo de darle un toque de discreción al tajo de mi pollera. ¡No me digan que no me quedó re chuchi! 😍



82
Viernes, 16.26.
La primera casa que vemos en La Coronilla está abandonada y desmoronándose. Todo lo que no se cuida se destruye, pienso, al tiempo que me pregunto si alguna vez la casa de mis abuelos correrá esa misma suerte y me digo que en caso de ser así allí estaré con pico y pala para resolver el misterio de Rosario y Cosme, si es que existió Rosario y si es que Cosme la asesinó.



83
Viernes, 16.44.
Tras un larguísimo tiempo de espera que pasé sentada en un banco a la sombra veo que Matilde por fin sale del Red Pagos al cual había ido a abonar una factura. Viene quejándose por la extrema lentitud de la persona que la atendió. Todo se hace a otra velocidad en esta zona del país, lo hemos visto y experimentado en cada sitio al que fuimos, excepto en Panes y peces. Incluso en varios comercios hay carteles al estilo de “si usted está apurado no es este el lugar”. Punta del Diablo pertenece a la corriente Slow, aunque no sé si por decisión turística o por simple pereza.
Nos metemos en La Coronilla para un paseo que deberá ser breve, porque a las 19.30 ya voy a estar volviendo a una ciudad lenta si la comparamos con las grandes capitales del mundo, pero puro vértigo y acción para quien sale del ritmo de Rocha y sus aletargados pueblitos costeros.




84
Viernes, 17.00.
Llegamos hasta el final de la entrada principal y bajamos a ver el paisaje. 
Todavía no entendemos muy bien cómo un sitio tan solitario y quieto como La Coronilla tiene durante el año tanto movimiento como para justificar que haya un hotel, escuela, liceo y UTU. Suponemos que recibe a muchos estudiantes de los pueblos vecinos, porque francamente aquí no parece vivir nadie, o casi nadie. 
Todos repetimos más o menos lo mismo cuando hablamos de esta zona del país: el Canal Andreoni de la dictadura secó los bañados y mató a La Coronilla. No sé qué tanto de verdad o de mito tenga esa afirmación, pero lo cierto es que el agua se ve marrón y revuelta frente a nuestros ojos.
La playa a esta altura es una cinta interminable de mar y de arena. Hay un mirador al final del camino, cerca de los baños públicos, pero no nos parece gran cosa, y pronto volvemos al auto.




85
Viernes, 17.02.
Un vehículo estacionado llama nuestra atención, al punto que medio a escondidas (por si los dueños andan en la vuelta) nos acercamos y le sacamos un par de fotos. Tiene inscripciones en árabe, dice algo de Austria, parece un camión de guerra. 
Me pregunto si será posible que haya secretos que no estén encerrados en los sótanos tapiados de una vieja casa de la Curva de Maroñas sino que se muevan sobre ruedas preparadas para todo tipo de terreno, en una suerte de hogar amarillo, metálico y con pinta de indestructible, como algunas mentiras.




86
Viernes, 17.10.
Cuando estamos saliendo de La Coronilla vemos un cartel que dice “Al puente colgante”, y allá fuimos.
Una vez en la playa, estamos en condiciones de afirmar que hemos encontrado los restos de Mordor en las arenas de La Coronilla. De Sauron (afortunadamente) ni noticias, por ahora.



87
Viernes, 17.43.
Las barrancas de este lugar son gigantes y bellísimas, pero tienen un grave problema: se están derritiendo. Dan muchas ganas de perderse en la exploración de las paredes de barro de diferentes colores; estoy segura de que en ellas debe haber de todo: puntas de flecha, boleadoras, algún sable de los españoles, cualquier cosa que no sea barro y más barro, pero nada veo. Matilde opina que La Coronilla es espantosa, y que no pasaría por aquí más que media hora, a lo sumo. Yo creo que con todo un verano no me alcanzaría para revisar las barrancas, pero sé que puedo equivocarme, y que quizás con un par de días resultaría suficiente y comenzaría a percibir la soledad y la quietud de este lugar detenido en el tiempo. Pero no sé.



88
Viernes, 18.30.
El puente colgante sobre el Canal Andreoni parece sólido, pero cuando damos unos pasos empieza a temblar y a convertirnos la sangre en hielo y las piernas en gelatina. 
Confirmado: cuando tengo miedo me olvido de todo (hasta de esconder la panza para la foto). 



89
Viernes, 18.48.
Cuando salíamos de La Coronilla paramos con Matilde a cargar nafta con súper descuento en una estación de la ruta. Había una larga fila de autos antes que nosotros, porque se ve que el precio es tentador para todos. Estábamos de gran charla recordando incidentes relacionados con los incendios de hace años de Santa Teresa y Punta del Diablo cuando me sonó el celular. Era un número desconocido. 
_ ¿No vas a atender?- preguntó mi amiga cuando vio que el teléfono seguía sonando y yo nada.
_ No sé... no me gustan los números que no tengo agendados. Mirá si es alguien del IAVA para avisarme que por alguna razón hay una mesa especial en enero- bromeé, pero al final atendí. Era una mujer. 
_ ¿Hola? ¿Hablo con Mariela Rodríguez?
Íbamos bien: al menos no había preguntado por la “profesora Mariela Rodríguez”. 
_ Sí.
No soy muy locuaz cuando hablo con desconocidos.
_ Ah, mire, la llamo de parte de la escribana Pittaluga, que es la profesional que se ocupó de la venta de la casa de la calle Osvaldo Cruz.
_ Ah, sí, sí- respondí casi a los gritos. Matilde me miró, interrogativa. Le hice un gesto onda Psicosis que ella entendió como referencia al cadáver del sótano. 
_ La escribana me pide que le pregunte si la puede llamar a su domicilio hoy pasadas las 20 horas, ¿será posible?
_Eh... No, en realidad no. Estoy de vacaciones, vuelvo esta medianoche, ¿por qué asunto es?
_ Disculpe, pero no puedo adelantarle nada por el momento. Asuntos legales, usted comprenderá... Le diré a la escribana que se comunique con usted en la mañana, ¿le parece bien?
_ Claro, claro, no hay problema. De todos modos, si ella quisiera llamarme hoy al celular...
_No creo que ello sea posible, señora Rodríguez. La escribana prefiere tratar ciertos asuntos solo en persona o por teléfono de línea, pero le trasmitiré su mensaje. Buenas tardes.
Y cortó.



90
Viernes, 19.10.
Los vecinos de enfrente cruzan a despedirme, y aprovecho para sondear a Washington una última vez. 
_ Che, primo… ¿Vos estás seguro de que no sabés nada más que lo que me contaste?
Él carraspea, un poco nervioso. Su mujer toma la palabra y me mira a los ojos antes de hablarme con la enorme dulzura que la caracteriza:
_ Él te dijo todo lo que sabe, creeme. Yo pasé una vez con él por Osvaldo Cruz, y me contó la historia. Si tuviera otro dato para aportar le diría que te lo diga, pero es solo eso: una historia del pasado que se desfleca y se pierde en el tiempo. Yo no creo que nunca llegues vos o llegue nadie a solucionar el misterio. 
Y se fueron. Acababan de merendar con el hijo menor y estaban deseando darse una ducha y descansar mirando el mar a lo lejos, hasta que la luz del atardecer terminara por borrar la línea del horizonte.




91
Viernes, 19.45.
Mi pasaje de las 19.30 era para el coche 3 de Rutas del Sol. Llegamos a la terminal temprano, Matilde y yo: el coche ya estaba ahí. Estaba por subirme cuando una chica se nos acercó pidiendo que le cambiara el pasaje por uno para el coche 2, así ella no viajaba sin sus amigos, y accedí. El 3 se fue puntualmente 19.30 y yo aquí estoy, quince minutos después en un sitio vacío, esperando. 
Soy la única pasajera que espera. 
Miro a lo lejos: no se ve nada; no hay nube de polvo rojizo que indique la venida del coche 2, que a esta hora empiezo a sospechar si será solo un producto de mi imaginación o una buena falsificación de pasaje.



92
Viernes, 20.01. 
Parte al fin raudo y veloz el coche 2, con solo 31 minutos de retraso, y el hecho de que el asiento 33 esté roto y su respaldo no se pueda graduar no es más que el corolario dorado de una decisión equivocada. ¡Perdóname, coche 3, he sido una tonta! Nunca debí abandonarte, ahora lo comprendo, aunque bien sé que es demasiado tarde. 
¿Ya les conté que en el asiento de atrás viene gritando una nenita de unos dos años? Y eso no es todo: a mi derecha tengo otra niña, esta vez mayorcita, que viaja en silencio pero cada vez que se acomoda en su asiento me pega sin querer una patada.
I ❤ Rutas del Sol.
Este va a ser un largo viaje.



93
Viernes, 21.04.
Nueve de la noche en el benemérito coche 2: tiempo de pasar en limpio lo que tengo hasta ahora, más allá de la historia en sí, que la mayoría de ustedes me ha oído contar más de una vez. 
* El dueño de esa época se llamaba Cosme y murió en 2014, según parece. 
* De Rosario nunca más nadie supo nada: no fue a Buenos Aires, nadie recuerda si llegó a parir, nada.
* Washington sabe muchas cosas y me dijo algunas, pero creo que se guarda otras. Lo que me aportó el día de la moqueca es que la tal Rosario venía del Norte del país y no tenía familia conocida en la capital. Además me dijo que la pobre era muy bondadosa pero medio crédula, por lo que podría haber resultado fácil de engañar, y que el sobrino Alberto murió, pero hay una hija que quizá recuerde la historia y pueda aportar algo interesante.
* El de la amenaza a través del facebook del héroe del idioma (Roberto) y el del mensaje para que me deje de investigar deben haber sido gurises paveando, porque no volvieron a aparecer. 
* La escribana Pittaluga me va a llamar mañana o pasado.
* Mr. Blue Eyes resultó ser simplemente un cuarentón baboso y desubicado en busca de veinteañeras trofeo. Tenía que decirlo.
* Odio al coche 2 de Rutas del Sol. También tenía que decirlo. 
* La foto de esta publicación no tiene nada que ver con el post, pero es linda. 
Fin del resumen.



94
Viernes, 21.15.
Tengo hambre. Con las vueltas por La Coronilla y esto de cambiar el pasaje para otro coche olvidé que iba a comprar algo en la terminal para las cuatro horas del viaje. Tengo hambre, y lo más parecido a comida que llevo encima es un pote de crema de coca con clavo de olor para la tendinitis. Trataré de no hincarle el diente, pero no prometo nada. 



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Viernes, 22.03.
He venido editando fotos y navegando en internet la mitad del viaje, ya me va quedando poca batería. Hace un rato logré, finalmente, dar unas cabezadas, aunque no llegué a dormir más que un par de minutos, durante los cuales soñé que cuando compraba el rancho de Valizas resultaba que había un sótano oculto debajo de la cocina, que tenía un gliptodonte enterrado.  
No, mentira. 
No he podido dormir ni un segundo, todavía. Afuera está muy oscuro y no llego a leer por qué kilómetro vamos. Por lo menos la nena de atrás ha dejado de llorar. El asiento va todo el tiempo inclinado al máximo y saltando con cada movimiento del ómnibus. Esto no va a ser bueno para mi columna, para mi tendinitis ni para mi vista, cansada de ver una pantalla luminosa y movediza en medio de la oscuridad. 
Sigo tratando de descansar mientras controlo el nivel de la batería: aún me queda 29 %.



96
Viernes, 22.09.
Siento la vibración y atiendo de primera, aunque es un número que no conozco. Sé que la nena del asiento de al lado duerme profundamente, pero de todos modos hablo en voz muy baja. Al parecer medio mundo va durmiendo en este coche.
_ ¿Hola?
_ ¿Hablo con Mariela? Ah, qué tal… mi nombre es Sofía. Sofía Pittaluga.
Tu tuuu…



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Viernes, 22.10. 
_ ¿Señora Mariela? Soy yo de nuevo. Creo que la comunicación anterior se cortó…
_ Eh… Ah. Sí, debe haberse cortado sola. Las líneas andan cada vez peor, y en este momento voy en viaje. ¿Cómo está?




98
Viernes, 22.35.
Atendé, Matilde, te lo pido por favor, atendé… 
Pero no. "El teléfono con el que usted trata de comunicarse está apagado o fuera del área de cobertura". Y ahora qué hago con lo que acaba de decirme la escribana. Demasiado tarde para llamar a nadie, demasiada poca batería para dar explicaciones, demasiado todo para que no me explote la cabeza en el medio del bendito coche 2 de Rutas del Sol, la puta que lo parió y no me importa nada que Faustina vaya a leer lo que escribo porque ya está bloqueada por culpa de su puta madre. Mierda.  



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Viernes, 23.50.
Bajo en la terminal y me zambullo en el primer cargador de celular que veo libre en la pared, junto a la puerta del medio. El iphone titila unos segundos y al final se prende. Sé que es muy tarde para comunicarse con una casa de familia pero mi amiga Matilde está en Punta del Diablo, y en Punta del Diablo los horarios no existen. Llamo. Suena dos, tres, cinco veces, hasta que me da con el mismo mensaje de hace una hora. No puedo comunicarme. Voy a tener que definir esto sola, aunque no tenga ni la más remota idea de qué debo ni (mucho menos) qué quiero hacer.



100
Sábado, 1.20.
Entro a mi casa precedida por una masa de pelos grises y maullidos; tiro mochila y morral en el primer sillón que veo y me desmorono en el segundo. La gata se instala junto a mi oreja y comienza a exigirme cuentas por el atún adeudado de los últimos cuatro días. Mientras preparo el café de la madrugada comienzo a pensar que voy a tener que tomar una montaña de decisiones en las próximas horas, y no me vendría mal una buena noche de sueño, para empezar. Pongo un platito con comida en el fondo, dejo a la gata entretenida, cierro puertas y ventanas y llego casi de arrastro hasta mi cama. 
Por esta noche no quiero soñar con pesadillas ni recibir señales, solo espero poder dormir profundo y despertar por la mañana con la cabeza despejada, sin necesidad de poner la alarma. 
Las palabras de la escribana continúan resonando en mis oídos.
_ Mire, Mariela, como no podía esperar que llegara a su casa, se lo voy a decir sin rodeos, usted lo piensa y mañana me contesta, ¿le parece? La familia que compró la casa de sus abuelos ha decidido hacer unos arreglos en lo que antes era la cocina. Parece que cuando comenzaron a sacar el viejo piso ha aparecido una cavidad un tanto extraña en una de las esquinas de la habitación… Piensan que tal vez puede ser el famoso sótano del que su familia siempre ha hablado, pero sus creencias religiosas les impiden continuar investigando. “Profanación”, creo que fue la palabra que usó el dueño de casa cuando me llamó. En todo caso, dado que usted ha manifestado cierto interés por la propiedad, ellos se han contactado con mi secretaria para ofrecerle a través de nuestra oficina, con todas las garantías de la ley, la posibilidad de continuar con la excavación. Esto no contará como un pecado para la familia de los actuales moradores, dado que usted cargará con todo el peso moral de dicha decisión, si decide tomarla. Ah, otra cosita: en caso de decidir que sí quiere continuar, también cargará con el costo de todo el reciclaje de la casa. El actual dueño dice que sus abuelos se la vendieron en muy malas condiciones, el costo de las reparaciones puede llegar a ser alto e incluso se llegó a utilizar la palabra “estafa”. ¿Me cuentan que usted estaba por comprarse un rancho en Valizas? Como sea, el dueño actual me pide que le comunique que le da 24 horas para decidirse. Si para el mediodía del sábado no tiene una respuesta de su parte él va a tirar una colada de cemento en el piso de la habitación y considerará que este tema se ha cerrado para siempre. ¿Cómo dice? ¿Qué eso es menos de 24 horas? Bueno, digamos 12. Usted vea; por favor llámeme cuando sepa qué ha decidido. Buenas noches.
Y cortó. 
Dormir, dormir, dormir. Tengo que poder lograr un poco de silencio en mi cerebro. 
Esta noche es eterna. No doy más. 
Dejo esta crónica por acá. Sean felices y no maten a nadie, o al menos si lo hacen no dejen a la víctima en un sótano, ¿quieren? Que las víctimas no siempre se resignan, y a veces continúan hablando de maneras insospechadas.



Febrero 2018

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El 144 en el que voy es una gran familia. 
Primero un flaquito recorre todos los asientos pidiendo de a dos pesos hasta completar su boleto de dos horas. Después una chica y un muchacho con acento extranjero hablan de fútbol y reglamentos, porque estudian para ser entrenadores. Un policía gordo con pinta de bonachón se mete en la charla y les plantea una situación problemática que ellos no pueden responder y que al parecer (según él) “ni la FIFA pudo contestar”. La gente escucha al disimulo; al final todos se miran y sonríen. 
La rubia del fondo, mientras tanto, sube a las redes fotos de manzanas y de lagartos, a la vez que escribe cosas sin parar en su teléfono, como si no escuchara o no le interesara percibir nada de lo que la rodea. 
El 144 en el que voy es una gran familia, repito, y en ella estamos todos: los jóvenes estudiosos, el tío que plantea enigmas, el parásito que solo viene a manguear plata y la que chusmea al disimulo aunque no lo parece. Estamos todos.



El señor Juan Larraín Oteiza hizo una donación importantísima a la ciudad: un edificio de un piso pero grande que está al lado del instituto de ciegos y hoy no sé si es una policlínica barrial o algo parecido. ¿Que cómo lo sé? Fácil: hay un relieve en las paredes donde en letras de 40cm de alto dice “Donación de Juan Larraín Oteiza”. Gracias, don Juan, muy generoso de su parte. De la modestia ni hablamos, pero, bueno. Bien igual.




En otras épocas cuando despertaba contenta y con sensación de ser etérea es porque había soñado que volaba. Hoy, en cambio, soñé que había bajado 5 kilos: viene a ser más o menos lo mismo, ¿no?


(No, ya sé que no... disimulen.)

La estancia de Don Pepe

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Una vez, hace casi cuarenta años, fui a una estancia. 
Era un 16 de febrero; mis viejos, mi tío Valmar y yo estábamos de charla a la caída de la tarde, mientras el Toby se ocupaba de patrullar los alrededores del campamento para asegurar que no hubiera ninguna amenaza dando vueltas por el monte. La estancia de Don Pepe era la más linda y la menos peligrosa de todas las estancias del mundo, pero nuestro perro cumplía su misión de defensa de la manada a conciencia, como correspondía a su rol en el grupo.
De repente, un ladrido. Se acercaba un caballo con jinete, que saludó con el sombrero y desmontó en silencio. Era el dueño de la estancia. Nos miramos, sorprendidos. Ahí mismito vimos que no era una la persona que llegaba, sino dos. Mi viejo ya se estaba levantando para recibir a las visitas cuando le vio la cara al otro y ahogó una exclamación que no presagiaba nada bueno:
_ ¡El Negro!
_ Buenas- dijo el aludido, y descendió del caballo. Mi tío Valmar también quedó conmocionado al ver al vecino y amigo de toda la vida en un sitio tan impensado, a muchos kilómetros de la capital y casi con las primeras sombras de la noche.
_ Pero… Negro, ¿qué hacés acá?
_ Tuve que venir; tus hermanas me pidieron que les avisara. El viejito ta muy grave, no sabemos si pasa de esta noche. 
El viejito era mi abuelo, el Viejo Manuel. Andaba por los 80, hacía años que arrastraba las secuelas de un cáncer de estómago mezclado con la mala alimentación y las consecuencias de toda una vida de pobreza y doce hijos, ya iba siendo hora de descansar. La ocasión no daba para llantos ni lamentos: había que ser expeditivo.
_ Vení, Negro, sentate, tomate unos mates mientras nosotros desarmamos todo- dijo alguien, mirando consternado el panorama de los alrededores. 
No es fácil deshacer un campamento familiar a las apuradas y con poca luz, ni mucho menos ordenar las cosas para que ocupen poco lugar y entren en la cajuela de la Austin A40 roja y blanca de mi padre, la que en el barrio todos creían que era de la Coca Cola. Mi vieja, práctica como siempre, empezó con las cosas de la cocina, mientras los hombres iban soltando las cuerdas que ataban la carpa. El vecino y el que lo había traído a caballo se fueron al ratito, a ver si el Negro lograba agarrar un ómnibus que pasaba a las ocho por la carretera, mientras nosotros seguíamos doblando frazadas, metiendo comida en bolsas, descolgando enseres y mirando a ver si no dejábamos nada olvidado entre los árboles. Al final, ya en plena noche, decidimos que habíamos guardado todo, y nos fuimos. 
Pasamos por la estancia, donde nos dieron las anticipadas condolencias del caso. Esperanzas de que se salvara no había, pero se iba a tratar de llegar a tiempo para una despedida, por lo menos. Mi tío Valmar se quedó en la estancia por un par de horas porque no entraba en la camionetita y ellos lo iban a alcanzar más tarde hasta la carretera. Nosotros partimos en seguida; íbamos los tres en la cabina, con el Toby a los pies.
En el camino, varias porteras. Mi madre era la encargada de bajarse, abrir, cerrar, volver a subir. El camino estaba barroso y lleno de zanjas; no llegábamos más. Nadie hablaba. Mi viejo iba concentrado en manejar en medio de la oscuridad más absoluta, tratando de hacer las cosas con delicadeza para que la Austin no se nos quedara por el camino. En cierto momento me pareció que tenía los pies fríos y que algo me estaba faltando. 
_ ¡El Toby! ¡No está el Toby!
Puta madre: habíamos perdido al Toby en alguna de esas bajadas, no sabíamos en cuál. Dimos la vuelta. El Cele seguía sin decir una palabra. Allá a lo lejos, varios kilómetros atrás, le vimos los ojitos brillantes en medio de lo negro. Venía sin aliento, pobrecito. Mi vieja me echó la culpa de haberlo perdido, inventando una regla nueva (“el que viaja al lado de la puerta es el que se fija que el perro suba”), pero no me extrañó, porque es lo que siempre hace cuando la sobrepasan la culpa o el dolor. Abrazamos al Toby, le dimos un poco de agua y muchos mimos, y seguimos el viaje. 
La verdad es que no estoy muy segura de por dónde andábamos; creo recordar que la de Pepe era una estancia en Florida. Solo sé que el lugar era increíblemente hermoso, y que poco tiempo después iba a desaparecer, tragado por las aguas del embalse de una represa. 
No miré a mi viejo en todo el camino; ahora sé que ese viaje debió ser bravo para él, y también debe haber sido difícil para mi tío, que lo tuvo que afrontar solo y en la incertidumbre de qué estaría pasando en su casa cuando regresara, porque Valmar era uno de los varios hijos que compartían con el viejo la enorme y deteriorada casa de la calle Lutecia. 
El Viejo Manuel fue el que menos conocí de mis cuatro abuelos; no recuerdo haber tenido una charla, ni saber prácticamente nada de lo que había sido su vida antes de convertirse en una presencia adherida al banquito del frente de su casa, rezongando a los botijas de la familia y quejándose por todo. Después vino la enfermedad, y ya no salió casi de su cuarto. Tal vez llegué tarde para conocerlo. 
Entramos a Montevideo alrededor de las once de la noche, y fuimos derecho a los de mis abuelos. Había varios autos a la entrada; terminamos parando en la esquina, así que el Cele se bajó solo, para no dejar la camioneta cargada a merced de los ladrones. Mi madre, el Toby y yo esperamos en silencio hasta que volvió, a los diez minutos. 
_ Ya se murió.
Y no había mucho más para decir. 
Hoy estaba por hacer algo en la computadora cuando vi la fecha y se me vinieron encima las imágenes, especialmente la de los ojitos brillantes del Toby corriendo atrás de la Austin que se le iba cada vez más lejos. Cosa rara, la memoria, cómo nos graba a fuego algunas cosas de hace una vida y nos empaña otras de recién, de hace un ratito. O será que se gasta con el tiempo, no lo sé. 
Estuve buscando fotos de ese viaje y no tenemos, cosa rara dado lo aficionados que siempre fuimos a la fotografía en la familia. Pero lo que me resulta francamente inquietante es que tampoco tengo fotos del Viejo Manuel, ni una. Ni siquiera alguna imagen en que aparezca borroso o confundido entre los rostros de sus muchos hijos. No está en el casamiento de mis viejos, no está en el viejo álbum de las fotos en blanco y negro, nada. No aparece. Como si el tiempo se lo hubiera tragado. 
Carpe Diem. El tiempo siempre nos termina ganando, así que carpe diem y todo eso, y no duden en correrle de atrás a la vida si sienten que de repente los está dejando solos en mitad de la nada. A veces la oscuridad es solo un susto pasajero. 

Marzo 2018

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_ ¿Esta es la parada de Garibaldi?- pregunté al chofer del 77, un señor de lentes, gordo y canoso. 
_ No, la próxima- respondió él. 
Es el problema de estas dos paradas, pensé: quedan a media cuadra una de la otra y una se confunde. 
Tenía que bajarme en el Disco por una necesidad logística impostergable: ya no quedaban sardinas en casa y la gata hoy de mañana me había mirado a la vez con hambre y reproche, situación que no estaba dispuesta a repetir por la tarde.
En eso estaba cuando me llegó desde el costado la voz del señor chofer: 
_ ¿Mariela, no? 
Lo miré. Ni idea.
_ Rodríguez- agregó, mientras sonreía con expresión bonachona. ¿Era un Rodríguez? Debía ser algún tío lejano, o un primo de mi viejo de esos que hace añares que no veo.
_ Ah... ¿Sos de la familia?- pregunté, mientras seguía tratando de ubicarlo. 
_ No. Digo que me acuerdo que vos sos Mariela Rodríguez. Yo soy Fulano, tu compañero del liceo 30. 
Fulano. Fulano tendría que tener la misma edad que yo, pensé, pero no puede ser, porque yo no soy una veterana canosa, pasada de peso y con lentes.
Eeeh...
No. 
Repito: no. 
Hablamos unos pocos segundos, porque las dos paradas están, como dije, muy cercanas. 
_ Hasta luego, Fulano, qué gusto verte. - saludé al bajar, como si él no se hubiera equivocado de generación.
Esperé la verde para a cruzar; el 77 avanzó y nos hicimos un adiós con la mano. Chau, chau. Nos vemos. 
Listo, es un hecho: Fulano está confundido, y eso que agregó después de que fui profesora de sus dos hijos en el Beata debe formar parte de un universo alternativo. 

Pobre Fulano. No sabe ni la edad que tiene. Pobre.




6.32: Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora.
6.39: Me levanto. Bajo la escalera. Le pongo comida. Saco gata y platito a la ventana, para que vaya al baño y se distraiga después de comer, así duermo tranquila.
6.41: Llora en la ventana del dormitorio. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora.
6. 50: Le abro. Bajo a la cocina. Entro el platito. Sigue comiendo. Me acuesto.
6.53: Entra al dormitorio. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora.Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora.
7.00: La saco del cuarto y cierro la puerta. 
7.06: Sigue llorando. 
7.07: Evalúo posibilidades de amordazarla, llenarle la boca de atún o conseguir un Cono del Silencio por Mercado Libre. 
7.08: Sigue llorando. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora. Llora.
Y así.




Noche de sábado en mi barrio. Bajamos del Núñez; yo hubiera esperado un ómnibus, pero mi amigo enseguida se calzó la mochila y empezamos a caminar rumbo a la cooperativa. Eran las doce y media, y lleva unos veinte minutos ir desde Libia a Rubén Darío. 
Primero nos cruzamos con un flaco que nos miró y siguió de largo. El segundo, a la cuadra, pidió unas monedas. Otros dos iban compartiendo una caja de Santa Teresa. Los pasamos; interrumpieron su charla un momento para calibrar quiénes éramos, y siguieron en lo suyo. De la vereda de enfrente dos tipos como de treinta años con el hampa pintada en la cara nos vieron venir y cruzaron hacia nosotros. Mi amigo se puso a tararear. Yo arranqué a charlar sobre un médico naturista del que habíamos oído la historia en Minas esa tarde. Ellos pasaron por al lado y siguieron. Y así en todo el trayecto, en el que cruzaron varios omnibuses que hubiéramos podido tomar, pero no. 
_ Debo confesarte que un poquito de miedo me dio- le dije a mi amigo apenas cruzamos las rejas de la cooperativa y saludamos a los serenos. 
Él respondió en un segundo:

_ ¿Te dio miedo? Ah, mirá. A mí no. Sobre todo porque sé que, llegado el caso, puedo correr mucho más rápido que vos.



Te parás en las esquinas y ves la sierra por los cuatro costados. Entrás a la Confitería Irisarri y te regalan un kindim de coco. Recorrés el museo de la Casa de la Cultura y sos el único visitante. Todos te saludan por la calle. Se escuchan pájaros. Las distancias son cortas, las casas antiguas, la gente amable. Minas. Un placer.




Estoy tratando de armar mi árbol genealógico y como es natural me encuentro con ramas que no sé de dónde vienen, así que llamo a mis viejos.

El Cele de la familia de su mamá se acuerda perfecto pero de la rama paterna sabe poco y nada, y creo que no es desmemoria sino simple falta de relación. Solo nombra una tía (“la Mingota”), no recuerda el nombre de su abuela y nunca conoció al abuelo.

Mi vieja, obviamente, me da nombres y apellidos de todo el mundo, incluyendo a sus bisabuelos, y me agrega de yapa la historia de Eleodora, la madre de mi abuela, a la que yo conocí ya muy viejita, siempre sentada quieta en una silla y casi sin hablar.

_ La abuela Eleodora nunca supo bien qué edad tenía, porque a ella se le murió la mamá cuando era chica. La mujer había sido madre soltera y se murió muy joven de viruela negra. Los vecinos esperaron que saliera el mal olor del rancho para confirmar que había muerto y ahí prendieron fuego a todo, así la peste no los podía alcanzar a ellos. Antes era así. Eleodora creció criada por la familia del doctor Silva Correa, pero nunca supo exactamente en qué año había nacido.


Sigo armando el follaje de este entramado de historias. Si tuviera que ponerle un título no sé si sería La Comedia Humana, Los Miserables o Los Trabajos y los Días, pero supongo que en todas las familias pasa lo mismo. Al menos en las de Cerro Largo.

Rumbo al Sur

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Día 7:
El parque del Tronador

Solo 16 de los pasajeros del viaje decidimos hacer hoy el último recorrido pautado, que era el parque en la base del Tronador y el glaciar Ventisquero Negro, el glaciar negro, para los íntimos. Algunos optaron por una tarde de compras o un día de descanso, pero yo no, e hice bien. 
La salida fue a las nueve de la mañana; fuimos bordeando lagos espejados y enormes murallas de piedra que parecían ser tan altas que no daba el cuello para mirarlas. 
Cuando llegamos al parque el camino dejó de ser carretera y se hizo movidito.
Paramos en una playa de lago (Playa Negra), en un mirador sobre un lago (Mascardi) que era en verdad un espejo imponente, y luego en un río que se llamaba Manso pero era de lo más correntoso. 
Almorzamos entre las montañas, cerca de un arroyito color lechoso que corría sobre un lecho de piedras, la mayoría de las cuales me hubiera traído con gusto para mi casa. 
Después del almuerzo, lo mejor: el glaciar. Montañas negras, una laguna verde lechosa con bloques de hielo, ruidos del hielo al romperse, lagartijas color esmeralda, montañas de piedras, cascadas de agua cayendo por las laderas de la montaña... increíble. 
Al final, una parada de 45 minutos en la base del Tronador, que aproveché para caminar hasta la Garganta del Diablo, una de las cascadas que antes vi de lejos y ahora ahí, a unos metros. Se llegaba por un camino entre el bosque, de un par de cuadras. 
Balance de bichos de hoy: pájaros carpinteros, chimangos, mangangás y lagartijas varias. 
Balance de colores de hoy: todos. 
Balance de agotamiento de hoy: 99%.
No me dio para ir a lo del chocolate (bah, fui un rato pero había tanta gente como en las llamadas, y me volví al hotel).
Mañana 6.45 estamos cargando el bus, y 7.30 arrancamos. 

Feliz fin de Turismo. 




El parque del Tronador.
Datos que dio la guía:

* 3454 m mide el Tronador, límite entre Argentina y Chile. 
* El perito Moreno hubiera podido perfectamente ser mi amigo: coleccionaba fósiles desde los 8 años. 
* Los álamos sirven para cortar el viento, y el dicho popular es que “donde hay álamos hay gente”.
* El Camino es de unos 80 km, más de 50 de ripio, saltando y lleno de curvas y contra curvas (unas 3600).
* Las playas son todas de piedritas; algunas son de arena luego de la erupción del volcán, pero no acá, porque no llegó.
* Playa negra: espejo de agua sobre un lago verde (uno de los tres lagos naturalmente verdes desde siempre de la zona).
* No habia moscas ni mosquitos por acá pero desde hace un tiempo hay, traídos en micros y aviones por los turistas y abundantes por el clima cada vez más cálido.
* Los lagos y ríos son cristalinos porque el fondo es de arena y piedra sin materia orgánica. La imagen es especular: no se diferencia el reflejo de la realidad cuando la superficie está tersa.
* El Rio Manso no es manso. Tiene rápidos, se hace rafting de la mayor dificultad que hay. Tiene 3 tramos: nace por derretimiento del glaciar negro.
* El camino es de una sola mano: hay un horario para entrar y uno para volver (a partir de las 16). 
* El 22/5/09 se rompió el glaciar Negro y se llenó la laguna de agua, porque reventó un alud. 
* La leyenda dice que el Tronador es en realidad el gigante Anón, que está dormido. El tema es que Anón era muy perezoso y al morir le rogó a Dios que lo dejara entrar en su reino pero aquel se negaba, porque Anón había sido “muy fiaca”. De puro porfiado logró una segunda oportunidad. Dios le dio 3 bolsas cerradas para que las bajara de la montaña y las utilizara sabiamente, pero el gigante era muy vago y se durmió durante muchos días. Los tinguiriricas le robaron una por una las bolsas, pero se les rompieron. Una tenía piedras, la otra plantas y la tercera agua. Dios se enojó con Anón al ver lo que había sucedido y a partir de ahí lo hizo dormir para siempre. Lo que escuchamos de vez en cuando son sus ronquidos. 
* El glaciar se derretía metro y medio por año, pero en 30 años se derritió, 1.5 km por calentamiento global. Se formó una laguna glaciaria y dejó una acumulación de sedimentos que se llama morena. 
* Las avispas “Chaqueta amarilla” son ponzoñosas pero maso, lo que sí es peligroso es que a algunas personas le pueden dar una reacción alérgica grave. Menem inventó que lo picó una en La angostura, pero era para disimular el efecto de una cirugía Plástica. 
* No hay víboras ponzoñosas en la zona. A veces se ven zorros o punas. Se acercan al campamento si hay olor a mofi. Ojo con los perros chiquitos, porque se los comen.
* Aquí los ríos son jóvenes, lo que significa que cambian de lugar, modifican su cauce con frecuencia.

* Hay manzanos y frutillas silvestres, además de rosa mosqueta, que es una plaga. Manzanos que tienen sus ramas bajas cortadas como de poda, pero son los jabalíes que las arrancan.




_ Miren esta piedrita al costado izquierdo de la ruta- dijo la guía- Y ahora miren hacia la derecha- y todos miramos. Desde lo alto de la montaña había un rastro de árboles caídos y secos sobre un surco vacío en medio del bosque tupido. La “piedrita” había caído durante una ruptura del glaciar que generó un alud gigantesco en las laderas del tronador. Seguimos el viaje maravillados, pero mirando hacia arriba de vez en cuando, por si las piedras.




Rumbo al Norte

_ Mañana cargamos el ómnibus a las 6.45 y luego desayunamos, así salimos bien temprano, ¿de acuerdo, señores? Les pedimos puntualidad, así salimos en hora y evitamos demoras.- nos dijo la guía ayer al volver del paseo vespertino, y hoy 6.45 todos estuvimos prolijamente en el hall del hotel. 
Ella apareció 7.10. 
En fin.

Ocho y media dejamos Bariloche. La primera parte del viaje es la más pintoresca y la disfruté sin perder detalle, mientras en el bus las mochilas y camperas del portaequipajes comenzaban a caerse por turnos, como recordándonos su existencia, por si las dejábamos ahí al bajarnos.

Salimos con un precioso sábado de sol, y la primera parada fue al mediodía, para almorzar, en el Picún Lefiu, un restaurante del camino donde también paraban todas las otras excursiones del mundo, por lo visto. Teníamos la comida paga, así que nos instalamos y nos dieron un menú fijo: una empanada, pata de pollo y papas fritas.
Una vez sentados (por si hiciera falta más tiempo de asiento en este viaje interminable!) aquello era un verdadero hormiguero. Conté las mesas y asientos: éramos unos 140 en mesas largas de veinte y otros treinta a la entrada, en mesas comunes, que debían ser los no excursionistas.
Sospechando una respuesta negativa me dirigí al mostrador a preguntar si podría haber una posibilidad de cambiar el pollo por dos empanadas de jamón y queso (de dos males, el menor, digamos). Una veterana con pinta de jefa o dueña llamada Ana me encaró:
_ ¿No comes carne? Porque lo que hay es pollo...
Sonamos, pensé, y esbocé un tímido:
_ Eh...
Pero no sabía con quién me estaba metiendo. 
_ Bueno, corazón. Si no comes carne no te vamos a dar carne. Sí quieres te preparo un omelette. ¿Puede ser con queso? ¿ Y una ensalada con huevo y zanahoria rallada? 
¡ Y me lo trajo! ¡En medio de la locura de las 200 personas Ana me hizo una comida especial y me la llevó a la mesa en bandejita con aceite de oliva y todo! Recuerden ese nombre: Ana, del parador Picún Lefiu. Una santa. Le quise dar propina y me dijo que de ninguna manera, pero al final aceptó, para donarlo a una organización religiosa a la que ellos pertenecían, cosa que ya sospechaba desde que la red de wifi era "creoendios".

Seguimos de viaje por Neuquén (donde la guía me iba a mostrar unas réplicas de dinosaurio pero se ve que se olvidó, eeen fin...), hasta que entramos en Río Negro por un puente gigante sobre un río bajito.

Ahí arrancó "Sábados de cine", ay, dios... Dos películas a cuál más chota ("Guerra de papás" y otra con tema bodas falsas), de las que rescato tres frases que escuché al pasar: 1. No hay nieve en África. 2. Necesito un esmoquin de oro. 3. ¿Y qué hay si empezó chupando penes?
El cine me aturde, todo el tiempo gritan y hablan con voces idiotas (latinas, obviamente), pero mis compañeros de viaje en general se matan de la risa y festejan cada golpe y cada caída como chicos en el circo. Trato de leer una novela policial de Mankell pero se me complica la concentración. Al final ponen unos videos musicales y anuncian otras dos películas para más tarde, ¡socorro socorro!

Al cruzar el Rio Colorado arrancamos el Cruce del desierto, 220 km con solo dos curvas en todo el tramo. Entramos a la Pampa escuchando algo que dice más o menos: "Cásate conmigo, cásate conmigo, tu serás primera dama y yo seré el presidente", y me dan ganas de bajarme y cruzar el desierto a lo Rocca, pero no matando indios sino puteando reggetoneros. 
"Puro puro chantaje puro puro chantaje..."
No sé si estaré en condiciones de resistir esta vuelta. Trataré, pero no prometo nada.

Diez de la noche: 
Rodamos por la Pampa, Santa Cruz o alguna otra provincia, no lo sé, ya perdí toda referencia. Venimos de una cena en "La papafrita loca", en Gral. Acha, y no vamos a parar hasta Gualeguaychú, a eso de las siete de la mañana. Acaba de empezar otra película, obviamente doblada, a todo volumen. 
Ooooom. 
Repito: oooooooom.


Actualización matutina: hemos sobrevivido a diez horas de bus sin detenernos, y acá estamos, desayunando en Gualeguaychú y contando hasta el último peso argentino para no pasarse en el consumo. En breve, fin del viaje. En breve, es decir, unas cuatro horas, horas más, horas menos. Ya estamos acostumbrados.




Que el primer ómnibus al que te subas en Montevideo venga con un cantor ambulante no es de extrañar. Que se ponga a cantar Puerto Montt ya suena a señal, y habrá que volver entonces, porque quién es una para desoír al destino, ¿no?

Abril 2018

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Dos hombres vienen charlando en uno de los asientos paralelos al pasillo del 103 Semidirecto. Uno tiene unos 45, el otro veinte años más. El cuarentón viene de traje y corbata y viaja cargado de carpetas. Durante medio Montevideo los tengo enfrente: son dos desconocidos que disfrutan despotricando del país, de los pobres que viven colgados de la luz y el agua, de la educación, de los valores que ya no existen y de los políticos de ahora, que no tienen moral alguna, según dicen. El cuarentón, en especial, se pasa varias paradas elogiando a Fulano de Tal, líder colorado de otros tiempos, ya muerto. Me llama la atención que se centre en Fulano de Tal, que no era de las figuras principales de su partido, hasta que miro de reojo la carpeta roja, la que está más a la vista de las muchas del entrajado, y leo su nombre, escrito con letra manuscrita al mejor estilo primer año escolar de 1973: Fulano de Tal. Tiene el mismo nombre y apellido; debe ser pariente del muerto, pienso, y en ese momento escucho que dice:
_ Ahora la política es una joda y trabajar en la educación es un castigo.
Sigo recorriendo la tapa de la carpeta colorada y leo, en el tercer renglón: Historia, Didáctica III. 
Bajo del 103 pensando que no me quedó claro si el cuarentón Fulano de Tal es estudiante tardío o docente del IPA pero una cosa es segura, y es que la educación no es el camino para él y ojalá que encuentre otro, por él y por todos nosotros. 
Y me voy a trabajar en el IAVA, que no es un castigo, sino más bien una suerte. 

No hacía falta

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No hacía falta

Cuando vi que la bolita se detenía en colorado el 14 no grité, juro que no grité. Solo me quedé ahí quietito y sin moverme ni un milímetro mientras por adentro me subía una cosa como una efervescencia, los ojos se me abrían hasta quedar tirantes y el cerebro empezaba a tirar fuegos artificiales de esos que se ven en las fiestas, pero de los grandes, ¿eh? De los de La Noche de las Luces, por lo menos.

Era cosa de no creer, mismo. La primera vez que iba a la rula; había empezado con los mil pesos que me dieron de aumento por los quince años de trabajo y fui ganando una vez, y otra, y otra, hasta esto. Una fortuna. Nunca en la vida conocí a alguien que tuviera ni cerca. ¿Qué digo ni cerca? Nunca en la vida conocí a alguien que tuviera plata, nomás. ¡Muchacho! Ahora sí que salimos de pobres, pensé, pero no quise empezar a los gritos porque uno es medio bruto y capaz que eso acá no se hace, vaya a saber. ¡La de cosas que quedan por aprender a partir de esta noche!, pensé, mientras disimulaba una lagrimita que amagaba caerme por la cara. ¿Llorar, yo? No, señor. ¡Lo que faltaba!

Cuando me dejó de volar la sangre por las venas y pude enfocar los ojos de nuevo, pregunté. Me dijeron que en el correr de mañana, en horas comerciales, podría pasar a recibir el cheque del casino. Que tenía que ir yo y nadie más porque el premio es intransferible, repitieron, y que cuando se trata de mucha plata el dinero no se entrega en el momento pero que si yo quería seguir jugando me lo apuntaban a cuenta y lo descontaban del millón cuando me pagaran.  En las caras se les veía que me iban a pinchar todo lo posible para que siguiera apostando, pero a buen puerto iban por agua. Di media vuelta y arranqué para las casas. Ni loco iba a perder lo ganado; esta era mi primera y última noche de ruleta. Lo juro por la memoria de la viejita que me mira desde el cielo, paz descanse.  

Mientras iba de regreso en el 110 tuve como una hora y pico de tiempo para pensar. Decidí que cuando se lo contara a la Ñata lo iba a hacer en grande, como para que no se lo olvidara mientras viviera. Si hubiera sido otra capaz que no lo hacía, pero la Ñata es a prueba de balas y no se iba a andar muriendo de un infarto, así que decidí que esa noche la iba a llevar del infierno al cielo en menos que canta un gallo. Al gurí no sé si lo iba a poder embaucar, no porque sea muy vivo, sino porque hace unas semanas que no para en casa. Debe andar enamorado.

Después de caminar las cuatro cuadras desde la parada esquivando pozos y perros por los pasillos del barrio entré al rancho y me moví medio a lo oscuro, para no despertarla. El gato de la Ñata andaba por ahí cazando bichos, pero ese no es problema porque no maúlla salvo que olfatee comida, y yo venía sin nada en las manos. Abrí la puerta del armario de la cocina despacito, despacito, tanteé por atrás de los frascos del azúcar y la harina y saqué el revólver. Pensé que iba a estar más sucio porque hace una punta de años que acá nadie tiene que salir a la noche por unos mangos, pero no: estaba reluciente. La Ñata lo debe de haber limpiado, pensé, mientras me acercaba al dormitorio. Mujer imprudente, me dije, pero sin miedo ninguno, porque yo a este coso hace añares que le saqué las balas. Fue todo el mismo verano: el nacimiento del Oscarito, la entrada a la fábrica de vidrio y el abandono de las bandidiadas. Aquello ya era tiempo pasado. Pasado pisado, susurré, ya medio imaginando un viaje en barco, unos vasos de whisky y una mesa con comida hasta pa' tirar pa'rriba. Pero antes, la bromita, y después el notición.

_ ¡Ñata!- pegué el grito desde la puerta, y ella saltó de la cama y se me quedó mirando con los ojos redondos como dos de oro.
_ ¿Qué hacés con el revólver, Antonio?
_ ¡No aguanto más esta vida, Ñata!- dije, apuntándome a la cabeza como si de verdad quisiera matarme y terminar con todo. 
_ ¡Pará, viejo, qué hacés!- escuché un grito del Oscarito, por la izquierda.- Dejá esa arma, que está car...
El estruendo me impidió escuchar el final de la frase del botija, que de repente se cayó de rodillas, mientras miraba cómo mi cuerpo se desplomaba despacito y sin ruido sobre el piso de baldosas.
_ Que estaba cargada, viejito, porque yo...- empezó a decir, pero no terminó la frase.

Igual no hacía falta.


Mayo 2018

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Ella era buena, dulce, y silenciosa. Siempre estaba ahí cuando yo la necesitaba, y si bien algunas veces la acusé de quedarse con mi dinero debo reconocer que al final siempre de una u otra manera me lo fue devolviendo, asegurando la buena fe y la continuidad de nuestras relaciones. 
Hasta este mes, en que manos anónimas han atentado contra su seguridad de manera infame, escudándose en la soledad y las sombras de la noche, cuando el IAVA se pone profundo y lleno de ecos de estos y otros tiempos. 
Tres veces le cortaron los cables a la máquina del café la semana pasada, tres veces tres. Me juego la cabeza a que ningún estudiante ni ningún docente es culpable de semejante atropello a la salud y la lucidez de los habitantes del monumento histórico nacional. Y no digo más, pero sospecho (yo diría “sé”, pero, en fin, todos podemos equivocarnos). 
Todo esto para decir que si andan por mi liceo y de repente ven a alguien merodeando alrededor de la máquina (que va a resurgir de aus cenizas, volverá y será millones... de capucchinos) aprovechen y le sacan una foto. Si tiene una pinza en las manos, mejor.

¡Defendamos a la máquina del café!

¡Por un recreo digno, delicioso y calórico!

He dicho.




¿Vieron cuando cada acción que uno emprende lo lleva a empeorar lo que se quería solucionar, al estilo de las viejas comedias de enredos donde una pequeñez inicial se complicaba hasta que todo terminaba en una debacle? 
Bueno, yo arranqué esta tarde lavando la ropa. Al sacarla vi que un buzo rojo había manchado todo, y me encontré con ex musculosas blancas ahora rosadas, por ejemplo, amén de con un montonazo de cosas decoradas con bonitas e informes manchas rojizas. 
¿Solución? Lavé todo de nuevo, a mano esta vez. A un saco blanco con delicadas flores azules lo terminé poniendo en agua con un chorrito de Jane, porque estaba medio rosado por zonas. A los tres minutos ya las flores no eran azules, sino marrones, y de un tono no precisamente homogéneo. Lo emparejé como pude; creo que quedó usable. Vacié la pileta de la cocina (donde toda esta operación, palangana mediante, había tenido lugar) y ahí fue que lo escuché. Un chorro de agua con restos de jabón en polvo, agua Jane y tinte rojizo de buzo traidor cayendo dentro de mi armario, ahí, entre los frascos de cera de pisos y los limpia vidrios. Se me rompió el caño de desagüe de la cocina, iupi iupi. 
Darwin habla a veces de una manchita de café en el sillón que termina con un muerto en el baúl del auto; yo estoy igual. Sin muerto y sin auto, pero con una fuente rumorosa de la cual tendré que ocuparme en la semana, sanitario mediante. 

Repito: iuuuuuupi...




“Io trato, trato, trato pero no te ooooolvidooo... io lucho, lucho, lucho y no lo coooonsiiigooo!!”

Io trato, trato, trato de ponerle la mejor cara, hasta lo aplaudo y todo, pero debo reconocer que lucho, lucho, lucho para que me guste su canción y no lo consigo.


Me gusta cuando callas porque estás como ausente. Es tan corto el silencio y tan largo tu tema. Porque en noches como esta yo viajé en silencio/ mi alma no se contenta con haberlo perdido/ aunque este sea el último cantor por este viaje/ y esta sea mi última crónica hasta el próximo Cutcsa.




Una ya sabe que si ve 3 ambulancias que avanzan con la sirena abierta es que pasó algo. Si además pasan buses llenos de hinchas de un cuadro de fútbol una entra a suspirar en la parada y a pensar “que no sea acá, que no sea acá”. Y no, no era en mi parada, pero sí a 3 de casa. Se armó lío en el Intercambiador, donde se juntaron hinchas de Nacional y Peñarol. Cuando pasé había como 20 policías ahí y 6 enfrente. Una chica subió al 405 llorando, diciendo que el fútbol era una mierda, que a quién se le ocurre hacer jugar a los dos a la misma hora y que los milicos empezaron a los tiros entre la gente que esperaba tranquilamente su omnibus. 
Dónde está la frontera entre diversión y locura, me pregunto. En qué momento la perdimos, si es que alguna vez fue nuestra. Cuándo la naturalizamos tanto como para que el muchacho que viene sentado adelante con un amigo le comente que “y sí, ya hubo muertes... a mí me mataron a un amigo de la escuela. 19 años, tenía”, para acto seguido arrancar a hablar de posiciones en la tabla, como si tal cosa. 

Ya sé que no entiendo el fútbol, es una pasión que no tengo, como no tengo fervor religioso ni patriótico, pero una cosa sí tengo clara, y es que la vida, la libertad de expresión y la seguridad de las personas deberían estar protegidas a como dé lugar, y que ante las caídas en el salvajismo no podemos vivir en el silencio y la indiferencia. Vengan de donde vengan, amparadas en el motivo que sea.




Primero filtramos datos de 87 millones de usuarios, luego, pedimos que ellos y el resto nos los entreguen (aún) más voluntariamente: servicio de citas estilo Tinder (pero "para construir relaciones reales a largo plazo, no solo aventuras") en esta red. Coming soon.

"Profesora de Literatura, colecciono fósiles, vivo con dos gatos."

Mmmh... No sé.

"Me gusta madrugar, adicta al café, veraneo en Valizas."


Tampoco. Soy nueva en estas lides, señor Z; ¿por qué no me escribe usted mi perfil de presentación? Total, ya lo sabe todo...

Junio 2018

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_ Hola mi amor quiero saludarte en nuestro aniversario decirte que estoy muy feliz de que hace un mes seas mi esposa sos mi rayito de luz soy muy feliz contigo sos una hermosa mujer.

El mensaje de voz es leído con cariño pero sin la menor entonación, lo que me hace sospechar un papelito en la mano del enamorado, que llama a la radio para dedicar un tema pero antes prepara su discurso aniversario. La canción es Dancing in the dark, y al terminar la locutora de voz empalagosa nos informa que el dedicante se llama Salvatore, que hace 4 años que conoce a su flamante esposa y que se pasa las horas jugando con su perra Donna.

El 7A continúa su avance por Tres Cruces, mientras la pasajera del asiento de adelante no termina de decidir si hizo bien o no en tomarse el primer bus que pasara por la parada. Es como un viaje a la radio de la infancia, pero si a mí ya desde chica me asqueaban Aquí está su disco, el señor Bello y la Bombonería Palay, ni te digo Radio Disney a las siete y media de la mañana un martes de invierno en 2018. 
Creo que a veces me gustaría no hacer, no pensar, no andar en ómnibus no escuchar radio. Básicamente, preferiría ser Donna. Pero solo a veces.



Siempre hay un momento en el viaje en que se apagan las luces del ómnibus y quedan apenas los indicadores del pasillo y el baño. Suele ser al dejar atrás una ciudad, en el mismo momento en que el afuera se hace negrura sólida y sin fisuras, especialmente cuando la noche no tiene luna ni estrellas ni relámpagos. Las voces de los pocos pasajeros, esos que sin ver sospechamos, bajan el volumen, se perlan de bostezos y terminan muriendo despacito. Hasta el aire acondicionado se apaga sin que nadie más que yo lo perciba, o eso creo, en medio de la oscuridad y el silencio más absolutos de este viaje desde el pasado hacia el presente. 
Habrá que entrar en modo introspectivo, pienso, habrá que pensar, evaluar, decidir, cambiar, empezar, terminar, buscar, pienso, hasta que echo una mirada de reojo al cartelito encendido en el techo, debajo del portaequpajes: salida de emergencia. 
Abro el ipad y me pongo a leer una novela. 
Hoy no será. Hoy no.




Otro día gris en la Merín. Mis viejos desayunan mientras charlan sobre las noticias policiales de la radio y discuten respecto a qué clase de caca hace cada uno de sus gatos, si es pequeña o grande, sólida o medio líquida. En cierto momento su agradable coloquio matinal se interrumpe para llamar al electricista del pueblo, por el pequeño detalle del agua de lluvia corriendo encima de los cables de la electricidad. Trato de leer algo pero en esta casa no se conoce el concepto de “concentración”. No da para salir a caminar porque aún llovizna de vez en cuando. Si miro por la ventana del frente hay una perrita negra de un vecino en el portón, mirando para la casa con cara de hambre. Si salgo al fondo ipso facto aparecen los nueve gatitos del fondo a maullar y trepar por el tejido.


Iupi.

Cuento de invierno

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Nunca me va a gustar el frío, pensé, mirando a la gente a través del vidrio empañado de la ventana. Todos embutidos en camperas, gorros, bufandas. No dan ganas de abrazar a nadie. Todos se apuran, nadie mira a los ojos. Nadie sabe quién sos. 

Aparté la mirada del vidrio sucio del bar y traté de concentrarme, pero no lo logré del todo. La mesa era demasiado grande y el barullo de la gente alrededor y del partido en la tele sobre nuestras cabezas me impedían escuchar a la persona que leía. Era una chica de voz grave; el texto decía algo sobre úteros y hospitales. Todas las cabezas estaban inclinadas en su dirección y los demás parecían irla siguiendo sin mayores inconvenientes. Debe ser cosa de la edad, cada vez escucho menos, me dije, terminando de distraerme.

Esa noche había por lo menos otras seis mesas ocupadas en Las Flores. De algunas solo veía un fragmento de escena: la espalda del hombre canoso cerca de la puerta, las caras de la mamá y un niño de la familia comiendo pizza en la mesa de enfrente, la parte de arriba de los mozos tras el mostrador. Un par de adolescentes enamorados jugaba a sacarse fotos simultáneas con los celulares. Dos ancianos acababan de reencontrarse frente a la barra y conversaban con evidente alegría y pocos pelos. Infinidad de botellas polvorientas sobre los estantes, y los infaltables paquetitos de chicles en un costado de la vitrina, al lado de empanadas y pascualinas.

En mi mesa, la chica de voz grave había acabado la lectura y comenzaba el momento de las devoluciones. Yo seguía sin poder escuchar la mitad de lo que se decía pero no importaba, porque igual no había atendido antes. La grapamiel no era Valdi. Serrana, capaz. No me daba cuenta. Alguien pidió un fainá, y uno de los mozos gritó un gol que al final no había sido. La dinámica de continuar el taller en el bar había parecido al principio una solución. El sótano donde nos reuníamos todos los martes terminó inundado con las lluvias de la tarde y Las Flores quedaba a pocas cuadras, pero nosotros éramos muchos y la mesa se hizo demasiado larga. De los cinco compañeros a mi izquierda, incluyendo al profesor, no percibía más que unas matas de pelo y algunas narices. Enfrente sí, veía rostros, y escuchaba la mitad de las palabras. Los de mi derecha, arrinconados contra el costado del bar, de vez en cuando se consultaban sobre lo que había dicho alguien en el extremo opuesto. De alguna manera, pese al partido, a las voces de otras mesas y al frío que nos esperaba más allá de la puerta, igual estaba buena esa ceremonia. Había un ritmo como de olas que se alternaban con cierta suavidad perezosa. Lectura, comentario, grapamiel, sugerencia, lectura, mirada, comentario.

Esa noche la reunión terminó un poquito después de lo habitual. Nos quedamos un rato con el tema de dividir la cuenta y saludarnos esquivando mesas y sillas. Mientras me demoraba para comprar unos chicles y después hacer la cola para el baño vi cómo la gente del taller se iba yendo, en grupos o de a uno. Voy a ver si los alcanzo caminando rápido, pensé al salir, dirigiéndome a la puerta, pero una voz familiar pronunció entonces mi nombre y ya no pude dar un paso más. 

El hombre de las canas, al que hasta entonces solo había visto de espaldas, me miraba fijamente y trataba de sonreír. Evidentemente, el encuentro lo había dejado casi paralizado. Capaz que si lo hubiera pensado un segundo me habría dejado pasar sin mirarlo, pero esas cosas no te dan tiempo a meditar, solo suceden. 

_ Hola. -murmuré, cayendo como  bolsa de papas en la silla de enfrente. -Hola, no lo puedo creer. Sos vos.

_ Soy yo. Un poco más viejo. Vos estás igual.

Lo miré. Él bajó los ojos. Las canas no eran la única novedad; en su frente había caminos, surcos, recorridos que nunca había visto. Estaba flaco. Los años no habían sido piadosos con él. Por un momento nuestras miradas se cruzaron. Me tomé su vaso de agua mineral, para disimular, y traté de hablar sin que la voz me temblara.

_ Pensé que nunca más iba a verte. ¿No estabas en Suecia?

_ Pero volví-.  respondió- Volví hace tres meses. ¿Querés un café?

Me miró con un intento de sonrisa. Yo hice un esfuerzo sobrehumano y me aguanté las lágrimas. 

_ No. Pedime una grapamiel. Sin hielo.

Hacía media vida que no lo veía, pero recuerdo perfectamente el momento de la despedida. Cómo me abrazó al final, cómo se fue caminando encogido, como sin fuerzas, en una tarde helada y de viento. 

_ Te extrañé, ¿sabés? -me dijo- Sos la única persona que he extrañado en la vida. No hay día en que no tenga ganas de verte, pero no tenía cómo ibas a reaccionar si te buscaba.

Traté de mirarlo con enojo, pero me salió el dolor de adentro. Eran demasiados años de abandono. Ya no había furia, solo una herida que ninguna charla de café ni ninguna de sus miradas de ahora iban a poder cerrar, nunca.

_ No te gastes, que no voy a creerte. Pero hablame de vos, y no mientas. Sabés que no podés mentirme, porque me doy cuenta. 

_ ¿Qué querés saber?

_ Todo. 

Y me lo dijo. Me habló de su casa en Upsala, de su perro Fidel (“igual al Frodo, ¿te acordás del Frodo?”), de su trabajo en la Universidad. Del matrimonio con Paula, del divorcio, de los líos por la plata. Yo también le conté de mis cosas, pero menos. Nunca más voy a confiar en vos, pensaba, me dejaste. No te importé. Fuiste una mierda.

A las horas vino el mozo con la cuenta, porque ya estaban cerrando. Él propuso acompañarme hasta la parada, y me negué. Capaz que el camino hasta 18 se hacía largo y oscuro, pero necesitaba irme sola, o al menos sin él. 

_ Mari… Me gustaría pasar un día por tu casa y conocer a tus nenes-. Me dijo- ¿Puedo?

Lo miré. Tenía los ojos llorosos y la voz le temblaba. Estaba a punto de decirle que no, cuando estiró la mano y me la pasó dulcemente por la cabeza, desordenándome el pelo. Fue solo un segundo; en seguida la retiró y bajó los ojos. Yo di un paso atrás, pero acusé el golpe. 

_Está bien-. Le dije, aguantándome las ganas de abrazarlo. -Pasá cualquier día de entresemana, que mamá los deja temprano, pero dame un par de días para prepararlos. Ellos no saben que tienen abuelo. 

Y me fui. 

La noche estaba aún más helada que antes, ya no quedaba casi gente caminando. No había andado ni diez metros cuando escuché el ruido de la cortina metálica del bar que cayó con un estrépito de bomba sobre las baldosas. 

Ojalá que el próximo martes no llueva, así el taller vuelve al sótano de siempre, pensé. No me gustan los bares de viejos, nunca me gustaron. Son traicioneros. 

Y seguí caminando.


Vacaciones de verano en julio 18

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El primer vuelo fue una seda, sin turbulencias, atención amable, todo a tiempo. Lástima que no había pantallas ni cargadores de celular en cada asiento, que el avión estaba repleto y que la comida, con todo y ser buena, no me cayó del todo bien. Nada grave, mareos, escalofríos, creo que con la prescindencia del desayuno medio que lo voy llevando. 
El aeropuerto de Miami, como siempre, es motivo de tensión, entre los papeles, las caminatas interminables y las múltiples posibilidades de meter la pata con las que una carga casi por vocación nacional. Por ejemplo, retrasaron a mi mochila en la revisación, porque olvidé sacar la botellita de cuarto de agua que había dejado sin abrir en el vuelo. "Bye, sweetie" me dijo el guardia después de sacarla, con cara de "cuándo aprenderán a hacer las cosas bien", en el mismo tono con que un guardia rezongó a un niño por pasar debajo de una de las cintas de seguridad: "Not in this country, we don't do that". 

Por ahora, solo cargo el ipad, miro un informativo y espero a abordar, en 40 minutos. Los próximos vuelos son cortos, de dos o tres horas: ahora a Washington y después Minneapolis. Mañana toca otro vuelo, esta vez volviendo a la Florida. Lógica? No: precio. Por extraño que parezca este periplo es varios cientos de dólares más barato que bajar acá y tomar un vuelo cortito a Sarasota, que es donde vamos a arrancar el verano. Hay 26 grados en Miami, donde aún no amanece. Sigo esperando el embarque.





Está frente a un río, y las ciclovías del parque llegan casi casi a la zona de despegue y aterrizaje. La gente va en bici y los aviones le hacen vientito. Uno de los que controlan desde la pista hace percusión golpeando las barras anaranjadas contra una escalera de metal, al minuto arranca con los malabares y solo le falta improvisar un paso de baile. Como edificio es cuadradote , y la alfombra es de lo más aburrida. Me paro junto a la ventana y me encuentro con un gorrioncito mirándome a través del vidrio. Cada media hora anuncian por un parlante cuál es la hora local. Hay pantallas enormes con todos los vuelos; se ve que es gigantesco, aunque ni pienso recorrerlo, especialmente porque por azar del destino llegué y salgo por la misma puerta: la 45. Los baños son muchos. Los bares, variados. La gente, linda. El nombre, Reagan. Este es un mundo de contrastes. El yin y el yang, versión aeropuerto



Vista desde el aire la ciudad de Washington parece algo sumamente armónico y ordenado. Demasiado ordenado. Casi tirando a aburrido. Armada como un puzzle de urbanizaciones, es una colcha de retazos llena de manchas de techitos iguales, todos con su verde alrededor, eso sí, pero con los mismos colores e igual formato. Traté de ver el Pentágono, pero no se dejó. La zona céntrica tiene pinta de heavy: moles y moles de edificios sin mucha inspiración, armatostes cuadrados o (en el mejor de los casos) con forma semicircular, en la zona que da al río. No sé cuál río es el que digo, el ancho, con barrancas: la Wikipedia menciona 40, así que elijo el único cuyo nombre me suena y desde ahora voy a decir que pasé por el Potomac.
Tengo seis horas de escala, hasta la tarde. Por ahora desayuné un yogurth griego con “strawberry on the bottom”, pero debía ser muy muy en el bottom, porque era apenas una reminiscencia roja en medio de la contundencia del blanco. Yogurth más limonada: 5.60. Hay pila de restaurantes y sitios de venta de comida envasada. 
En el primer vuelo me encontré con un alumno, el segundo no tenía conocidos pero estaba lleno de gente hablando en español. Me tocó el último asiento, el que no se reclina, iupi, aunque no importó, porque iba mirando por la ventanilla. 
Es una mañana increíblemente diáfana.El Reagan no parece una joya de la arquitectura moderna, pero tiene wifi y hay cargadores por todos lados. 
Comparto una foto, pero voy un aeropuerto atrasado y la imagen es de Miami, chico.
Y como quien no quiere la cosa, ya pasó una hora.
Solo quedan cinco.



Salpicón de Siesta Key

Siesta Key es un cayo de Sarasota, Florida. 
Todo es grande en este país. Inmenso. Gigante. Las carreteras, los estacionamientos, los locales comerciales, todo impresiona como desproporcionadamente grande. 
El calor es de verdad terrible, un calor húmedo, pesado, sofocante. 
Las tormentas pintan el mundo de negro y de rayos en dos minutos, y al ratito sale el sol y todos volvemos a la playa, si es que nos habíamos ido.
El 4 de julio no es tan patriótico como en Boston, pero se ven personas con los colores de la bandera por todos lados. Los fuegos artificiales oficiales duraron un rato; los de la gente siguieron por lo menos durante una hora más.
Hay turistas de todos lados. Argentinos, rusos, lo que venga. 
Nadie habla del mundial. Mañana vamos a ver el partido a un soccer bar, pero por lo demás acá el fútbol no pinta para nada. La gente mira béisbol, fútbol americano, tenis, pero de Rusia ni noticias.
Hay muchas reglas en este mundo: no entre por aquí, calle privada, no pase, no estacione, no se desubique. 
La playa a la que vamos no tiene guardavidas, ni olas. 
El agua es en general tibia, a veces casi caliente. 
En la playa hay aves de todo tipo y en la ciudad lo mismo, pero con lagartijas. 
La gente es amable hasta el empalago. Manejan tranquilos, respetan las normas y no parece haber inseguridad. 
Hoy me compré una remera verde de manga larga por 35 centavos. 
Todo lo que tiene canela (té, pan yogurth, etc) es una delicia. 
En la arena hay carteles de no molestar a los nidos de tortugas ni a las plantas.
El agua es transparente y el fondo está lleno de cucharetas y algunos caracoles. 
Hoy vimos dos preciosos sillones "for free" en una vereda.
La comida es rica.
Hay mucho veterano. 
El sol no duele a ninguna hora. 
Anochece después de las nueve.
No hay viento. 
Si se te rompe el aire acondicionado empezá a rezar, salvo que llames a la dueña y a los cinco minutos aparezca un hot air conditioner guy que te lo arregle. 
Y that's it, folks! 
Sean felices. 
Carpe diem.




Ellos reciben patadas, se caen, se esguinzan y no les pasa nada. 
Yo camino un poco de más por la playa y amanezco tan renga que no puedo dar un paso y tengo que comprarme vendas e ibuprofeno, porque el pie derecho me duele hasta las lágrimas.

#SoyUnDinosaurio




La casa que alquilamos en Siesta Key es preciosa, y está rodeada de una vegetación exuberante. Las lagartijas se pasean a piacere por el porche en el que nos sentamos a disfrutar del día cuando el calor lo permite, y ayer vino a visitarnos un conejito que hubo que sacar de abajo del auto tocándolo con el palo de la sombrilla. La primera noche Ceci vio a un gato que venía muy decidido pero se fue corriendo al encontrarla, y hoy hubo una pareja de ardillas con bebé que treparon a una de las palmeras del frente. No hay mosquitos; todo es paz y armonía en nuestro frente, al menos hasta que miro para el costado y veo una víbora negra reptando por la cerca, a unos tres metros de nuestro sitio de reposo.

Estaba visto. 

Sin bichas no hay paraíso.




Datos sueltos de Siesta Key e ainda mais

Ayer a la tardecita, todavía con mi pie rengueando, fuimos a ver qué pintaba en una Forever 21 de Sarasota. A la entrada del shopping pedimos uno de los cochecitos para gente con dificultades para caminar, porque cada paso me dolía, el shopping era grande y cerraban en cuarenta minutos. Teníamos que dejar 20 dólares de depósito, pero solo andábamos con 8 de cambio o 100 enteros, así que nos lo dejaron a 8. "No hay problema, está bien", nos dijo la señora veterana, que acto seguido ser puso a enseñarme a conducirlo. "You'r gonna love it!", me dijo, y tenía razón.

Otra de señora veterana, en este caso en una gift shop del camino a la playa: compramos un pegotín de 4 dólares, fuimos a pagar con credit card y la señora de inmediato nos lo regaló, porque le era más caro usar la máquina que lo que ganaba con nuestra compra.

El auto que alquilamos es súper inteligente: no solo avisa si alguien no tiene cinturón puesto (lo que sería normal), sino que también nos dice si dejamos alguna cosa en el asiento trasero, aunque sea algo tan livianito como dos botellitas de plástico vacías. La cámara que está integrada al tablero muestra durante la reversa lo que hay detrás, y además te va haciendo un esquema de adónde te lleva cada movimiento. Vos ves lo que hay atrás, y a la vez tu proyección de recorrido. Un esquema es lo que aparece en el tablero del auto cuando uno va marcha atrás: la cámara y la proyección de hacia dónde vamos. Sigo sorprendiéndome con esta cosa. Cada vez que llegamos a un semáforo se apaga solo, y se enciende al acelerar. Ayer, mientras salíamos de un parking, Cecilia iba mirando a ver qué comercios había alrededor y le apareció un cartel con un sonido tipo alarma diciendo que no mirara para el costado. Magia. Hay otros autos que si estás por chocar a alguien se apagan, e incluso algunos se estacionan solos en paralelo.

Una de política: Trump decidió hace un tiempo gravar las importaciones de metales desde Canadá, Alemania y China, países tradicionalmente amigos de Estados Unidos. Cuál fue la reacción de los impuestados? Aumentar los impuestos para la compra de productos que vengan de USA, pero no de todo el país, y esto es lo interesante, sino de aquellos Estados que apoyaron a Trump.

Una moda: las suscripciones. Por 20 dólares entrás en un sistema por el cual te preguntan todo sobre tus gustos de ropa, y en base a eso alguien elige por vos y te manda seis prendas por correo. Si te las quedás las pagás, si no devolvés todo o parte, y te mandan otras. O entrás en un círculo que te presta ropa (nueva), la usás por un tiempo, la devolvés, y te envían otras cosas, mientras ponen lo que usaste en una sale especial a precios super rebajados.

Estamos con marea roja en Sarasota, lo que explica por qué la playa estaba hoy llena de peces muertos. Parece que afecta no solo a los moluscos sino también a peces, delfines y manatíes. Y a humanos, cabe agregar, porque tiene influencia sobre el aparato respiratorio. Hoy en la playa era tragicómico: todos tosíamos. Lástima por los bichos, pobres. Hasta ayer los pececitos de Turtle Beach nos rondaban alegremente, nadando con nosotras, y hoy... En fin.


Creo que vamos a conocer otra playa en un rato: es nuestra última tarde en Sarasota, antes de partir a Mn mañana a mediodía. Hasta luego.




Nos fuimos de Siesta. Bye, lagartijas, palmeras, playa verde. Bye Clark 3316 con su fondo hermoso que nunca usamos. 
En el aeropuerto me revisaron más que a mi amiga, y retuvieron mi valija tras el escaneo: lo que les preocupó era un par de souvenirs que venían muy envueltos, un escudo de cerámica y una ostra enorme made in Vietnam. Quién lo iba a decir: pasé los caracoles locales pero me demoraron los importados. 

Saludos desde el aeropuerto de Sarasota, donde estoy comiendo algo que creí ensalada pero es un mix de vegetales crudos con hummus. Hasta Chicago no paro, no paro... 🎵





El aeropuerto O’Hare de Chicago es de los más lindos que he visto. Lamento no haber podido sacar fotos de algunos corredores luminosos llenos de obras de arte, pero solo teníamos una hora entre aterrizaje y despegue lo cual para el tamaño descomunal de esta cosa no es nada. Nada. Menos que nada, si pensamos en un caminar a paso normal pero nunca rápido, porque mi pie va mejorando pero hasta ahí. (¿Les comenté que tengo un moretón enorme entre talón y dedos?)
Ya íbamos media cuadra cuando empezamos a transitar la zona F, una puerta, otra, otra... Eran más de veinte puertas F, separadas por unos cincuenta metros una de otra, y nosotras teníamos que llegar a la B10, Oh, oh... Por suerte hubo de pronto una bifurcación que nos permitió sortear todas las E, las D y las C, con lo que llegamos unos quince minutos antes del embarque. El pie me duele, pero poco; nada que un Tall Moka de Starbucks no pueda diluir. 
Una vez en el avión, amiga y yo quedamos separadas en la misma fila, yo ventanilla (yeyyy!), ella pasillo, y en el medio un japonés (o al menos un oriental, uno de los veinte que hay en esta parte del avión y que extrañamente no parecen conocerse entre sí) que se pasó armando su cubo de Rubik a toda velocidad hasta que el avión dejó tierra. Ahí se recostó al respaldo y pareció desactivarse; quizás se le acabó la batería. 
La salida desde Chicago es muy interesante: se ven ríos llenos de meandros, estadios, parques, zonas de milinos de viento, lagunas. Ahora vamos bordeando un lago que oscila entre azul y turquesa pero en cualquier momento lo dejamos, porque nuestro destino está lejos de la costa.

Minneapolis: allá vamos.




La playa de Square Lake es pequeña, limpia y apacible. No tiene más de una cuadra de largo; la gente se instala en la
arena o se sienta ante mesas estratégicamente ubicadas bajo los árboles. Hay gansos en la vuelta, cientos de peces y a veces venados en la zona. 
Lo que no entendemos del todo bien es el tema de la seguridad. Venimos de ir cada día a Turtle Beach, una playa oceánica de varios kilómetros, a metros de los cocodrilos y sin un mísero marinero, y caemos en un lugar donde hay tres guardavidas, uno cada veinte metros, todos instalados en su correspondiente sillita alta para mejor otear el horizonte (aunque el fin de la zona de baños, delimitada por boyas, está a diez metros de la orilla). A cada hora un parlante da la orden de salir del agua. ¡Everybody out of the water!”. Todos obedecen. A los pocos minutos se permite volver a entrar, pero se aclara que los niños no deben usar flotadores ni alejarse más de la distancia de un brazo de sus padres, que no está permitido nadar ni bañarse fuera de la zona de las boyas. 

Evidentemente, este es un país de contrastes, y aún no lo entiendo del todo. Ni cerca.




La noche va cayendo muy despacito sobre Minnesota. Son las nueve y media, y aún hay luz en el cielo. El balcón del apartamento de Ceci está absolutamente cercado por tejido mosquitero, y lo bien que hace: este es el “Estado de los 10.000 lagos”, y entre eso y el calor los mosquitos de acá son gigantes y muchos. Desde mi posición estratégica los veo revolotear en el mundo exterior y medio que los sobro con expresión de autosuficiencia aunque trato de no exagerar, o mañana me agarran a la salida. 

#ConviviendoConElEnemigo




Nos fuimos al Estado de los quesos. No sabemos de dónde salen, porque en horas de viaje no vimos no solo una vaca sino casi nada de campo; esto es bosque, bosque y más bosque. Muchas granjas y graneros como en las películas, caminos desolados, un par de venados, un ganso, algunos cuervos. Pueblitos con 500 habitantes (92, en un caso). Fábricas de fuegos artificiales en el límite con Minnesota, que no las permite. Un casino en medio de una reserva indígena, que es el único lado donde están permitidos. Nos instalamos en nuestro motel de Ashland y Estamos por almorzar en Bayfield, un pueblo de 1856, al costado del lago. El restaurante The Fat Radish se proclama slow y vaya si lo es, pero al final vale la pena. Con su permiso, tiempo de hacerle los honores a la comida de Wisconsin.




Ayer pasamos la tarde en Bayfield, entre recorrido por la ciudad, compras de (más!) souvenirs y descanso puro y duro en el parque frente al puerto, lugar de gaviotas y gente sentada leyendo al sol o a la sombra.
A las cinco y media arrancó el viaje en barco a través de las Apostle Islands, un conjunto de unas veinte islas de varios km de largo, totalmente cubiertas de bosques y algunas, como la Isla del Diablo, con unas costas rocosas increíbles.
Estamos en el Lago Superior, que tiene costas sobre Minnesota, Wisconsin y Canada, y según nos dijeron en el viaje es el más grande y profundo del mundo. El agua acá es verde y las olas bastante grandes, por momentos. Hay playas de arena y es zona de ágatas y amatistas, oh oh. 
Durante el invierno el Lake Superior se congela, se puede transitar entre las islas en auto o camión. Por ahora, se va en ferry. 
Hubo un hombre que una vez se construyó una casa sobre ruedas para irse a vivir a una de las islas. La subió al camión y empezó a transportarla, pero en la mitad se le rompió el hielo y marcharon camión y casa al fondo del lago. Él se lo tomó con humor, y publicó un aviso ofreciendo a la venta una bonita cabaña con vista al lago. La casa se hizo bolsa, los pedazos fueron apareciendo en distintos lugares. Tiempo después, en una bajante, se encontró el camión, lo encendieron y anduvo perfecto.
Pasamos por unas siete islas bastante de cerca. En una vimos águilas imperiales y varios de sus nidos. En otra, un asentamiento de pescadores abandonado, con cinco o seis cabañas de madera cerradas. Parece que si uno quiere puede mudarse ahí, pagando cierto dinero. Una mujer lo hizo, y vivió tres meses sin electricidad ni nada, hace un tiempo. Igual el invierno en esta zona debe ser imposible, salvo para los osos. Hay osos en las islas, incluso una de ellas tiene la mayor proporción de osos por km cuadrado de todo el mundo. A la vuelta Ceci vio uno cerca de la ruta, pero íbamos rápido, caía la noche, y me lo perdí.
El paseo duró tres horas y media (una eternidad), pero estuvo bueno. La tarde fue nublada, y los de la cubierta de arriba poco a poco fueron bajando, porque el viento afuera era bastante frío. Había unas zonas de piso de vidrio en el barco, para ver si pasábamos por barcos hundidos, pero no vimos ni uno. Íbamos con unas 70 personas, la mayoría norteamericanos, bastante agradables.

Llegamos a Ashland casi a las diez, y por suerte encontramos un lugar abierto para comprar comida antes de irnos a nuestro motel sobre la ruta, bien de película. En la puerta nos esperaban unos quince mosquitos tamaño dinosaurios, pero les explicamos (Off mediante) que no teníamos intenciones de compartir con ellos nuestra habitación 31, y parece que entendieron.




Yo hice todo bien, todo. Me puse en la cola correcta, entendí un chiste que me hizo la señora que chequeó mi pasaporte y le contesté con otra broma, me saqué los championes, puse las cosas electrónicas solitas y sin carcazas o sobres en una bandeja, la mochila en la otra, la valija chica en la mesa, me saqué todo lo de metal y aguardé en la línea para pasar el scanner de rigor. Como estaba descalza y tuve que esperar un minuto aproveché a chequear cómo iba el moretón que tengo en la planta del pie derecho. Me apoyé en lo que creí una pared, y de inmediato y con amabilidad un guardia me pidió que no lo hiciera, porque era parte del scanner de al lado. Ok, ok, un pequeño error. Da para que le mujer que esperaba detrás de mí me dirigiera la palabra?
_ Disculpe- (en inglés)- Usted no viaja muy a menudo, no?
_ Eeh... No. ¿Es evidente?
_ Sí. Yo sí viajo, todo el tiempo. 
Pero lrpm, lo que me faltaba es ser tratada de pajuerana justo cuando estaba haciendo todo bien. Igual la mujer fue muy simpática, debo decir. Muy. Si hubiera sido un tipo me habría parecido que buscaba darme charla... Ta, es eso. No soy yo que parezco novata (sin serlo, eso es lo peor): es que le resulté irresistible, y esa será a partir de ahora mi versión oficial. He dicho.

Saludos desde Minneapolis.





Una se baja en Miami (chico!), va hasta la pantalla y busca su vuelo, pero no lo encuentra, porque recién sale en seis horas y no está aún a la vista. Una pregunta, y le dicen que vaya a la puerta D16, tomando el tren, porque no hay forma de ir caminando. Una busca la estación, espera (3 minutos) y da toda la vuelta hacia otra puerta cuando ve que todos lo hacen. Una sube al tren, y en la primera parada bajan todos, aunque es la E, no la D aún. Una es aconsejada por una big mamma, que la adopta por dos minutos. Una sube una escalera mecánica, o baja, ya no se acuerda. Una camina cuadras. Una toma un segundo tren (esta vez, un sky train). Una sube o baja varias escaleras mecánicas interminables. Una camina otras varias cuadras hasta que al fin una arriba a la puerta 16D y decide no volver a moverse de aquí a la eternidad o a que salga el vuelo 989 de American. Lo que llegue primero.




Salpicón aleatorio

No hay personas a la vista en las calles de Estados Unidos: solo hay casas y autos. Nadie camina por las veredas, no toman mate en el porche, no charlan en la esquina con los vecinos. Uno puede recorrer kilómetros sin ver personas, salvo que entre a un comercio. Por lo demás, en algunas zonas si se ven algunos trotando o caminando, pero pocos. Ciclistas, menos aún.

En las carreteras se ven muchas casas rodantes o motorhomes; dos por tres hay pequeños pueblitos solo para ellos. Las motos, en su mayoría, son tipo Harley, anchas de frente, con baúles. No es obligatorio el uso del casco en Minnesota. Los ciclistas suelen ser cincuentones, mayoría hombres, de grandes bigotes, ropa preferentemente negra y excedidos de peso.

Hay bichos por todos lados. Venados que cruzan de golpe la carretera, patos, pavos o gansos que viven en sus orillas, águilas calvas, angry birds, conejitos. También hay zorros y mapaches, que no he visto. Hace un tiempo apareció un oso y lo terminaron matando, lo que provocó encendidas protestas de buena parte de los pobladores. El argumento fue que era muy costoso dormirlo y relocalizarlo en otro sitio, pero no resultó para nada convincente.

El prefijo Minne significa "agua", por lo cual hay muchas ciudades con nombre similar en este Estado. Minnesota es tierra del agua, Minneapolis, ciudad del agua, Minnehaha, agua que ríe, Minnetrista y Minnetonka, no me acuerdo. La ciudad del Estado con mayor número de habitantes es Minneapolis y la que tiene menos es una cuyo nombre no registré pero si la cantidad de personas que en ella viven: cinco.

Todo impresiona como gigantesco en este mundo: los comercios, los estacionamientos, las autopistas, los aeropuertos, todo. Los shoppings son unas moles increíbles sin ventanas, y cada supermercado es como una pequeña ciudad. Tienen bares, baños, wifi, y unas zonas muy interesantes de ofertas para cada sección: donde diga "clearance", ahí hay descuentos (a veces del 60% y con un 20% adicional, oh, dios!!). A los probadores se puede entrar de a dos, pero solo si sos pariente. ("Are you related?" Yes, my dear, yes) 🙂

La vida gira en torno a lo digital. Las mozas toman el pedido en el teléfono, los shoppings te indican dónde están los locales a través de pantallas táctiles, la gente busca las ofertas en Amazon antes de comprar nada en la realidad real. El efectivo casi no existe.

Esto de estar tan al Norte hace que los ciclos de luz sean bien diferentes a los que conozco de casa. Aclara a eso de las cinco y cae la noche un rato antes de las diez. Nunca refresca en la tardecita, y es raro que haya viento, salvo en las tormentas. La hora de cenar es alrededor de las seis. Los pubs son muy concurridos durante la tarde, y la happy hour es de tres a seis. Uno puede entrar a mitad de la tarde y ver en una mesa a seis motoqueros tomando cerveza, en otras a parejas de cualquier edad, chicas solas, grupos de viajeros, de todo. Una péndex de vestido brilloso leyendo (y subrayando) un libro de autoayuda, o dos uruguayas comiendo una pizza increíblemente deliciosa y dos tragos idem.

Hace mucho calor en verano, y los mosquitos son tamaño abeja.

En el medio de la nada, en zonas vacías de casas, de repente aparecen unos complejos enormes de self storage, que son como garajes que se alquilan para amontonar cosas. O una iglesia gigantesca a medio construir. Acá hay iglesias de todo tipo, fundamentalmente protestantes. Tienen carteles promocionales en la calle, al mejor estilo tienda, y sus construcciones no parecen muy convencionales (más bien son galpones grandes con una cruz en algún lado). A todo esto, hay una profusión de carteles en cada calle, especialmente en las esquinas. Garajes sales, ventas de inmuebles y hasta avisos de fiestas al estilo de "Deidre party" con una flechita de madera. Nada improvisado, eh?

Hay muchos juegos en las plazas, todos de plástico. La mayor parte de las paredes también es de plástico. Para alquilarte un apto, en caso de tener gato, tenés que certificar que lo operaste para extraerle las uñas. No podés fumar en las casas, e incluso, en el caso del edificio de mi amiga, está prohibido fumar en el balcón o en la vereda: hay que ir a una mesita guetto en el extremo del complejo, a media cuadra de las viviendas.


Y esos son algunos apuntes sueltos, una especie de puesta al día cuya finalidad principal no es la de hacer una crónica sino ocupar mi tiempo en el primero de dos vuelos largos entre Minnesota y mi casa. Tengo para leer, pero escribir me entretiene más, y por eso esto no ha sido para nada resumido. Ustedes comprenderán.




Ya caminé, ya fui al baño, ya almorcé, ya saqué fotos, ya jugué a reconocer a los argentinos en Miami, ya me compré un Moka, ya pasaron dos horas y media. Ahora solo me quedan tres horas y media. Iupi.




En el vuelo anterior una viejita mexicana de Cuenca me garroneó la vista y no encaré desalojarla porque iba muy contenta, con su pollera tableada, calzas, blusa floreada y largas trenzas. Ya en el aeropuerto un guardia me pidió que la acompañara, por si se perdía. Otra viejita ataviada como ella vino a charlar, pero la hicieron volver junto a sus maletas. En cierto momento la llevé hasta el baño, y al cambiar de asiento quedamos un poco separadas. Al rato miro a su asiento y había desaparecido; una mexicana de enfrente me dijo que apenas llamaron al embarque enfiló muy decidida y la dejaron pasar, pese a que era del grupo 5. Antes de despegar se hizo la señal de la cruz. Cuando la azafata ofreció bebidas pidió “un cafecito”, y después pareció feliz con el “vientito” del aire acondicionado. Medio que se asustó al aterrizar, se aferró con fuerza al respaldo del asiento de adelante y solo murmuró “qué susto” cuando ya íbamos carreteando.

Saludos desde el vuelo hiperlleno de American. Hiperlleno del tipo de uruguayos que menos me gusta, oooooom. Doble ooooom. Triple. 





Iba entrando a la manga que llevaba al avión cuando escuché una aguda voz masculina que se quejaba a mis espaldas:
_ ¿Y mis compras? ¿Perdiste el comprobante? ¡No te puedo creer que gasté 28 dólares al pedo! ¿Dónde vamos a levantar los bombones que compré en el free shop?
La queja no venía de un hombre, sino de un niño de unos 7 años. Tan chiquito y tan malhumorado, pensé, y además manejando plata y preocupado por el destino de SU dinero. Al final se ve que alguien le había reclamado antes los bombones; él se coló sin pedir permiso entre la multitud de personas y valijas y una mujer se los alcanzó.
En el aeropuerto había visto una pareja discutiendo sobre si el marido tenía derecho a dejar sola a la mujer con los nenes para ir a comprarse una hamburguesa. Otros, quejándose del calor de Miami, que les había impedido disfrutar del viaje. Ya en el avión, dos mujeres enojadas por el poco espacio para las valijas. Una nena de unos 11, por la mañana, furiosa porque no había podido dormir en toda la noche. Reacción de una madre ante su hijo que sin querer le había pegado en la cara al desperezarse. 
Honestamente no termino de decidir si los viajes largos sacan lo peor de la gente, si los uruguayos somos insoportables o si será que la gente que lleva a los hijos a Miami en las vacaciones de julio es la crème de la crème de lo peorcito que hay en plaza.
Por suerte yo viajé con una señora china silenciosa, correcta y amable. 
Y por acá se va terminando el vuelo: el piloto acaba de darnos la bienvenida a Uruguay, y somos tan chiquitos que en pocos minutos ya estaremos aterrizando. 
Gracias por viajar con nosotros. Esperamos que haya disfrutado su vuelo.

Ante todo

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Yo siempre he sido, ante todo, una persona muy tranquila. Por eso me sorprendí cuando vi que ya íbamos unas cuatro horas de vuelo y no había logrado pegar los ojos ni siquiera por medio minuto. Resultaba raro en mí, que no sufro de miedo a los aviones ni tengo problemas para estirar las piernas en el escaso espacio de la clase turista. Quizás lo que me estaría complicando para conciliar el sueño sería cierta dificultad respiratoria propia de los últimos días, producto de un incipiente resfriado. No tenía mocos (o no muchos, al menos), pero el aire no terminaba de encontrar un camino despejado ni para entrar ni para salir. En alguna parte había algo obstruyendo su paso.  

Ojalá sea solo eso, un resfriado, pensé, recordando que en cierta ocasión, más precisamente la última vez que volé, la comida de a bordo me había caído tan mal que pasé todo el viaje vomitando para delicia de los desconocidos de ambos lados, porque iba en el medio de una fila de tres. Ahora me había tocado sobre el pasillo. Miré a mi alrededor. En caso de que me volviera a pasar lo mismo ya podía imaginar la cara de asco que pondría la pituca sentada a pocos metros, enfrente. Si arrancaba una función de vómitos made in Uruguay se le iba a desarmar el brushing progresivo, por lo menos. La miré con disimulo, y debo reconocer que me empezó a recorrer cierta envidia. No por el marido, un pelado regordete con pinta de autoritario que al comienzo del viaje pensé que era el padre, sino por la piel y el cabello cuidados, las pulseras de plata, la blusa blanca de seda, el saco gris con pinta de comprado en viaje y hasta los zapatos de taco aguja con los que yo jamás podría caminar. Eran negros, de charol; cuando la regia los movía se les reflejaban las luces del techo en las puntas, que eran tan finas como los tacos. 

Miré el reloj: aún tenía por delante unas cinco horas de vuelo, y más allá del incipiente resfriado lo cierto es que no me estaba sintiendo muy bien. Me pregunté si sería tiempo de activar el protocolo de alarma sanitaria nivel 1. Revisé entre las revistas y las tarjetas con indicaciones del bolsillo del asiento: sí, ahí estaba la mareo bag, dispuesta a servirme en caso de ser necesario. Tragué saliva. La sugestión empezaba a avanzar sin compasión ni de mí ni de las potenciales víctimas de los alrededores. Algo andaba mal. La náusea moderada devino en escalofrío, y comencé a sentir empujes alternados de frío y de calor; no estaba segura de si sería mejor abrigarme o desvestirme. Tenía las paredes del abdomen durísimas, no precisamente por ir al gimnasio, sino de los nervios del viaje. Cuando el de atrás me clavaba las rodillas en la espalda o movía mi asiento al sujetarse a mi respaldo me venían unos retortijones que me obligaban a elevar los ojos al techo y mantener los puños apretados por medio segundo. Mientras, lo puteaba por dentro con deseos cada vez más desproporcionados de que se fuera a la mierda, de ser posible en el mismo baño del avión, que es más incómodo.

En cierto momento tuve un amago de arcada. Sé cómo es esto, se cómo comienza, sé cómo termina y, especialmente, sé qué significa. Significa que me estoy convirtiendo en mi vieja, puta madre. Es ella la que vomita cada vez que se pone nerviosa, no yo. Yo soy la sana, la fuerte, la joven. Mi madre es una viejita frágil desde que cumplió los 35 y arrancó dos por tres a decirle a mi padre aquello de "mirá que ya no podemos comer cualquier cosa, que estamos por cumplir los cuarenta, ¿eh?" Y ahora esto. 

Respiré hondo, junté coraje y recorrí como pude los diez metros que me separaban del baño. Por suerte estaba cerca. El avión iba pasando por unas turbulencias, pero nada dramático: solo me tambaleé un par de veces, y le pisé la punta del zapato de charol negro a la regia de enfrente.
_ Sorry- murmuré, y me sorprendió la ronquera de mi voz. La mujer no respondió.
Una vez en el baño me cuenta de que no quería en verdad ni vomitar ni orinar; aquella había sido una excursión por las dudas a un terreno seguro, armada por mi inconsciente para irme preparando por si de verdad lo necesitaba de aquí a un rato. Cuando enfrenté al espejo entendí por qué la regia me miró apenas una milésima de segundo y desvió los ojos como para invisibilizarme: yo estaba despeinada a más no poder, con el maquillaje de un ojo medio corrido y una expresión de cansancio absoluto en la cara y el cuerpo. Un desastre. Encima se me había ocurrido viajar de camisa a cuadros, vaquero y championes: era un tipo. Un tipo de pelo largo, rubio y de rulos, pero un tipo. El Pibe Valderrama, mierda. O capaz que un personaje onda country de las películas de los noventa, una señora bonachona con ropa de leñador. Una osa, bah. 

Así no voy a conquistar nunca a nadie, pensé, y recordé que esa noche mi amiga Cecilia pensaba presentarme al hermano de su roomate, un tal Jeff. Por la foto no parecía gran cosa el tal Jeff: poco pelo, demasiado rubio, con esa cabeza rectangular típica de los yanquis, especialmente de los que van a la guerra, pero nunca se sabe. Claro que en la valija tenía ropa para ponerme, y que una ducha y un poco de pintura arreglan cualquier desajuste, pero por lo pronto esto no parecía ser una tarea fácil. Me miré un poco más de cerca: ¿qué eran esas manchitas que me estaban saliendo en la pera? ¡Puta madre, me estaba brotando! Aunque no, bien mirado, aquello no era una alergia. Miré de nuevo, entrecerrando los ojos para compensar la miopía, y tuve que ahogar un grito.  No eran granos: eran pelos. Me estaban creciendo pelos como de barba. Aquello no tenía pies ni cabeza, ¿cómo voy a tener barba? Me seguí mirando la cara de cerca: ahora también asomaban unas sombras de bigote por encima del labio superior.

_ Maldita menopausia- murmuré, o quizás solo lo pensé, al tiempo que escuchaba un discreto golpe en la puerta del baño. Estaba demorando demasiado. Los desarreglos hormonales traen consecuencias de lo más floridas, aunque nunca había escuchado de algo tan jodido y repentino como esto. Terminé lo más rápido que pude con el lavado de caras y manos y retorné al asiento con la cabeza baja. La regia dormitaba en el suyo, con la cartera animal print reposando descuidadamente sobre su falda. 

Empecé a tocarme la cara: sentí claramente los canutos de unos pelos cortos y duros asomando. No eran tantos como los de hombre, por el momento, pero tampoco tenían que ver con los pocos pelitos de vieja que desde hacía un par de años estaba acostumbrada a sacarme con la pinza. Estos no se disimulan con base, pensé, ¿qué voy a hacer? ¿Qué va a decir mi amiga cuando me vea? El tal Jeff pensará que soy una travesti y andá a saber si se lo banca o si le salen los prejuicios, lo que en sí no me importa porque igual no me gustaba, pero pueden pasar cosas peores. ¿Qué pasa si en la aduana me niegan la entrada, al ver que mi cara no coincide con la visa? Traté de no irme por las ramas y centrarme en el tema principal. Por lo menos desde hacía un rato el malestar y los mareos habían dejado de preocuparme. Esas eran cosas de gente blanda, pensé, hay que aguantarse; ¿para qué tiene uno huevos si no? 

Quedé paralizada y de boca abierta, como vieja del agua abandonada en la orilla. ¿Era solo mi impresión, o acababa de pensarme en masculino? Esto se estaba poniendo más y más raro. Vi que una de las azafatas con las que había conversado al principio del vuelo se me quedaba viendo con aire de extrañeza por un par de segundos, pero no dijo nada. Desvió la mirada al encontrarse con mis ojos, y continuó recorriendo los pasillos, ofreciendo vasos de agua o jugo de naranja. 
No podía quedarme quieta en el asiento. Me dolían horriblemente las cervicales, y las piernas comenzaban a acalambrarse como consecuencia del poco espacio disponible. 
Un momento. Yo no puedo tener poco espacio, porque mido 1.60. O eso medía, porque de repente me pareció que el vaquero empezaba a quedarme corto. Miré mis tobillos, cada vez más rotundos. ¿Cuánto tiempo hace que vengo creciendo? ¿Se crece después de los cincuenta? Apenas bajara a tierra iba a tener que medirme para salir de dudas, y quizás ver a un doctor, pero para eso faltaba mucho: aún quedaban más de cuatro horas antes del aterrizaje. Iba a tener que dormir un rato, o al menos dormitar. Seguramente toda esta pesadilla se desvanecería cuando me encontrara de nuevo lúcida y despejada. Sí, era eso, seguro. Solo me quedaba tratar de dormir. 

Atravesamos una zona de turbulencias. El American Airlanes se sacude dos, tres veces con brusquedad. Salgo de golpe de un sueño estrafalario. La regia de enfrente abre los ojos y se demora un segundo más de lo apropiado fijándolos en los míos, mientras el pelado del marido ronca a pata suelta en el asiento de al lado. De repente me invade una sensación desconocida en la entrepierna, y al instante termino de despertar y me acuerdo de todo. Quedo momentáneamente desconcertada; hundo en el pecho la cabeza y miro al piso, de donde no pienso levantar los ojos en las cuatro horas o en los cuatro siglos que queden de viaje, pero no dejo de registrar que la mina está buena, más allá de las pilchas y las pulseritas. Buenas tetas, piernas largas, labios gruesos. Del culo no digo nada porque nunca la vi de espaldas, pero me lo puedo imaginar durito, hecho a base del esfuerzo propio y de todo un equipo de personal trainers. La mina no tiene la cabeza rectangular como Jeff, y seguro que no fue a la guerra. Me gustan las manos. Son manos de alguien que solo vive para cuidarse: tienen pinta de suaves, de delicadas. Seguro que saben lo que hacen.
Me incorporo en el exiguo espacio de que dispongo, y miro más allá de su asiento. El tarado del marido sigue durmiendo a pata suelta, y eso contribuye a decidirme. Termino de restregarme un ojo en el que me pareció que podía haberme quedado algo de rímel y la voy relojeando de a poco, mientras pienso qué frase inolvidable le puedo tirar para arrancar a conocerla. Sin apuro ni ansiedad, eso sí, porque yo siempre he sido, ante todo, un tipo muy tranquilo. 

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