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Channel: Hojas de Arbolito
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Crónicas de bus: noviembre 2014

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Voy en un 316 con velocidad de tortuga y me entretengo haciendo estadísticas. 
12 personas me rodean:
1 anciana, 3 jóvenes, 8 maduras. 
4 hombres, 8 mujeres.
4 flacos, 4 gordos, 4 obesos. 
11 silenciosos y uno que canta cumbias (a mi lado, en fin).
0 cantores de ocasión, 0 magos, 0 vendedores.
Intrascendencias de bus.
Algún día llegaré a mi destino.
Algún día.


 Es pelado, gordito, de veintipico, y ni su remera anaranjada flúo ni su ukelele pintado de verde manzana me dan una buena impresión, por lo que apronto los oídos para una tortura de bus a la que hace semanas que no deben enfrentar, pero no. El pelado (que ya había visto antes, ahora me doy cuenta) aturde un poco pero es bueno. Si solo gritara un poquitito menos...
Tal vez es mucho pedir.
Aspirinas, alguien tiene? 



 Él va contento, parece. Canta y toca el bongó en el asiento de atrás de mí en el 405. Desde hace media hora viene cantando y tocando el bongó. En verdad no canta: tararea algo cumbioso, y tampoco toca el bongó: lo golpea sin ton ni son. 
   Lo malo es que no se cansa, no se cansa.

   Socorro



   Salgo a las siete menos diez cual Aquiles heroico enfrentando a la Moira desalmada del temporal, y la empresa es ingrata. Vadeo arroyos y cañadas, le dirijo constantemente palabras de aliento a mi paraguas nuevo pidiéndole que resista y explicándole que no todas las tormentas son como la de hoy. Agradezco que la campera sea impermeable, a la vez que mis zapatos altos no pueden vadear los ríos desatados y sucumben sin vuelta. 
   Chlop chlop chlop, avanzo. 
   Ya en la parada me subo al banco de cemento y aún así no puedo evitar que un dragón gris conducido por un hijo de puta de la familia 103 me ensope todo lo que el paraguas no ha cubierto. Nos miramos con la única otra chica que aparece y terminamos riendo.
    Y todo para que ahora, sentada en el 405 habitualmente repleto pero hoy semi vacío, el señor Sotelo desde la radio me informe de que a esta hora de la mañana se desarrollan "lluvias suaves" sobre la capital de la república. 
   ¡Oh, tú, que asomas al mundo dentro de unas horas, cuando el diluvio haya amainado, entérate de que a las siete de la mañana el país siguió andando a puro cerrar los ojos y enfrentar el destino!
   ¡Adelante, mis valientes!
   Chlop chlop chlop...

Momentos con gusto a noviembre

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Soñé que entraba a facebook por mi celular y al lado de las opciones habituales (Noticias, Amigos, Perfil, etc) había una nueva: "Planificación".
Creo que mi inconsciente está encontrando una nueva forma de enviarme mensajes.




En Montevideo Shopping todo el mundo andaba con cara de Black Friday y recorría local tras local repitiendo un mantram de valor universal: "¿Qué descuento tiene esto?".
En Tienda Inglesa la atención se concentraba en la zona de los helados, donde 4 cantaores y una maja espigada y flexible daban un número artístico como parte de la Semana de España.
El 405 (semivacío) viene con una tele prendida que se empeña en enseñarme principios de alimentación saludable y compromiso con mi barrio.
Es el domingo de elecciones menos parecido a un domingo de elecciones que me tocó vivir hasta ahora, y sigue lloviznando.
Plop plop plop.

Plop.



Voy volviendo de la marcha de Mujeres de Negro, reflexionando sobre la igualdad de derecho y los prejuicios de género que viven y luchan aún cuando escucho a mi vecina de asiento hablar a los gritos con una amiga, al celular:
-Vale, vos no tendrás un tambor para prestarme? Porque a mi sobrina le dieron a elegir si para la fiesta de la Escuela quería ser reina o tocar el tambor y ¿podrás creer? ¡Eligió el tambor! ¡Yo no puedo creer!
Nena: 1 - Tía gritona: 0

(¡Cuánto queda por hacer!)




Primer round: Roldana.
Me acecha apenas me ve subir la escalera, sigue mis pasos, me espía miserablemente, se hace la boluda y... listo! Colada al dormitorio en el último segundo. Amenazas varias de mi parte, arrinconamiento de la susodicha, piruetas en las que estoy a punto de caerme por interceptarla antes de que se meta de nuevo bajo la cama, hasta que al fin la logro sacar de la habitación, y me acuesto.
Segundo round: Tania.
Ruidos en la reja de la ventana me indican que, o bien hay un ladrón queriendo forzar la ventana, o bien Tania está haciendo su numerito nocturno de "No estoy segura de querer entrar... convenceme..." Bajo refunfuñando, la llamo, la seduzco con mil tonos y mimos hasta que se decide, y entra. Vuelvo al dormitorio, esquivando a la hermana, que disimula en una esquinita, al lado de la puerta.
Tercer round: el mosquito innominado.
Revolotea a mi alrededor, pasa por mis manos, frente y nariz, hasta que se me posa en la mejilla derecha provocando que me dé una cachetada en defensa propia. Pero le erro, y su vuelo triunfal post cachetada me fuerza a prender todas las luces y a revisar palmo a palmo paredes, cortinas y muebles, hasta que lo diviso en el cajón de la persiana y lo liquido de un almohadonazo, con un estruendo que debe de haber hecho saltar a mi vecina de la tercera edad, en la casa de al lado.
Y eso es todo.
Creo.

Buenas noches.


        El viernes comenzó a las nueve de la mañana, con un curso en el IPES sobre Mario Levrero. A eso de 11.30 hicimos el primer break, en el cual todos nos quedamos en el salón, tomando café y charlando sobre Mario Levrero. Continuamos el curso hasta la una, cuando arrancamos en masa hacia el bar de la esquina, a almorzar conversando sobre Mario Levrero. Desde las dos hasta las seis seguimos nuestra concentración maratónica referida a la obra de Mario Levrero (sin corte esta vez, cada uno se paró cuando quiso a servirse cafecito y galletas). Terminada esta instancia me tiré hasta el centro, a una presentación de un libro... sobre Mario Levrero. Volví a casa con "Caza de Levrero" bajo el brazo, y ahí lo tengo, esperándome.
ME ENCANTA ESTE VIERNES.




Y salió la clase de 6º Artístico y Arquitectura con los sirios! Una clase que se movió de forma autónoma: arrancamos con "La mujer" de Juceca y la seguimos con la narrativa oral, los cuentos que nos han contado y que seguimos reproduciendo, el pequeño héroe del Arroyo del Oro, la Casa del Águila y la canción de Rubén Olivera, pasando por el amor, los grises, los colores, el realismo, la fantasía y más allá. Todos participaron, discutieron, se conocieron, dibujaron, charlaron con gestos o palabras a medias. No tuvo nada que ver con una clase tradicional de Literatura, y casi nada que ver con lo que yo había planeado. Tuvo vida propia, y la vida se la fueron poniendo ellos; una vida que acepta las diferencias pero no deja de percibir las similitudes de base. Que nunca falte.




   Domingo de clásico y sin embargo el teatro está lleno. A mi lado una señora y un señor con pinta de septuagenarios mantienen una animada charla y se tratan de usted. Él fue director de teatro y conoció a Candeau. Enfrente, Arana saluda un conocido tras otro. Un joven con muletas sube trabajosamente los cinco niveles de escalones hasta su asiento. 
   Ritual de domingo.
   Bajan las luces. 
   Que nunca falte.




   La integración de la comunidad del 58 con los estudiantes sirios continúa viento en popa.
   Hoy estaban invitados a una observación del cielo nocturno con los profes de Astronomía. El tema es que para cuando se decidió cancelar la observación por mal tiempo ya había un estudiante que había llevado como cincuenta pastelitos de dulce de membrillo hechos por su abuela para convidar a los recién llegados. ¿Qué hacer? Habían sido hechos con mucho amor como símbolo de un recibimiento con un bocado de lo más autóctono.
   Por suerte, la solución fue simple: si los sirios no pueden venir al Benedetti, el Benedetti va hacia ellos. 
   Invitada por la profe de Historia Gabriela, con el chico de los pasteles y otras dos alumnas, allá fuimos hasta el hogar Marista del km 16, con nuestra enorme caja de cartón llena de pasteles. 
   Estaban bajo los árboles de un enorme predio, adolescentes y niños, y en seguida se acercaron a nosotros. Uno de los traductores les explicó el porqué de nuestra visita, mientras algunos jugaban y otros nos sonreían o incluso preguntaban por alguno de sus nuevos amigos del 58, que no había sido parte de la comitiva de hoy. Los pastelitos quedaron para la merienda, que sería media hora más tarde. Cuando nos íbamos varios nos saludaron con un perfecto “¡chau!”.
   Volvimos al liceo con una sonrisa de oreja a oreja.
   Que nunca falte.



   Televisores por todas partes. En las casas, en las salas de espera, en las fiambrerías, en las paredes de los edificios, en los omnibuses interdepartamentales, en los recitales, en los almacenes, en los supermercados, en los gimnasios, en el 405.
   Cada vez tenemos más miedo a enfrentarnos a eso que Levrero llamaba la angustia difusa, parece. Las imágenes y sonidos ajenos tienen que taponear cualquier mínima posibilidad de encontrarse con uno mismo, pero el silencio está bueno, y además es necesario.
Inicio oficial de la campaña por el silencio. 
   Los pájaros, el viento y las palabras sinceras quedan nombrados Huéspedes Honorables de nuestro silencio. Los programas de televisión y los gritos destemplados deberían ser reconsiderados mil veces antes de aceptarlos como parte del menú sonoro del día.
   (Lo siento, lector, hoy me vine moralista; debo estar extrañando el sonido del mar y el viento de Valizas. Que nunca falten)

Baúl de recuerdos: 2007 ÚLTIMODÍAÚLTIMODÍAÚLTIMODÍA!!!

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PRIMER TRAMO: Colegio 1

   Hoy fue la reunión de cuarto… a las siete y media de la mañana!! (¡Oh, las pequeñas delicias de joderle la vida a los demás con pequeñeces como esta!)
   A las siete y veinte todos fueron cayendo, puntuales… menos el comienzo de la reunión, que se demoró hasta ocho menos diez. La dire tiene pinta de que  en cualquier momento le viene un día de furia, pero no, todo sale tranquilo. Bueno, hubo un chiquilín con 19 faltas que (¡misterios de la vida!) tenía 30 faltas en Educación Física (quien, ya que estamos, le puso 2 de promedio… ¿de dónde sacó ese 2 si dice que nunca lo vio?... más misterios…). Hubo una sospechosa cantidad de gente con 19 y 20 faltas. Pero la cosa fue rapidita, y una hora después ya iba hacia el 

    SEGUNDO TRAMO: Colegio 2

   Tenía clase con tercero a las 7:50, así que (por la reunión antedicha) les falté, pese a que la Subdirectora cuando le avisé supuso que yo llegaría a segunda, 8:30… (¿Será que tengo una forma de inversión del continuum espacio-tiempo y no me he enterado?) 
   A tercera me colé a clase de Física y les entregué el resultado del escrito, para ir después a la sala a hacer promedios. En el recreo el profe nos contó que había estado de merienda compartida, y una compañera y yo le estábamos informando que si la hizo fue porque justo la Sub no tenía la más leve idea del asunto, cuando oímos a la susodicha emitir desde el pasillo una frase célebre: “Ustedes ya saben que no pueden tener ideas”, al tiempo que confiscaba una torta de chocolate y la depositaba con destino indefinido en la mesa de la secretaría.
   Pasó el recreo, fui al otro tercero, les di el escrito, hicimos una evaluación del año, fue pasando el tiempo. Ah., nota agrandatoria de mi parte: antes de entrar me detuvo un alumno, Federico, que me había prestado sus poemas para que los leyera. Yo le hice un comentario muy lindo por escrito, y pensé que eso era lo que buscaba, pero no: venía a darme un poema escrito para mí!! Y está bueno y le hizo una dedicatoria re linda… (momento emotivo… pausa… ta, ya sigo). Bueno, tenía dos horas con el grupo, y pasada la primera, decidimos sacarnos una foto. Nos sacamos como seis, con las cámaras de ellos, pero la mía no tiene… como sea que se llame lo que hace que uno programe la foto, se aleje y ¡pip!. Así que le pedí a la Sub que nos sacara, para que saliéramos todos. Y es todos de verdad, nota al margen: no faltó ni uno. Bueno, abrevio: no, no nos sacó la foto, y me fulminó con una mirada helada y la pregunta al tono “Pero... ¿vos no estás en clase?” Es decir, traduciendo, “vo, boludita, dejá esas pavadas para el recreo y andá a laburar hasta que toque el timbre, andá”.  Y me fui, obvio. Después recibí adhesiones de adultos varios con cara de no acredito. Qué le vachaché. 
   La despedida con el grupo fue emocionante. Les escribí saludos en los cuadernos,  hacíamos lista de espera y un secretario los iba repartiendo. Les regalé caracolitos de Rocha. Me hicieron un pergamino. Me aplaudieron y ovacionaron al final, incluso los cuatro que mandé a examen. Juro que me erizo: no sé si tuve un enamoramiento tal con otro grupo en mi vida. 
   Tomá pa vo, Sub.


                                     
                           TERCER TRAMO: EL 30


   Hoy era la despedida de los terceros, a las dos y media. Estuve corrigiendo como una condenada desde ayer, y llegué puntual, pero tenía un problema, y era que no había impreso el discurso de despedida porque andaba sin tinta. Lo escribí antesdeayer y me quedó muy bien, modestia aparte, aunque de entrada no quería hacerlo, por aquello de que todos se descansan en los de Literatura para lo que sea escribir. Cuando me lo propusieron hice un chiste con respecto a que el profesor del año pasado (histórico responsable de los discursos del 30) no estaba, pero me bajé del caballo cuando la coordinadora me preguntó si yo quería pedirle a él que lo hiciera. Che, esta gente ya me va tomando los puntos... Bueh, al final lo imprimí, con ayuda de mi ex practicante y después de un periplo de media hora buscando a la encargada de informática y vueltas vueltas vueltas sin fin. Lo compartí con dos compañeras para no leer sola, aunque todos me decían después “profe, me di cuenta que lo escribió usté porque metió un poema en el medio”. 
   La despedida fue breve pero buena. Emotiva. Varios discursos improvisados. Flores para adscriptas. Abrazos, más fotos, regalitos para ellos, corrección pública e hiper presionada de los diez parciales que me quedaban, mientras cosas raras pasaban a mi alrededor: aparecían gurises con bufandas en la mano (mientras nos asábamos de calor), o una chica tenía una blusita negra, medio transparentona, así, como quien lleva la botellita de Coca. Me dijeron que la de Matemática andaba con una valija regalando ropa a los alumnos. Se está mudando, y se ve que algo tendrá que ver con su inusual recuerdo de fin de año. Lástima que no ligué nada, ¿eh?
   Y así pasó el último día. Me quedé una hora y media haciendo promedios, hice mandados, llegué a mi casa, fui al gimnasio, vegeté durante un tiempo indefinido y aquí estoy, tomando conciencia por primera vez en el día de que ¡HE TERMINADO! ¡C’EST FINI! ¡VIVE LA LIBERTÉ! ¡IUPI IUPI IUPI!!!!!!! ¡OLÉ, OLÉ OLÉ OLÁ! ¡TIEMPOOOOO! ¡TIEMPOOOO!

    He dicho.

   La nueva Mariela, que capaz que hoy duerme ocho horas y todo.  

Diciembre en colores

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Hace 52 grados a la sombra y voy en un 405, en el tercer viaje a Pocitos de la jornada.
Una nena intenta inútilmente beber de una botella de Coca Cola congelada. Otros tres van rodeándome en esos asientos enfrentados de adelante. De camino a la parada una hábil negociante de unos cinco años pretendió venderme un volante de un dentista y un no tan hábil negociante me pidió plata para el Judas que le servía de asiento.
Día de niños, hoy, como ayer de viejos.

¿Cuándo será el día de los seres intemporales como una?




Si el 141 va vacío en el sopor del mediodía, si sobran los lugares para aporrear mal una pobre guitarrita y gritar algo ya gritado o al menos desafinado por Antonio Banderas.
¿Por qué a medio metro de mi oreja, por qué?

¡Y después pretenden que crea en la justicia!




Un día dejó de haber Papá Noel gigante en Ibarra. 
Después fue el turno del Tren Fantasma. 
Ahora, cierra La Casa de los Chascos.
Solo falta que no haya más Alfombra Mágica ni Montaña Rusa en el Parque Rodó, o que el Ital Park deje de llevar sus juegos ambulantes por los barrios. ¿Adónde iremos a parar, señores míos?


(Un caso más de ignorancia voluntaria... es un mal pasajero, déjenlo así.)





MI viejo celular tenía el teclado borroneado, la batería en etapa terminal y un carácter de mierda, pero al menos ya habíamos aprendido a convivir sin más que unos cuantos encontronazos cada día, cinco o diez minutos de odio de vez en cuando y la amenaza de tirarlo a la basura cada vez que se piraba y fingía su muerte con toda alevosía, generalmente en los momentos en que yo más lo necesitaba rápido y activo.
Pero lo perdí (digamos que lo perdí) y por suerte alguien tuvo a bien prestarme otro, mucho mejor que el que yo tenía, lleno de chiches y cositas que no entiendo en tanto íconos (y mucho menos a nivel operativo), pero ahí están. 
Tal vez eso explique por qué hoy en las dos primeras horas en que recuperé el número ya me mandé varias metidas de pata del estilo de demorar un cuarto de hora en entender cómo diablos iba el chip, o no saber cómo cortar (y por lo tanto dejarle más de tres minutos de mensaje de audio a la peluquera que estaba conmigo y a la que llamé para confirmar que tenía línea), o ser incapaz de atender una llamada (porque había que tocar el símbolo del teléfono en verde de izquierda a derecha y yo lo cliqueé, lo apreté, lo golpeé, lo manipulé de arriba abajo y viceversa, invoqué a su madre, le hice promesas, todo, menos la opción correcta). 
Por ahora tampoco sé cómo cambiarle el sonido de llamada, y en verdad hasta que recibí la primera (esa que no pude contestar, al igual que la segunda, porque el insight vino demorado y en cuentagotas...) no supe si me iba a sonar con El Reja, Arjona o Tinelli, pero no, al final resultó que tiene una musiquita standard e inofensiva, que cambiaré apenas pueda, pero ya sin terror. 

Todo esto es para avisar que si en estos días los llamo y corto, o les aparecen extraños mensajes de texto en chino o les mando por whatsapp una receta de pascualina, lo siento mucho, pero no lo puedo evitar: soy lenta para procesar estos cambios. Ustedes disimulen y hagan como que sigo siendo la de siempre, ta? Que algún día lo voy a volver a ser. Creo.




Yo estaba un poco nerviosa, porque no conocía a nadie. 
¡Mi primera clase de gimnasia, después de tanto tiempo!
Primero tuve que hacer una cola enorme para inscribirme, dar mi nombre y pagar los $65 que cuesta cada clase. El SUM de mi cooperativa hormigueaba de mujeres y algunos hombres. De pronto vi a una chica de chatitas, y empecé a dudar si habría ido al horario correcto o si me estaría metiendo en otra actividad, quién sabe qué...Pero me quedé.
La profesora era una chica bajita, que tenía problemas con el equipo de sonido y no acertaba a poner la pista que buscaba. Probaba, interrumpía, pasaba el tiempo y nosotros seguíamos inmóviles, ocupando el centro del enorme salón en una masa informe hasta que una canción se instaló definitivamente y empezamos a formarnos de manera ordenada. Una chica empujó a la que tenía detrás porque no le dejaba mucho espacio, haciéndola caer. Nadie hablaba una palabra. 
Nos movimos un poquito, no llegué a cansarme ni a transpirar siquiera, y ya vino la relajación, para la cual nos tiramos en el piso y nos tapamos con larguísimas tiras de acolchado que a mí me produjeron cierta sensación de claustrofobia pero al resto se ve que le pareció de lo más normal, porque no hubo quejas ni sorpresas. Traté de sacar los brazos, al menos, porque estaba como presa, hasta que Roldana empezó a llorar por comida como todos los días, y me despertó.

Y es por eso que no vuelvo al gimnasio.




Crónica roja de sábado a la noche.
Y bueh... tenía que pasarme alguna vez. 
Perdí el celular.
O me lo robaron, no sé bien, porque estaba sentada en un murito con un amigo, en una plaza, murito que detrás de nosotros daba a una pendiente, o sea que si alguien pasó capaz que yo lo tenía medio por salirse del bolsillo de atrás del vaquero y disimuladamente me lo sacaron. A mí me pareció sentir un movimiento, pero miré, mi cartera seguía colgando de mi hombro y me desentendí, aunque cabe la posibilidad de que se me haya caído nomás. 
Cuando me di cuenta ya iba en un 182, a la altura de veterinaria. Bajé, tomé un taxi, volví. El tachero, un crá perdido. En el murito había tres pibes, pero hablé con ellos y me la juego a que no lo encontraron. El taxista llamó, y estaba apagado. En fin. 
Ya lo bloqueé, cambié contraseñas de facebook y recordé, aliviada, que no hace mucho había respaldado la agenda de teléfonos. El aparato en sí no vale mucho, y la batería estaba moribunda. 
Espero que el ladrón no utilice mis fotos con fines sensacionalistas. Tengo como diez fotos. De Roldana, Tania, Isis, y de la muela de un mastodonte que encontré en el Cabo. 
Y eso es todo. Nada grave.
Eso sí: aviso que no me hago responsable de lo que mi ex celular haya hecho entre las doce y media y las dos de la mañana de hoy (probablemente nada, pero por las dudas...)





Sacar la basura y tirarla al contenedor tiene algo de catártico, algo de alivio existencial. Uno se siente limpio y fresco ante la nueva bolsa limpia puesta en el tacho, como después de una buena ducha.

Algo similar sucede cuando hacemos limpieza de ropero o cuando, más recientemente, encaramos a veces la depuración de la agenda del celular o los amigos del facebook.

Es bueno limpiar, me repito como para convencerme, mientras pispeo de reojo la pila de papeles que ya pasa largamente el medio metro de altura, un segundo antes de decidir que no, que hoy no toca pasarlos a sus carpetas.

Otro día será.

El año que viene, tal vez.

Algún día.

Y me voy a hacer trámites para reclutar nuevos integrantes de la montaña que aguarda en silencio encima de un mueble en el dormitorio.

Pienso, luego desisto.

Por ahora

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(Este texto es el resultado de un ejercicio consistente en escribir un relato autobiográfico o pseudo-autobiográfico al correr de la pluma, en unos veinte minutos, donde la autenticidad o total ficcionalidad de los hechos narrados dependía de la simple elección de un papelito en un sorteo previo. Es decir que solo el azar me llevó a confesar o inventar estas memorias. Y no digo más.)




               


         A veces pienso que uno no debería tener que pasar nunca por una de esas instancias de confrontación de recuerdos y realidad. O capaz que sí, que estaría bueno, pero con alguna forma de protección, de colchoncito inflable que amortigüe el golpe que tal vez se dé. Corrijo. El golpe que inevitablemente se va a dar. Sé que estoy siendo un poco vaga y escapándole al punto. Trataré de ajustarme a la idea que quiero contar y de evitar irme por las ramas. No sé si seré capaz. Aquí voy.



Era un martes de tardecita y la rambla de Piriápolis aún no se había llenado con el hormiguero tradicional de cada noche. Habíamos pasado dos amigas y yo una tarde de charlas dividida entre chismes, confesiones y planes, cuando una de ellas, La Colorada Noemí, me preguntó si no quería ir a ver qué había sido de la casa de mis primos en Playa Hermosa. Yo dije que sí de inmediato, pero no porque tuviera ganas sino porque… No sé por qué. Lo primero que pensé fue que no me importaba en lo más mínimo qué había sido de aquel chalet pretensioso y decadente, tal como no me importaba nada de la vida de mis primos ni de su perro ni de la tía Chola ni nada de nada de nada de nada. 
En el tiempo en que demoramos en llegar de La Pasiva a la casa (que quedaba enfrente del boliche, que en esa época se llamaba Vértigo y después fue cambiando de nombres y hoy no sé si existe) pensé que lo mejor era que la casa se hubiera vendido, que ni siquiera ella quedara como testigo de ese verano horroroso en el que pasé ahí varias semanas con mis primos y tíos. Pero no. Ahí estaba.
Nos bajamos del auto, y recuerdo que medio me ensucié los pies en un charco de la vereda, porque los días anteriores había llovido mucho y aquello no se secaba. La Colorada, que aquel verano había pasado conmigo, con mis tíos y primos un par de días de mis dos semanas de vacaciones, se bajó del auto enseguida, abrió el portón y se metió nomás como Pancho por su casa, diciendo que el jardín antes era más lindo, que los nuevos dueños eran gente sin gusto porque habían talado el pino del costado y que ese color verde de la puerta era horroroso. 
Yo no pude hablar. No podía. Tenía un nudo en la garganta, y traté de disimular caminando lejos de ellas, como pensando. Yo no podía creer que aquello siguiera doliendo, todavía. Ya habían pasado veinte años; no podía ser. 
Algún día voy a tener que buscar a mi primo Alberto y aclarar unas cuantas cositas con él. No me importa que ahora esté viviendo en Brasil, no me importa que esté casado y tenga dos hijos y un perro, no me importa que la tía esté viejita y se pueda sentir mal si se entera, yo algún día voy a tener que agarrarlo y decirle unas cuantas cositas a ese hijo de puta. Ese fue el peor verano de mi vida, y aunque creí que ya había pasado, al ver la casa y el frente y la calle y los árboles y los eucaliptos del fondo me di cuenta de que no había pasado nada, solo estaba ahí, esperando a volver y echárseme encima en un momento de alegría con mis amigas, cuando menos me lo esperaba. 
No nos quedamos mucho rato, y ellas no se dieron cuenta de nada. En seguida propuse pegar la vuelta, que se hacía tarde, y me hicieron caso. Aún tengo esa charla pendiente, pero por alguna razón no me animo, no me animo, no me animo.
No me animo ni me olvido.
Por ahora.

4 VIEJOS DE JUEVES 4

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                1

La señora del  sombrero de ala ancha bajaba la escalera de Bavastro como una diosa, con su perrita sin raza definida pero simpática y compradora atada a una cadena dorada.
_ ¡Qué linda es!_ le dije, y ahí nomás nos contó todo su presente. Que administra un refugio de perros en la Costa de Oro, innominado, sin fines de lucro ni de fama. Que ella en su pequeño apartamento de ahí a la vuelta vive con dos gatos enormes y la perrita. Que no le gustan los drogadictos del barrio porque queman gatos para divertirse. Que se dedica a comprar y vender muebles a fin de solventar los gastos del refugio. Que a esta mascota en particular la salvó de la muerte porque estaba condenada al sacrificio.
Las señoras de la Ciudad Vieja tienen ese qué sé yo…
Lo que no tienen es mute.
Pero aguanten las viejas bondadosas, para las cuales voy sacando número desde ya.



2

Una paloma dominaba todo el panorama de 18 de julio desde la cabeza procerosa de nuestro Artigas, que no está tan verde como su amigo El Gaucho pero se las trae. Un nido o algo raro con plumitas asomaba por la boca del caballo. Ya estaba lamentando no haber llevado la cámara de fotos cuando vi las decenas o cientos de sillas tapizadas de rojo con borde dorado enfiladas enfrente al monumento y decidí que para el caso la poca nitidez de las fotos del celular estaba más que justificada. En eso estaba, buscando un ángulo apropiado, cuando un veterano se nos acercó.
_ Perdoná que me meta, pero ¿querés que te diga cuál es el mejor ángulo para tomar el Palacio Salvo y que te salga entero y recortado contra el cielo, precioso?
_ Eeeh… te agradezco, pero en verdad le estaba sacando una foto a las sillas rojas…
_ ¡Ah! ¿Son de acá? ¡No dije nada, entonces!
_Pero igual, decinos_ terció mi amigo_ ¿Cuál es para vos el mejor ángulo?
Y nos lo dijo.
_ Ahora que, si saca la foto con la señorita adelante: ¡le queda de tapa de revista!
Divino el viejo. Me gustaría que se casara con la diosa de la perrita, y que me propusieran ser la madrina de su boda. En el Salvo. Con sillas rojas. De Bavastro.



3

Restaurante vegetariano Bamboo. La gente llega, ocupa una mesa dejando alguna pertenencia, se sirve, paga la comida y la degusta.
Nosotros dejamos una mochila y mi cartera.
El veterano de la mesa de al lado dejó el diario, los lentes y los dientes postizos, cuidadosamente protegidos en un vaso de agua.
Y se fue a buscar su comida.



4

Balance de mi relación con el nuevo celular, hoy:
Llamadas que él hizo sin mi permiso: dos. Una a un Ente Autónomo y otra a quien iba caminando a mi lado cuando de la nada le sonó el teléfono y para mutua sorpresa resulta que la persona que lo llamaba era yo.
Mensajes de whatsapp que mandó por su cuenta: uno, a un tal Chule.  “S.dpjtwtwgpp.ap”, le dijo mi celular al Chule. Que además me había mandado un mensaje de número equivocado, o sea que respiro tranquila y me doy cuenta de que no todo es mi culpa en el complejo planeta Samsung.

Balance de mi relación conmigo misma, hoy:
Algo me dice que ya es tiempo de ir armando el refugio canino, de pensar recomendaciones para entablar charla con posibles turistas ocasionales y de preparar el vasito con agua para los dientes, por si acaso.
Solo por si acaso.

Travelling to the North Pole (y a otros lados). Crónicas sueltas.

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Estoy en un lugar extraño,
En Eden Prairie la gente siempre es amable, las tiendas venden barato y la comida es deliciosa. Todos prefieren que no salga el sol, porque cuando hay sol está frío y si llueve hace calor. "Calor" quiere decir uno o dos grados por encima del cero. Comen unos platos impresionantemente ricos y sin embargo son flacos. Las ardillas son dueñas de las veredas, porque no hay personas caminando, nunca. Cada uno junta su propia basura en un contenedor particular (separando orgánico y no) y el recolector pasa una vez por semana. Los sótanos tienen televisores de 50 pulgadas y las casas más pobres son mansiones de dos pisos, todas con su propio patio arbolado, El único problema es que si viviera aquí no podría hacer crónicas de bus, porque no hay transporte público.
Me gusta este mundo.





Pequeño resumen de las tradiciones navideñas del Norte que he aprendido en estos días:
El día de Nochebuena es común y corriente hasta el mediodía. A eso de las cuatro de la tarde la gente va a misa (los católicos, al menos), lo que dura una hora, más o menos. En el caso de Eden Prairie la iglesia es enorme, como para mil y pico de personas, y es toda de madera y piedra. La gente no tiene libros, porque las letras y melodías de los cantos se proyectan en un par de pantallas detrás del altar. Después viene la cena, a eso de las seis, más o menos. Ya hay medias colgando de la chimenea, llenas de regalos, para cada uno de los que pasará navidad en la casa. La cena es ligera y tiene como postre tradicional galletitas caseras, deliciosas. En este caso, hubo una picada general, con todo el mundo de pie y distendido, charlando en diferentes lugares de la casa. Después se juega a algo, o se ve una película.
Ah, dato importante, uno se va a dormir con el pijama nuevo que alguien le regala en Nochebuena, y es con ese pijama que se abren los regalos la mañana siguiente.
Los grandes toman un café o algo ligero, ponen a los niños a raya (para que no abran antes de tiempo los regalos, para crear expectativa), y después todos se congregan alrededor del árbol. La apertura de regalos puede llevar un par de horas. A continuación viene el verdadero desayuno, con algo casero y recién hecho, por ejemplo una cosa deliciosa con huevos (SIEMPRE debe haber huevos en el breakfast) y una especie de strudel de frutillas, inefables. 
El día de Navidad es hogareño y tranquilo, para compartir tiempo en familia. El frío y ocasionalmente la nieve ayudan a quedarse en casa. Algunos igual salen a correr o pasear sus perros, y todos saludan al cruzarse con alguien. Los comercios están cerrados, menos el Starbucks. 
Y esa es la crónica navideña, por lo que he visto hasta ahora en esta pradera del Edén de Minnesota.






Siete de la mañana en Eden Prairie. Unos diez centímetros de nieve cambian por completo el paisaje que hasta ayer vimos en marrones y beige. No se mueve una rama, no pasan autos por la calle, no hay nadie levantado en esta casa excepto yo. Hasta el perro duerme aún. Acabo de darme una ducha y estoy desayunando, con Darwin de fondo, en el medio de un universo blanco y silencioso.
Ayer dije que este era un mundo bien diferente; no sé si puedo explicarlo, pero voy a intentar.
Sigo con lo mismo: el tema de sentirse seguro y tranquilo es fundamental, más incluso que la seguridad económica o incluso la prosperidad que aquí se percibe en todas partes. Si uno encarga algo, se lo dejan en la puerta si no está, y ahí queda. Si algo no sirve, se devuelve y no hay preguntas. Nadie roba, nadie daña, nadie desobedece las reglas. Esto último puede sonar horrible para algunos, ya sé; debo reconocer que a mí me alivia, me gusta, desearía tenerlo en mi casa.
Después, la organización. Si hay un choquecito mínimo al momento ya hay un par de patrulleros en la zona, y se pone un cartel luminoso en la carretera que avise lo que sucede. Las rutas y avenidas no tienen cruces, van todos en diferentes noveles, de modo que uno va en el auto y nunca frena, porque no tiene semáforos ni intersecciones, ni rotondas, nada. 
La gente es amable todo el tiempo. Obviamente hay un tema de exigencia laboral, pero además creo que les sale de adentro, que es natural para ellos. Está bueno que al ir a la caja le pregunten a uno si tuvo un buen día o le deseen que siga bien al irse. 
Acá son muy estructurados, eso sí. Si la cuenta, como me pasó, da 200 con 13 centavos, hay que pagar los 13. Poca gente anda con efectivo, por lo que cambiar cien dólares es complicado, aún en tiendas grandes. 
Minnesota es el estado más frío del país, y por eso la ropa no paga impuestos, lo que lo convierte en destino preferido para consumistas. Tienen el shopping más grande del país, que fue el más grande del mundo hasta que Dubai los superó, y es tan enorme que hay gente que en invierno va al shopping a caminar, porque el mundo exterior es frío y el América no. Hay un parque de diversiones dentro, y un Radisson gigante al lado (amén de muchos otros en la vuelta) porque algunos vienen a Mn solo al shopping, en avión, y no salen de ese pequeño radio de acción.
Las casas son parecidas unas a otras, al menos a primera vista. Se hacen de madera, una capa de plástico y de nuevo madera, y se calefaccionan a gas. Las personas dejan los zapatos a la entrada y andan en medias, y la mayor parte de los pisos son moqueteados, no tengo claro si solo por moda o por el mantenimiento del calor.
Esto no es Estados Unidos, aclaro, esto es Minnesota. Las personas de la casa en la que estoy están preocupadas porque vamos a N York y no dejan de decirnos que tengamos mucho cuidado, aunque ya les aclaramos que somos latinas y el cuidado es nuestra segunda naturaleza.
Y eso es todo por ahora; voy a ver si me asomo al mundo exterior a sacar algunas fotos blancas. 
Ta luego.








El liceo de Eden Prairie. Escuela Media, le dicen por acá. Es público y gratuito, es enorme, impecable, luminoso, funcional. Se respira un aire de tranquilidad (obvio que sin los teenagers, por las vacaciones, pero se ve que no hay vandalismo, que las cosas se cuidan entre todos). Visitamos este y el de bachillerato. Varios gimnasios en cada uno, cafeterías gigantes, según el nivel, teatros impresionantes, muchas fotos de los chicos por todas partes. Hay una cartelera donde cada teacher deja en post it qué cosas se necesitan, y el padre que quiere va, lo saca y compra eso para la escuela. En uno de los gimnasios hay un carril a unos metroa de altura por donde puede caminar cualquiera, y la gente de la ciudad, tenga o no hijos acá, lo usa para hacer ejercicio (recordemos que caminar o correr al aire libre es solo para valientes con este frío). Nosotros lo recorrimos todo sin problemas, aunque casi nos perdemos, porque es, ya lo dije, enorme. Enorme. Enorme. Enorme. En un piso había un recipiente cilíndrico como de dos metros de diámetro para que se depositen los zapatos que no se usan y se quieren donar. Hay muchas banderas de todas partes, porque es un centro cosmopolita, y los alumnos pueden elegir estudiar en español, francés, alemán y chino. Sin palabras. 





17 grados bajo cero. Este es un universo extraño, porque hay nieve por todas partes, la temperatura ha llegado a estar por seis semanas enteras debajo del cero y aún así la gente toma el agua y los refrescos con hielo!!!!






NEW YORK!
Ya comimos pizza, nos peleamos con un conductor de autobus y nos quedamos de boca abierta viendo multitudes, rascacielos, marquesinas, y hasta a Johnny Depp!!!
No, a J Depp no lo vimos. 
Pero esto es amazing!!!
NEW YORK!!!!



Primera caminata por Manhattan. Gente, bocinas, movimiento, ruido, variedad, frío, vidrieras, taxis, policías, asombro, locura, orden. El universo en una isla. El Aleph. 






Tarde de MOMA, tarde de encontrarse con los grandes de los grandes, de llorar por los pasillos y las salas del museo, de agotarse emocionalmente ante tanta belleza, de recordar las clases de Bellas Artes, de agradecer estar viva y estar acá y ver y salir en el último minuto y desear volver y no tener palabras.








Uno lo ha oído toda la vida, pero no se lo cree hasta que lo vive. Esta ciudad es una locura, no se puede creer. Conviven todas las etnias, todos los lenguajes, todas las ondas. La gente es de todos modos amable, más allá de los continuos bocinazos y de lo entreverado del tráfico, uno siente que les puede pedir ayuda si lo necesita. Piden disculpas por cualquier roce, el personal space es sagrado. Son hermosos, no importa su sexo o edad o raza. Son hermosos. Saben cómo convivir con millones de personas y funcionan como un hormiguero vertiginoso pero ordenado. El metro es una cosa monstruosa y veloz que se come de a cientos de neoyorquinos en cada estación, y sus paredes de baldosas están impolutas, más limpias que los azulejos de mi baño. De verdad te cruzás en la calle con los atuendos más estrafalarios, de diva o de hipster o nerd o superstar todo el tiempo, y a nadie le importa. Hemos probado unas pizzas deliciosas, y ya soy oficialmente adicta al Peppermint Moka del Starbucks. 
Mañana a fin de año se calcula que un millón de personas se congregarán en Times Square y alrededores. No sé si encaro eso, me da un poco de fobia social por adelantado, pero no lo,descarto.
Ampliaremos.








Más de lo que vimos ayer en Brooklyn... Estuvimos unos tres cuartos de hora en una plaza helada mirándolos y embobeciéndonos con su arte y su humor. Me maravillo de estar acá y ahora, porque si hubiera venido hace años no hubiera podido filmarlos sin cargar una cámara pesada y dejar de ver el show, pero con esta cosa mágica que es el ipad puedo andar ligera y no complicarme. Bien de vieja, ayer me quedé helada cuando vi que él solito me pone de dónde es cada foto, y me dice cosas que ni yo sé de los lugares en los que estuve.
Algunas cosas que he aprendido:
Si uno va por la calle encima de la rejilla de ventilación del Metro (sí, onda la que pisaba la Norma Jean Baker antes de que se le levantara el vestidito blanco) se siente más caliente.
Hay unas bolsitas que se llaman hand wormer o feet wormer que tienen algo adentro que se activa con el movimiento y produce calor; se usan para calentar manos o pies, y son muy buenas. Lástima que duran solo unas horas, son solo para una vez.
En los locales de comida siempre hay alguien que hable español, porque es ahí donde terminan buena parte de los latinos, por razones obvias y tristes.
La gente que pide dinero no habla, solo se para o se sienta en un lugar con un cartel explicativo hecho con cartones. Un señor en Minnesota, en el cruce de una carretera, nos mató de pena; solo decía "I made bad decisions".
La noche del 31 las personas se dividieron claramente en dos grupos, que yo identifico con locales y turistas, pero solo por intuición y sin mucho fundamento: unos andan de punta en blanco, vestidos de fiesta, zapatos plateados altísimos y agujísimos, y otros con camperones, gorros y bufandas, que son los que tratan de ir a Times Square, aunque esto no es tan fácil como parece. La gente que va a ver el show anda por ahí desde primeras horas de la tarde, hasta midnight. Cuando ya hay demasiadas personas la policía valla las calles aledañas y ya nadie puede pasar, salvo que vaya a cenar a un restaurante de la cuadra. Y a esta police se la respeta. Había decenas de patrulleros en cada cuadra, omnibuses, efectivos amables pero intransigentes. Cero líos, la gente andaba feliz pero pacífica. La mayoría usaba algo alusivo, muchas veces ridículo, como lentes que decían 2015, en algunos casos con letras luminosas y centelleantes.
La subida al Empire State es una transa, hay que hacer como una cuadra se cola y todo el tiempo uno debe decidir cosas, como si les compra la entrada a los muchos morochos que pululan alrededor y ofrecen saltear la cola por cinco dólares extras que al final no son cinco sino como treinta... Si subo, cuento; por ahora no sé si voy.
El Memorial del 11/9 es algo que deja sin aliento. Sobrio, muy sobrio, pero fuerte. En el pozo de donde estaban las torres hay una corriente de agua que cae eternamente a un agujero del cual no se ve el fondo, enmarcado en mármol negro con los nombres de las víctimas. Muy duro.
El puente de Brooklyn es otro hormiguero, como casi todo aquí, y es espectacular, también como todo. La gente va perdiendo cosas con el viento, bufandas, vinchas, que quedan en los cables del costado, por si vuelven. Wall Street, lleno de moles arquitectónicas, bellas pero sobre todo sólidas (obvia metáfora del capitalismo) y la zona del río es poética y romántica, con bancos, placitas, flores y ardillas,
Y eso es todo, por ahora.
Hoy es nuestro último día entero en NYC.
Snif.





MIAMI (Chico!!)


Enero de verano, pero en el otro hemisferio. Calor, verde, vida. Este es otro mundo, la vida tiene también un ritmo vertiginoso, pero con fondo de palmeras y aguas turquesas. Un mundo de carreteras endiabladas, de cruceros turísticos de diez pisos de altura, de cubanos bailando salsa en los patios de los shoppings, de cuerpos perfectos, de comidas picantes, de ferias hippies que me hacen sentir en Valizas, de lagartijas, pelícanos y hasta anguilas celestes! Sí, vi una anguila celeste en el agua, tranquilita, a un metro de la orilla... Y también es un reencuentro con mi prima, a la que no veía desde el siglo pasado pero es como si nunca hubiera dejado de verla. Gracias, Andrea ! Estos días son espectaculares, en todo sentido.
Que nunca falten.



Reivindicación oriental:
El mosquito uruguayo es infumable; nos ronda, nos revolotea, nos zumba en las orejas como avisando que más tarde o más temprano vamos a terminar puteándolo y rascándonos a cuatro manos, mientras apelamos (tarde) al Off infaltable en toda estadía al aire libre mayor a tres segundos, de octubre a mayo.
Pero el mosquito de La Flórida es peor, mucho peor. Es un tapado, no te avisa ni con un micro zumbido, y es tan chiquito que no lo sentís en la piel ni duele la picadura ni da alergia después. Conclusión: cuando de casualidad te mirás las piernas te encontrás con diez manchas rojas que nunca te enteraste de que te estaban siendo diseñadas por uno de estos bichos despreciables y astutos.
Arriba los inocentes anófeles vernáculos, pues. 
Seguiré mandándolos a la tumba apenas se me pongan a mano, pero ya con un poco más de respeto por su abierto y franco intento de ataque a mi persona.






Paisaje humano de La Flórida:
En al auto de al lado, una chica pintándose mientras espera el cambio,de luz en el semáforo, vestida de oficina, con el pelo mojado y una toalla blanca arrollada en la cabeza.
En el parque una morocha toda vestida de negro oyendo algo por sus auriculares y caminando erguida a toda velocidad, mientras a tres o cuatro metros un viejito muy muy blanco y muy muy encorvado avanza a igual velocidad siguiendo sus caderas como puede por la senda de aeróbics.
En Starbucks hoy, ayer, probablemente siempre, un veterano canoso y de lentes, sentado en la misma mesa, con bermuda camouflada y canguro verde, se concentra en su pantalla y habla de vez en cuando por el,celular, riendo como si hablara con un cliente potencial, mientras en el mismo rincón del fondo un asiático, un yanqui y un personaje indefinido de lentes y mirada extraña conversan animadamente en el extremo opuesto a la rubia de rulos que bebe su Peppermint Moka y come su Pumpking Bread como si fuera la última vez que lo hace. 
Y lo es.
Voy a extrañar este mundo. 
Tal vez vuelva algún día, pero que voy a extrañar, seguro.
Y los dejo, que la playa de Fort Lauderdale está esperando en esta fría mañana invernal de veintipico de grados y cielo azul transparente.
Que nunca falte.







Últimas crónicas por ahora:
La gente en estos pagos es muy amable. Si te cruzan y los mirás, la mitad te saluda o sonríe. Entablan conversación de la nada, como lo más normal del mundo, con cualquiera. Por ejemplo, la señora que me quiso dar unas revistas de los Testigos de Jehová (en inglés, obviamente). Un encanto. Charlamos un rato (ya no de religión) y terminó dándome un abrazo y deseándome un "bon voyage".
Ayer pasé la mañana otra vez en Lauderdale by the sea, entre las arenas llenas de corales, las aguas verdes, los pelícanos, los pájaros canadienses (que son negro-azulados, como los tordos, pero grandes) y las anguilas de dos colores. Esta vez me subí a un muelle de pescadores, y en cierto momento iba caminando cuando quedé paralizada ante una bandada de pelícanos, quince o veinte bichos enormes que volaban en perfecta formación por razones de solidaridad y aerodinamia, como tuvo a bien explicarme un hombre a quien se ve que mi cara de deslumbramiento incentivó las intenciones didácticas. Me pareció feo decirle que yo ya sabía eso del vuelo en formación como vía para no agotar a una sola ave y etc., y agradecí su clase de Biología.
También charlé con otro, esta vez un veterano, al que le pregunté si sabía qué diablos eran esas franjas alargadas que nadaban cerca de la superficie y desde el muelle se veían como viborejas de dos colores, blancas de un lado y negras del otro.
_ Pero vamo'a vel, ¿tú qué hablas? Hablas inglés, hablas español...
_ Español. ¿Sabés algo de esos bichos?
_ Mira mamacita, esos son... algo parecido a lo que nosotros llamamos pez de jeringuilla, son como una víbora por lo largos, pero no se comen. Solo los chinos se los comen, los cortan y se los comen, mamacita. ¡Los chinos comen cualquier cosa!_ y se fue.
Ya por la noche, en el aeropuerto, quedaba por pasar la difícil prueba del pesaje y despachado de las valijas, momento que en general nos carga a todos de ansiedad, porque excederse en una puede implicar tener que reacomodar las cosas pasándolas a otro bolso o, en el peor de los casos, dejarlas. Pero no. Porque esta vez nos atendió Raymudo, un colombiano que ya había despachado las valijas de Nélida, dos diás antes, y tiene una paciencia infinita.
_¿Me pasas el código de reserva del boleto? Son seis letras.
_ Sí. Q.
_ Q de queso...
_H.
_H de humo...
_O.
_O de oso...
_X. Acá te quiero ver.
Pero Raymundo no movió un músculo de la cara.
_ X de xilofón...
Y me miró, enarcando una ceja. Un capo. Profesor de Español en su país, pero trabajando entre las maletas de American. Tan capo que ni siquiera me pesó la segunda valija, je.
Y hasta aquí llega mi cerebro sin dormir desde hace ya no sé cuántas horas o cuántos días o qué. 
Cualquier incoherencia de estas crónicas es culpa del jet lag. 
O de la edad.

FLORIANÓPOLIS: ILHA DA MAGIA (ENTRE OTRAS COSAS)

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         Enero no es el mejor mes para ir a Florianópolis, el ómnibus en el que viajé no fue la mejor decisión que pude tomar, y el hostel en el que pasé ocho días no es una opción que volvería a repetir.
Dicho esto, dejo constancia de que fue una semana preciosa. Sol todos los días, playa verde, rica comida, muy buena compañía, variedad de paseos, todo perfecto, salvo por los tres ítems del principio. 
        Enero nunca más. Hay demasiada gente en todas partes, y yo tiendo a buscar y disfrutar los paisajes solitarios. En este sentido la peor playa a la que fui es Ingleses, porque en toda su enorme extensión está absolutamente llena de sombrillas y personas, incluyendo un diez por ciento de humanos no veraneantes que pasean continuamente su mercadería frente a los ojos, oídos y narices del resto, en una labor de sacrificio que les ocupa todo el día y no sé qué tanta ganancia pueda dejarles. Ropas (en armatostes con caballetes, por si se detienen a mostrar algo a una potencial compradora, y digo “una” porque solo vi a la venta prendas femeninas), sombreros, quesos calientes, helados, jugos, brochettes de camarones, algodón de dulce, choclos, tatuajes de henna,  “palos para selfies”, radios con forma de autos de juguete, lo que quieras, todo, se vende en ese shopping sin aire acondicionado y de pisos ardientes. Los puestos de bebidas tienen la mejor decoración, con frutas típicas colgando de redes a los costados del techo, y a veces compiten por los vendedores más sexies, que hasta bailan y hacen pequeñas coreografías al son de la música a todo volumen que acompaña su carromato. La contaminación acústica es inaguantable. En las otras playas también se da esta situación, pero moderada; Ingleses parece ser el mejor mercado para los vendedores ambulantes. Barra da Lagoa, en tanto, tiene tres cuadras de apiñamiento de turistas a niveles increíbles, literalmente una sombrilla pegada a la otra, pero una vez superado este tramo hormiguero la cosa se pone más potable y vivible. 




      En cuanto al viaje en bus, las 17 ya de por sí maratónicas horas anunciadas al comienzo del viaje se hicieron, en ambos casos, más de veinte. Demoras en la Aduana, algún atasco ocasional, una tarada que se demoró en El Japonés y no había forma de encontrarla, cosas que pasan. La comida, no poca pero sí mala. Como para rellenar chanchos: papas chips muy saladas, palitos, un insípido arroz con pollo a la ida y un no menos insípido puré con pollo a la vuelta, sándwich de queso microscópico y sin gusto, alfajores de postre y ni la más mínima previsión de un menú vegetariano, por lo cual fuimos varios los que a la cena ni la probamos. Los choferes de la ida debían ser esquimales, porque nos tuvieron toda la noche a 18 y 19 grados. Temblábamos, nos quejábamos (cero bola), hasta los más emprendedores trataban de tapar la salida del aire acondicionado con papeles prendidos al ducto con cinta adhesiva (diez minutos de duración, promedio), pero nada. Régimen polar hasta la mañana. 




      Por último, el hostel. Precioso, con una vista panorámica de la laguna que nos daba paz en todos los desayunos y algunas meriendas, muy bien decorado, con varios baños extra, una cocina cómoda, gente espectacular (empleados y visitantes), todo bien, pero el aire acondicionado proclamado en su propaganda solo existía de 23 a 9 horas. O sea, si en vez de torrarte en la playa querías achicar en la habitación por unas horas al mediodía, suerte en pila. Además (y en esto el mea culpa es ineludible) quedaba no solo lejos de la playa (la Lagoa está en medio de la isla, hay que tomar ómnibus o encarar la caminata de una hora y pico a Joaquina, la más cercana) sino lejos de la zona de boliches (a orillas del agua) y en lo alto de un morro, lo que nos costaba una puteada y media cada vez que volviendo del centro terminábamos sin aliento en ese repecho de 45 grados.




      Por otro lado, la magia sigue existiendo, cómo no. 
      Pequeño catálogo de playas recorridas:
Mole: la más bella, por lejos. También la más gay. Agua turquesa, nivel de gente soportable, arena muy limpia, preciosa.
Galheta: la playa nudista de la isla. No llegué a ir, solo caminé la mitad del trilho desde Mole, y tiene una vista impresionante. También es predominantemente gay, aunque una de mis amigas contó que en un viaje anterior la policía le advirtió que tuviera cuidado, que en ese camino había habido violaciones, y hasta la acompañaron hasta Mole, por las dudas. Una brasilera del hostel me dijo que a esa playa van muchos pirados, pero capaz que eran prejuicios de ella, no lo sé. 
Ingleses: debe ser hermosa en otros meses.
Joaquina: la playa de los surfers, las mejores olas, con unas rocas enormes en el extremo, donde uno puede subirse y apreciar el panorama rodeado de morros, a lo lejos. Una belleza. Esta y todas tienen una intensa presencia de animales, que van desde cangrejos de ojos saltones y negros hasta halcones, garzas, peces, medusas, etc. Menos caracoles para que yo pudiera juntar, todo.

Morro das Pedras: una de las playas abiertas del sur. Poca gente, arena blanca, agua transparente pero con pinta de peligrosa. Sin vendedores. Me encantó. 
Barra da Lagoa: muy poblada al principio, perfecta después. El canal donde desagua la Lagoa es de lo más pintoresco; hay un puente colgante desde donde divisar el continuo tráfico de barquitos por sus aguas, la gente se baña tanto en el mar como en la parte de agua dulce y hay una intensa vida social, que incluye teatro callejero y mesas de dominó, damas, etc, a la orilla.
Lagoa da Conceipçao: “nuestra” playa. Aguas quietas y bajas, tibias, con poca arena y mucho pasto en las orillas, rodeada de árboles, ideal para familias con niños pequeños o para deportes sin riesgo. Una tarde me tomé (sola) un barco de los que hacen paseos por la laguna, y estuvo bueno, con el componente de la tormenta impresionante que se levantó en diez minutos pero tuvo a bien esperar para descargarse a que yo hubiera llegado al hostel dulce hostel.





      Por todos lados se advierte la fuerte presencia de la religión es este país. Iglesias, carteles, altares de Iemanjá, velas prendidas. Una tarde en que volvimos temprano de la playa me fui a recorrer el morro donde estábamos y llegué a la Iglesia de la Lagoa. Blanca y amarilla, cerrada, rodeada de jardines, impresionante. El dueño del hostel (un italiano, bastante personaje) me contó algo de su historia: fue inaugurada por el emperador Pedro II, y los esclavos hicieron una callecita que es como una escalera de piedras para que el emperador pudiera llegar hasta ella. El Papa Juan Pablo II estuvo allí y desde entonces pasó a ser el Santuario de Inmaculada Concepción. Parece que cerca de ahí, al nivel de la laguna, hay también un sitio histórico al que no llegué a ir, que se llama Ponto das Almas. Era el lugar sagrado (“sambaquí”) donde los esclavos llevaban a su muertos, los cubrían con una capa de conchilla, madera por arriba, y los cremaban, a orillas del agua. De todos modos no sé si me impresionó más la Iglesia o el vértigo de esas callecitas del morro, donde los autos pasan de a uno y a todo vapor y donde algunas subidas y bajadas son dignas formas brasileras de deportes extremos. Más adelante fui también a la Iglesia principal del centro de la isla, y al Museo Histórico, al que pude recorrer tras pagar cinco reales y embutirme los pies con unos zapatos de papel, cosa que es la primera vez que veo. Lindo, parecido al palacio Taranco.




      Otra cosa que llama la atención es el arte. Toda la isla está tapada de murales de vivos colores, aparentemente recientes, con variadas temáticas y estilos. Hay también una forma de decoración que se reitera, y es hecha con pedazos de baldositas y espejos, ya sea en columnas, muros, hasta tachos de basura. No tienen palabras, y predominan los corazones. En la Lagoa hay además un enorme pesebre que ocupa toda una plazoleta, hecho con desechos plásticos, metales, nylon y otras cosas extraídas del agua y convertidas por un grupo de artistas plásticos en figuras humanas y animales. 




      Ni que hablar de la música y la danza, que también abundan. El día que llegamos había un bloco de samba en la plaza principal, y una multitud de gente bailando a su ritmo, y yo vi en el Centro un grupo de personas que hacían Capoeira de modo impecable, aunque algunos de sus bailarines no llegaban siquiera a la edad escolar. 





      Lo que brilló por su ausencia es el Brasil tentador para el consumo. Si bien comer era bastante barato (buffet vegetariano a cien pesos, por ejemplo), las salidas eran caras. Una noche tomé una coca en lata y una caipirinha y me costó 330 pesos, por ejemplo. Por otro lado la ropa que se vendía esta temporada es, para mi gusto, espantosa, de manera que no repetí mi ataque consumista de USA, y solo me compré unas havaianas y un sombrero, amén de chucherías y dulces varios, de esos que uno ineludiblemente debe comprar apenas entra a este calórico y caluroso país. 
      Muy caluroso. 
      Infumablemente caluroso. 
      Especialmente cuando, volviendo de tardecita de la playa, uno entraba en atascos interminables. Aunque en realidad exagero, porque eso solo nos sucedió un día, el primer domingo. Volvíamos de la Barra da Lagoa y de pronto nos vimos en el medio de un embotellamiento digno de un cuento de Cortázar. Al principio no nos preocupamos, supusimos que en diez o quince minutos pasaría, pero no. Avanzábamos unos metros, stop, un metro, stop. Stop, stop, stop. Un veterano nos contó que siempre pasaba igual, y que alguna vez llegaron a esperar cuatro horas. Cuando llevábamos media hora, al atasco y el calor y el olor a transpiración y la visión de la sangre que chorreaba de la rodilla de uno que se había lastimado en la playa se sumó un intento de levante de un veinteañero hacia un grupo de pendejas que iban sentaditas en la parte de atrás del ómnibus. Ellas cantaron quince años; estoy segura de que no llegaban a trece. El veinteañero era un regordete, pelado, que hablaba a los gritos, desde un metro y pico de distancia, con nosotras en el medio, iupi. Las nenas le retrucaban y se ejercitaban en la seducción, de lo más divertidas, y él se hacía el macho alfa en medio de la manada cautiva de ese viaje que debió durar quince minutos y ya se acercaba a la hora. Otros amigos de él y de ellas participaban en la gritada conversación, y por momentos se ponían a cantar a los gritos. Era la peor pesadilla imaginable, hasta que en uno de esos diez metros de avance cada cinco minutos vimos el perfil de la laguna, preferimos caminar 40 minutos  y nos bajamos.
                                  -----------------------------

      La primera vez que fui a Florianópolis, en 1992, decidí que ese era mi lugar en el mundo y que me iba a quedar a vivir ahí.
     
      La última vez que fui, en 2015, decidí que hay demasiado mundo nuevo para conocer, y que no vuelvo más a la Ilha da Magia, por muy buenas playas que tenga. 



      Creo.


Laguna de enero. Crónicas.

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Tres cruces, alrededor de medianoche de lunes. De pronto la terminal se llena de hinchas celestes con cara de venir de un partido aburrido.

Subir al ómnibus de Nuñez es pasar del verano al invierno, como siempre, pero ahora se le agregan un par de ingredientes de último momento: una nena a la que la mamá pregunta insistentemente si va a vomitar y una matrona q se informa de un incendio por teléfono, a los gritos. Diez cuadras de campo, lleva la cosa. No entendí si es por 33 o Vergara, tiene que ver con el pastizal reseco, parece. La señora ya van dos veces que le dice al hijo que la llame de nuevo de madrugada y le cuente, que ella no va a dormir porque el ómnibus es incómodo, dice.
Yo sí quiero dormir, pero con ese vozarrón...
Ooooom.
Arrancamos.
Zzzzzz...




Las chicharras cantan, compitiendo con el zumbido de los cazarañas, los cantos de varios pájaros y los horrendos jingles de la radio, que ordena que "¡celebremos con Faisán, celebremos con Faisán!" En el viaje fui sola todo el camino hasta José Pedro Varela, donde de pronto, en medio de mi dulce sueño rutero, se me sentó al lado un tipo de esos que se despatarran en el asiento. Maldición. "Ojalá se baje cerca de acá", pensé, pero cuando el guarda le preguntó y él dijo que iba hasta la agencia de Río Branco supe que ese sería un largo viaje. Por suerte los hados me fueron propicios y en Treinta y Tres se bajó el de adelante, con lo que el explayado se mudó al asiento delantero (seguramente alentado por mi cara de traste ante su voluminosa aunque joven persona) y yo recobré el poder absoluto en mis dominios. Cuando desperté, ya en el destino, vi que tenía una veterana al lado, pero no me molestó para nada, salvo en su extrema lentitud para bajarse. Mis viejos me estaban esperando desde hacía una hora, y estaban verdes de tomar mate. En el camino a la Laguna vimos tantas aves que no se podía creer, incluyendo bandadas de garzas blancas y otras solitarias, de color negro, rapaces, apoyadas en los piques del alambrado en el camino. Ahora, pasado el desayuno, escucho las noticias en "Atención Cerro Largo" ("se extravió estuche de lentes...") y las infaltables necrológicas, donde se detalla toda la parentela de cada muerto en una larga enumeración familiar. La gata blanca, a la que le traje de regalo un ratoncito relleno de hierba gatera, parece que está muy contenta con mi presencia. Los vecinos ya toman mate en el frente de las casas, y todo parece indicar que este será un día más que caluroso, o sea que ya me voy para la playa. Feliz martes.





_ ¡Majú! ¡Majú, vení para acá! -gritaba una mujer joven, mientras la perra labradora hacía caso omiso de sus órdenes y se internaba en las aguas de la laguna en dirección a otra señora, a la que evidentemente quería sacar de ese peligro con olas de cinco centímetros y un metro de profundidad de promedio.

En eso una chica se metió al agua, sacó a Majú sosteniéndola firmemente por el collar e intentó arrastrarla hacia la casa, a sus espaldas (justo al lado de la prefectura, que debería velar para que entre otras cosas no haya perros en la playa,en fin...), pero la susodicha se encaprichó en la arena y no hubo quién la moviera.

Allá a las cansadas salió la mujer del agua y Majú se dejó conducir, de mala gana, en una escena muy graciosa que observé desde mi pareo, a un par de metros de distancia.

Ya me había distendido y estaba torrándome alegremente al sol de las once cuando siento nuevamente la voz de la mujer:

_ ¡Ay, no, no, no, no, no! -al tiempo que la cabezota de Majú se metía de lleno en mi mochila, husmeando vaya a saber uno qué resabios de corales o huesos de tortuga o cucharetas que la pobre ha sabido albergar en este enero tan cercano al mar y sus tesoros.Le toqué la cabeza a Majú un segundo antes de que su dueña se la llevara, entre disculpa y disculpa, y en la restante media hora (en que heroica o tontamente soporté el sol como pude, porque quema como nunca) hice playa con fondo de ladridos de perro, porque la labradora no aceptó de buen grado ser relegada al patio trasero después de probar las mieles de la sociabilidad y el refrescante encuentro con las olas y el viento, sucundún, sucundún.

(Ta, nada que ver, pero se me impuso. Quizá me hizo mal el sol. Voy a pensar si vuelvo o no por la tarde.)




Laguna Merín: cómo pasar de un horno infernal a un diluvio de agua y viento en diez minutos o menos.




La siesta había terminado y la tarde no daba respiro.

Pensé en ir hasta la playa, pero desistí. Las chicharras cantaban continuamente desde los árboles del fondo, no corría una gota de viento y yo no tenía ganas de caminar hasta la playa, ponerme protector solar y quemarme a fuego lento por un par de horas sobre el pareo.

A eso de las seis nos fuimos a hacer una visita de cumpleaños al Español, un amigo de mi viejo desde la infancia, al que perdió de vista por muchas décadas hasta que se reencontraron en la Laguna viviendo a una cuadra uno del otro. Ayer el Español cumplió 79 y está impecable, tan impecable como su madre, que en unos días va a alcanzar los cien años y anda por la vida de lo más campante. Cosas de Cerro Largo.

Y de cosas de Cerro Largo charlamos largo y tendido en el par de horas que estuvimos con él y con la Tota, su mujer, mientras el resto de su familia hacía playa en medio del mormazo vespertino. De gente que no conozco, como Césareo Noble, personajes que hacen pensar en Don Verídico ya desde el patronímico, y más cuando se ponen en el tapete las historias contadas y recontadas a través de vidas propias y ajenas.

_ Cuando uno era chico no había televisión_ dice la Tota_ y era común que las familias se reunieran alrededor de los viejos a charlar y contarse cuentos. Los cuentos eran lo más importante en esa época...

Y van saliendo, naturalmente, desgranados en boca de todos, historias con o sin nombres propios, algunas veces sospechosamente parecidas a narraciones literarias, componiendo un universo de límites borrosos pero siempre seductor por el humor, la sorpresa o la aventura.

_ Mi padre tenía una libra de oro. Parece que el finado mi abuelo, el padre de mi papá, estaba un día tratando de arreglar un ropero viejo, enorme, porque a la abuela no le gustaba así como estaba, y mientras él trabajaba una nena del vecino andaba por ahí juntando maderitas del ropero, hasta que de repente ella le dijo: "mire qué linda esta monedita que encontré" y era una libra de oro. Mi abuelo, vivo como un rayo, le dijo que era muy linda pero lástima que no valía nada, y le dio un vintén, para que se fuera contenta. Y la pobre no se dio cuenta de nada, porque era una criatura.

_ Yo una vez escuché de un viejo muy pero muy rico que se había muerto sin hacer testamento, y entonces los hijos lo sentaron en la cama, hicieron venir el Juez de Paz y le ataron una piolita de la barba para poder hacer que el muerto dijera que sí con la cabeza, con el pretexto de que no sabía escribir y no podía hablar porque estaba muy débil. Y el Juez les creyó todo.

_ Los otros días apareció un tatú por acá. Enorme, grandote, parece que lo había atropellado un auto y andaba medio mal, pero mi hijo me puso pena que no lo fuera a matar, que lo ayudara si lo veía. Él siempre fue muy por los bichos. Lástima que lo agarraron los perros, al tatú. Ya lo encontramos muerto. Igual que a aquella comadreja que hallamos una mañana prendida de los dientes de un cable de la luz, electrocutada, y hubo que bajarla a pedradas porque nadie se animaba a tocarla. Pobres bichos.

_Me acuerdo de Fulanito, aquel que un día iba cruzando la plaza del pueblo y encontró una billetera de cuero nueva, tirada en el camino, y ya se la guardó en el bolsillo. ¡Estaba llena de mierda, muchacho! No sé cómo hizo el que la tiró, pero no se notaba nadita.

_ Yo una vez había ido a Montevideo y tenía que ir a Manga. Me tomé un taxi que pasó y cuando llegué me cobró 250 pesos. ¡Qué caro! Y ahí me di cuenta de que no era un taxi, que me había equivocado: era un Taxi-flet.

_ MI padre siempre contaba que una vez encontró una libra de oro en un camino y la guardó bajo la almohada. Era en la zafra de la lana y estaba viviendo en unos galpones con los otros peones. Lástima que contó de lo que había hallado; al otro día miró bajo la almohada y ya no estaba. Nunca supo quién se la sacó.

_ Una vez el Gaucho Gómez venía de hacer una gran venta de ganado y perdió toda la plata al bajarse del auto, pero un vecino que lo encontró se imaginó que era de él y se la devolvió. El Gaucho lo miró, le alcanzó diez pesos y le dijo "Tomá. Esto es para que te compres una cuerda para ahorcarte, porque si yo hubiera estado en tu lugar no te habría dado ni un peso".

_ Yo me acuerdo de que el finadito de mi tío era muy bueno con la carpintería. Un día había muerto un ricachón del pueblo y la viuda lo llamó para que arreglara un escritorio que él tenía y para que abriera un cajón que estaba cerrado a llave. Cuando lo abrieron, estaba llenito de dólares. Y ni un peso le dieron. ¡Gente mala!

_ Una vez estaba entrando al boliche y vi el petiso de mi primo atado a la entrada. Cuando me acerqué pregunté de quién era el petiso aquel que estaba en el suelo y salió para afuera rajando, casi se atraganta con la caña. Volvió furioso. "¿Vos no dijiste que estaba en el suelo?""Sì... ¿y dónde ves que tiene las patas apoyadas?". Siempre le hacía diabluras, y él siempre caía.

_ Ah, sí, mi suegra está muy bien para tener casi cien años. Solo que ahora se le da por quitarme las cosas. El otro día que se estaba yendo de mi casa, cuando quiero ver, había metido la escobilla del baño en una bolsa de nylon y se la llevaba diciendo que era la de ella. Pero en lo demás está muy bien.

La pizza de la Tota y su torta de manzana estaban muy ricas, pero la visita no debía prolongarse hasta el infinito, y nos fuimos.

De noche se vino un diluvio, se cortó la luz y el calor no se fue, ni se fueron los mosquitos, aunque no pudieron pasar la barrera del tul protector.

Este es un mundo fuera del tiempo.




Que nunca falte.

Fiebre de sábado por la noche

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Llegamos al bar un rato antes de que comenzara la música en vivo, y de inmediato vimos una mesa con mi nombre. Solo había unas cuatro personas instaladas por el local, de modo que me pareció lo más lógico, en cuanto vimos que “nuestra” mesa estaba pegada a los músicos, mudar la reserva por otra, unos metros más atrás. Era sencillo: solo había que cambiar los servilleteros, porque ambos tenían el nombre de quien reservaba el lugar, pero las dos mozas pelirrojas se hicieron un lío terrible, despegando el papel con el nombre de cada uno, pidiendo cinta adhesiva para recauchutar el cartel que se rompió al sacarlo de su sitio original, una compleja maniobra que les demandó sus buenos cinco minutos, mientras nosotros obviábamos cualquier comentario o cruce de miradas al estilo de “te juro que no entiendo…”
La grappamiel llegó antes que la pizza, o al menos llegó lo que ellas creyeron que era grappamiel, aunque apenas la probamos sentimos el gusto más horroroso que se pueda pensar. Fuego líquido. Tortura. Asquete. Puaj. Fui hasta la barra y encaré a la más joven. 
_ Sí, es grappamiel.
_ No, no es. 
La chica (que parecía estar en su primer día de trabajo, no tenía idea de cómo eran las pizzas ni de mucho más y escribía cada pedido con una lentitud exasperante) le preguntó a la otra, que tendría un par de años más que ella y se daba un aire de experta en el metier, y esta me contestó con amabilidad pero a la vez con firmeza:
_ Claro que es grappamiel. Mirá, acá está la botella_ dijo con aire de suficiencia, mientras me señalaba una fila de botellas… pero no de la dulce grappamiel sino de la horrorosa Flor de Amarga Vesubio. ¡Con razón el gusto, dios mío, quién puede pedir a conciencia una porquería como la Flor de Amarga!
Solucionado el inconveniente (porque el dueño se lo hizo entender, ya que a mí la moza pelirroja experta nunca pareció escucharme), estuvimos esperando un rato por la pizza, que se demoró más de lo previsto. En eso pasó Miss Eficiencia y amenazó con retirarnos los platos.
_Eeeh… La pizza aún no llegó.
_ ¿No llegó? Aaaah…
Y creo que recién ahí fue a pedirla. De todos modos no fuimos los únicos perjudicados: al propio dueño del boliche le sirvieron un plato sin cubiertos y tuvo que andar gesticulando por debajo de los blues del espectáculo para que se los alcanzaran, así que el tema no era con nosotros, después de todo, y a partir de ahí nos concentramos en la música, que por suerte (y pese a todo) valió la pena.

CRÓNICA NO ROJA DE MARTES DE MADRUGADA

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Recién cuando hube salido a la hora normal para llegar al Shopping 21.30 como había acordado con mi amiga me di cuenta de que la fiesta de Iemanjá podía complicarme un poquito el traslado, y así fue: como demoraba en venir el 405 tomé un 103, desde el cual vi cómo el susodicho coetcito nos pasaba alegremente en un par de paradas, justo cuando me estaba levantando para dejarle el asiento a la nena gorda con el brazo enyesado. Cosas que pasan. Una vez en Comercio y 8 de octubre esperé largo rato por algo que me sirviera, hasta que vino un 144; pero ya estaba casi con un pie adentro cuando asomó su nariz colorada el siguiente 405, y dejé que el Cutcsa siguiera. Mal hecho, porque el 405 no abrió sus puertas, y siguió de largo: venía lleno hasta el tope. En ese momento hubo una apertura de las puertas del cielo y un par de ángeles tocaron las trompetas para anunciar un momento de epifanía: un 405 vacío y con conductor sonriente hizo su aparición en la parada y al abordaje fuimos varios fieles cultores del SMT y yo, que casi subí por último, de la emoción recibida.
Ya en el shopping, capuccino de por medio, tuvimos con mi amiga unos 25 minutos para ponernos al día, de los cuales creo que yo hablé 23 y medio, más o menos, porque ella es una persona de pocas palabras y yo… bueno, yo no. Mi amiga es alguien particular: no quiso pedir nada para comer porque no había probado bocado en todo el día y no estaría bueno ingerir justo algo harinoso, del estilo de cosas que había en el café del Moviecenter, mientras que yo en su lugar hubiese arrasado con todo lo dulce y lo salado sin meditar en sus componentes grasos, tóxicos, pesados o hasta radiactivos, si se cruzan.
La película que íbamos a ver empezaba a las diez y media y duraba una eternidad. Prometí que no iba a hacer comentarios molestos o a resoplar con manifiesta indignación y debo reconocer que me porté como una lady: no insulté a Peter Jackson cuando Galadriel, Elrond y Saruman se enfrentaron a los Nueve Señores Oscuros y a Sauron himself, ni cuando Radagast salvó a Gandalf conduciendo un trineo tirado por conejos, ni cuando el padre de Legolas (¿??) quiso atacar a los enanos de Erebor por un puñado de joyas. No lo insulté en voz alta, pero en mi fuero interno estuve todo el tiempo invocando al espíritu de Tolkien para que volviera de la tumba y le diera una buena revolcada por el fango al responsable de semejante bazofia, a la vez que me insultaba a mí misma por esa manía de no dejar sin completar una trilogía por muy bobas que se hubiesen puesto las dos películas anteriores.
Salimos cinco antes de la una, y demoré unos minutos en convencer a mi amiga de que no me llevara a casa, que por la puerta del shopping pasan omnibuses toda la noche y hacía calor y había gente por todos lados y comercios abiertos las 24 horas. De hecho, mis previsiones de omnibuses nocturnos resultaron ser un poco ilusorias, porque salvo un 405 que hizo su rutilante aparición a los diez minutos y no se dignó a parar pese a que tenía lugar de sobra, después, nada, mire. Me senté en un murito bajo a esperar que el destino decidiera por mí. No tenía miedo, porque había gente como si fuera de día, pero a los pocos minutos una molesta puntada hizo su aparición, o su reaparición, mejor dicho. Hace un par de meses que de vez en cuando me pasa eso: siento como si tuviera un puñal clavado en el medio de la espalda, me duele un rato y se me pasa. El problema es que hoy no solo lo sentía en la espalda sino en el pecho, y hasta me empezó en el acto mismo de respirar. Hice un intento de relajación muscular, y nada. Me paré, y nada. Aquello empeoraba, a tal punto que me entré a asustar, pero vi que había algo que me podía tranquilizar, y allá fui.
Caminé media cuadra y entré al local del SEMM que hay frente al shopping. Estaba medio a oscuras, pero abierto. Me tomaron la presión, me revisaron, me formularon preguntas, me hicieron subir a la camilla (donde debieron darse cuenta de mi estado lamentable, porque casi me caigo). Por último, me untaron gel por tobillos, muñecas y pecho, y terminé con un electro, que dijo que yo no tenía nada coronario. Ah, qué bueno. ¿Y la puntada? “Tenés que consultar a tu médico”. Bárbaro. Y me fui. 
Crucé de nuevo a la parada: nada había cambiado, la misma gente seguía esperando el mismo regreso a los hogares lejanos, mientras a mí me seguía doliendo la misma puta puntada entre pecho y espalda. Por fin pasó un 182, y me lo tomé. Iba repleto, y fui parada en el medio; me costaba concentrarme en el recorrido, porque el dolor seguía allí, estable, inamovible. Sabía que aún no habíamos cruzado Avenida Italia, pero no mucho más. Había muchas personas, que de a ratos se me asemejaban a orcos de Peter Jackson, aunque no gruñían demasiado. Por un rato me concentré en mirarle los zapatos al tipo que iba parado frente a mí, hasta que me di cuenta de que estaba siendo un tanto desequilibrada, y traté de identificar por qué calle íbamos. A medio metro una mujer gorda y con aspecto de hipilla seducía y se dejaba seducir por un plancha más joven que llevaba el mate en la mano y no dejaba de hablar de murgas. A ella le entendí solo tres frases, en medio de mi dolor y de la creciente sensación de mareo que se iba apoderando de mi persona: primero dijo algo así como que no era una mujer como todas, segundo le preguntó si él le iba a pegar un tiro y tercero afirmó que ella era una persona que estaba en contra del sistema. Ahí me desentendí, no porque no me interesara, sino porque el mareo se agudizó a tal punto que pensé que me iba a caer redonda en el piso. Como pude le pedí el asiento a un hombre, y me desplomé. Corría algo de aire, pero no era suficiente. Me desparramé en el asiento, pero no alcanzaba. El hombre me preguntó si quería pedir la coronaria, que en el ómnibus hay cobertura, pero dije que no. Ya me iba a bajar, y si la pedía seguro que el bus tenía que parar hasta que llegara y hasta puede ser que se esperara al próximo; ya me ha pasado, y no quise ser el motivo de una complicación como esa solo porque me estaba por desmayar y la espalda me dolía como si me hubiera enfrentado al mismísimo jefe de los orcos de la película, o a los gusanos cometierra que hacían túneles para que los orcos pasaran sin ser vistos… Qué bazofia, repito. Maldito Peter Jackson.
Mis delirios quedaron cortados por una voz de mujer desde el asiento de atrás que me alcanzó un perfume y me hizo ponérmelo en las muñecas, para hacerme reaccionar. Me ofreció una pastilla pero le dije que no, solo necesitaba que me avisara en 8 de Octubre. “Yo bajo ahí, te aviso”, me llegó la voz, y en dos minutos: “Vamos! Agarrate de mí, dale, que ya bajamos”. “No te preocupes, bajo bien”. Y salimos. 
Me senté en el escalón de entrada del bar que está en Luis A. de Herrera, a media cuadra de 8 de Octubre, y ahí vi que la mujer que me había ayudado era una gurisa de unos veinte años, de musculosa y short negros. Me dio un trago de Coca y se ofreció a pararme un taxi, pero como demoraba un poco caminamos hasta 8 de Octubre, mientras ella me contaba que ayer mismo le pasó algo parecido en el trabajo y tuvieron que llamarle al médico y darle unos calmantes. “¿Y qué era lo tuyo” le pregunté, y ella: “Nada. Un ataque de pánico. ¿Vos estás angustiada por algo?” “No, para nada. Bah, creo que no, no sé. Creo que no”, repetí, mientras paraba un taxi que se dignó a cruzarse en nuestro camino. “Voy para Camino Maldonado, ¿te sirve si te acerco?” “No, no te preocupes, que quedé de encontrarme acá con mi novio”. “Ah, dale. ¿Cómo te llamás?” “Soledad”: “Gracias, Soledad, gracias, sos un ángel”. Y me tomé el taxi, y me volví a casa, donde no hice nada, aparte de correr a un gato intruso del techo de la cocina, de tomarme un analgésico y de ponerme a escribir como forma de exorcizar los demonios, las puntadas, los años, los miedos, los puñales en la espalda. 
Sobreviviré.
Sobreviviré porque tengo que llegar en mayo al cumpleaños de mi amiga para regalarle El Hobbit, así entiende por qué creo que Peter Jackson debió leerlo antes de embarcarse en sus dos trilogías hollywoodescas y antitolkeanas. 
Y ahora voy a ver si me duermo, que para crónica esto ya se va haciendo demasiado largo. 
Mañana será otro día.
Que nunca falte.

DIGAMOS QUE.

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Digamos que eran las tres de la tarde y que las dos mujeres charlaban animadamente hacía una media hora. La veterana había llegado pasada por el calor, acarreando en una bolsa negra  la urna con los huesitos de su madre, a la espera de que su sobrina los pudiera llevar hasta su tierra natal para juntarlos con los de quien fuera su amante esposo por más de tres cuartos de siglo. Con todo cuidado depositaron la urna en un estante del galpón y cerraron la puerta. Una estadía transitoria, eso era, y ni el viaje de la tía en 195 desde el Cementerio del Norte ni el que haría la sobrina en un ómnibus de Núñez con la urna dentro de un bolso les producía demasiada impresión. Son cosas de la vida y de la muerte, que a todos nos van a tocar más tarde o más temprano.
De cremaciones, de reducciones, de cuerpos envueltos en bolsas negras y de cajones tapados de cucarachas estaban conversando cuando la más joven, para cambiar de tema, le preguntó a su tía cómo se estaba sintiendo en su nueva casa.
_ ¡Ah, bárbaro! Estoy muy cómoda, es al frente, tengo pila de espacio, es preciosa. La dueña vive al fondo, así que siempre hay gente, la casa está cuidada.
_ Me alegro.
_ Sí. El único problema es que siento cosas. Hay cosas raras, ¿sabés?
_ ¿Eh? ¿Qué te pasa?
_ De noche escucho estrallos todo el tiempo, y dos por tres me despierto por un par de golpes en mi mesa de luz, del lado izquierdo de la cama. Así._ dijo, golpeando un mueble para ilustrar lo que contaba. _Además ahí hay algo, una presencia. Yo la siento, te juro. Hay alguien en esa casa, especialmente en el baño.
_ Pará, pará, pará..._ pide la mujer, mientras se incorpora en el sillón en el que hasta hace un segundo estaba cómodamente tirada.
_ Te juro que hay alguien. Los otros días me estaba bañando y sentí un golpe en el pecho, como que alguien me daba un empujón, y apenas tuve tiempo de decir “¡Jehová!” y agarrarme de la canilla, o me caía para atrás. Otro día fue peor: llegué de la calle y encontré un rastro de gotas de sangre desde el baño hasta la cama, unas gotas enormes, que tuve que limpiar con detergente.
_ ¿Qué? ¡Eso es espantoso! Si soy yo me muero de miedo. Oíme, capaz que te entró un bicho, un gato lastimado, una rata…
_ Eso pensé yo, pero no. No tengo nada abierto, todas las aberturas tienen rejas y hasta mosquitero. Incluso me asusté porque pensé que se me habría metido una víbora por los caños, pero revisé por todos lados y no había ningún bicho.
_ Che, ¿y vos no te estarás volviendo loca?
La pregunta era una broma; la mujer sabía perfectamente que su tía a los sesenta años estaba en pleno uso de sus facultades mentales y que pese a usar lentes desde chica era incapaz de confundir un rastro de sangre con una mancha de, digamos, comida, salsa, u otra cosa. Pero había que racionalizar urgentemente, o iba a terminar entrando de nuevo en esa zona borrosa de los miedos que ella tan bien conocía desde su más tierna infancia, atravesada por historias de fantasmas y de almas en pena enterradas en sótanos improbables.
Tal vez los ruidos que la tía escuchaba en la noche eran los normales en una construcción vieja, con muebles también añosos. Quizá los supuestos golpes en la mesa de luz provenían de la dueña de casa, una octogenaria que pese a su aparente lucidez podía presentar momentos de escasa cordura, vaya uno a saber. Pero la tía estaba embalada y no había racionalización posible.
_ Otro día entré a casa y una cigüeña de madera enorme, así de alta, que tengo contra una pared, estaba tirada y degollada.
_ ¡No me digas que la vieja de mierda te rompió un adorno!
_ No sé si fue ella.
_ ¿Pero tiene llave de tu casa?
_ Vos sabés que no sé si tiene; yo tendría que haber cambiado la llave. La de la inmobiliaria, que es pariente de la dueña, me dijo que cambiara la cerradura, pero no lo hice…
_ ¡Ah, pero estás regalada! Tenés que cambiar ya esa cerradura. Y otra cosa que podés hacer _dijo entusiasmada la sobrina, gran lectora de novelitas policiales de cuarta_ es dejar un hilo metido en la puerta, algo que delate si te la abrieron cuando estuviste fuera. ¡Ya sé! Y tirás disimuladamente harina en la entrada, a ver si quedan huellas. Es una pavada; mirá.
Y uniendo la acción a la palabra se levantó, buscó el frasco de la harina y esparció un poco por el piso. Quedó una fina capa blanca que poco se destacaba en el monolito de base clara, y por allí hicieron caminar a la gata de la casa, no sin cierta decepción, porque pisada de gato en harina es difícil de percibir, aunque cuando ella misma dio un par de pasos por la zona marcada las huellas quedaron bien visibles. Tal vez demasiado visibles; habría que tener cuidado de no volcar mucha harina, porque la octogenaria tiene una vista de lince y se puede avivar.
_ ¿Y quién puede ser ese fantasma del baño? ¿Murió alguien en esa casa?
_ Por lo que sé sí, debe ser la madre de la vieja, que murió ahí antes de que yo me mudara, con 105 años.
_ Mmmh… No, no. Alguien más joven, y que muriera violentamente, por lo de la sangre… La viejita no me sirve. ¿Algún marido? ¿La dueña estuvo alguna vez casada?
_ Sí, tres veces. Y los otros días la peluquera, que no la banca, me dijo “Ah, esa vieja que ya mató tres maridos…”
_ Ta. Listo. Es un marido que la vieja asesinó ahí, en la bañera.
_ ¿Te parece?
_ ¡Y, sí! Lo de los ruidos y las cosas rotas, vaya y pase, incluso lo de la sangre, porque puede ser que la dueña esté entrando en tu casa de puro loca y haciendo cualquier cosa, pero… ¿Qué hacemos con tu sensación de que hay una presencia, y con el empujón de la ducha?
_ No sé. Menos mal que yo soy creyente y rezo todos los días. Incluso le pedí a Sandra que me ayudara, como es pastora y eso… Me enseñó unas oraciones y me dio unas piedras bendecidas; desde que las puse en la casa las cosas están mejorando, pero igual hay ruidos y eso.
_ Así que capaz que la vieja mató a tres maridos… _ murmuraba la sobrina, como hablando consigo misma._ ¿Qué apellido tiene, sabés? Así la busco en internet, por la calle, a ver si aparece algo…_ Y se dirigió a la mesa de la cocina, donde estuvo revolviendo páginas en la pantalla por un rato, antes de volver al sillón con el fracaso pintado en los ojos.
_ Por la dirección no aparece nada relacionado con un crimen…
_ Le dicen Beba, pero el apellido no lo sé… Era enfermera.
_ ¿Era enfermera? ¡M’hija, entonces sabía bien cómo matarlos, está clarito!
_ Sí… Además una cosa rara es que hace años que cerró el sótano que había bajo la casa del frente, donde estoy yo.
_ ¿Un sótano? ¿Te tocó otra casa con sótano? ¡Pero no se puede creer! ¿Otra?
_ Sí. No sé qué hacer; no me quiero ir, pero en junio se me vence el contrato y en una de esas mejor si me busco otro lado para vivir.
_ Mirá, en principio, cambiá la cerradura y tirá harina a ver si alguien te está entrando en tu ausencia. Y con el fantasma… No sé… ¿Y si llamás a alguien que se dedique a esto?
_ Yo qué sé…
_ La verdad es que yo tampoco sé.
_ ¿Qué hora es? Uy, ya me tengo que ir; mi nieta está por salir de la clase de patín y tengo que ir a buscarla._ aclaró mientras se ponía de pie.
La sobrina la acompañó hasta la puerta.
_ Bueno, suerte, che. Después contame, y averiguame el apellido de la vieja, a ver si encontramos algo en las policiales, aunque sea una historia de hace muchos años. Ah, y sacale algo más a esa peluquera, a ver qué sabe.
_ Sí, voy a ver.
Y se fue, al tiempo que la sobrina llamaba en el acto a su propia madre para contarle, aparte de las historias de fantasmas a que tan aficionada es la familia entera, que los huesitos de la abuela estaban prontos para ir a juntarse con los del viejo, apenas se concretara el viaje, en unos días.
_ Pero no te vayas a quedar con miedo._ pidió la madre_ Mirá que la de la urna es mamá y mamá no va a asustarte.
_ No, ya sé. La vieja más bien me protege, cero miedo, no te preocupes.
_ Sabés que cuando llevé los restos de papá para allá los tuve en casa un par de días y me parecía verlo siempre sentado a la mesa de la cocina. Ni comer pude, en esos días.
Mi madre pintada de cuerpo entero, pensó la mujer. No sé cómo se las arregla para decir justo lo más inoportuno, especialmente en estos temas. Pero disimuló al teléfono y continuó hablando con la voz más tranquila que pudo.
_ Esto es diferente. Todo bien. Te aviso cuando saque el pasaje para ahí. _ Dijo, antes de cortar y quedarse pensando que la suya es una familia un tanto particular y decidiendo que igual esa noche no se iba a quedar sola en la casa, por las dudas.
Digamos que por las dudas.
Digamos que.

Retazos presentes

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Hace dos días que mi hogar, antes un remanso de paz y armonía, se ha convertido en territorio del crimen organizado. Cada tarde a eso delas cuatro tienen lugar violentas escenas de persecución que culminan con alguien tras las rejas: Tania, que tiene una herida en el mentón y debe ir al veterinario a curarse, por lo cual tengo que encerrarla en el pet carrier a como dé lugar. Más tarde, ya de vuelta en casa, se suceden bonitas instancias cuasi fratricidas cuando Roldana descubre que el alimento para convalecientes que le doy a su hermana es una delicia (parece), y trata de arrebatárselo apelando a la fuerza o el patetismo más infame.  Tania pide por esa comida TODO el tiempo, sin obtener más que la tercera parte de lata que le corresponde por jornada, porque no sé si darle más no le hará mal y porque (fundamentalmente) esa latita microscópica me costó un ojo de la cara y las pestañas del otro. 
No sé si demoraremos mucho tiempo en reencontrarnos con la convivencia pacífica y saludable del pasado. Las fuerzas me abandonan; ignoro cuánto resistiré este estado de sitio…

Ampliaremos




Buena Vista Social Club versión murga ya es una cosa un tanto deleznable, y con chistes a dúo la cosa se complica, especialmente cuando los dos cantores de bus le meten un tufillo filosófico a su acto, dando mensajes sobre la felicidad, pero esto no es lo peor. 
Lo peor es que el ómnibus va casi vacío y eso nos pone a todos en el brete de aplaudir o asistir a una escena patética. 
Por suerte no cantan mal, y hay pasajeros entusiastas que me eximen de toda responsabilidad moral. Pocos, pero aplaudidores.
Que nunca falten.




Es cuestión de un momento, de la confluencia de la atención y la repetición inconsciente y el recuerdo y cierta saludable dosis de no darse cuenta y automatizar las conductas y... Listo. Arranco a cantar una frase de un tema que esté en la vuelta y no paro por un par de días, o más. Solo una frase. La misma, en el mismo tono. Una vez cada dos minutos, promedio. No parece tan grave, ¿no? Eso mismo les dije a mis amigas en medio del viaje a tierras del Imperio, cuando empecé con "Because I'm happy!!" apenas terminado el año (porque los días anteriores la cosa era con "You don't have to try, try, try...") y me amenazaron con el más vil y absoluto destierro, me gritaron y miraron con el odio más infinito, logrando que al menos la propia censura me detuviera en "Because I'm...". Ups. 
Hoy arranqué mi día oyendo al señor Williams en el COPSA de las seis de la mañana y lo volví a escuchar en el 405 de las once de la noche, razón por la cual aviso a quien me cruce de aquí al final de Carnaval que estos días probablemente voy a andar por la vida becauseimhappyando a diestra y siniestra, a no ser que en medio de la noche muera de indigestión por la empanada de queso común y roquefort que acabo de comer, cuyo gusto a plástico no presagia nada bueno. 
De todos modos ni la empanada ni el tener que madrugar en mis supuestas vacaciones ni el calor ni la lluvia que no vino ni nada de nada de nada me preocupa.
Ya saben por qué.



Mi teléfono pretende darme lecciones de comportamiento digital; cada vez que intento entrar a un enlace me dice que tenga cuidado, y me pregunta si ese es un sitio confiable.
Hasta ahí se la llevo.
Lo que no entiendo es por qué, cada vez que le doy bola y quiero volver, me cambia de personalidad y me lleva a Mariela de Literatura.
Me está guiando hacia la parte más sería de mi persona? Qué tanto sabe de mi doble vida? Eh?
Menos mal que la clave del cajero nunca se la he dado. Ni se la voy a dar. Creo.



Despertarse por la mañana entre los gritos de una gata ante la puerta cerrada del dormitorio en el piso de arriba y los aullidos furiosos de la otra en el patio del fondo, sacar en medio de bostezos a la computadora de su estado de hibernación de las últimas horas, despejarse de los jirones del sueño lleno de imágenes y colores de los últimos minutos, todo para encontrar un aviso de Avast Antivirus promocionando algo por el Día de San Valentín (con corazoncito y todo, junto a la leyenda de "para proteger a tus seres queridos"), no tiene precio.
Menos mal que tengo a Darwin para acompañar el té del desayuno.
Té de limón, je.
Que nunca falten.



"Marielita, por favor, haz click en el botón de abajo para confirmar que esta es tu dirección de correo", me dice el mail del señor Twoo, sin reparar en que nunca le he dado permiso para buscarme ni mucho menos para tutearme y darme órdenes. 
Habráse visto. Confianzudo.
(tuve que buscar qué diablos era Twoo, aunque no saqué en claro más que el hecho de que es una red social, y yo no tengo tiempo para perder navegando en redes socia... ups)


_HOLA... ¿DOCTOR FREUD?
Estaba en algún lugar indeterminado cuando de pronto se me abalanza Max y comienza a lametearme y hacerme fiestas. Alegría mutua, a la vez que gran misterio: ¿cómo llegó solo desde Minnesota? Bueno, de alguna forma habrá hecho. Como iba hasta el almacén, él me acompañó, pero mientras yo pedía algo saltó hacia atrás del mostrador y se quedó mirándome desde allí muy contento, como diciéndome que pasara. La chica que atendía el comercio no le dio mucho corte, y Max volvió conmigo. En eso vemos que una pared del almacén, la que da a la calle, tiembla y está por derrumbarse. Me asomo por una grieta que se armó al costado y veo la causa: hay un enorme alce encerrado, y está empujando la puerta para salir. Otra empleada se pone a hacer presión en sentido contrario, para salvar el almacén; yo la ayudo unos segundos y después no, primero porque veo que ella se fue y me dejó a mí sola en esa tarea, segundo porque el alce se merece ser libre, y que ellos se manejen. Me fui a visitar a Nélida, que quedaba cerca, y a partir de ahí no vi más a Max. Nélida iba entrando a su casa, que quedaba en un primer piso, y abajo había algo como un espacio libre, que era de la propiedad pero estaba abierto a la calle. Ahí había unos muebles y adornos, como una decoración sutil, muy espaciados. A mí me encantó un armario con pequeños cajoncitos, de madera medio patinada de blanco, y le dije a mi amiga que era una suerte que ese mueble les estorbara, y que yo podía hacerme cargo de él, pero no picó. Fue a abrir la puerta de acceso a la escalera, y se detuvo un rato inspeccionando dos escalones de madera, que tenían restos de tabaco y otras cosas, invisibles para mí. No sé cómo me iba yo a su fondo, que era tan gigante como una quinta, había zonas de flores, pastos, pastizales, bosques, y yo sabía que eso quedaba cerca de la calle Besares (que es como decir que era el fondo de mi escuela primaria). Allí aparecía un muchacho que era amigo de la familia, nos poníamos a charlar y nos sentábamos en un sillón, muy juntos, porque era un sillón de un cuerpo. Él tomaba vino y yo grappamiel, en un momento confundimos los vasos y pusimos cara de asco, y si bien no había nada romántico entre nosotros, flotaba en el aire que podía llegar a haberlo. Por alguna razón nos levantamos del sillón y nos fuimos hacia el fondo mismo, donde pululaban muchas personas, y en eso veo a alguien que me sonríe a lo lejos. Era Aldo, mi ex practicante de hace como veinte años. Venía con un amigo, me abrazó y nos fuimos los tres charlando sobre un cuento suyo que se iba a llevar al cine porque había ganado el concurso. Me separé de ellos y terminé sentada en unas gradas, al lado de una chica que dirigía la filmación de una escena, en el marco de ese concurso literario. Ella al principio era un poco pesada, me corrió el pelo porque le impedía ver quién llegaba, me miraba mal, pero después pedía mi opinión para todo, mientras en el escenario se sucedía una escena tras otra, el público aplaudía ante cada una y yo en particular no captaba ni media línea de los argumentos. Todo el ambiente tenía una onda hípster, enmarcado en un baldío de la Curva de Maroñas, en fin. Allí las mujeres que estaban a mi lado comenzaron a integrarme en su grupo, sonriendo ante cada cosa cómica que sucedía en la filmación, y vi que una de ellas era Laura, una ex compañera del IPA. Estaban por irse, yo no sabía si irme con ellas o quedarme. Y desperté. O al menos dejé de recordar, si es que hubo algo más en este sueño variopinto que -muy excepcionalmente- recuerdo con tantos detalles, y del cual me quedó como nota predominante al despertar la sensación de alegría del reencuentro con Max.
Extraño a Max.



"Si me querés, si soy tu flor, tirame agua para demostrar tu amor"
Es para zafar de cosas como esta que dejé de escuchar radio, aunque a veces igual irrumpen, entreveradas con algún programa que una se baja de internet confiada en que estará a salvo de semejantes muestras del arte contemporáneo, y en esos casos hay que ser muy veloz, tanto como para bajar volando la escalera y cerrar el enlace antes de quedar enganchado y salir a la calle tarareando "Si me querés, si soy tu flor, tirame agua para demostrar tu aaamoooor!".
Ups.




Hace como treinta páginas que me preparo para que encuentren el cuerpo de la muchachita asesinada en el parque, pese a que no estoy segura de si ha muerto o si estará herida pero viva. El narrador me da largas, me cuenta historias de la vida de los policías encargados del caso, juega con mis nervios como diciendo "vos te metiste en mi mundo, estas son mis reglas, chiquita...". De pronto un policía comunica que han hallado algo terrible, termina el capítulo y en el siguiente la esposa del asesino (que no sabe del crimen, pero lo sospecha) reflexiona sobre la poca duración de los artefactos eléctricos modernos en comparación con los de antes, y si no será que en estos días la vida de uno también "estaba programada, de hecho, para que se estropeara a la primera oportunidad que se presentara, a fin de que cualquier otra persona pudiera reciclar las pocas piezas buenas que sobrasen, mientras el resto de ella desaparecería.". Se anuncia algo espantoso en el noticiero y la mujer se acerca al televisor para subir el volumen, pero en ese momento el presentador avisa que el informe del hecho (junto con las noticias meteorológicas) vendrá después de unos minutos de publicidad.
Qué hijo de puta, este Dennis Lehane.
Venir a irrumpir así en medio de mi primer domingo de febrero, como para que me dé cuenta de entrada y sin sombra de duda de que todos mis planes de estudio, trabajo serio, preparación de clases y pintura de casa quedarán postergados hasta que agote los nueve libros de él que tengo en la computadora (siempre y cuando no haya más en la vuelta y alguna alma caritativa se digne a prestármelos...eh... no, nada).




Oh Oh

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Llegó a la casa saturada del cruel calor de ese mediodía de febrero.
Lo primero fue desprenderse de la cartera y el calzado, lavarse la cara y atarse el cabello; recién ahí pudo empezar a pensar qué hacer primero. El celular estaba muriendo por falta de batería, la gata más clarita maullaba junto al plato vacío, una pila de ropa sucia esperaba dentro del lavarropas, había que preparar comida, que avisarle a una amiga que llegaría media hora más tarde de lo previsto a su casa, que escribir un par de hojas para un taller literario, que preparar una charla para la semana que viene, que...
Calma. Vamos por partes.
Se quitó la ropa puesta, la metió en el lavarropas, puso el lavado en marcha y se deslizó suavemente en un enorme vestido hindú que aún no sabe bien para qué compró el año pasado en el Chuy, porque le queda espantoso.
Acallada la gata vocalizadora con una generosa porción de atún, la otra apareció a los pocos minutos con cara de siestus interruptus. Todo anda bien en el mundo mascoteril, parece.
Un ruido proveniente del piso de arriba llamó su atención en medio del almuerzo. "Habré dejado un cinturón puesto en alguna prenda", pensó, y fue hasta el lavarropas a hacer una pausa y revisar, pero no halló nada digno de atención y retornó al piso de abajo, a escuchar su programa radial favorito bajado de internet.
"Gracias a dios que este tipo no se toma vacaciones de Carnaval" fue lo primero que pensó, y en seguida: "me olvidé de cargar el celular... ¿dónde lo puse? ¿Venía con él en la cartera? No...".
La corrida por la escalera fue tan digna de verse como inútil.
El pobre Alkatel ya hacía 45 minutos que nadaba en un medio acuoso lleno de polleras, shorts, remeras e ainda mais.
Y ahí está.
Debajo del frío del aire acondicionado, despachurrado sin su batería ni su microchip y metido en un taper con arroz integral (porque blanco no tenía la muchacha en cuestión).
Y ahí está.
Sin señales de vida, pero con un algo de esperanza en la mirada (
de ella).

Marzo 2015

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Buenos Aires: pros y contras.
No hay (casi) mosquitos.
Los puestos de verdura venden bandejitas con 4 o 5 frutas diferentes, ya empaquetadas.
Hay quioscos abiertos las 24 horas, y siempre tienen alfajores Jorgito.
Todo el mundo pasa al lado de los homeless, los rengos, las casi niñas pidiendo con sus bebés en brazos, los viejos tirados en colchones mugrientos, y parece que de verdad no registraran su presencia.
Dos por tres te invade una nube de olor nauseabundo, justo unos metros antes de pasar por una perfumería y olvidarte.
En el microcentro la gente es bella y flaca, y todos estrenan ropa.
En San Telmo son multilocos.
En Parque Centenario el ritmo se enlentece, como los patos del lago y las percas anaranjadas que nadan muuuy despacito pudiendo comida a los transeúntes.
Te podés cruzar con un semi famoso en la avenida Santa Fe y quedarte comentando que en la tele parecía más grandote.
La noche está viva. Siempre.
Por las veredas hay carteles que solo dicen "Maldito impuesto a los sueldos" en enormes letras blancas sobre fondo negro. 
Hay chinos por todos lados, y sus buffets son baratos.
"Cambio? Troca? Cambio dólares, pago el mejor precio..."
La gente es en general simpática, pero tiene un algo de tristeza en la mirada.
Tienen a Dolina, Timbre 4 y las librerías de la calle Corrientes.
Tienen un paro general mañana, justo mañana.
Ampliaremos.




5º Artístico, de mañana. 
En plena clase de Literatura Edipo Rey es de pronto desplazado por visitas extrañas. Aparecen uno, dos, ocho estudiantes de sexto, en diversos momentos de los últimos diez minutos, irrumpen en la clase sin decir una palabra pidiendo permiso, nos hacen una micro escena y se van. Textos propios y textos ajenos, diálogos, monólogos, lecturas de libros simultáneos, un vértigo de irrupciones que nos deja a todos extrañados y extasiados.
27 de Marzo: Día Internacional del Teatro.
Los de quinto aplauden a rabiar, y planean sus propias intervenciones en el futuro, mientras la profe de Literatura se repite mentalmente que este es el mejor liceo de Montevideo, y que ojalá nunca falte.



Algo raro pasa hoy en Florida. El perrazo faltó a su siesta verediana de las siete, la banda de las bicis se redujo a solo dos y en una parte del camino vi como tres papeles tirados. 
Junto a la cañada una parejita de adolescentes compartía el atardecer en un muro bajo, y solo tenían ojos uno para el otro. Para qué decirles que ese era justo, justo el lugar donde vi una víbora ondulando feliz hace un tiempito, pensé, mientras continuaba mi paso hacia la terminal. 
Me hubiera gustado nacer en un pueblo o una ciudad pequeña, me sorprendo pensando por primera vez en mi vida, pero el pensamiento me dura solo un segundo, antes de subirme a la CITA de las siete y media que me lleva a mi hogar dulce hogar montevideano (que nunca falte).



A partir de esta semana mis salidas del Cerp tienen lugar entre sombras y calles silenciosas. El paso por el puente de la cañada se hace levemente tenebroso y el único amigo que sigue firme en su puesto es el perrazo negro atravesado en la vereda de Independencia, a mitad del camino. Las torres de la catedral se ven iluminadas desde la ruta y ya no hay deportistas en el circuito aeróbico ni mateadores viendo pasar la vida junto a la carretera. 
Cayó el otoño en Florida, cayó temprano la noche, y con llovizna.

Voy a empezar a contar las semanas que faltan de aquí a la primavera. 



Once y pico de la noche: por debajo del programa de radio que escucho empieza a hacerse notar un crescendo de maullidos y peleas de gatos que poco a poco alcanza proporciones épicas, al punto de hacerme abrir el bunker del fondo para comprobar que Tania estuviese sana y salva en el galpón donde duerme. Pero no estaba. La llamé un par de veces: nada. 
La pelea afuera seguía en todo su esplendor acústico. Salí al frente, me asomé al pasillo del costado; entre las sombras, más allá del portón de la cooperativa, se divisaba una conocida silueta gris y blanca que no era mi gata, y que estaba manteniendo a raya a otro felino que yo no alcanzaba a divisar.
Entre tanto varios perros ladraban furiosamente desde sus patios y se sentía el ruido de persianas de vecinos que se abrían como diciendo "callá ese bicho si es tuyo que es casi medianoche, ¿querés?"
A todo esto Roldana me seguía por todos lados mirándome con cara de "salvá a mi hermanita, te lo pido por favor, hacé algo pero ya!!!". 
Volví a entrar a casa, miré desde la ventana de arriba, bajé al patio, espié por sobre el muro haciendo equilibrio precariamente sobre la vieja pileta de lavar, pero no vi gran cosa. Busqué la llave del costado. Encontré unas quince posibilidades, pero no tengo ni idea de cuál es la correcta, porque jamás la uso. 
Para entonces el griterío se había acallado. Me dije que si mi gata había sobrevivido la vería en la mañana, y me dirigí a mi dormitorio, no sin antes ir al cuarto chico a buscar la ropa para ir a trabajar mañana temprano, cuarto donde lo primero que vi fue a Tania, hecha un ovillo sobre la cama, encima de un buzo de lana viejo y pidiéndome mimos, como siempre.
Silencio en la noche, ya todo está en calma...

Que nunca falte.



Subo al ómnibus y escucho al chofer (que viene con la cumbia al mango) mandar a alguien a la concha de su madre, pero no me explico por qué todos los pasajeros se lo festejan, hasta que levanto la cabeza y veo que TODOS van vestidos con uniforme de Nacional. Él había insultado a uno de un auto con banderas de un rival, supongo, a la vez que el susodicho sube la cumbia a niveles de locos y yo escondo mi bolsa amarilla llena de libros, no solo por si enardece a las fieras sino porque ando toda de negro y no quiero despertar inútiles suspicacias.

Delicias de la vida del pasajero del STM.



Todos los jueves repito un camino ritual desde el Cerp hasta la parada de Sarandí y Saravia, en Florida. Primero debo superar la prueba de los cinco o seis gurisitos de uniforme liceal que vienen por la vereda a velocidad de Ferrari en sus bicis tambaleantes. Luego cruzo por el puente sobre la cañada, donde un día vi una víbora y ahora escucho siempre ruidos cascabelosos que no por venir de mi imaginación me asustan menos. A la otra cuadra esta un amigazo negro y viejo que si le hablo mueve la cola, eternamente atravesado en la vereda. Más allá, la casa con la puerta abierta y la mecedora con almohadón en la vereda, la plaza de las palomas cagonas, la heladería tentadora y el bar con parroquianos sentados a ver la gente pasar. Las personas saludan al llegar a la parada y los guardas bromean con las chicas que esperan algún bus local.
Cae la noche en Florida.
Ya es tiempo de volver a casa.


Hoy unos estudiantes del IAVA que no están en mi clase y yo nos pasamos todo un recreo cuidando que un pichón regordete de paloma que deambulaba torpemente entre los humanos no fuera a ser pisado inadvertidamente por alguien ni se cayera al estanque del patio. Ahí no importaba que las palomas fueran plaga nacional, sino que un ser vivo había dejado la seguridad del nido materno antes de tiempo, y había que protegerlo.
Qué maravilloso mundo.
Que nunca falte.


La tarjeta del STM puede hacer maravillas pero tiene sus bemoles, pienso, cuando me doy cuenta de que en dos minutos he pasado de escuchar a Pink Floyd en el primer bus a este segundo que viene con La Ley FM al mango. 
Brusca caída, no sé si mi organismo podrá salir de este estado de shock. 
Ampliaremos.




Crónica interrogativa:
Visto: que frente a 3 Cruces se ha creado un precioso espacio de juegos infantiles, pleno de sol y color.
Considerando: que dicho espacio es muy frecuentado por las familias, de manera que se constituye en un oasis de risas y esparcimiento colectivo.
Pregunto: ¿Había alguna necesidad de ponerle por nombre "Genocidio del pueblo armenio"?

Piénsese, critíquese, archívese, etc .



Tania y Roldana son mellizas. Yo las encontré correteando en un terreno baldío allá por diciembre del 2000, así que tienen unos 15 años y ya hace rato que empezaron su tercera edad o como quiera que se le llame en el mundo felino a esta etapa de decadencia no exenta de elegancia y distinción. Los 15 deben equivaler a los ochenta, me imagino, aunque la correspondencia no es del todo exacta, porque sé de gatos que vivieron 23 y 24 años, que sería como ciento y pico largo de los nuestros, pero que mis gatas son viejas, son. 
En lo físico, a primera vista, Tania está impecable y Roldana casi, aunque cada año con más rastas, que se arranca con dudosas dotes de coiffeur, sembrando mi casa de pequeños bichitos inanimados de color amarillo. A ella en particular ya le cuestan los saltos, y desde este verano tiene una silla del lado de adentro de la ventana de la cocina y un banco del lado de afuera para evitar la proeza de subir o bajar de una vez. De todos modos lo duda, y a veces se para al lado de la puerta como diciendo: "evitame esta ignominia de saltar y fallar, ¿querés?"
El problema, en lo que a mí respecta, viene más por los achaques a nivel de comportamiento. Tania decidió vivir en el mundo exterior del fondo, pero como allí no hay comida (o se la robarían los gatos del barrio) muere de hambre cada madrugada y ni bien siente que me muevo empieza a gritar de manera que me parece que media cuadra me debe putear, a eso de las seis y algo, cada mañana. La ventana permanece cerrada cuando yo estoy, por aquello del aire acondicionado y los mosquitos, lo que redunda en un juego interminable de "abrime", "quiero entrar", "ya comí, sacame", "me dio hambre de nuevo", "abrime, abrime, ¡abrime yaaaa!" en el que ambas participan a tiempo completo. Su ceremonia de comer, cabe señalar, siempre incluye el capítulo ritual de "mi plato está vacío, vení a llenármelo de inmediato, cómo te atrevés a hacerme esto", que me hace ir hasta ella, mover las pastillitas para que las vea y obtener una mirada que dice algo así como "ah, ahora sí hay, pero recién estaba, como yo te dije, vacío. Bien hecho, humana".
Y la humana obedece, y se sienta a escribir una mini crónica de la intrascendencia del crecer y del envejecer como forma disimulada de evitar meterle el diente al programa de Literatura Uruguaya 1, hasta que se da cuenta de que ella también está evidenciando que nació hace un tiempito. No en el 2000, pero, en fin... 



El tiempo evidentemente nos cambia a todos, a veces de modo inesperado. De qué otra manera se explica que yo vuelva de Tristán Narvaja fascinada, no con los libros, las artesanías ni las cosas antiguas, sino con los arrolladitos primavera y los buñuelos de espinaca que venden los chinos de la primera cuadra.
Que nunca falten.




"¿Vos podés creer que por acá en el patio anda un chingolo con barba? Sí, mismo una barba blanca por abajo de la cabecita, tiene. Es precioso, pero no sabemos por qué es tan raro. Igual que otro, el año pasado, que se le daba por cantar errado y hacía un canto de canarito. De canario de jaula, pero él era un chingolo, nosotros lo veíamos cantar bien como canario, nunca entendimos para qué. Ah, y esperá que te cuente lo de ayer: estábamos con el Cele merendando en el living, con la puerta abierta y la Guaytica ahí, entre nosotros, cuando se nos metió una víbora enorme, ¡de más de medio metro la bicha! Pero era verde, de las que no hacen nada, y con la escoba la fuimos llevando para la puerta hasta que salió y la cerramos. La gata se quedó de lo más nerviosa, olfateando pila de rato por donde había estado la víbora. Con lo que tenemos problemas es con las apereás del fondo, porque tienen cría y nosotros con el Cele les pasamos dando de comer; hay mucha seca y están con hambre, pobres, pero la gata es terrible y las vigila y las persigue todo el día. Yo si la veo la hago soltar, pero ella es fina de cazadora y los apereacitos pobres, todavía no saben bien cómo defenderse, por eso la tengo cortita y la paso rezongando."
Hablar por teléfono con mi madre es como ver un capítulo de NatGeo.
Que nunca falte.



Florida es una ciudad sin edificios; desde la ruta se destacan las torres de la catedral y las araucarias de la plaza. Las casas tienen sus puertas y ventanas abiertas a las veredas, y las personas se instalan a los costados de la carretera para ver la caída de la tarde en medio de un picnic con comida y reposeras junto a sus autos. Sus carteles de la campaña por la intendencia muestran a un señor ojudo a quien le sienta bien el apelativo de "Pájaro" que ostenta. El río duerme al lado de la ciudad mientras algunos paseantes caminan por un moderno circuito aeróbico y los visitantes nos sumergimos en la correspondiente CITA que nos devuelve al ruido, la velocidad, las puertas cerradas, la desconfianza, en fin: la madre patria.



10 de marzo.
Perdí una batalla. Capaz que la guerra aún está por verse, pero que perdí esta batalla, la perdí.
10 de Marzo.
El día en que tuve que transar con las dos rompehuevos que viven conmigo y dejar la ventana de la cocina siempre abierta aunque los mosquitos del patio se me vengan en patota a zumbar en los oídos y a llenarme de ronchas a no ser que me bañe en Off de los pies a la cabeza.
10 de marzo.
Lo tacharía del almanaque, si no fuera porque hoy es mi primera clase de Uruguaya 1. 





CRÓNICAS DE BUS: EL REGRESO

Un diálogo entre dos chicas al costado aflora de pronto a mi conciencia en medio de un viaje en ómnibus hasta entonces anodino.
_¿Así que te mandó a examen? ¿Y vos a quién tenías?
_ A Mariela.
_ ¿Esa cuál es?
_ Una rubia, de rulitos.
Mentalmente me voy preparando para recibir loas; evidentemente no me han visto y su testimonio sobre las maravillas de mi hacer docente será por ello más valioso. Sigo escuchando con cara de absorta en el paisaje capitalino.
_ Ah, esa. Es una tarada.
_ Por eso.
Casi puedo sentir el ruido que produce el rozamiento de mi ego ingresando en picada a la atmósfera terrestre, cuando en un sobrehumano esfuerzo final logro captar la continuación del diálogo.
_ ¿Es la madre de aquella idiota, no? 
_ Sí, esa. La tuve el año pasado y este año me toca de vuelta.
Fiuuuu... 
Mi ego pone suavemente el freno de mano de emergencia y detiene la caída. No soy la madre de ninguna idiota, no voy a tener repetidores porque me cambié de liceo, y NO DEBO ESCUCHAR CONVERSACIONES AJENAS. No debo escuchar conversaciones ajenas. No debo...
Alerta, estimado lector. 
Las crónicas de bus están en peligro de extinción, al menos por el momento.
Ampliaremos.



Me acaba de llegar la nómina de docentes con los que compartiré el año en el IAVA. En Literatura de 5º somos cuatro mujeres: una María y tres Marielas, de las cuales dos somos Rodríguez. 
Me siento repetida. 
En momentos como este me gustaría llamarme Heriberta Delafontaine.



Acabo de llegar a casa; abro el correo y veo un mail de la directora del IAVA, pero, ¡oh, sorpresa! La primera en responder he sido yo, hace diez minutos. ¿Amnesia? ¿Ruptura del continuum espacio-tiempo? ¿Magia?
No. Me había olvidado de que hay otra Mariela Rodríguez en el IAVA.
¿Alguien conoce un psicólogo que cobre barato?




NO TODO ES SOL EN VACACIONES.

Ojalá uno se fuera de vacaciones y el mundo entero danzara entre flores y mariposas, sin estrés ni problema alguno, pero eso no siempre se da, y esta madrugada lo comprobamos amargamente. 
Era poco más de la una, el ómnibus de Núñez venía recién por 8 de Octubre y Comercio cuando Hernán me dice no sé qué de violencia y me pregunta cuál es la seccional de la Unión. Yo venía en plena somnolencia de viaje y no entendí nada, hasta que veo que el tipo que está sentado en el asiento de enfrente, un canoso veterano, habla en voz baja y le pega en la cara un par de veces a su mujer, que se queda en silencio y solo se protege como puede con las manos. 
- ¿Vos sabés dónde estamos? -Escucho que Hernán le grita al tipejo- Mirá, es la 15, ¿querés que nos bajemos ahí? 
-No sé de qué me habla...
-De que le estás pegando, y eso no puede ser. ¿A vos te parece que está bien eso qué hacés?
En el ómnibus se hizo un silencio sepulcral. El guarda, adelante, ni se enteró, pero el resto paró la oreja.
El tipo adujo no sé que cosa, como para defenderse, pero cuando Hernán amagó con levantarse vio que llevaba las de perder y se quedó en el molde.
-Solo estábamos hablando.
-No, solo hablando no. - me metí- Porque yo te vi pegarle, y fueron dos veces.
-Sí, está bien, tenés razón- dijo el canoso, mientras una señora gorda en diagonal nos hacía gestos de apoyo y la mujer de adelante (que era inspectora de salud pública e iba a hacer una visita al hospital de Río Branco) asomaba la cabeza y decía:
- Estuvo bien el muchacho. Y este otro que se tranquilice o lo bajamos del ómnibus.
Y así enfrentamos las seis horas de viaje, entre recelos y dudas. No sabíamos si el tipo no le volvería a pegar cuando a los de alrededor nos venciera el sueño, no sabíamos si la señora no aparecería mañana en un informativo, ni siquiera sabíamos si el canoso no nos atacaría durante la noche como venganza, qué sé yo, todo es posible en ese mundo primario y violento que de pronto vislumbramos tan cerca, a medio metro de nosotros, a una lágrima del corazón de todos los que nos quedamos sufriendo por ella y por tantas otras víctimas de violencia, sea cual fuera el motivo. 
Durante una hora y pico los escuchamos discutir en voz baja. La mujer, antes muda, ahora trataba de defenderse con las palabras al menos. Él casi no habló más. Después se durmió y roncaba tan ruidosamente que sentí que al menos por esa noche no habría más problemas.
Me quedé orgullosa de estar con alguien que no se para en el costado a observar las injusticias, y a la vez recontra triste de que estas cosas pasen, y decidida a seguir luchando desde mi lugar, que es en el aula, para promover el rechazo visceral a la violencia en todas sus formas.
Trabajemos para eso, gente, trabajemos.
Queda mucho por hacer.

Abril 2015

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Montevideo, 30 de abril de 2015, 17.55 hs.
VISTO: que hay un armatoste ruso dando vueltas por la atmósfera y que se nos viene, se nos viene.
CONSIDERANDO: que como dice la nunca bien ponderada página de espectador.com "La nave carguera rusa Progress está cayendo descontrolada rumbo a la Tierra y podría impactar en cualquier lugar del planeta, incluido Uruguay".
RESUELVO: que de suceder la eventualidad de que el Progreso me caiga encima y no deje de mi modesta existencia más huella de la que quedó de mi rancho en Valizas:
1) Mis amigos y conocidos deberán hacerse cargo de la manutención de Tania y Roldana procurándoles una alternancia de Equilibrio para gatos adultos y atún desmenuzado al natural, con abundante agua y piedritas sanitarias a su disposición, así como una ventana abierta al fascinante mundo exterior y un almohadón prohibido para que se diviertan usurpándolo.
2) Alguna de mis compañeras de Literatura tendrá que tirarse hasta el IAVA y cerrar mis promedios, que son para el 8 y no los tengo hechos.
3) Los valores de la casa están debajo de la cama de una plaza, en el dormitorio chico, metidos en varias cajas. Ojo al moverlos, que los fósiles son duros como piedra pero los escudos de mar se rompen de solo mirarlos.

Comuníquese, atiéndase, publíquese, archívese, cúmplase.





Estaba bien avanzada la segunda hora del escrito de quinto Artístico a las nueve y media de la mañana cuando alguien golpeó la puerta y pidió permiso para pasar: era un alumno que venía con pinta de caído de la cama y con los ojos a medio despertar. 
Capaz que tendría que haberle dicho que no podía ingresar al salón a esa hora, que la responsabilidad, y la puntualidad, y el escrito y esas cosas, pero algo en su mirada se ve que me contuvo porque lo invité a sentarse y a intentar hacer algo en los veinte minutos que le quedaban de clase.
Estuvo escribiendo hasta que tocó el timbre, mientras una parte de mi cerebro razonaba que para cuando él llegó ya había algunos compañeros afuera del salón, los tres o cuatro que habían entregado temprano, quienes podrían haberle contado previamente cuáles eran las preguntas posibilitando un mini repaso injusto para los otros estudiantes. En eso estaba, dudando, hasta que decidí que igual bien valía el esfuerzo del muchacho de intentar hacer algo para zafar del 1 y que ya vería yo qué pasaba al corregirlo. 
_ ¿Qué pasó, Marcio? ¿Te dormiste?- le pregunté cuando me entregó la hoja, al final.
Me miró con sus enormes ojos cansados, salimos al patio y me contó. 
El abuelo murió hace unos días y la madre de él se instaló prácticamente de continuo en la casa de sus propios padres para consolar a la abuela, que aún vive. El viejito tenía ochenta y cinco y venía de una enfermedad larga y dolorosa, por lo cual mi alumno pese a sufrir la pérdida no estaba desconsolado, pero la mamá sí, y a él le partía el alma verla sufrir y no poder ayudarla. Ayer estuvo horas en medio de la madrugada desvelado, hablando con ella para ayudarla a desahogarse y repuntar un poco, y quisiera ver si alguien sabe cómo conciliar eso con el origen y evolución del teatro griego, la estructura externa de una tragedia de Sófocles o los recursos literarios del parlamento de un personaje en el prólogo de Edipo Rey.
Aún no corregí el escrito, pero al menos a mí ya me puse buena nota por no haber caído en la exigencia en el cumplimiento de las normas sin preguntar antes cuál era el motivo de su no observancia. Los docentes tenemos entre las manos un material tan delicado y sensible como el alma de las personas que nos rodean, y es aterrador ver con qué precariedad nos movemos en esa delgada línea entre lo que es correcto y formativo para ellos y lo que sería una permisividad contraproducente de nuestra parte.

Difícil tarea, la nuestra. Muy difícil.




Hace mucho tiempo que estoy pensando si estará bien lo que hago, pero no termino de decidirme.
Mi relación con él empezó hace un par de meses, cuando comenzaron las 
clases, y desde entonces no ha pasado un día sin que yo fuera a buscarlo en algún momento de la mañana. En las horas puente, por ejemplo, salgo de sala de profesores medio a lo bobo, como sin rumbo, como dudando si voy al baño o si me tiro hasta la cantina pero siempre, siempre, siempre termino yendo a ver si lo encuentro en su lugar de costumbre. Él siempre está ahí. A veces no me puede atender o no está disponible pero al menos lo veo allí y su presencia me tranquiliza, aunque sé perfectamente que no soy la única en este liceo que depende de él y está bien, lo acepto. De hecho, , la que me lo presentó fue una chica de secretaría, el segundo día de clases. Las alumnas también lo buscan, pero no tanto.
Algo de culpa me provoca esta relación, lo admito. Más de una vez he pensado cortarla y liberarme pero la carne es débil, mis decisiones son endebles y él termina ganando siempre.
Maldito aparato expendedor de café, cortado y capuchino.

Que nunca falte.





Salí de mi casa pocos minutos antes de las nueve, arrastrando mi humanidad hacia el salón comunal de la cooperativa que tuvo la nunca bien ponderada idea de fijar una asamblea obligatoria un domingo a las nueve de la mañana. 
A las nueve y cuarto dio comienzo la reunión, y a las nueve y veinte surgió el primer conflicto. Me preparé mentalmente para tres o cuatro horas de palabras y ánimos caldeados, y mientras se leía el balance a aprobar, en la imposibilidad de entender las dos carillas llenas de haberes y saldos, me entretuve hojeando la lista de los integrantes de la cooperativa. Primero revisé quiénes figuran como socios y vi que en 200 casas hay solo 55 mujeres como socias titulares, mirá qué dato revelador. Después me puse a mirar nombres raros, y vi dos que me encantaron: uno se llama Odorico, lo que me trajo vívidas reminiscencias de "O bem amado", de Odorico Paraguazú, el alcalde corrupto que desesperaba por inaugurar el cementerio del pueblo y ya que estaba me acordé de las tardes de los setentas y la tele que empezaba a las seis y la señal de ajuste y las películas con una raya, dos rayas, tres rayas y la tele que al apagarse dejaba por unos segundos el puntito blanco de luz en el centro y esas cosas. Después vi que hay alguien que se llama Boabdil, y me acordé de haber estado en Granada, en La Alhambra, al lado de un árbol con un cartel que rezaba: "Aquí lloró el rey moro Boabdil al mirar por última vez sus dominios antes de dejarlos en manos de sus enemigos". Pobre Boabdil: estaba lamentando su derrota militar, llorando por el inminente destierro, cuando la bruja hija de puta de su madre le toca el hombro y le dice que se deje de llorar como una mujer lo que no supo defender como un hombre. 
En esas divagaciones andaba cuando escucho que se va a pasar a votar el balance, y de pronto la asamblea llegó a su fin, menos de una hora después de haber empezado, en un clima de concordia y con un aplauso generalizado para la mesa directiva y para la masa social que aprobó el balance. 
Sorpresas te da la vida...

Que nunca falten.




Segunda hora de clase con el sexto Artístico 2 en el IAVA. Acabábamos de hacer la corrección del escrito y yo propuse que como parte del Día Mundial del Libro, dedicáramos esa hora de clase a lectura recreativa. 
Ya lo había hecho en el otro sexto, recién, yo lllevé textos de Benedetti y Galeano y alternamos sus voces y la mía para acercarnos a varios de ellos, pero este segundo grupo tiene personalidad propia y apenas dije de leer algo ya salieron de las mochilas libros varios, desde Gioconda Belli a Murakami, pasando por Darwin y otros varios. Cada uno pasó de motu propio al frente de la clase y leyó ( y leyó MUY BIEN, debo decir) lo que quiso. Al rato otros, que no tenían libros, sacaron sus celulares y fueron sumando voces y palabras. Algunos (entre ellos yo) nos sentamos en el piso, para escuchar mejor y con mayor comodidad. Uno de ellos, que es fotógrafo de profesión, leyó un texto sobre la esclavitud, mientras desde el patio sonaba cada cinco segundos un sonido de tambor que parecía acompañarlo, ante nuestros ojos y oídos encantados.
Todos aplaudieron cada intervención.
Salí flotando sobre las viejas y queridas baldosas del patio de mi liceo y no paré de volar hasta que me desplomé sobre mi asiento del bus a Florida, tres minutos antes de que saliera.
Qué maravilloso esto de levantar vuelo en medio de la jornada laboral.
Qué suerte que decidí ser docente.

Que nunca falte.



La parada tenia poca gente hoy , y el 103 venía medio vacío. Me senté enseguida y pensé que era una lástima haberme olvidado del reloj en casa, pero ya estaba hecho.
Los comercios por 18 presentaban un aspecto de feriado, todos cerrados, con sus cortinas bajas, y las veredas estaban lindas para caminar, así, sin gente... Dónde está la gente de las ocho de la mañana?
Ahí me di cuenta de que había puesto mal el reloj; eran las 7 y no había ni un bar abierto para hacer tiempo y corregir escritos. 
Menos mal que 3 Cruces no duerme.
Saludos desde mi segundo desayuno del día, en La Mostaza.
Médico geriátrico que cobre poco, ¿alguien conoce?




Aún no son las siete y media, ya está oscuro y estoy esperando un ómnibus cuando los veo venir. Ellos son dos. Tienen unos 15. 16 años, son flacos y visten de modo similar. Vienen tomando algo de una caja que se pasan de uno a otro sin detener su marcha. Cruzan por mi lado y mientras charlan siguen compartiendo el litro de Colet. 
Cae la noche en Florida y yo vuelvo a Montevideo. 
No nos separan cien kilómetros o una hora y media de viaje. Estamos a un mundo de distancia.




Don Isidoro fue el primer historiador de la patria, el primer biógrafo de Artigas y el primer cronista de Montevideo. Todo el mundo coincide en que no era una lumbrera para esto de la literatura pero se las ingeniaba para ser ameno, y para rescatar del olvido las pequeñas cosas del quehacer cotidiano, las calles, los personajes, las situaciones de la ciudad en que vivió casi toda su vida. Medio desordenado el hombre para el contar, bastante carente de todo rigor científico y metodológico, pero muy laburador, eso sí. Dicen por ahí que hasta los 90 años, en que se jubiló como archivero, no faltaba un solo día a su puesto de trabajo. Otros tiempos, claro está. Al final lo veían caminar encorvado por la Ciudad Vieja y ya todos sabían quién era. A veces se paraba a saludar a un niño por la calle y contarle que en otros tiempos había conocido a su bisabuelo.
Me gusta este viejito. No coincido en su admiración por Rivera, no coincido en muchas cosas, pero me gusta. Es como un hermano cronista que desde otros siglos sigue hablándonos de un mundo que posibilita el nuestro, sin gritos ni estridencias ni genialidades pero con afecto y amabilidad.

Que nunca falten los lazos con la tradición, las miradas al mañana ni las correspondencias inesperadas con las voces ajenas.




Características del siglo XVIII:
"La religión no era muy aprobada por la religión de la época."
"La enciclopedia, en el siglo XVIII se creó la enciclopedia."
"Comprende los años 1701 al 1800."

(Me parece que este no es el mejor de los mundos posibles.)



Mi lectura de las crónicas de Montevideo Antiguo de don Isidoro de María en el fondo del 103 se ve de pronto interrumpida por un rasgueo premonitor de espectáculo de bus por el que no pedí ni pagué. 
Oh oh.
No otra vez...
Y arrancó el show.
La guitarra era blandida por un muchacho de rulitos, a la vez que se escuchaba algo de percusión que venía desde un sitio no visible para mí, desde el cual se empezó a oír una voz cantando bastante bien "El poeta dice la verdad". Canté yo también desde mi asiento, bajito. El muchacho de al lado me miraba de reojo con cara de extrañeza; se ve que en Artigas las señoras no acostumbran saber letras de gurises, y menos entonarlas en lugar tan inapropiado. Sí, era de Artigas, lo sé porque un rato antes él y un grandote (que hubiera sido lindo si tuviera plata y en vez de matarse trabajando se pudiera arreglar mejor, porque sus rasgos eran bellos, pero estaba muy venido a menos) tuvieron una charla en la cual ambos manifestaban que se sonaban conocidos pero no sabían de dónde. El grandote le preguntó desde el asiento de enfrente si era de la Iglesia, pero no, porque mi acompañante venía, como dije, del Norte. Se despidieron cordialmente aunque sin saber de dónde se sonaban, si es que en verdad se conocían y no le erraron como a las peras, cosa de la que tengo mis serias dudas. 
Terminó la canción y sonaron varios aplausos. El cantante me sonríe y viene a darme un beso: estuvo conmigo en un tercero del 30 hace como cinco años. Su compañero informa que han cantado un tema de La Trampa, le pregunto a mi ex alumno de quién es la letra, a lo que contesta que de Federico García Lorca. Punto para él. Nos reímos y charlamos un rato; queda descorazonado cuando se entera de que estoy con los sextos Artísticos del IAVA, porque él también hace sexto Artístico allí, pero de noche, o sea que no coincidimos, y se bajan él y su ruliento partenaire, a interrumpir nuevas lecturas y provocar nuevos encuentros en el STM.
Retomo a don De María hasta que unas paradas después levanto la mirada y veo a una mujer que me mira y hace lo peor lo peor lo peor que puede hacer alguien conmigo: me saluda. Una desconocida me saluda en el ómnibus, título de mi próxima saga de 42 tomos con anexos infinitos.
_ ¿Cómo andás, Mariela? ¡Tanto tiempo! No sabía si saludarte, si me ubicarías...
Nunca la vi en mi vida, no tengo la más pálida idea de quién puede ser pero después de tan cálido reconocimiento por su parte me siento la forajida más vil si se lo hago notar. 
Conclusión: tuvimos un hermoso diálogo de cinco paradas en el cual agucé al máximo mi capacidad deductiva pero no llegué a absolutamente ningún lado. Ella tiene más o menos mi edad, trabaja por la Curva, dice que estoy igual y me cuenta que terminó sexto de liceo en el IAVA Nocturno hace cinco años. O sea, nada, no sé quién es, ni la más leve idea. 
Lo único bueno es que ahora mis encuentros de bus parecen estar cortados por el mismo molde: todos con el IAVA como hilo conductor. 
Pero no, no me sirve, no es consuelo. 
MALDICIÓN. 
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Vivo en un mundo de desconocidos que juegan con mis nervios para hacerme sentir "Yo, la peor de todas". Debe haber cámaras registrando cada pseudo-encuentro y un tablero donde se van anotando los que al final reconocí y los que dejé pasar sin animarme a preguntar. La gente hace apuestas y escribe estadísticas, mientras nuevos actores se entrenan para probar suerte conmigo.
"The Mariela's Show".

Coming soon.



Misterios de la vida en Arbolito Street.
Me asomo al frente porque voy a sacudir la alfombra. El micro jardincito de unos cuatro metros cuadrados está lleno de hojas secas que me propongo algún día barrer y tirar a la basura, pero no es eso lo que llama mi atención hoy, sino un martillo tirado en un costado sobre el pasto. Puta madre, ¿quién me tiró este martillo y por o para qué? Lo levanto. Debajo hay un ratón, o lo que fue alguna vez un ratón, ahora aplastado hasta la bidimensionalidad, con varios días de cadáver y rodeado de moscas felices, gordas y zumbonas. 
Me pregunto muchas cosas. 
¿Habrá en este barrio alguien capaz de reventar un ratón y después no animarse a recoger el arma homicida? ¿Será que este martillo es mío y yo no me acuerdo? ¿Habrán asesinado al roedor Roldana o Tania? Y, lo más importante: ¿tendré que sacar a este resto de bicho y tirarlo a la basura?
Misterios de la vida en Arbolito Street.



14.18: salgo de casa rumbo a Florida, tres minutos después de lo previsto. Me demoro veinte segundos haciéndole mimos a Gomecito y explicándole al otro, al gris y blanco, que no lo iba a dejar entrar a mi casa ni ahora ni nunca.
14.25: veo venir un Cutcsa y evalúo la situación. Pensaba ir en un inter que me deja en la puerta, cuatro cuadras mas cerca, pero si espero y se demora... Decido que el tiempo me da bien y subo al bus. 
14,35: reviso el pasaje para ver si voy en el primer o segundo coche de las 15.00 y veo que el mío es el coche 1... Pero de las 11.30. Mierda: marqué para el martes con horarios del jueves, maldito alemán que no retrocede ni un par de meses. Viejo odioso.
14.40: el 103 va lento, o al menos a mí me lo parece. Además en cada parada se suben 5, 6, 8 personas. Son las tres de la tarde, gente, ¿quë hacen todos entorpeciendo a mi ómnibus? ¡A ver, moviendo las tabas, que tengo que llegar a tiempo para mi clase sobre Bartolomé Hidalgo en el Cerp!
14.45: me paro antes que nadie para bajar primera, pero ¡oh horror! Una vieja de dificultosa movilidad me gana la puerta se adelante y se instala allí con toda su lenta humanidad, mientras miro el reloj de otra vieja que en vez de menos cuarto marca menos diez y me entro a putear por despistada.
14.50: vuelo por las cuatro cuadras, corro cruzando Bulevar, me deslizo por la escalera de Tres Cruces aferrada al pasamano por si aterrizo de puro atropellada y llego al local de CITA, donde por suerte hay una ventanilla libre y me atienden enseguida.
14.56: me desplomo en el asiento 15 del coche 1 y decido que en adelante debo salir con más tiempo, debo controlar mejor los horarios que saco, debo ser buena, luchar por la paz mundial y no comer más pizzas, harinas ni ambrosías... Aunque después de todo ya voy en viaje, y no es cuestión de hacer promesas desesperadas y de dudoso cumplimiento. Por lo de salir con más tiempo, digo.


Cuando dejé pasar un 103 casi vacío solo por no correr unos metros pensé que acababa de cometer EL error de la semana.
Un segundo después, cuando vi que atrás venían un 405 y otro 103 con asientos libres, dudé si en verdad me habría levantado y si no seguiría soñando en Arbolito.
Pero en el momento de ir a pagar, cuando tuve que medio gritarle al guarda para que saliera del dulce sueño de las siete de la mañana y me diera el boleto, terminé de asumir que es lunes. 
Al menos vamos sin cumbia, sin cantores y sin vendedores.
Feliz lunes.

Felizzzzzzzz...



Pinceladas de siesta merineana.

Este es el reino de las aves, solas o en bandadas, de cualquier color y tamaño. Las arroceras, la playa, el campo pelado, todo les sirve de hábitat. Hoy me pasaron volando por arriba cuatro cigüeñas en fila india, después un halcón y tres patos, amén de urracas y garzas varias.

De noche mi vieja me llama misteriosamente, me hace señas y salimos a la oscuridad del patio del fondo. Prende la linterna, alumbra el techo del parrillero junto a la casa y veo una comadreja preciosa, comiendo los cueritos de pollo y los restos de verdura que sabe que allí le son dejados cada noche. Nos miró y se fue, pero tranquila, sin miedo. No pude sacarle una foto, otra vez será.

Nos cruzamos por la playa con tres nenitas de siete u ocho años. Una iba hablando con tono de Nena Alfa: "yo ya canté primera para todo, esta (por una de sus amigas) cantó segunda, y vos (a la otra) quedaste última para todo. Ya está, es así."

Diez mosquitos en mi dormitorio ayer, diez posados, al menos, y otros tantos volando. Cada vez que vengo me felicito por el tul de expedicionario. Que nunca se rompa.

El pueblo está casi vacío. Apenas unas veinte personas en la playa a mediodía, dos autos por hora por la calle de mis viejos y casi ningún almacén abierto. En medio de este desierto desembarcaron dos o tres personas cargadas de listas para la elección de mayo, y quedaron un tanto desconcertadas. No sé qué habrán hecho con lo que pensaban repartir; para mí que las tiraron en el primer tarro de basura que encontraron.

No. No, no y no. No voy a ir por lo de El Carioca a comprar ambrosía. No voy a ir a comprar ambrosía. No a la ambrosía. No, no y no.
Creo.

La hora de la siesta pinta hoy soleada y silenciosa. Ayer hubo fiesta en lo de un vecino y se cantó y tomó de lo lindo, según parece. Lloviznó un poco pero ellos siguieron horas y horas entonando cosas del tenor de "somos los piratas" o "Brindis por Pierrot". Hoy solo hay pájaros, muchos, un par de mangangás zumbones y una mariposa enorme de Peñarol.

Que nunca falten.



Ese momento del domingo en que uno se pone a recolectar por la casa los marcadores de pizarra, los borradores, los textos y los apuntes, mientras busca la hojita de los horarios que aún no se aprendió de memoria y que va a determinar el nivel de dificultad de la levantada del primer lunes después de las vacaciones...





Ella alega que no fue al lugar con intención de hacerle daño a nadie, y yo le creo. 
Todo comenzó con la rutina de cada viernes santo a las nueve y pico de la mañana: recorrida visual por la cocina, constatación de más ausencias que disponibilidades en heladera y armarios, decisión de visitar las instalaciones del señor Henderson en la Unión, necesidad entonces de mirarse a un espejo y volver a tomar forma humana después de una noche de sueño inquieto y despeinante.
Fue hasta el piso de arriba, y allí estaba él. 
Un tres de abril por la mañana y él seguía adueñándose de la casa; un atrevimiento inconcebible.
Esperó pacientemente a que se alejara de la puerta antes de cerrarla y condenarlo. Ante la frialdad de su mirada cualquiera podría haber percibido que ya no había vuelta atrás, pero no él, que siguió revoloteando, posándose un segundo en el botiquín, dejándose ver con nitidez contra los azulejos blancos del baño de la cooperativa (los más baratos, son feazos, voy a tener que cambiarlos algún día, pensó la mujer) y yendo en su paseíto, como era previsible, hasta la pequeña ventana cerrada del fondo, donde rápidamente fue reducido a una mancha roja y negra en la palma derecha de su asesina.
_ Fuiste. Jodete por desubicado. Sairam._ murmuró, recordando que una compañera de Bellas Artes una vez le dijo que no había que sentirse culpable por matar un animal en defensa propia siempre y cuando uno dijera "sairam", que viene a ser algo así como la paz sea contigo, hermano, bye bye, que reencarnes bien.
Y se fue sin culpa a hacer los mandados, no sin antes liquidar en la misma ventana al segundo atrevido de la jornada. 
Voy a tener que averiguar cuánto cuestan los mosquiteros en el barrio, pensó al salir de la casa. Esto se está poniendo demasiado épico para esta altura del año.

MEDIO KILO DE EQUILIBRIO

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Mi humanidad y yo avanzábamos con cierta dosis de cansancio y pereza por las calles del Cordón rumbo a Tres Cruces. Eran las cuatro de la tarde de un martes siete de abril pero ni hora ni fecha coincidían con el calor veraniego de la jornada, que nos llevaba a casi todos los que íbamos por Colonia a amontonarnos en la vereda de la sombra. Yo iba planificando tareas pendientes con una parte de mi cerebro mientras con la otra relojeaba disimuladamente lo que hacía un flaco parado en la esquina sin camisa, de bermudas, gorrito y bicicleta al lado. De pronto, unos metros antes del cruce, de un comercio al costado me llegó el olor inconfundible a raciones de bichos a la vez que una cotorra desde adentro me martilló los oídos con un algo que quiso ser palabra pero murió en parloteo indescifrable. Recordé que Tania y Roldana estaban por quedarse sin comida y entré.
El señor canoso y veterano fue muy amable y me vendió medio kilo de Equilibrio para gatos adultos, el único que consigo, ya que parece que nadie tiene el Equilibrio de los felinos gerontes en esta bendita ciudad. La venta vino con explicaciones varias sobre la calidad del producto, la conveniencia de no mezclar alimentos de diferente tipo y otros asuntos de dudosa trascendencia a los que escuché con suma atención, no por el tema en sí sino por la voz del vendedor: un sonido de modulación impecable, con una resonancia limpia, impresionante. Parecía de radio. Y se lo dije.
_ ¡Qué buena voz que tenés!
Me miró encantado. Algo de orgullo empezó a perfilarse en lo que antes era pura cortesía.
_ Sí… Gracias. Es que yo antes me dedicaba a otros oficios, pero usted sabe cómo es esto…
_ ¿Trabajabas en la radio, o eras cantante?
_ Mire, hice muchas cosas. En alguna época supe ser cantante; últimamente ya no cantaba, pero era acompañante. Con mi guitarra. ¿Ve esa guitarra que tengo ahí atrás?_ y señaló un instrumento prolijamente enfundado, con un cartelito al lado que decía “$2000”.
_ La traje yo mismo de España, en el año 1956, y ahora la tengo para vender, porque la artrosis no me deja… _ y me mostró la mano, de movilidad aceptable para vendedor pero restringida para guitarrero_ Seis guitarras tenía, a las otras ya las he vendido. Yo iba al Prado…
_ ¡Ah! ¿Eras payador?_ lo interrumpí, mientras el libro de Bartolomé Hidalgo me empezaba a dar saltitos de contento desde adentro de la mochila. Hoy me tocaba trabajar sobre uno de sus diálogos en el CERP y mi cabeza andaba llena de cuestiones de payadores y poetas gauchescos. 
_ Sí, fui payador y también cantor.
_ ¿Fuiste o sos? ¿Se deja de serlo?_ medio que le grité, porque intuí que andaba un poco duro del oído, aunque lo disimulaba bastante mejor que yo.
Y me contó lo que le pasaba: que tenía 79 años y a veces se le olvidaba lo que iba a decir, se quedaba en blanco en mitad de una frase, y eso como payador no podía ser. Él necesitaba la palabra precisa, la nota adecuada, no podía andar diciendo cualquier cosa en el escenario. Yo le expliqué que a mí me pasaba lo mismo a los cuarenta y pico en las clases, pero no fue un gran consuelo. 
Si no podía cantar ni tocar la guitarra solo le restaba ser público, y eso no siempre era gratificante. Me dijo de un famoso payador uruguayo, Moreno, que vivió 40 años en Panamá y volvió en estos días, a los ochenta,  a dar un recital en la Sala Zitarrosa el sábado a las ocho de la noche. 
_ Éramos… no sé, seríamos dieciséis... Una vergüenza…. 
Traté de explicarle que ahí capaz que fallaba la publicidad, pero para hacer publicidad hay que tener plata y esa barrera no se arregla con buena voluntad individual. 
_ El único programa de radio que se ocupa de nosotros es a las seis de la mañana, y si uno no tiene auto no puede ni ir para una entrevista, porque no es prudente salir de  noche a esta edad. Yo por ejemplo ya no me animo a ir vestido de gaucho a un espectáculo porque es peligroso andar con el cinto de plata y oro, no lo puedo llevar a ningún lado, y para mí era un orgullo lucir las ropas de la tradición del payador. 
_ Pero en el Prado sí cantan todavía, ¿no?
_ En el Prado a veces tenemos el escenario Molina, que es el más chico de todos, pero no se puede competir con la música estridente de los otros. Le ponen a Luca Sugo al lado, y la payada necesita concentración, porque es un canto espontáneo, no es aprendido de antemano.
_ Igual viste que los gurises capaz que no saben de payadas pero sí de canto espontáneo, porque muchos de ellos improvisan lo que cantan.
_ En este país los jóvenes no saben nada de la tradición porque nadie les enseña. No es culpa de ellos. De Bartolomé Hidalgo, por ejemplo, solo conocen el monumento de cemento, ese, donde los 24 de agosto, Día del Payador , nos reunimos un puñado de viejos a hacerle un homenaje.
Casi podía sentir cómo desde el libro los cielitos y los diálogos de Hidalgo estiraban sus bracitos para irse con él a homenajear al Cantor de la Patria Vieja. Están tan poco acostumbrados a encontrar amigos… Tenía que decirle.
_ Sí, conozco el monumento ese de cemento, y no es muy lindo. ¿Sabés que yo justo hoy iba a dar una clase sobre Bartolomé Hidalgo?
_ ¡Qué bueno! Es el iniciador de la poesía gauchesca… Un simple empleado del Cabildo y que hizo unos versos espléndidos.
_ Sí, y terminó pobre como las ratas, vendiendo sus poemas en hojitas sueltas en Buenos Aires.
_ Es verdad. Tuberculoso, pobre, murió muy joven. Hoy nadie canta los Cielitos de Hidalgo. Cuando yo iba a la escuela la Directora, la doctora Cata (porque era doctora y además maestra, doña Cata) nos los enseñaba, pero ahora eso se perdió, como todo lo que tiene que ver con el arte de los payadores.
_ Sí… Igual viste que de Martín Fierro se habla más, al menos... 
_ Bueno, pero, ¿quién era Hernández?
_ Un Senador.
_  Ahí tiene. 
_ ¿Vos tenés los Cielitos de Hidalgo? _ le pregunté, pensando en regalarle mi libro si me decía que no, pero sí lo tenía, en la misma edición que yo, una barata, publicada por la Universidad de la República. 
Los poemas de mi libro se quedaron un poco más tranquilos al enterarse de que seguían viviendo en otros ojos más allá de las clases y la historia de la literatura, y yo decidí que ya era hora de ir marchando.
_ Bueno, me voy. Un gusto.
_ Para mí también. Disculpe que le di lata con mis cosas y la demoré.
_ No, al contario.
Y me fui con mi bolsa de Equilibrio en la mano, cantando bajito rumbo a la terminal. Ni siquiera me acordé de fijarme si el de la bici seguía al acecho en la esquina; ya no era importante. 
Que nunca falten estos viejos que de la nada nos salen al cruce en el momento indicado y con la palabra precisa para motivarnos a seguir trabajando, aunque ellos ni se den cuenta.

Mayo 2015

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Es pelado, tiene unos veinte años y unos preciosos y verdes ojos. Viste de jogging y lleva el gorrito de rigor. Se para en la parte de adelante del 106 a medio llenar y empieza a pregonar su mercadería.
_ Muy buenos días, señores pasajeros. Estoy ofreciendo este delicioso chocolate... Eeh... disculpen_ se interrumpe, mira el mini budín que tiene en la mano y rectifica:
_Este delicioso bizcocho de la mejor calidad. Llevan todos ustedes el mejor chocol... Eeeh...
Vuelve a mirar el paquete que tiene en la mano. Detiene su discurso, se da media vuelta y baja del ómnibus con los hombros caídos, mirando al piso.
En sucesivas paradas suben otros vendedores, jóvenes, viejos, con curitas, caramelos, agujas y ondulines, pero no es lo mismo,.
Pobre pelado de ojos verdes.
Pobre.
Si lo ven cómprenle algo. Chocolate, bizcocho, tranquilidad, seguridad, cómprenle algo, si pueden.
Pobre pelado de ojos verdes entreverado y autocrítico, más consciente de su discurso que cualquiera de los veinte pasajeros adormilados de este 106 mañanero y perezoso.

Cómprenle algo.




Un 103 que vino apenas llegué a la parada, con buena música y asientos libres a las siete de la mañana. Un pasajero que aún tiene saldo en el boleto pero insiste en pagar y queda desilusionado por no poder hacerlo. Una señora madre con su pequeña que debate muy amablemente con el guarda acerca de los boletos de estudiante y su duración en el mes. 
Algo raro se agita en las sombras de este universo casi cinematográfico. Tengo miedo de bajar en Eduardo Acevedo y ver caer una parte de cámara o reflector marca ACME.
The 103 Show.

Good morning América.




"Mire al queso a los ojos y reconocerá sus cualidades". 
ESO es un buen slogan publicitario.

Låstima que yo consumo muzzarella, magro, parmesano y provolone, y hasta ahora no hemos podido cruzar ni una mirada.



Nueve besos.
NUEVE besos ruidosos le dio él a ella antes de bajarse del ómnibus en 8 de Octubre. 
Sí, los conté. Cómo no hacerlo si resonaban en el silencio lleno de camperas y bufandas del 103.
Desconfío de los besos sonoros en medio de una multitud, y más si son muchos, a cual más fuerte.

Para mí que ella lo engaña con el primo.



El chofer vio mi corrida y se detuvo, pese a que ya estaba a media cuadra de la parada. Viajamos sin música, sin vendedores ni cantores de bus. Al bajar me vio cara de dubitativa y me preguntó adónde iba. No hay parada en Miguel Barreiro, pero él igual me dejó allí y me deseó buena jornada. Lo mejor de todo es que no me estaba cargando; se notó que simplemente es un buen tipo.
Que nunca falten las buenas gentes en nuestro camino.

Feliz fin de domingo a tutti quanti.




Él no es tan malo para ser un cantor de bus; solo confunde un poco las "s" con las "sh". Se disculpa por pedir dinero, deja un mensaje religioso, charla con una chica que le cuenta que también hace música. No es tan malo. Pero irrumpe en mi campo atencional, grita en mis oídos, me invade.
Creo que hay algo que me resulta inevitable.
Cada vez los tolero menos. A ellos y a los vendedores vociferantes y las radios a alto volumen. Solo quiero los sonidos a los que me expongo voluntariamente.
Utopía? Delirio? Senilidad?

Oooom.




CRÓNICA DEL ÚLTIMO DÍA DE LA SEMANA
Uno piensa en un viernes de laburo y dice "ta, basta, no quiero saber nada, que termine de una vez y arranque el descanso", y encara el día de arrastro, con rostro dividido entre el agotamiento y la expectativa del afloje ahí nomás, a unas horitas de distancia. 
Salvo que dé Literatura. 
Nuestra materia es pródiga en posibilidades de trabajo, tanto como para dejarnos pasar ocho horas en el liceo y aún así salir cantando bajito y con una sonrisa a flor de piel. 
Hoy hicimos de todo. Con los del primer quinto dimos el Salmo 1, les leí algunos Salmos y la Oración por Marilin Monroe de Ernesto Cardenal y ellos trajeron poemas y cuentos para compartir. Discutimos temas de ética con los de sexto de Medicina y después nos zambullimos en Baudelaire. Con varios grupos vimos algo muy bueno de Teatro en el Aula y terminamos, con el último quinto, después de la función, planificando una actividad para la semana que viene, sentados durante la media hora final del turno en el patio, en ronda, donde cualquiera podría haberse fugado disimuladamente pero ni uno quiso moverse. Al contrario. El martes yo no voy al liceo pero ellos están encargados de una serie de intervenciones en grupos ajenos por el Día del Libro. Es algo que acordamos en la coordinación de Literatura, y mis compañeros le están dando para adelante con toda la fuerza: los estudiantes van a irrumpir en diferentes clases y a leer o recitar un texto breve, solos o en parejas, y hoy con los de quinto Artístico estuvimos decidiendo los detalles técnicos del asunto. Cuando me iba me atajó el muchacho de mantenimiento para decirme que si queríamos hacer alguna exposición él se prestaba gustoso a ayudarnos con la cartelería. Antes de salir pasé por la adscripción a avisar lo que íbamos a hacer el martes y me dijeron "¿Cómo? ¿Y a nosotras no van a venir a leernos textos?", con lo que ya agendé que un par de sub grupos pasaran por su sala a compartir con las compañeras de la docencia indirecta lo que hayan seleccionado.
En suma: feliz viernes.

Que nunca falte.



Denuncia: 
Enviar a un niñito a la escuela atendiendo más al almanaque que a la temperatura (es decir, como para casi invierno, de gorro de lana y guantes ídem) debería ser tipificado como violencia por cortitud de miras.

Comuníquese, archívese, etc.



Persiguiendo una explicación lógica.
(Salvando las distancias, In memorian Ch. P.)
9.05 el bus de la CITA se detuvo en el andén 17 y yo bajé tranquila luego de varios pasajeros. 
Fui a la agencia a sacar boletos. Diálogo previsible. Comprobación al salir de la fecha y la hora correctas.
Salida de la terminal.
Llegué a la parada, a una cuadra. No había nadie.
Vi en un cartel que estaba suspendida, y había que ir a Cufré y Daniel Muñoz.
Le pregunté a dos veteranos para qué lado sería eso.
Caminé dos cuadras.
Entre a un bar y volví a preguntar dónde diablos era Cufré y Daniel Muñoz.
Caminé otras cinco cuadras. La distancia más larga del mundo entre una y otra parada. Poca gente en la vuelta, calles desiertas.
Llegué.
Vino un COPSA, pero iba a otro lado. Al rato, un TALA.
Lo tomé.
Me senté.
Eran las 9.20.

No entiendo.



Ella tiene veintipocos, es muy linda y viene charlando a los gritos con sus dos amigas, que no sé si también habrán hecho magisterio como parece que ha hecho ella.
"Y yo quiero que sepan que yo les grito porque es una metodología de trabajo que yo tengo, y lo voy a seguir haciendo, les dije. A ustedes sus padres cómo los tratan? Y... nos gritan, nos ponen en penitencia, nos pegan, dijeron. Bueno, les dije, yo también tengo hijos y les grito o los pongo en penitencia cuando se descontrolan. En eso una nena levantó la mano y dijo que el padre jamås les gritó ni les pegó a ella ni a su hermano, que antes cuenta hasta diez, y yo dije me parece muy bien pero acá las cosas no son así...
Un muchacho, una vieja y yo intercambiamos palabras y miradas de incredulidad.
Ella dice tener 101 de puntaje. No sé 101 de cuánto, ojalá que de 8000.

Riesgos de viajar en el STM. 

O de vivir, no sé.



_ Riiiing...
_Hola. 
_Hola, ¿me escucha?
_ Sí.
_ ¿Tú sos mayor de edad?
...............................................
Listo. Lo imprevisible ha sucedido.
Por un segundo amé a una promotora de algo por teléfono.

No sé de qué, porque la corté antes de que pudiera explicarlo ("disculpame, estoy trabajando, no tengo tiempo"), pero por un momento algo en mi alma me dijo que a esta señora sorda (o demasiado diplomática) habría que hacerle un monumento. Solo por un momento.



Me asusta la gente enfervorizada. Hay como un recordatorio insoslayable de nuestra condición de bichos que asoma en el grupo entusiasmado y potencia todo lo fuerte, lo instintivo, lo salvaje.
Si yo estoy entre la masa lo aguanto un poco mejor, pero hasta ahí. Grito y salto cuando Peluffo canta Condenado Corazón, pero no entro en el pogo, por ejemplo.
Todo esto es solo para decir que bendito sea el 402, que a diferencia de todos los buses que pasaron antes cargados de hinchas gritadores, cantores y puteadores en barra, viene vacío y con un cantor que entona Muchacha ojos de papel.
Fiuuu...

Que nunca falte el bus vacío después de un clásico.




Me vieron ir al galpón y sacar el pet carrier, y no son ningunas gilas. Hace cinco minutos que me controlan discretamente, de reojo, y se me alejan todo el tiempo. Si bajo, suben. Si voy al living, pasan a la cocina y me miran desde lejos. Lo que no tienen claro es por quién voy esta vez, pero sé que saben que del veterinario una de ellas hoy no se salva. 
Igual no hay problema, porque la que tengo que llevar es Roldana, que dentro de todo es fácil de atrapar y de maniobrar. Tiene una herida en la patita que no se cura. 

A por ella.






Él tiene unos 17, y va charlando con el amigo en el fondo del 103 abarrotado de las ocho dr la mañana. Tiene sueño. Anduvo tapado con una frazada al levantarse, porque hacía frío. Admira al tío rockero del Jhonny, que se fue a Argentina a ver a los Ramones y demoró dos años en volver. Habla raro, y hace una musiquita tarareada para llamar la atención de una péndex, que no lo registra. Estå deseando salir del laburo para comprarse un Colet de litro y bajarlo con galletitas.
Adolescencia, divino tesoro.

Si quiero llorar no puedo, y a veces lloro sin querer.





Del café colombiano, las cámaras de televisión y las más que improbables mariposas amarillas.
Cuando entré a la Sala Maggiolo hoy a las seis y cuarto de la tarde pensaba simplemente asistir a una charla. Un profesor colombiano venía a hablar sobre Cien años de soledad, y ya que tenía a bien hacerlo en un horario que me convenía, allá fui.
Ni bien entré me di cuenta de que aquello era ligeramente diferente de lo que había previsto. En vez de un ambiente docente y/o estudiantil, con el periodista descreído y los dos o tres aspirantes a a artista de la palabra que son de rigor en estos asuntos, la cosa venía de traje y corbata, voces colombianas y cuerpo diplomático. Dos cámaras de televisión, dos. Un fotógrafo profesional. Mesa central rodeando un macizo de rosas amarillas tan artificiales como imponentes. Video de Gabriel García Márquez en pantalla sobre la pared. Dos chinos en un costado. Mujeres muy maquilladas y con trajecitos. Espacio para unas treinta personas de público y diez expositores.
Primer pensamiento: Menos mal que vine con el pelo suelto.
Segundo pensamiento: ¡Pero me puse vaqueros!
Tercer pensamiento: Bueno, al menos son Levi's.
Cuarto pensamiento: Vaqueros son vaqueros, m'hija. Lo único que se ve es que sos la única que no se produjo, y además el pelo suelto así como está no te favorece.
Me sacó de mis sesudas reflexiones la voz de una rubia colombiana que me invitaba a degustar junto a la puerta un delicioso café colombiano, acompañado de gaietitas colombianas y caramelos colombianos. 
Y aiá fui. 
Quinto pensamiento: Muero con el café colombiano.
De vuelta en la sala, estaba hamacándome despacito en mi silla de cuero giratoria (ejem!) cuando escuché una voz conocida, levanté la vista y vi a Pallares, el inefable, el dulce Pallares, el único al que fui a saludar de los dos o tres conocidos que fueron perfilándose entre el colombianaje de embajada y las luminarias vernáculas. Un Olímpico.
Quince minutos después de la hora prevista comienza la charla. El presentador menciona que antes del invitado central harán uso de la palabra otras tres personas, y yo empiezo a desear que se rompa el continuum espacio temporal y me saque de allí por un par de horas, pero sorpresivamente todos son bastante breves y a las siete en punto comienza a hablar el disertante. 
Siete y veinticinco termina la charla. 
Han sido 25 minutos inolvidables de citas a diestra y siniestra de la novela, de la cual el profesor tiene un conocimiento realmente admirable, y nada más. Lo que me ha impresionado durante su conferencia han sido las manos: el señor tiene sesenta y pico, pero sus manos son finas y delicadas como las de un veinteañero, y no puedo dejar de mirarlas. 
Terminada la (digamos) disertación ("tengo aquí 17 hojas de reflexiones sobre la novela, pero no voy a leerles a ustedes 17 hojas..." aclara), el maestro de ceremonias abre el espacio a preguntas, al cual llama "conversatorio", y el previsible silencio se posa sobre la concurrencia durante un par de minutos incómodos, hasta que la cosa empieza a moverse y la charla toma colores y tonos que (al fin) se vuelven ricos y nutrientes. 
Tres cuartos de hora después se cortan las preguntas, hay un cierre convencional y todos salimos de la Maggiolo, algunos rumbo al segundo café colombiano de la noche, otros rumbo a los previsibles "qué tal", "divina charla", "qué eminencia", yo rumbo al primer 103 de la parada, que me lleva raudo y veloz a mi Macondo privado de la calle Arbolito.
Nota hogareña: Antes de entrar a mi casa, ya desde la vereda, siento que algo raro pasa. Prendo la luz del living: todo está inmóvil y en silencio, igual a como lo dejé hace un par de horas, pero sigo intuyendo que algo anda mal y subo a los dormitorios, que dejé cerrados al salir, como siempre. Ni bien abro la puerta del cuarto del frente una cosa amarilla se cuela por la abertura de la puerta y baja la escalera como una exhalación que se desvanece en el patio del fondo. Sin querer había dejado a Tania encerrada. 
Qué le vamos a hacer, pienso. No todos pueden tener a su alrededor un enjambre de mariposas amarillas, pero algo es algo.

Que nunca falte.



Son solo voces en mi oreja. Una voz muy chiquita, de unos tres años, otra de un nena en período de inicio de escuela (digamos seis) y otra de padre joven, de treinta y pico. El padre va defendiendo algo y la nena de cinco o seis le retruca que no debe hacerlo. Lo normal, pienso, hasta que enfoco mi atención en las voces y escucho claramente su protesta:
-No, no se hace eso, no se comen los mocos, es horrible lo que hacés.
Por favor, por favor, por favor, pienso, que esté rezongando al hermanito menor...
Bienvenidos a las Crónicas de bus, el regreso.
No será muy agradable, pero es la vida misma.

Así está el mundo, amigos.



Tengo un estudiante en quinto Artístico que desde el comienzo ha hecho la plancha. Simpático, no molesta, pero cero estudio, escrito bajo, reacción medio tardía ya sobre la fecha de entregar promedios, lo normal. 
Ayer estábamos empezando la información de Biblia y Nahuel se me apareció con cuatro hojas manuscritas de datos que había sacado de internet y me pidió para empezar a leerlos al grupo. Cuando arrancó pensé "qué bien, lo que consiguió está ordenado y redactado de modo claro, va de lo general a lo particular, no agobia con datos inútiles...", hasta que de repente me di cuenta de que lo que estaba compartiendo me sonaba muy conocido. Demasiado conocido.
_ Disculpá, Nahuel, ¿de dónde sacaste esa información?
_ De Rincón del Vago, profe, ¿por?
_ Porque la escribí yo.
_ ¡No jodas!
_ Sí, conozco mis repartidos. Igual, pará, vamos a confirmar. 
Y me metí en el blog, busqué la información y empecé a leerla en voz alta. Era idéntico, palabra por palabra, y todos largamos la carcajada.
_ Te están robando la plata, profe, denunciálos!_ fue la expresión de tres o cuatro.
_¿Qué le vamos a hacer? Ya estoy acostumbrada._ liquidé yo, para cerrar con un chiste. Y seguimos con la clase.

Ya me veo incluyendo en mi carpeta de méritos una fotocopia de "Rincón del Vago" en el rubro "Publicaciones".





Qué interesante experiencia, ir a abrir la puerta de la cocina para salir al patio por primera vez en la semana y darte cuenta de que nunca la habías cerrado desde quién sabe cuándo.

(La Progress no me impactó, pero el viejo alemán me encontró hace rato. parece)





El viaje de Florida a Montevideo a la hora en que yo me vengo demora una hora y media. Como la noche cae temprano en el otoño y el recorrido es directo suelen ir las luces apagadas, como invitando al sueño reparador tras una jornada de trabajo. Las personas que viajan juntas hablan en susurros y en general quedan muchos lugares libres para acomodarse a gusto. 
Puede acontecer que uno no tenga suerte, como me pasó a mí el martes pasado, que vine sentada detrás de Beavis & Buthead y escuché durante buena parte del viaje sus risitas tontas, matizadas con informaciones sobre las hamburguesas y los refuerzos que habían comido antes de salir, más las milanesas que los estaban esperando en casa de la tía, en la capital, pero hoy no. 
Hoy todo era silencio y placidez, al menos hasta la mitad del viaje, cuando de pronto un grito se dejó oír desde el asiento diez o doce, un grito que nació sin proponérselo y se extinguió al momento, como arrepentido de su exabrupto. Fue una sola palabra:
_ ¡GOL!
Nadie lo miró siquiera, y el señor hizo como que no captó el salto que dimos los otros veinte pasajeros, sorprendidos en nuestra buena fe modorresca de las ocho de la noche.
Ya en la parada, aguardando el COPSA que me traería hasta casa, veo un hombre joven, de unos veintipico de años, rosadito de cara, ojos verdes, gorrito peruano en la cabeza y bolso de vendedor ambulante a un costado. Está arrodillado al lado de otro, un adolescente de unos quince, de gorrito plancha y equipo deportivo azul, extremadamente flaco, que está sentado en el hormigón de la parada.
_ Vos lo que tenés que hacer es conseguirte un celular de esos baratos, ponerme de número gratis y así te llamo y te paso la letra, ¿te parece? Dale, vo', hacelo, papá, dale. Me llamás y yo te paso la letra, y después vos te la aprendés y me la decís a mí y un día te animás en el ómnibus. Es así, papá. Nadie nace sabiendo; yo aprendí así. Un poco le copié a mi hermano, otro poco lo saqué de un vendedor, otro poco de otro, y así. 
El más chico lo miraba sin decir nada, hasta que vino un COPSA a Salinas y los dos se subieron. Acababa de presenciar una clase teórico-práctica de primer nivel.
A los pocos minutos vino mi bus, y dos paradas después me acordé del intempestivo gritón de la CITA,porque de repente 8 de Octubre se tiñó de equipos deportivos azules y un contingente en su mayoría masculino entró a desfilar por las veredas. Evidentemente, venían DEL partido, aunque por sus caras no llegaba a darme cuenta de si para ellos había terminado bien o mal; el frío borra la expresividad, parece. 
La puerta se abrió en Jaime Ciblis y con sorpresa vi que se subían mis dos vendedores de recién, el maestro y el discípulo. Ya estaba revisando mis bolsillos en busca de 50 pesos, porque algo les iba a comprar, aunque fuera para no desilusionar al flaquito, pero se ve que el chofer les dijo que no, porque se bajaron. 
Seguí en el 7A, oyendo un informativo de la tele que terminó con unas entrevistas a posibles intendentes y una frase del locutor que me pareció muy a propósito: "Y ahora nos vamos, y seguimos con Rastros de Mentiras... Hasta mañana, amigos..." 
De todos modos del rastro de mentiras no supe gran cosa porque la radio del COPSA no se enganchaba con el canal de televisión sino que comenzó su propio programa, un musical, con una voz grave y muy modulada de locutor que anunció el primer tema de la noche:
_ Es tiempo de que lleguen historias... De que lleguen poesías envueltas en nobles melodías que llegan al alma... Ricardo Montaner: "Castillo Azul"...

Y ahí me bajé.




Momento triste de las siete de la mañana.
Paso por una página de ex alumnos de mi liceo de ciclo básico, veo que una persona pregunta por otra a la que no ve hace como cuarenta años, y la respuesta no se hace esperar:
"_Hola Gracielita estoy bien trabajando como siempre. Esperando pasen los 9 años que me quedan y poder jubilarme."
Tanto quien pregunta como quien responde me son absolutamente desconocidas, ni falta que hace saber más, pero la cosa me queda dando vueltas en la cabeza y no sé si me dan más ganas de llorar o de sacar una mano por la pantalla de la notebook y sopapearla para que reaccione.
Me hace acordar a un cuentito de su familia que un día nos hizo nuestra profesora Graciela Mántaras, de Melo. Un buen día una de sus tías consideró que ya era tiempo de descansar de toda una vida de trabajo, reunió a sus hijas, les repartió las tareas domésticas que le quedaban a cada una y se sentó a esperar la muerte. Ese día la tía cumplía los cuarenta años. Murió a los noventa.

Y me voy a dar clases, donde seguramente a los cinco segundos ya me haya olvidado completamente de que hay personas en el mundo cuyo sueño está en poder algún día jubilarse dentro de nueve años o de nueve siglos.




Crónica del miedo.

Si digo que hace cinco años que vivo sola y esta fue la primera noche que sentí miedo, automáticamente mi receptor pensará que alguien me quiso robar, que pensé que me daba un infarto o que vi un fantasma agitando su sábana blanca desde la silla de enfrente, pero no. Lo que sentí por veinte segundos fue el terror más visceral e inmanejable que recuerdo, y el motivo fue tan simple como un ruido. Un ruido.

Estaba leyendo el impresionante libro de Mankell que mencionaba hace un par de días, que se pone mejor y mejor a cada página, a cada párrafo, a cada palabra. Roldana dormía a mis pies sobre la alfombra y Tania a fuerza de llorar y poner cara de desgraciada había logrado el acceso a uno de los nuevos almohadones, donde ronroneaba feliz y calentita. Domigo de paz en la primera noche otoñal del año en Arbolito.

De repente la música que había dejado de fondo se me entró a contaminar con una interferencia sonora que parecía provenir del exterior. ¿Qué era eso? Sonaba muy fuerte. Demasiado. Bajé el volumen de la computadora, dejé el libro a un lado y abrí la ventana de la cocina: un estruendo de avión volando bajito invadió mi paz nocturna. Nada fuera de lo normal, después de todo. Pero cuando el ruido fue in crescendo y aquello comenzó a exceder largamente los decibeles de esperabilidad me acordé de la malhadada nave rusa Progress. Se me venía la cosa rusa encima. No había otra explicación, se me estaba cayendo la Progress, y mañana saldría en los noticieros de todo el mundo , pero no estaría en condiciones de enterarme.

El rugido del aire se hizo por momentos ensordecedor; me esforcé en medio del terror por divisar desde dónde se me estaba viniendo, pero no vi ningún resplandor ni bola de fuego incandescente ingresando a mi órbita visual, hasta que divisé las idiotas luces rojas de un avión que comenzaba poco a poco a alejarse sobre el horizonte, cerré la ventana y pude volver a respirar con cierta normalidad.

El peligro ha sido conjurado.

Por ahora.







Junio 2015

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"El perro de Verdier" le dicen mis viejos al amigo gris y negro que pasa acostado al lado del portón de la entrada. Parece que el dueño es un hombre de la laguna que le da de comer pero lo deja atado afuera toda la noche para que le cuide el gallinero, por si las comadrejas. De todos modos el Verdier pasa frente a casa todo el día, porque los vecinos de enfrente le dan de comer y le hacen mimos, aunque no lo dejan entrar a la casa. 
Desde que llegué mi vieja y yo hemos estado desarrollando un paso de comedia que consiste en que yo llamo al Verdier y ella lo corre, porque (dice) él no se lleva bien con los gatos. 
_Vos no te preocupes_ me consuela, o cree hacerlo_ porque tiene casa y comida, y los gurises de enfrente juegan con él todo el día.
_Pero pobre, no tiene un hogar como la gente... Yo quiero que tenga donde entrar y tirarse en la cocina. _trato de aducir, sin mucha lucidez _ Él es lindo, es limpio, es bueno, se merece un hogar.
_ Si es por eso, _ tercia el Cele_ cuántos humanos también son buenos y no tienen lo que se merecen. El mundo es así.
La sabiduría cortita y al pie de mi viejo me deja sin argumentos en mi lucha Pro Adopción del Verdier. 
Voy a tener que pensar estrategias alternativas. Con la gata me salió bien, pero este es un desafío mayor.

Ampliaremos.




Estaba encantada leyendo un artículo sobre paleontología cuando se me ocurrió compartir algo de lo que dice con mis viejos.
_¿Sabían que hace 280 millones de años Cerro Largo estaba tapado por el hielo?- les pego el grito de dormitorio a dormitorio, porque ya son más de las nueve y ellos se acuestan con las gallinas.
_Bueno...-responde mi vieja- Yo me acuerdo que una vez cuando yo era chica nevó.
_ Inés, _ se oye la voz del Cele- ¡Yo no creo que vos seas TAN vieja!

Mi vieja y Mirtha Legrand, un solo corazón.




_No te gusta la Coca, no te gusta la Sprite, no te gusta el Pomelo... Solo el agua te gusta a vos?
La pregunta era de un hombre, en el asiento detrás del mío en el Rutas del Plata. La respuesta vino en una vocecita infantil de unos tres años. 
_El agua y la Guaraná. Esas me gustan.
Es un niño muy bueno, dijo eso y ya no lo volví a escuchar, porque habla bajito con el padre y la hermana, mientras el bus cruza sierras y más sierras. 
Lavalleja es una belleza. Así sí vale la pena este eterno viaje a la Laguna, de día, viendo los detalles. Por ejemplo, una chancha con cuatro lechoncitos comiendo sueltos junto a la ruta, o un señor que en su frente tiene esculturas y objetos varios hechos solo con viejas herraduras herrumbradas. Dan ganas de bajarse y recorrer cada cerro. Además por aquí el cielo azul y el calor de la tarde no parecen propios de fines de junio. 
Este es un mundo aparte. Un mundo donde el único vendedor de bus subió a pregonar alfajores serranos, damasquitos y yemitas. 
Ahora que me acuerdo aún no he hecho los honores a ciertos exponentes de la industria del postre lavallejense que me miran desde la mochila. 

Con permiso.
...

Pirarajá es un pueblo dormido junto a la ruta 8, en el que los únicos seres vivos visibles a la hora de la siesta del domingo son las gallinas. Negras, marrones, blancas, están en todos los predios y se adueñan de las veredas, corriendo desaladas si el ómnibus las asusta al pasarles cerca. 
A la salida se ven los restos abandonados hace décadas de veinte o treinta casitas iguales. El Tiempo pintó de negro sus paredes de bloques y por donde en una época hubo techo asoman ahora frondosos árboles grises y verdes. Al lado, las paredes blancas inmaculadas del cementerio del pueblo.
El niño del asiento de atrás sigue hablando con el padre. Ahí van a seguir todo el viaje, porque van para la Laguna. 

El alfajor serrano estaba delicioso.
....

El niño sigue hablando con el padre en el asiento de atrås:
_Sabías que algunos dicen que la luna es de queso?
_De queso?
_Sí, dicen, pero no es. Es de piedra. O de meteorito.

GENIO.





Ah, sí, sí. Bajate nomás a comprar caramelos en el quiosco de 8 de Octubre y Berro, pará el ómnibus y bajate, que los pasajeros no decimos nada. Y no te olvides de invitar a la guarda aunque eso signifique más tiempo de 103 detenido, eh? Todo bien, no nos quejamos.
Pero deberías habernos invitado a nosotros, viste. 
Imperdonable actitud.

No llega a ser aceptable, señor chofer. Puede y debe mejorar.





Iba hablando por teléfono con mi vieja, pasando por el costado del Intercambiador Belloni (alias el que algún día se inaugurará y será hermoso y tendrá BROU y locales y mural artistoso pero por ahora hace más de un año que complica el tránsito y no termina de terminarse) cuando la vi. 
Una gata peluda, entre gris y amarronada, mimosa y tierna como la que más. Es la portavoz de la patota de Los gatos de la Curva. Hace mucho que quedaron solos; son una colonia de diez o quince gordos, peludos y divinos gatos que una señora tenía en su modesta vivienda, a los que tuvo que abandonar cuando por el tema del Intercambiador su habitación fue tirada abajo y ella terminó en una pensión donde no admiten gatos... larga historia.
El caso es que hoy la portavoz del grupo se puso a maullarme y a seguir mis pasos, y en un instante aparecieron otros: uno enorme, amarillo y blanco, otro como fuego, una negra peluda y majestuosa, y entre otros uno chico, de unos tres meses, blanco y gris, absolutamente querible. 
No pensaba hacer muchos mandados en el Disco, pero ya que estaba compré un paquete de comida de gatos, para llevarles a la vuelta. Hasta aquí todo bien. Lástima que se me ocurrió que era mejor llevar el paquete abierto, para que no se pusieran ansiosos si yo demoraba en darles la comida, o incluso _pensé_ podía pedir una tijerita en Atención al Cliente en caso de ser necesario.
Pero una es una, qué se le va a hacer.
"A ver... qué dura esta bolsa... Si hago fuerza por este lado y la voy abriendo de acá... un poquito más..."
Listo.
La bolsa de porquería se rajó de punta a punta con total inquina, premeditación y alevosía.
Desparramé Gattis por todo el Disco. Léase caja, piso y zonas aledañas. Gatti, Gatti, Gatti...
La cajera me dio solidariamente una bolsita extra, y junté las que estaban encima de la caja. Todo, absolutamente todo alrededor quedó con olor a Gatti. 
De todos modos los gatos no se enteraron de nada y se quedaron comiendo de lo más panchos, creyendo tal vez que quien los alimentaba era una persona centrada y sin problemas de motricidad fina.
Ps: Si alguien quiere uno, están al costado del Intercambiador, primer pasillo. O si alguien quiere dos. O tres. O doce.

Piénsenlo.





Él tiene un año, más o menos, y llora. Llora a moco tendido desde que me subí al menos, y ya van diez o doce paradas. Se llama Kevin, y su mamá es una rubiecita de unos veintipico con una calma a prueba de balas. No serå muy efectiva, pero que es tranquila, es.
-Basta, Kevin, no le hagas esto a mamå. Ya nos bajamos. Escuchame. Basta. Ya estå. A mamá no le gusta eso.
Y el Kevin redobla la apuesta y berrea con toda la fuerza, pero ella sigue hablándole con una dulzura inconmovible.
Al fin se bajan en Comercio.
El 103 arranca y los gritos de Kevin se siguen oyendo hasta que avanzamos y el ruido del tráfico los apaga.
Me pregunto si el rol de madre podrá obrar tan maravillosamente sobre la capacidad de calmar sin alterarse de una mujer o si la rubiecita no tendría un par de Rivotril encima.

Me pregunto.






Sentimientos encontrados.
Ayer de tarde pasé un par de horas oyendo cómo podaban el árbol que la vecina de al lado tiene en su patio. 
No me gustan las podas; cada vez que estoy por ir a la Laguna y mi vieja me dice que el Cele anduvo cortando los árboles del fondo tiemblo, porque se le va la mano, y en un ratito lo que era frondoso y verde, denso y vital, se convierte en un montón de troncos pelados y un inmenso espacio libre sin gracia ni para qué. El Cele sabe lo que pienso pero no me da corte, y sé que por dentro está orgulloso de los desastres que se manda un par de veces al año.
Hoy de mañana me asomé desde la ventana de arriba y vi que la cosa era aún peor de lo que pensé: de la otrora orgullosa y alta anacagüita que se había adueñado del fondo de la vecina ya no queda ni la sombra; solo un montón de ramas y un tronco seccionado tirado en el pasillo (como todo lo que la de al lado desecha, porque muy prolija que digamos no es, la vecina). O sea que no hubo poda, sino asesinato liso y llano de una indefensa anacagüita en la plenitud de su ser.
Recién vi a Tania en la ventana, pidiendo para entrar, y algo en la imagen no me cerró del todo, hasta que me di cuenta. Mi gata estaba en la ventana, al rayo del sol. Hace años que no había sol después de las dos de la tarde en mi patio del fondo, y ahora tengo por delante horas y horas inesperadas de luz y calor en medio del invierno!!
Pobre anacagüita. 
Ojalá descanse en paz en el paraíso de las plantas. 
Bienvenido, sol. 

Y que la vecina, de ahora en más, no quiera plantar nada que sobrepase los dos metros de altura, o volvemos a las sombrías tardes del invierno, de cuyo frío no quiero acordarme.





Crónica de lunes en 103.

Voy sentada detrás de un chofer que viene escuchando rock nacional a un volumen amigable, y su selección es impecable. Lástima que la péndex de al lado viene viendo (y oyendo) uno tras otro de una serie de videos que me ensucian la música. No me animo a tirarle el celular por la ventanilla; quizás ella no sea capaz de entenderlo. 

Uh. Acabo de escuchar una versión desmayadísima del himno nacional, miro de reojo y veo que está viendo la filmación casera de un acto escolar. Tal vez no es tan péndex después de todo; mejor no le tiro el celular. 

El chofer arrancó ahora con el rock argentino.
Saaaabremos cumplir...
Nooo... no puedes ser feliz con tanta gente hablando a tu alrededoooor...

La ex péndex guarda el celular, suspira y murmura "ah, qué horrible!" Se ve que tiene problemas, pobre. Menos mal que acabo de salvarle la vida a su teléfono lleno de actos escolares. No hay caso: cuando una es buena gente es buena gente, y listo. Y me voy al primer parcial con un sexto de Medicina, a seguir esparciendo el bien, la tolerancia y la felicidad por el mundo.







Paso por una calle en Canelones: Tolentino Gonzalez, y se me viene a la memoria la imagen de mi viejo nombrando alguna vez a la tía Tolentina. Nombre alto y sonoro, si los hay. Tolentina. Tía de Celestino. Del mismo departamento que mi tía Petronila y mi bisabuela, la vieja Presolpina, madre de Albino, Albina, Aldina, Adelina, Adeal, Antenor, Alaides y la tía Santa.

Momento onomástico de la jornada.




Escena uno.
Personal del bus, siete de la mañana.
-Pará, pará... Te estás llevando a una señora con la pierna enganchada en la puerta.
La voz del guarda sonó amable pero firme, y la respuesta del conductor tuvo el mismo tono.
-El problema es que vos no me avisás nada.
-Yo no te di la voz de arrancar, vos saliste solo.
- Pero nunca me das la voz, no me decís nada.
-Sí, te digo.
-No.
Escena dos.
Chica al teléfono:
- Él me dijo si le podía dar 200 pesos para la moto y yo le dije que sí. Al rato me dice que al final agarró mil de la cómoda, y cuando voy a ver resulta que se había llevado dos mil. No, no entra más, ya fue. Me tiene que devolver la llave pero no entra más. Voy a estar manteniendo vagos, yo?
Escenas de la vida conyugal versión 103, pienso. 
Distintos problemas derivados de la convivencia, sea en una casa, sea en el trabajo.

Y me bajo rumbo a mi convivencia de dos horas con cada sexto artístico, que hoy no tendrá mucho diálogo hablado, porque tienen el primer parcial conmigo.




Crónica de bus al caer la noche.
En el silencio del 103 alguien arranca un pregón que se escucha por encima de la cumbia del chofer. El vendedor de turno es rubio, de pelo como el mío y ojos verdes no como los míos.
Empieza su discurso muy seguro de sí mismo.
- Una verdadera oferta que llega a manos de todo el pasaje capitalino, señoras y señores. Ticholos de la mejor calidad, señoras y señores. Están llevando la funda de 16 tich... Eehhh... 
Se interrumpe, mira el paquete de ticholos y los cuenta rápidamente.
- 2, 8, 16... Están llevando 20 ticholos, VEINTE, por solo 40 pesos.
Pero no espera a ver si surgen clientes, parece avergonzado del error en la presentación de la oferta y se baja en esa misma parada.
Las crónicas de bus trascienden horarios, señoras y señores. 

Como la vida misma.





En el 405 la Sole había venido dominando las primeras paradas, hasta que el guarda le pegó un grito al chofer:
- Siete y diez! 
El otro rápidamente se disculpó y puso a Sotelo.
Bien, pensé, buen cambio.
El 113 que me tomé en Comercio, por su parte, no tenía que cambiar nada porque ya venía con los Redondos a todo vapor, y me felicité por el progreso del acompañamiento sonoro de mi inmersión de viernes en la vida ciudadana. O al menos eso pensaba, hasta que cual cruel estocada del destino asomó, entre las últimas notas de Amor Francés, la voz inconfundible del señor de La Ley FM preguntando a sus oyentes que opinaban del desafío de una internauta china ( o japonesa, no recuerdo) respecto a dejar de depilarse las axilas. 
Pobre Indio, pensé. Tanto arte para morir en esta bastardez.
Y me bajé, y empecé a caminar hasta el IAVA, donde los tordos del patio por suerte no conocen de las interferencias de las voces ajenas.





_ Buenos días, señoras y señores. Voy a brindarles algo de creación espontánea, para llevar a todos el hip hop uruguayo. A ver, señora, diga una palabra, cualquiera, la primera que se le ocurra,
Uh. El improvisador de bus versión 103. Pero la señora entró en el juego enseguida.
_ Matrimonio.
El improvisador lo pensó por un momento y sin más dijo:
_ Matrimonio. Bien. A ver, señor -encaró a un canoso- dígame una palabra, la primera que se le ocurra.
El improvisador es un fraude, qué desilusión. No pudo con un matrimonio, tal vez porque no sabe del armonio, ni del antimonio. 

Oh oh. Algo terrible pasa a continuación. El canoso se envalentona, se levanta, toma la palabra y hace una larguísima oración en la que repite "señor" unas cuarenta veces, termina con tres amén y vuelve a sentarse. 
Menos mal que ya me bajo, no vaya a ser que esto sea contagioso.


Guarda, en la próxima!






Los miércoles no son uno de mis días de madrugar, por lo cual salgo de casa ya con el sol clareando el horizonte. De todos modos, depende de qué ventana mire para pronosticar lluvia (la de la cocina) o sol (la del frente). Hoy decidí optar por el sol, y saqué el paraguas de la mochila. Creo que hice bien.
En el camino a la parada una criatura ninja de pronto se descolgó de un árbol, pasó frente a mí y se encaramó a toda velocidad al portón de un vecino. Era un gato barcino ataviado con una ridícula capita negra toda agujereada, pobre. Le costó subir al portón, y eso empañó un poco su acto, pero al fin lo logró, y se fue por los muros.
Media cuadra después, un bulto en la vereda tapado con nylon negro: un televisor, que alguien habrá tirado, pero protegido, para no perjudicar a quien se lo lleve. Postales que nos pintan de cuerpo entero.
El 103 vino en un segundo, con espacio para subir y todo, y la guarda tuvo a bien devolverme tres pesos que le di de más. Vienen oyendo la bazofia de La Ley FM, pero no muy alto, al menos.
Y aquí voy rumbo al IAVA, sentada junto a un adolescente que se entretiene armando hasta el infinito un cubo de Rubik de esos que nunca llegaré a armar ni en esta ni en las próximas tres vidas.
Dejo de escribir y miro por la ventanilla del bus. Sí, es un día de sol, y de pronto me acuerdo de que hoy salgo más temprano por un tema de reuniones de cuarto y coordinación suspendida y me dan ganas de arrancar a correr de alegría como el ninja cat de mi cooperativa, pero sin la capita negra con agujeros.
Miércoles de sol adentro y afuera.

Que nunca falte.




Escrito con sexto año. Cuando quedaban diez minutos veo a un estudiante que aún no había escrito ni una palabra y tenía la hoja en blanco doblada por la mitad arriba de la mesa.
_ Pablo, aún no empezaste... ¿Querés entregar?
_ No, profe. Estoy esperando una epifanía.

No habrá estudiado, pero que tiene vocabulario, tiene.





"Esta es la auténtica curita uruguaya, porque estå la otra, la china, que nada que ver."
Chauvinismo de bus.

Lo que faltaba.




Todos sabemos que los días se acortan en invierno. Lo leímos, lo vivimos, lo comprendemos. Pero aceptarlo es otro cantar. Quizás por ello durante todo el mes de junio, al salir de casa en la mås plena y nocturna oscuridad, lo primero que pensamos tiene tintes sombríos y entonación de puteada 
Los omnibuses van con los vidrios empañados, muchos pasajeros tosen o suenan sus narices, mientras otros los miran con muda recriminación.
Somos un universo de hombres devenidos en osos.
Las ventanillas rezuman humedad, no hay vendedores y nadie habla.
Junio es el mes mås cruel, diga lo que diga el señor T. S. Eliot. Cuando volvamos a pasar por esto después de las vacaciones de julio todo estará teñido por el palpable alargamiento de los días, y el proceso de deshibernación será alegre y casi automático.
Pero mientras tanto...





Riiiing... riiing.
_ Hola.
_ Buenas tardes. ¿Hablo con Mariela Beatriz Rodríguez?
_ Sí.
:Buenas tardes, Mariela. Llamo para informarle que tiene disponible un préstamo en Créditos ya por un monto de...
_ No me interesan los créditos. Gracias, buenas tardes.
_ No es un crédito, es un préstamo, por un monto de hasta 20.000 pesos que usted...
_ No me interesa. Gracias, buenas tardes.
_ Es un préstamo de 20.000 pesos, que usted...
_ No me interesa, gracias, buenas tardes.
_ Usted puede solicitarlo...
Tu tu... Tu tu...
Pobre gurisa, yo sé que en el trabajo se lo exigen, pero le hubiera pegado un grito, de tenerla enfrente. Por teléfono no, no tiene gracia. Pero es una cagada. Primero, porque invaden tu hogar sin permiso, segundo porque no aceptan un no por respuesta, tercero (y principal) porque así enganchan a un montón de gente necesitada, llámese trabajadores de esta basura o gente que se endeuda hasta la coronilla sin poder pagarlo después.

Momento amargo del sábado de tarde. Iupi.




Soy tuio...amor soy tuuuuio... soy tuio hasta el sileeeencio...
Quisiera, qui sie eeeraaa....
Ah, la cruel sensación de la posible existencia de algo peor que La Ley FM en la radio del chofer del 103. Montaner se nos mete por los oídos sin pedir permiso y avanza destruyendo todo lo que se le cruce.
Tan enamorado de TI que la noche iora un pooooco más...




Llegar al IAVA antes de la primera hora supone como bonus track la asistencia al concierto de las aves del patio en cada mañana. No sé que es más pintoresco, si escucharlos como dueños del monumento histórico nacional o ver a una compañera jugando a aplaudir bajo el árbol a ver si se callan y cuánto demoran en arrancar de nuevo.




No nos movemos. Estamos trancados en la ruta y hasta el confín del horizonte brillan luces de autos inmóviles que esperan. Algo pasó un par de kilómetros o un par de mundos más adelante, y no sabemos qué.
Atrás quedó la ciudad embanderada y expectante para su feriado de mañana. Acá en la ruta San Cono no cuenta, y hace veinte minutos que aguardamos una señal de avanzar.
Espero que esto no sea como en La autopista del sur de Cortázar. Me voy a comer los waffles que me quedan, por las dudas.
Ampliaremos. 

Creo.





¡Otra vez la pareja de los besos ruidosos en el 103!
Esta vez fueron doce. Sí, DOCE besos de chhhuikk y muaak que se hacían oír por encima de los sonidos del tráfico matinal y del informativo que escuchaba a discreto volumen el chofer.
Ya los voy conociendo. Son los dos guardias de seguridad, o eso parecen por sus grandes camperas azules. Vienen tomando mate juntos, empiezan a despedirse en José Belloni y él se baja un par de paradas más tarde, en Piccioli.
Ya no pienso que ella ande con el primo. Ahora me inclino más bien por la teoría de primer semestre de casados.

Son tiernos, pero demasiado resonantes, al menos para un lunes de casi invierno a las siete de la mañana.

Julio 2015

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Salgo de casa con algún asomo de luz pero aún de noche. Arbolito es un páramo desierto y silencioso. Ni un perro en la vuelta.
A los veinte metros, del pasillo de una de las tiras de casas de la cooperativa, sale un muchacho. Su aspecto no augura nada bueno. No es del barrio, anda sin mochila ni bolso y me echa una mirada que a mí se me antojó evaluatoria. Para qué me habré puesto la campera anaranjada de Minnesota que es llamativa, pienso, mientras el ipad empieza a despedirse en voz baja desde adentro de la mochila y el muchacho camina a la misma altura que yo, pero por la vereda. 
Me mira. Me mira de reojo de vez en cuando.
Dos personas van en el mismo sentido que nosotros pero más adelante. En un momento doblarán una curva y dejaremos de verlos. 
Apuro el paso y por las dudas lo encaro: 
_¿Vos tenés hora?
_No, no tengo- responde, medio descolocado. Pero agrega: 
_Buen día.
_Buen día- contesto.
Y vuelo hacia la parada, con cara de que iba a llegar tarde al trabajo.
El ipad, por las dudas, suspira aliviado.

Yo también.





Puesta de luna llena entre jirones de nubes. 

Ventajas de entrar a primera.




Por qué están todas las vacas acostadas en el campo ahora? Será porque se viene lluvia?

Solo sé que (de vacas) no sé nada.




Debo reconocer que no soy muy fan de NTVG ni (menos) murguera, pero arrancar el día con Clara a todo volumen en el 103 me pareció una muy buena opción, al menos hasta que terminó y el locutor se puso a leer y comentar mensajes de la audiencia:
"_ Muy bueno ese tema, me mata- nos dice el Negro Pablo de la Unión. Es que es un precioso tema, más que una canción es un poema".
Mirá vos, pienso. Ahora resulta que canciones y poemas van por carriles diferentes. Y en eso aparece Fernando Vilar, a discutir sobre la hora en que le entregan el programa y sobre el fascinante enigma de si el que decía "qué hay de nuevo, viejo?" era Buggs Bunny, Batman o Alf.
Por suerte acabo de liberarme de sus voces: el segundo bus viene con una señora que canta en otra radio a un infeliz que la hizo cornuda (sic) y del que (dice) ya se ha liberado.
Se ve que tanta inmersión en el arte a tempranas hors de la mañana me deja atontada, porque cuando voy a sentarme en el último asiento en la esquina del fondo me doy un golpazo en la cabeza con el pasamanos, aunque disimulo y hago como que no me pasó nada. Si me ven medio rara en estos días ya saben por qué. 
Disimulen ustedes también.

Buenas noches.




Invéntese una estrofa con rima asonante AAAA.
Quizás amaste a quien no debiste amar / tomaste una decisión fatal / te lastimaron y eso te hizo mal / yo lo tuve que pagar.
Repítase cinco o seis veces con un fondo rítmico invariable.
Ya tiene usted EL tema para atormentar a todos sus pasajeros en el 77..
Sí, hoy tocó excepcionalmente Raincoop.

Un 103 pintado de azul.




Eran dos muchachos. Venían sentados detrås de mí en el 405, conversando.
_Vo, hoy nos fuimo hasta Quevedo y nos compramo uno porro ahí. Tendríamo que tener un kilo de aquello pa pasarlo bien, sabía? Taba re linda la tarde pa pasarla gozada.
Eran dos muchachos. Venían sentados detrås de mí en el 405, conversando.
_Viste que los republicanos ahora llevan a Trump? Si gana va a complicar todo lo que sea negocios internacionales con estados Unidos, visas, todo. Igual por ahora no pasa del 24% de los votos. Los demócratas esta vez van con Hilary Clinton. Siempre buscan dar una imagen progresista, como antes con Obama.
En el 405 de Peñarol al Parque Rodó dos mundos tienen su propia frontera delimitada con tinta invisible en la parada de Montevideo Shopping.

Queda mucho por hacer.






_ ¿Va a llevar algo más?
El feriante joven me miraba, bolsa de nylon abierta y lapicera preparada para seguir sumando ítems en la cuenta.
_ Sí. Mandarinas. ¿Esas que tenés ahí son Elendale?
_ No, joven.- teció un veterano, el dueño del puesto, de mejillas coloradas y unos ojazos azules que gritaban a las claras su ascendencia italiana.- Esas son tangerinas-tangerinas. Pruebe una.
_ No, igual te creo...
_ Pruebe, pruebe.
Y probé. Dulces, suaves deliciosas.
_ Y ahora pruebe aquellas, las de adelante. 
_ ¿Qué son?
_ Pruebe.
Y probé otra vez, y me fui de golpe a los ocho años, al sabor de verdad, al olor, a la cáscara que se pega en la fruta, al tangerino del patio de mis abuelos al que con mis primas asaltábamos a diario y que era el refugio cantado en todas y absolutamente todas las escondidas.
_ No puedo creerlo. 
_¿Vio? Se llaman Montenegrinas. Es que las tangerinas de Salto son de tangerinas de verdad.
Y me siguió explicando sobre las variedades y el proceso de transporte y almacenamiento de los cítricos, mientras yo pensaba que no hay caso, cuando uno ama lo que hace no hay profesión anodina.
_ Adiós, querida, que te vaya bien, cuidate.- me despidió, ya con la confianza de saber que me había convertido en su fan número uno y clienta de cada fin de semana a partir de ahora. 

Y me fui.





Ayer fue un día largo y productivo. Sobre todo largo.
Estaba ya en casa, cercana a la medianoche y a punto de entregarme a un sueño reparador, más que deseado más bien implorado por mi organismo desfalleciente, cuando me cayó este mensaje: 
"Un dato importante, Donde sale san josé esq martínez trueba se incendió una librería, hay una volqueta llena de libros". 
Quien lo enviaba, estudiante de uno de mis grupos del IAVA, agregaba que su padre le había llevado solo un libro de Inglés pero había más, MUCHOS más, tirados, pobrecitos, esperando ser adoptados por un alma caritativa con poco sentido del olfato.
O sea, que había que hacer algo.
Dado que hoy entraba a las ocho menos veinte de la mañana mi cerebro (lo que quedaba) empezó como pudo a trazar complejos planes que más o menos se resumían en esto:
Visto: que esos libros van a durar poco en la volqueta.
Considerando: que los quiero.
Resuelvo: levantarme media hora antes y pasar por el lugar antes de la primera hora de clase en el IAVA.
Conclusión: desperté, volví a dormir, salí a la hora de siempre y terminé pasando por el mentado lugar recién durante mi hora puente a las doce del mediodía de hoy, a ver si quedaba algo. Y quedaba.
La volqueta era en verdad un par de ellas más dos enormes bolsas, de esas de escombros, llenas de libros de Inglés. De los "In focus" que tienen a Drexler en la tapa, había como cien o más, húmedos por la acción de los bomberos, unos, tiznados, otros, sucios por el incendio, el resto. Pero a mí no me interesaban los In focus, así que anduve chusmeteando por ahí, junto a dos o tres personas que tímidamente miraban qué había en la vuelta. Aquello era un Shopping de lo quemado. Shopping On Fire. Post Fire.
Tres hombres que andaban por ahí cartoneando nos dijeron a una chica y a mí que quizá mejor debiéramos preguntar qué había para llevar a los obreros que estaban adentro de la librería, pero no nos animamos, hasta que uno de los cartoneros, el más grandote, se asomó y pegó el grito:
_¡Jefe! Acá las muchachas quieren saber si hay alguna cosa que se puedan llevar de la librería, que no esté en muy mal estado_ Mientras la chica y yo nos mirábamos con cara de "uh... no queremos hacer bardo...".
_ Bueno..._ contestó alguien desde adentro_ Si nos hacen una fuercita para la Coca Cola puede ser que haya algo...
_ Si vos entrás yo me animo_ susurró la otra. Y entramos.
No pasamos más de unos metros (o se les complicaba a los muchachos que estaban trabajando), mientras el más joven nos fue trayendo varios libros que estaban casi casi sanitos del todo, aunque con olor a humo. Un encanto. Ojalá le haya caído bien la Coca Cola del almuerzo, con el olor a humo que aún había.
Terminé trayéndome unos cuantos libros tan pero tan útiles como uno de ejercicios nivel Cambridge, otro de recetas para hipertensos y tres de cocina, de esos en que no conocés la mitad de los ingredientes pero quizá algún día en una de esas quién te dice.
Y me volví al IAVA con mi tesoro a salvo de las llamas y del agua en una bolsa de supermercado.
Lo que importa, después de todo, no es la ganancia sino la aventura, y especialmente la posibilidad, ese gustito a "quién te dice que" que nos mueve más allá de cualquier cansancio, conveniencia o lógica social o monetaria.

Que nunca falte.





Eran las cuatro o cinco de la tarde. Yo estaba joggineada y empantuflada, trabajando en la computadora con vistas a desplomarme de sueño a la primera oportunidad, cuando una persona desconocida me mandó un mensaje por facebook.
Era María, una profesora del Liceo 58, el viejo y querido Benedetti, invitándome a un homenaje de entre casa que en la institución se le iba a hacer a Vanessa, ex alumna de allí, a quien tuve en tercer año en el 19 y con quien me he encontrado y reencontrado reiteradamente a lo largo de todos estos años. 
¿El motivo? La publicación de una antología de poetas jóvenes en Buenos Aires que la incluye con justo mérito entre sus voces, o tal vez también el fin del ciclo liceal, ya casada y madre de familia, en el turno Nocturno, o quizá fue simplemente el celebrar una vida luminosa que se nos cruza en el camino, vaya uno a saber. La invitación era para hoy mismo, y la premisa básica era la discreción, porque la homenajeada iba a ir al liceo pero no sabía del todo lo que le esperaba.
Salí de mi cansancio, de mi pantuflez, de mi cara lavada y pelos atados en lo alto de la cabeza, y allá fui. 
La cita era a las 21.15. Ya al bajar del 103 encontré a Fernando, a quien había convocado (en un rapto de lucidez) porque estuvo en el mismo tercero que Vanessa y son amigos. Él venía un poco de apuro, en medio de un par de horas puente, dado que es profesor de Química en el 37. Mirá vos mis alumnos del 19... 
Cuando Vanessa llegó ya estaba todo preparado para recibirla. Sus compañeros de clase del año pasado, sus amigos, decoraron la biblioteca del liceo con una cartelera, libros y globos de colores, y además había café, una torta con dulce de leche y otra, la especial, que atentaba contra cualquier intento de dieta en esta fría noche de julio.
El director, sus profesores, sus compañeros y amigos leímos textos de ella y del libro en el cual están publicados. Se le hicieron preguntas, se charló, se le dio una placa de bronce y se le deseó la mejor de las suertes ahora y siempre. 
El Bendetti es una gran familia, como lo era también el 19, "Ansina", cuando Vanessa, Fernando y yo nos encontrábamos todos los días en el ruidoso 3º8 en el que nos conocimos. Un grupo en el que, de los cuatro estudiantes con los que tengo contacto, dos son escritores, otro profesor y otra casi psicóloga. 
Cosas que la prensa no dice, ¿vieron? Qué raro, ¿no?
Salí del 58 en medio de la niebla, en la soledad difuminada de Camino Maldonado, pero no importaba nada, porque esta noche había recibido luz suficiente como para alumbrar mil mañanas. 

Que nunca falten.





El primer 103 de la mañana venía con la cumbiamba al mambo y su destino era Luis A de Herrera.
El segundo viene con un informativo donde Fernando Vilar defiende enojado los precios altos de la carne y la nafta y cuando ve que la situación es indefendible corta la discusión con la excusa de que "dejemos de hablar del tema, porque yo los viernes vengo de buen humor.. "
Dios mío.

Nunca creí que preferiría oír una cumbia a un noticiero a las siete de la mañana.






_A ver... ¡pasando al fondo que hay lugar!- ordena el guarda al llegar a una parada llena de gente deseosa por subir.
En eso se oye una voz desde la vereda:
_¡Vamos, pasando, que quedo yo solo y estoy gordo!
Y sube. El chofer-guarda del 402 le agradece el trabajo de guarda honorario y ofrece como retribución dejarlo en la puerta de la casa, al tiempo que responde a la pregunta de alguien con una ingenuidad (o una capacidad para la fabulación) que me deja patitiesa:
_¿Este ómnibus cada cuanto pasa?
_Cada 12 o 15 minutos.- dice.
Ja, pienso. Pero no digo nada. 

_¡Cómo va de lleno!- comenta un pasajero.
_Nunca viene así- aclara otro- Debe haber faltado el anterior.
Deben de haber faltado varios, me digo, porque tanto ahora como de mañana lo esperé más de media hora. 

_¡Me tapås el espejo, negro!- grita de pronto el chofer, y el gordo se da por aludido:
_¿A mí me decís?-pregunta con tono zumbón.
_No, a uno del fondo.
_Ah, bueno. Igual me bajo en la próxima.
_Bien. Queda lugar para tres pasajeros entonces- contesta riendo el chofer.

Así es el STM: dicharachero, popular e impredecible.
Y dejo de escribir, porque voy asardinada y esto no da para letras. Además subió una señora con una nena y le voy a dar el asiento.

Hasta la próxima.






Estaba esperando en la parada a que pasara el coche 2 de las 19.30 cuando vi las luces. Era una moto, y venía directo hacia mí. Si hubiera estado en Montevideo me habría dado por robada, pero en Florida las cosas son diferentes. 
La moto frenó a un metro, el conductor se quitó el casco y dijo: 
_Buenas noches.
_Buenas noches- respondimos a coro los cuatro o cinco que estábamos en la parada.
_¿Una empanadita?- ofreció, y allí mismo vendió las cuatro o cinco que le quedaban.
Florida: Universo paralelo.





Esto de haberle errado a la hora del bus a Florida y tener que viajar ahora sin asiento tiene sus ventajas, pienso, con un optimismo que corre parejo con mi despiste habitual en lo que a horarios y CITAs se refiere.
Por ejemplo, pude ver la represa de Canelón Grande desde un nuevo ångulo, que me descubrió nuevas playas y lenguas de arena que sospecho deben estar tentadoras para recorrer y buscar fósiles y fotos. También me sirve para comprobar hasta qué punto es grave la sequía por estas zonas de pastizales secos y huellas de incendios recientes. 
Lo que no termina de convencerme es que, al viajar de pie, domino visualmente las acciones de varios pasajeros. En ese sentido me pregunto, entre otras cosas, por qué la viejita del asiento 35 pasa y repasa un rosario entre sus dedos flacos y huesudos. Nos estará protegiendo de un improbable choque en la ruta? 

Se supone que en 15 estatemos llegando a Florida. Si la protección de la Doña 35 es efectiva, nos veremos en una próxima crónica de bus. Con asiento, espero.




Antes de que sonara el timbre para entrar a mi clase con sexto Artístico se asomó un muchacho a Sala de Profesores y me avisó que iban a llegar más tarde, porque estaban en parcial de Danza. Había habido alguna complicación con el uso del cañón, y la prueba se extendió más allá del tiempo previsto. 
Al principio los esperé en el salón, pero hacía mucho frío, y me quedé en la sala hasta que vinieron a buscarme. 
Al entrar una chica, Aynara, me pidió para dar una clase sobre Música del siglo XX. Ya me lo había propuesto cuando andábamos viendo vanguardias. Ella toca el oboe, es una excelente estudiante y mejor persona, ni necesita nota ni aprobación del grupo, solo quiere aportar lo que ha estudiado.
_ Pero nos queda poco rato...
_No importa, profe, todo bien, yo empiezo. 
Y arrancó. 
Nunca vi un practicante dar una mejor clase que esta. Clara, didáctica, a buen ritmo, con ejemplos, respondiendo preguntas, tranquila. El grupo es bullicioso, pero hoy no volaba una mosca ni aparecía ni un celular. Aprendimos muchísimo, yo sobre todo, porque ellos han tenido más formación musical, por la diversificación artística en que están y que me hubiera gustado tanto tener en los ochenta.
Al terminar le dije que le veía excelentes cualidades docentes.
_Sí, profe, pero no se gaste. Mi vieja ya está en esa, pero no me veo dando clases. No tengo paciencia. 
Y se volvió a su banco, como si nada, mientras yo me iba a la sala de profes pensando en cuántos maestros uno tiene la suerte de encontrarse en esta vida, a veces camuflados bajo el aspecto de estudiantes a los que debe calificar, cuando en realidad quisiera sacarles apuntes.

Que nunca falten.






_ Mirá mi carné, gil.
_A ver? No converse... Estudie y no moleste... Reaccione... Pah, te mataron.
_Sí... Qué hijos de puta, lo hicieron para que en mi casa me caguen a pedos...
Son de primer ciclo, tienen unos 14. El que charla en ciase habla con voz fuerte y no sabe mantener un tono de privacidad. Con razón lo rezongan. El otro pobre le cuenta cosas de un "rózame " que tuvo con una el fin de semana y él lo repite a toda voz en el pasillo del 103.
Después se puso a encarar a dos chicas de enfrente, con frases matadoras al estilo de "está fresco, eh?" Pero no le funcionó.




Ya tuviste un rancho en Valizas; sabés perfectamente lo que es bañarse con un balde calentando una caldera de agua para no congelarte en el proceso, dosificar el líquido elemento para que te dé justo, para que no se llene todo de jabón y te tengas que enjuagar con agua fría, de acuerdo, todo eso estaba bien en Valizas frente al mar y la mayor parte de las veces en enero y de vacaciones. Pero que en Montevideo por el simple hecho de vivir en lo alto de un repecho tengas baja presión de OSE y la mitad de las veces te salga un hilito de la ducha y debas sacar agua del piso de abajo o lavarte el pelo en la pileta de la cocina, eso, querida, ya no es admisible. Y que te estés bañando a lo valicero con un balde dentro de la ducha y de pronto te caiga encima un chorro de agua helada porque justo justo justo en ese momento la presión volvió a los niveles de normalidad, eso sobrepasa hace rato los parámetros de admisibilidad, y más si hablamos de un 18 de julio soleado pero frío, como corresponde a esta altura del año.
18 de julio.
Viva la Patria.

¿Aspirinas o algo para el resfriado, tienen?





Subir a un 103 Ciudadela que viene oyendo "La Patria, compañero, la vamos a encontraaaar por más que se nos vuelva aguja en un pajar" me lleva varias décadas atrås en el tiempo, hasta que por suerte a las dos paradas paso por el flamante y nunca terminado (por ahora) Intercambiador Belloni y me vuelvo a ubicar en 2015. 
Se nos va para arriba la Curva de Maroñas, se nos va. 
Aunque en seguida arranca Zitarrosa con algo de un boyero y un teru tero, no sé. No se puede. Hay dos mil canciones divinas de Zitarrosa; ¿no podríamos correr un piadoso manto de silencio sobre algunas que no resisten el paso del tiempo (o al menos no pasarlas a las siete de la mañana)?
Dormí poco. Estoy cansada. 

Que don Alfredo me perdone.




Villa Hadita. 
Acabo de ver un ómnibus interdepartamental que va a "Suàrez por Villa Hadita".

¿Soy yo sola o alguien más piensa que este mundo se está tornando un poco raro?





El 103 semi vacío se me escapó por unos segundos, pero esta no es una línea que ponga a prueba la paciencia de sus usuarios, y en un minuto llegó un nuevo bus. No tan vacío, pero llegó. 
De pronto miro para afuera y veo a un tipo que desde el auto de al lado baja la ventanilla y tira dos bolsas a la calle. Lo quedo mirando y me hace gestos que él cree que son de amenaza pero resultan simples bravatas de gurí chico que desde la impunidad de un auto se cree el Chapo Guzmán de 8 de Octubre. 
Pasa un minuto y por un momento agradezco no ser yo una mafiosa con poder, o le daría una buena patada en el trasero al que a la altura de Pan de Azúcar inunda el 103 de un olor digno de ventanillas abiertas y ventiladores gigantes.
Dos paradas más allá, cuando ya respiro de nuevo, la de al lado se pone a oír mensajes de voz que generosamente comparte con todos los pasajeros.
Un hombre se baja y al hacerlo insulta al guarda, en cierre de una pelea cuyo comienzo no escuché.
Parece que este jueves viene de andar con pies de plomo, pienso, aunque antes de bajar veo que en él viene también uno de mis estudiantes, uno que siempre llega tarde y hoy estará a tiempo, así que no todo está perdido, después de todo.

Y me bajo.




Hablo de mañana con una compañera que se fue a Buzios y de tarde me llega por mail, de una agencia de viajes que hace meses que no me escribe, una promoción... para ir a Buzios.

Esto comienza a asustarme.





_ ¡A loooos carameloooo!
Caramelo de yogurt: 10 pesos.
Caramelo de eucalipto: 10 pesos.
Caramelo masticable: 10 pesos. 
Caramelo de miel: 10 pesos. 
Caramelo de café: 10 pesos.
Caramelo de fruta: 10 pesos.
Caramelo crocante: 20 pesos.
Almendras: 20 pesos.
¡A looos carameloooo!!!
Y con ese simple pero efectivo pregón el señor le vendió caramelos al menos a siete personas, hasta que me bajé del 405.

Y después me vienen con las argucias de la publicidad y los mensajes subliminales...





Ambas madres son jóvenes y bellas; una a mi costado, sentada,y otra enfrente, de pie. Ls que va sentada habla con tono estresado y se queja porque la nenita dejø caer su morralito a cuadros del jardín de infantes y no sabe cómo levantarlo. La otra lleva tres niños a la escuela, los mira con un aire de paz y amor y no se inmuta por nada. El nene mayor es demasiado sobreprotector con la más chica y le dice unas veinte veces que se agarre bien, que se va a caer, pero la madre ve que la nena va firme y la mira con una sonrisa.
Metáforas de las maneras de encarar la vida, pienso, mientras la guarda insiste por teléfono en que su hijo salga ya y se tome un 110, o no va a llegar en hora a clase y el chofer me tortura con "Contrabandista 'e frontera", primero, y con una "rueda rueda de pan y canela, que no haya más niños sin ir a la escuela", después.
Bus temático.
Menos mal que ya me bajo, o termino yo también en una escuela en vez de en el IAVA. 

¡Guarda! La próxima...




Crónica con ocho apellidos vascos.
Entré a la sala de cine un minuto pasada la hora fijada para ver la película, mientras estaban dando el primero de una serie interminable de comerciales y adelantos, como siempre. Había planeado encontrarme con un amigo pero como llegué tarde ya no quedamos juntos, aunque al menos conseguí lugar en el último asiento potable de una sala donde las tres primeras filas son impensables si uno no quiere agarrase una tortícolis muy poco funcional para el domingo último de vacaciones de julio (snif).
Para llegar a mi sitio pasé por una parejita de unos veintipico de años: un cabezón de ojos claros y una rubia de pelo largo a la que le pisé un pie sin querer, lo que motivó un escándalo ("¡Ay! ¡Me mató!") más que injustificado, primero porque le pedí disculpas, segundo porque apenas le rocé un dedito, tercero porque no ando de tacos, y mis zapatos son lo bastante amistosos como para no matar a nadie. 
Es decir, que ya desde ahí comencé a odiarla. En silencio, pero comencé.
A medida que me acomodaba en la butaca y me iba haciendo consciente de la realidad que me rodeaba fui súbitamente invadida por una confirmación terrible e inexorable: como corresponde a un día de vacaciones, aunque sea al último (vuelvo a decir: snif), aquello estaba lleno de niños. Había niños de cincuenta años, niños de sesenta y un sinnúmero de niños aún mayores, que comían Pop, celebraban ruidosamente los chistes más ingenuos y comentaban en voz alta todas las vicisitudes de los protagonistas, tanto en los trailers como en la película misma que yo deseaba ver en silencio y sin olor a comida alrededor. 
La rubia tarada (digo, desde la impunidad que ahora me da la castañidad, y mientras me dure), en especial, resultó ser de lo más molesta durante todo el tiempo que debí soportar obligadamente a su lado. Ya arrancó durante la promoción de una película que a ella se le ocurrió que era protagonizada por Viggo Mortensen, motivo que la llevó a contar vida y obra del mismo, a ver si el cabezón de su novio se sorprendía con su erudición cintematográfica, cosa que así pareció ser, aunque ya sobre el final de la propaganda, cuando el locutor nos gritó a todos que el protagonista era Ed Harris (y no el pobre Viggo, que no podía estar tan veterano ni aún maquillado para la ocasión), no escuché ni un Mea Culpa de parte de ella ni un "le erraste fiero" de parte del novio. Probablemente él ya no la escuchaba desde un principio, y yo traté de hacer lo mismo, aunque evidentemente ella no conocía el significado de la palabra "silencio", ni mucho menos de "concentración" o de "no ser una criatura boba que ríe de todo y se finge emocionada por cualquier trivialidad para impresionar a su pareja o para hacerse la sensible, vaya uno a saber".
La fila de damas entradas en años detrás de mí, por su parte, no se quedaba atrás; comentaba cada fragmento de pensamiento que las imágenes provocaran en sus cerebros domingueros, y festejaba la ocurrencia de cada una de ellas con risotadas sonoras pero patricias, propias de señoras de Pocitos en la película de cada fin de semana con "las chicas".. 
Conclusión: cada vez más ansío que llegue el día en que un señor empresario comprenda que es buen negocio poner un cine con cabinas reducidas, para 2, 3 o hasta 4 personas, donde la percepción de la pantalla no se contamine con olores acaramelados, súbitas luminosidades de pantallas inoportunas y comentarios tontos, banales y previsibles, de esos que despiertan en algunas personas al Norman Bates que todos llevamos adentro.

Ah, ¿la película? La película me encantó, por suerte. Por suerte para la rubia, digo, que pudo salir sana y salva, sin imaginar lo cerca que estuvo de una muerte lenta a manos de su circunstancial compañera de fila, o de una buena puteada que le enseñara lo que es la educación en una sala de cine, por lo menos.




El 100 viene repleto nivel sardinazgo infame. Un pelado pasa aplastando a varios para bajarse y pide disculpas aduciendo que todos tenemos unos kilos de más y eso complica las cosas, pero nadie le lleva el apunte. Los bolsos y las carteras pasan alegremente por las caras de los afortunados que venimos con asiento. De vez en cuando el chofer alecciona a los que no se corren al fondo, que hay lugar. Y en medio de esta comprimida realidad adyacente está él, con sus sesenta y pico, sombrero gaucho y voz de viernes. Viene cantando tangos, uno tras otro. No solo la letra, sino también la música: "miñenren ñen ñam netemñetem..."
No termino de definir si es sublime o infumable; por suerte ya llega mi parada.
_Guarda! La próxima!
Pero sigo con él en la cabeza. 
Ñeremñenñen...

Socorro.





No hay caso. No puedo zafar de él. Y no es que me persiga, no. Es simplemente que siempre termina a mi lado. Me cambié de costado en el pasillo. Puse un péndex entre él y yo. Me corrí hasta el fondo del 103, y él ahí, a escasos centímetros de mi nariz. El Señor Oloroso. Tiene como 70 años de existencia y unos 43 de no bañarse. 
Por una vez en la vida agradezco la poca fineza de mi olfato.
Pero aún así...

Socorro.



Salir de Tres Cruces en plena noche rumbo a un examen en Florida ya es algo bastante inusual en mi vida. Que vayamos a una temperatura de horno mientras afuera el mundo se congela es aún un poco más raro, especialmente en el imprevisible universo paralelo de la CITA. Pero cuando empiezo a escuchar la radio del coche termino de convencerme de que este es un día insólito: The sound of silence en español...¿A quién se le ocurre?

Las voces de... el sileeeencio...




103... El reino donde todo es posible.
Incluso que una chica vaya ahora EN MUSCULOSA mientras yo me muevo por los pasillos cual simpático Michelín de colores.






Diálogos con mi vieja.
_ Ah, no te conté: la hija de Fulana está trabajando.
_ Qué bien, ¿qué hace?
_ Baila en el caño en Punta del Este.
_ ¿Ehhh?
_ Sí, eso... Se cuelga de unos trapos y hacen danzas con otras compañeras.
_ TELAS, Inés, eso se llama telas. El caño es otra cosa.
_ Bueno, eso... Estás igual que mi vecina de al lado que me corrigió la otra vez.
_ ¿Por?
_ Porque me enseñó que acá en la frontera el mate se toma con esta bolsita de tela alrededor de la bombilla, ¿ves? Para que no se tape, porque la yerba brasilera es una porquería. Y después le pregunté dónde se podía comprar una camisinha y me dijo que no anduviera repitiendo eso, que mejor le dijera "bolsita para la bombilla": Todos me corrigen, pero todos me entienden.






El grado de neurosis adictiva de una persona puede medirse según el nivel de estrés al que llega un minuto después de descubrir que se le rompe el cable del cargador de la computadora cuya batería ya ha pasado a mejor vida.
La velocidad de reacomodación y vuelta a los niveles normales de actividad se verifica cuando la misma persona descubre que el cable de la ceibalita funciona en el cargador de la Toshiba, y permite la conexión sin dificultades.

Fueron cinco minutos terribles.




Llegar de Cerro Largo casi a la una de la mañana, abrir el facebook en el que tengo alumnos y encontrarme con dos mensajes de dos diferentes "Edipo Rey"...
La vida del docente es un tanto extraña.
Y maravillosa.





Como todos los martes y jueves, hoy me tocaba ir a dar clases en España. Es un tercero, son un poco chicos pero muy linda gente, cálidos, estudiosos y participativos. 
El vuelo salió puntual. Yo iba sentada en la fila de atrás, al fnal de todo, aunque no recuerdo que hubiera muchos pasajeros además del amigo que me acompañaba. Por supuesto que no teníamos cinturón de seguridad ni había azafatas ni comida durante el vuelo ni comunicación con piloto alguno. El despegue se nos pasó sin darnos cuenta, y ya al rato nos acordamos de mirar por la ventanilla. Aún sobrevolábamos Montevideo, pero demasiado al ras del suelo; incluso en cierto momento vi cómo el avión levantaba la nariz para no chocar con un edificio de cuatro pisos, y al rato tomamos por Osvaldo Cruz, la calle de mi abuela. Me preparé para sentir las ruedas tocando el pavimento, pero nada. Seguimos volando. De todos modos la gente no estaba preocupada por nosotros; todos desde el piso (a pocos metros) miraban boquiabiertos a dos muchachos que volaban más allá con una especie de motorcito propio, vestidos con un traje lila lleno de gasas al viento.
Detrás de nuestros asientos había tres enormes bolsas, como de metro y medio de diámetro cada una, cargadas con peluches que yo llevaba a mi grupo, cada uno de los cuales tenía en su interior una computadora del Plan Ceibal que formaba parte de un intercambio cultural con el colegio español. Los peluches eran de tres clases: pandas, osos amarillos y algo indefinido de color lila, y yo pasé todo el viaje pensando cómo iba a darles la noticia y haciendo un relevamiento a ver si tenía el mismo número de peluches de cada tipo.
Ya en el colegio, mientras aún no llegaba mi hora de clase, con mi amigo nos sentamos en una sala de espera. Él se comió una plantilla de un recipiente que alguien había dejado y yo vi a una de mis estudiantes en el patio, que me confió que hoy era el día en que les iban a dar un dron a cada uno. Pobre, pensé, le dice dron a la ceibalita, tiene mucho para aprender todavía. 
Estaba lindo esto de ir a otro continente a dar clases. 

Y me desperté.
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