¿Quién para ir a sacar fotos de bichos con cámaras a control remoto?
Yo pongo la idea y después hago la crónica. Solo hace falta alguien que traiga la cámara, el conocimiento y el dinero para pasajes y alojamiento.
Avisen, pero que no me coincida con clases, que el horno no está para bollos. 😎📷
Desperté con el alma repleta de imágenes que mi cerebro no demoró dos segundos en borrar. "Eh... Había un... Era como... Se me fue." La misma historia de casi todos y casi siempre; una sensación de intensidad sin referencias ni argumentos que la rescaten para la conciencia, a no ser que un detonante casual nos sumerja de nuevo en el mundo soñado.
Navego un rato con el celular, sin levantarme, en tanto el gato maúlla en la ventana para que lo entre por cuarta vez desde ayer por la noche. Entra, maúlla, sale, maúlla, y así van transcurriendo su vida y mis desvelos.
Una página que sigo postea algo sobre Picasso y una mujer que se atrevió a dejarlo: se conocieron cuando ella tenía 21 y él 61, vivieron juntos, tuvieron dos hijos. "Nadie deja a un hombre como yo", había dicho el pintor ante una tentativa de abandono, y la frase, en un inesperado pase de magia, me arroja de golpe y por completo en el sueño perdido. Una situación de aparente libertad pero en verdad prisión, varias mujeres (mi vieja, una amiga, la hija de la amiga y yo) agasajadas de manera abrumadora, en un sitio al que por equis razones nunca podíamos abandonar.
Yo he tenido antes este sueño, pienso, y la sensación del déjà vu se impone con tanta naturalidad como cuando hace unos días recordé lo que se sentía al atravesar una pared o cuando a veces me he sentido planta, he sabido volar, acechar una presa o existir bajo las olas. ¿No les ha pasado, la sensación de absoluta unidad con el todo? ¿La disolución del tiempo, la superposición de planos, la continuación en este instante de tantas y tantas existencias pasadas, presentes, futuras?
No he consumido nada, excepto unas galletas con queso y té de maracujá, y tampoco me convertí en mística: son sensaciones fugaces, pero intensas. El universo se articula y todo tiene sentido, un instante antes de volver al desayuno, al gato que ahora maúlla para salir y a las nubes grises del domingo, que no se deciden a traer lluvia. Retazos de una sabiduría ancestral que, al igual que los sueños, se asoma fugazmente y nos dice "aquí estoy" antes de disolverse para siempre (o hasta que algún estímulo que no podemos anticipar nos la traiga de nuevo a la conciencia).
_ ¡Amiga: llevás oro en la mano derecha! -me grita un chico de los que están en la puerta del shopping ofreciendo cosas para vender o asociarse. Yo pensé que se refería a una caja enorme de Zara que encontré en la puerta del supermercado y me sirvió para poner las compras y quizás divertir al gato cuando llegue a casa dentro de un rato, pero no: era un bidón de agua. El muchacho tiene claro lo que vale oro en este mundo distópico (y yo no distingo la derecha de la izquierda si no hago un gesto mínimo de escribir con la mano). No me juzguen.
Supermercado del barrio, una y media de la tarde.
Voy con mi canasta ya por dirigirme a la caja cuando veo que una señora se me cruza en un carrito donde reinan dos bidones de Salus sobre el resto de las compras. Yo ya me había dado por vencida porque solo vi fundas de seis botellas (demasiado pesadas para ir a pie), pero la imagen reanimó mi dormida esperanza bidonera.
_ Hola. -la intercepto- ¿De dónde sacaste los bidones?
_ Están en la parte de la panadería, pero solo queda uno. -me aclara- Y hay algunos otros de Nativa, pero solo te venden tres por familia.
_ Perfecto; gracias! -saludo, ya dirigiéndome a toda velocidad hacia la citada zona, donde el único Salus de 6 litros aguardaba en silencio mi llegada.
Voy hacia la caja. Un señor me pregunta dónde encontré el bidón, lo dirijo a la zona correcta y le informo que era el último, aunque aún quedan los de la otra marca. El veterano hace un gesto de desaliento pero igual me agradece y se va hacia la panadería.
_ No se puede creer lo que está sucediendo. -dice un empleado que está poniendo sobres de capuchino en una canasta de ofertas a otro que repone cosas de Todo a 25 -la gente no me deja ni presentar los bidones: salgo con el carro lleno y por el camino entre las góndolas me los sacan de las manos. Nunca vi cosa igual.
Hago fila en la caja, no sin antes servirme 12 sobres sueltos de capuchino a $25 cada uno, de los que si compro en caja cuestan diez por $489 (no le digan a los del supermercado), pago mis compras y me voy a casa abrazada a mis seis litros de vital e hipercaro elemento.
_ Hola, Mariela. -me saluda una vecina en el camino- ¿Te puedo preguntar dónde compraste ese bidón?
_ En el supermercado. Aún quedan los de Nativa, ¡suerte!
_ Qué bueno; gracias... Ojalá encuentre alguno cuando llegue. Nos vemos.
Uruguay 2023.
Si no lo vivís no lo creés.
Cuando consideré que estaba a punto de dormir visualicé el reloj con las manecillas puestas a la hora en que debía despertarme esta mañana. Una forma como cualquier otra de avisarle al despertador interno que no se anduviera con jueguitos al estilo de “uh, no lo escuché, te juro que no lo oí…”
No suelo acostarme tarde ni tener problemas para conciliar el sueño, pero cuando ayer (bah: hoy) me tiré en la cama sabiendo que en pocas horas iba a empezar la jornada del lunes demoré muchísimo en dormirme. El gato se portó bien, yo no tenía frío ni estaba preocupada, pero igual: desvelada.
Hoy apenas sonó el reloj apagué el despertador con la soberbia de quien se sabe eficiente a prueba de desvelos y solo por las dudas, casi como un automatismo, estiré la mano para encender la pantalla y ver qué hora era. Y era 28 minutos tarde: justo lo justo para desayunar a toda velocidad, darle de comer a los gatos que hubiera en la vuelta y salir a la hora correcta (pero todo rápido, pero sin las noticias en la pantalla, pero sin peinarme ni mirarme -casi- en el espejo).
Siempre (pero siempre) me pasa lo mismo cuando necesito sueño: mi inconsciente me regala media hora, pero me hace salir bien. No duermo de más diez minutos ni una hora: solo lo que (extremando los apuros) puedo buenamente permitirme.
Misterios del ser humano.
Buenos días. Feliz lunes, feliz semana, feliz comienzo del mes con los días más cortos del año.
Hacia allá vamos.
Esta figura sonriente en modo animación de fiesta infantil ¿era yo? Esta cara de los veinte y pocos, esta ropa blanca que apenas (tal vez) reconozco ¿era yo? No tengo el menor recuerdo de esa fiesta o de estos niños, no me ubico en el momento pero debo ser, porque la amiga que me mandó la foto es una persona seria y confiable, y además estos rulos se parecen a los míos.
Cosa rara la memoria.
Me pregunto si así se sentirá mi viejo ante cada persona nueva que se le cruza y dice conocerlo desde siempre.
Cosa rara la memoria.
Almuerzo viendo un programa de radio de hace un par de días en youtube: el tema se relaciona con las experiencias cercanas a la muerte. ¿Ustedes alguna vez se sintieron en riesgo de vida? Yo creo que no. Pero no sé.
Rápido recuento de hechos significantes: cuando era chica estuve en tres accidentes de tránsito: un vuelco de bus en viaje a Rivera, pasajera de taxi que atropella a un ciclista en Melo, padre que compra camioneta, no la sabe manejar bien y hay media cuadra sin control por la vereda en Piedras Blancas. Ahí tienen por qué no manejo, acoto mentalmente, ahorrándome medio año de terapia. Después no hubo mucho más. Una vez que bajaba del 306 en el Prado y una ambulancia que iba a toda velocidad entre el ómnibus y la vereda casi me lleva puesta. La persecución de dos ladrones de autos en plena madrugada, donde yo iba aferrada al cosito ese del techo mientras mi novio de los 17 aceleraba su 2002 al nivel de película de acción (pero en Villa Española). Ah, y la fea sensación de no hacer pie en una playa y tener que patalear y flotar hasta que viniera el chico más lindo de mi cooperativa a rescatarme. Varias veces (muchas) un auto me pasó raspando (aunque yo estuviera cruzando con luz verde). Una sombrilla asesina en Punta del Diablo. Y ahí estamos.
¿Ustedes? ¿Todo tranquilo en sus barrios?
Por las dudas miren bien antes de cruzar la calle, no coman hongos que no puedan identificar y no se excedan con el agua de la canilla.
“Tendría que ir a la feria a comprar frutas y verduras, pero no tengo ganas de interrumpir el zoom de Teresa Torres sobre La Ilíada”, pienso, al mismo tiempo que alguien golpea a mi puerta y me vende dos bolsas surtidas por cien pesos.
Hace como diez días que no miro el horóscopo, y resulta que para Aries se viene un "fin de semana lleno de disfrute. Será muy divertido salir y pasear con Leo y Sagitario. Están en un momento donde reírse es salud." Así que ya saben, Leos y Sagitarios, vengan esas propuestas, que los signos de fuego solo quieren divertirse (con perdón de Madonna -que es leonina y si quiere sumarse a la party, bienvenida).