Despertás en algún momento de la madrugada y a los cinco segundos entendés el motivo. Un picor en el dedo de al lado del gordo del pie derecho, una sensación de alergia insoportable que sabés que te va a impedir dormir hasta que encuentres al culpable y lo estampes contra la pared o lo aplastes en un único aplauso sin vueltas. Aquí no valen animalismos ni compasiones: es él o vos.
Prendés la luz. Echás una mirada al dormitorio. Todo parece en orden, aunque de contornos levemente esfumados, así que te ponés los lentes y enfocás. Vas cubriendo uno por uno todos los lugares posibles para el escondite del enemigo. Como siempre la puerta está cerrada, de manera que el acecho se sabe de antemano exitoso. Hacés un paneo del techo, las paredes. Movés la mecedora de tu abuelo y esperás un aleteo silencioso en las zonas aledañas. Acercás la mano a los libros, sacudís los pañuelos colgados del perchero, las cortinas, las sábanas, pero nada.
_Esto es patético. -te decís en un rapto de lucidez, pero seguís buscando.
"Es por culpa de los gatos", van diciendo las dos o tres neuronas que funcionan por un canal secundario de pensamiento, en tanto la masa global del cerebro solo tiene un objetivo. "Es por tanto abrirles la puerta y la ventana, o por dejar una rendija abierta en cada viaje. Esto es culpa de ellos. Lo que tendría que hacer de aquí en más..."
_ ¡Hijo de puta, mirá dónde estabas escondido! -murmurás de la nada, olvidando toda deconstrucción.
Apoyado en el techo, casi pegado a los libros más altos de la biblioteca de pallets que te regaló un ex hace como cinco años, ves al mosquito. Le tirás un chorro de Off, y otro, y otro, sabiendo que eso no lo matará pero lo va a dejar confundido. La criatura comienza a volar de forma errática, da unas vueltitas entre aplausos, y desaparece. Vuelta a empezar la búsqueda.
_Patético es poco.- te seguís autocastigando mientras la madrugada avanza inexorable pero no importa, porque aún queda una semana de vacaciones.
Por fin lo ves, apoyado en el cable del aire acondicionado. Le das un sopapo raro, que casi te cuesta una uña. El enemigo queda pegado en uno de tus dedos, triste, solitario y final (diría Soriano). Te tirás en la cama sin culpa ni preocupaciones, y demorás media hora en conciliar el sueño, mientras se termina de asentar el Off en el dormitorio.
Otra batalla ganada.
Comparto una entrevista a Sol Despeinada (médica y docente de la UBA) a propósito de la violación grupal que sufrió una chica ayer, a plena luz del día (cuatro de la tarde), en un barrio de lo más concurrido de Bs. As. (Palermo). Es difícil transmitir el dolor, el enojo, la impotencia y las ganas de romperlo todo que me vienen cada vez que pasa algo que vulnera a una mujer (o feminidad) por el solo hecho de serlo. El enojo de ver cómo se minimiza, se le echa la culpa a la víctima, o se apela a que es un delito propio de "monstruos", cuando los violadores suelen ser hombres tan adaptados al sistema como cualquier hijo sano del patriarcado. Casi no conozco a una mujer que no haya sido víctima de alguna forma de acoso o abuso. Por suerte algunas pueden decir que no les ha pasado, pero la mayoría tenemos otras historias que contar. No en las redes, o sí, pero tenemos, y tenemos unas cuantas. No conozco a un solo hombre (ni uno) que se reconozca acosador o abusador, ni en presente ni en pasado, ni orgulloso ni arrepentido. Ni uno. Algo no me estaría cerrando. El 8 de Marzo las mujeres seguiremos exigiendo igualdad y justicia, como siempre. #juntas
El recio de la casa. Tiene un problema en la boca, cicatrices en las orejas y un ojito más cerrado que el otro. Huele mal y no siempre está limpio pero resiste más allá de lo que yo hubiera creído. Pobre bicho. O quizás haya que admirarlo… No sé. Lo que sí sé es que cuando pide comida no se conforma con poquito sino que se queda mirando a la proveedora y exigiendo hasta que siente que algo en su interior le dice “lleno”. Ahí se va a su sillón y se duerme. No hay mucho más. Pobre gato. O no.
Salí tarde de mi casa, demasiado para enfrentar una hora de caminata por la rambla, así que opté por las calles arboladas de Pocitos y Punta Carretas. Un mundo raro, para mí: todos con cara de tranquilidad, varios grupos de personas desayunando en barcitos casi ocultos entre plantas y árboles, mucho silencio y hermosas casas antiguas resistiendo el embate de los edificios (que no son tan feos como los del centro, pero…). Esto no tiene nada que ver conmigo, iba pensando mientras, ya cumplida la hora, me detenía en el primer puesto de la feria a comprar nueces, hongos y roquefort. Terminada la compra había que hidratarse y reponer calorías,, así que crucé a la cafetería de enfrente y me pedí algo de nombre kilométrico:
_ Hola. ¿Me das un Mocha blanco de pistacho con bebida de almendras, caliente, alto?
La chica pelirroja de la caja anotó la sigla correspondiente en el vaso y preguntó mi nombre.
_Mariela.
Me miró de nuevo.
_¿La profe de Literatura?
_Sí… ¿Cómo andás?- sonreí, tratando de mover los engranajes de mi memoria en medio del barrido general de datos de las vacaciones. -Vos no eras pelirroja, ¿no?
_ Sí, era.- dice ella, mientras yo le miro el nombre en la tarjeta y decido que, aunque su carita me resulta familiar, no termino de ubicarla.
Después me instalo en una mesa, escribo algo que se me borra y no logro recuperar. Pasa el tiempo. La chica se pone a barrer al costado y charlamos algo más: respiro aliviada cuando me dice que sigue estudiando y quiere probar un par de carreras a ver por dónde va a ir su futuro.
Ya casi al mediodía salgo de la cafetería y cruzo a mi parada. Por un momento el barrio ha dejado de resultarme un territorio extranjero. Ya no son solo jardines y casas: aquí conozco a alguien. Y me voy.