Llegamos al bar un rato antes de que comenzara la música en vivo, y de inmediato vimos una mesa con mi nombre. Solo había unas cuatro personas instaladas por el local, de modo que me pareció lo más lógico, en cuanto vimos que “nuestra” mesa estaba pegada a los músicos, mudar la reserva por otra, unos metros más atrás. Era sencillo: solo había que cambiar los servilleteros, porque ambos tenían el nombre de quien reservaba el lugar, pero las dos mozas pelirrojas se hicieron un lío terrible, despegando el papel con el nombre de cada uno, pidiendo cinta adhesiva para recauchutar el cartel que se rompió al sacarlo de su sitio original, una compleja maniobra que les demandó sus buenos cinco minutos, mientras nosotros obviábamos cualquier comentario o cruce de miradas al estilo de “te juro que no entiendo…”
La grappamiel llegó antes que la pizza, o al menos llegó lo que ellas creyeron que era grappamiel, aunque apenas la probamos sentimos el gusto más horroroso que se pueda pensar. Fuego líquido. Tortura. Asquete. Puaj. Fui hasta la barra y encaré a la más joven.
_ Sí, es grappamiel.
_ No, no es.
La chica (que parecía estar en su primer día de trabajo, no tenía idea de cómo eran las pizzas ni de mucho más y escribía cada pedido con una lentitud exasperante) le preguntó a la otra, que tendría un par de años más que ella y se daba un aire de experta en el metier, y esta me contestó con amabilidad pero a la vez con firmeza:
_ Claro que es grappamiel. Mirá, acá está la botella_ dijo con aire de suficiencia, mientras me señalaba una fila de botellas… pero no de la dulce grappamiel sino de la horrorosa Flor de Amarga Vesubio. ¡Con razón el gusto, dios mío, quién puede pedir a conciencia una porquería como la Flor de Amarga!
Solucionado el inconveniente (porque el dueño se lo hizo entender, ya que a mí la moza pelirroja experta nunca pareció escucharme), estuvimos esperando un rato por la pizza, que se demoró más de lo previsto. En eso pasó Miss Eficiencia y amenazó con retirarnos los platos.
_Eeeh… La pizza aún no llegó.
_ ¿No llegó? Aaaah…
Y creo que recién ahí fue a pedirla. De todos modos no fuimos los únicos perjudicados: al propio dueño del boliche le sirvieron un plato sin cubiertos y tuvo que andar gesticulando por debajo de los blues del espectáculo para que se los alcanzaran, así que el tema no era con nosotros, después de todo, y a partir de ahí nos concentramos en la música, que por suerte (y pese a todo) valió la pena.